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Latinoamérica. Revista de estudios Latinoamericanos

On-line version ISSN 2448-6914Print version ISSN 1665-8574

Latinoamérica  n.48 Ciudad de México Jan. 2009

 

Identidad y cultura

 

La responsabilidad cultural de la universidad pública

 

Miguel Rojas Mix*

 

* Instituto de Arte Latinoamericano de la Universidad de Chile (mix@club-internet.fr).

 

Recibido: 5 de septiembre, 2008.
Aceptado: 14 de noviembre, 2008.

 

Resumen

Las nuevas circunstancias exigen nuevas ideas. La lógica de mercado del neoliberalismo se ha derrumbado con la crisis financiera. Una lógica que se impuso en la universidad a través del dogma que establecía como su función prioritaria formar para la "economía de conocimiento". El fracaso de la "mano invisible del mercado", pone en primer plano a la cultura, que debe dar respuesta a una renovada concepción de la educación superior. En primer lugar se debe separar la lógica de la cultura de la lógica del capital. La cultura orienta la educación en torno a los objetivos que son estratégicos para el continente más allá del puro mercado. Conduce a la integración por sus efectos en la ciudadanía, en la identidad continental y en la cohesión social. A su vez la crisis de "lo privado" revaloriza la educación pública, que se reconoce como soporte indispensable para el desarrollo de la cultura, cualquiera sea la forma que ésta tome.

Referida a América Latina la cultura debe enfocarse como un tronco común en que se sostiene la identidad con un ramaje de singularidades en que se diferencian los diversos grupos étnicos, sociales y nacionales. Es de los injertos en el tronco que se pasa de la multiculturalidad a la interculturalidad, donde se supera la confrontación entre lo semejante y lo distinto, la tolerancia se convierte en un método y el sincretismo en un horizonte. La responsabilidad cultural sólo la puede asumir la educación pública que forma para el espacio social común y no sólo para el lugar donde se negocian los intereses privados.

Plantear el papel público de la cultura y la responsabilidad que en ello le cabe a la universidad significa restablecer las memorias sociales, académicas y mediáticas, a menudo canceladas por una visión universitaria que se satisface en la economía del conocimiento.

La educación constituye una dimensión fundamental de la cultura. La cultura es la que constituye la fuente y la finalidad del desarrollo Y es preciso recordar que el desarrollo cultural y económico es un reto antes que una cuestión técnica. Es desde la cultura desde donde se piensa el futuro.

Palabras clave: Educación pública, América Latina, Integración, Identidad.

 

Abstract

The new circumstances demand new ideas. The logic of market of the neoliberalism has collapsed with the financial crisis. A logic that was imposed in the university through the dogma that settled down as their high–priority function to form for the "economy of knowledge." The failure of the invisible "hand of the market", puts in first place the culture that should give answer to a renovated conception of the higher education. In the first place it should be separated the logic of the culture from the logic of capital. The culture guides the education around the objectives that are strategic for the continent beyond the pure market. It drives to the integration for their effects in the citizenship, in the continental identity and in the social cohesion. In turn the crisis of "the privated" revalues the public education that is recognized as indispensable support for the development of the culture, whichever is the form that this takes.

Referred to Latin America the culture should be focused as a common trunk in which the identity is sustained with afoliage of singularities from which the ethnic, social and national diverse groups differ. It is of the implants in the trunk that one goes from the multiculturality to the interculturality, where the confrontation is surmounted between the similar thing and the different thing, the tolerance transforms into a method and the syncretism into an horizon. The cultural responsibility can only be assumed by the public education that forms for the common social space and not only for the places where the private interests are negotiated.

To outline the public paper of the culture and the responsibility that with it comes for the university, means to reestablish the social, academic and mediatic memoirs, often canceled by an university vision that is satisfied in the economy of the knowledge.

The education constitutes a fundamental dimension of the culture. The culture is the one that constitutes the source and the purpose of the development and it is necessary to remember that the cultural and economic development is a challenge before than a technical question. It is from the culture from where the future is thought.

Keyword: Public education, Latin America, Integration, Identity.

 

En un ensayo memorable James Joyce se refiere al valor de símbolo de Robinson Crusoe, que a lo largo de 27 años pasados en una isla desierta se convierte sucesivamente en arquitecto, carpintero, afilador, astrónomo, panadero, armador, ceramista, talabartero, campesino, sastre, fabricante de paraguas, clérigo. Crusoe es el arquetipo del homo oeconomicus. Se caracteriza por sus destrezas, no por su espíritu. Concluye Joyce: "Crusoe resume y encarna el espíritu anglosajón. Es el auténtico prototipo de colonialista inglés, así como Viernes es el símbolo del colonizado. Se caracteriza por su individualismo, la tenacidad, la inteligencia lenta pero eficiente, la apatía sexual, el sentido práctico, el tradicionalismo religioso". Y, añade Joyce un par de rasgos que podrían caracterizar la ética del mercado inspirada en Hobbes: "la crueldad inconsciente y la taciturnidad calculadora". Crueldad inconsciente podríamos traducirlo en esta época por falta de espíritu de solidaridad.

¿Por qué comenzar con Robinson Crusoe? Porque de acuerdo al modelo cultural que propone el neoliberalismo y la economía del mercado, urdido, como se sabe, sobre la tela que tramó la Escuela de Chicago, con Hayek y Friedman, Crusoe habría sido un buen empresario. Sólo que en la isla Juan Fernández (porque su historia ocurrió en Nuestra América) no había mercado.

Con este ejemplo, a guisa de metáfora, quiero aludir a los efectos culturales que implica hoy la adopción de este modelo, transmutado en neoliberalismo, globalizado, y aventado por el proceso de privatización de la Educación Superior. Un sistema que, para imponerse, exige soslayar la cultura y los valores regionales. He aquí una primera razón de la necesidad de fortalecer la responsabilidad cultural de la universidad pública, sólo ella está en condiciones de formar en otro modelo, de formar al intelectual con conciencia social, que es el que defiende y define identidades y precisa pertinencias, aquilatando la relevancia de hechos y conocimientos que convienen a la sostenibilidad del desarrollo.

Hace algunos años cuando me planteé las 7 preguntas a la Educación Superior, la séptima fue por la cultura. ¿Cómo recuperar la función cultural de la universidad? inquirí. No fue azaroso atribuirle el número siete. La situé allí, porque es un número pitagórico, cósmico y sagrado, de enorme simbología cultural. Incluso la universidad medieval organizó su ratio studiorum en siete disciplinas: trivio más cuadrivio.

Dije entonces —y cito en mosaico algunas afirmaciones de entonces—:"que es desde la cultura que la universidad realiza su ministerio for–mativo, que la educación superior es parte básica de la cultura y el progreso de los pueblos. Y que por función cultural de la universidad debía entenderse su responsabilidad de formar no sólo profesionales, sino intelectuales".1

Cuando hablamos de la función intelectual tenemos que recordar las dos referencias esenciales con las cuales se modeló el espíritu de nuestras universidades en el siglo XX: la Reforma de Córdoba y el pensamiento de Ortega y Gasset. Ambas señalaron como su misión fundamental la transmisión de cultura y la formación del intelectual. Crear —decía Ortega— al hombre culto, capaz de mandar a la altura de su tiempo.

Ya en el siglo XIX, en el marco de una geopolítica de bloques, se enfrentaron dos espíritus que bifurcaron considerablemente la cultura y su expresión literaria: el espíritu latino y el sajón. El primero alentó la latinidad, el segundo el imperialismo (palabra que acuñaron los ingleses para definir sus horizontes geopolíticos). Renan en Francia trató este tema. Inspirándose en los personajes de La Tempestad de Shakespeare habló en nombre de una latinidad elitista y señaló a Calibán como personificación de la Comuna. Rodó desarrolló el tema con palabras uruguayas. Criticando la nordomanía, advirtió que Ariel, genio del aire, espiritual, encarnaba la latinidad; Próspero, el sentido práctico y Calibán el Viernes de Crusoe. Esos espíritu se encarnaron en modos de pensar y prácticas de vida desiguales, y en concepciones de la cultura, del intelectual y de la universidad diferentes.

Pese a que Gran Bretaña tiene hoy una de las culturas intelectuales más ricas de Europa y que aparte de Estados Unidos ningún otro país posee tal cantidad de think tanks (centros de pensamiento), los pensadores británicos desechan el término intelectual. Característica de la cultura anglosajona es su antipatía por el pensamiento abstracto. Orwell calificaba el pensamiento de Sartre de "bolsa de aire". En realidad la palabra intelectual es un auténtico producto francés, data de 1898. Surgió con el caso Dreyfuss. Se extendió por España y América Latina con la generación del 98, con Ortega y la generación del 14 y con la del 27 —de Lorca y Neruda—, que fue más literaria que filosófica. El intelectual en sentido contemporáneo —el que mezcla deliberadamente literatura y política— se afirma en Francia, avant la lettre, desde comienzos del siglo XIX. Cuando declina el papel de la aristocracia, él toma el relevo en orientar a la sociedad. Si la razón de ser del intelectual es actuar sobre la opinión de su tiempo, ello implica asimismo mantener cierta distancia respecto a la sociedad en que uno vive. El término va tener desarrollo, planetario, a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. En Francia Camus y Sartre lo perfilan como chantre del compromiso social.

Fue con la presión social que la Educación Superior hinchó sus efectivos y con la presión intelectual que se inflama en Mayo del 68, proyectando a la universidad como plataforma de renovación: "prohibido prohibir".

La reacción no se hizo esperar. Un informe presentado a la Comisión Trilateral por Michel Croizier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki2 manifiesta la alarma por el papel que desempeñaban los intelectuales dentro del sistema democrático. Señalaba que un peligro mayor para la sociedad era la universidad abierta, y cuando decía peligro para la sociedad decía claramente para la sociedad capitalista. El régimen democrático es excesivamente permisivo —afirmaba— y hay que limitarlo. Su permisividad faculta, por una parte, que demasiada gente tenga acceso a una educación superior y, por otra, que en su seno se genere un intelectual "portador de valores", un intelectual contestatario. El informe sacaba la lección de "Mayo del 68", concluyendo que la universidad abierta generaba un intelectual "portador de valores", un intelectual con–flictivo y peligroso, pues tenía la mala costumbre de cuestionar el sistema. Proponía reemplazar al intelectual "portador de valores" por el "intelectual práctico". El adiestrado en una universidad puramente profesional, formado para integrarse eficazmente al sistema productivo, que no es reivindicativo de cuestiones sociales ni se inquieta con problemas filosóficos. Este cambio de intelectual significaba, por supuesto, modificar el proyecto de sociedad y de Estado. Terminar con el Estado de bienestar y sus valores, encarnados en una idea de universidad, cambiando los signos de prestigio y, por ende, el "modelo educativo".

El cambio se produce: las humanidades pasan a ser marginales y al intelectual académico lo reemplaza el intelectual best seller. La condición de intelectual comienza a ser degradada por la omnipotencia del mercado. En particular en la formación universitaria que se aleja de su figura para privilegiar al técnico. Con la implantación de modelos ajenos, el académico se define como scholar. Barbarismo que probablemente produzca una confusión semántica al traducir el vocablo inglés por intelectual y aplicarlo a quien no es más —ni menos— que catedrático universitario.

A partir de finales del siglo XIX son los medios de comunicación los que van a distinguir entre baja y alta intelectualidad. Los medios de imagen son aún más eficaces para simplificar este distingo que los impresos. Hasta el siglo XIX, la línea trazada entre el arte popular y la alta cultura era la misma que separaba la plebe de la aristocracia. La alta cultura se dirigía exclusivamente a la cognición, a esa minoría informada que Stendhal definió como "nosotros los pocos afortunados", mientras que el arte popular se dirigía a la "incultura". Actualmente no parecen existir diferencias entre la llamada "alta cultura" —clásica y trascendente— y la "cultura de lo efímero" (como se advierte en las últimas grandes Ferias de Arte). La noción de cultura se ha abierto sustancialmente al incorporar la cultura popular, la industria cultural de masas, la cultura mediática y los nuevos territorios de la cultura: interculturalidad, cultura ecológica, cultura de la ciencia, cultura de paz. Sin olvidar a la cultura visual, que constituye una verdadera revolución epistemológica en la transmisión y valoración del conocimiento, ni a la filosofía de la cultura, que la estudia como universo simbólico, signo de identidad, estructura de valores y productora de sentido. Es preciso renovar el concepto de cultura. El viejo concepto se basa en la continuidad y en la tradición; el ideal contemporáneo en la variedad y el sincretismo. La universidad maneja un aparato cultural limitado por la tradición, como era limitado en la universidad medieval el trívium y el cuadrivium.

Son numerosos los autores que hablan de la emergencia de la cultura popular en estos últimos años.3 En general las élites intelectuales han reaccionado descalificando el ascenso de las nuevas manifestaciones culturales, sin aportar valores propios. Frente a ellos la cultura de masas desarrolla continuamente nuevas propuestas creativas, propuestas que reflejan el fondo cultural en el que se desenvuelven nuestras vidas, más allá de nuestros intereses particulares. El elemento que ha amalgamado internamente a la sociedad nacional, además de un puñado de héroes, ha sido la cultura popular, con una serie común de imágenes e ideas y posibilidades de esparcimiento que están presentes en el imaginario público nacional. La sociedad queda amalgamada mediante los medios de comunicación de masas. La cultura popular es la que más se asocia al locus histórico, por eso ella es la que construye la familiaridad, componente básico del conocimiento. El imaginario popular se fragua en un totum revolutum de eventos y personajes —propios y globalizados: Bolívar, Maradona, Maracaná, la cueca y el tango, los Beatles, el pato Donald y Mafalda. Como en el tango Cambalache se ve llorar la Biblia junto a un calefón.

Más adecuado que hablar de masificación cultural resulta hablar de democratización cultural. La masificación no es sino un efecto de la democratización. Incluso la emergencia del Estado de bienestar está estrechamente ligada al desarrollo de la cultura popular. La mayoría de los escritos elitistas (como los de Adorno) en contra de la cultura popular u opuestos a la industria cultural, consciente o inconscientemente, apuntaban a prolongar el carácter clasista de la cultura tradicional. Uno de los signos distintivos de la sociedad de masas es que la juventud se ha convertido en uno de los principales consumidores de la cultura producto de los medios de comunicación de masas. Una extraordinaria cantidad de música popular, de películas, de literatura periódica y de diversos géneros de danza, se produce especialmente para la juventud. Lo que es un fenómeno sin precedentes en la historia. Ése es uno de los puntos centrales de la revolución cultural que estamos viviendo. En América Latina la democratización de la literatura comenzó con Cien años de soledad. La venta de millones de ejemplares evidenció la inconsistencia de diferenciar entre escritura culterana y popular. Democratizó incluso el sentido de lo culto. De ahí la trascendencia de Gabriel García Márquez.

La lógica del mercado modifica sustancialmente los valores desarrollados por la Reforma de Córdoba. Incluso uno de sus reivindicados fundamentales: la enseñanza pública, universal y gratuita es puesta en entredicho en nombre de un valor de mercado al que no le interesa el principio de igualdad de oportunidades. Implementar otra cultura, instituir una alternativa frente al mercado, basada en el estímulo a la creación regional, es tarea que deben estimular las universidades. Estoy convencido, por lo demás, de que es preciso reforzar la intervención del Estado en la cultura, no para censurarla ni manipularla, sino para incentivar la creatividad más allá de los puros intereses de la compraventa, y sobre todo para generar valor. La universidad debe recuperar la iniciativa cultural. No puede olvidar que su función última es conservar el conocimiento, pero también crearlo. Y crearlo a la altura de los tiempos. Además de la cultura, que es el acervo de obras maravillosas que posee la Humanidad, entendamos cultura como el sistema de ideas vivas que corresponden al tiempo y al entorno en que vivimos.4 El hombre vive siempre desde ideas determinadas que le indican lo que es el mundo, quién es su prójimo, le advierten de las jerarquías sociales y le inculcan valores. La universidad debe formar al hombre culto para que sea innovador. El innovador es alguien que rompe la ceguera antes que los otros, que visualiza posibilidades antes de que se realicen.

En el imperio del marketing la lógica de la cultura y la lógica del capital son indisociables. El primer objetivo de un texto, de una obra de arte es su venta. Poco antes de morir, cargado ya con 90 años, el gran artista chileno, Roberto Matta —le llamaban el último surrealista pero él se decía "realista del sur"—, lamentaba que las "ganas del mercado" hubiesen reducido el arte a simple decoración: "Ya nadie quiere jugar ni investigar, se ha perdido la intensidad de la emoción, el arte es sólo una triste bolsa de comercio".

Ahora bien, el producto cultural no es una mercancía. Aunque puede funcionar como tal, no agota sus razones en el mercado. No es un florero ni son garbanzos. Que la cultura en la sociedad digital deja de ser florero, lo demuestran claramente las cifras. Con la ampliación de la educación popular y con el surgimiento de las nuevas tecnologías, se ha abierto un enorme mercado para la cultura. La Comisión Europea la considera uno de los pilares de la Agenda de Lisboa, junto con el económico, el social y el ambiental para convertir a la Europa de 2010 en la zona más competitiva del mundo. Considerando el sector creativo exclusivamente desde la perspectiva del mercado, señala que representa entre el 3% y el 6% del PIB (en Estados Unidos más del 6%). La cultura en Europa facturó más de 654 000 millones de euros en 2003 muy por encima de la industria automovilística (271 000 millones) y de las nuevas tecnologías (TIC) 541 000 millones). En el sector trabajaron cerca de 6 millones de personas en 2004, el 3.1% de la población activa de la Unión Europea (UE).5 Observando las cifras podemos comprobar que la cultura en el siglo XXI ha dejado de ser un gasto público. En ese sentido estamos atrasadísimos en América Latina, por que la seguimos concibiendo como una pura carga económica. En numerosas universidades de Europa y Estados Unidos se investigan políticas e industrias culturales, economía del patrimonio, turismo artístico, y se hacen estudios de atracción de público en actividades culturales. El mundo de la cultura está relacionado con la sociedad tecnológica y el mayor tiempo dedicado al ocio y con la creatividad. En la currícula del futuro, la universidad debe dar un claro impulso a estos estudios.

Por otra parte la cultura es un factor clave para los objetivos estratégicos de la integración por sus efectos en la ciudadanía, en la identidad continental y en la cohesión social. Es preciso definir el ámbito de la cultura: establecer criterios de referencia, objetivos latinoamericanos, hasta conseguir una acción cultural de integración continental.

La responsabilidad de la educación pública radica en que la educación es un soporte indispensable para el desarrollo de la cultura, cualquiera sea la forma que ésta tome. Referida a América Latina la cultura debe enfocarse como un tronco común en que se sostiene la identidad con un ramaje de singularidades en que se diferencian los diversos grupos étnicos, sociales y nacionales. Es de los injertos en el tronco que se pasa de la multiculturalidad a la interculturalidad, donde se supera la confrontación entre lo semejante y lo distinto, la tolerancia se convierte en un método y el sincretismo en un horizonte.

En América Latina no sólo debemos conservar el patrimonio cultural monumental que dejaron las culturas precolombinas, aquél que montó el barroco colonial y el que ha agregado la modernidad vanguardista; es preciso además preservar el patrimonio intangible. Ése es el sentido de la interculturalidad. El patrimonio intangible está constituido por saberes, hábitos comunitarios, herencias artísticas y técnica que pasan de padre a hijos y nietos a través del hilo invisible de la tradición oral. Son ríos profundos como diría Arguedas en los que bebe una cultura. De estos saberes, que comprenden una asombrosa diversidad, son depositarios muchos de los pueblos originarios de Nuestra América. Son saberes, por lo demás, que cada vez se reconocen como más compatibles con la modernidad, precisamente en el marco de lo que llamamos desarrollo sustentable. Es un patrimonio que debe ser particularmente protegido, porque si todo patrimonio cultural es frágil, éste lo es en mayor medida. Desde luego porque ha sido depreciado por definiciones demasiado estrechas de una cultura única, que privilegiaba a la élite, a lo escrito y a la bella Europa. El enjundioso diccionario francés Lexis: sigue definiendo lo exótico: "como aquello que parece raro y curioso a los europeos". Piénsese sólo en los criterios estéticos que dominaron hasta el siglo XX, donde el arte de estos pueblos era considerado burda artesanía, a lo más artefactos pintorescos y guardados en museos antropológicos, sin permitírsele la entrada en los museos de arte. El patrimonio cultural inmaterial puede ser ancestral, pero no es inerte y hoy se comprueba que es capaz de aportar respuestas específicas a graves problemas contemporáneos, en especial en el campo de protección de la biodiversidad y en medicina. En ese sentido la universidad tiene que hacerse cargo de este patrimonio cultural. Si no ¿quién va a cumplir con la Convención de la Salvaguardia del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad?

La responsabilidad cultural sólo la puede asumir la educación pública que forma para el espacio social común y no sólo para el lugar donde se negocian los intereses privados.

La cultura identitaria para seguir siendo viva tiene que mantener sus propias tradiciones y su esencial coherencia interna (tanto intelectual como ética). En el marco continental debe ser un proceso integrador, intercultural, que implique la expansión desde los centros hacia los aledaños y que recoja e integre la creatividad de la periferia. En última instancia la interculturalidad debe borrar el concepto de periferia. El proceso de mundialización, su continua renovación y sostenida expansión exige que se mantengan las tradiciones, sin perjuicio que sean renovadas y revisadas, incluso parcialmente rechazadas desde la perspectiva del proyecto de futuro, de la utopía concreta: que es la sociedad que no existe pero que se desea crear. En ese sentido es importante recuperar el carácter de integrador cognitivo de la cultura. La fragmentación del saber, la excesiva especialización, ha disminuido la coherencia de la comunidad intelectual que comprende creadores, divulgadores y consumidores.

Frente a la cultura se reconocen dos posiciones aparentemente irreconciliables: el elitismo que la entiende como patrimonio que debe conservarse per se, que es una visión en pretérito de la cultura y se aleja de la creación, mientras ésta no se transforme en patrimonio; y el populismo que invoca la necesidad de democratizarla y extenderla, visión en progresión de la cultura, en gerundio, que se reactualiza permanentemente con la creación. En su forma activa el populismo y las políticas de izquierda están estrechamente asociadas a la cultura de masas. Una concepción contra la que han arremetido muchos críticos especialmente en el fragor de la revolución neoconservadora.6 Los argumentos de esta crítica pueden variar pero el fondo, desde el punto de vista ideológico, es el mismo: defensa del gusto elitista frente al sabor popular, de la libertad contra los abusos del igualitarismo, de la tradición frente a la transformación calificada de "demagógica", de la iniciativa privada frente a la intervención del Estado. Idéntica posición toma Vargas Llosa —tan brillante en la ficción, tan arbitrario en el comentario político—. En un desenfrenado ataque en contra del respaldo público a la cultura, escribe que toda ayuda debe venir de la sociedad civil. "El Estado no premia el talento sino la sumisión"[.]. Acotando una frase que no recuerda muy bien de quién, pero que calza con su pensamiento, cita: "El Estado impone un precio que tiene efectos perniciosos para la cultura y la salud cívica y moral". Cultura adormidera la llama, utilizando una expresión que acuñó César Moro en una polémica con Vicente Huidobro. Como el opio, el subsidio oficial haría desfallecer la acción creadora. Y, ¿cómo llamaría el señor Vargas a lo contrario? Dejar que sea el mercado y una élite conservadora, presumida y bien pagada, a través del libre intercambio de bienes, los que permitan la supervivencia y determinen la orientación de las artes y la literatura. En particular en países de escandalosas desigualdades como los nuestros. Que le parecería "cultura fatua": la de los que creen que sólo es cultura lo que aprecian o lo que individualiza su talento, sin percatarse que el mercado los transforma en productos.

La implosión mundial de la ideología del mercado, el pensamiento único y la afirmación del fin de la historia. Ideas todas de confección, cortadas por el neoliberalismo: prêt–à–porter como dicen los franceses; en este caso prêt–à–penser–, han "coincidido" —por decir lo menos— con un periodo de indigencia cultural. El naufragio de estos modelos y de la ideología de la posmodernidad ha hecho que la cultura vuelva a asumir su función ideológica convirtiéndose en el soporte principal de las convicciones colectivas. La cultura es nuclear como argamasa en la construcción de la identidad, como factor de integración.

La cultura debe asimismo enfrentarse a algunos de los grandes desafíos que nos trae el siglo XXI: control mediático de la sociedad, burocratización de los saberes académicos, trivialización comercial de las imágenes artísticas, literarias e históricas...

La cultura es la base de la reflexión. Reflexión que se transforma en teoría crítica allí donde los saberes institucionalmente alineados se hacen resistentes a la verdad y a la humanidad. Esta reflexión hace al intelectual. En América Latina, en particular, en la crítica rastreadora de una alternativa a la razón colonial y al totalitarismo, como hicieron Simón Rodríguez, Bilbao, Mariátegui, el Movimiento antropofágico y tantos líderes innovadores, entre los cuales, no pocos, pagaron con sus vidas el haber transformado la teoría crítica en acción revolucionaria.

La globalización quiere poner todos los relojes a la misma hora. La gran cuestión es cómo analizar la cultura en este marco, dado que sabemos que no podemos eludir la globalización. Hay que distinguir entre medios y fines; universalismo de los medios y pluralismo de los fines. La civilización material y formal es universalizable. En cambio no puede haber una sola civilización cultural de alcance planetario. Cada pueblo y cada grupo forman un mundo aparte con derecho a la diferencia y a la disidencia. Pero hay que tener en cuenta, cada vez es más frecuente la interacción entre culturas diversas.

Plantear el papel público de la cultura y la responsabilidad que en ello le cabe a la universidad significa restablecer las memorias sociales, académicas y mediáticas, a menudo canceladas por una visión universitaria neoliberal que se satisface en la economía del conocimiento y que nos propone una cultura que tiene por símbolo el becerro de oro.

Las creaciones culturales construyen y realzan la identidad de un país: el arte, la literatura, el cine.. Homero dio certificado de nacimiento a la cultura griega. Cuando se organizan las naciones necesitan darse a conocer y afirmar su identidad en la creación cultural. A comienzos del siglo XIX en Europa se crearon museos y organizaron grandes exposiciones que daban carta de ciudadanía a nuevas naciones o a nuevas repúblicas. Se establecían afirmando sus orígenes culturales: exposiciones de pintores flamencos celebrando el nacimiento de Bélgica, de pintura francesa campaneando la Revolución, de pintura catalana afirmando su regionalismo. En Alemania fue fundado el Germanische Museum de Nüremberg. Para América la conciencia de la descolonización implicó recuperar el pasado sometido por la conquista, integrándolo en el nuevo cuadro nacional; así como la salida del oscurantismo dictatorial fue reforzada por el retoñar de la cultura: México se afirmó sobre las tradiciones precortesianas, el mundo andino sobre el Cuzco. La Pachamama agregó el conocimiento y el simbolismo telúrico al saber intercultural. Argentina recobró su imagen de nación de cultura después de décadas de oscurantismo y de brutal neoliberalismo gracias al cine.7

La concepción de la universidad que se ha impuesto en Europa en la estela del Tratado de Lisboa representa una grave amenaza para la cultura. La idea de rentabilizar la universidad suprimiendo o jibarizando (haciendo concentrados ni siquiera claramente temáticos), las asignaturas que no conduzcan al mercado o cuya admisión anual esté por debajo de un número cabal de estudiantes, implica un grave atentado contra la cultura. Las disciplinas amenazadas son particularmente las humanistas: filosofía, historia, historia del arte, estudios culturales, en los que se incluyen la cultura de paz, los derechos humanos etc. Es decir aquéllas que forman humanamente y dan las bases del pensamiento crítico. Puede que la cultura de paz no sea rentable para el mercado, pero es la más rentable que existe para la conservación de la humanidad.

Necesitamos un nuevo humanismo a la altura de nuestro tiempo. Un humanismo que se haga cargo de algo en que los antiguos no pensaron. No todo es pensable en cualquier época. Aristóteles no pudo pensar en la explosión demográfica, la destrucción de la biodiversidad y de los recursos del planeta, los nuevos métodos de control de la natalidad y de la muerte, los riegos de ingeniería genética, el peligro de la globalización de los mercados, la crisis del Estado nacional como marco de la vida política, la difusión de la información planetaria basada en la difusión instantánea, las nuevas formas de distribución del conocimiento ni la obsolescencia de la educación clásica. La universidad intercultural tiene y debe pensarlo. Ni siquiera la cultura nacional tiene la misma significación en todos los periodos. Desde el momento que descubrimos que existen las culturas y las civilizaciones en plural, y no sólo la cultura en singular, ponemos fin a un monopolio cultural. Aristóteles pensaba que el hombre era la medida de todas las cosas. Idea que se arrastra en las concepciones neoliberales. Hoy debemos conceptualizar una nueva antropología filosófica, ya que comprobamos que el protagonismo planetario es compartido con otros actores indispensables para su supervivencia.

He dicho en otra ocasión que uno de los borrones de la universidad es que enseña más a citar que a pensar. La cultura debe formarnos en el pensar. Pensar es difícil y poca gente piensa, en cambio todo el mundo tiene opiniones. Para tener opiniones no es necesario pensar. Tener opiniones sin pensar es grave porque conduce al pensamiento oscuro.

Pero hay más. Todo esfuerzo de desarrollo que no se apoye en el potencial creador que ofrece la cultura, se arriesga no sólo al fracaso, sino también a perjudicar la diversidad y su dinamismo intercultural, que se alimenta del intercambio y el diálogo. Los mismos economistas señalan que la promoción inteligente de la creatividad contribuye al desarrollo económico; en cambio el descuido de las industrias creativas provoca desaprovechamiento de recursos.

Acabamos de acordar en Cartagena la elaboración de una hoja de ruta para la integración académica latinoamericana. Es una tarea que no puede hacer antesala. En América Latina el proceso de integración académica exige no sólo uniformar la instrumentalización de las instancias docentes, sino la elaboración de un nuevo pacto: el contrato cultural. Un nuevo contrato cultural es indispensable en un mundo que reconoce su interculturalidad; porque lo que está enjuego es la naturaleza de los vínculos. Nuevos vínculos que están en vías de precisarse particularmente en el espacio andino, entre lo global, lo continental, lo nacional y lo regional.

El nuevo contrato cultural implica asimismo una nueva ética. La Declaración Universal de la UNESCO sobre Diversidad Cultural (2001) así lo afirma. Reposa en 4 grandes soportes ideológicos: la reivindicación del pluralismo cultural, el respeto a los derechos humanos, la promoción de la creación y la creatividad y la solidaridad internacional. Estos principios son los componentes de una nueva ética capaz de establecer una paz duradera y un desarrollo sostenible. Principios que adquirieron forma de Convención Internacional en 2005.

Por otra parte, y desde el punto de vista del método, de la investigación y docencia, no hay que olvidar que la "aproximación cultural" es un aspecto esencial para abordar los distintos terrenos filosóficos y políticos. Sólo se pueden comprender los fenómenos sociales en su contexto. La historia precisa el punto de vista de época y rediseña los valores. El tema de la igualdad, por ejemplo, fue simbolizado en el siglo XIX por el sufragio universal, en el siglo XX y XXI por la igualdad de oportunidades. ¿Qué políticas culturales requiere un país o una comunidad continental? Se trata de pensar la forma en que se reproduce la vida cultural en nuestros países y las tareas que deberían articular las políticas públicas en la materia.

Recapitulando, tal vez se puede pensar en los siguientes puntos. Nuestros países precisan:

1. Una cultura pertinente y sustentable, vinculada a las diversas dimensiones que abarca la cultura: la globalizada, la continental, la nacional y la regional. Una cultura que mantenga las tradiciones, una cultura universal que se redefina y amplié su horizonte incorporando los olvidos del pasado, e integrando en su sistema de valores los amplios campos culturales que un concepto eurocéntrico dejó fuera de los conceptos de arte, saber y pensar, ensimismada y ciega a los valores del otro. Habermas señala en La constelación postnacional8 que la globalización obliga a los estados nacionales a abrirse a la diversidad de formas de la vida cultural que le son ajenas y desconocidas.

2. Éste es un proceso fundamental para lograr la alianza de civilizaciones. Respecto a la pertinencia no podemos permitir que decida el mercado en vez de la cultura. Es dejar que el mundo se convierta en un mercado.

3. Una cultura democrática. La cultura está también estrechamente vinculada al principio de igualdad de oportunidades y a la defensa de la diversidad cultural. Lo que implica un nuevo pacto cultural y la extensión del concepto de cultura a la cultura popular, a la cultura de masas y en particular a la interculturalidad. Hay que recordar que se reivindica la diversidad cultural, basada en el principio de igualdad de todas las culturas, como factor de pluralismo, democracia, cohesión social, empleo y crecimiento sostenible, de defensa de identidades sociales e individuales y diálogo intercultural. La interculturalidad es además un freno para la estandarización actual. Lo que implica asimismo nuevos derechos. Frente a las incertidumbres del siglo XXI los ciudadanos exigen nuevos derechos: el derecho a la paz, a la ciudad, a la protección de la naturaleza, a la protección de la infancia y de la vejez, a la información. La cultura en las sociedades democráticas, abiertas y plurales, suponen la suma de la memoria más el presente. Lo que se considera propio, acrecentado por lo extraño y engrandecido por la innovación de futuro cuando se apunta a lo novedoso. Las políticas culturales sólo pueden dar el marco cultural y abrirlo a la sociedad toda. El desarrollo de los diversos caminos por los cuales puede encauzarse la cultura, en particular la creatividad, forma ya parte de la dedicación, talentos y destrezas de cada individuo. La formación nunca puede ser determinismo.

4. Una política de integración social. La mejor respuesta a la exclusión social es la inclusión cultural. Abre espacios de integración estableciendo la ciudadanía de la cultura. En América Latina la gran apuesta es la gestión política de la interculturalidad. De aquí la importancia de desarrollar una política cultural y la necesidad de que la Universidad la asuma como compromiso.

5. Una política de extensión cultural que se dirija a toda la comunidad, vinculada a la formación permanente y al desarrollo de las universidades populares destinadas a un público no universitario en vías al aprendizaje o al perfeccionamiento de saberes y técnicas

6. Una política educacional que refuerce en todas las instancias de la educación la formación cultural. Porque es desde ella que se construye la conciencia crítica. Es alarmante la política de rentabilidad que propone la llamada economía del conocimiento que lleva a hacer tabla rasa con todas las disciplinas universitarias formadoras culturalmente.

7. Una política que reconozca la participación de los diversos protagonistas sociales. En todos los países la organización y transmisión de la cultura tiene cuatro protagonistas, con distintos niveles de participación: El Estado, los medios de comunicación, las instituciones académicas y determinados grupos de la sociedad civil. En América Latina el único que puede lograr una política cultural persuasiva es el Estado, entendiendo a la universidad pública como parte de él.

8. Una política que tenga el futuro como meta.

9. Una política de financiamiento que permita lograr estos objetivos.

Estos puntos no son más que bocetos, ideas en borrador y limitadas. Hasta aquí llega mi reflexión, que quiero poner en la mesa del diálogo para que ustedes la amplíen, la critiquen, la absuelvan o la condenen y para que entre todos encontremos una ruta común que fije el norte cultural de nuestras universidades.

La educación constituye una dimensión fundamental de la cultura. Y es preciso recordar que el desarrollo cultural y económico es un reto antes que una cuestión técnica. Escribía Pérez de Cuéllar, al comenzar la década de los noventa, ex secretario general de la onu y entonces presidente de la Comisión Mundial de la Cultura y el Desarrollo de la UNESCO: "La cultura es la que constituye la fuente y la finalidad del desarrollo, la que le da su impulso, calidad, sentido y duración, la que le da un semblante a las promesas de futuro". Me he repetido muchas veces afirmando que la Universidad tiene la responsabilidad de prever el futuro. En un bar de barrio bravo, en Chile, Los Tres mosqueteros, que tenía por lema en sus muros: "No son muertos los que yacen en la tumba fría, pero sí lo son los que viven y no beben todavía", me encontré con un borrachín–filósofo. Ambos seguíamos el lema al pie de la letra. Entre copa y copa, hablando de la vida, en una frase me enseñó a pensar el futuro. Me dijo: "El futuro no es ya lo que había sido". Me recordó a Ortega que comentaba que "lo malo de la vida humana es haber nacido ya". En realidad siempre llegamos tarde al futuro, por eso tenemos la responsabilidad de pensarlo para las generaciones que nos siguen y que están en condiciones de alcanzarlo a tiempo.

Como decía Schopenhauer respecto a la música: "la cultura es el mundo una vez más".

 

NOTAS

1 Miguel Rojas Mix, Siete preguntas a la Educación Superior del siglo XXI, Universidad de Rosario y Universidad de Santiago, 2007. De ahora en adelante, los entrecomillados sin referencia remiten a este libro.         [ Links ]

2 The Crise of Democracy, Nueva York, University Press, 1975.         [ Links ]

3 Cfr. José Luis Pardo, Esto no es música. Introducción al malestar de la cultura de masas, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2007.         [ Links ]

4 Profusas son las definiciones que indagan en el concepto de cultura. Los antropólogos entienden por ella todo lo que somos capaces de saber y hacer que no forma parte del patrimonio genético. Particularmente la asocio a identidad, al modo de La Declaración Final de la Conferencia Mundial de la UNESCO sobre políticas culturales, celebrada en México durante julio y agosto de 1982: "Cada cultura representa un conjunto de valores únicos e irreemplazables, ya que las expresiones y formas de expresión de cada pueblo constituyen su manera más lograda de estar en el mundo".

5 La economía de la cultura en Europa, estudio de la consultora Kea European Affaire. En www.keanet.eu.         [ Links ]

6 Cfr. Leo Blum, El cierre de la mente moderna, México, Plaza y Janés, 1989.         [ Links ]

7 Iluminados por el fuego, de Tristan Bauer, sobre la guerra de las Malvinas, gana el premio especial de San Sebastián en el 2005 y películas como El Aura de Bielinsky, Tiempos de Valiente de Szifron —por mencionar sólo éstas— tuvieron un sonado éxito en el encuentro de cine hispano–argentino, Argencine, de Madrid en 2005.         [ Links ]

8 Die postnationale Konstellation. Politische Essays (1998).         [ Links ]

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