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Signos históricos

versión impresa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.21 no.41 México ene./jun. 2019  Epub 03-Ago-2020

 

Reseñas

Beatriz Alcubierre Moya, Niños de nadie.- usos de la infancia menesterosa en el contexto borbónico

* Universidad Nacional Autónoma De México Instituto de Investigaciones Históricas. sosenski@gmail.com

Alcubierre Moya, Beatriz. Niños de nadie.- usos de la infancia menesterosa en el contexto borbónico. México: Bonilla Artigas Editores, 2018.


En pleno siglo XXI nos indignan los usos de la infancia, tanto en las campañas electorales con niños indígenas cantando pegajosas canciones en favor de un partido político, hablando de reformas educativas en videos pagados por empresarios, o en campañas publicitarias promocionando productos sensualmente. La imagen de los niños es poderosa "recaudadora de fondos para obras benéficas: los niños y niñas son excelentes sensibilizadores y movilizadores de buenos sentimientos, y son ideales para mostrar las bondades de un programa, de una política, de un gobierno o de una empresa 'socialmente responsable'".1 Lo que los niños tengan que decir generalmente importa a pocos, pues es su imagen la que interesa en tanto se la puede utilizar como símbolo de inocencia, de gracia, pureza de sentimiento y pensamiento. En pos de la instrumentalización, exposición y utilización de su imagen con fines comerciales o políticos, sus voces o preocupaciones son silenciadas.

De hecho, los usos de la infancia en la historia de América Latina han sido poco estudiados. El sociólogo alemán Manfred Liebel, defensor de la participación y la ciudadanía infantil y estudioso de los derechos de la infancia, señaló que:

Generalmente se piensa que los Estados son garantes de la protección y seguridad de las personas que viven en sus respectivos territorios y/o que están bajo su soberanía. Sin embargo, la historia está llena de ejemplos en los que las autoridades estatales no sólo desatienden su responsabilidad frente a personas que se encuentran en situación de peligro, sino que, además, contribuyen activamente a amenazarlas y a poner en peligro sus vidas.2

Liebel ha planteado varias preguntas clave. Entre ellas, rescato dos que resultan especialmente relevantes, sobre todo porque el libro de Beatriz Alcubierre permite dar varias respuestas a ellas. Cuestiona Liebel, "¿el Estado 'sólo' descuida sus obligaciones de protección o participa activamente en el abuso y en la vulneración de los niños?" y, "el tratamiento arbitrario de niños y niñas por parte de los Estados puede considerarse como una forma de colonización de la infancia?".3

Alcubierre sostiene que la infancia, como campo y figura retórica, "fue construida históricamente sobre la base de la desigualdad social". Su libro muestra cómo durante el siglo XVIII en Nueva España se dio un proceso de "limpieza social" en el que, bajo el manto de la atención a la infancia abandonada y desvalida, se excluyó, encerró y utilizó a los niños ilegítimos, huérfanos y pobres. Mientras algunos historiadores han sostenido que durante la Ilustración se dio una suerte de descubrimiento de la infancia, Alcubierre nos muestra un panorama mucho más complejo donde "los niños aparecen como sujetos en tensión" y "fueron vistos como imagen icónica de la espiritualidad cristiana y como modelos para la exaltación de ideales cívicos" en una nueva forma utilitaria de concebirlos, de intervenir en su cuerpo y en su destino.

Esta obra contribuye al conocimiento de un periodo histórico en el que de los niños sabemos muy poco. Gracias a estudios como el de Cristina Masferrer conocemos el mundo de los niños esclavos en Nueva España; ahora, el libro objeto de esta reseña permite comenzar a entender otras múltiples configuraciones novohispanas que se elaboraron en torno a la infancia. Alcubierre estudia los vínculos entre infancia y marginalidad, así como las funciones sociales e históricas impuestas a los niños más pobres de la Nueva España, temas que esclarecen los orígenes históricos de la desigualdad en el tratamiento de la infancia y sus vínculos con la clase social, el género, la etnia o la situación familiar.

En este libro se expone cómo los niños expósitos del siglo XVIII eran un grupo sacrificable, que condensaba ideas provenientes de la religiosidad popular del bajo medioevo como el martirio. Los niños mártires, como espacio retórico que rescataba las potencialidades de salvación que sólo estaban reservadas a los adultos, eran entendidos como un campo milagroso, cuya muerte prematura era símbolo del ofrecimiento de la vida para perpetuar la juventud e inocencia. La atención a la infancia abandonada se interpretaba como "una oportunidad de redención para toda la nación".

Los reformadores ilustrados vieron en los niños una inversión a futuro: eran "trabajadores potenciales", pero que también podían provocar pérdidas, baja de su rentabilidad y su "mortalidad masiva y precoz suponía una irreparable pérdida para la fortaleza del Estado". Aunque autores como Eduardo Bustelo han situado la lógica de la infancia como ganancia como imperativo de las economías neoliberales y capitalistas, lo cierto es que Alcubirre muestra que esta lógica tiene una data de más larga duración.

Es así que, a partir de dos casos centrales, el traslado de niños expósitos para poblar la Alta California y la variolización para la prevención de la viruela en la Nueva España, la autora explora y se anima a denunciar también el largo proceso de segregación y exclusión de los niños legítimos y los discursos utilizados para justificar su alejamiento, su estigmatización y su reclusión. La autora analiza "la condición transferible de la materia infantil" a partir de la retórica que aludía al mejoramiento de la atención de la infancia, pero que reforzaba lo que se creía como un "designio vital" de los niños: "estar expuestos para todo lo que se quiera de ellos".

Este libro acercará a los lectores a una historia caleidoscópica, porque no es sólo una historia de la infancia, sino también de la salud, de la política, de los esfuerzos poblacionistas para el noroeste novohispano. Entre 1767 y 1769 se estableció un plan para lograr esto último, pero la tarea no era nada fácil, no había mucha gente que quisiera ir a aquellos territorios inhóspitos, así que se enviaron colonos de manera forzada, muchos convictos, algunos artesanos. En 1797, el virrey Branciforte advirtió el potencial poblacionista y productivo de los niños y tomó la decisión de trasladar niños expósitos de las casas de cuna para incrementar la población de Alta California. A finales de 1799 y principios de 1800 se llevaron niños de la casa de expósitos, niños ilegítimos, la mitad de ellos españoles. De tal forma, lo que se advierte en el libro es que no era tanto el origen étnico sino la situación familiar lo cual hacía que los niños pudieran ser utilizados por el Estado. Si en teoría la edad mínima para poder trasladarlos era de diez años, en muchos casos se forzaba la edad en los documentos, aduciendo que eran niños más grandes.

Considerados como seres generalmente manipulados por los adultos, con poca participación o sin voz, los niños y las niñas siguen siendo sujetos marginales en la narrativa historiográfica. Por medio de un minucioso trabajo con documentos, Alcubierre no sólo logra advertir los usos que se le dieron a los cuerpos de los niños y niñas y la utilización de la infancia en políticas públicas, sino también aspectos que no siempre son fáciles de captar en los documentos: las respuestas infantiles a los proyectos que buscaron someterlos, dominarlos y, en suma, utilizarlos. En su libro, encontramos el esfuerzo por escuchar las voces de aquellos niños a quienes se intentaba llevar al norte y de documentar su resistencia. En Puebla, por ejemplo, seis niños lograron escapar de una casa de expósitos al enterarse que serían enviados a Alta California. Algunas niñas escribieron cartas intentando convencer a las autoridades de que: lo suyo era ser religiosas, no tenían ropa para un viaje tan largo, querían quedarse con sus hermanitas o con las mujeres quienes las habían criado en las casas. Un intenso mundo emocional aparece en estos escritos, en donde el amor familiar es suplido con los afectos entre cuidadoras y cuidadas. Se advierte cómo, a pesar de que los niños tenían sus propias opiniones, pues actuaban, hablaban y escribían, no eran escuchados.

A la preocupación por recuperar cómo los niños veían el proyecto de trasladarlos al norte, se suma el interés de la autora por seguir sus vidas una vez que el proyecto poblacionista o de variolización terminó. Alcubierre encuentra los escritos autobiográficos de la antes niña Apolinaria, quien describe, a la luz de su memoria, cómo la repartición de niños en el norte le parecía similar a una repartición de "perros", cómo los niños ya grandes contrajeron matrimonio, heredaron tierras o desempeñaron funciones públicas, mostrando los alcances de este proyecto poblacionista. Una niña, María Gertrudis, por ejemplo, quedó viuda al año de haberse casado. Escribió una carta a las autoridades virreinales argumentando que ella quería regresar a la Ciudad de México, pues con casarse y enviudar entendía que ya había cumplido su destino en aquellas tierras lejanas. Sin embargo, las autoridades querían evitar un efecto dominó en el que si dejaban ir a una, se quisieran ir todas. Además, consideraron que, de no casarse nuevamente, el gasto de su transporte hasta allá hubiera sido inútil. De tal modo, la dejaron ahí "con esperanzas de que vuelva a casar y contribuya a la población, y aumento de la península".

La idea de los niños como inversión económica continúa hasta la actualidad. Hace pocos años, el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Enrique Iglesias, hablaba de que era "importante realizar un gasto público con vista a que esos futuros adultos" fueran más productivos. El economista jefe del BID, José Juan Ruiz, consideró que "la inversión en infancia es la mejor que podemos hacer ya que las tasas de rentabilidad de los niños tienen las mayores tasas de retorno", tanto en el aspecto social como en el económico.4 Como señala Eduardo Bustelo, el problema de esta fórmula utilitarista es que "el problema 'realmente' aparece cuando niños y niñas se salen del guión y, entonces, el enfoque los convierte rápidamente en 'costos'; son costos, ahora sí, en seguridad que la sociedad tiene que pagar. Sólo cuando el niño se hace 'delincuente', se convierte en un problema o preocupación pública".5 Alcubierre historiza estas fórmulas utilitaristas en la Nueva España, advirtiendo cómo también la distinción de género se materializaba en el hecho de que las niñas eran enviadas a la Alta California porque se requerían "buenas esposas, solteras jóvenes y fuertes, suficientes para los pobladores convictos". Las doce niñas huérfanas que habían sido llevadas a la Alta California no alcanzaban en su mayor parte la edad de los doce años, pero los adultos se referían a ellas como mujeres, porque, a diferencia de los niños, de quienes se esperaba que fueran hombres industriosos, a ellas se las necesitaba para casarlas y procrear.

El libro muestra cómo en la Nueva España los niños expósitos, huérfanos o ilegítimos eran seres de frontera, transferibles, al servicio de los proyectos institucionales, valiosos por su utilidad o por los beneficios que pudieran traer a la población. Es por eso que los niños enviados a la Alta California eran "abandonados a su suerte". Los niños interesaban en tanto cuerpos que pudieran trabajar, procrear, poblar, o cargar virus y vacunas; eran sujetos de experimentación y agentes de prevención.

La segunda parte del libro muestra cómo se utilizó a los niños para introducir la vacuna de la viruela a inicios del siglo XIX. En 1779 se hizo la primera inoculación de la vacuna con 14 niños de entre 3 y 10 años. "La expedición filantrópica de la vacuna es quizás el ejemplo más paradigmático y contundente de la manera en que el estado borbónico observó a los niños, particularmente a los huérfanos y pobres, desde un sesgo utilitarista". Se hizo un equipo de niños vacuníferos, huérfanos o abandonados, esclavos negros, indios, filipinos, hijos de familias pobres, los cuales se utilizaban en distintas etapas del viaje de la expedición desde España y México hasta llegar a Filipinas. Se preferían niños pequeños para asegurarse que nunca se habían contagiado.

En Nueva España, se requirió reunir otra remesa de niños para llevar la vacuna a Filipinas. Eso supuso un problema mayúsculo. Había gran desconfianza en los métodos médicos y en dejar a los niños en manos de un grupo de personas desconocidas. No había niños disponibles. Nadie quería prestar a sus hijos. Finalmente, el alcalde acarreó a 20 "indias cuyos hijos quedaron vacunados después de mil persuasiones y después de haber exclamado y llorado a grandes voces, prorrumpiendo que ellas no debían nada a nadie". Era tal el pavor que ocasionaron las autoridades entre las madres que una se fue a una botica pidiendo "un remedio contra el veneno que acababan de introducir en el brazo de su hijo". La desconfianza popular tenía sus motivos, con la vacuna habían muerto varios niños.

La autora de este libro estudia la vida de esos niños a quienes Bustelo, siguiendo a Giorgio Agamben, denominó niños sacer, que "reúnen esa cruel condición en la que todos condenan su muerte pero, simultáneamente, ésta queda siempre impune". Dice Bustelo: "La mayoría de nuestros niños y niñas se han convertido en niño sacer: una figura del derecho romano que se traduce por su carácter in sacrificable pero que, a la vez, cualquiera puede matar quedando impune", su característica es que son eliminables, desechables y su muerte no entraña ninguna consecuencia jurídica y nadie aparece como el responsable de ello.6 Con eso se naturaliza su utilización.

El médico español Francisco Javier Balmis se vio obligado a buscar a los nuevos niños vacuníferos fuera de la Ciudad de México: "los niños pobres y marginales, eran casi siempre los únicos vacuníferos disponibles, puesto que las familias pudientes se aseguraban de que sus hijos no fueran usados de esta manera. Ciertamente, una cosa era permitir que éstos recibieran la vacuna y otra muy distinta era que se utilizaran como portadores". A veces no se conseguían niños expósitos y se pagaba a los padres de familia para que entregaran a sus hijos pequeños. "Los niños fueron usados con fines que les eran del todo ajenos y carecían de una familia pudiente que los protegiera de la intervención estatal, por lo que los únicos vacuníferos disponibles eran huérfanos o desposeídos": 22 gallegos y 26 mexicanos fueron trasladados en el viaje de España a México y de México a Filipinas.

Es innovadora la forma en cómo la autora da seguimiento a las vidas de esos inoculados y, aunque muchos quedaron en el anonimato, se logra rescatar la historia de vida de algunos de esos jóvenes, quienes luego escribirían solicitudes a instituciones del virreinato "reclamando alguna forma de auxilio y argumentando como una suerte de fuero no reconocido el haber estado entre los niños que salieron de la Coruña para propagar la vacuna". Eran conscientes de que habían sido utilizados y usaban ese argumento en su favor para pedir el ingreso a ciertos colegios, como el de San Juan de Letrán o el de San Ildefonso.

La expedición filantrópica de la vacuna es quizá el ejemplo más claro de la manera en que el Estado Borbónico observó a los niños, particularmente a los menesterosos (pero no sólo a ellos), desde un sesgo utilitarista, [señala Alcubierre.] El cuerpo infantil fue utilizado como un sitio para la construcción de la autoridad, la legitimidad y el control (a través del colegio, del reformatorio, del seminario, del asilo o el convento), pero también para el ajuste de cuentas entre poderes encontrados).

Los niños fueron colonizados, se les negó todo principio de libertad, se les canceló toda posibilidad de elección o decisión sobre sus destinos. Y fue el Estado colonial el que participó activamente en el abuso, en la utilización, ultraje y vulneración de los niños. Este texto no sólo ayuda a entender un periodo de nuestra historia, sino también a historizar los problemas de la infancia de nuestro presente. Ayuda, como alguna vez señaló James Marten, a quitarle lo exótico a la forma en la cual creemos entender los problemas actuales y darles perspectiva en el tiempo y en el espacio.

Referencias

Eduardo S. Bustelo, El recreo de la infancia: argumentos para otro comienzo, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2007, p. 62. [ Links ]

Manfred Liebel, "Infancias latinoamericanas: civilización racista y limpieza social. Ensayo sobre violencias coloniales y postcoloniales", en Sociedade Infancias, núm. 1, 2017, p. 20. [ Links ]

1 Eduardo S. Bustelo, El recreo de la infancia: argumentos para otro comienzo, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2007, p. 62. Eduardo S. Bustelo, El recreo de la infancia: argumentos para otro comienzo, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2007, p. 62.

2 Manfred Liebel, "Infancias latinoamericanas: civilización racista y limpieza social. Ensayo sobre violencias coloniales y postcoloniales", en Sociedade Infancias, núm. 1, 2017, p. 20.

3Ibid., p. 21.

4 Véase "La inversión en primera infancia es primordial para el desarrollo de Iberoamérica", en Notimérica, 6 de junio de 2016, disponible en [http://www.notimerica.com/sociedad/noticia-inversion-primera-infancia-primordial-desarrollo-iberoamerica-20160606150800. html].

5 Eduardo S. Bustelo, op. cit., 2007, p. 47.

6 Eduardo S. Bustelo, op. cit., 2007, p. 265.

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