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Latinoamérica. Revista de estudios Latinoamericanos

versión On-line ISSN 2448-6914versión impresa ISSN 1665-8574

Latinoamérica  no.40 Ciudad de México ene./jun. 2005

 

Reseñas

Felícitas López Portillo T., Salvador Méndez Reyes y Laura Muñoz Mata, Bajo el manto del libertador. Relaciones de México con Colombia, Panamá y Venezuela 1821-2000, Felícitas López Portillo T. [coord.], México, SRE, 2004, 277 pp.

María del Rosario Rodríguez Díaz* 

* IIH-UMSNH, México

López Portillo T., Felícitas; Méndez Reyes, Salvador; Muñoz Mata, Laura. Bajo el manto del libertador. Relaciones de México con Colombia, Panamá y Venezuela 1821-2000. López Portillo T., Felícitas. México: SRE, 2004. 277p.


El presente libro es resultado de la conjunción de esfuerzos investigativos de tres académicos mexicanos. El texto reconstruye sintéticamente los principales acontecimientos de las relaciones de México con Colombia, Panamá y Venezuela durante casi dos siglos. El análisis de los autores, basados en importantes acervos documentales nacionales y extranjeros y de bibliografía especializada, reconstruye la posición asumida por México ante los acontecimientos que conmovieron el espacio grancolombiano durante los siglos XIX y XX, con lo cual logra llenar un hueco importante en la historiografía latinoamericana.

La obra se estructura en tres capítulos, introducción y epílogo, los apartados fueron ordenados cronológicamente, cada uno de los cuales corresponde a uno de los coautores. El primero, titulado “De los antecedentes coloniales a la primera década del siglo XX”, escrito por Salvador Méndez, destaca el difícil surgimiento de México a la vida independiente y la conformación del Estado-nación, y la vulnerable posición política de México en el concierto de naciones, en el que tuvo que hacer frente a amenazas de los países europeos. En este capítulo Méndez, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) muestra cómo los avatares de la construcción del Estado-nación liberal condicionaron las acciones de México hacia el exterior. Asimismo aborda los inicios de la vida independiente de este país, caracterizados por una estructura interna debilitada por los años de conflictos armados y por una sociedad desarticulada que no se ponía de acuerdo en torno al proyecto político de nación, problemática que se complicaba ante el clima internacional amenazador para la joven nación. Ante esta situación, México adoptó una política defensiva y apegada al derecho internacional, acorde a su condición de país débil, y volvió su mirada hacia sus vecinos del Sur con el deseo de estrechar los lazos de fraternidad. Tenía especial interés por el territorio grancolombiano (Venezuela, Colombia y Ecuador). En este sentido, secundó los planes de Simón Bolívar de firmar Tratados de Amistad y Comercio entre los estados independientes de América del Sur, con la intención de que pudieran fungir como un bloque económico y defender su soberanía. El encargado de la promoción y defensa de México en el exterior en esta etapa temprana fue el historiador y político conservador Lucas Alamán, ministro de Relaciones Exteriores, quien apoyaba la propuesta integracionista bolivariana. Por ello, México participó en el Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826 convocado por el Libertador. En él se acordó signar un tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua, y se resolvió llevar a cabo un Congreso en Tacubaya a finales de 1827, que, sin embargo, no se realizó, debido a los conflictos en Centroamérica y a las animosidades entre Colombia y Perú.

La enumeración de datos de la vida interna de México durante el siglo XIX que este capítulo ofrece es profusa. Menciona los conflictos con Estados Unidos que culminaron con la mutilación del territorio nacional en 1848; también, la intervención francesa, el imperio de Maximiliano y la llegada de la pax porfiriana. A lo largo de la lectura se nos indica que la política integracionista y el discurso bolivariano de los jefes de la nación mexicana, de cuando en cuando se desempolvaban como un contrapeso al expansionismo estadounidense.

Del texto se deriva que la problemática interna de cada uno de los países aquí estudiados marcó su impronta en la forma de actuar hacia el exterior. De esta manera, al fenecer el siglo XIX, los sueños del Libertador se encontraban en el eco discursivo de los políticos y los operadores de la diplomacia latinoamericana.

Cabe mencionar que la política hispanoamericanista, expresada en el llamado “pacto de familia” propuesto por Lucas Alamán, es una de las partes mejor logradas del texto de Méndez. Ello no podía ser de otra manera, ya que este autor ha desarrollado en el Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos (CCyDEL) de la UNAM las líneas de investigación de historia diplomática e ideológica del México independiente que se ven reflejadas en su producción académica.

“La normalización de las relaciones con los países grancolombianos” es el título del segundo capítulo, escrito por la doctora Felícitas López Portillo (CCyDEL) y coordinadora de la obra. Aquí aborda las relaciones de México con Colombia, Panamá y Venezuela durante la primera mitad del siglo XX. Este capítulo, escrito en un lenguaje fluido y ameno, es muy rico en el planteamiento de los problemas, convergencias y divergencias del desarrollo histórico de la región estudiada, y en él, López Portillo deja constancia de su producción historiográfica, la cual es de consulta obligada para quienes deseen adentrarse en el acontecer contemporáneo de Venezuela. La autora retrata con finas pinceladas las condiciones de cada uno de los países grancolombianos, tipifica las relaciones que éstos mantuvieron con México, e ilustra, mediante muestras discursivas y hemerográficas, las percepciones y opiniones que se tenían del gobierno y de la sociedad mexicana de la primera mitad del siglo XX.

La prensa de estos países seguía con atención las asonadas y muertes de los caudillos revolucionarios Carranza, De la Huerta, Obregón, y, en particular, a los diarios venezolanos les alarmaba el tono nacionalista y las reformas sociales, económicas y expropiatorias del régimen de Lázaro Cárdenas, al que calificaban de comunista. No resulta extraño que gran parte de la crítica a las políticas mexicanas proviniera de Venezuela. Este país ocupaba una posición importante entre las naciones latinoamericanas a las que México no podía desdeñar, especialmente porque sus yacimientos petroleros y abundantes recursos naturales lo colocaron en una posición predominante; además no eran desconocidas sus pretensiones hegemónicas en el Caribe y Centroamérica. Por ello, la dinámica bilateral se caracterizó, a decir de López Portillo, “por una encendida retórica bolivariana antecedida por agrios desencuentros entre Venezuela y México” (p. XX).

Este país de Sudamérica padeció durante casi la mitad del siglo XX regímenes autoritarios que ocasionaron momentos de tensión en la relación con México. Ejemplo de esta tirantez fue el año de 1920, cuando José Vasconcelos atacó fuertemente al gobierno de Venezuela encabezado por Juan Vicente Gómez. Se desató entonces una crisis diplomática en Washington, que consistió en acusaciones contra México por parte del embajador de Venezuela en Estados Unidos, acerca de que el primero promovía un movimiento revolucionario en Venezuela. Esta situación provocó un rompimiento de relaciones entre ambas naciones latinoamericanas. Efectivamente se realizaron diversos movimientos de protesta por la dictadura gomecista; el organizado en octubre de 1931 fue uno de los más importantes. Francisco J. Múgica promovió una expedición con exiliados venezolanos para derrocar al régimen dictatorial, pero el intento golpista fracasó rotundamente. Dos años después, el cauce de las relaciones volvió a la normalidad.

Para México, las relaciones con Venezuela han sido importantes porque ésta ha enarbolado los ideales bolivarianos de integración latinoamericana, tan recurrentes en la búsqueda de un contrapeso a la creciente influencia de Estados Unidos. Por ende, resulta comprensible que las relaciones de México con Panamá no fueran prioritarias, dada la situación especial de éste respecto de Estados Unidos.

Acerca de las relaciones de México con Colombia, la autora nos narra cómo este último, después de ser un ejemplo de estabilidad social y política a inicios del siglo XX se ve envuelto en una serie de revueltas políticas, que encuentran su expresión en una relación de cordialidad con México. Hubo visitas de Estado, intercambios académicos e intelectuales y de periódicos, revistas y películas mexicanas, así como de condecoraciones y donaciones de estatuas de héroes de la patria; pero, a decir de la autora, “no se crea que todo quedaba en ditirámbicos discursos bajo los bronces de los héroes que nos dieron patria” (p. 118). Dentro de esta relación también se promovió un intercambio militar y se presentó la negativa mexicana a la propuesta colombiana de realizar una mediación conjunta en el problema de la Guerra Civil española.

Durante este periodo se continúa con proyectos integracionistas inmaterializados, aunados a la aplicación de una política exterior cautelosa. La política de la “fraternización hispanoamericana”, de manufactura carrancista, constituye un ejemplo de lo anterior. Venustiano Carranza envío una misión a América Latina con el objetivo fallido de estrechar los lazos con pueblos que poseían raíces históricas similares y compartían problemáticas de desarrollo comunes. La retórica bolivariana se retomó durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, hecho derivado no sólo del nacionalismo revolucionario del mandatario mexicano, sino de la presencia de factores como la Guerra Civil española de julio de 1936, la Segunda Guerra Mundial y la aprobación de la declaración sobre seguridad continental.

No obstante, la respuesta latinoamericana ante la conflagración militar no fue homogénea. Venezuela se adhirió a la Carta del Atlántico y también participó en las reuniones de Bretton Woods. En el ambiente posbélico, los gobiernos latinoamericanos dieron muestra de solidaridad y cooperación hispanoamericanas para contrarrestar los vientos de la adversidad. En este marco, durante la presidencia de Manuel Ávila Camacho se le dio un mayor peso al factor latinoamericano en la política exterior mexicana al elevarse las misiones diplomáticas a embajadas. Este dinamismo del actuar de México hacia el exterior correspondía a un contexto caracterizado por la organización de conferencias y la firma de tratados en el ámbito continental. En 1947, México fue el anfitrión en el Castillo de Chapultepec de los trabajos de la Conferencia Latinoamericana sobre los problemas de la guerra y la paz. Dos años después se realizaron tres actos de importancia hemisférica: la Conferencia de las Naciones Unidas, la firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y el lanzamiento por parte de Estados Unidos del Plan Marshall y de la doctrina Truman en contra del comunismo, eventos que marcaron el inicio del periodo de la Guerra Fría en el mundo.

Las décadas que siguieron significaron para América Latina la presencia de crisis estructurales y una apremiante necesidad de desarrollo económico para aliviar la polarización social derivada de la desigual distribución de la riqueza. Ante estos problemas del subdesarrollo, si bien México mantuvo relaciones cordiales y de cooperación con los países hispanoamericanos, las relaciones prioritarias siguieron siendo las establecidas con Estados Unidos. No obstante, México mantuvo relaciones con Cuba y trató de propiciar la cooperación económico-comercial latinoamericana y de participar en el proceso de desarme que se llevaba a cabo, y muestras de estas voluntades fueron la firma del Protocolo de Caracas y el Tratado de Tlatelolco, respectivamente.

El tercer capítulo se titula “De la retórica al ‘fortalecimiento de lazos’. En busca de la cooperación. 1960-2000” y fue escrito por la doctora Laura Muñoz, investigadora del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora y especialista en estudios del Caribe. La autora, quien tiene en su haber estudios de larga duración de las relaciones de México con el Caribe, analiza con claridad el acontecer del actuar exterior de México hacia Colombia, Panamá y Venezuela durante las décadas de 1960 a 2000, mediante el uso de fuentes primarias y una amplia bibliografía.

En este capítulo se muestra cómo el discurso diplomático mexicano, además de tener buenas intenciones, pretendía aumentar las alianzas internacionales. Esta tarea fue realizada ampliamente durante el sexenio de Luis Echeverría Álvarez. En esta administración se aplicó una diplomacia multilateral y se participó en conferencias internacionales con el afán de contribuir a la creación de un nuevo orden internacional. Otro de los ejes diplomáticos de México fue la solidaridad con el mundo subdesarrollado y la cooperación con América Latina y el Caribe.

En los años siguientes, el factor petróleo dominó la política exterior mexicana, tal y como había acontecido en Venezuela. El Acuerdo de San José refleja esta situación.

La década de los ochenta, caracterizada por las crisis económicas, el aumento de la deuda externa, la baja en los recursos petroleros y un escenario internacional y regional convulsivo, imprimió su huella en la diplomacia mexicana con Venezuela, Colombia y Panamá. Una de las prioridades de México fue el Plan Nacional de Desarrollo, en el que se destacó la importancia de Centroamérica para la seguridad del país y se reconoció la preocupación por los movimientos armados que allí se desarrollaban.

Durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari se propuso la recuperación de la vocación latinoamericanista. Un primer paso se dio con la formación del Grupo de los Tres: Venezuela, Colombia y México, cuyo objetivo consistía en buscar la integración económica, así como fortalecer la cooperación cultural, científica y técnica en los países de Centroamérica y el Caribe. Asimismo, México firmó con Venezuela y Colombia un plan de acción para propiciar la integración entre países con ramas de actividades afines. Este impulso integracionista ha dado algunos frutos, entre los que podemos mencionar la realización de más de 3 574 acciones de cooperación científica, técnica, cultural y económico-financiera y la existencia de inversiones mexicanas en Venezuela y Colombia.

Por ello, el texto de Muñoz concluye que si bien la cooperación y la integración latinoamericana que cobijó el Libertador parecieran ser todavía una asignatura pendiente, sí se ha observado un cambio paulatino en las actitudes del papel de México en el concierto latinoamericano y un mayor acercamiento regional. También ha habido coincidencia con otros países en tomas de posiciones en foros internacionales.

En este sentido, es importante señalar que el libro aquí reseñado, es una publicación muy oportuna a la luz de los últimos proyectos integracionistas: El Tratado de Libre Comercio de América del Norte y el Plan Puebla-Panamá como ejemplos del neopanamericanismo, que nos obliga a realizar una mirada retrospectiva y a reflexionar sobre el lugar y papel de México en asuntos continentales, y a señalar el imperativo de rediseñar la política exterior tratando de congraciar los principios y los intereses nacionales, a través de una activa política en América Latina como un factor de contrapeso a la creciente influencia económica estadounidense en México.

En conclusión, se trata de un texto dedicado a un campo del conocimiento poco estudiado desde la perspectiva de la realidad latinoamericana, pues se aborda la relación de México con los países grancolombianos a lo largo de casi dos siglos y se deja entrever la presencia de Estados Unidos como contrapeso en el diseño y la aplicación de la política exterior mexicana. No obstante, resulta conveniente que se realicen otras investigaciones en las que se aborden aspectos económicos y comerciales, así como los vínculos históricos y culturales de la relación entre los países que integran la comunidad latinoamericana, de manera que se posibilite un mejor conocimiento del papel y el lugar de México en el concierto regional.

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