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Signos históricos

versão impressa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.18 no.36 México Jul./Dez. 2016

 

Reseñas

Marina Martínez Andrade, De orden suprema: la obra de Guillermo Prieto y la literatura de viajes en México, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2014, Biblioteca de Signos, 72.

Francisco Mercado Noyola* 

*Estudiando de Doctorado en Humanidades-Línea Académica de Teoría Literaria. francisco.mercadon@gmail.com

Martínez Andrade, Marina. De orden suprema: la obra de Guillermo Prieto y la literatura de viajes en México. México: Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2014. Biblioteca de Signos, 72,


Desde el Liber millionis de Marco Polo hasta la guía Lonely Planet, el trashumante moderno ha buscado dejar testimonio escrito de sus travesías, domésticas o lejanas, plácidas o azarosas, por propia iniciativa o designio superior. La colección Biblioteca de Signos de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa publica: De orden suprema: la obra de Guillermo Prieto y la literatura de viajes en México, de Marina Martínez Andrade, donde la autora trata con gran amenidad y rigor metodológico el tema de la escritura itinerante, enfocándose en el estudio de la veta nómada de nuestro gran poeta popular del siglo XIX: Guillermo Prieto. Para los mexicanos actuales, acaso tan sólo un personaje incidental que salvó la vida de Juárez con su broncíneo adagio “Los valientes no asesinan”, pero para nosotros un prisma luminoso de la historia patria.

En Memorias de mis tiempos, Prieto cataliza el libre flujo del recuerdo, desde el manantial del ayer hasta las compuertas del hoy. El pacto autobiográfico -el cual se establece en este relato fundamental- es formulado en la narrativa como testimonio del yo, postulando que todo viaje es interior y exterior. En este curso fluvial los meandros de la memoria transfiguran los de la escritura. Así, todo viaje se halla predeterminado por el sueño y el deseo, y todo viaje posee una carga introspectiva y sentimental. Esta poética fue abrevada por nuestros románticos del siglo XIX en sus lecturas de Lawrence Sterne y Xavier de Maistre. En el caso de los Viajes de orden suprema, materia medular del brillante estudio de Martínez, la investigadora percibe un vínculo evidente con la escritura autobiográfica ejercida por Guillermo Prieto desde un contexto presente, y durante un viaje emprendido por voluntad ajena (la de Santa Anna), con doble intencionalidad: la de recorrer y la de discurrir la patria, mostrándola a los ciudadanos para que éstos la habiten, la amen y luchen por su engrandecimiento. De ahí el carácter misceláneo de este extenso relato de peripecias, observaciones y digresiones, cuya naturaleza discursiva ostenta una hibridez similar a la de las crónicas de Fidel en la prensa nacional. Francisco López Cámara comenta sobre esta obra de Prieto:

Los Viajes de orden suprema, una soberbia narración de Fidel desgraciadamente inconclusa y mutilada, constituye sin duda una de sus obras más importantes no sólo por su calidad literaria, sino por su valor descriptivo de los hechos, costumbres, hábitos, realidades sociales, estructuras políticas e ideas del México de entonces, y su amalgama constante con muchas reflexiones del autor sobre todos esos aspectos de la vida del país, y otras menos corpóreas como el derecho, la justicia, la educación, la historia, la religión, la moral y las corrientes ideológicas de su época.1

La doctora Martínez demuestra que la literatura de viajes escrita por mexicanos en el siglo XIX es tan incipiente como la propia nación. Nuestra geografía escarpada y fragmentaria demuestra serlo como nunca antes ante la nueva libertad de tránsito que rompe las ataduras del estatismo virreinal. Los caminos y medios de locomoción prueban su absoluta deficiencia ante los nuevos caminantes, deseosos de dinamismo comercial y cultural, y que hallan incontables impedimentos para sus periplos dentro y fuera de la República. Vicente Quirarte escribe:

Si la bibliografía y la historiografía se han dedicado a estudiar a los viajeros extranjeros por México, ¿qué ocurre con los viajeros mexicanos? ¿Cómo se conforma la poética de esa particular especie que a partir del siglo XIX decidió abandonar el proverbial estatismo mexicano, viajar y dejar testimonio escrito de su tránsito? Según apuntó Ignacio Manuel Altamirano, si bien nuestros ancestros fueron esencialmente nómadas, tres siglos de dominación colonial provocaron el fin de semejante condición. Los antiguos pobladores de Anáhuac dejan de ser libres para transitar por su territorio y sólo lo harán con base en las necesidades y caprichos del dominador.2

En el punto de contacto que es acuciosamente percibido por Martínez, los relatos de viaje producidos por extranjeros en México y por mexicanos en el extranjero se relacionan con los estudios poscoloniales en el mismo sentido que Altamirano advierte. Es decir, al igual que los conquistadores españoles determinaron el estatismo de la Nueva España, los nuevos dominadores europeos y norteamericanos imprimieron dinamismo a México, inventariando el nuevo territorio independiente para dar cuenta de sus recursos explotables; así como los viajeros mexicanos describieron con pasmo las naciones hegemónicas, con el fin de seguir sus modelos políticos, económicos y culturales.

Después del medio siglo de caos en que se difunde en Europa y Norteamérica la imagen de un México rehén de la corrupción, la ineptitud, la discordia y la rapiña, Altamirano y sus colegas desean combatir este desprestigio ante el mundo civilizado; del país de salvajes establecer una nación en desarrollo. Ante la brecha civilizatoria, los viajeros mexicanos dejan testimonio escrito de su experiencia en los modelos dominantes reivindicando, dentro de su patria, una nueva disposición al progreso científico, social y moral. Es así el caso de Prieto, tanto en su Viaje a los Estados Unidos como en sus Viajes de orden suprema. Para el Occidente decimonónico la incomunicación es proporcional al atraso y barbarie de un pueblo. Ya Octavio Paz en Los hijos del limo escribe sobre “las míticas criaturas del progreso” secular: el ferrocarril y el telégrafo. El relato de viajes de Prieto tiene, en este sentido, un papel ancilar y utilitario, un compromiso social con “la comunidad imaginaria”. Pertenece plenamente al periodo en que la literatura era concebida como un medio para fundar la nación y fomentar su progreso material y social. La lectura de Viajes de orden suprema, como la de numerosos textos coetáneos, tenía como objeto fomentar la aculturación, el adoctrinamiento y la formación del patriota modelo. Este relato funge como pretexto para describir la geografía de la nación, su belleza, sus recursos, sus habitantes, sus costumbres, sus profundos conflictos, y así contribuir a fundarla en el imaginario colectivo. La descripción, planteada por Roland Barthes en El efecto de lo real como recurso retórico para lograr la imitatio más fidedigna, postula que a mayor acumulación de objetividades representadas, mayor identificación del lector con el entorno descrito (en este caso la nación), la cual sólo puede ser construida en su imaginario mediante un periplo mental. Vicente Quirarte expone:

Pocos de los mexicanos del siglo XIX como Guillermo Prieto viajaron tanto, y ninguno como él supo transformar sus nomadías en literatura excepcional. Lo minúsculo adquiere en sus páginas proporciones mayúsculas. La firmeza en sus convicciones y sus prédicas es más convincente gracias a su prodigioso sentido del humor. […] El exilio más prolongado en Cadereyta, población que en ese entonces era el desierto en el desierto, lo lleva a escribir los cientos de páginas que integran sus Viajes de orden suprema.3

Quienes han tenido la fortuna de vivir el siglo XIX a través de Memorias de mis tiempos, han apreciado una cualidad muy escasa en la narrativa mexicana: el sentido del humor de Guillermo Prieto, como rasgo único entre sus coetáneos e incluso entre los escritores mexicanos posteriores. Martínez Andrade pone de relieve en su trabajo la ironía y la sátira como figuras retóricas que operaron en la obra de Fidel, como formas de resistencia y supervivencia ante una realidad nacional descarnada. Este seudónimo, que se hizo tan popular en las columnas de la prensa capitalina, funge como alter ego, y máscara carnavalesca. En Viajes de orden suprema desacredita la solemnidad de Guillermo Prieto como autoridad pública y ciudadano ejemplar, dejando -después de este recurso teatral- la dramatis personae de un lépero ingenioso y astuto, que pretende captar la complicidad del ciudadano lector promedio. Paradójicamente, su humildad artificiosa aporta la mayor legitimidad a su relato; le imprime el sello de la igualdad entre pares, y por tanto, mayor credibilidad y cohesión entre los miembros de una comunidad que se desea solidaria. Marina Martínez realiza en su estudio una lúcida y bien integrada descripción de Fidel:

[…] de familia privilegiada a integrante de la plebe; joven y exaltado romántico; tenaz combatiente en la milicia y en las letras; hombre de acción política […], orador contundente, patrocinador teórico y práctico de la incipiente literatura mexicana; escritor polifacético; cantor popular; poseedor de un permanente sentido humorístico y lúdico en una sociedad rigurosa; desterrado tanto por errores como por aciertos; poeta nacional; patriarca venerable; en fin, generador y persistente constructor del pensamiento liberal y del orden constitucional. (p. 239)

Del mismo modo, Quirarte señala algunos de los hitos biográficos de Prieto que lo constriñen a la suerte de la patria y lo erigen en uno de los pilares de su fundación:

[…] desde su niñez, cuando a los trece años queda huérfano, había sido testigo y actor de acontecimientos decisivos en la vida de México. […] su vida puede resumirse en notas ya muy altas: poeta popular, fundador del Colegio de Letrán, perseguido político, cultivador insuperable del cuadro de costumbres, ministro de Hacienda, salvador de la vida del presidente de la República. […] la culminante frase “los valientes no asesinan” demuestra la superioridad y eficacia del discurso de las letras sobre el discurso de las armas: las palabras del poeta modificaron radicalmente el curso de la Historia.4

Y añade:

Para Prieto, era necesidad elemental convertir la experiencia en escritura. Si pocos mexicanos del siglo XIX viajaron tanto como él, más escasos aún fueron los que convirtieron sus periplos en crónicas memorables. El antecedente más ilustre en este sentido son las seiscientas páginas de Viajes de orden suprema. Desde el título, la expresión alude a tal carácter: obligado por Santa Anna a abandonar la Ciudad de México y vivir en la población queretana de Cadereyta, Prieto aprovecha el exilio en un lugar donde nada ocurría, para demostrar que la escritura es una forma alterna, muchas veces más completa, de la vida.5

Viajes de orden suprema comienza con Fidel en su atalaya del poniente capitalino, fungiendo como espectador burlesco de las miserias cómicas que ocurrían en la corte de Su Alteza Serenísima. Más tarde, al notificársele su destierro motivado por la simple animadversión presidencial, Prieto emprende el camino de Tierradentro, narrando las vicisitudes de su itinerario; describiendo el entorno arquitectónico, económico y sociocultural de Querétaro y disertando sobre un asunto de trascendencia histórica: la cuestión indígena en México.

Por otra parte, continuando con la narrativa de viajes prietista, el autor de Elogio de la calle comenta con respecto al apócrifo relato Impresiones de viaje, el cual se atribuye -como ejercicio lúdico literario- a un zuavo del ejército invasor de 1862:

[…] Prieto demuestra su fidelidad al carácter nómada y en constante movimiento que caracterizó su azarosa y longeva existencia. Su primera intención es ponerse en la piel del otro para tratar de entender y explicar los motivos que llevan a uno de tantos a emprender la expedición a México y la manera en que nos percibe la otra parte.6

Y aunque el enfoque que se desea en las Impresiones de viaje es la de la otredad describiendo lo mexicano, en Viajes de orden suprema también opera -en el autor textual avizorado por Martínez- un exiliado, una suerte de outsider erigiendo el constructo cultural de la patria para el lector que la desconoce (una mirada realista, verdadera, ajena desde dentro y para los de adentro).

Pintar la realidad, en contra del carácter hiperbólico del Romanticismo, fue la obsesión contradictoria de los liberales románticos, quienes habían sido jóvenes exaltados por la musa neurótica, y en su madurez deseaban atemperar sus energías creativas para la gran obra colectiva de fundación nacional. Entablar intertextualidades con la tradición europea era un procedimiento ineludible -ya se tratase de la antigüedad grecolatina, el siglo de oro español, el primer Romanticismo egotista, el posterior de tendencia social o el realismo y el naturalismo en boga-. Así, Prieto finca su modelo en el Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España, de Alexander Von Humboldt. Nuestra tradición literaria era aún un proyecto en ciernes, su origen todavía no había sido fijado; el Liceo Hidalgo no decidía si asignar nuestra carta de fundación a Netzahualcóyotl o a Sor Juana. El archivo aún estaba por cimentarse y conformarse, y Viajes de orden suprema es escrito para figurar en éste.

Basándose en la teoría de la comunidad imaginada de Benedict Anderson, la doctora Martínez -notablemente atinada en sus asertos- toca una cuestión nodal de la mexicanidad. Ante la evidente desigualdad racial y social del México independiente, que no permite la cohesión nacional de entonces y de nuestros días, la Primera Generación de la Reforma debió legislar -junto con la incipiente normativa jurídica- un modelo de ciudadanía que distaba mucho del promedio mexicano, no obstante sí se asimilaba sin matices al espejo norteamericano y europeo. La heterogeneidad racial, social y cultural eran la única esencia del conglomerado novohispano, que de un día para otro se vio obligado a conformar una nación “independiente”. Los odios entre clases y castas, la desigualdad abismal y la falta de sociabilidad -aspecto analizado y repetido ad nauseam durante el siglo XIX mexicano- originaron una gran falta de espíritu colectivo, lo cual significó la discordia civil imperante en toda la centuria.

El Ensayo político… de Humboldt, de 1808, constituyó un parteaguas en la literatura de viajes sobre México; el gran polígrafo alemán ya hablaba de la injusta distribución de la riqueza y la civilización, así como de la precaria vida social. Es evidente que en estos primeros años de vida independiente no existe un proyecto claro de nación; por tanto, están ausentes también las ideologías claras y las convicciones firmes. Ante la ignorancia de la pluriculturalidad de México, los liberales sólo ejercen una imitación ciega de modelos políticos ajenos. El federalismo es letra muerta desde su origen; el centralismo es ancestral y la provincia obliterada. Esto se evidencia desde la sinécdoque que operó en la primera época de vida independiente; México es la capital, pero también la nación amorfa, aquejada de macrocefalia. Además de tomar decisiones políticas fundamentales, los reformistas debían combatir la influencia del poder clerical, la superchería y el fanatismo en el pueblo. Epígono de este credo, Prieto exalta en Viajes… el cristianismo primigenio, a la manera de Altamirano en La Navidad en las montañas o de Hilarión Frías y Soto en su cuadro de costumbres “El cura de pueblo”, textos en los que se percibe como aliado en la regeneración popular al humilde émulo de Cristo y sus apóstoles.

Otra cuestión central en Viajes…, como se apuntó anteriormente, es el problema indígena, cimentado en la pigmentocracia, un problema social velado aún en nuestros días. La marginación del indio del proyecto liberal es evidente en el espíritu de las Leyes de Reforma, las cuales proscriben la propiedad comunal y las formas de producción agrícola ancestrales. De menor de edad durante el virreinato a ciudadano republicano, sin transición, el indígena ganó -sin haberlo pedido- su derecho a ser asimilado socialmente, pero no a preservar su cultura ni su cosmovisión ni sus patrones o esquemas de existencia. Prieto escribe en Viajes… sobre su tendencia gregaria en el seno de sus comunidades, proporcional a su aislamiento del resto de la sociedad. Asimismo, los reformistas veían en su sincretismo religioso un signo evidente de atraso y superstición, una mezcla funesta del pensamiento mágico precortesiano con el providencialismo católico. Pero en última instancia, estas prácticas rituales representaban una solución desesperada para dar sentido al dogma incomprendido, una expresión inequívoca del vínculo roto entre autoridad y origen, raíz profunda de nuestra disgregación nacional. Con respecto al sustrato cultural indígena -histórico, racial y lingüístico- dentro del proyecto liberal, existe una aporía ostensible; el indio es fundamento de la mexicanidad, folclor nacionalista romántico y, a su vez, vergüenza étnica. De la misma forma en que la mirada risueña del costumbrismo se posaba en el populacho y en el aborigen, el sistema político ejercía su marginación despectiva y condenatoria. La solución del Estado liberal a esta problemática radica en pugnar por la elevación social del mestizo y la desaparición gradual del indio en una suerte de depuración étnica y “progreso genético”. La otra contradicción ideológica es notable; los reformistas deseaban negar el pasado virreinal y exaltar el prehispánico, pero eliminando todo resabio indígena de la sociedad.

La literatura de viajes, al entender de Marina Martínez Andrade, también se aproxima a la filosofía de la alteridad. Emmanuel Levinas, en La huella del otro, afirma que la identidad del yo no radica en la permanencia de una cualidad inalterable, sino en la capacidad de identificar los objetos, los rasgos y los seres ajenos a su entidad, como lo otro. El filósofo judeo-francés vincula el pensamiento occidental con la obsesión por el develamiento del otro, quien al manifestarse pierde su esencia de alteridad, y al no hacerlo, al permanecer siendo otro, encarna la máxima amenaza a la integridad del ser. La figura retórica del extrañamiento; es decir, la descripción de objetos desconocidos estableciendo analogías con aquellos propios del entorno familiar al lector -utilizada profusamente por los cronistas del descubrimiento, conquista y colonización de América y por autores de la narrativa ficcional de viajes más clásica, como Jonathan Swift- se vuelve indispensable en los Viajes de Prieto y en toda la narratio vera de los primeros relatos mexicanos.

La narrativa no ficcional de viajes se vincula también con los estudios poscoloniales, desde la mirada hegemónica y desde la del mundo poscolonial subordinado. Una cara de la moneda es la del paternalismo extranjero, otra la del espionaje imperialista: los testimonios de los norteamericanos Joel R. Poinsett y Henry George Ward en la primera década de vida independiente, los registros de Madame Calderón de la Barca en 1843, los apuntes de Carl Christian Sartorius para promover la migración alemana en México en 1852, la experiencia de Mathieu de Fossey en el crucial 1857, la mirada antropológica y arqueológica de Charles Brasseur en la década de 1860, los relatos de Maximiliano de Habsburgo y Paula Kollonitz durante el Segundo Imperio mexicano.

La narrativa de viajes, como explica la profesora Martínez, es también proveedora de conocimiento empírico por encima de la ciencia formal. Comparte con el discurso historiográfico el rasgo de ser un constructo cultural, una representación de los hechos reales, entre muchas otras posibles. El narrador viajero efectúa la operación del re-recuerdo planteada por la fenomenología de Husserl; la representación de un país lejano -o como en el caso de los Viajes… de Prieto, de una nación propincua, no obstante ignota- es síntesis de sus apariciones sucesivas en la mente del viajero que lo recuerda. En la narrativa de Viajes se presenta un diálogo entre la tradición libresca y la experiencia vital. Por ello estos textos se erigen como un palimpsesto cultural. Utile e dulci como postulaba la Poética de Horacio, el relato de viajes pretende instruir y deleitar. Satisface la necesidad de peripecia implícita en el viaje, soslayando los riesgos de la inseguridad y allanando los agentes de vulnerabilidad.

La narrativa de viajes de Prieto se adscribe al ejercicio de la escritura autobiográfica, y a su vez al subgénero de la narratio vera. El pacto de verosimilitud de la ficción se transforma aquí en pacto de veracidad. En la teoría de Pierre Nora sobre el locus memoriae de la preceptiva retórica clásica, Guillermo Prieto ejercita la función simbólica del topos, es decir, de los lugares físicos que abren los efluvios de la mnemotecnia. Con el fin de fundar la patria, de fijar su imaginario territorial, es necesario recorrer su geografía y nombrarla. El pacto de veracidad, planteado por Philippe Lejeune, va más allá de la verosimilitud que plantea la narrativa ficcional. En dado caso, el lector posee la potestad de juzgar al autor por impostura. Por tanto, su sanción va más allá del juicio estético, se remonta al juicio histórico. La expectativa del lector conjunta la veracidad del discurso historiográfico y la integridad estética del literario. Una mera intención de veracidad, sin solidez en las fuentes, no justifica la pertenencia de la obra al género non-fiction. Guillermo Prieto fue sin duda uno de los grandes fundadores de nuestra patria, desde el periodismo costumbrista, la narrativa autobiográfica hasta la poesía popular. Desde un recorrido bastante exiguo por el Camino de Tierradentro, inicia la azarosa construcción literaria de nuestra -entonces ignota, no obstante ineludible- hinterland. Con su libro, la doctora Martínez Andrade hace un aporte teórico, crítico y metodológico sustancial al estudio de la literatura de viajes en México, así como al análisis de la obra narrativa de uno de nuestros personajes-hitos históricos y literarios, notable esfuerzo académico que se celebra y agradece profundamente.

Bibliografía

López Cámara, Francisco, “Prólogo general. Crónica de crónicas”, en Guillermo Prieto, Crónicas de viajes 1. Obras completas IV. Guillermo Prieto, Presentación y notas de Boris Rosen Jélomer, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994, pp. 11-53. [ Links ]

Quirarte, Vicente, “Estudio preliminar”, en Vicente Quirarte (coord.), Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva York (1830-1895), México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas/Coordinación de Humanidades-Universidad Nacional Autónoma de México, 2009, pp. 15-60. [ Links ]

Quirarte, Vicente, “La musa callejera en Manhattan”, en Vicente Quirarte (coord.), Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva York (1830-1895), México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas/Coordinación de Humanidades-Universidad Nacional Autónoma de México , 2009, pp. 259-262. [ Links ]

Quirarte, Vicente, “Prólogo”, en Impresiones de viaje. Traducción libre del diario de un zuavo, encontrado en su mochila, en la acción de Barranca Seca, México, Almadía/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Cartografías), 2013, pp. 7-20. [ Links ]

1Francisco López Cámara, “Prólogo general. Crónica de crónicas”, en Guillermo Prieto, Crónicas de viajes 1. Obras completas iv. Guillermo Prieto, Presentación y notas de Boris Rosen Jélomer, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994, pp. 16-17.

2Vicente Quirarte, “Estudio preliminar”, en Vicente Quirarte (coord.), Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva York (1830-1895), México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas/Coordinación de Humanidades-Universidad Nacional Autónoma de México, 2009, p. 21.

3Vicente Quirarte, “La musa callejera en Manhattan”, en Vicente Quirarte (coord.), Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva York (1830-1895), México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas/Coordinación de Humanidades-Universidad Nacional Autónoma de México, 2009, p. 259.

4Vicente Quirarte, “Prólogo”, en Impresiones de viaje. Traducción libre del diario de un zuavo, encontrado en su mochila en la acción de Barranca Seca, México, Almadia/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2013, pp. 12-13.

5Ibid., p. 13.

6Ibid.

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