Introducción
El asunto de la homosexualidad en la antigua Roma constituye actualmente uno de los aspectos más controvertidos y quizá también más incomprendidos en torno a dicha civilización. Los estudios al respecto comienzan a materializarse desde hace escasos decenios, en la segunda mitad del siglo XX. Qué duda cabe, tiempo atrás, durante la eclosión de los estudios históricos del siglo XIX, fue este un tema tabú, y ni siquiera la revolución historiográfica impulsada por la historia social que surge a comienzos del siglo XX abrirá las puertas a específicos trabajos sobre sexualidad homoerótica. De este modo, las escasas publicaciones acumulables en el presente están mediatizadas por la emisión velada de juicios de valor.
Es una regla básica afrontar el comienzo de cualquier investigación histórica -sea cual sea la temática o el periodo a tratar- apartando los prejuicios contemporáneos para hacer una inmersión al pasado dentro de la mayor objetividad. Las valoraciones actuales carecen de sentido y abocan frecuentemente al fracaso de los objetivos. El historiador ha de realizar un voto de humildad y apartar del foco de análisis cualquier intento de monopolizar la construcción del relato a través de su opinión, y de este modo ha de priorizar su faceta de transmisor de los eventos pasados para hacerlos comprensibles y divulgables al público presente y futuro. El investigador, en suma, ha de desarrollar un esfuerzo intelectual a través del cual debe intentar comprender la realidad pretérita. Esta tarea no es sencilla en cuanto al estudio de la homosexualidad romana, pues, si bien la fuente de la que nos nutrimos es básicamente documental, ésta no es abundante. La gran masa de obras escritas tiende a ocuparse de los asuntos político-militares, donde predomina una crónica generalista de los diferentes aspectos de la vida pública romana. En cambio, entre las fuentes escritas de un tenor más social y privado, además de diferentes tratados temáticos -ninguno dedicado en exclusiva a la homosexualidad- encontramos a la poesía erótica. Por medio del análisis de las obras de Catulo, Marcial y Juvenal tendremos la oportunidad de convertirnos en testigos de excepción de la vida sexual masculina desarrollada entre los siglos I a.C. y II d.C. El homosexualismo impregna los textos de los dos primeros autores con una carga personalista, y en el último también es tema recurrente. A través de los tres testimonios, conoceremos no sólo su opinión al respecto, sino que, más importante aún, podremos reconstruir el clima social en el que se desenvuelve la homosexualidad del momento. La labor principal de este artículo es estudiar una parte de la poesía erótica representativa de finales de la República y principios del Imperio, para hacer de ésta una herramienta que permita conocer socialmente la homosexualidad romana del periodo.
Aspectos legales de la homosexualidad romana
Al margen de la producción poética, de la que abordaremos un extracto representativo más adelante, resulta pertinente mostrar una idea de la opinión social que generaron las relaciones masculinas ya en el periodo tardo republicano.
Cuando Polibio elogia a Emiliano Paulo (II a.C.) al recibir éste la corona cívica por su ejemplo de virtud a lo largo de su vida señala que el mérito del romano residió en haber alcanzado un nivel de decencia difícilmente localizable entre sus iguales, pues, a través de la influencia griega, los latinos estaban acogiendo multitud de vicios.1 En ese sincretismo, Roma toma contacto con múltiples elementos de la cultura oriental, incorporando algunos. En cuanto a la respuesta que darán los conquistadores del Lacio frente al abrumador mundo homoerótico griego, existe actualmente un fuerte debate, si bien resulta mayoritaria la idea de que la influencia no fue inmediata, ni tampoco llevó a una reproducción de la realidad griega dentro de la sociedad romana.2
En la etapa final de la República, pervive entre los romanos la censura social a las relaciones masculinas,3 hecho corroborable a través de dos célebres víctimas sobre las que pesaron algo más que sospechas al respecto. En los famosos discursos que Cicerón dedica a Catilina tras su clamorosa conspiración, dentro de un ataque dialéctico magistral el orador alude a supuestas relaciones masculinas protagonizadas por el golpista: “El mismo que tenía amores de lo más vergonzoso [turpissime] con unos, se sometía de la forma más vil [ludibinum] al amor de otros”.4 Se aprecia que Cicerón censura, primero, una actitud sexual activa de parte de Catilina (qui alios ipse amabat turpissime), pero, después, igualmente su posición pasiva (allis fructum ludibinum). Estas relaciones las mantenía con jóvenes: “¿Quién tuvo alguna vez tanto atractivo entre la juventud [iuuentutis] como él?”,5 lo que lleva a Cicerón a referirse a “una práctica de estupro [stuprum]” y de “excesos sexuales”.6 Sin embargo, cuando se refiere a ésta y otras conductas de Catilina y sus secuaces, al señalar cada una de sus faltas habla de traición, crímenes, maldad o lujuria (libidini).7 La traición se ve justificada en la propia conjura, así como los crímenes, pues corrió no poca sangre por aquella causa. De igual forma, el cargo de maldad gravita como motor de toda la empresa catilinaria. En cambio, la lujuria bien podría señalar las perversiones sexuales de Catilina, estando por tanto aquí más frente a una censura verbal a las mismas que ante una acusación directa por ilegalidad.8
Julio César sufrirá igualmente la rumorología en torno a su sexualidad. Cuando apenas contaba veinte años fue enviado en embajada a parlamentar con Nicómedes, rey de Bitinia, y pasados los años las especulaciones en torno a lo allí vivido no cesarán, pues dice Suetonio: “Tenía fama de púdico, la cual por nada resultó mancillada, salvo ciertamente por su relación con Nicómedes, motivo de oprobio, sin embargo, notable y duradero y expuesto a las injurias de todos”.9 Suetonio recuerda incluso que llegó a circular un verso del poeta Calvo Licinio en el que se hacía mofa del supuesto rol pasivo de César en dicha relación: “Todo lo que Bitinia y el que enculaba (pedicator) a César tuvieron alguna vez”.10 En una ocasión en que se debatía en el Senado, César loaba al ya difunto Nicómedes, pero Cicerón le interrumpió y aseveró públicamente: “Abstente de esas cosas, por favor, pues ya se sabe qué te dio él a ti y tú, por tu parte, a él”.11 Dion Casio afirma que esta rumorología causó siempre gran disgusto en César: “esto le irritaba sobre manera y era evidente que le hacía daño; y él intentaba defenderse con juramentos, y con ello se exponía aún más al ridículo”.12
Hemos expuesto posibles ejemplos de la mala prensa que entre la opinión pública tenían las relaciones masculinas protagonizadas por determinados personajes. Por contra, ni Cicerón calificará por ello a Catilina como delincuente, ni hará lo propio con César. En cambio, las fuentes hablan de algún tipo de sanción legal a este tipo de comportamientos. Sexto Empírico afirma, entre finales del siglo II y principios del siglo III d.C., que la homosexualidad era perseguida judicialmente por los romanos: “Oponemos una costumbre a las demás cosas -por ejemplo, a una ley- cuando argumentamos que entre los persas es costumbre la homosexualidad masculina, mientras que entre los romanos está prohibido por ley hacer eso”.13 Y en este sentido conocemos la existencia de una lex Scantinia14 referida en las fuentes hasta en seis ocasiones: Marco Celio Rufo la cita dos veces en la correspondencia que mantiene con Cicerón en el 50 a.C., y si bien no refiere información alguna de su concreto contenido, da a entender que una acusación bajo la lex Scantinia tiene carácter infamante: “Estos tremendos desvergonzados, al final de mis juegos circenses, se han encargado de demandarme de acuerdo con la ley Escantinia”.15
La siguiente mención vendrá de la mano de Juvenal y sus Saturae,16 donde hallamos un texto trascendental en el que la lex se relaciona explícitamente con la censura de las relaciones masculinas. Juvenal crea una cómica conversación entre dos personajes: la prostituta Laronia y un individuo anónimo del que podemos deducir es un ciudadano romano. La escena es netamente ficticia, pero a nadie escapa que el presente texto, y en general buena parte de la obra de Juvenal, tiene un fuerte trasfondo de denuncia social en una época decadente para el poeta:17
No pudo soportar Laronia a uno de ellos que mirando torvamente gritaba una y otra vez: “¿Dónde estás ahora, ley Julia? ¿Duermes?”; y sonriendo irónicamente le contestó: “¡Dichosos los tiempos que te enfrentan a las malas costumbres! Ya puede Roma armarse de pudor, un tercer Catón le ha caído del cielo. Pero, vamos, dime: ¿dónde comprar esos opobálsamos a que te huele el cuello hirsuto? No te dé vergüenza indicarme el dueño de la tienda. Ahora que, si nos ponemos a remover leyes y derechos, debe invocarse por delante de todas la Ley Escantinia; mira primero a los hombres y examínalos, hacen cosas peores; pero a ellos los protege el número y las falanges apretadas, escudo con escudo. Gran armonía reina entre los afeminados. No se hallará ningún ejemplo tan detestable en nuestro sexo. Tedia no se lo lame a Cluvia, ni Flora a Catula: Hispón se pone debajo de los jóvenes y está pálido por una y otra perversión. ¿Acaso nosotras defendemos causas, conocemos el derecho civil o alteramos vuestros foros con algún barullo? Pocas son las que practican la lucha, pocas comen albóndigas como los gladiadores; vosotros cardáis la lana y lleváis en canastillas las vedijas preparadas, vosotros hacéis girar el huso cargado de hilo fino mejor que Penélope, con más ligereza que Acne, tal como lo hace la concubina desaliñada sentada en su tronco. Bien se sabe por qué Histro llenó su testamento con el nombre de un solo liberto, por qué en vida le dio tanto a su esposa. Rica será la que ocupe el tercer lugar en un gran lecho. Tú cásate y calla; los secretos regalan piedras preciosas. Después de esto ¿se dicta contra nosotras una sentencia severa? La censura es indulgente con los cuervos y maltrata a las palomas”.18
Laronia se muestra molesta ante quienes añoran una más estricta observancia de la Ley Julia, norma que, por el contexto en que se cita, no puede ser otra que la lex Iulia de adulteriis, introducida en época de Augusto para, entre otros cometidos, reprimir penalmente la lascivia femenina en el ámbito matrimonial. Es el varón quien piensa en tal ley en una forma de ataque a la vida licenciosa de Laronia, se entiende. Por ello, la joven responde al “golpe” extrañando un mayor rigor en la aplicación de la lex Scantinia: si nos detenemos en este punto, podría parecer que, así como la lex Iulia penaría el adulterio matrimonial femenino, la lex Scantinia haría lo propio con el adulterio19 matrimonial masculino: “si nos ponemos a remover leyes y derechos, debe invocarse por delante de todas la Ley Scantinia; mira primero a los hombres y examínalos, hacen cosas peores”. En cambio, el irónico comentario en torno al perfume del individuo no hace sino advertir que estamos ante un individuo afeminado,20 a pesar de que esté presente “cuello hirsuto”, pues a lo largo de la lectura de los tres poetas comprobaremos que, así como la depilación sería un rasgo de afeminado, el mantenimiento del vello podría ser igualmente empleado como una forma de esconder determinados hábitos. Además, la idea del adulterio heterosexual termina por derrumbarse con la frase: “gran armonía reina entre los afeminados”.21
A través de este alegato ficticio, Juvenal pretende mostrar la impunidad con que los hombres mantienen relaciones homosexuales. Pero ¿y si la lex Scantinia únicamente actuó contra los afeminados? De lo dicho hasta aquí sobre el perfume (opobalsama) o los propios afeminados (molles), surge en nuestra mente la idea de una lex Scantinia prevista para la represión del afeminamiento como conducta, y quizá la posibilidad de que se persiguiese únicamente al individuo afeminado en una relación, esto es, a aquel que también desempeñara un rol pasivo en el acto sexual. Sin embargo, Laronia se ve en la necesidad de exponer un ejemplo para clarificarnos al respecto, hablando de un tal Hispón, quien “se pone debajo de los jóvenes y está pálido”, desempeñando un rol tanto activo como pasivo: “por una y otra perversión”.22 La referencia a iuuenes hemos de entenderla como a adolescentes, y no como a niños, por lo que no sería apropiado pensar en un contexto pederástico sensu stricto, cuando sabemos que los varones romanos adquieren la pubertad a los catorce años, momento en el que pasan a portar la toga uirilis dentro de los estamentos más privilegiados.23 Sí conviene hacer una referencia al rol versátil desempeñado por Hispón, para lo cual nos será de ayuda la mención que hace Livio al escándalo de las bacanales, donde participaban hombres afeminados, corrompidos y corruptotes (stuprari et constupratotes): “en efecto, una gran parte de ellos son mujeres, y ellas fueron el origen de este mal; después, hombres enteramente afeminados [feminis], corrompidos y corruptores, exaltados, embrutecidos por las vigilias, el vino, el ruido y los gritos nocturnos”.24
Efectivamente, los relatos de Juvenal o Livio muestran que el individuo afeminado puede también representar en ocasiones a personas que desempeñan un rol tanto pasivo como activo -si bien no será esta la tónica-. Por ello, cuando Juvenal inserta la lex Scantinia en el relato, lo hace para mostrar que ésta se relaciona con la censura de la conducta homosexual, y si la mención a afeminados podría constituir un matiz, el ejemplo de las costumbres sexuales de Hipón indica que se censura su relación por encima del rol ejercido en el transcurso de ella. Por contra, el lamento de Laronia sobre el monopolio masculino de los tribunales -recordemos que el desempeño judicial está circunscrito a los varones- puede constituir una forma de explicar el por qué la lex Scantinia, que existe y se relaciona con la censura de las relaciones entre varones, no se aplica. Dice Laronia: “La censura es indulgente con los cuervos y maltrata a las palomas”.25
Por su parte, Suetonio menciona escuetamente el procesamiento de varios distinguidos varones romanos en virtud de la lex por orden de Domiciano.26 Entre los siglos II-III, Tertuliano cita la lex en un texto breve y confuso.27 Ausonio la asocia genéricamente al afeminamiento de un marido28 en el siglo iv, y, por último, Prudencio la menciona de forma irrelevante en el siglo V.29
En este escenario, la valoración que el primitivo cristianismo otorga a la homosexualidad es estrictamente negativa.30 El apóstol Pablo emplea el dogmatismo en su ad Romanos epistola señalando que los judíos tendieron en el pasado a entregarse a los comportamientos contrarios a su religión,31 lo que había provocado la ira de Dios hacia estos como homosexuales:
Por eso Dios los abandonó a sus pasiones vergonzosas; pues, por una parte, sus mujeres cambiaron las relaciones naturales del sexo por otras contra natura. Por otra, también los hombres, dejando las relaciones naturales con la mujer, se entregaron a la homosexualidad, hombres con hombres, cometiendo acciones vergonzosas y recibiendo en su propio cuerpo el castigo merecido por su extravío.32
En su contacto progresivo con el mundo romano, el gestante cristianismo iniciará una labor en pro de revertir las costumbres que Pablo recrimina a los judíos. Por ejemplo, en el periodo de Séneca (siglo I d.C.) se bromeaba públicamente respecto de las distintas facetas en que se manifiesta el rol sexual pasivo masculino: el abogado Quinto Haterio, en la defensa a un ciudadano sorprendido por su esposa cohabitando con un liberto, manifestará que la pasividad es una necesidad (necessitas) para un esclavo, un oficio (officium) para un liberto -como es el caso- y un crimen para un ciudadano.33 Las palabras de Haterio tienen un tono relajado y, más que la norma, vienen a reflejar la costumbre, esto es, nos hablan de la censura social que para un ciudadano tendrá la pasividad. Sin embargo, esta situación llega a su fin en el siglo IV d.C., y en el 342 d.C., los emperadores Constantino y Constante, dentro de la influencia cristiana, terminarán con la libertad experimentada hasta entonces por el homosexualismo. Tiempo después, en el 395 d.C., a través de una constitución del emperador Teodosio, quien había abrazado el cristianismo, se establecerá sobre los hombres que empleen su cuerpo “cual si fuesen mujeres” la cremación pública.34 El carácter de la pena cristiana y su ejecución pública evidenciarán la imperiosa necesidad de aplicar castigos ejemplares que logren poner punto final a una práctica que, probablemente, resultó entre los varones romanos más habitual de lo imaginable que hoy. Las relaciones masculinas, pese a su censura pública, se habrían mantenido de manera íntima durante buena parte de la historia de Roma, sin que entretanto se mostrase un interés efectivo por contener este tipo de contactos a través de recursos procesales del tenor de la lex Scantinia.
En tal contexto de disipación en el ámbito civil romano, el mundo militar es quizás el que presenta una prohibición más específica a las relaciones entre ciudadanos romanos varones. La más mínima forma de contacto entre soldados estaba plenamente prohibida, al punto de contraponerse a la condición militar. Como ejemplos de tal censura vemos lo acontecido en el 317 a.C., cuando el tribuno Letorio Mergo realiza propuestas indecentes a un subalterno, lo que provoca la censura general y su suicidio, un desenlace que para Valerio Máximo no suponía sino el cumplimiento con lo dispuesto en la ley natural: “Antes del día fijado para el juicio, se castigó a sí mismo, primero con el destierro y, posteriormente, con la muerte. Había satisfecho ya la ley natural [naturae modum expleuerat]”.35
En el 280 a.C., el centurión Cayo Cornelio, siendo veterano (emeritus), es acusado de haber mantenido relaciones con un joven de libre condición, por lo que es encarcelado: “Gayo Pescenio, triúnviro capital, arrestó a Gayo Comelio porque había cometido estupro [stupri commercium] con un joven libre, sin que le importara el que Comelio hubiera servido valerosamente en el ejército”.36 Célebre es el caso del tribuno militar Gayo Lusio, sobrino de Mario y bajo las órdenes de éste en el 102 a.C., cuando intenta abusar del subalterno Gayo Plocio, quien en su defensa acabará con la vida del tribuno. Mario juzga los hechos en calidad de máxima autoridad judicial del destacamento a cargo y decide exculpar a Plocio,37 en contra de lo dispuesto por el código militar, que prevé la pena capital para el soldado que se muestre insubordinado o agreda a un mando,38 cuando en el caso presente se ha llegado a atentar contra su vida. Sin embargo, Mario otorga mayor gravedad al abuso.
Sin siquiera alcanzar una situación de abuso, la mera sospecha de homosexualismo asociada a un militar lleva a cuestionar la capacidad de éste en el desempeño marcial. Así le ocurrió al tribuno Subrio Flavio quien, en época de Nerón, es señalado como perteneciente a un grupo de conspiradores contra el propio emperador. El militar se defiende: “Él, un hombre de armas, no iba a asociarse con aquellos afeminados [effeminatis] inermes para un delito tan grande”.39 Similar escenario se reproduce en tiempos de Domiciano, cuando tan sólo dos personas de entre un amplio grupo de conspiradores contra el emperador serán perdonadas. Dos mandos, un tribuno laticlavicio y un centurión, “para mostrar con mayor facilidad que carecían de culpa, habían admitido que mantenían relaciones íntimas [impudicos probauerant] y que por esta razón no habían podido ser de utilidad alguna ni para el jefe [neque apud ducem] ni para los soldados [milites]”.40 En otra conspiración contra Domiciano, el tribuno militar Julio Calvaster, quien era señalado por reunirse secretamente con el gobernador de Germania, confesará que tales encuentros tenían un carácter estrictamente íntimo, logrando también ser exonerado de toda culpa.41
Quiero, por último, recoger en esta pequeña nota preliminar la siguiente reflexión de Balsdon: la homosexualidad se erige como una auténtica paradoja en la Antigüedad, pues, así como su práctica será entonces universal, igualmente lo será su reprobación.42
Homoerotismo en la poesía de los siglos I a.C. a II d.C.
No pretendo aquí dar a conocer textos inéditos o aspectos novedosos dentro de la obra de tres geniales poetas latinos como son Catulo, Marcial o Juvenal, pues sabemos que las relaciones entre hombres están muy presentes en cada uno de sus relatos, hasta el punto de monopolizar la temática reflejada en los dos primeros autores. Sin embargo, sí será un objetivo convertir esta circunstancia en protagonista y hacer un seguimiento exhaustivo de la crónica que gira en torno a ella. Comprobaremos de esta forma que se van reproduciendo determinados patrones en el desenvolvimiento del homoerotismo romano.43
El conocimiento de la lex Scantinia nos ha permitido comprobar que en algún momento del periodo republicano surgió una norma que buscó desarrollar una censura sobre la homosexualidad: la idea se muestra un tanto vaga, si bien hemos de intentar ser rigurosos y no ir más allá de lo que las fuentes permiten. El caso es que las diferentes fuentes -pocas- que han citado la lex, lo han hecho evidenciando su escasa prevalencia en el ámbito procesal, siendo su mero recuerdo, por lo general, un motivo de mofa recurrente. De este modo, en el ínterin que se establece entre su entrada en vigor y el momento en el que Roma termina modificando de forma irreversible algunas de sus costumbres por influencia efectiva del cristianismo, discurre un espacio en el que la homosexualidad es practicada, con matices y no sin cierta censura social, por un número indeterminado de varones romanos. Por ello, el estudio de la poesía de este “entretiempo” constituye, a mi parecer, un excelente termómetro del nivel de penetración social del homoerotismo en el periodo.
Cayo Valerio Catulo
El autor veronés44 será testigo del acontecer del convulso siglo I a.C. romano en su primera mitad, si bien su poesía se ocupará de los aspectos más sociales de su tiempo, y ello desde un prisma transgresor que aún hoy es objeto de una amplia polémica. Algunos de sus coetáneos tendieron a señalar la falta de pudor en sus letras, y en tal sentido Catulo se defiende en un verso donde se refiere a cierto Aurelio y cierto Furio, calificando a ambos de desviados, “maricón y puto”,45 luego de haberlo acusado de crear versos indecentes y convertirse así en impúdico.46 Pero dicha impudicia se relacionaba más específicamente con el propio cuestionamiento de la masculinidad de Catulo: “¿me juzgáis poco hombre?”47 El romano se desmarca de este señalamiento afirmando ser un poeta casto, si bien defiende que en modo alguno habrán de serlo sus versos, que están provistos de una gran carga humorística: “casto tiene que ser el buen poeta en su persona, pero para nada en sus versos, que tienen sal y gracia si son eróticos y poco púdicos y pueden excitar lo que les pica no digo ya a chavales, sino a tíos peludos que no pueden con sus muslos”.48
El gran novelista latino Lucio Apuleyo se justificará de forma similar cuando en el siglo II d.C. sea recriminado por haber escrito poemas de amor a dos hijos de Escribonio Leto, quien era su amigo, en los que resalta el amor que siente por ambos:
Critias es mi alegría, pero también para ti, Carino, vida mía, hay reservado intacto un lugar en mi amor [amore meo]. No temas; uno y otro fuego pueden abrazarme a su gusto; con tal de disfrutar de ambos amores, soportaré a la vez estas dos llamas [duas flamas]. Ojalá sea yo para vosotros lo que cada uno es para sí mismo; vosotros seréis para mí lo que son mis dos ojos.49
En otro poema se dirige a uno de ellos: “A cambio de estas guirnaldas entrelazadas, dame un apretado abrazo; a cambio de las rosas, dame los dulces besos de tu boca de púrpura. Mas, si infundes un alma al caramillo, mi canto, vencido, cederá al punto ante las dulces melodías de tu flauta campestre”.50 Parece que Apuleyo pretendía ocultar el apelativo de ambos jóvenes, pues, como termina reconociendo, Critias y Carino no son sus verdaderos nombres: “También has advertido que se me reprocha el haber llamado Carino y Critias a estos muchachos, a pesar de que tienen nombres distintos”.51 En tan comprometida situación, Apuleyo sólo logra evadirse al escudarse, precisamente, en las palabras de Catulo ante una polémica similar: “No habéis leído, desde luego, los versos en los que Catulo responde así a los malintencionados: Conviene, en efecto, que el poeta piadoso observe una conducta personal intachable, pero sus versos no tienen por qué ser castos”. Nos preguntamos si las palabras de Apuleyo hicieron un favor, no ya a su endeble discurso, sino a la memoria del difunto Catulo.
¿Transmiten las palabras de Catulo que, al menos en el aspecto homoerótico, su obra no es más que el relato de una ficción social, sin existir nexo alguno entre sus versos y la realidad? A priori resulta complejo dar respuesta a la pregunta planteada. Sin embargo, a través del estudio de la obra del poeta tendremos oportunidad de comprobar cómo en todo lo referente a la sexualidad del coplista, en múltiples ocasiones, nada resultará ser lo que parece. Catulo va plasmando en sus escritos gruesos trazos de la sexualidad de su tiempo, y, por extensión, de la suya misma, pues como afirma Antonio Alvar Ezquerra respecto a este y otros poetas de temática amorosa: “Lo que el lector tiene entre manos son historias de las peripecias amorosas con las que los poetas de la antigua Roma intentaron colmar sus afectos”.52
Si hay un nombre femenino que resuena en la obra catuliana, ése es el de Lesbia. El poeta se referirá a la joven como su gran amor femenino (pudo ser el único, de existir).53 Conocemos el nombre de otra mujer, Ipsitila, a quien Catulo pide sin reparo alguno que ambos den inicio a una maratoniana tarde de goces, “porque sin descanso habrá nueve revolcones [fututationes]”.54 El romano vuelve a prestar interés por el género femenino cuando demanda, en el que para él será un banquete ideal, la presencia de una bella mujer: “y si traes una cena exquisita y generosa sin olvidarte de una mujer bella”.55 En este punto, no habría motivos para cuestionar el amor a las mujeres por parte del poeta, por lo que las acusaciones de Aurelio y Furio estarían totalmente fuera de lugar. En cambio, muy al contrario, con la siguiente exposición no haremos sino dotar de veracidad a las sospechas en torno a la sexualidad de Catulo.
En las escasas ocasiones en que el romano dedica unas palabras al sexo femenino -obviamos aquí a Lesbia y los dos casos residuales ya citados- se trasluce un marcado desprecio por la mujer. De ese modo, por ejemplo, en cierta ocasión en que trata de persuadir a un amigo para saber más acerca de su último amor, no duda en calificar a la desconocida amada como una “caliente prostituta”.56 Durante un acalorado diálogo con una fémina que le ha sustraído sus libelos, no tiene reparos en calificarla como “zorra desvergonzada”,57“sucia zorra”,58 “basura”,59“más puta que una casa de putas”.60 En alguna ocasión llega a manifestar problemas para encontrar la belleza femenina donde es valorada por el resto de hombres de toda una provincia: “¿Y de ti dice la provincia entera que eres hermosa?”,61 limitándose a resaltar, casi ridículamente, un sinfín de supuestos defectos físicos en el rostro de una mujer que es precisamente reconocida por su hermosura: “tú que no tienes precisamente la nariz pequeña, ni el pie bonito, ni los ojos negros”.62
Conviene preguntarse por la posibilidad de que Catulo fuese un varón que no sintiese el menor agrado por el género femenino: ¿sería posible entonces que se sintiese más cercano al ámbito masculino? Presentaré a continuación una serie de poemas cuyo contenido creará aún mayor confusión al respecto -de manera transitoria, eso sí-, pues reflejan un posible rechazo de Catulo a las relaciones entre hombres.
Durante una conversación con su amigo Varo y la novia de éste, quienes lo interrogan en relación con su reciente viaje por Bitinia, el coplista afirma haber conocido en aquel reino a “un pretor maricón”,63 individuo que, además, no cumplía en la forma correcta sus funciones de mando.64 Pero no sólo se atreverá el lírico con los personajes más anónimos,65 sino que dedicará palabras al propio Cayo Julio César, acusándolo en repetidas ocasiones de ser un cinaedus (maricón),66 al punto de que habría mantenido relaciones homosexuales con Mamurra,67 uno de sus lugartenientes. Comprobamos aquí nuevamente los fuertes rumores que corrían en torno a la sexualidad de César y la pesada estigmatización que ello provocaba sobre su persona. Resulta igualmente curioso el caso de un padre ladrón de balnearios, cuyo hijo sería prostituto masculino (cinaedo fili),68 y en ambos casos el poeta ve motivos para que padre e hijo se autoimpongan el destierro. Catulo equipara aquí el robo a la prostitución pasiva masculina en nivel de reprobación.
Hasta el momento, el romano se ha expresado despectivamente al hablar de los homosexuales, si bien centrará sus ataques sobre los cinaedi como actores pasivos dentro de una relación entre hombres. En cambio, el siguiente pasaje mostrará que, más aún, sobre la propia relación entre dos individuos del mismo sexo recae una censura a través de la palabra pathicus. Nasón, quien pasea junto a un amanerado, pasa por ello a ser de la misma condición que aquél: “Mucho hombre eres tú, Nasón. Mas ponle que el que a tu lado baja, mucho hombre no es. Así, Nasón, en conclusión, digamos que eres mucho maricón”.69 En suma, a tenor de lo hasta ahora expuesto, Catulo bien podría ser calificado como un “homófobo”, etiqueta que tendremos ocasión de comprobar en qué manera dista de reflejar la realidad.
Hablemos a continuación de la singular forma en que el coplista tiende a relacionarse con algunos hombres a los que califica de “amigos”. Uno de éstos es Juvencio, individuo a quien el lírico recrimina el tipo de hombre elegido para enamorarse:70 “acaso no había otro hombre atractivo”.71 En este caso, no se refiere a la pareja con descalificativos como cinaedus o pathicus; directamente no está reprobando la relación, sino que la matiza. Muy posiblemente lo que Catulo está manifestando son celos, un hecho que se ve corroborado en otro verso, donde expresa su deseo de besar al propio Juvencio: “Si tuviese la posibilidad de sin pausa besar [basiore] tus dulces ojos, hasta trescientos mil besos yo te daría, y nunca me vería satisfecho”.72 En este punto, si nos retrotraemos a las críticas vertidas por Aurelio y Furio respecto del tono de la obra catuliana, éstos habían señalado específicamente como un rasgo característico de la falta de masculinidad del poeta cierta expresión salida de su puño y letra: “Y porque habéis leído: ‘muchos miles de besos’ ¿me juzgáis poco hombre?”.73 Pese a no especificar a quién iba dirigida la frase, por el contexto de las críticas sabemos que era a un hombre y es muy probable que éste no fuese otro que el propio Juvencio.
Veranio se convertirá igualmente en víctima de los deseos del poeta, que anhelará besar sus ojos luego de rodear su cuello,74 acción que, confiesa Catulo, le proporcionaría una felicidad plena.75 A Fabulo le obsequiará con un perfume que antaño había pertenecido a su amada, para que aquél se convierta asimismo en fuente de deseo.76 El coplista quedará prendado de otro hombre, Licinio, por su encanto y gracia en el transcurso de una tertulia poética entre ambos: “y de allí me marché tan encendido por tu encanto”,77 y esa misma noche Catulo será incapaz de tomar sueño por el fuerte deseo de volver a encontrarse junto a Licinio: “Incapaz de dominarme [indomitus furore], el ancho de la cama fatigué dando vueltas, como loco, deseando ver la luz, para poder hablar contigo, hallarme junto a ti”.78
En cuanto a Alfeno, el romano pasará del deseo al desengaño, y terminará acusando al varón de serle infiel y traicionarle: “¿Ya no dudas, infiel, en traicionarme ni en engañarme?”.79 Pero si existe un hombre deseado sobremanera por el coplista, éste no será otro que Camerio, a quien en su desesperación llega incluso a seguir a las puertas del mismo burdel, donde increpa a las prostitutas con el fin de que se lo devuelvan: “Devolverme a Camerio, malas pécoras”.80 Sin embargo, los esfuerzos son en vano y Catulo acaba desistiendo81 de esta actitud que podríamos definir propiamente de acoso. Se referirá igualmente el poeta a un joven por el que muestra una especial preocupación, y en tal sentido rogará a su amigo Aurelio que proteja la pudicia del chico,82 si bien, al mismo tiempo teme que el propio Aurelio pueda atentar sexualmente contra el joven: “de ti sí tengo miedo y de tu miembro, alzado, ese peligro para los chicos buenos (y los malos)”.83 En otro pasaje en el que Catulo cavila en torno a las intenciones de Aurelio, expresa estar enamorado del joven: “Quieres hacer el amor a mi amor [meos amores]”.84 Pero el mayor pesar para el poeta, ante una eventual relación entre su amado y su amigo, sería el propio futuro del muchacho, quedando en manos de un individuo insolvente.85 El lírico descalifica la relación con expresiones como “mala idea” (mala mens), “locura” (furor) o “crimen” (sceleste),86 aunque el último calificativo no se expresa en sentido legalista, y sí puramente sentimental: Aurelio traicionaría la amistad de Catulo si consumase cualquier tipo de relación con el joven objeto de discordia.
Muy probablemente el amor del poeta es un esclavo. En los sucesivos relatos tendremos oportunidad de comprobar más nítidamente en qué medida el comercio sexual de esclavos jóvenes fue un negocio de gran envergadura en la Roma antigua, desatándose de manera fulgurante al compás de la expansión romana por el Mediterráneo. La situación llegará a tal punto que Catulo afirmará que quien viese a un apuesto joven junto a un comerciante, no debía tener la menor duda de que el chico era vendido como prostituto: “¿Qué puede imaginar, sino que quiere venderse, simplemente ser chapero?”.87
No es intención de este artículo cuestionar el amor del coplista por Lesbia -si acaso existió tal mujer en la vida del poeta-, pero conviene señalar la casi total ausencia del elemento femenino en la obra del autor romano. Y cuando se digna a aparecer, tiende a acompañarse de tintes odiosos y negativos. Al tiempo que esto sucede, Catulo centra el contenido de una parte importante de sus versos en las relaciones masculinas, muchas veces a través de su experiencia personal, que tiende a culminar en frustración.
En esas experiencias personales encontramos nombres como Veranio, Fabulo, Licinio, Alfeno o Juvencio: todos, nombres romanos. Catulo se refiere a estos personajes como amici, pero su relato, pese a mostrar claramente un deseo que excede sobremanera la amistad, se maneja siempre en una torpe ambigüedad.88 En cambio, cuando habla del joven que temerosamente pretende dar en protección a Aurelio, se refiere a él como puer y le manifiesta abiertamente su amor (meos amores).89 Es probable que dicho joven fuera un esclavo, y el resto de hombres con los que el poeta no se ve correspondido son ciudadanos romanos: en este sentido, parece que Catulo escribe con más libertad cuando habla del amor a un esclavo que cuando lo hace en relación a ciudadanos romanos. Ello respondería a que los contactos entre ciudadanos romanos varones debieron sufrir una fuerte reprobación social, lo que haría que se desarrollasen en la clandestinidad. Antonio Alvar Ezquerra ha escrito unas interesantes palabras al respecto. Así, pese a encontrarnos ante poesía, difícilmente habremos de caer en la ingenuidad de ver en el relato homoerótico -piedra angular en la obra catuliana- una pura invención.
Marco Valerio Marcial
Pasado apenas un siglo de la muerte de Catulo, las tierras de España verán nacer al genial poeta Marcial,90 quien vivirá e interpretará a través de su obra la segunda mitad del siglo i d.C. Siento iniciar mi relato advirtiendo que, al igual que Catulo, Marcial no será ajeno a las críticas desatadas en torno a sus famosos Epigramas. En esta ocasión, cierto Cornelio es quien le acusa: “Te quejas, Cornelio, de que yo escribo versos poco serios y que un maestro no podría comentar en la escuela”.91 Marcial recoge en su obra esta crítica tal como hiciera Catulo, y al igual que éste da una respuesta: se defiende afirmando que sus epigramas no van más allá de “la broma y chanza”.92 Frente a otra censura similar, en este caso de la mano de un tal Apolinar, el poeta se reafirma: pretende crear una obra alegre y amena.93 En esta ocasión, deja clara su intención de entretener, pero señala: “recuerda, Apolinar, […] mi librito no contiene mis costumbres”.94 El autor reconoce que el humor presente en sus letras lo hace famoso por toda Roma.95
Las explicaciones del poeta parecieran toda una declaración de intenciones respecto de lo que es su verdadera conducta: los epigramas serían puro humor y en nada reflejarían la filosofía de vida del autor. En este sentido, las loas que el poeta realiza en varios puntos de su obra a la virtud y la castidad romanas, a través de las políticas practicadas por Domiciano, serían todo un ejemplo.96 Partiendo de este punto, paso a valorar la existencia en la obra de Marcial de elementos que nos permitan reconstruir su percepción en torno a las relaciones masculinas y, por extensión, reconocer el estado de éstas en el siglo I d.C. Si bien, a través de los antecedentes que he señalado, el poeta se desmarca de todo contenido obsceno o jocoso presente en su obra y exalta la rectitud moral romana, por contra, al igual que ocurriera con Catulo, esto distará de responder a la realidad.
Al igual que Catulo, Marcial encuentra espacio en sus textos para crear frases despectivas en torno a ciertos aspectos del homoerotismo. Una parte no desdeñable de su obra está dedicada a describir a un tipo concreto de homosexual, el afeminado, del cual señala en diferentes ocasiones cuáles serán sus rasgos más característicos. Estos individuos tienden a vestir prendas de colores claros, como el verde,97 siendo los tonos característicos de la virilidad los más oscuros.98 Suelen usar joyas99 y, cómo no, perfume.100 Tienden igualmente a depilarse101 y gustan de rodearse de compañía femenina.102 Pese a todo, algunos individuos de tal condición tratarán de ocultarse a través de una hipócrita defensa de los ideales del estoicismo romano. En concreto, Marcial pone como ejemplo a cierto Cresto, quien, a pesar de estar escrupulosamente rasurado103 o ensalzar en público a las más vetustas estirpes de Roma,104 no consigue retraer su instinto de satisfacer oralmente a otro varón,105 una práctica censurada por el poeta en varios epigramas: tilda a Malquión de vicioso por ello: “Estas son las insolencias de este vicioso Malquión que soportamos y no podemos vengarnos, Rufo: es un felador [fellat]”.106
En cuanto a la actividad de los cinaedi, hay una crítica no sólo sobre los mismos, sino también sobre el actor activo de la relación, quien tampoco es aquí un hombre honesto: “Aquel [puto] a quien da de comer su miembro [mentula] no es, yo creo, un hombre honesto”.107 El propio acto carecería de sentido: “Tú que conoces los orígenes y las teorías de las escuelas filosóficas. Dime, Pánico, ¿a qué escuela pertenece el principio de que uno reciba [percidi]?”.108 En definitiva, en el mundo romano el sexo anal está asociado con las relaciones masculinas, y el poeta señala en tal sentido cómo en el trascurso de una noche cargada de licencias con una joven: “Cansado de mil procedimientos le pedí poder tratarla como a un muchacho”.109 Al respecto, las funciones del marido romano en el lecho conyugal han de excluir el sexo anal para limitarse a dos cosas: irrumat aut futuit,110 por lo cual, tanto la esposa como su entorno tenderán a rechazar el sexo anal,111 pues éste se considera propio del homosexualismo y el hombre que lo practica vive en una situación antagónica en calidad de marido.112
Hasta ahora, las manifestaciones de Marcial parecen las propias de un poeta casto en cuanto a qué se ha de circunscribir un hombre en el ámbito sexual. Pero, como he adelantado líneas atrás, esta apreciación es equívoca, conclusión a la que se llega fácilmente cuando se decide abordar otro grupo de epigramas esclarecedores del poeta. Acabamos de señalar cómo el coplista describe la incompatibilidad de la pasividad dentro del matrimonio. En cambio, si nos acercamos a otro fragmento, hallaremos unas líneas donde el autor se mofa abiertamente de la esposa virtuosa: luego de rechazarla, tras negarse ésta a trasnochar, beber vino u optar por ambientes de poca luz,113 pasa a criticar las igualmente rancias costumbres de la fémina en el lecho conyugal, donde tenderá a cubrir con exceso su cuerpo114 para besar luego a su marido cual si fuese su abuela. En el momento de consumar el acto, la situación no mejorará, pues la esposa tiende al hieratismo.115 El culmen de los males vendrá cuando se niegue a ser tomada por la espalda (pedicare negas).116
Al hilo de lo narrado, en otro pasaje, el poeta recoge con ironía una conversación con una esposa escandalizada por la relación que su marido mantiene con varios jóvenes sirvientes. Se le indica a la mujer que tales individuos le proporcionan a su cónyuge aquello que ella se niega a ofrecerle: “Ellos le dan lo que tú, esposa, no quieres darle”.117 Por último, se le recuerda a la esposa, como mujer, los límites en los que se ha de mover en la relación con un hombre, pues debe dejar a los muchachos el lugar que también les corresponde: “Una matrona y una mujer deben conocer sus propios territorios; deja su parte a los muchachos jóvenes, tú utiliza la tuya”.118 Ciertamente, las relaciones extramatrimoniales del marido con esclavos varones jóvenes parece que entraron dentro del terreno de lo cotidiano.119
La esclavitud sexual de los jóvenes está reflejada con profusión en Marcial,120 y el poeta llega a confesar la fuerte distracción que le produce un amanerado copero (cinaedus)121 en un banquete, por lo que pide se dispongan otros esclavos más vulgares, desprovistos de melena, rudos y de escasa altura,122 pues en otro pasaje reconoce cómo ha de ser su esclavo ideal, aquél que le hace pecar: ha de ser oriental, de gran belleza, largos cabellos, “un hombre para el resto pero un joven para mí solo”.123 El deseo masculino sobre los esclavos es una constante a lo largo de muchos epigramas,124 y no en todas las ocasiones ejercían un papel pasivo, sino también activo.125
Al mencionar la gran cantidad de invertidos existentes en Roma y las diferentes formas en que se manifiesta su homoerotismo, el poeta incide en nombres no romanos: Polítimo, Hipno, Díndimo, Anfión, etcétera,126 individuos que muy probablemente serán esclavos, libertos u hombres libres, extranjeros. Marcial desarrollará una relación muy especial con alguno de ellos, como con Díndimo, a quien le mostrará abiertamente su rechazo,127 y lo mismo hará con Sabidio, romano en este caso.128 Se acercará a cierto Telesforo con intenciones carnales, pero el individuo le pedirá previamente dinero.129 Encontramos diversas ocasiones en que el poeta acosa -tal como hiciera Catulo en el pasado- a un gran número de hombres para lograr sus favores: desea a Novio, quien finalmente logra evadirlo.130 A Sexto dice amarlo (uolebam amare), si bien éste le pide igualmente que lo respete: “Puesto que lo ordenas, serás respetado”.131 Hilo, habiéndole concedido sus favores en el pasado, ahora se los niega alegando ser ya un adulto. Con Diadumeno llegará a emplear la cólera, si bien con nulo resultado: “te golpeo para poder solicitarte muchas veces; consigo esto, que ni me temas ni me ames [nec ames]”.132 A Marón le rogará que no le prometa mortis causa lo que únicamente en vida puede concederle: “Si no eres estúpido, sabes, Marón, qué deseo”.133 Ligido promete una y otra vez acudir en ayuda del poeta, pero nunca termina apareciendo, por lo que el coplista acaba requiriendo siempre de la ayuda de su mano: “Cuando en vano permanezco echado luchando con una prolongada comezón, muchas veces en lugar de ti me presta ayuda mi mano izquierda”.134
Tras este lamentable relato de frustración, he creído pertinente recoger las durísimas palabras que Marcial dedica a cierto Olo, individuo del que, aun dos mil años después, nos compadeceremos. Al parecer, el individuo se atrevió a reprobar diferentes prácticas poco varoniles de ciertos individuos, un gesto que desatará la ira de Marcial, quien, tras indicarle de manera insistente, reiterativa, que no son estos asuntos en los que se deba entrometer,135 con gran dureza pasa a atacar a su familia -su mujer e hija- de forma desproporcionada: “Tu mujer es una concubina: eso te atañe, Olo. […] Podría decirte quince veces lo que te atañe”.136 ¿Por qué tan colérica respuesta en defensa de este tipo de conductas? Al hilo del historial de desamores del poeta, la respuesta parece simple y clara: Marcial forma parte del grupo de hombres a los que Olo censura.
El romano se erige en defensor de los afectos masculinos, y el caso del centurión Pudente y su esclavo Encolpo es aquí paradigmático. El joven mantenía una relación sentimental con el militar: “Encolpo, amor del centurión que es su dueño”.137 Con palabras de extraordinaria cercanía, dulzura y complicidad -vocabulario lejano al que empleó contra el desdichado Olo-, Marcial indica que se le ha de cortar el cabello a Encolpo lo más prontamente para que su amo pueda disfrutar de sus favores con mayor plenitud.138 El largo cabello en un esclavo representaba un fuerte elemento seductor y se asociaba con los siervos más afeminados -recordemos las palabras del poeta en relación con su esclavo ideal-. De esta forma, el acto de cortar su pelo indicaría que Encolpo se privaba en adelante de tentar el deseo de otros hombres y manifestaba su voluntad de entregarse por completo al anhelo de su amo. El autor relata los hechos con una gran dosis de romanticismo y lágrimas de por medio, ensalzando, en suma, la fuerza del amor.139 Y ciertamente, es una actitud loable muy lejana de los celos, conociendo el especial aprecio que el poeta sentía por el centurión.140
Décimo Junio Juvenal
El lírico romano141 vivió el siglo de Marcial en su segunda mitad, así como los primeros decenios del siglo II d.C. En su obra subyace con fuerza el aspecto moralizante y una defensa constante del virtuosismo romano. De esta manera, si bien entre sus letras el fenómeno de la homosexualidad se manifiesta de forma recurrente, se acompañará siempre de una continua nota censora de parte del poeta. Juvenal rechaza las relaciones entre hombres, por lo que no se haya en sus textos la ambigüedad tan característica de las obras de Catulo y Marcial, pues recordemos que ambos autores no lograron ocultar bajo la máscara de un supuesto humor sus reiterativas conductas homoeróticas y, en suma, su probable sexualidad verdadera. En este sentido, los testimonios de ambos poetas nos permiten reconstruir la realidad social del homoerotismo romano del periodo a través de las propias experiencias de los autores. Por contra, el valor del relato de Juvenal radica en dar voz al entorno que convive junto al mundo homosexual, que no comparte su razón de ser.
Juvenal tiene plena consciencia de estar viviendo en una etapa decadente dentro de la ciudad de Roma,142 al tiempo que se muestra clarividente en cuanto a la causa, que no es otra que la introducción del lujo en la vida de los romanos, pues, se pregunta el poeta, ¿quiénes de entre todos sus abuelos vivían en casas fastuosas o tenían comidas copiosas?143 La severa austeridad establecida en los orígenes de la ciudad se materializaba a través de una pobreza autoimpuesta y garantizaba la salvaguarda de la castidad de los latinos, al tiempo que les protegía del contagio de los vicios: “no las dejaban contagiarse de los vicios sus casas pequeñas, la fatiga y la brevedad del sueño”.144 La pax romana impuesta sobre la cuenca mediterránea es fundamental para Juvenal a la hora de explicar el paso a la decadencia social,145 y más concretamente habría sido en las conductas sexuales donde más daño se habría hecho: “No nos falta ningún crimen ni pecado sexual desde que la pobreza romana desapareció”.146 El contagio se produce a través de la introducción de costumbres extranjeras compradas por el dinero: “El primero en traernos costumbres extranjeras fue el sucio dinero y las blandas riquezas quebraron nuestra historia con su lujo desvergonzado”.147
El poeta incide en una causa externa como agente causante de la degeneración, y por ello emplea con frecuencia el término contagio.148 Pero, ¿quién habría “contagiado” a los romanos la tendencia a relacionarse entre hombres? Juvenal señala a los griegos como grandes afeminados; tilda a los rodios de poco valerosos y a los corintios de bien perfumados,149 mientras que ironiza en general sobre el pueblo heleno, en relación con la clase de peligros que pueda entrañar un pueblo depilado: “¿Qué te va a hacer una juventud pringada con resina y las piernas depiladas de un pueblo entero?150 Hemos de tener en cuenta el fuerte elemento xenófobo antihelénico presente en el poeta: “No puedo soportar, Quirites, una Roma griega”,151 y muy probablemente en otros muchos romanos, circunstancia que parece predisponer a Juvenal a denostar por todos los medios a los griegos, acusándoles no sólo de copar todas las profesiones liberales152 en la ciudad, sino de conquistar en el terreno sexual a esposas, hijas, novios e hijos.153
En cambio, no todos los pueblos sometidos por Roma ofrecerán la fácil -a la vez que ridícula- excusa para la exculpación ante la llegada del “nuevo” vicio romano. Juvenal reconoce que los britanos, pueblo recientemente conquistado, no tendrán las malas costumbres de Roma: “lo que ahora se hace en la capital del pueblo vencedor no lo hacen aquellos a quienes vencimos”.154 Parece que en Oriente ocurría otro tanto, pues, al referirse el coplista a la llegada de un rehén armenio afeminado a Roma, dice que éste mantendrá una relación con un “ardiente” tribuno (indulsisse tribuno)155 y, muy importante, que a su regreso a su tierra portará consigo las costumbres romanas -entiéndase, el homosexualismo-: “Había venido como rehén, aquí se hacen hombres […] así llevan de vuelta a Artájata [Armenia] las costumbres de los jóvenes romanos”.156 Si en Armenia no era habitual el contacto masculino, y si Juvenal habla de cómo los vicios romanos vienen del exterior, ¿qué está ocurriendo exactamente? En el mismo texto en el que se relata la llegada del joven oriental, el poeta escribe una frase que será reveladora en este sentido: “mira a lo que llevan las relaciones comerciales”.157 De este modo, deberíamos referirnos más a oportunidades de sucumbir que a vicios, y el caso presente es un buen ejemplo: el armenio llegó a Roma y fue un romano quien lo corrompió, al parecer, por vez primera, pues de vuelta a Armenia se dispondría mancillado ante su familia. Parece además que en la ciudad del Lacio había predisposición a acoger a este tipo de jóvenes,158 si bien tal deseo, ya fuese sobre foráneos o coterráneos, tendía a no manifestarse públicamente, pues Juvenal denuncia la prevalencia de una falsa moral a través de la cual muchos homosexuales ocultaban su condición. Dicha práctica llevará a algunos a imbuirse en una falsa exaltación de los más eminentes personajes del pasado heroico romano, al tiempo que viven en la mayor de las lujurias, denuncia que ya habría realizado Marcial tiempo atrás al criticar a cierto Cresto.159 Juvenal refiere que los obscenos viven por doquier,160 y que creen pasar desapercibidos al dejar que el vello pueble sus brazos y piernas,161 pero sus nalgas depiladas acaban delatando su verdadera condición.162 Se refiere en el último caso al actor pasivo en la relación, pues menciona además la palabra cinaedus.163 Por el contrario, para los individuos pasivos que no esconden su amaneramiento el coplista no tiene duras palabras, sino un mensaje de compasión. Señala el caso de cierto Peribomio, quien mostraría su “enfermedad” (morbus)164 a través de sus gestos y andares. Estos individuos, que gran desgracia portan ya consigo, merecen todo el perdón: “Lástima merece la franqueza de estos; su mismo extravío [furor] los hace perdonables”,165 pues son de peor calaña, enfatiza Juvenal, quienes siendo homosexuales ocultan su condición: “Peores son, en cambio, quienes arremeten contra tales vicios con las palabras de Hércules y mientras hablan de virtud menean el trasero”.166
He hablado ya de la importante denuncia que realiza Juvenal, a través del personaje de Laronia, en torno a la permisividad reinante en la censura de las relaciones entre varones. En este sentido, podríamos conjeturar que la lex Scantinia fue apartada de los tribunales por voluntad masculina. Una cosa es clara, el mensaje de impunidad ante la actividad homosexual que ofrece Laronia se ve reflejado tanto en la poesía de Catulo como en la homóloga de Marcial o Juvenal, y, por ello, pese a estar ante una conversación ficticia, su contenido, insisto, es de gran valor para acercarnos más a la realidad social de la homosexualidad romana.
Conclusiones
El virtuosismo romano imperante en buena parte del periodo republicano entra en crisis, al compás con que lo hacen otros ámbitos de la vida romana, en el periodo tardo republicano. Se ha tendido a relacionar el contacto que Roma experimenta por entonces con el mundo griego con la llegada de muchos males, también el de la homosexualidad. En este sentido, resulta complicado reconstruir algunos aspectos primitivos de la historia romana, más aun cuando hablamos de ámbitos que atañen a la sexualidad, si bien conocemos cómo aún al final de la República predomina una marcada censura social sobre las relaciones masculinas entre ciudadanos romanos, a veces incidiendo en los roles sexuales, otras, en la mera existencia de tales contactos. Es probable que estos comportamientos tuviesen un nacimiento previo a la influencia griega, y es una realidad que la sociedad del momento pudo en cierta medida asimilar el hecho de los contactos homosexuales o al menos convivir con ellos, algo que en el ámbito militar, por sus particulares circunstancias, no será posible. En tal contexto se introducirá, en algún momento de la República, un avance legislativo para perseguir judicialmente la homosexualidad masculina a través de la lex Scantinia , si bien, pese a no ser derogada, la lex no parece haber sido aplicada a lo largo del tiempo con determinación. Dicha laxitud explica la libertad con que se escribe respecto de la homosexualidad en la poesía latina.
Las obras de Catulo, Marcial y Juvenal tienen como protagonistas -mayormente en los dos primeros autores- las relaciones entre varones. Y, precisamente, tanto Catulo como Marcial serán criticados por ello a través de una censura moral social. Es cierto que ambos poetas no afrontarán abiertamente un hecho: su prevalente decantación por el género masculino, y parecen jugar con sus múltiples peripecias homoeróticas plasmadas en el papel, sugiriendo el artificio de estar ante mera inventiva o humor. Realmente, sus relatos muestran el extraordinario comercio sexual del que son objeto los jóvenes esclavos varones, una realidad que, parece, no estuvo excesivamente mal vista. No ocurrirá lo mismo ante la posible relación entre dos ciudadanos romanos. Catulo y Marcial reflejan este tipo de relación en sus obras, pero a través de una mayor ambigüedad. Juvenal ofrece la otra cara de la moneda: la imagen de los contrarios al homosexualismo, y ataca especialmente a los hombres que esconden su condición, pues para quienes no la ocultan, dice, no cabe más que la compasión.
Es un hecho constatable que estas relaciones se desarrollaron de manera íntima, frecuentemente en ambientes nocturnos masculinos, en los baños, etcétera. De alguna forma, podríamos decir que un número indeterminado de varones romanos desarrollará una vida sexual, incluso afectiva, en el plano homosexual, paralela a la vida pública y oficial heterosexual. Es probable que los contactos entre ciudadanos tendiesen a ser más esporádicos -con un fin mayoritariamente sexual-, debido a su más estricta reprobación, y lo que abundase fuese la relación semiconfidencial entre ciudadanos y esclavos o, incluso, libertos y demás población extranjera libre establecida en Roma. Todo ello es, al menos, lo que se desprende a través de la poesía representativa de los siglos centrales de la historia de Roma: la imagen de una homosexualidad que fue practicada por los romanos, siempre con mayor frecuencia sobre los esclavos, y demás población de menor estatus, con impunidad, pero también acompañándose de una reprobación social que, en cambio, no consiguió complementarse en el ámbito legal de manera efectiva.