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Latinoamérica. Revista de estudios Latinoamericanos

On-line version ISSN 2448-6914Print version ISSN 1665-8574

Latinoamérica  n.41 Ciudad de México Jul./Dec. 2005

 

Reseñas

Carlos Huamán, Pachachaka. Puente sobre el mundo. Narrativa, memoria y símbolo en la obra de José María Arguedas, México, El Colegio de México, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios/UNAM-CCyDEL, 2004 (Serie Lenguajes y Tradiciones, 3).

María Rosa Palazón Mayoral* 

* IIF-UNAM, México

Huamán, Carlos. Pachachaka. Puente sobre el mundo. Narrativa, memoria y símbolo en la obra de José María Arguedas. México: El Colegio de México, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, UNAM-CCyDEL, 2004. Serie Lenguajes y Tradiciones, 3,


La pregunta es ¿qué no analiza, con vocación detectivesca, Carlos Huamán en la narrativa del antropólogo, etnólogo, folclorista y escritor José María Arguedas, incluyendo las huellas de su vida y las circunstancias en que escribió? Cantos y danzas que giran con son de arpa, de campana, de caracol, de cuerno de toro y de punkuyllu o quena gigante; analiza la flora, sin que falten la hoja de coca y los árboles sagrados, que conectan el cielo y la Tierra, como lo hace el trompo de un niño solitario, y analiza la fauna: mariposas, grillos y moscardones; los perros, amigos que acompañan en el viaje al Meta-mundo; los cernícalos, flamencos, picaflores, loros, el gavilán, la pariwana, el cóndor, el pukupuku, enviado por Apu, dios-cerro, rey de los cielos, y el gorrión de cantos premonitorios anunciando que la vida toca su fin, que su hilo ha sido cortado. Habla de los volcanes; mitos que pasan de la oralidad a la escritura, propios de los pueblos originarios del actual Perú, relatos ancestrales pletóricos de símbolos que adornan y caracterizan a los personajes y las tramas, y funcionan como “ventanas de luz” (Huamán, p. 301). Nada escapa a Huamán, ojo de águila. La investigación de Carlos Huamán no termina con las conclusiones, o lugar de descanso tras un extenso y minucioso análisis, sino que añade: su entrevista con Martín Lienhard, estudioso también de la producción arguediana, un glosario de vocablos quechuas y peruanismos de un autor, Arguedas, que se atrevió a inventar personajes que se expresan según su procedencia y grupo de adscripción, y Carlos Huamán finaliza con la bibliografía, parte consabida de un buen ensayo.

Si tantos elementos del Perú fueron contemplados por José María Arguedas, Huamán no se queda atrás: conoce el asunto, lo explora y detecta sus variaciones, por ejemplo en los cantos, que les imprime Arguedas, escritor apasionante. En los dos casos, los textos de Arguedas y Huamán fluyen entre el quechua y el español peruano, ambos en su forma dialectal y hasta idiolectos. Operan como una orquesta, una polifonía, una música que viene de muy lejos y muy cerca.

Huamán repasa la existencia de un escritor que se iba y se estaba yendo. Titulando los capítulos en las lenguas mencionadas, introduce a sus lectores en una literatura que se niega a inscribir al escritor peruano en el indigenismo: lo coloca en la literatura alternativa que, por su mismo arraigo en las visiones andinas, alcanza resonancias universales. Una lección que deja Carlos Huamán es que las Letras de excelencia denuncian sin despeñarse en lo panfletario.

La obra original y las minuciosas hermenéuticas de Carlos, en el entendido, dice, que existen otras posibles, son corrientes que fluyen arrastrando las palabras dolorosas y dolientes de los marginados y sobre-explotados y hasta de los homosexuales, o de un huérfano rubio de caireles, que, como Arguedas, fue criado por los quechuas, y experimentó el dolor profundo de la cultura quechua, la cual se niega a desaparecer. La toma de partido de José María, si bien le obsequió dones afectuosos, nunca pudo alcanzar la anhelada incorporación porque, a fin de cuentas, aquella criatura, aquel joven y aquel hombre maduro procedía de los dominadores. José María Arguedas, eterno pasajero en tránsito, fue alma gemela de Rosario Castellanos. Ambos tuvieron un final trágico porque al mirarse en el espejo no vieron su imagen, sino la de un altero de malvados que chorreaban importancia, tanto en Chiapas como en los Andes, columna vertebral de Sudamérica.

Los personajes arguedianos son seres para la muerte, no en el sentido heideggeriano y freudiano de la expresión, sino para un fin temprano, y esto porque sus movimientos centrípetos, en busca de un hogar donde pudieran enterrar su ombligo, los colocó en el vacío de la soledad. Sólo en las fiestas Arguedas se supo hermanado; también sus personajes navegan en Los ríos profundos de sangre y fuego quemante que los ahoga debido a su manera rebelde y solitaria de estar en el mundo.

En las páginas narrativas de José María Arguedas pulula gente de origen esclavo, indios, y ricos explotadores quienes, tras el seto frondoso de su miseria, no ven el hambre ni huelen el hedor de la miseria y la discriminación. Tras ese seto se escucha la idiosincrasia hiriente, sorda al canto: “Ay picaflor [...]/alas de esmeralda./ No seas cruel, / baja a la orilla del río [...]/ y mírame llorando junto al agua roja” (Huamán, p. 115).

Los que “se van y se están yendo” se acogen a símbolos, que tienen una insustituible mitad explícita o “cósica”, y unas ocultas ideas que entregan como un enigma. Si Arguedas mira la piedra sagrada de los incas, también experimenta una atracción fatal por Apu, dios-cerro. En los volcanes se sacrificaron púberes: rito de iniciación para su regreso al Paraíso, al espacio no ubicable en un mapa, y al illo tempore, tampoco señalable en un calendario. La explicación del sacrificio es míticamente sencilla: una deidad, Apu, se sacrificó, abriendo sus venas para que corriera el agua, y después, en previsión de que en el futuro no falte el líquido vital y purificador, o que borra los pecados mediante abluciones y dispersión, se repetía este acto incoativo que inauguró el cosmos. Es el retorno de la sangre fertilizante manada de las venas divinas, que une el aquí con el arriba y el abajo, con el cielo y el mundo subterráneo (los árboles sagrados, dice Huamán, son otro medio para acercarse al Más Allá). Todo mayú, río, es sangre del Apu (Huamán, p. 209), el cual también es dador de metales y tubérculos. Los sacrificios fueron, pues, rituales de renacimiento de los alimentos, de la vida y unión con la deidad.

Una simbología recurrente en Arguedas es yaku unu, agua de ríos, lagos, acequias, manantiales de “cascadas encantadas, poderosas, que se desvisten en su caída, abren su garganta y se van rumorando las voces del Apu” (Huamán, p. 215).

Los sin familia social específica se identifican con la cambiante agua, fuente de la juventud, eterna ruptura con el caos originario y actualizado; para ellos es promesa de supervivencia que circula evaporada en las alturas y cae como lluvia para engrosar los cauces y abonar la tierra.

El deprimido contempla que la lluvia deja miríadas de escarcha que el sol hace resplandecer. Sus cavernas dicen que Apu es vagina y, por su poder fecundador, macho. Es el andrógino divino, jugo vaginal y semen, savia y sangre, matriz y falo, centro para la regeneración desde la informe muerte o fin de una existencia temporal olvidable, y también el agua es medio que purifica, circulación y promesa de desarrollo.

El huérfano sin hogar en la madre Tierra arraiga en la corriente espumosa de un río en verano; toma aliento de la humedad que se condensa. En el líquido encuentra un rayo de felicidad simpática, porque en su visión melancólica, es el elemento que reúne a la gente. Es caricia divina, algo que debe buscar el alma sacrificada, o el chamán vestido de pájaro en su viaje extático y simbólico a la dimensión eterna. Desde el Pachachaca, o puente sobre el mundo, en el Apurímac mayu, río que habla, espejo de voces, la psique herida encuentra ayuda si habla con la corriente, o si pone el oído en un chorro, o en las ondas bullentes, amarillas, verdes, azul acero y cristalinas. Los ríos son caballos de crin brillante donde queda atrapado el arco iris y navegan los barquitos de papel de quien va en busca de sueños reconfortantes. El agua es sabiduría y magnificencia, porque el sabio es un pozo de conocimientos (Prov. 20, 5) y su palabra lleva la fuerza del torrente (Prov. 18, 4), es fluir que canta, ríe y exalta.

El huérfano social tiende al rito sacrificial para renacer: venciendo el miedo, el héroe precoz ofrenda su existencia lanzándose audazmente a las aguas hondas, intentando nadar a contracorriente, cruzándolas al corte y a lo largo de una vena, escribe Arguedas. Quizá este héroe imagina que llegará hasta las piedras incaicas para erigirse y contemplar la luz de las regiones desconocidas. Irá, como el chamán, confundido en un pueblo de aves que, como los ángeles, cantan desde la altura, lejos de los toros míticos, o illas, habitantes en el fondo de los lagos, causantes del bien y del mal.

En la obra de Arguedas, los ríos profundos simbolizan el drama del solitario en busca del sitio donde brota el agua vivificante que cría peces de oro y patitos de plata, convocando a las poblaciones a morar en su cercanía. Sí, la hospitalidad ha exigido lavar los pies, y, en cualquier lugar, ofrecer un vaso de agua al amigo y transeúnte.

El río somete a ritos iniciáticos en su correr sin freno, y protege en tanto lleva al renacimiento glorioso. También puede hacerlo una tarántula: “Apankora, apankora/ llévame ya de una vez;/ a tu hogar de tinieblas,/críame, críame por piedad,/ con tus cabellos,/con tus cabellos que son la muerte/ acaríciame, acaríciame” (Huamán, p. 159).

Como en estos tiempos que corren no hay matriz para quien arrastrado por los dominantes simpatiza con los dominados, sobrexplotados y vilipendiados se desmorona en una culpa oceánica. Su única salida es la reabsorción. Ya sabemos el final de esta historia: José María Arguedas, cuyas manos fueron de oro y plata, se suicidó.

En 354 páginas, Carlos Huamán invita a dos lecturas: de las novelas de Arguedas y de su fulgurante Puente sobre el mundo, lugar desde el cual la fantasía del lector mira el agua, las costumbres, los peces, las aves, los árboles y los cerros andinos, aunque Carlos todavía mantiene, aquí, en estos espacios de distintas orografías, la esperanza de un mañana democrático, igualitario y dialogante. Y tiene esta creencia porque, como todo ser humano viviente, lucha prospectiva o futuristamente con su pluma. Sí, Carlos Humán se sabe renacido.

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