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LiminaR

versión On-line ISSN 2007-8900versión impresa ISSN 1665-8027

LiminaR vol.4 no.2 San Cristóbal de las Casas jul./dic. 2006

https://doi.org/10.29043/liminar.v4i2.217 

Reseñas

Lassiter, Luke Eric, 2005, Collaborative Ethnography, Chicago University Press, Chicago

Laura Cardús y Font1 

1 Universidad de Barcelona (UB). Investigadora Huésped del CESMECA-UNICACH, México. Cuerpo Académico: Patrimonio sociocultural, correo laura_cardus@yahoo.es

Lassiter, Luke Eric. 2005. Collaborative Ethnography. Chicago University Press, Chicago:


Si usted introduce en alguno de los motores de búsqueda de internet más populares el término “etnografía colaborativa” tiene muchas posibilidades de tropezarse con el trabajo del doctor Luke Eric Lassiter. Este antropólogo estadounidense lleva años desarrollando proyectos de investigación que implican, de distintas formas, esta metodología de trabajo, y educando sobre ella.

El doctor Lassiter ha escrito numerosos artículos1 sobre el tema y, recién el año 2005, la Universidad de Chicago publicó en inglés su última obra, que aquí reseñamos, y que recoge sus reflexiones alrededor de cómo y por qué llevar a cabo una etnografía colaborativa. Collaborative Ethnography es un excelente texto de gran valor didáctico que puede entenderse prácticamente como un manual de uso para este tipo de etnografía, de interés para cualquier investigador social que enfrente un trabajo de campo.

El libro introduce al inicio un bloque histórico y teórico sobre el desarrollo de la etnografía, hasta llegar a la perspectiva que nos quiere presentar: la de la colaboración. La colaboración en el proceso etnográfico entre el investigador2 y sus informantes, así como con otras personas de la comunidad u otros profesionales, es inherente a la propia práctica de investigación. Además, el mero hecho de compartir un diálogo continuo con un informante, además de ser un intercambio de ideas e informaciones, puede conllevar la implicación personal con éste y su comunidad, así como una responsabilidad moral mutua. La etnografía, herramienta base de las investigaciones sociales, tiene que regirse, entonces, por principios éticos y morales y requiere un compromiso del profesional con su objeto de estudio y con las personas que lo protagonizan. Pero la especificidad del enfoque de la etnografía colaborativa yace en el hecho de que con ésta se pretende situar la colaboración en el corazón del proceso etnográfico, como principio explícito y guía para la investigación.

El autor nos hace ver cómo los trabajos de campo desarrollados por los antropólogos clásicos ya requirieron cierto grado de colaboración entre éstos y sus informantes. A veces, dichos informantes solamente constaron oficialmente como los intérpretes de las lenguas nativas que los etnógrafos no conocían. Aun así, es evidente que su implicación en el trabajo y los resultados de la investigación fue más allá que la mera traducción idiomática. Para ilustrar esto, Lassiter describe dos ejemplos clave en la antropología clásica: los estudios en el campo de Bronislaw Malinowski y de Franz Boas.

Tal y como nos cuenta el autor, Malinowski fue el primer etnógrafo que no se limitó a tomar las meras “notas y cuestiones” de campo, como habían hecho sus antecesores del Royal Anthropological Institute británico. El estilo de este autor3 se caracterizó por ser pionero en pretender reflejar el punto de vista de los nativos, lo que implicaba colaborar con sus informantes, en lugar de limitarse a observarlos. Los sujetos de estudio pasaron a ser presentados como amigos, profesores e informantes en la etnografía que Malinowski escribió en las islas Trobriand.

El caso de Franz Boas es un poco distinto ya que, en su trabajo de campo en la comunidad Kwakiutl, su relación con su principal interlocutor nativo, George Hunt, fue especialmente profunda. Inicialmente ambos ya compartían la ambición de preservar la cultura Kwakiutl, que se encontraba en contacto directo con la civilización norteamericana occidental. Boas formó a Hunt, originalmente su intérprete, en técnicas de escritura y traducción de los textos Kwakiutl. Con esta capacitación, George Hunt proveyó a Boas de un gran volumen de datos etnográficos “recuerdos sobre acontecimientos, costumbres, ceremonias, discursos…” que Boas luego publicó con Hunt como coautor.4 Asimismo, la relación entre ellos no fue siempre tan igualitaria, pues fue Boas generalmente quien definió los puntos, las cuestiones y la agenda de la investigación, así como el estilo narrativo de las descripciones de Hunt. A pesar de ser buenos amigos, Hunt no dejó nunca de ser el asistente, el empleado de Franz Boas. Lassiter aprovecha este punto para poner énfasis en la relación jerárquica que, finalmente, ha existido siempre entre investigador e informantes.

Fueron precisamente antropólogos discípulos de Boas como Ruth Benedict y Edward Sapir quienes empezaron a usar estilos de escritura más creativos y populares, que a menudo rozaban la literatura de ficción. Sin salir del paradigma científico y universalista, pretendieron representar la diversidad de la experiencia humana y, básicamente, acercarse a un público más amplio. Sus textos y los de autores posteriores permitieron poner de relieve la construcción dialógica de la cultura y el proceso comunicacional que implica la representación de las culturas.

Como describe Lassiter, una nueva forma de hacer etnografía surge, a partir de los sesenta, centrada en la elaboración de categorías discursivas nativas, desde un punto de vista “emic”. Estas categorías vendrían a consolidar el esqueleto de los patrones cognitivos o normativos de la cultura.

Pero los enfoques críticos en la antropología que mejor han contribuido a reelaborar la relación del etnógrafo con sus objetos de estudio son, como afirma el autor, la antropología feminista y la postmoderna. Las contribuciones de estas teorías críticas han puesto siempre el enfoque en aspectos relacionados con la voz, las relaciones de poder y la representación.

Más recientemente, las aportaciones que han venido apareciendo a lo largo de los años ochenta y noventa están ubicando definitivamente la antropología dentro de las ciencias sociales, humanísticas, interpretativas, intersubjetivas, éticas, dialógicas y experimentales.

El segundo bloque del libro es una relación de detalles de la práctica etnográfica colaborativa. Lassiter pone los ejemplos de su propia experiencia como etnógrafo para describir modos alternativos de relación con los informantes, que él denomina “consultores”.5 Considerándolos de este modo, los informantes toman una importancia clave en la investigación, ya que no simplemente se limitan a facilitar datos al investigador sino que participan en el proceso de cointerpretación cultural y representación junto con el etnógrafo.

El autor ha llevado a cabo varias etnografías entre las que cabe destacar la que dio lugar a su tesis doctoral The power of Kiowa song,6 en torno a encuentros espirituales en la comunidad indígena Kiowa. A lo largo del proceso etnográfico Lassiter compartió con sus asesores los textos que escribía, y los reescribía a partir de los comentarios de éstos. En este proyecto, la implicación entre el etnógrafo y su principal colaborador, Billy Evans Horse, fue tan estrecha que, finalmente, la investigación pasó a ser conocida como “el proyecto de Billy y Eric”.

Otro proyecto destacable, The other side of Middletown, se basó en la colaboración entre los estudiantes de un centro educativo y una comunidad, interesados en analizar la realidad del colectivo afroamericano en el pueblo de Muncie, Indiana. Este sitio había sido un contexto de estudio antropológico años atrás para varios proyectos de investigación, sin embargo, los resultados de dichos proyectos siempre habían dejado a un lado la significatividad del colectivo afroamericano. Por ello, el planteamiento de The other side of Middletown7 tenía un componente ético especialmente sensible en elementos como, por ejemplo, la visibilización de los resultados para toda la población.

Finalmente, Lassiter narra su experiencia de trabajo de campo con personas participantes en un grupo de Narcóticos Anónimos. Esta fue, quizás, una de sus tareas de investigación más ardua, ya que resultó especialmente difícil entrevistar a los asistentes al grupo. Sin embargo, el autor nos describe cómo fue una de las experiencias en las que tuvo una gran implicación personal y pudo comprobar cómo el hecho de estudiar y elaborar textos podría ser útil y significativo, no solamente para la ciencia antropológica, sino también para los mismos miembros del colectivo estudiado. Luego, los escritos de Lassiter sirvieron al grupo para desarrollar tareas educativas dentro de su agenda terapéutica.

A propósito de estos y otros ejemplos, el autor enfoca el tema de la ética y la responsabilidad moral en la etnografía. Lassiter resume en cuatro los principios básicos descritos por otros autores para llevar a cabo una etnografía ética, a saber: la necesidad del consentimiento del informante; la prohibición de prácticas de investigación engañosas; la garantía de la privacidad y la confidencialidad; y la responsabilidad de presentar los resultados de la investigación minuciosamente.

La siguiente sección práctica contiene apuntes en torno a la honestidad del etnógrafo y la reflexividad manifiesta en su obra. El autor ejemplifica cómo la etnografía y la vida privada se interrelacionan en una suerte de intersubjetividad. Como etnógrafos podemos tener experiencias personales (como la muerte de una

persona cercana) o con los informantes (compartir un suceso significativo) que nos permitan entender de una forma diferente tanto lo que estamos estudiando como a nosotros mismos. Según el autor, cada vez los investigadores sociales somos más conscientes de cómo la experiencia propia y la de nuestros interlocutores conforman el proceso y el texto etnográfico. Esta coexperiencia, además, da forma a una comprensión mutua en el trabajo de campo y, potencialmente, a interpretaciones textuales compartidas.

Muchos autores, especialmente antropólogos estadounidenses, han sido criticados por dar excesiva importancia a sus experiencias personales al escribir sus etnografías. Pese a ello, el autor defiende que es importante tener conciencia de cuáles aspectos de uno mismo son significativos en relación con el tópico estudiado y explicitarlos, ya que finalmente van a afectar nuestra percepción e interpretación del objeto.

La etnografía colaborativa no se limita, no obstante, a una relación igualitaria y a una buena comunicación con los asesores, ni a ser honesto a lo largo del proceso de trabajo de campo, de acuerdo con Lassiter. El hecho de comprometerse con este tipo de enfoque etnográfico implica también una forma específica de interpretar los datos y escribir los resultados de la investigación, así como un planteamiento sobre el uso de éstos.

Por ello, en el apartado siguiente el autor desarrolla una descripción sobre la importancia de escribir la etnografía de forma clara, correcta y comprensiva. Esto, para hacerla más fácilmente legible para todo el mundo pero, sobre todo, para poder compartir los textos que elaboramos con nuestros informantes. Para ello, Lassiter nos da una serie de consejos para una escritura etnográfica precisa, como por ejemplo evitar el exceso de jerga científica. Según él, este tipo de léxico delimita las relaciones de poder entre los que se encuentran dentro de la comunidad académica y los que están fuera y, por lo tanto, dificulta el diálogo. Otros aspectos que el autor destaca están tomados del libro de William Zinsser,8 a modo de manual.

Igual que en el resto de fases de la etnografía, en la escritura y publicación de resultados siempre se tiene que mantener una postura ética, como ya se ha explicado, y garantizar la privacidad de los asesores si lo requieren. Esto también está relacionado con cómo los representamos a ellos y a sus discursos. Es importante ser muy cuidadosos con las transcripciones de ciertas afirmaciones y tener en cuenta que, sacadas de contexto, éstas pueden ser malinterpretadas. No debemos olvidar, pues, dar a nuestros asesores la oportunidad de revisar, releer los textos, escuchar de nuevo las entrevistas registradas, etcétera. Todo esto servirá para una negociación de los aspectos arriba descritos, y para volver a lanzar discusiones a propósito de ciertos temas ya trabajados, que se pueden enfocar o completar de nuevo.

Otro aspecto que Lassiter abarca en relación con el proceso final de lectura, escritura y cointerpretación es que dentro de la lógica colaborativa es esencial dar una voz protagonista, obviamente, a nuestros asesores, el clásico “punto de vista nativo”. Pero es importante también tener en cuenta que el hecho de que se dé una importancia especial a su opinión no significa que ellos deban tener el monopolio de la razón y, por lo tanto, la última palabra sobre lo que escribimos.

Finalmente, uno de los valores de la etnografía colaborativa que nos hace ver Lassiter es que ésta permite no solamente que el conocimiento construido sea más completo y el proceso de construcción más enriquecedor sino que, además, los consultores logren interesarse por los temas de investigación y, por extensión, por los objetos de la antropología. ¿Y cuál puede ser mejor objetivo que conseguir que la ciencia que estamos produciendo sea útil y significativa para la población general, más allá de la academia? Para lograr esta coincidencia entre los intereses científicos y los de los individuos que constituyen la comunidad estudiada, según Lassiter, se debe elaborar inicialmente una evaluación de las necesidades y objetivos de ésta, para tenerlos en cuenta en la propia agenda de investigación.

Con todo, Lassiter no presenta la etnografía colaborativa como una perspectiva válida para cualquier proyecto de investigación. En cambio, la considera apropiada para aquellos temas públicos que sean especialmente conflictivos. De esta manera, afirma el autor, el antropólogo puede convertirse en una suerte de mediador, ya que más allá de representar la autoridad científica, puede utilizar sus conocimientos y técnicas para proponer debates y problematizar ciertas cuestiones que afecten a la comunidad.

Además, el autor no deja a un lado los riesgos que asumimos como autores eligiendo trabajar con un enfoque etnográfico colaborativo. Entre éstos se encuentra el hecho de que la etnografía colaborativa, que genera unos resultados negociados, a veces fruto de la redacción compartida, no es valorada académicamente. En el último capítulo del libro Lassiter ilustra con algunos ejemplos de etnólogos que se han encontrado con serios impedimentos en el momento de presentar sus tesis en la universidad. Los trabajos resultantes de la etnografía colaborativa pueden ser tildados de poco rigurosos en un ámbito académico.

Pero es que, admite el autor, no debemos olvidar que el hecho de dialogar y negociar con nuestros consultores puede acabar reflejando el punto de vista de ellos -su ideología o voluntad- como el único válido. Es necesario poner atención a este aspecto, pues, de otra manera, se perdería una perspectiva crítica y analítica necesaria para las ciencias sociales.

Lassiter concluye recordándonos que la práctica de la etnografía colaborativa no busca el prestigio o el desarrollo de una carrera académica brillante. Más bien se trata de asumir el posicionamiento que implica priorizar a los consultores y a la comunidad estudiada por encima de la etnografía. Esto es, practicando una etnografía que no solamente implique la lectura, edición y cointerpretación compartidas, sino también una acción colaborativa. La etnografía colaborativa se convierte así en un punto de partida para una acción continuada, no simplemente en un producto final.

Bibliografía

2004, “Collaborative Ethnography”, en Anthronotes, Museum of Natural History Publication for Educators, primavera 2004. vol. 25, núm. 1. [ Links ]

2005, “Collaborative Ethnography and Public Anthropology”, en Current Anthropology 46 (1):83-106. [ Links ]

2006, “Collaborative Ethnography Matters”, en Dialogue with Anthropology News 47 (5):20-21. [ Links ]

Malinowski, Bronislaw, 1922, The Argonauts of the Western Pacific. Routledge, London. [ Links ]

Boas, Franz y George Hunt, 1895, The Social Organization and the Secret Societies of the Kwakiutl Indians, Annual Report of the National Museum. [ Links ]

Lassiter, Luke Eric, 1998, The Power of Kiowa Song: A Collaborative Ethnography, University of Arizona Press, Tucson. [ Links ]

Lassiter, Luke Eric et al., 2004, The other side of Middletown: Exploring Muncie’s African American Community, Altamira, Walnut Creek, CA. [ Links ]

Zinsser, William, 2001, On Writing Well: The Classic Guide to Writing Nonfiction, Quill, New York. [ Links ]

1Entre los que se encuentran: 2004, “CollaborativeEthnography”, en Anthronotes, Museum of Natural History Publication for Educators, primavera 2004. vol. 25, núm. 1; 2005, “Collaborative Ethnography and Public Anthropology”, en Current Anthropology 46 (1):83-106; 2006, “Collaborative Ethnography Matters”, en Dialogue with Anthropology News 47 (5):20-21.

2La autora es partidaria de un lenguaje no sexista. No obstante,para facilitar la lectura de esta reseña, se ha optado por utilizar sólo la forma masculina de los sustantivos genéricos referentes, sobre todo, a profesiones. Por ejemplo: “el antropólogo”, “los informantes”, “el etnógrafo”, “los asesores”, etcétera.

3Ver Malinowski, Bronislaw, 1922, The Argonauts of the Western Pacific. Routledge, London.

4Ver, Boas, Franz y George Hunt, 1895, The Social Organization and the Secret Societies of the Kwakiutl Indians, Annual Report of the National Museum.

5En el original inglés, “consultants”.

6Ver Lassiter, Luke Eric, 1998, The Power of Kiowa Song: A Collaborative Ethnography, University of Arizona Press, Tucson.

7Ver Lassiter, Luke Eric et al., 2004, The other side of Middletown: Exploring Muncie’s African American Community, Altamira, Walnut Creek, CA.

8Zinsser, William, 2001, On Writing Well: The Classic Guide to Writing Nonfiction, Quill, New York.

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