En enero de 1939 en el Diario de Occidente (medio impreso editado en el departamento de Santa Ana) se publicaron once artículos de opinión sobre las causas y los responsables de la criminalidad en El Salvador. La pregunta con la que se tituló la serie de artículos aclaraba su contenido: “Los pistoleros consentidos. ¿Quiénes son los verdaderos culpables de la criminalidad en nuestro país?” Quien emitía su opinión, sobre lo que se consideraba un verdadero problema social,1 era el director del Diario, el periodista, escritor, y también funcionario público, Serafín Quiteño. El propósito de estas líneas es presentar uno de los artículos publicados por este escritor salvadoreño, así como el contexto y el debate suscitado en torno a sus ideas sobre la criminalidad.
El Diario de Occidente fue fundado en 1910 por Rosendo Díaz Galiano en el departamento de Santa Ana (López, 1964: 384). El Diario se ubicó dentro de la prensa moderna: variedad de imágenes, realce a las noticias en extensas notas, y un amplio espacio para los hechos criminales de El Salvador, pero sobre todo del occidente del país. Era un periódico que se asemejaba a los que se publicaban en San Salvador, y era similar a los periódicos mexicanos y argentinos que se comenzaron a publicar desde finales del siglo XIX (Speckman, 2007; Caimari, 2004 y 2007).
Serafín Quiteño fungió como director del Diario de Occidente desde 1935 hasta julio de 1939; su ascenso a la dirección ocurrió luego de que Carlos Manuel Flores (director de ese mismo medio impreso) junto con Mariano Morán (director del Diario de Santa Ana) fueron expulsados hacia Nicaragua por el dictador Maximiliano Hernández Martínez (López, 1964: 311).2
Quiteño perteneció a la élite intelectual de la época: se desempeñó como poeta, trabajó para diversos periódicos, e incluso fue funcionario de la secretaría privada de la Presidencia de la República en 1935. Compartió ideas literarias y políticas con personajes como, por ejemplo, Salarrué, Claudia Lars, Alfonso Rochac, Alberto Guerra Trigueros y José Mejía Vides. Perteneció al círculo intelectual Grupo Masferer, que apoyó la política cultural del martinato (Lara, 2011).
Su posición como intelectual -y no obstante su simpatía con el régimen- le permitió lanzar críticas a las políticas diseñadas para contener la criminalidad. En los editoriales publicados en el Diario enumeró las causas que a su juicio fomentaban y permitían la criminalidad en El Salvador. Las leyes poco rigurosas, el dinero con el que se podía comprar abogados y testigos, la tolerancia de la sociedad -o la nula “sanción social”-, el ineficiente papel del jurado popular, y la descomposición moral de las personas eran, según Quiteño, algunos de los grandes catalizadores del crimen. Tanto realce tuvieron las opiniones del director del Diario de Occidente que sus artículos incluso fueron reproducidos en El Diario de Hoy, un medio impreso de la capital salvadoreña que había sido fundado en 1936 y cuyo tiraje, a solo unos años de existencia, alcanzaba los cincuenta mil al día (López, 1964).
Lo que motivó a Quiteño a emitir esas opiniones fue un homicidio que ocurrió la noche del 14 de enero de 1939 en Santa Ana. Esa noche, Carlos Deras, un campesino que observaba una función de un circo rural, fue asesinado a tiros. Deras se había instalado en la copa de unos árboles que servían de carpa al circo. El circo se había ubicado en la finca La Montañita, propiedad de una poderosa familia cafetalera de Santa Ana de apellido Interiano (Acosta, 2014). En los días posteriores, la prensa occidental y la de San Salvador se dedicó a dar cobertura al caso y al proceso judicial seguido contra un miembro de la familia Interiano, Ernesto Interiano, catalogado como el principal sospechoso pues, según varios testigos, siempre disparaba al aire al salir de la finca.
“El crimen del circo”, como lo denominó la prensa, fue un caso que generó agitación en los periódicos del occidente y de San Salvador. En su mayoría, las expresiones que exigían castigo para Interiano provenían de los mismos medios impresos -principalmente del Diario de Hoy, La Prensa Gráfica, el Diario de Occidente y el Diario de Santa Ana-, por considerar el homicidio una tragedia social que debía sancionarse con severidad. En sus denuncias subrayaban que ese tipo de manifestaciones de violencia eran parte de la vida cotidiana. Así lo determinó, por ejemplo, el Diario de Occidente en la edición del 16 de enero de 1939:
En la finca la “Montañita”, de esta jurisdicción, se registró antier noche uno de esos dramas rurales que a pesar de no ser frecuentes, no dejan de presentarse allá de tarde en tarde. Esta vez no se trata de una lucha leal entre campesinos. No se trata de la reyerta a filo de corvo y a impulsos de una pasión de esas que si no justifican la violencia, al menos la explican en cierta forma (Diario de Occidente, 16 de enero, p. 5).
Finalmente, luego de los debates judiciales y de las solicitudes por parte de la defensa para archivar el proceso, el “crimen del circo” fue cerrado el 24 de agosto de 1939, con el decreto de libertad para Interiano, después de haber estado recluido en la penitenciaría occidental. No obstante, Serafín Quiteño aprovechó el homicidio cometido en Santa Ana para debatir sobre quiénes eran los criminales salvadoreños y cómo debía castigárseles.
El lenguaje de Quiteño no estuvo desprovisto de los conceptos que se habían esgrimido desde el siglo XIX para explicar la criminalidad y para castigar al criminal, desde las corrientes del positivismo criminológico, tanto de la llamada escuela antropológica (italiana) como de la sociológica (francesa). La escuela de antropología criminal se enfocó en el organismo del criminal, y la sociológica le otorgó más preeminencia a factores ambientales, culturales o sociales.
Los conceptos de Serafín Quiteño demostraban que sus ideas en torno al criminal y al castigo eran eclécticas entre lo que postulaban ambas escuelas criminológicas. Así, definía al criminal como un ser anormal, producto de deformaciones heredadas, un ser impulsivo al que no sólo debían aplicarse penas severas, sino que también se le debía separar de la sociedad en tanto que representaba la parte enferma de ella.
Quiteño también apelaba al concepto de defensa o sanción social basándose en el criterio de la peligrosidad del delincuente y de su animadversión a la sociedad. Era por ello que culpaba al jurado popular, a los abogados, a los jueces, e incluso a los periodistas, por no defender con más ahínco a la parte buena o sana de la sociedad. Todo lo anterior concuerda con lo que habían expuesto Lombroso, Ferri, Garofalo y los franceses (Baratta, 2004; Pavarini, 2002; Speckman, 2007).
Todas estas ideas plasmadas por Quiteño habían sido debatidas por los intelectuales de Iberoamérica desde finales del siglo XIX. Según Rosa del Olmo (1999), el interés por la criminología en la región, y concretamente por la escuela positivista italiana, surgió en tres países a finales del siglo XIX: Argentina, Brasil y México. A través de las cátedras de derecho penal estas ideas se comenzaron a difundir desde 1887 en la Universidad de Buenos Aires, y desde 1889 en México. Esto dio paso a que en estos países se desarrollara un extenso trabajo editorial, mediante la publicación de libros y revistas en los que se transcribieron o contemplaron las ideas positivistas, y comenzaron a surgir asociaciones de juristas y de “criminólogos” o “científicos”, con el propósito de discutir temas relacionados con el crimen y el criminal. Como lo demuestran, por ejemplo, Caimari (2004) y Speckman (2007), en Argentina y en México, respectivamente, hubo intensos debates entre los intelectuales sobre cómo adaptar a sus realidades concretas estas teorías criminológicas.
En El Salvador, Herrera sostiene que, al aproximarse el siglo XX, fueron posicionándose con más preeminencia los postulados del positivismo criminológico entre los intelectuales salvadoreños. Si bien es cierto, hubo un debate sobre las causas del delito y las penas y se contemplaron ciertas críticas al positivismo, “la acogida de esta escuela, en el país, se hizo inminente” (Herrera, 2007: 218). Aun así, el positivismo no estuvo exento de críticas al iniciar la nueva centuria, y las discusiones se prolongaron en torno a la educación de los reos, a la utilización de las penitenciarías como laboratorios y a la solución de la criminalidad desde las teorías de la “defensa social”.
En relación con lo planteado por Herrera, Oliva (2010), sostiene que en El Salvador desde finales del siglo XIX,
el higienismo social pareciera haberse constituido en un dispositivo con el cual se buscó construir una realidad social que partiendo de una visión biologicista, clasificó e identificó a los grupos de población considerados peligrosos, y sobre los cuales aplicó las medidas pertinentes para su disciplinamiento, coerción y eventual exterminio (Oliva, 2010: 19).
Según Oliva (2010), se asimilaron los conceptos del positivismo de Augusto Comte, de algunas expresiones del darwinismo social de Herbert Spencer y de la antropología criminal de Lombroso. Los postulados de estos autores fueron utilizados en El Salvador decimonónico para inventar la “ciudadanía” y las “clases peligrosas”, es decir, “con el higienismo social -sostiene Oliva- se buscó crear las condiciones ideológicas y materiales para permitir que el nuevo orden económico y político liberal se instaurara en El Salvador de finales del siglo XIX” (Oliva, 2010: 82).
Volviendo a los artículos publicados por Quiteño, también es importante señalar que éstos tuvieron eco en otros escritores o periodistas coetáneos a él. El director del Diario de Occidente aseguraba que el problema de la criminalidad en El Salvador debía discutirse ampliamente; para ello publicó una encuesta que fue titulada “Sobre las causas de la criminalidad y las fallas de la sanción social”. Dos ejemplos muestran cómo la discusión colocada por Quiteño fue recibida por otros que, como él, emitían su opinión sobre el crimen y la criminalidad desde la prensa, y cómo sus ideas estaban impregnadas de los postulados del positivismo criminológico.
El primer ejemplo es una carta que escribió Ricardo Augusto Lima en la que mostró su adhesión a la campaña de Quiteño. La carta de Lima fue publicada primero en el Diario Latino, y el 1 de febrero de 1939 en el Diario de Occidente. Lima se dedicó al periodismo y estuvo muy ligado a los círculos intelectuales de Quiteño. Fue corresponsal del Diario de Occidente, y entre otros cargos fungió como encargado de la sección judicial del Diario Latino, y el de director del Diario Oficial desde 1944 hasta 1948 (López, 1964). Lima afirmó que era necesaria una “política profiláctica” que acabara con los cimientos del crimen: una “limpieza social” que debía basarse en un principio de autoridad, ejemplar y severo, contra quienes no podía “dejar de sentir aspiraciones dolosas o dejarse impulsar por el sendero inclinado de la irreflexión”.
El otro artículo fue publicado en El Diario de Hoy el 29 de enero de 1939, y fue reproducido el día 31 del mismo mes y año en el Diario de Occidente. Ese artículo lo escribió Salvador Cañas, periodista también cercano a los círculos intelectuales de Quiteño. Sus escritos aparecieron en el periódico Patria, de Alberto Masferrer, y en otros medios impresos de carácter cultural (López, 1964).
Salvador Cañas manifestó que lo escrito por Quiteño denotaba su “valentía y nobleza” y, al igual que Ricardo Augusto Lima, consideraba necesario emprender programas de carácter higiénico por medio del desarrollo de proyectos de “depuración social”. No obstante, también culpaba al sistema de administración de justicia y a las bases éticas y económicas de la sociedad. Para Cañas era a través de la escuela y la familia como debía conducirse la labor de “saneamiento moral” de la sociedad, pero subrayaba que recaía mayor responsabilidad en el seno familiar, pues era ahí donde se debía enseñar a los menores a responder a la altura de los principios éticos expuestos en la escuela. Finalmente, exigió que los casos de delincuencia que preocupaban a la sociedad debían ser examinados en relación con el ambiente que los provocaba. En cuanto a los castigos, no se limitó a expresar que debía recluirse a los delincuentes, sostuvo que se tenían que investigar las “causas biológicas, psicológicas, educativas y económicas” que los producía.
El documento que se presenta a continuación es el cuarto artículo que publicó Serafín Quiteño. En él se muestra una parte de sus ideas en torno a los criminales, y también se observa cómo sus conceptos estuvieron relacionados con las teorías del positivismo criminológico, tanto en su vertiente italiana como francesa. Quiteño asume en este artículo que hay dos tipos de criminales: primero, los criminales de los sectores populares -a los que él llama “bajos fondos” o “subsuelo social”- y, segundo, los provenientes de los grupos dominantes de la sociedad -generalmente individuos con poder y dinero para comprar armas, testigos, jurados, abogados o jueces-. Los primeros poseen “taras orgánicas” pero, al no garantizárseles los medios para superarlas -como educación, por ejemplo-, se convierten en “animales salvajes sedientos de sangre” a los que hay que “encerrar” o eventualmente matar. Los segundos, a los que también denomina “pistoleros consentidos”, que tienen los medios para comprar a los que aplican la ley o imparten justicia, y que cometen crímenes por motivos distintos al padecimiento de deficiencias orgánicas, deben ser, según Quiteño, separados de la sociedad. Al final lanza sus críticas contra quienes se encargan de administrar justicia.
Como puede observarse, la admisión de estas ideas punitivas no sólo es privativa de quienes hacen la ley o la aplican, sino también de otros actores que, desde otros estrados, emiten opiniones y contribuyen a la creación del rostro del criminal. Estos saberes profanos -en tanto que son producidos por quienes no son sus especialistas-, coadyuvan a configurar entramados discursivos hegemónicos sobre quiénes son los criminales y cómo deben ser castigados. Por tanto, también son tribunales en los que no se discute y aplica la ley, sino que están constituidos por la opinión pública.
Este y los demás artículos publicados por Quiteño se encuentran en las ediciones del Diario de Occidente que se resguardan en la hemeroteca especializada del Museo Nacional de Antropología de El Salvador (MUNA). Esta hemeroteca contiene, además, una cantidad importante de otros periódicos salvadoreños del siglo XX. Es un espacio de consulta obligatoria para quienes investigan el siglo XX salvadoreño, pues resguarda ediciones de periódicos que no están disponibles en otros centros de documentación, archivos o hemerotecas. Así, contiene fuentes que son útiles para responder a una agenda de trabajo sobre una historia de la violencia, comprendida en su larga duración y en los procesos de formación del Estado.