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Signos históricos

versión impresa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.22 no.44 México jul./dic. 2020  Epub 01-Ago-2022

 

Dossier

El coronel sí tiene quien le escriba. Análisis de las fuentes para el estudio del chinaco Nicolás Romero

The colonel does have someone to write to him. Analysis of the sources for the study of the chinaco Nicolás Romero

Gilberto Vargas Arana1 
http://orcid.org/0000-0002-5126-3607

1 Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Estudios Superiores-Acatlán. Correo electrónico: gilova.70@gmail.com


Resumen

La imagen paradigmática del chinaco mexicano, sublevado contra la Intervención francesa, está dada por el coronel Nicolás Romero (1827-1865). Personaje revelado por la obra histórico-literaria de autores como el general Vicente Riva Palacio -a quien siguió en sus batallas-, y que suscitó las líneas que van desde Calvario y Tabor (1868), de Riva Palacio, hasta La lejanía del tesoro (1992), de Paco Ignacio Taibo II. El conocido León de las Montañas transita en senderos de letras que van de la novela a la poesía, del periodismo al corrido, del ensayo histórico a la biografía, que revisamos y reflexionamos en este trabajo.

Palabras clave: novela histórica; Intervención francesa; Vicente Riva Palacio; héroe; prensa

Abstract

The paradigmatic image of the Mexican chinaco, revolted against French intervention, is given by Colonel Nicolás Romero (1827-1865). Character revealed by the historical-literary work of authors such as General Vicente Riva Palacio, whom he followed in his battles, and elicited the lines that go from Calvario y Tabor (1868) to La lejanía del tesoro (1992) by Paco Ignacio Taibo II. The one known as León de las Montañas transits in paths of letters that go from novel to poetry, from journalism to corrido, from historical essay to biography, which we review and reflect on in this work.

Keywords: historical novel; French Intervention; Vicente Riva Palacio; hero; press

Cuando la mujer anunció que estaba preparada, el médico entregó al coronel tres pliegos dentro de un sobre. Entró al cuarto, diciendo:

“Es lo que no decían los periódicos de ayer”. El coronel lo suponía. Era una síntesis de los últimos acontecimientos nacionales impresa en mimeógrafo para la circulación clandestina. Revelaciones sobre el estado de la resistencia armada en el interior del país. Se sintió demolido. Diez años de informaciones clandestinas no le habían enseñado que ninguna noticia era más sorprendente que la del mes siguiente.

Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba, 1957

El coronel Nicolás Romero Gertrudis (Nopala, Hidalgo, 1827-Ciudad de México, 1865), chinaco defensor de la República contra la Intervención francesa. Pertenece a esa casta de héroes populares que encontró en las letras el campo de batalla para pervivir como parte del imaginario nacional, pero bajo la esgrima histórico-literaria de otros hombres de acción y pensamiento como Vicente Riva Palacio, Juan A. Mateos y José María Iglesias, en la inmediatez del triunfo liberal. Porque, como lo dice Vicente Quirarte: “No son los guerreros que van a dar testimonio de sus hazañas, sino los hombres de pluma que han empuñado la espada obligados por la circunstancia, y cuya misión esencial es rendir testimonio del heroísmo colectivo, del triunfo de nosotros”.1 Los escritores dieron cuenta y razón de hechos de la guerra contra la intromisión francesa, donde el León de la Montaña resultó protagonista; temor de franceses y conservadores: Nicolás Romero irrumpió para honra del cementerio heroico de la nación.

Nicolás Romero nació en 1827, en Nopala, por entonces parte del territorio del Estado de México. Llegó a la municipalidad de Monte Bajo a mediados del siglo XIX, donde se estableció el primer corredor textil del estado, así como las fábricas de hilado y tejido de lana de San Ildefonso y de algodón de La Colmena y Barrón. Fue tejedor en La Colmena, pero un altercado con otro compañero y el robo del caballo propiedad del jefe político de Tlalnepantla lo condujeron a guarecerse en la serranía de Monte Alto. La montaña era su destino, y las coyunturas políticas nacionales lo llevaron a participar de los avatares del momento, primero al lado de Aureliano Rivera. En 1861, defendió la causa juarista, al lado de Ignacio Zaragoza, en las serranías del Monte de las Cruces, Monte Alto y Monte Bajo. Luego, luchó contra la intervención del ejército francés, con Vicente Riva Palacio en Toluca y Michoacán, hasta que fue apresado, a principios de 1865, por el rumbo de Papazindan, comunidad del hoy municipio de Tiquicheo de Nicolás Romero: fue fusilado después de un juicio que ocupó la atención de la prensa nacional y francesa, el 18 de marzo de ese mismo año, en la Plaza Mixcalco de la Ciudad de México.

Cuando los mitos trascienden al imaginario colectivo, la labor del biógrafo se recrea en una multiplicidad oral, afectada por simpatía o antipatía, por odio o amor, por ideología o ignorancia, por esa suerte de una memoria fragmentada al paso del tiempo. Nicolás Romero pertenece a esa constelación de mitos que asoma en las nocturnas tareas de la chinaca histórica. Ilihutsy Monroy Casillas lo define como chinaco mito, que tiene en la literatura y en las recreaciones populares, como el corrido, las principales fuentes para su conocimiento:

En la historia oficial sólo se retoman algunos ejemplos como personajes arquetípicos, sin matizar, deformando la realidad. Así, los chinacos aparecen como grandes mexicanos, patriotas, hermosos, valientes que mueren en pos de la Nación liberal mexicana, sin profundizar en sus verdaderas causas y motivaciones, ni siquiera en sus verdaderos aportes e impactos políticos. Es el caso del chinaco Nicolás Romero, del cual sólo se tienen apologías y épicas narraciones noveladas.2

La revolución de Independencia de 1810-1821 dejó a su paso, no sólo la tarea de construir un nuevo Estado, sino también la de venerar una rotonda de héroes patrios. Carlos María de Bustamante, Lucas Alamán, Lorenzo de Zavala y José María Luis Mora, entre otros, dieron cuenta y razón de la nación emergente, de las dificultades para instaurar proyectos de gobierno conservadores o liberales, pero también testimoniaron contradicciones y virtudes de los personajes históricos. Diseñaron, en esa disputa ideológica, una casta de hombres imprescindibles para el imaginario colectivo. Subieron al pabellón nacional, además de Hidalgo e Iturbide, a Morelos, Allende, Aldama, Guerrero, Mina, Abasolo; algunos consideraron la inclusión del virrey Venegas, y otros ponderaron personajes singulares del pueblo caótico, como El Pípila o el Niño Artillero, símbolos del sacrificio anónimo.

Entre la revolución de 1810 y el triunfo contra la Intervención francesa (conocida también como la segunda independencia de México), a voz de Manuel Ignacio Altamirano, los hombres de Santa Anna, Ocampo, Álvarez, Comonfort y Juárez acrecentaron el pedestal patrio; pero esa masa generadora del cambio, conformada por los de abajo, seguía reducida a la palabra pueblo, que representa a esos olvidados de todos los tiempos, pero también al gran personaje colectivo, el de los avatares, de México.

La guerra contra la injerencia francesa encumbró al mismo Juárez, a Zaragoza, Escobedo, Díaz, Maximiliano, Carlota y Mejía; pero fue uno de los militares triunfantes, Vicente Riva Palacio, quien alumbró a un hijo de la chinaca popular, al coronel guerrillero Nicolás Romero, en Calvario y Tabor. Novela histórica y de costumbres. Lo señala Clementina Díaz y Ovando: “En ella, Riva Palacio, rinde pleitesía como testigo y actor al anónimo soldado, al de la blusa roja, al de la hazaña humilde que supo morir en la salvaguarda de la República, de la integridad nacional”.3

El coronel Nicolás Romero transita en senderos de letras que van de la novela a la poesía, del periodismo al corrido, del ensayo histórico a la biografía; de las líneas de Calvario y Tabor (1868), de Riva Palacio, a La lejanía del tesoro (1992), de Paco Ignacio Taibo II. Las obras se suceden una a una para decir, contrario a lo sostenido por el personaje de Gabriel García Márquez, que el coronel sí tiene quien le escriba.

El empeño de ofrecer un conocimiento histórico a través de la novela, como lo realiza el testigo, historiador y novelista Vicente Riva Palacio, lo hace también quien fuera su compañero de andanzas teatrales antes de la Intervención francesa, Juan A. Mateos, con El Cerro de las Campanas (1868), así como en uno de los capítulos de El libro rojo (1869), coordinado por Riva Palacio y Manuel Payno.

Durante el primer momento de auge de la literatura escrita tras el triunfo de la República liberal, también fueron publicadas las Revistas históricas sobre la Intervención francesa en México (1862-1866), de José María Iglesias, y una versión conservadora, la de Francisco de Paula de Arrangoiz y Berzábal, México desde 1808 hasta 1867: Relación de los principales acontecimientos políticos que han tenido lugar desde la prisión del virey Iturrigaray haxta la caída del segundo imperio. Con una noticia preliminar del sistema general de gobierno que rejia en 1808, y del estado en que se hallaba el país en aquel año (1871).

En el camino de las letras, Nicolás Romero encuentra seguidores al finalizar el siglo XIX, cuando Antonio Albarrán escribió una biografía, Nicolás Romero, guerrillero de la Reforma (1895); Eduardo Ruiz, secretario de Riva Palacio, lo retomó en Historia de la guerra de Intervención francesa en Michoacán (1896). A principios del siglo XX, Juan de Dios Peza lo trazó en sus Epopeyas de mi patria: Benito Juárez. La Reforma. La Intervención francesa. El Imperio. El triunfo de la República (1904), así como en un poema, “El prisionero de Papazindan”, incluido en el Romancero de la guerra contra la Intervención francesa, que publicó en Poesías escogidas (1910). Victoriano Salado Álvarez lo recordó en sus Episodios nacionales mexicanos (1903-1906), segunda serie de La Intervención y el Imperio, tomo 2, titulado La Corte de Maximiliano.

Los acontecimientos de la Guerra de Reforma y la invasión francesa eran recientes, y uno de sus actores, Nicolás Romero, cayó fusilado apenas en 1865, cuando aparecieron las novelas de Mateos, El Cerro de las Campanas, y Riva Palacio, Calvario y Tabor, muestra de la necesidad de ofrecer un conocimiento histórico de los sucesos, aunque no fuera en el género deseado por Manuel Larráinzar, es decir, de historia general de México. La novela apareció con un grado de verosimilitud; lo sucedido en la historia del país quedó entrelazado con la anécdota de personajes reales y de ficción. Los autores ordenaron experiencias: Riva Palacio tuvo bajo su mando al Coronel, y orientaron expectativas: el triunfo de la República, para dejar testimonio de su vida y del acontecimiento histórico. Eugenia Revueltas advierte sobre la relación entre escritor, hechos y personajes narrados:

En el caso de Riva Palacio, que al mismo tiempo era historiador y escritor, se añade el hecho de que vivió o fue testigo de los acontecimientos narrados. Pero la primera diferencia sustancial, es la relación entre el escritor, los hechos y los personajes de lo narrado, que en el caso de la narración histórica, personajes y acontecimientos son históricos como exigencia mínima de la narración, y aspiran a ser objetivos y verdaderos; en el caso de la literatura, los personajes pueden ser o no históricos o de ficción, están permeados de subjetividad pero son absolutamente verosímiles, en la novela histórica contemporánea, es frecuente que el personaje histórico sea subjetivado, aunque los acontecimientos históricos se atengan rigurosamente a la objetividad histórica. Concretándonos a la novela Calvario y Tabor, los personajes protagónicos son de ficción y los históricos transitan por el espacio narrativo como figuras iconizadas que atienden estrictamente a la descripción e interpretación de la Historia.4

Riva Palacio y Mateos pronto se reunieron para escribir un capítulo en torno a la muerte del chinaco en El libro rojo, aunque el primero se movió de género para hacer historia, en esa obra colectiva anhelada que será México a través de los siglos. La disposición de elaborar una novela sobre acontecimientos históricos recientes es revisada por el propio Riva Palacio en el prólogo de otro de sus textos, Memorias de un impostor. Don Guillén Lampart, Rey de México:

¿Cómo teniendo datos auténticos e interesantes sobre un curioso hecho histórico, escribo una novela y no un libro serio? Lector, puedes con toda confianza tomar a lo serio esta novela en su parte histórica, prescindiendo de su forma, como se prescinde del estilo en esas obras en que la verdad viene presentándose con el triste vestido de un desaliñado lenguaje.

Los libros, aunque se escriben con el carácter de científicos, pueden no tomarse a lo serio, o al contrario. […] Julio Verne, Figuier y el mismo Flammior, en nuestros días, todos ellos han escrito libros que pueden tomarse o no a lo serio; pero en todo caso prestan el insigne servicio de popularizar los conocimientos científicos, evitando el escollo del fastidio: tal es mi deseo.5

El Cerro de las Campanas

El camino al patíbulo pareció disimular el anonimato de la chinaca sublevada; la Plaza Mixcalco fue el escenario del fusilamiento del Coronel, y, con su muerte, la memoria comenzó a construirse. Corrido popular y prensa son expresiones que dieron cuenta de acciones y personajes, a quienes pusieron nombre, apellido y, en ocasiones, apodo. Juan A. Mateos contribuyó al rescate del León de la Montaña, tras su ejecución el 18 de marzo de 1865, puesto que, desde las páginas del periódico liberal La Orquesta, publicó “Obertura a toda orquesta. Las cortes marciales”, el 22 de marzo, donde condenó el juicio al chinaco. Como consecuencia, cayó preso como redactor en jefe, junto con otros miembros de La Sombra, La Cucaracha, Buscapié y Los Espejuelos del Diablo, prensa liberal manifiestamente en contra del juicio a Romero.

El triunfo de la República generó entusiasmo entre escritores participantes o testigos de la Revolución de Ayutla, la Guerra de Reforma, la Intervención francesa y el Imperio. En esa dinámica histórico-literaria, Mateos recobró al chinaco en su primera novela, El Cerro de las Campanas. Memorias de un guerrillero, sobre la caída del Imperio de Maximiliano y el triunfo juarista, publicada por entregas semanales de 32 páginas en el Siglo Diez y Nueve, a partir del 3 de enero de 1867.

El Cerro de las Campanas es una novela que recupera hechos recientes, donde los personajes reales “de un bando o de otro están descritos, al igual que los ficticios con sus rasgos físicos y morales”, como señala Clementina Díaz y Ovando.6 Una de las figuras que complace a Mateos es Nicolás Romero, a quien revela como “hijo de la república”. En la segunda parte de la obra (“El Imperio”), así como en los capítulos 8, 9 y 10 (titulados, respectivamente, “La montaña”, “Amores imperiales” y “El desierto”) recreó la estampa de un mártir:

Dios ha dotado ciertos corazones de un valor sobrenatural y ha dado temple heroico a las almas que destina para el martirio. Nicolás Romero, hombre nacido en la cuna del pueblo, lleno de sentimientos nobles y generosos, se había lanzado de años atrás a la revolución llevado de un noble desinterés, elevando a cuantos le rodeaban, sin aspiraciones, sin envidia, sin ostentación; era un verdadero hijo de la república.7

El periodista, escritor y político liberal Juan Antonio Mateos Lozano (Ciudad de México, 1831-1913) apoyó su novela en documentos de ambos bandos, imperialistas y liberales, en aras de autenticidad e imparcialidad. Pretendió, como señala Díaz de Ovando, “salvaguardar el prestigio de México y explicar el fusilamiento de Maximiliano que había desatado una serie de ataques contra el país. […] por eso pone el énfasis de la novela en las ideas que expresa con gran vehemencia”; pero la pasión, agrega el autor, afectó su imparcialidad, “que no puede pasar, naturalmente, de buena intención”.8

Calvario y Tabor

Vicente Riva Palacio acogió bajo sus órdenes al León de la Montaña, otrora obrero de la textilera de Molino Viejo, de la entonces municipalidad de Monte Bajo (Estado de México), que en 1898 cambió de nombre en honor a Nicolás Romero. El general fue el artífice literario de su redescubrimiento como héroe hijo del pueblo, a través de Calvario y Tabor, novela histórica y de costumbres, obra publicada por entregas en La Orquesta (el mismo periódico que imprimió la “Obertura a toda orquesta. Las cortes marciales”, editorial en defensa de Romero), a partir del 13 de abril de 1868, con litografías de Constantino Escalante. La novela está apoyada en fuentes de primera mano, como partes militares, cartas y documentos, que se complementaron con el conocimiento que confirió la proximidad entre jefe y subordinado en las campañas contra los franceses, como constató el secretario particular de Riva Palacio, Eduardo Ruiz, quien redactó la Historia de la guerra de Intervención francesa en Michoacán (1896), con recurrencia a las mismas fuentes.

La figura a la que Riva Palacio quiere dar mayor relieve es la del coronel, y por eso la primera acción histórica tiene lugar desde el comienzo, con la captura del jefe guerrillero en Papazindán. Si Mateos subtitula Memorias de un guerrillero a El Cerro de las Campanas, con objeto de resaltar la importancia que en el conflicto tuvo la guerra irregular, Riva Palacio toma a Romero como emblema del hijo del pueblo. Porque si en Calvario y Tabor se habla de las batallas, marchas y contramarchas de los ejércitos, de la ocupación y desocupación de las poblaciones, siempre de manera sesgada, la atención mayor se centra en la hazaña del chinaco, en la demostración de sus sentimientos y virtudes, en contraposición a los defectos y ponzoñas de sus enemigos. Romero reunía todas las características que el novelista requería para hacer el retrato del soldado del pueblo, obligado por las circunstancias a convertirse en héroe nacional. Como más tarde los hará un muchacho llamado Doroteo Arango, que deberá cambiar su nombre a Francisco Villa, Romero entra en la guerra de guerrillas obligado por un delito del orden común, del cual fue culpable indirecto. Al exaltar la figura de Romero, Riva Palacio sigue un proceso semejante al utilizado por Walter Scott en una novela como Roy Boy.

Al igual que Scott, Riva Palacio convierte a un oscuro hijo del pueblo en primera figura de la ficción.9

Se trata de una novela que recupera los últimos acontecimientos de la Intervención francesa, como sucede con El Cerro de las de Campanas, de Mateos, pero que, a la distancia, queda como ese testimonio histórico que justifica en nuestros días el nombre de novela histórica y de costumbres, donde la chinaca popular vuelve a ser el gran personaje, y, entre ella, el coronel Romero. Vicente Quirarte lo revela en el prólogo para la edición de 1997:

Con Calvario y Tabor, Riva Palacio persigue hacer una microhistoria de la guerra en la zona donde le correspondió operar, rinde homenaje a los nombres que han pasado a formar parte del panteón heroico de la reforma -Nicolás Romero, Carlos Arteaga y José María Salazar-, pero, sobre todo, hace el canto épico del pueblo sufriente y heroico, de la masa que sostuvo, indómita y callada, la resistencia contra la intervención y el imperio.10

El general Vicente Riva Palacio Guerrero (Ciudad de México, 1832-Madrid, 1998), novelista, historiador y testigo de los hechos, narra en Calvario y Tabor la agresión de una nación poderosa frente a un país débil como México. La historia comprende un periodo cronológico definido de 1863 a 1867, cuando Juárez triunfó. La arquitectura narrativa está dividida en siete libros, un prólogo (“Dos palabras”, de Ignacio Manuel Altamirano) y un epílogo. Riva Palacio recuperó a ese “mártir para el altar de la república”, guerrillero de escaramuzas que tiempo después será ícono de la charrería nacional. En los capítulos tercero (“Nicolás”), cuarto (“La sorpresa”), quinto (“La caza del gallo”) y sexto (“El herido”) del libro segundo, denominado “El nido de las águilas”, dibujó a Nicolás Romero como hijo del pueblo, un León de la Montaña, que “era para sus enemigos y para sus soldados, un semidiós, una especie de mito”.11

Eugenia Revueltas revisa cómo Riva Palacio describió la muerte del coronel en Plaza Mixcalco, su notoriedad y el temor del Imperio por una sublevación:

La narración hace hincapié en la popularidad del héroe, que hacía temer a los franceses una posible sublevación del pueblo para impedir el asesinato del paladín, y de ahí que tomaran todas las precauciones necesarias para evitarlo. Se había adelantado la hora; la guarnición estaba sobre las armas; la artillería lista; las patrullas y la gendarmería en movimiento; sobre todo la policía secreta, esa víbora que brota como la yerba venenosa de los pantanos, del seno de los gobiernos impopulares, en una actividad espantosa.

La denuncia de Riva Palacio contiene la enumeración de todos los elementos represivos con los cuales se atemoriza a la ciudadanía y se atenta contra los derechos fundamentales de ella. En este caso, todavía es más deleznable, puesto que es un gobierno extranjero y depredador el que intenta poner un yugo a la ciudadanía, cuyo delito es luchar por su libertad y su vida, derechos inalienables. Al observar la entereza de Nicolás Romero y sus dos acompañantes, militares también, para aceptar la muerte, los jóvenes Murillo y Jorge, deciden continuar en la lucha: “Es necesario marcharnos en cuanto antes, libertar a la patria, o morir como el coronel”.12

El libro rojo 1520-1867

El chinaco Nicolás Romero reunió otra vez a Riva Palacio y a Mateos en El libro rojo; el primero coordinó, con Manuel Payno, el texto de muertes históricas, mientras que Mateos se encargó de escribir sobre el patíbulo de Plaza Mixcalco. Pero, de nueva cuenta, los autores se toparon con el sendero de la historia y la literatura. José Ortiz Monasterio, convertido en estudioso de Riva Palacio, advierte esta situación: “El libro rojo es un híbrido que no atina uno si debe colocarse en el terreno de la historiografía o en el más ficticio de la literatura”.13

El libro rojo 1520-1867. Hogueras, horcas, patíbulos, martirios, suicidios y sucesos lúgubres y extraños acaecidos en México durante sus guerras civiles y extranjeras fue publicado por entregas a partir de septiembre de 1869 hasta 1870; la edición estuvo a cargo de Francisco Díaz de León White.

Carlos Montemayor, en el prólogo a la edición preparada por la delegación de Tlalpan (2005), describe el contexto de aparición de la obra:

Podían sentirse, en ese año de 1870, a tres de la muerte de Maximiliano y del restablecimiento de la República; después del proceso de disensiones civiles que supuso la Reforma; de la Constitución de 1857 y de la ocupación y movilidad política de los cuadros dirigentes de ese siglo; de haber resistido la invasión estadunidense y la invasión francesa; de haber visto derrumbarse en un mismo siglo dos voluntades europeas queriendo dominar México, y después de toda esa larga lucha social y personal; repito, Manuel Payno y Vicente Riva Palacio podían sentirse testigos del primer momento, en realidad consistente, de la independencia de México. Podían creer que la historia del yugo había terminado, que era el momento de volver a mirar el camino recorrido, hacer un recuento de los muertos, de los sacrificios, de los reveses. El libro rojo aparecería como un registro singular de la muerte que México vivió durante ese proceso de su civilización.14

Pareciera la muerte una condición para recuperar al coronel Nicolás Romero. Juan A. Mateos lo defendió en su artículo “Obertura a toda orquesta. Las cortes marciales”, tras su fusilamiento el 18 de marzo de 1865; luego, en El Cerro de las Campanas lo reconoce como hijo de la República, y después en El libro rojo, para contribuir en la construcción del mito en el imaginario colectivo, en una obra que recuperó los últimos momentos de héroes protagonistas y antagonistas, que van desde Moctezuma II hasta Miramón y Mejía.

Payno y Riva Palacio, con la colaboración de Mateos y Rafael Martínez de la Torres, dan cuenta, en 37 capítulos, de quienes formarán parte del panteón cívico: su muerte los hace heroicos. Mateos enfatiza la condición de mito del chinaco: “Nicolás Romero era para sus enemigos y para sus soldados un semidios, una especie de mito. Jamás preguntó de sus contrarios ¿cuántos son? Sino ¿dónde están? y allí iba”.15

Cuando sale al paso la interrogación sobre si en este momento podría escribirse una nueva versión de México a través de los siglos, se piensa de inmediato que las condiciones histórico-políticas son otras y que el consenso entre historiadores para una obra colectiva de ese tipo resultaría difícil; pero, al aplicar la misma interrogante a El libro rojo, que se trata de un trabajo grupal, la respuesta devino afirmativa, con la irrupción de El libro rojo, que relata 50 crímenes de 1868 a 1928, bajo la coordinación de Gerardo Villadelángel Viñas, con el referente de El libro rojo 1520-1867 coordinado por Riva Palacio.

El primer tomo del nuevo Libro rojo reúne a autores como Vicente Leñero, Jean Meyer, Paco Ignacio Taibo II, Fabrizio Mejía Madrid, Guillermo Samperio, Adolfo Castañón y Ana García Bergua, quienes atienden las Matanzas de la Ciudadela sucedidas en 1871; los personajes Chucho El Roto, Ramón Corona y El Tigre de Santa Julia, o la gesta de Río Blanco, la invasión estadounidense en Veracruz, la Banda del Automóvil Gris, la muerte de Emiliano Zapata, el fusilamiento de Felipe Ángeles. La edición incluye dos tomos más (de próxima aparición), con acontecimientos del México reciente que tocan hasta la violencia en Chihuahua.16

Revistas históricas sobre la intervención francesa en México

En tiempos del gobierno errante de Juárez, el ministro de Relaciones Exteriores, Manuel Doblado, propuso una publicación periódica para dar a conocer a los mexicanos y al mundo los avatares de la República. El encargo recayó en el político, académico, ministro y periodista José María Iglesias (Ciudad de México, 1823-1891), quien procuró que las denominadas Revistas históricas sobre la Intervención francesa en México se publicarían, al menos, una vez al mes, del 26 abril de 1862 a julio de 1864; las andanzas de Monterrey a Paso del Norte dificultaron su regularidad, aunque consiguió que aparecieran hasta el 30 de octubre de 1866, con el Imperio en agonía. De la Ciudad de México a Chihuahua, pasando por San Luis Potosí, Saltillo, Monterrey y Paso del Norte, Iglesias sorteó apuros; la publicación estuvo siete meses sin circular, entre 1865 y 1886, hasta la del 31 de julio de 1866, cuando escribió desde Chihuahua:

Dificultades que no ha estado en nuestro arbitrio superar, han vuelto a interrumpir, por el largo espacio de siete meses la publicación de nuestras revistas. Las contrariedades con que llevamos tiempo de estar tropezando a cada paso, nos habían hecho desistir del propósito de continuar nuestra tarea, a no ser por el deseo de no dejar trunca una obra que está tan cerca, según los cálculos, de su término natural.17

Consciente de la tarea histórica, como recupera Martín Quirarte en el epígrafe de la introducción de la edición de Porrúa (1966), Iglesias insistía:

[…] escribimos esta revista errante, casi proscritos, entre peligros y calamidades. Y la escribimos, sin embargo, con pulso sereno y conciencia tranquila, porque no hemos perdido la fe en la causa que sostenemos, y porque aun cuando se tratara de una causa desesperada, será siempre el orgullo de los días que nos quedasen de vida, haberla defendido en los momentos supremos de su infortunio y su extinción. ¡Dios la proteja! ¡Dios la salve!18

En la revista fechada el 31 de marzo de 1865, en Chihuahua, con el título de “La cuestión extranjera”, recuperó al chinaco como “el coronel constitucionalista Romero”, al momento de su aprehensión. En la revista con el mismo nombre, pero fechada el 30 de abril, Iglesias dio cuenta del martirio sucedido en Plaza Mixcalco, la injusticia de las cortes marciales y el manejo periodístico del acontecimiento trágico de un héroe más de la República: “Romero marchó al suplicio lleno de entereza, admirando a los que le vieron desplegar el valor que los distinguió en los combates. Su nombre aumenta el ya largo catálogo de los mártires de la independencia nacional”.19

Iglesias anhela escribir una historia de la Intervención francesa, lo mencionó en la introducción:

[…] la historia, estudiada y metódica, del periodo que abraza la intervención extranjera, bajo un plan enteramente diverso de las revistas. Redactadas estas a medida que iban desarrollándose los sucesos de que trataban, llevan el sello de la vehemencia propia de la época de la lucha; carecen de una coordinación imposible en aquellos momentos, no hablan de acontecimientos importantes, desconocidos para mí entonces, y bien sabidos después; callan intencionalmente hechos, cuya revelación prematura podría haber sido provechosa al enemigo. La historia que me propongo escribir, lo será con más calma, con más imparcialidad, con mejor orden y método, con mayor acopio de datos, sin reticencias innecesarias.20

Pero sólo consiguió la compilación de sus impresos en el libro las Revistas históricas sobre la Intervención francesa en México.

Historia de México de 1808 A 1867

La lectura conservadora sobre Nicolás Romero es ofrecida por Francisco de Paula Arrangoiz y Berzábal, en el cuarto capítulo, de la tercera parte, que comprende del establecimiento de la Regencia a la caída del Imperio. El autor niega el papel histórico del chinaco, a más de adjetivarlo como “un tal Romero”; extendió su oposición a la prensa, a la que calificó de “ultraliberal” por sus “simpatías con los criminales”:

Un consejo de guerra presidido por el coronel de artillería M. de la Saile, condenó a muerte a un tal Romero, y once individuos de su partida, que había cometido grandes crímenes, y a ser deportados a veintidós. El Emperador indultó de la pena de la vida a siete; Romero y los otros cuatro fueron fusilados el diecisiete [sic, dieciocho]. Durante los debates de este proceso, no ocultó la prensa ultraliberal sus simpatías por los criminales, y después de la ejecución de la sentencia se expresó muy fuertemente contra los Consejos de Guerra, llenando de elogios a los sentenciados, a quienes calificaba de mártires de la libertad. El mariscal Bazaine hizo aprehender a los editores de los periódicos en cuestión.21

Comisionado por el gobierno mexicano para la venta de La Mesilla a Estados Unidos y promotor de la llegada de un emperador extranjero al país, Arrangoiz redactó Apuntes para la historia del Imperio mejicano (1869), antes de exponer su versión de México desde 1808 hasta 1867: Relación de los principales acontecimientos políticos que han tenido lugar desde la prisión del virey Iturrigaray hasta la caída del segundo imperio. Con una noticia preliminar del sistema general de gobierno que rejia en 1808, y del estado en que se hallaba el país en aquel año, publicado en Madrid entre 1871 y 1872, en cuatro tomos, a cargo de A. Pérez Dubrull, para exponer la defensa del partido conservador tras la muerte de Maximiliano, de quien Arrangoiz se distanció con antelación, señalándolo como el culpable del fracaso del Imperio y de su propia muerte, por desleal a los conservadores.

Francisco de Paula de Arrangoiz y Berzábal (Jalapa, 1812-Madrid, l889) redactó México desde 1808 hasta 1867, asistido por nuevos documentos y la Historia de Méjico de Lucas Alamán. Una edición ampliada de esta obra son sus Apuntes, donde justificó por qué recuperar un pasado inmediato, su deslinde ante el fracaso del Imperio:

Aunque está muy reciente la muerte del infortunado emperador Maximiliano, y nos sea muy doloroso tener que referir los errores que cometió durante su reinado, nos hemos visto precisados a dar a luz estos Apuntes, a consecuencia de las numerosas publicaciones que se han hecho por franceses sobre la cuestión de México, pues si bien algunas contienen verdades, van mezcladas de las relaciones que no son ciertas, y en casi todas, así como los periódicos imperialistas, se echa la culpa al padre Santo y al clero mexicano de faltas debidas a la ignorancia completa, en sus ministros, de las cosas de México, a la conducta de sus generales, al prurito de querer gobernar aquel país desde París y a la francesa, y a la ceguedad de Maximiliano, arrastrado por consejos de aventureros extranjeros y de mexicanos que no eran monárquicos.22

La leyenda continúa

Al finalizar el siglo XIX y principiar el XX, Nicolás Romero volvió a las batallas narrativas, pero ahora no será sólo a través del ejercicio literario, con la obra de Victoriano Salado Álvarez (Episodios nacionales mexicanos, 1902-1906) y Juan de Dios Peza (su poema “El prisionero de Papazindan”, de 1910, y sus Epopeyas nacionales, de 1904), sino a través tanto del texto histórico de quien fuera secretario de Vicente Riva Palacio, Eduardo Ruiz, que escribió una Historia de la guerra de Intervención francesa en Michoacán (1896), como de la biografía del pedagogo Antonio Alabarrán, Nicolás Romero. Guerrillero de la Reforma (1898). La publicación de ésta coincidió con el cambio de nombre de la municipalidad de Monte Bajo, en el Estado de México, a villa Nicolás Romero, por decreto de la Legislatura del 18 de abril y bando solemne de 15 de septiembre de 1898.

En Episodios nacionales mexicanos. La Intervención y el Imperio II. La Corte de Maximiliano, el destacado campamento chinaco en Michoacán es descrito en el tercer capítulo (“Nicolás Romero”), correspondiente a la tercera parte del tomo. Salado Álvarez diseñó un diálogo entre un prisionero belga, Michel Van Haens, y un grupo de chinacos, para construir la imagen de un hombre “¡Tan parejo!, ¡tan hombre!, ¡tan noblote! Valiente como él solo”,23 durante sus batallas y prisión en Papazindan, lugar perteneciente a Tiquicheo, que en 1907 agrega a su nombre el de Nicolás Romero. En el cuarto capítulo (“Tacámbaro”) sólo inscribe las líneas del destino: “Así, pues, luego que se capturó a Romero, aprovechando el horrible y enervador pánico que infundió la muerte del guerrillero…”.24

Influido por una de las obras de Benito Pérez Galdós, Episodios nacionales (1873-1879, 1898-1912), que es la historia de España desde 1804 hasta 1880, en cinco series y un total de 26 novelas, el periodista, diplomático, funcionario y académico Victoriano Salado Álvarez (Jalisco, 1867-México, 1931) escribió sobre Nicolás Romero en sus Episodios nacionales, hasta su segunda serie, La Intervención y El Imperio, que redactó entre 1903 y 1906, cuyo antecedente de formato novelado en el país lo tenía Enrique Olavarría y Ferrari con sus Episodios históricos mexicanos, 18 volúmenes elaborados en dos series, entre 1880-1883 y 1886, donde cuenta de manera novelada la historia de México de 1808 a 1838. Con su obra, Salado Álvarez pretende alcanzar un equilibrio entre información histórica y ficción novelesca; marca distancia, así, con el romanticismo visto en otras novelas.

Los Episodios nacionales mexicanos del autor fueron publicados por entregas, y luego recogidos en tres volúmenes para formar la primera serie: De Santa Anna a la Reforma. Memorias de un veterano relato anecdótico de nuestras luchas y de la vida nacional desde 1851-1861, por el establecimiento editorial de J. Ballescá y Cía., en 1902-1903. La segunda serie, de cuatro volúmenes: La Intervención y El Imperio, 1861-1867, apareció también gracias al apoyo de Ballescá, entre 1903 y 1906; con ello, el autor atendía un periodo de 1851 a 1867, que revela el interés por estudiar un tiempo reciente. Muestra las batallas de una nación para obtener estabilidad, que observa ya cuando redacta sus Episodios nacionales mexicanos, de ahí su agradecimiento “Al insigne patriota General Don Porfirio Díaz merced a cuyo esfuerzo cesó el estado de anarquía que produjeron las revoluciones que se narran en estas páginas, y por quien amamos y comprendemos las instituciones que dimanaron de tan memorables sucesos”.25

En la recuperación de Nicolás Romero, Salado Álvarez advierte otra de las expresiones por las cuales pervive la leyenda histórica del chinaco, el corrido de “Una mujer angustiada/Llora por su prisionero:/Que le vuelvan a su hachero,/ El de blusa colorada”,26 que también recuperan Eduardo Ruiz, en su Historia de la guerra de Intervención francesa en Michoacán (1896); Jacobo Dalevuelta (seudónimo de Fernando Ramírez Aguilar), en Nicolás Romero, un año de su vida, 1864-1865 (1929), y Daniel Moreno, en su biografía Nicolás Romero, arquetipo de los chinacos (1969). Estudiosos de la música popular como Vicente T. Mendoza, en El corrido mexicano, de 1984, y Antonio Avitia Hernández, en Corrido histórico mexicano. Voy a cantarles la historia (1810-1910), de 1997, rescatan del chinaco su corrido “Del gallo giro Nicolás Romero”. José Carmen Soto Correo va más allá, revisa el corrido que al coronel Romero le agradaba, “El gusto federal”, como lo señala en Juárez. La canción durante la Intervención francesa (2006).

Salado Álvarez indica, desde la presentación del primer tomo, la importancia del momento recuperado; una historia conocida por su generación, porque es producto de ella: “He acometido la tarea de relatar en forma novelesca los episodios del gran movimiento reformista que cambió la faz de la República mexicana, porque tengo la convicción de que hay latente en ese periodo una gran fuente de inspiración para el artista, el pensador y el investigador”.27 Volverá a escribir sobre Nicolás Romero en una de sus colaboraciones para Excélsior, “El ministro Echanove y el fusilamiento de Nicolás Romero”, compilada por su hija Ana Salado Álvarez, en 1956, en Rocalla de historia, que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes publicó en la Colección Cien de México, en 1992, con la presentación de José María Muriá.

En esa fuente de inspiración para el escritor en que se convirtió la historia reciente de la República Restaurada, el Segundo Imperio y la Guerra de Reforma, a través de la novela, se observan otras manifestaciones, como la poesía y memorias de Juan de Dios Peza, quien coincide con el ejercicio de los novelistas que acuden al pasado, no sólo para recuperarlo, sino también para comprender cómo fue vivido, experimentado y escrito.

Juan de Dios Peza (Ciudad de México, 1852-1910) era un niño de apenas 12 años cuando el coronel Romero fue fusilado, pero lo recuerda en Epopeyas de mi patria: Benito Juárez. La Reforma. La Intervención francesa. El Imperio. El triunfo de la República (1904), como un acto que justifica el objeto de hacer memoria: “he narrado de la historia de nuestra patria la gran evolución de la Reforma, las luchas contra la intervención extranjera y la restauración de la República […] del pasado en que surgieron, se sacrificaron y murieron en defensa de la causa del pueblo muchos hombres dignos de ser imitados y enaltecidos”.28

En el capítulo doce (“El león de las montañas. Captura de un coronel republicano”), Peza describe a Nicolás Romero como “el mejor soldado y el amigo más adicto de Riva Palacio”,29 y recupera “un episodio que le conmovía mucho [al General] cuando lo recordaba”,30 es decir, el del supuesto homicidio que Romero cometió contra varios infantes franceses, que también relata con humor Eduardo Ruiz en su Historia de la guerra de Intervención francesa en Michoacán (1940).

Peza rememora así aquél hecho que los escritores han seguido para rescatar a Romero, la muerte en Plaza Mixcalco:

Me acuerdo, como si la viera, de la triste mañana en que se efectuó la ejecución de los cuatro defensores de la patria.

Un criado de mi casa me dijo desde la víspera que me iba a llevar a ver a los fusilados, pero que me callara la boca, porque si lo sabían en mi familia, le despedirían en el acto […]

Yo no alcanzaba a ver nada; era yo un chiquillo de doce años, y el criado aquel, cuando se oyó un gran rumor que denunciaba la aproximación de los reos, me montó sobre los hombros, y ¡ay de mí! Que entonces sí pude con claridad verlo todo.

Romero llevaba la misma capa que usaba en campaña, e iba fumando un puro y sonriendo, como si estuviera de paseo y feliz entre tantos curiosos […]

¡Bendita sea su memoria! ¡No he podido olvidarlos nunca!31

Con el paso de los años y las obras, tras el triunfo de la República, es posible ver cómo Nicolás Romero convoca a una generación de escritores que coinciden entre sí, teniendo como personaje imán a Riva Palacio, quien traza con Mateos textos de teatro, antes de Calvario y Tabor y El Cerro de las Campanas. Luego, Riva Palacio y Payno coordinan El libro rojo; Riva Palacio y Juan de Dios Peza publican Tradiciones y leyendas mexicanas (1900), antes de que éste redacte “El prisionero de Papazindan”, del Romancero de la guerra contra la Intervención francesa, y Eduardo Ruiz, a quien Riva Palacio tiene como secretario, escribe su Historia de la guerra de Intervención francesa en Michoacán, que aparece en 1896, año de la muerte de Riva Palacio. El guerrillero es el hilo conductor, y el autor de Calvario y Tabor es el general de provoca el tejido de letras en historias, novelas, poesías y corridos.

El académico mexiquense Antonio Albarrán escribe, en 1895, la biografía Nicolás Romero, guerrillero de la Reforma, con el ánimo de atenuar la oscuridad con la que los conservadores lo veían, puesto que el chinaco

[…] procuró también dentro de su esfera de acción, mantener incólume el decoro de la lucha por la patria, persiguiendo a los forajidos que querían encubrir con la bandera nacional sus correrías de facinerosos. Este rasgo de su carácter es tanto más digno de notarse, cuanto que algunos espíritus prevenidos hasta hoy contra Romero por los rumores denigrantes que sobre su persona hizo circular el Imperio para justificar su muerte, lo juzgan aún un personaje mixto, una mezcla de patriota y bandolero.32

Del otro lado de la literatura que revela al Coronel, existe un acervo documental: los archivos Vicente Riva Palacio y Mariano Riva Palacio, localizados en la Universidad de Texas; la guía del segundo fue publicada en tres tomos, en 1967, 1968 y 1972, con el nombre de The Mariano Riva Palacio Archives. A Guide, por la University of Texas Library, con una presentación de Jack Autrey Dabbs. Otros repositorios fundamentales son: el Archivo General de la Nación, el Archivo Histórico del Estado de México, el Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, así como los archivos históricos de municipios mexiquenses: Nicolás Romero, Santa Ana Jilotzingo, Villa del Carbón y Naucalpan, y de Michoacán: Zitácuaro, Huetamo y Tiquicheo.

En Francia, Ernesto de la Torre Villar ubicó referencias del chinaco en los Archivos Nacionales de París, en las series XB-793, XB-794 y adicionales. Asimismo, compiló La Intervención francesa a través de la correspondencia de sus mariscales (1998), publicado por el Archivo General de la Nación. Con motivo del Centenario de la República Restaurada, Daniel Moreno escribió Nicolás Romero, arquetipo del chinaco (1968), para la colección Cuadernos de Lectura Popular, serie La Victoria de la República, de la Secretaría de Educación Pública; Martín Quirarte considera que esta obra fue hecha “para penetrar en el alma del pueblo”, y que refleja “una pasión generosa al servicio de una causa noble”.33 Además, en el libro se recuperan los artículos periodísticos de Jacobo Dalevuelta, como “Nicolás Romero”, publicado en El Universal el 17 de marzo de 1929 (luego reimpreso en el Boletín Bibliográfico de la SHCP, en 1965). Este autor redactó Nicolás Romero, un año de vida 1864-1865, publicado en 1929, desde el que se rinde el único homenaje nacional al prócer Romero en Plaza Mixcalco, que los charros le hacen aún a ese admirable manejador de caballos.

Sin acaso pretenderlo, el coronel Nicolás Romero se convirtió en el ícono de la charrería mexicana, como lo reconocieron los charros hidalguenses. El manejo del caballo y el lazo o la reata, lo mismo para sus andanzas en los cerros que durante los momentos de batalla, hicieron que la iconografía revelada por Eduardo Ruiz, en su Historia, dibujara al héroe chinaco montado a caballo, firme, resuelto, como quien tiene bajo su control las riendas, no sólo del animal, sino también del escenario. La visión cambió cuando el cine asedió la imagen del campirano con Tito Guizar, Pedro Infante y Jorge Negrete, en particular, que construyeron la imagen actual del charro mexicano.

Dentro del imaginario colectivo de uno de los pueblos por donde hizo vida y batalla el chinaco, el que fuera por entonces la municipalidad de Monte Bajo - que, como he dicho ya, desde 1898 se denominó Nicolás Romero-, en el Estado de México, se estableció, en 1925, una de las asociaciones más antiguas del país, la Asociación de Charros Pablo Ramos, del pueblo de Santa María Magdalena Cahuacán.

La imagen del hombre diestro en el cuidado y manejo del caballo, como la de Nicolás Romero, y que realiza escaramuzas para determinados fines, recupera la narrativa e imágenes de la novela histórica y costumbrista, como lo hiciera Ignacio Manuel Altamirano en El Zarco. Episodios de la vida mexicana en 1861-1863 (1900), o Luis G. Inclán en Astucia, según lo confirma su subtítulo: El jefe de los Hermanos de la Hoja o los charros contrabandistas de la Rama (1865-1866). En el prólogo a la edición que Porrúa hizo de esta obra (1946), Salvador Novo expresó precisamente la suerte de los campiranos o charros que, como Nicolás Romero, irrumpieron en el imaginario nacional: “El cine -crisol y basurero- ha popularizado el estereotipo de un ‘héroe’ físicamente atractivo que, en la persecución de un módico ideal hogareño, se enfrenta denodadamente al villano encarnado por el rival, las fuerzas de la Naturaleza o -algunas raras veces- la injusticia social”. En el camino se diluyó la imagen de esos primeros charros mexicanos. En la historia, luego vendrá Emiliano Zapata y hasta el bandido o resentido social -después caudillo- Francisco Villa, también a caballo y protagonizando escaramuzas.34

Al finalizar el siglo XX, Nicolás Romero revive en las letras a través de Noticias del Imperio (1987), que versa sobre la aventura de Maximiliano y Carlota en México; Fernando del Paso (Ciudad de México, 1935) recuerda una vez más esa muerte contradictoria que lo hace vivir: el patíbulo de Mixcalco. Otro autor que lo recupera es Paco Ignacio Taibo II (Francisco Ignacio Taibo Mahojo, Gijon, España, 1949), en La lejanía del tesoro (1990), donde el coronel Romero es el compañero imprescindible del general Vicente Riva Palacio.

La corte marcial tuvo prisa. A la Plaza Mixcalco, en la capital de México, llegó el León de la Montaña. El canto del gallo que lo denunció la mañana del 31 de enero de 1865, agazapado en un tirínchicua -árbol chaparro de denso follaje, propio de Papazindan-, para caer preso de los franceses, se repitió con los aires matinales del 18 de marzo del mismo año, que convirtieron al humo del puro que el Coronel fumaba en una suerte de fantasma en fuga. El mariscal Bazaine apuró severidad; Maximiliano, el emperador intervencionista, no indultó: dejaron que un sargento francés diera el tiro de gracia a Nicolás Romero. El Calendario de Galván recordará el desenlace al año siguiente: “El pueblo se dispersó sombrío y cabizbajo”, es la crónica recreada del instante en el que el chinaco se sumará al panteón heroico de México. Sin embargo, será el ejercicio histórico-literario de hombres de batalla y pensamiento -como Vicente Riva Palacio, Juan A. Mateos y José María Iglesias- el que acuda a ese pasado inmediato de la Intervención francesa, para recuperarlo -en principio, a través de la novela- y darle forma.

La muerte en Plaza Mixcalco penetra como el suceso que hace vivir al coronel Nicolás Romero. Los escritores asisten a las exequias para recuperar a un personaje de la chinaca popular, pronto, en una efervescente literatura que da cuenta y razón del triunfo de la República liberal. A éstos sigue una generación, a finales del siglo XIX y principios del XX, con su aportación a la memoria de Romero, tal como lo hacen Eduardo Ruiz, Antonio Albarrán, Victoriano Salado Álvarez y Juan de Dios Peza. Este último habla de un héroe desconocido, lo mismo que sus compañeros: “Héroes ignorados, no tienen tumbas donde poner como cariñosa ofrenda las coronas de laurel y encima que se consagran a los inmortales, pero la patria los bendice, los ama y reconoce que sus esfuerzos contribuyeron en mucho a darle la felicidad que ambicionaba en aquellos días de prueba”.35

El León de las Montañas comenzó a dibujarse a través del corrido, la poesía, el periodismo, la novela histórica, el ensayo y la crónica. Las pinceladas de palabras, palabras que dieron color, recuperaron lo que el imaginario colectivo construyó del mito. Ese humo-fantasma que se fugó -como no queriendo desprenderse- del último puro que llevó el Coronel, como si se tratara del último suspiro en el patíbulo de Mixcalco, provoca a los escritores. El mito comenzó a socorrer ideales; los lanceros de camisa colorada lo hicieron el Cid campeador de las montañas, que luchaba hasta ver la gloria de la República Restaurada, y, ya en el siglo XX, Fernando Ramírez de Aguilar, Daniel Moreno, Fernando del Paso y Paco Ignacio Taibo II tomaron bando con el hijo de la chinaca popular.

Avanzado el siglo XXI, esta revisión historiográfica de las fuentes de estudio del coronel Nicolás Romero llama a su desmitificación, así como las tareas de discriminar y comprender fuentes conocidas y por conocer, para confirmar, no sólo que el Coronel sí tiene quien le escriba, sino que esto se hace a partir de una lectura distante de apologías y narraciones épicas, próxima a la meta planteada por Ilihutsy Monroy Casillas: para profundizar en las “verdaderas causas y motivaciones” del chinaco y conocer sus “aportes e impactos políticos” para la historia de la Intervención francesa.

Hace falta recuperar la historia del guerrillero Nicolás Romero… El camino de fuentes revelado en este artículo induce, provoca y, acaso, exige el examen heurístico de fuentes pendientes: los documentos del Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional; lo que la fortuna de Clío pudiera revelar en los archivos de Francia y Estados Unidos, así como la auscultación de la prensa nacional y francesa que atendió el juicio del personaje. Avatares de una hermenéutica para dar cuenta y razón de un personaje que merece ser conocido y reconocido como héroe de la gesta juarista, pero, sobre todo, como el héroe en el que se refleja el espíritu de quienes llevan adelante, con su sacrificio, las verdaderas gestas heroicas: los hombres y las mujeres del pueblo, los de abajo, los de la chinaca popular. Por último, a manera de confesión de parte, reconozco que el título de esta investigación es un claro parafraseo de una de las magnas obras del escritor colombiano Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba, con lo cual expongo que en el México del siglo XIX existió un coronel de la fuerza chinaca, combatiente contra el ejército francés, aliado a la República juarista, que encontró en historiadores, periodistas, poetas y novelistas a quienes dieran cuenta y razón de sus proezas. La confesión toma amplitud al provenir del cronista de la tierra que en 1898 -por decisión de sus habitantes- tomó el nombre de Nicolás Romero;36 tierra destino del autor de esta obra, que acogió el análisis de sus fuentes históricas y literarias para decir que el coronel sí tiene quien le escriba.

Archivo

H. Ayuntamiento de Monte Bajo-Nicolás Romero, Estado de México

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2Ilihutsy Monroy Casillas, Los chinacos. Resistencia popular en México, 1862-1867, tesis de licenciatura en Historia (México: Escuela Nacional de Antropología e Historia, 2004), 19.

3Vicente Riva Palacio, Antología, introducción y selección de Clementina Díaz y Ovando (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1976), XLVI-XLVII.

4Eugenia Revueltas, “Literatura, libertad y justicia”, en La génesis de los derechos humanos en México, coordinación de Margarita Moreno-Bonett y María del Refugio González Domínguez (México: Instituto de Investigaciones Jurídicas-Universidad Nacional Autónoma de México, 2006), 480.

5Vicente Riva Palacio, Memorias de un impostor. Don Guillermo de Lampar, Rey de México, citado por Alejandro Araujo Pardo, Uso de la novela histórica en el siglo XIX mexicano, tesis de doctorado en Historia (México: Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, 2006), 183.

6Juan A. Mateos, El Cerro de las Campanas. Memorias de un guerrillero (México: Porrúa, 1985), LII.

7Mateos, El Cerro, 147.

8Mateos, El Cerro, lviii.

9Quirarte, “Del pueblo”, 473.

10Vicente Riva Palacio, Calvario y Tabor, novela histórica y de costumbres (México: Universidad Veracruzana/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Universidad Nacional Autónoma de México/ Instituto Mexiquense de Cultura/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1997), tomo 6, 21. Este texto se incluye en Quirarte, “Del pueblo”, 473.

11Riva Palacio, Calvario, 83.

12Revueltas, “Literatura”, 482.

13José Ortiz Monasterio, México eternamente. Vicente Riva Palacio ante la escritura de la historia (México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora/Fondo de Cultura Económica, 2004), 102.

14La Redacción, “El libro rojo, de Manuel Payno y Vicente Riva Palacio”, Proceso, 26 de mayo de 2008.

15Vicente Riva Palacio y Manuel Payno, El libro rojo (México: Editorial del Valle de México, 1972), 461. La frase en cursiva es la misma que utiliza Riva Palacio en Calvario y Tabor.

16Mónica Mateos-Vega, “El libro rojo da fe de que la presencia del crimen es la misma desde hace siglos’”, La Jornada, Cultura, 16 de marzo de 2009: 2.

17José María Iglesias, Revistas históricas sobre la Intervención francesa en México (México: Porrúa, 2007), 717.

18Iglesias, Revistas, VII. El texto reproducido en el epígrafe se encuentra en la página 683.

19Iglesias, Revistas, 591.

20Iglesias, Revistas, 1.

21Francisco de Paula de Arrangoiz y Berzábal, México desde 1808 hasta 1867 (México: Porrúa, 1996), 617.

22Arrangoiz y Berzábal, México, 7.

23Victoriano Salado Álvarez, Episodios nacionales mexicanos. La Intervención y el Imperio II. La Corte de Maximiliano (México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Planeta DeAgostini, 2004), 237.

24Salado Álvarez, Episodios, 217.

25Salado Álvarez, Episodios, 5.

26Salado Álvarez, Episodios, 229.

27Salado Álvarez, Episodios, 11.

28Juan de Dios Peza, Epopeyas de mi patria: Benito Juárez (México: Factoría Ediciones, 1998), 3.

29Peza, Epopeyas, 158.

30Peza, Epopeyas, 160.

31Peza, Epopeyas, 166-167.

32Antonio Albarrán, Nicolás Romero. Guerrillero de la Reforma (México: Gobierno del Estado de México/Fondo Nacional para Actividades Sociales, 1979), 33-34.

33Martín Quirarte, Historiografía sobre el Imperio de Maximiliano (México: Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Nacional Autónoma de México, 1993), 216.

34Luis G. Inclán, Astucia. El jefe de los Hermanos de la Hoja o los charros contrabandistas de la Rama (México: Porrúa, 1998), XI.

35Peza, Epopeyas, 159.

36Archivo Histórico del H. Ayuntamiento de Monte Bajo-Nicolás Romero, Libro de Cabildo 1898-1899, acta del 15 de septiembre de 1898, fs. 8-9.

Recibido: 14 de Mayo de 2019; Aprobado: 04 de Febrero de 2020

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