Introducción
Los últimos decenios del siglo XIX fueron, para la sociedad brasileña, de profundos y diversos cambios. Desde la Guerra del Paraguay que generó grandes pérdidas humanas, materiales y económicas; la abolición definitiva del tráfico transatlántico de esclavizados a Brasil a partir de 1850; los debates entre abolicionistas y antiabolicionistas sobre la institución esclavista que derivó en leyes que se fueron decretando, a partir de 1871, con la Ley del Vientre Libre hasta culminar con la Ley Áurea de 1888 que concedió la libertad a los esclavizados; las fricciones suscitadas entre los masones y la Iglesia católica; así como la caída de la Monarquía y el surgimiento de la República en 1889. Durante este tiempo, la cúpula política-económica-intelectual abrió un importante debate sobre qué hacer con los negros, quienes comenzaban a acceder a la libertad en mayor número.
Por un lado, la élite se sentía profundamente temerosa por los levantamientos y los rumores sobre posibles rebeliones planeadas por la esclavonía. Este recelo en gran parte fue consecuencia de la Revolución haitiana, la que alentó la zozobra entre los propietarios, incrementándose cuando en Río de Janeiro, Sergipe, Recife, São Paulo y Bahía los negros hacían patente en sus actos y rebeliones que tenían conocimiento sobre lo ocurrido en Haití.1 Aunado a lo anterior, en Bahía los propietarios tuvieron que enfrentar diversas revueltas de negros malês (1807-1835),2 al comprobar con gran inquietud que, según lo afirmado por uno de los representantes de los señores de ingenio, Alexandre Gomes Ferrão Castelo Branco, la capitanía de Bahía contaba con una población de 411 190 individuos, de los cuales sólo 21.6%, es decir, 89 004 eran blancos.3
A lo anterior se sumó el hecho que un sector de las élites político-intelectuales comenzaron a ser fuertemente influidas por las teorías raciales. Éstas aseguraban, entre otras, la existencia de jerarquías dentro de la sociedad a causa del color de la piel, donde el blanco ocuparía el lugar más alto y el negro se situaría en el último peldaño. Dichas teorías, además, resaltaban "que la 'mezcla' era fuente de decadencia para la raza superior",4 siendo este razonamiento central para los teóricos europeos. Esto último alarmó a aquel sector brasileño que procuró ajustar las teorías raciales, en particular lo concerniente al mestizaje, a las características de su población. De tal forma que comenzaron a alentar proyectos de inmigración con el propósito de blanquear a la sociedad y, con ello, alcanzar los estándares trazados por aquellos teóricos raciales europeos para llevar al país hacia el progreso.
Así, derivado de ambas preocupaciones, comenzaron a debatirse las posibilidades de atraer, cada vez en mayor volumen, población blanca europea o norteamericana. En ese marco es en el que se inscriben las siguientes líneas, donde destaco, en primera instancia, la presencia de dos teóricos que tuvieron gran impacto en subsiguientes pensadores como Cândido Tavares Bastos, a través de sus Cartas do Solitário, y de Louis Couty con L'esclavage au Brésil. Intelectuales que escribieron aún bajo la monarquía y la época esclavista, obras que reflejaron claramente las preocupaciones de su época, así como la posición de un sector de la sociedad en la búsqueda de encontrar caminos que le permitieran a Brasil encontrar la ruta hacia el progreso.
Sin embargo, con el propósito de mostrar que las opiniones acerca de la blanquitud, el mestizaje y lo que fue denominado como "el problema del negro" de ningún modo fueron unánimes, recupero las posturas de Edgar Roquette-Pinto y de Manoel Bomfim. Estos últimos autores, si bien ya durante la época republicana rechazaron que los problemas de Brasil estuvieran ligados a la presencia del negro en aquella sociedad, sí señalaron la necesidad de repensar, desde otras perspectivas, los retos que Brasil debía enfrentar.
Cândido Tavares Bastos: el inmigrante como fuente de civilización y de progreso
La idea acerca de atraer al territorio brasileño colonos europeos comenzó a principios del siglo XIX con la llegada de la Corte portuguesa a Río de Janeiro. A partir de entonces se dictaron leyes sobre inmigración y colonización en Brasil por João, primero como Regente, y a partir de 1816, como el Rey João VI.5 El objetivo de dichas leyes era ocupar los inmensos territorios de Brasil deshabitados y explotar sus riquezas. Como resultado de estas iniciativas llegaron suizos, azoreanos y alemanes, y formaron comunidades en Espíritu Santo, Río de Janeiro y Santa Catarina convirtiéndose en pequeños propietarios.6
Pero la inmigración con propósitos de blanquear la sociedad7 logró concretarse a partir de 1866, cuando en Río de Janeiro surgió la Sociedad Internacional de Migración.8 De esta agrupación destaca la figura del alagoano Aureliano Cândido Tavares Bastos,9 quien es considerado un reformista dentro de la todavía monarquía brasileña. A lo largo de su obra, Bastos delineó todo un proyecto de nación para Brasil, el que puede ser analizado en dos planos, aunque siempre interrelacionados. En primer lugar, "la organización política y administrativa del país -por tanto, un proyecto de reforma del poder político en todas sus instancias. El segundo, la transformación de los modos de hacer y pensar, y de los valores de los brasileños- por tanto, un proyecto civilizador".10
Dentro de sus propuestas para fortalecer a Brasil ya se encontraba desde 1861 la idea sobre la inmigración. Coherente con el medio intelectual que le rodeaba, Bastos expresó su prejuicio contra los africanos y sus descendientes apoyándose en las teorías raciales y, en consecuencia, en favor de una migración blanca, aunque espontánea, proveniente de Europa y de Estados Unidos. En sus Cartas do Solitário publicadas originalmente en el periódico Correio Mercantil entre septiembre de 1861 y abril de 1862, expresó: "El hombre libre, el hombre blanco, especialmente, además de ser mucho más inteligente que el negro, que el africano bozal, tiene el incentivo del salario que percibe, del provecho que toma del servicio, de la fortuna en fin que puede acumular en beneficio de su familia".11
Tavares Bastos definió como triste la institución esclavista, no sólo indígena como la de los negros, señalándola como una "alteración completa de orden natural del trabajo, y la mayor corrupción de las costumbres".12 Subrayó que la esclavitud había sido la responsable por la baja cantidad de migración europea al país suramericano, ya que el migrante europeo debería ser objeto de las más altas ambiciones de Brasil, mientras el africano, de sus antipatías.13 Afirmó que un solo europeo podría realizar el trabajo de tres negros debido a la incomparable superioridad del blanco sobre el negro, no sólo en la producción y calidad de sus productos, también por la "variedad de las industrias y culturas que pueden ejercer".14
Con la finalidad de ilustrar la superioridad del blanco respecto al negro, especialmente del bozal, comparó la situación en la que, desde su perspectiva, el estado de Bahía se encontraba con una población mayoritariamente de negros, según él, incapaz e ignorante para el trabajo. En tanto el estado de Río Grande del Sur, con sus colonos europeos, era un lugar de civilización y progreso. Así lo expresó:
Hágase un paralelo entre el desarrollo de la provincia de Bahía, que posee relativamente el mayor número de negros, y el de Río Grande del Sur, que posee los mayores núcleos de colonos europeos. En cuanto a la agricultura, el comercio y las rentas de la primera son débiles, la otra prospera en todo. En Río Grande el cultivo se perfecciona; el pueblo contrae los hábitos de trabajo; se derrocha la abundancia y todo va hacia delante, [...] la cultura no se restringe a un producto solamente; se aprovecha el terreno al máximo. Cada día se introduce el progreso; hace poco tiempo se introdujo la cultura del viñedo y la fábrica de su precioso licor. [...] el colono es labrador y fabricante al mismo tiempo. En fin, Río Grande del Sur es la provincia que cuenta con mayor navegación interna a vapor. Estos hechos son tan elocuentes que dispensan comentarios. Cada africano que se introdujo en Brasil, más allá de ahuyentar al migrante europeo, era, en vez de un obrero del futuro, el instrumento ciego, el elemento de retroceso de nuestras industrias. Su papel en el teatro de las civilizaciones era el mismo del bárbaro devastador de las selvas vírgenes.15
Con el propósito de no perjudicar la economía brasileña, Bastos se inclinó por defender una gradual abolición de la esclavitud, al animar el cumplimiento de los tratados entre Brasil e Inglaterra sobre este tema, así como promover tanto en el ámbito político como parlamentario el decreto número 3.725-A del 6 de noviembre de 1866, que concedía la "libertad gratuita a los esclavos de la Nación designados para el servicio del ejército".16
Para Bastos, la esclavitud de los negros urbanos intimidaba la inmigración, pues disminuía la posibilidad de trabajo para los extranjeros. Por lo tanto, propuso cobrarles a los propietarios por cada esclavo, un impuesto que anualmente sería elevado para desalentarlos de poseer esclavos y venderlos a las zonas rurales. Además, planteó la necesidad de generar leyes agrarias atractivas para los inmigrantes, donde el gobierno desarrollara una política ya de donación o de bajo costo de tierras para los inmigrantes.17
De sus propuestas para atraer migración también sobresalen alentar la libertad de cultos, así como la separación Estado-Iglesia. Dado que, desde la perspectiva de Tavares, la excesiva presencia de la Iglesia católica en los asuntos de carácter civil, dificultaba frecuentemente la presencia de migrantes de otras religiones.
El pensamiento de Tavares Bastos es, sin duda, uno de los más ilustrativos de su época. Importante resaltar que él en ningún momento señaló a la inmigración como prioritaria por una escasez de mano de obra. Lo que en realidad Tavares sugería era una inmigración en nombre de la llamada civilización y en la búsqueda del tan anhelado progreso. Para él, esto sólo podía conseguirse a través de la pequeña propiedad y el espíritu de la libertad y el ahorro, encarnado en los hombres blancos europeos o estadounidenses. Su planteamiento era claro: sustituir gradualmente a los negros que eran símbolo de atraso y barbarie.18
Por lo tanto, este intelectual mostró con claridad la posición de los inmigrantistas respecto a la superioridad del blanco sobre el negro. Así, Tavares fue un pensador que influyó profundamente en los subsiguientes intelectuales y políticos, quienes delinearon proyectos desde el gobierno con la perspectiva de atraer a un cierto tipo de inmigración.
Después de Tavares Bastos, otros intelectuales como Luis Pereira Barreto, Domingos José Nogueira Jaguaribe Filho y Sílvio Romero también se manifestaron, aunque bajo diversos ángulos, por una inmigración blanca. Por ejemplo, Sílvio Romero fue influido en sus análisis por el darwinismo social19 y por los trabajos de Arthur de Gobineau. Para él, si bien el mestizaje los hacía inferiores, éste les permitiría transitar hacia la blanquitud:
Se sabe que en el mestizaje la selección natural, al cabo de algunas generaciones, hace prevalecer el tipo de raza más numerosa, y entre nosotros, de las razas puras la más numerosa, por la inmigración europea, ha sido y tiende todavía más a serlo, la blanca [...]. Dentro de dos o tres siglos, la fusión étnica estará tal vez completa y el brasileño mestizo bien caracterizado.20
Para Romero el inmigrante cumpliría con su misión de salvar al brasileño de su inferioridad racial, al corregir sus males y encaminándolo hacia el progreso y la civilización.
Como se observa, la idea de un gran éxodo de blancos a Brasil fue una constante en algunos inmigrantistas, quienes consideraban que esto se reflejaría en un equilibrio poblacional, y en algún momento, en un balance a favor de la población blanca.21 De tal modo que la blanquitud lograría, de manera gradual, desaparecer el elemento negro.
Louis Couty y la benignidad de los señores brasileños hacia la esclavonía
Hacia finales de la época esclavista algunos intelectuales afirmaban que las relaciones entre los señores brasileños y sus cautivos eran más cordiales que en otros lugares, en especial en comparación con Estados Unidos.22
Sobre esta noción es importante resaltar la imagen de Louis Couty,23 quien se destacó por señalar dicha benignidad, lo que desde su perspectiva había impedido la formación de un verdadero pueblo brasileño, por lo que era necesaria la presencia del inmigrante blanco que le permitiría al país suramericano subsanar tal problema. Sin embargo, antes de desarrollar sus principales propuestas, es necesario situar sus planteamientos.
Para Couty, Brasil se encontraba en un momento de crisis producto de la esclavitud, y para reencauzarlo hacia el progreso era preciso que el país transformara a su pueblo hacia uno "inteligente, activo y productivo, oriundo de las poblaciones avanzadas de Europa".24
En correspondencia de Couty dirigida al senador francés V. Schoelcher,25 el primero se pronunció por una abolición de la esclavitud gradual para evitar la bancarrota del país, al tiempo de apelar por la atracción de inmigración blanca dado que, desde su perspectiva, la holgazanería del negro impediría el progreso del país:
Si nosotros estudiamos a Brasil, observamos en primer lugar la misma antipatía del negro liberto por el trabajo agrícola. Se sabe, después de algunos años, de las liberaciones en masa en ciertas explotaciones agrícolas; quisimos conservar a los negros como obreros libres pagándoles bien ¿Cuántos se quedaron? De dos a diez por ciento.26
Para enfatizar su razonamiento sobre la inferioridad no sólo del negro sino incluso de los mestizos, caboclos y caipiras, afirmó que habían sido ellos los que se habían asentado en los lugares más fértiles, pero que aunque "activo a sus horas, capaz entonces de trabajos penosos, [los realizaban] sin continuación y sin idea de ahorro".27 Y agregó:
Encontramos a los mestizos o negros en las villas; y después, [el negro] será cargador, buhonero, carnicero, albañil, fabricante de muebles y carpintero; él también se elevará, lo veremos, en posiciones más altas: pero, hoy por lo menos, aparte del trabajo servil, es incapaz de abastecer la mano de obra, agrícola o industrial, que es la condición de la existencia de un país, y, en las pruebas recientes de trabajo libre, a menudo debimos suplirlo por extranjeros.28
Como se puede advertir de las citas anteriores, para Couty, acorde a su época y posición, la libertad del negro no engendraba proyectos e iniciativas propias, sino que estaba inscrita dentro de la toma de decisiones del antiguo propietario. Al mismo tiempo describe una sociedad brasileña idónea, donde todos los individuos son iguales y tendrían las mismas oportunidades, sin importar su ascendencia, pues en algún momento, tanto mestizos como negros podrían llegar a las más altas posiciones de la sociedad. De este modo, este autor francés va tejiendo su argumento sobre las felices relaciones interraciales que supuestamente existen en Brasil, incluso llegó a afirmar que:
Todos aquellos que estudian Brasil reconocen que el negro es bien tratado, bien alimentado, atendido si está enfermo, conservado en la vejez, amparado contra el desempleo [...] se encuentra escasamente sometido a los castigos corporales. [...] El negro esclavo tiene los medios para salir por sí mismo de su condición. [...] Si agregamos que el esclavo de las ciudades y los esclavos domésticos son tratados por sus amos sobre la base de una gran familiaridad, quienes a menudo llegan a ser mayordomos, hombres de confianza, vigilantes, administradores, comprenderemos sin dificultad cómo Brasil logró rápidamente constituir su población actual".29
De esta forma, la imagen que proyecta Couty sobre Brasil es una donde los negros y los blancos estaban en una situación de igualdad, y donde la armonía entre los amos y los cautivos formaba parte del paisaje. Así, el contenido de la carta es valioso, porque además de constituir una parte de los argumentos que tiempo después fueron utilizados por los inmigrantistas, también puede ser considerado un antecedente de lo que después Brasil buscó reflejar al mundo: un paraíso racial.
Para Couty, esa supuesta igualdad y solidaria convivencia entre amos portugueses y negros cautivos era justamente un problema para Brasil. Para él, esa armonía había derivado en la inexistencia de un pueblo brasileño, por lo que el inmigrante se erigía como el único que podría remediar tal ausencia:
El gobierno de Brasil, una vez independiente, ha seguido por desgracia los caminos erróneos de la metrópoli; y este país inmenso, deshabitado e inexplorado, había estado cerrado o difícilmente accesible a los colonos libres de Europa, únicos capaces de formar un pueblo, y, con un pueblo, una riqueza perdurable y fecunda.30
Dicha falta de pueblo, según Couty, se debía a que a pesar de que el negro poseía un amor propio que le permitiría ejecutar cada vez mejor las diferentes actividades que realizaba y el mestizo, aunque frecuentemente perezoso y apático, también era a menudo trabajador y combativo -características estas últimas que lo habían llevado a ocupar cada vez más lugares importantes dentro de la sociedad- no significaba que ambos podrían realizar otro tipo de trabajos a corto plazo que exigieran una labor constante y regular. Por lo tanto, afirma que de lo que carecía Brasil para explotar sus inmensas riquezas naturales eran:
[...] trabajadores manuales, activos, capaces de realizar trabajo decidido e inteligente; ciudadanos libres, propietarios de un suelo que serán capaces de hacerlo producir; de hombres con iniciativa inquebrantable y de lucha perpetua, que generen usufructo y ahorro de la que dependerá la riqueza y los instrumentos nacionales".31
Por lo tanto, para Couty era necesario brindar a los inmigrantes tierras fértiles, pues ellos serían los únicos capaces, en ese momento, de hacerlas verdaderamente productivas. De tal suerte que los extranjeros, desde su perspectiva, no sólo serían los portadores del ahorro y el trabajo sino que, además, encarnarían a los pequeños propietarios capaces de transformar a Brasil en una nación civilizada, moderna y colocarlo en el camino hacia el progreso. Para Couty, ni el brasileño en general, y menos el negro en lo particular, podrían ser considerados trabajadores capaces de encauzar a Brasil hacia una sociedad civilizada.
Las ideas expresadas tanto por Tavares Bastos como por Couty deben ser comprendidas en el contexto internacional del momento. Época en la que se delineaban las características de lo que se denominaba una nación moderna; una, donde la blanquitud formaba parte de sus elementos, pues ella representaba al ser humano capitalista moderno. Como menciona Bolívar Echeverría: "La productividad del trabajo como síntoma de la santidad moderna y como 'manifestación' del 'destino' profundo de la afirmación nacional pasó a incluir, como acompañante indispensable, a la blancura 'racial' y 'cultural' de las masas trabajadoras".32
Las ideas de Couty impactaron a muchos inmigrantistas, quienes apoyándose en sus concepciones fundaron, un año después de la prematura muerte de Couty, la Sociedad Central de Inmigración (SCI), el 17 de noviembre de 1883, en Río de Janeiro. La Sociedad funcionó hasta 1891, y tuvo como principal objetivo atraer población que fortaleciera la pequeña propiedad y de esta forma "transformar a Brasil de un país latifundista-monocultor en uno con una sociedad con cultura múltiple y de pequeña propiedad".33
Tanto Tavares Bastos como Couty realizaron diversos planteamientos que buscaron favorecer la inmigración blanca europea o norteamericana con el propósito de encaminar a Brasil hacia el progreso. Entre sus legados y Edgar Roquette-Pinto, autor al que nos referiremos enseguida, se concretó la abolición de la esclavitud y, en algunos sectores, se reforzó la idea de la importancia no sólo de la inmigración blanca, sino de apuntalar acciones que permitieran blanquear al país de forma sostenida. Así se comprende la llegada de ideas como la eugenesia,34 que tuvo como principal representante a Renato Kehl.35 Sin embargo, también es necesario señalar que estas ideas florecieron en una coyuntura en la que, para un sector de la élite brasileña, se hacía necesario redefinir categorías de diferenciación, especialmente en una sociedad que le otorgaba gran importancia a la estratificación social. De ser así, no podrían concebir que los negros, una vez concretada la abolición de la esclavitud, accedieran en igualdad de circunstancias a la ciudadanía.
Edgar Roquette-Pinto: los problemas de Brasil no derivan ni del mestizaje ni de los negros
Edgar Roquette-Pinto36 señaló que los problemas de Brasil no emanaban ni de su mestizaje, ni de su población negra. En 1933 publicó su libro Ensaios de Anthropologia Brasiliana, donde a través de una serie de textos expresó lo que para él representaba la eugenesia. Apoyándose en Raymond Pearl, dejó en claro que para él la eugenesia tenía la finalidad de proteger a todos los hombres, fuesen blancos o negros. Lo importante era auxiliarlos a todos con el propósito de disminuir la mortalidad existente.37 Al citar el texto de Rudiger Bilden, Brazil, Laboratory of Civilization, negó categóricamente que la raíz de los problemas de Brasil fuese la raza o el mestizaje. Para él ninguno de los elementos poblacionales en el país presentaban degeneración antropológica, por el contrario, todos poseían las mejores características, si alguno padecía de deficiencias era por causa de la política sanitaria y la cuestión educativa. Por lo que respondió tajantemente a los pesimistas que veían el mestizaje brasileño como un problema, al que se le debía dar solución, ya por la inmigración o por la eugenesia negativa.38
Fue contrario a la idea sobre la inferioridad de los negros y mulatos, por lo que para refutar dicha premisa recurrió a un texto de Fritz Müller, quien aseveró:
Conviviendo con los negros y los mulatos desde 1852 [...] entre mis discípulos de este año, el mejor es un negro de pura sangre africana [el poeta Cruz y Souza]; comprende todo fácilmente y tiene tal ansia de aprender como nunca encontré, raro incluso entre nuestro clima frío. Ese negro, representa, para mí, una prueba más de mi vieja opinión contraria al punto de vista dominante, que ve, en el negro un ramo por todas partes inferior e incapaz de desarrollarse racionalmente por sus propias fuerzas; cuando apoyándose de esto se alega que en su hábitat no alcanzó ningún grado elevado de civilización, y por eso se debe clasificar como incapaz, se olvida que hace dos mil años podrían los Griegos y Romanos haber dicho lo mismo de nuestros antepasados.39
Para Roquette-Pinto era de suma importancia dar a conocer este tipo de comentarios, pues consideraba que los intelectuales brasileños rápidamente se sugestionaban con lo que otros pensaban sobre ellos. Esto no era exagerado, pues una parte de la intelectualidad brasileña percibía la producción científica europea como verdaderos ideales que debían ser alcanzados por los brasileños para llegar a constituirse en una nación civilizada.
La posición de Roquette-Pinto sobre la eugenesia es de resaltarse. En comunicación epistolar con Charles Davenport -eugenista norteamericano y defensor de la eugenesia negativa- Edgar señala que la supuesta inferioridad del negro no está relacionada con sus características biológicas, sino a razones sociales.40 Esta respuesta fue significativa, pues contrario a la mayoría, él planteó abiertamente que los negros enfrentaban problemas sociales para acceder a mejores oportunidades, y no que la supuesta debilidad del negro se debiera a sus características físicas.
Este último señalamiento es muy importante pues comienza a vislumbrarse un parteaguas respecto a la idea del ser brasileño. Ya no la prevalencia de un brasileño blanqueado, sino el reconocimiento, aunque incipiente, de que el mestizo formaba parte de esa identidad nacional.
Pero Roquette-Pinto va aún más lejos y cuestiona el ideal de la eugenesia negativa, la que tenía como meta la multiplicación de los mejores, inquiriendo "pero, ¿quiénes son los mejores?".41 A la pregunta apuntada, recurre a L.F. Clauss, quien en un texto de 1929, publicado en München y que aborda los diferentes tipos de razas y de pueblos, asegura que existen cinco tipos: el nórdico, el mediterráneo, el desértico, el asiático y el transcaucásico. De entre ellos, "sólo los rubios nórdicos son gente buena".42 Roquette-Pinto responde de un modo sarcástico a Clauss y a todos los que pensaban de esa forma con la siguiente historia:
León XIII apacigua a un penitente que, en el confesionario se acusaba de un orgullo desmedido, juzgándose el hombre más fuerte, más bello, más dotado del Universo: "Eso no es pecado, hijo mío. Es estupidez [...]."43
Como se puede advertir, Roquette-Pinto no sólo le restó importancia a los prejuicios construidos en contra de los negros y los mestizos, sino incluso se burló de quienes consideraban que existía un grupo dotado de grandes atributos. Señaló claramente que la eugenesia se encontraba: "exactamente, en el puente que unía a la biología, las cuestiones sociales, la política, la religión, la filosofía y... los prejuicios".44
También cuestionó el argumento sobre la necesidad de Brasil por importar brazos. Para él esto era inexacto. Antes bien, consideró que el problema no era la falta de mano de obra, como tanto argumentaron los inmigrantistas de finales del siglo XIX y principios del XX, sino de organización nacional. Esta última, íntimamente relacionada con la educación del pueblo, la nacionalización de la economía, así como la circulación de las ideas y de la riqueza.45 Por lo tanto, la falta de mano de obra era un mal aprovechamiento de la existente, lo que en realidad ocurría era un abandono de los elementos nacionales.
Para sustentar sus dichos, Roquette-Pinto presentó una serie de gráficas y datos antropométricos para refutar que el problema de Brasil fueran las razas. Y afirmó que "Negros, indios, mestizos o blancos, todos [gozaban] más o menos de las mismas consideraciones sociales que sólo dependen del grado de instrucción o de riqueza".46 A diferencia de lo que se planteó posteriormente para encubrir el racismo estructural en Brasil, respecto a que las oportunidades estaban sólo relacionadas con la aptitud y no con el color de la piel, Roquette-Pinto, sí dejó en claro que "no es menos cierto que negros y mulatos no encuentran la misma facilidad de vida, el mismo amparo social, que los blancos".47
De esta forma, volvió a expresar lo que muy pocos en su época y durante mucho tiempo no se atrevieron a señalar: la desigualdad de oportunidades que desde muy temprano se vislumbró entre los blancos, negros y mulatos. Así, termina rotundo su ensayo: "el hombre en Brasil, necesita ser educado y no substituido".48
Interesante resaltar la posición de Roquette-Pinto respecto a la cuestión de la migración. Dentro de sus ensayos, dedicó especial atención al Primer Congreso Brasileño de Eugenesia, donde fungió como presidente del encuentro. En aquella oportunidad se expresaron dos posiciones: los moderados y los radicales.
Mientras los moderados como Roquette-Pinto apoyaron la migración japonesa a Brasil, los radicales encabezados por Miguel Couto y Renato Kehl se opusieron a tal inmigración alegando la supuesta degeneración de la raza blanca.49 Contrario a las ideas del ala moderada, los radicales dirigieron una carta al presidente de la República, así como al Congreso Nacional en donde se leía que era necesaria una:
selección rigurosa de los elementos migratorios [pues era] esencial e insubstituible como medio de defensa de nuestra raza [por lo tanto, era necesario] que se tomaran en cuenta los atributos colectivos de las poblaciones de donde provenían las corrientes inmigratorias [aunque] el criterio selectivo más eficaz es el examen de las "condiciones individuales" de cada migrante [llamando la atención sobre] que la salud física del inmigrante y su robustez muscular no bastan [es necesario también] la apreciación de las cualidades mentales y morales en que se traducen los atributos profundos de su herencia y, por lo tanto, de su valor como elemento racial [además de excluir] a todos los migrantes con antecedentes criminales.50
Así, los eugenistas mostraban que el ideal del blanqueamiento de Brasil, a partir de un cierto tipo de migrantes, continuaba presente. Para ellos la migración debía ser selectiva. Entre sus partidarios estaba el médico Miguel Couto, quien fue presidente de la Academia Nacional de Medicina [1914-1923], así como autor de la Enmienda 21, la cual "prohibía la inmigración negra y restringía la entrada de inmigrantes nipones a una cuota de cinco por ciento anual sobre el total de japoneses residentes en el territorio nacional".51
Una vez más, se exhibió la gran diversidad de posiciones dentro de la intelectualidad brasileña en relación a los elementos y caminos por lo que se delinearía la identidad brasileña. Si para unos era indispensable el blanqueamiento y la homogeneización, para otros era importante defender a las poblaciones locales al tiempo de desdeñar los supuestos raciales. Esta última posición se dio en el momento en el que el nacionalismo en un nivel internacional surgió con gran fuerza. Elemento nacional que estaría corporificado en el mestizo como el gran eje edificador de la personalidad del brasileño.
Así, es evidente que el discurso racial y el nacional se entretejían constantemente, pero también se trasluce que estos intensos debates apuntaban para determinar quiénes serían los que, dentro de un sistema republicano, podrían ser considerados ciudadanos. De tal forma que el Brasil de la Primera República, no sólo fortaleció y edificó prejuicios en contra de los pobres y, en especial, de los negros, sino además defendió la idea de la jerarquización dentro de la sociedad, así como de la participación ciudadana de unos cuantos.
Por otro lado, comenzó a surgir una idea distinta a la del blanqueamiento para dar pauta a una nueva concepción de lo que se buscó proyectar como Brasil: el mestizaje no era degenerativo, por lo que el problema real del país no eran los negros ni el mestizaje, antes bien eran las causas sociales. De esta forma, este tipo de razonamiento comenzó a sentar las bases de un nuevo planteamiento sobre la conformación del ser brasileño.
Manoel Bomfim: los males de origen no están en la raza
Si Roquette-Pinto fue un intelectual que discordó sobre las ideas acerca de la degeneración de la raza a causa del mestizaje, igualmente importante fue la posición del sergipano Manoel Bomfim,52 quien tampoco estuvo a favor de tal argumento. Sin embargo, Bomfim analizó los problemas de Brasil desde una óptica distinta, enfocándose más en explicarlos desde un análisis histórico internacional, al observar la situación de América Latina en su conjunto. Para él, los problemas de Brasil, como de toda América Latina, tenían sus raíces en una serie de males heredados desde la colonización.
En su obra A América Latina. Males de origen [1905], señala que los países europeos mantenían un juicio desfavorable hacia los países de América del Sur, condenándola al atraso. Para él las reflexiones que desde Europa se hacían sobre América del Sur tenían como propósito desalentar a la dirigencia al alegar su falta de capacidad para organizar a los nacientes países y, en la primera oportunidad, reapropiarse de las inmensas riquezas del territorio. En todo caso, no era una cuestión de mestizos, ni de razas y sí una malintencionada idea de recolonización, la que no se había dado, en parte por la existencia de la Doctrina Monroe,53 aunque ésta no dejara de causarle cierta desconfianza.
Para Bomfim, la verdadera causa de los problemas de América del Sur y, en particular, de Brasil radicaba en el parasitismo heredado de la Metrópoli. Uno que se gestó desde la formación de los países de la Península ibérica, a los que después de casi once siglos de guerra constante y generalizada, produjo pueblos de educación guerrera y con una imposibilidad de habituarse al trabajo pacífico.54 Aunque también adquirieron el "gusto al lujo y riqueza fácilmente adquiridas, porque aprendieron con él a tener horror y repugnancia al trabajo normal, sedentario, verdaderamente productivo".55
Para Bomfim, concluida la reconquista, Portugal y España emprendieron un proceso de expansión que ya estaba impregnado de características de parasitismo depredador. Tanto el Estado, como la Iglesia y la nobleza, extraían sus lujos y ganancias de la Colonia sin ningún trabajo, adquirieron dicho hábito y lo incorporaron a la vida propia. Por lo que, para él, esto fue desastroso para las colonias, pues mientras los otros pueblos se industrializaban, los países de la Península y, en consecuencia, sus territorios de ultramar, cerraban los ojos al avance científico con el propósito de perpetuar el estatu quo.
De ese proceso, señala Bomfim, el colono no precisó desarrollar ninguna nueva forma de producción debido a que el esclavo hacía y generaba toda la riqueza. Además, las naciones ibéricas heredaron a sus colonias un régimen político y administrativo imperfecto e incompleto, dado que ellos tampoco habían completado su propia organización. Muestra de ello, fue que el Estado sólo alentaba el parasitismo al explotar cuanta riqueza existía en las colonias de manera directa o indirecta. Tal parasitismo también abarcaba los ámbitos sociales, morales e intelectuales, por lo que el perjuicio para las colonias se extendió a las instituciones sociales como la religión, la familia semipatriarcal que ya estaba viciada por la ociosidad y pervertida por la crueldad ejercida hacia los esclavos africanos.56 Así, para Bomfim, América del Sur nació desunida y llena de odio al interior de las sociedades.
Para él, dichos elementos parasitarios trascendieron en el tiempo y en los procesos históricos de nuestros países, dado que cuando éstos observaron que para la Metrópoli era insostenible continuar sometiendo a sus colonias, fueron ellos quienes tomaron la iniciativa de proclamar la independencia. Por lo que sentenció tajantemente que el principal objetivo que inspiró ese sentimiento de libertad no fue otro sino el de defender sus privilegios. Al ser así esto, Bonfil señala que esa élite estaba cargada de una fuerte animadversión al progreso que los hacía refractarios al mismo. De ahí que los vicios no desaparecieron, pues sólo en el papel, por ejemplo, se abolió la esclavitud, pero desde su perspectiva,
Nadie se detuvo a examinar el caso y procurar los medios eficaces de realizar la transformación en la producción. No veían que el trabajo libre [debía] ser inteligente y perfeccionado, y que era necesario, antes de nada, educar al trabajador, instruirlo, llevar al productor a mejorar sus procesos, medio único de compensar la baratera del trabajo esclavo que se perdía. [...] Se decretó la libertad [...] considerando la reforma como terminada; y si alguien todavía se ocupó del caso fue para pedir o proponer que se importaran brazos baratos [sic].57
Como es posible advertir, para Bomfim los males de América del Sur estaban relacionados con el conservadurismo heredado. Uno que impedía a los hombres ilustrados reflexionar sobre las verdaderas necesidades de las sociedades y generar nuevas ideas que se ajustaran a la realidad. En vez de esto, aquellos sólo reproducían las reflexiones producidas en el extranjero. Constituciones, decretos, leyes, todo hecho en un "copiar-pegar" sin una profunda reflexión sobre lo que ocurría en América del Sur.
Es de este alejamiento entre la sociedad y la intelectualidad que, para Bomfim, se alabó al trabajador extranjero en contraposición al nacional, el que fue señalado como ignorante, holgazán e incapaz para el trabajo. Para él, estaba fuera de la realidad alentar la migración dado que no podía brindárseles la estabilidad y libertad de las instituciones:
[...] en las condiciones actuales de las nacionalidades latinoamericanas, forzar la migración es casi una imprudencia. En ciertas condiciones es discordante para la armonía social la penetración violenta de poblaciones que, más allá de excesivas para la fuerza asimiladora, serán necesariamente refractarias a la asimilación y, de alguna suerte, incompatibles con las gentes naturales. Son más los males de esa colonización precipitada que las ventajas.58
Esta opinión de Bomfim fue un evidente quiebre con la gran mayoría de intelectuales que aún creían en los beneficios de la migración; en la necesidad de importar brazos europeos para blanquear a la sociedad brasileña y, en consecuencia, colocarla en la ruta hacia el progreso. Para él, el inmigrante no tendría el apego a la patria, pues sólo llegaría a buscar su propio beneficio y, en todo caso, para que aquel migrante realizara el viaje hacia Brasil debía encontrar mejores condiciones que en su lugar de residencia.
Su apuesta, de tal manera, era motivar e invertir en el trabajador nacional. Propuso educación en todos los niveles que permitiera formar un ciudadano completo, sabedor de sus derechos y obligaciones, corrigiendo los diferentes vicios a los que estaba sujeta la población nacional.
En relación a sus razonamientos sobre las razas, Bomfim subrayó antes que el propio Gilberto Freyre, la extraordinaria asimilación social de las sociedades ibéricas, al remarcar que los peninsulares eran diferentes al resto de los europeos, pues tanto lusitanos como españoles, lograban fundirse con diversas razas sin ningún problema.59 Es Bomfim quien caracterizó dichas sociedades con un:
[...] poder de asimilación [que] deriva de una gran plasticidad intelectual y de una sociabilidad desarrolladísimas, cualidades preciosas para el progreso, y merced de las cuales tales nacionalidades estarían hoy entre las primeras de Occidente, si no hubieran derivado hacia el parasitismo.60
Esta afirmación de Bomfim es trascendental, ya que rescata esta gran interrelación de los ibéricos con las otras "razas", característica heredada a América del Sur. Aunque no lo dice explícitamente, para él, el convivio entre las diferentes "razas" nunca fue un problema. El lector, entonces, puede interpretar que el acercamiento e incluso la disposición del brasileño para relacionarse con otros grupos, heredado de los peninsulares, permitió que en las colonias no se percibiera un rechazo al otro por prejuicios de color o de raza, en todo caso el desdén acontecía por razones de educación y de clase social. Lo que es interesante porque da a entender que dentro de las sociedades latinoamericanas, en general, y Brasil, en particular, hay una relación cordial entre blancos, negros e indígenas sin problemas de fenotipo; sin prejuicio racial.
Por ello, el trabajo de Bomfim es de un enorme valor, porque por un lado argumentó que los problemas de América del Sur debían analizarse a la luz de la historia y no de las teorías raciales. Por otro, era una invitación a sus contemporáneos para que éstos replantearan sus análisis desde ángulos nuevos e ideas propias.
A pesar de estas reflexiones, Bomfim no logró abstraerse del pensamiento racista en boga. Para él tanto negros como indígenas eran pueblos muy atrasados, aunque su rezago era positivo en la medida que, consideraba, estaban expuestos a la influencia de los sabios y, como resultado, existiría una imitación que llenara los espacios vacíos. Pensaba en ellos como grupos de gran maleabilidad, que podían fácilmente adaptarse a cualquier condición de vida y, a través del mestizaje, generar una influencia renovadora en los descendientes.61 Incluso pensaba que la esclavitud había reducido notablemente sus influencias salvajes, produciendo una "cierta afectividad pasiva, una dedicación débil, dulce e instintiva".62 Para él, era menester repensar esas actitudes a la luz de sus condiciones de miseria y opresión.
Si bien nuestro autor en cuestión no pudo abstraerse por completo de los supuestos racistas, es importante mencionar que para él las teorías raciales funcionaban para justificar la fuerza de unos para someter y arrancar el trabajo de otros, siendo el cristianismo la clave para dar continuidad a la inequidad, pues en su insistencia en que la justicia e igualdad sólo serían alcanzadas en el cielo, deformaron totalmente la idea de equidad en la Tierra. Incluso para apuntalar sus dichos, Bomfim considera que con la época de la Ilustración y la demanda de alcanzar la igualdad en esta vida, los dominadores recurrieron a otra serie de explicaciones para justificar tales desigualdades. Por lo que se construyó un argumento para indicar la imposibilidad de la igualdad debido a que:
como en todos los tiempos, los hombres no se presentaban en el mismo estado de desarrollo social y económico: había unos más adelantados que otros, unos ya decaídos, otros todavía en la infancia; y sin excitar, tradujeron esa desigualdad actual, y las condiciones históricas del momento, como la expresión del valor absoluto de las razas y de las gentes, [encontrando así] la prueba de su aptitud e ineptitud para el progreso.63
Esta explicación que ofrece Bomfim sobre las teorías raciales es un parteaguas. Para él, esas teorías sólo servían para justificar el poder de los dominadores sobre el dominado. Refiriéndose no sólo a las relaciones interpersonales, antes pensando en las relaciones entre naciones. La justificación idónea para continuar explotando las riquezas y el trabajo de unos sobre otros.
Su argumentación sobre las teorías raciales tuvo dos objetivos. Por un lado, señalar que las poblaciones de América del Sur estaban en una situación de atraso por falta de educación, que impedía el análisis de los problemas con una consecuente solución basada en las necesidades reales, además de los vicios heredados de la Colonia. Por otro, que todas las acusaciones imputadas a los mestizos no eran más que el reflejo de los vicios y educación heredada de la Metrópoli. La cura de América del Sur sería posible cuando se observaran las causas y no los síntomas.
Como es de imaginar, sus reflexiones no tuvieron una gran recepción en la época. Su lenguaje no concordaba con la mayoría de los intelectuales. Salvo con Alberto Torres64 que coincidía con él en que las teorías raciales no probaban la existencia de la degeneración de la raza en pueblos mestizos.65
Ambos científicos, junto con Roquette-Pinto, perfilaron las nuevas directrices por las que se encaminó el pensamiento de los siguientes intelectuales brasileños respecto a temas sensibles como la raza y el mestizaje.
Conclusiones
Las posturas analizadas a lo largo del presente texto, muestran una intelectualidad heterogénea en sus análisis y perspectivas sobre Brasil y su sociedad. Lo interesante de sus discursos es que surgen en un momento de coyuntura política, cuando en Brasil está agonizando la institución esclavista y viviendo sus últimos años la monarquía y por otro, naciendo a la vida republicana. Esta transición entre abolir la esclavitud y establecer las normas que definirán a los nuevos ciudadanos es lo que me interesa resaltar, pues de los cuatro autores, ninguno piensa en la figura del negro como un pilar importante para el devenir de esa nueva etapa política-económica en Brasil y, en consecuencia, tampoco como ciudadano.
Los dos primeros autores, Tavares y Couty, cimentaron sus "esperanzas" en que los inmigrantes salvarían a Brasil del atraso y lo encaminarían hacia la civilización y el progreso. Para Tavares el hombre blanco libre era más inteligente y podía desempeñar más y mejores tareas en comparación con el negro. Por su parte Couty, aunque observaba en el negro la capacidad de realizar múltiples actividades, al mismo tiempo creía que el negro era un trabajador inconstante y sin idea del ahorro. De tal manera que para ambos, el inmigrante representaba una mano de obra inmejorable. Al tiempo de considerar que la migración ayudaría en la desaparición de la figura del negro; una que además comenzaba a ser cargada por diferentes prejuicios, tales como la holgazanería. En este sentido, se comprende su inclinación en favor de la abolición gradual por razones económicas y no humanitarias. La fuerte influencia de las teorías raciales no les permitió pensar en la figura del negro como un elemento capaz de ser incorporado en la sociedad, y mucho menos de formar parte en la toma de decisiones. Era al inmigrante a quien debía dársele todo el apoyo -tierras, herramientas, financiamiento, etc.- y todo el respeto ya por sus creencias o por sus costumbres.
Los dos últimos autores, Roquette-Pinto y Bomfim, pensaron en el trabajador nacional o en el mestizo como importante, pero al que habría que proporcionarle diversas herramientas como la educación, con el propósito de que pudiera ayudar en el desarrollo del país. A pesar que podría pensarse que es con ellos donde la figura del negro pudiera ser redimida, la realidad es que tampoco es objeto de sus preocupaciones. El ascenso de la República en Brasil, no significó que la figura del negro fuera rescatada. Por el contrario, se acentuó una idea jerarquizada y estratificada. Se ocultó o relativizó, bajo el discurso del mestizo o el trabajador nacional, el racismo y el desdén en contra del negro.
De tal manera que en el discurso de los cuatro, a pesar del momento histórico diferenciado en el que escriben, se entreteje de una manera muy clara las ideas de raza y nación, atravesándolas, de una manera o de otra, el racismo estructural. Por lo que es posible advertir que, desde sus orígenes, los cimientos de la nación brasileña estuvieron permeados de racismo, exclusión y en la búsqueda por ocultar o negar la figura del negro, ya como un importante pilar de la sociedad o como un ciudadano capaz de integrarse, en su nueva condición a la República.