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Signos históricos

versão impressa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.20 no.39 México Jan./Jun. 2018  Epub 03-Ago-2020

 

Reseñas

Pilar Gonzalbo Aizpuru, Los muros invisibles. Las mujeres novohispanas y la imposible igualdad

Diana Alejandra Méndez Rojas* 
http://orcid.org/0000-0001-9305-9412

*Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Estudiante de Maestría en Historia Moderna y Contemporánea. diana-m-@live.com.mx.

Gonzalbo Aizpuru, Pilar. Los muros invisibles. Las mujeres novohispanas y la imposible igualdad. México: El Colegio de México, 2016. 363p.


Pilar Gonzalbo Aizpuru, especialista en investigación sobre la historia cultural y la vida cotidiana en el México virreinal, publica en su último libro, Los muros invisibles. Las mujeres novohispanas y la imposible igualdad, una propuesta original para reflexionar acerca de los límites de la desigualdad, como modelo en un orden que, por su origen y estructura, siempre se pensó como estamental, pero dentro del cual la realidad se impuso, permitiendo que las mujeres realizaran lo que no era posible decir y ni siquiera pensar. Es así que el lector encontrará en las páginas de este libro un esbozo del tono de la vida de las mujeres ante el dilema de ser o parecer la mujer idealizada, dentro de una sociedad en la que mudar de apariencia podía ser una estrategia para cambiar sus condiciones familiares, laborales, educativas, sentimentales y materiales.

La autora indica que su experiencia en el escudriñamiento documental le ha mostrado que en el periodo novohispano no existieron trabas físicas ni leyes explícitas que impidieran a las mujeres desarrollar sus capacidades en distintos terrenos, lo cual no significa que dentro de ese orden las barreras no existiesen. Por tanto, Gonzalbo Aizpuru muestra que la naturaleza de esos muros invisibles fue distinta, de lo que facilitó que fueran, en mayor o menor medida, flexibles y cambiantes en el transcurso del tiempo, distinguiendo así entre el ámbito rural y el urbano. Lo anterior no sólo da cuenta de una sociedad en movimiento, sino que además corrobora que la imposibilidad de la igualdad entre mujeres y hombres se asentó en la cultura.

En efecto, Gonzalbo Aizpuru propone al lector estudiar la forma en la que los modelos planeados por las autoridades cambiaron en la práctica cotidiana, con la intención de demostrar que este enfoque permite distinguir situaciones complejas del escenario femenino. Porque, si bien es cierto que el gobierno y la Iglesia configuraron un modelo de feminidad, de familia y vida hogareña, documentado en la legislación y los libros piadosos, la realidad se ocupó de desacreditarlo mediante continuas inconsistencias y contradicciones, dentro de las cuales es posible identificar lazos de solidaridad y proyectos personales que no contemplaban como únicas opciones el matrimonio o el claustro. Aún más, la investigación corrobora que el orden que rigió al periodo novohispano no fue, en distintos aspectos, el recomendado desde la metrópoli, ya que sus directrices necesariamente tuvieron que ser adecuadas a circunstancias específicas y móviles en el tiempo.

Por estas razones, la autora somete a examen la relación entre un orden prescrito en el discurso y un orden construido en la vida cotidiana, desde las creencias, las costumbres y las relaciones sociales, de ninguna manera invariables ni sometidas a rígidos principios morales o políticos, mas suficientemente estables para explicar el lento pero constante proceso de integración de las mujeres a nuevas esferas del acontecer novohispano.

Como se indicó, existieron distinciones significativas entre el espacio rural y el urbano; por ello, la estrategia de Gonzalbo Aizpuru fue mostrar los mecanismos mediante los cuales la población urbana encabezó la marcha hacia un mundo distinto, en la cimentación de un primer boceto de identidad regional que progresivamente llegaría a ser nacional cuando el proceso emancipatorio exigiese una definición dentro de una nueva sociedad. Es por esto que la autora acotó su estudio del tiempo largo -como corresponde a los trabajos sobre el cambio en las mentalidades- a las últimas décadas del siglo XVIII, es decir, en la víspera de la desintegración del Antiguo Régimen.

El valor interpretativo del trabajo de la historiadora se sustenta con una sistematización de datos obtenidos en distintos archivos, de los que se cuentan el Archivo Histórico de Notarías de la Ciudad de México, el Archivo General de la Nación, el Archivo Histórico de la Ciudad de México y el Archivo Histórico del Arzobispado de México, de cuyos fondos prestó especial atención a los ramos que contienen documentos que dieron muestra de distorsiones, formulismos y expresiones propios de la jerga notarial o tendencias relacionadas con creencias y religiosidad. Todo esto, para identificar la percepción de lo femenino en el uso de conceptos que se mantuvieron estables en el transcurso del periodo virreinal, o cambiantes, como las palabras doncella y soltera.

Además, la autora revisó testimonios relativos a cuestiones concretas -aunque redactados con fines muy distintos- como los padrones parroquiales de feligreses comulgantes; los registros de administración de sacramentos (bautismo, matrimonio y extremaunción); las obligaciones de pago; las operaciones de compraventa; la recepción de dotes; los testamentos; el orden en los oficios; los pleitos vecinales o las discordias conyugales, los cuales matizan los estereotipos de los hombres como seductores remisos y de las mujeres como seres frágiles.

Es así que la autora centró su atención en la vida de las sirvientas, costureras, lavanderas, planchadoras, cocineras, nanas, dulceras, confiteras, chocolateras, parteras, curanderas, maestras, trabajadoras de obrajes y vendedoras en plazas y tianguis; todas ellas, carentes de fortunas y blasones, pero promotoras de la movilidad social en calidad y clase. Esto no representa una desatención injustificada de las mujeres de familias nobles, toda vez que este grupo es el mayormente estudiado, por lo que Gonzalbo Aizpuru se refiere a ellas sólo para contrastar situaciones con las menos favorecidas.

Lo anterior resulta importante debido a que en el México virreinal las distinciones que marcaban la desigualdad eran diversas y no sólo contemplaban el estatus económico, sino también la etnia y la posición social, y éstos, aunque no eran obstáculos infranqueables -como tampoco lo fueron las atribuciones distintivas sobre el género-, impidieron la existencia de un movimiento que pugnara por la igualdad. Dentro de una sociedad jerarquizada y patriarcal, en la cual el sitio de cada quien estaba claramente definido, las mujeres no formaban un conjunto, haciendo así muy diferente la situación de la española y la criolla, de la mestiza y la india, de la negra y la mulata, libres o esclavas. Esto, sin embargo, no impidió que entre ellas destacaran mujeres quienes, impulsadas por las circunstancias o por su propio carácter, realizaron lo inimaginable.

Acerca de este punto, es necesario indicar que la apreciación de las calidades sociales era insegura y poco tenía que ver con caracteres biológicos, pues lo que dominó fue el reconocimiento de los vecinos. En consecuencia, el libro sugiere que si bien existió una voluntad de clasificación sobre ella -en especial hacia finales del dominio español-, se impuso el criterio común que desdeñaba las diferencias; lo cual confirma que los cuadros de castas están lejos de representar una realidad en la que imperara una profunda segregación social, ya que el análisis detallado de los mismos corrobora la mezcla, el rechazo a las distinciones y la familiaridad de todos los componentes de la sociedad.

Debido a lo anterior, la autora privilegió, para fines analíticos, el estudio de las mujeres de la capital del virreinato de la Nueva España, al ser ellas quienes vivieron la doble desigualdad que les tocó por calidad y sexo, la cual fue más ostensible en la forzosa cercanía entre grupos sociales en la vida urbana. Este posicionamiento se refuerza cuando el libro expone que las mujeres son las indiscutibles protagonistas de los estudios de demografía histórica, pues su población superó 50 por ciento en las ciudades novohispanas. Además, se indica que los hogares bajo la jefatura femenina llegaron a representar un tercio de los núcleos familiares, lo que reafirma la necesidad de hablar de una heterogeneidad de modelos familiares, entre cuyos integrantes las mujeres solteras y viudas superaron en número a las casadas. Esto lleva a la autora a dirimir entre la defensa del espacio familiar como un refugio que permitió a las mujeres el desarrollo de sus capacidades y un espacio de opresión.

Ahora bien, la propuesta de la autora en ningún sentido puede ser ubicada dentro de alguna de las vertientes de los feminismos; de hecho, Gonzalbo Aizpuru es enfática al decir que su investigación no busca redimir a las mujeres novohispanas, toda vez que su interés es mostrar los matices de la sumisión obligada a padres y esposos, del reconocimiento de los niveles de autonomía y las relaciones de poder que consiguieron y mantuvieron mediante diferentes estrategias para emplearse, ser propietarias, manejar negocios y obtener prestigio. Todo lo cual niega la postura, por algún tiempo dominante dentro de la historiografía, que dibujó muros infranqueables y mujeres pasivas, sometidas, encerradas y resignadas con su suerte.

En suma, quien se acerque al libro de Pilar Gonzalbo Aizpuru, desde las inquietudes propias de la labor del historiador, encontrará en él argumentos suficientes para suscribir o no la propuesta de la autora, quien afirma que mujeres y hombres forjan por igual la historia. Esta postura reposa en el reconocimiento de que a cada integrante le corresponde más de una posibilidad en las relaciones de poder para influir en el mundo, lo cual refleja elementos más complejos e inobservables desde la exclusividad de la relación dominador/ dominada. Así, la autora afirma que, en el interés de prestar atención a las aportaciones de las mujeres en la historia, es necesario no caer en la trampa de observar en qué medida han copiado, imitado o reproducido el mundo de lo masculino, ni tampoco estar al acecho de indicios que den muestra del uso de su cuota de poder para influir sobre sus compañeros, esposos o amantes.

Lejos de las reivindicaciones feministas y de los derechos negados, lo que queda pendiente es reconocer la forma en la que las mujeres pudieron superar las normas que pretendían mantenerlas en estado sumiso y cómo se adaptaron a un ambiente violento, a la vez que contribuyeron a suavizar las costumbres y a transmitir su sensibilidad en las relaciones personales; además de su responsabilidad en la perpetuación de una sociedad machista. Estos mecanismos pueden ser identificados en el plano de lo cotidiano, porque es en esta esfera en la que se reflejan las motivaciones para buscar un mayor bienestar, desempeñar un trabajo satisfactorio, encontrar condiciones idóneas para formar una familia o la necesidad de huir de las exigencias de parientes indeseados.

En este sentido, la autora reconoce la relevancia de realizar estudios más amplios en torno a la sociedad novohispana, que no sólo ayuden a identificar tendencias regionales y matizar algunas de las generalizaciones predominantes en la historiografía, sino que además permitan estudiar a los hombres -grupo hasta ahora bastante desatendido-, con lo cual podría construirse una necesaria perspectiva de género para precisar el conocimiento del mundo virreinal; pues el análisis de género no significa añadir un sujeto adicional, sino modificar el enfoque de las preguntas y la complejidad de las respuestas. De este modo, su trabajo se presenta como una contribución que supera el nivel descriptivo y estimula la investigación de profesionales y estudiantes, en la medida en que sea integrada en una tarea más amplia a cargo de historiadores y humanistas comprometidos por develar lo que el periodo novohispano aguarda por compartirnos.

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