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Signos históricos

versión impresa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.18 no.36 México jul./dic. 2016

 

Artículos

Notas sobre los estudios de la prehistoria de América: poblamiento del continente, del Pleistoceno al Holoceno*

Notes on studies of the prehistory of America: the peopling of the continent, from Pleistocene to Holocene

Alfonso Ramírez Galicia** 

**Escuela Nacional de Antropología e Historia. ragakar@gmail.com


Resumen:

En este artículo se revisan algunos de los polos de discusión intelectual más interesantes y polémicos dentro del campo de estudio de la prehistoria de América. Se presenta un panorama del estado actual de la cuestión -los principales que enfrenta, algunas de las vías más inquietantes y prometedoras que ofrece, así como ciertos obstáculos que subsisten-. El objetivo es brindar una breve introducción, temática y bibliográfica, a todo aquel interesado en las investigaciones actuales sobre los orígenes y la historia más antigua de los pueblos indígenas de América.

Palabras clave: primeros habitantes; horizonte Clovis; sitios pre y Clovis; dataciones; análisis tecno-tipológicos

Abstract:

This article looks at some of the most interesting and polemic poles of the intellectual debate within the field of study of the prehistory of the America, from the last third of the 20th century to the present. It presents an overview of the state of the question -the main problems of this debate, some of the most exciting and promisint paths it offers, as well as certain obstacles that remain-. The aim is to provide those who are interested in the current research on the origins and the oldest history of the indigenous peoples of America with a brief thematic and bibliographical introduction.

Keywords: first peoples; Clovis horizon; Clovis and Pre-Clovis sites; datings; techno-typological analysis

Ver el pasado de los indios como un conveniente laboratorio para probar hipótesis generales sobre el desarrollo sociocultural y el comportamiento humano puede ser simplemente una manifestación más intelectualizada de la falta de una preocupación sincera hacia los pueblos nativos que, en el pasado, ha permitido a los arqueólogos desacreditar sus logros culturales, excavar sus cementerios y exhibir esqueletos de los indios en museos sin tomar consideración de los sentimientos de los pueblos nativos vivos. Si la arqueología prehistórica ha de llegar a ser más significativa en un sentido social, ella debe aprender a tratar el pasado de los pueblos nativos de Norte América como un tema digno de estudio por derecho propio, y no como un medio para un fin.

Bruce G. Trigger, “Archaeology and the Image of the American Indian”, en American Antiquity, vol. 45, núm. 4, octubre, 1980, p. 671. Traducción mía.

Introducción

Desde que se efectuaron los viajes de Américo Vespucio, la conciencia occidental -entonces en formación, en los fértiles suelos de la Europa renacentista- se percató de que las tierras recientemente descubiertas en occidente correspondían a una realidad inesperada que rebasaba toda tradición, toda expectativa y toda posibilidad de imaginación desde el horizonte intelectual contemporáneo del Viejo Mundo, lo que origino inquietantes pesquisas que buscaban explicar el enigma de la naturaleza del Nuevo Mundo.1 En su sentido físico o natural, se trataba de todo un mundo nuevo, con una geografía sui generis emparentada pero, al mismo tiempo, alejada de las otras tres partes entonces conocidas del mundo, con una exuberante diversidad de plantas y animales tanto únicos como extraños. En su contraparte moral o humana -como corolario de su misteriosa existencia-, estas tierras eran el hogar de una abigarrada multiplicidad de pueblos y civilizaciones de los que no se tenía noticia alguna (o casi) en las tradiciones del Viejo Mundo.2

¿Cuál es la naturaleza de los habitantes indígenas del Nuevo Mundo?, ¿cuál será el origen de los indios americanos?, ¿de dónde vienen, cuándo llegaron y por qué? y ¿cómo poblaron las vastas y diversas extensiones de América? Estas son una serie de interrogantes surgidas en los umbrales del siglo XVI y que, aún hoy, en las primeras décadas del XXI, no tienen respuesta.3 Por un tiempo, a lo largo de los últimos dos tercios del siglo XX, algunos intelectos creyeron que la respuesta se encontraba en el llamado horizonte o cultura Clovis, como matriz originaria de los pueblos indígenas de América; sin embargo, aunque durante este periodo la duda subsistió y las opiniones contrarias florecieron -al menos subrepticiamente, en varios casos-, hasta el último tercio del siglo XX y los primeros años del XXI, la aceptación de una nueva serie de enigmáticos hallazgos arqueológicos -suscitados especialmente en los extremos septentrional y austral del continente- ocasionó el más reciente giro de complicación al problema de los orígenes americanos y, con ello, suscitó toda una nueva efervescencia en los estudios al respecto.

En un sentido general, la prehistoria de América es el fundamento histórico y cultural de buena parte de las realidades actuales de los indígenas en el continente, pues ésta comprende, al menos, 12 500 años4 de una historia secreta, única y esencialmente ajena a la separación geográfica -no siempre cultural- del Nuevo y Viejo Mundo al final de la última glaciación. Una historia compuesta por los indicios de una diversidad de formas originales de ser humano, con trayectorias históricas múltiples y alternativas, algunas de las cuales -en un aislamiento esencial de las macrodinámicas del Viejo Mundo- desembocaron en los pueblos indígenas de los tiempos “históricos”. Sin embargo, la mayoría de estos ensayos permanecen en la penumbra de la prehistoria, más allá de las fronteras y esquemas culturales, históricos y geográficos a través de los cuales acostumbramos pensar el mundo.5

La prehistoria de Américas debería ser, también, uno de los fundamentos epistemológicos de todas aquellas disciplinas de las ciencias humanas consagradas a elucidar las peculiaridades de los pueblos indígenas de América; es decir, debido a que es una ventana cronológica de la más larga duración a la diversidad de la cultura material en el tiempo, puede servir para encuadrar la historia y la cultura de los pueblos indígenas americanos en su verdadera profundidad y complejidad histórico-cultural.

En el presente artículo, sin pretender una síntesis exhaustiva, revisaré algunos de los polos de discusión intelectual importantes que han caracterizado y definido el estado actual de los estudios sobre la prehistoria de América - i. e. desde el último tercio del siglo XX hasta nuestros días- con la intención de señalar algunas de las vías más interesantes, sugerentes y -en varios casos- inquietantes que, actualmente, parecen tomar la empresa de (re-)construcción, o interpretación, de los múltiples sentidos de la prehistoria de Américas.6

La complejidad, diversidad y magnitud de los estudios prehistóricos al Sur del Río Grande -durante este periodo y desde los inicios de la ciencia prehistórica, a finales del siglo XIX-son tan grandes e importantes como para demandar un tratamiento profundo y de largo aliento, el cual escapa a los estrechos límites del presente estudio; por lo demás, en lo que concierne a la prehistoria mexicana, la literatura es fácilmente accesible para los lectores mexicanos.7

La prehistoria en el mundo

En nuestros días, prehistoria es tanto el nombre de aquella dimensión de la historia de la humanidad, en general, o de algún pueblo o grupo humano, en particular, que se extiende en el tiempo y en el espacio más allá de cualquier memoria histórica escrita, como el nombre de la subdisciplina o conjunto de subdisciplinas científicas modernas que se encargan de su estudio.8 Por tanto, hoy la prehistoria se presenta ante nuestros ojos como un imponente, complejo y perturbador paisaje que nos ofrece una doble imagen de la multiplicidad y diversidad de las vías que han tomado la evolución biológica y cultural del género humano en su conjunto, al atravesar la obscuridad del abismo del tiempo geológico.

Además, desde el último tercio del siglo XX, este paisaje se encuentra en completa efervescencia epistemológica, a causa del colapso de varias certezas recibidas y de la concomitante producción de una serie de hallazgos extraordinarios.9 Veamos, brevemente, algunas de las principales características de la topografía actual del paisaje de la prehistoria.

En primer lugar, respecto a la dimensión biológica de la diversidad espacio-temporal de las manifestaciones humanas, y concretamente al problema del proceso de hominización -i. e. el proceso de especiación que hizo divergir al linaje humano (fam. Hominidae) del resto de los primates superiores y definió sus características específicas de estación vertical, manos libres y hábiles, grandes e inteligentes cerebros-, las raíces temporales de la prehistoria se hunden, hoy, profundamente en el Plioceno y alcanzan a rozar la superficie superior del Mioceno.10

La duración aproximada de la historia humana que hoy nos presenta la prehistoria es de 5 millones de años. Una historia compleja de radicales y diversos cambios geológicos, ecológicos y evolutivos que, teniendo como escenario al continente africano, nos revela el origen y las trayectorias divergentes de varios linajes de homínidos, cada uno de los cuales representaba, en sí mismo, un proyecto original y alternativo de humanidad.11 En un segundo momento, esta historia se extiende paulatinamente al resto del Viejo Mundo, a Asia, Europa y Oceanía, manteniendo la multiplicidad de alternativas hasta la última glaciación, hace aproximadamente 40 mil años, cuando un extraño proceso dio la ventaja y el triunfo a uno solo de estos linajes, el Homo sapiens, el cual, a partir de entonces, llegó a extenderse hasta ocupar todo lo largo y ancho del planeta.

Precisamente, en segundo lugar y en lo que respecta a la dimensión cultural de la diversidad de las manifestaciones humanas en el tiempo y en el espacio, el inicio de la hegemonía planetaria del Homo sapiens -no así su nebuloso origen biológico- parece estar íntimamente relacionada con una revolución cultural: la invención de los sistemas materiales de representación, i. e. tanto los sistemas de ornamentación personal como los de representación gráfica. Pues, al parecer, la posesión de un complejo sistema de representación “material”, o en soporte físico y visual -por oposición a los sistemas “no-materiales” o puramente simbólicos como el lenguaje-, se encuentra en la base del desarrollo de nuevas perspectivas de pensamiento, comunicación y organización social que señalan una ruptura con las tendencias de evolución de los homínidos como las entendemos hasta ahora. A partir de ese momento (aproximadamente entre 40 y 30 mil años), hubo una explosión de las producciones simbólicas, una independencia y divergencia autónoma de la cultura en relación con la evolución biológica; es entonces, al parecer, cuando comienza la autopoiesis de la cultura humana como la conocemos hasta nuestros días.12

En Europa, esta ruptura está representada por el comienzo del Paleolítico Superior (entre 40 y 11 mil años antes del presente -AP-) y es especialmente conocida por las complejas y extraordinarias manifestaciones artísticas del periodo Auriñaciense (40-28 mil años AP): tanto las esculturas zoomórficas y antropomórficas en marfil de Hohlenstein-Stadel y la cueva de Vogelherd (Baden-Württemberg), Alemania, como las espectaculares representaciones parietales en la grotte Chauvet (Ardèche), Francia.13 Pero, conforme avanzan las investigaciones arqueológicas en el resto del mundo hay un continuo aumento en la abundancia de signos, igual de antiguos y espectaculares, de esta fundamental ruptura.14

Finalmente, en tercer lugar, es la prehistoria del “mundo no europeo” -o, más bien, de los mundos “no europeos”- la que presenta el desafío más radical a nuestros esquemas recibidos. La elegante y fluida adecuación explicativa casi planetaria de la periodización tradicional -i. e., Paleolítico Inferior, Medio y Superior- ya de por sí cuestionada y complejizada en su validez más allá de la región de su construcción original -i. e., Europa occidental y las regiones circum-Mediterráneas de África y Asia- a mediados del siglo XX,15 se encuentra hoy, a comienzos del XXI, en un punto crítico de reacondicionamiento radical o plena reformulación total.

La constatación de una sincronización esencial de los cambios en los registros paleontológicos y arqueológicos que señalan las transiciones entre los periodos del Paleolítico -y la ulterior transición al Neolítico- no ha perdido su validez empírica, sino que se ha vuelto necesario volver a explicar su significación o su mera existencia, en términos de procesos de evolución biológica y cultural de la especie humana, los cuales deben ser inferidos a partir de un complejo registro prehistórico mundial que, aunque parcial y fragmentario, se revela como el producto de realidades humanas altamente regionalizadas, con una historia y un comportamiento social ajenos a todo patrón conocido en los tiempos modernos o “históricos”.

Así, a guisa de ejemplo, durante las últimas décadas en el Lejano Oriente, particularmente en China, se debate la pertinencia de la utilización de la categoría de Paleolítico Medio para diferenciar y caracterizar el conjunto de manifestaciones humanas comprendidas en el registro prehistórico entre 140 y 30 mil años ap. A partir de una revaloración de las dimensiones tecnotipológicas de las industrias líticas del Paleolítico del Sureste Asiático, se discute si es posible inferir procesos de comportamiento y evolución biológica y cultural esencialmente diferentes y específicos como para aislar este periodo de su antecedente y su sucesor, o si, por el contrario, existe una continuidad sustancial que conduce a la conceptualización de la periodización del Paleolítico del Sureste Asiático como bipartita (i. e. Paleolítico Temprano y Tardío).16

Paralelamente, en el Medio Oriente, en la Alta Mesopotamia, una serie de excavaciones ha sacado a la luz un conjunto de extraordinarios sitios de arquitectura monumental cuya antigüedad se remonta a los inicios de la transición al Neolítico, en específico al llamado Neolítico Precerámico (Pre-Pottery Neolithic (ppn) entre 10 y 9 mil años a. C., en este caso). El carácter extraordinario de estos sitios proviene del hecho de que varios indicios del contexto arqueológico conducen a inferir que los constructores de estos grandes y complejos sitios de arquitectura monumental fueron “simples” grupos de cazadores-recolectores.17

Sobre todo, la magnificencia y complejidad del tell de Göbekli Tepe, en el sureste de Turquía, desafían cualquier desprecio evolucionista o primitivista de las sociedades de cazadores-recolectores y de los grados de complejidad que pudieron manifestar, así como cualquier explicación reduccionista del origen de la agricultura y la producción de alimentos. Más allá de toda reducción de la dimensión económica a la mera subsistencia, los complejos espacios monumentales concéntricos, con series de butacas de piedra, rodeando esculturas megalíticas en forma de T con representaciones zoomórficas y antropomórficas, las gigantescas vasijas de piedra con posibles residuos químicos de la producción de cerveza y, en sí, la densidad y monumentalidad mismas de la ocupación y la complejidad de su iconología visual, llevan a los excavadores de Göbekli Tepe a inferir que se trataba de un “santuario en la montaña” (hill sanctuary). Un lugar donde se llevaban a cabo suntuosos festivales colectivos para intentar fortalecer la cohesión social, pero cuyos efectos secundarios de concentración de la riqueza social y presión en la obtención de recursos habrían tenido algo que ver en la consumación de la Revolución Neolítica.18

La prehistoria en América

La invasión de América

Es el carácter anómalo de la prehistoria americana el que perturba y termina por frustrar y pervertir todo intento armónico y global de sistematizar desde el Viejo Mundo. De entrada, tenemos que, a casi 90 años del reconocimiento oficial de la coexistencia de los seres humanos con la megafauna -ahora extinta-,19 el hermoso sueño de resolución del enigma del origen de los pueblos originarios de América se ha desvanecido final y completamente con la hipótesis de la rápida y violenta invasión de todo un continente “virgen” por parte de los descendientes de un grupo original de cazadores armados con una sofisticada tecnología lítica de tipo Paleolítico Superior, única en su género. Pero revisemos brevemente los contornos de esta hipótesis para entender, después, las causas y el significado de su desvanecimiento.

Elaborada durante las décadas de 1960 y 1970, especialmente por el biólogo estadounidense Paul S. Martin y otros hombres de ciencia cercanos a la biología, la hipótesis de la invasión originaria de América fue construida para intentar racionalizar el hecho de una extraordinaria coincidencia: los presuntos primeros vestigios discernibles de la presencia humana en el Nuevo Mundo, i. e. los grandes, bellos y complejos bifaciales acanalados tipo Clovis20 parecían coexistir con los últimos testimonios fósiles de la fauna pleistocénica, dentro de un lapso extraordinariamente restringido en términos de tiempo geológico: alrededor de mil años, entre 11 500 y 10 500 años ap. En otras palabras, más que una coincidencia, parecía existir una relación causal entre la aparición de los reputados primeros indicios de los seres humanos en el continente y la extinción de los mamíferos gigantes del Pleistoceno.

Martin convirtió esta coincidencia en explicación. Partiendo de una analogía con los violentos procesos de explosión demográfica de especies introducidas en ambientes exóticos y sin competidores -especialmente islas- así como con las concomitantes y dramáticas extinciones de las especies endógenas no preparadas y adaptadas para lidiar con el invasor, Martin elaboró un sofisticado modelo cibernético de invasión por sobreexplotación (overkill). Con la retirada de los glaciares del extremo septentrional de América, al final de la Edad de Hielo, un reducido grupo de experimentados cazadores ―seguramente pertenecientes al Paleolítico Superior del noreste asiático- se habría hallado ante un continente lleno de dóciles presas que no conocían la depredación humana. Como los engranes de un bien engrasado mecanismo ecológico, la facilidad de la caza habría llevado a la explosión demográfica, ésta a la sobreexplotación y extinción, y éstas al desplazamiento forzado hacia el Sur, siguiendo el vacío dejado por la quirúrgica eliminación de los mamíferos gigantes de América.

Así, en alrededor de un milenio, los descendientes de este grupo pionero habrían poblado todo el continente, de Alaska a la Patagonia, y destruido por completo las extraordinarias presas de las que se alimentaran sus ancestros. Naturalmente, a la sombra de este genocidio ecológico, los habitantes de todo un continente quedaban condenados a buscar alternativas de subsistencia: en ausencia de grandes y dóciles presas se verían obligados a volverse vegetarianos. De tal manera, la hipótesis de Martin contemplaba también, como vemos, la fatalidad ecológica que habría forzado la Revolución Neolítica en el Nuevo Mundo.21

Independientemente de las críticas lanzadas contra este overkill model, desde el momento de su enunciación y hasta nuestros días, con base en la creciente evidencia en favor de los argumentos sobre su inadecuación a la realidad empírica de los registros paleontológico y arqueológico, y contra el carácter reduccionista de sus supuestos ecológicos sobre el comportamiento de los cazadores de la prehistoria,22 y a pesar del hecho de que, en todo momento, existieron hipótesis alternativas,23 el overkill model llegó a convertirse en la pieza central de la visión oficial y hegemónica de la prehistoria norteamericana. Actualmente, algunos prehistoriadores latinoamericanos cuestionan la efectividad o la existencia misma de dicha hegemonía24 y es un problema abierto para la historia intelectual la explicación de los factores socio-históricos que habrían llevado a su construcción; no obstante, el hecho es que, esta visión norteamericana presentó una imagen prehistórica de América sospechosamente adecuada a la imagen clásica de la prehistoria universal manufacturada en la Europa decimonónica, debido a dos razones esenciales.

Primero, al postular el poblamiento encarecidamente tardío del continente americano -i. e. al final de la última glaciación, aproximadamente 12 mil años AP como terminus post quem- a través de un proceso de desplazamiento fundamental -aunque puede contemplar varias migraciones contemporáneas o posteriores- de una población de origen desconocido en el Viejo Mundo, pero caracterizada por la posesión de una sofisticada y estandarizada tecnología lítica con reminiscencias del Paleolítico Superior Euroasiático. Esta visión ―llamada naturalmente Clovis-First model por propios y extraños- niega la gran antigüedad de la humanidad en América y convierte la prehistoria del continente en una suerte de extensión tardía o epílogo de la prehistoria del Viejo Mundo. Así, la reputada verdadera “prehistoria universal”, es decir, la prehistoria del Viejo Mundo, cuyo supuesto desarrollo continuo se extendería desde el Paleolítico Inferior, habría alcanzado las “vírgenes” tierras americanas desprovistas de ocupación humana y, por ende, carentes de prehistoria, hasta la desaparición de la infranqueable barrera glacial de la agreste Beringia; sólo entonces habría “bendecido” estas ignotas tierras con la prolongación de su última y más bella florescencia: el Paleolítico Superior.

Segundo, al plantear el origen de los principales linajes de los pueblos indígenas de América en un horizonte cultural fundacional, i. e. el horizonte Clovis, esta visión niega la diversidad esencial existente entre los pueblos originarios del continente. De tal forma, la exuberante complejidad y multiplicidad que han exhibido los pueblos indígenas de América a lo largo de todos los tiempos históricos es reducida a una dimensión secundaria: una ramificación natural y accesoria de una sola y esencial -o unas cuantas, si se admiten varias olas migratorias fundacionales- matriz cultural que, a su vez, no es más que una excrecencia, tardía, secundaria y aislada del tronco principal de la historia universal y sus nutrientes -de ahí las ofensivas pretensiones de la “falta de desarrollo”, el “atraso” y/o el “primitivismo” de los pueblos originarios de América-, y, con ello, el estudio de la significación última de la individualidad y la diferencia americanas ―en términos estructurales e históricos- es simplemente relegado a los márgenes del saber.

En este sentido, el Clovis-First model, como visión hegemónica o con pretensiones hegemónicas, puede entenderse, al menos en parte, como la sofisticada actualización, a escala continental, de la negación de la gran antigüedad de la humanidad en América operada en tiempos de la institucionalización original de la prehistoria en Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del XX, a escala del subcontinente Norteamericano.

Como han argumentado el gran historiador y antropólogo Bruce G. Trigger y el prehistoriador David J. Meltzer, en ese entonces, más allá de la estricta dimensión de las discusiones científicas, la negación de la antigüedad de la humanidad en América estuvo íntimamente comprometida con la revitalización de un estereotipo de los nativos norteamericanos que los caracterizaba como inherentemente incapaces de progreso y que se traducía en una visión “plana” o “aplanada” de su historia (flat view of history); es decir, una visión que les negaba cualquier historicidad sustantiva y los congelaba en un atemporal presente etnográfico que armonizaba perfectamente con la idea de una llegada tardía al continente. De tal modo, podía argumentarse que, más allá de “unas cuantas” divergencias culturales y “un puñado” de reacomodos poblacionales sin importancia, los actuales nativos norteamericanos se encontraban esencialmente en el mismo estadio “primitivo” de evolución en el que se encontraban sus ancestros cuando llegaron al continente un par de milenios antes.25

Naturalmente, tal “visión plana” del pasado de los indígenas norteamericanos fue un componente esencial del intento de racionalizar la solución que las autoridades de los Estados Unidos dieron al problema indio -usurpación de tierras, genocidio, confinamiento en reservas, etcétera- en tiempos de su animada carrera por convertirse en la potencia hegemónica del mundo antes de la Gran Guerra. En nuestros días, ya sea que el Clovis-First model haya detentado la hegemonía en la prehistoria americana o que sólo haya tenido esa pretensión, el hecho es que su influencia negativa hacia la historia de los pueblos originarios de América -i. e., la negación de su historicidad y de la apreciación de su originalidad y diferencias por sí mismas y no como un medio accesorio para entender la historia del Viejo Mundo- se hizo sentir efectivamente a todo lo largo de América, durante el último tercio del siglo XX, al menos por la fuerza que tuvo la comunidad intelectual que lo defendió en la definición de las prioridades y los problemas de estudio de la disciplina, por su ascendencia en la opinión pública y en las instituciones que otorgan el financiamiento, como argumentó Robson Bonnichsen.26

Más allá de Clovis

Sin embargo, como se advierte al inicio del apartado anterior, la tentativa de explicar el origen de los pueblos nativos de América con base en el Clovis-First model ha llegado a desvanecerse completamente en estas primeras décadas del siglo XXI; esto, contradictoriamente, en gran medida a causa de su propia fuerza y peso. Reiterando la polémica intelectual sobre la negación de la gran antigüedad de la humanidad, en Europa (antes de 1859) y en (Norte) América (antes de 1926-1937) la obstinación y la radical exageración de los criterios científicos de aceptabilidad en contra de las pruebas presentadas, en este caso, a favor de las alternativas al Clovis-First model contribuyeron a la sofisticación de los estándares científicos de investigación y al desarrollo de una discusión de los criterios epistemológicos de validez que culminaron en la producción de una serie de extraordinarios y anómalos descubrimientos, cuya acumulación hizo inevitable el rechazo de toda plausibilidad de dicho modelo.27 Así, de la serie, el excepcional sitio prehistórico de Monte Verde (Los Lagos, Chile) se ha convertido en el símbolo de este rechazo, ya que fue el catalizador de la solemne y formal aceptación de las complejas y perturbadoras realidades de la prehistoria americana más allá de Clovis, por parte de la comunidad científica norteamericana, durante una sofisticada y elegante visita de un “panel de expertos” al sitio en 1997.28

Pero, ¿por qué es tan excepcional el sitio de Monte Verde? Debido a dos de sus características esenciales cuidadosamente reveladas por una depurada metodología de excavación y análisis de laboratorio: su complejidad y su antigüedad. Ubicado a 33 km al suroeste de Puerto Montt en la región de Los Lagos, Chile -al norte de la Patagonia chilena-, en los bancos del arroyo Chinchihuapi, componente del sistema fluvial del valle del río Maullín en su camino de los Andes al Pacífico, Monte Verde consiste en una compleja agrupación de los restos de más de una decena de estructuras residenciales construidas con postes y ramas envueltas con pieles -aparentemente de mastodonte Gomphotherium-, restos de fogones, una increíble profusión de desechos de talla y, lo que lo convierte en una verdadera Pompeya americana, innumerables e incalculablemente valiosos restos orgánicos que -además de los postes, ramas y pieles- incluyen hasta 70 especies de plantas, otros restos de carne y huesos de mamíferos, y (de nuevo en la categoría de restos inorgánicos) hasta la impresión de una huella humana.

Extraordinarias circunstancias de deposición permitieron la milagrosa preservación -i. e. depósitos fluviales de baja intensidad, cubiertos por el desarrollo de un estrato de turba- y la especializada y paciente técnica de excavación permitió la revelación y la lectura de la estructuración espacial que autoriza la inferencia de las actividades de los ocupantes de Monte Verde al interior del sitio, complementada con la inferencia de las interacciones con las regiones circundantes, hecha posible por el trabajo de gabinete que se ha prolongado hasta nuestros días.29 En conjunto, la imagen que se dibuja es la de una serie de ocupaciones semipermanentes de grupos humanos poseedores de un sofisticado conocimiento de su medio ambiente, el cual, a lo largo del año y al paso de las estaciones, les permitía organizarse y desplazarse para aprovechar los abundantes y diversos recursos de las vastas y lejanas regiones que se extienden en los valles entre la costa del Pacífico y el extremo sur de la cordillera de los Andes: recolectando, por ejemplo, algas medicinales en los estuarios rocosos del Maullín, o cazando -¿con boleadora?- en las escarpadas faldas de los Andes.

Vista contra el trasfondo de los cuadros históricos y de la prehistoria del Holoceno de los cazadores-recolectores del mundo y especialmente de la Patagonia,30 la imagen de Monte Verde no parece excepcional; el punto es que los bien preservados y aislados restos orgánicos, cuya integridad -reitero- ha sido garantizada por una refinada técnica de excavación, han producido una decena de fechas radiométricas concordantes que permiten fechar la superficie principal del sitio -i. e. el componente llamado Monte Verde II- en un promedio de 12 500 años ap. Esto es, alrededor de mil años más antiguo que Clovis, si consideramos las fechas radiométricas calibradas que fijan los límites del horizonte Clovis entre ~10 800 y ~11 500 años AP.31

Monte Verde hunde definitivamente las raíces de la prehistoria de América en los tiempos glaciares del Pleistoceno y lanza el perturbador problema de explicar la existencia de poblaciones humanas con un complejo patrón de subsistencia, pero con una tecnología lítica simple y expedita -i. e., esencialmente de lascas y guijarros- y, por ende, sin conexiones evidentes con alguna tradición lítica conocida, en el extremo sur de Sudamérica -i. e. literalmente a un continente de distancia del puente terrestre de Beringia- mil años antes del testimonio más antiguo de la tecnología Clovis en Norteamérica.

No obstante, por más excepcional que el sitio prehistórico de Monte Verde sea, no es más que uno de una serie de extraordinarios y anómalos descubrimientos -quizás el más famoso- que se han producido en el ambiente de efervescencia intelectual del último tercio del siglo XX.32 Así, según el argumento del fundador del Center for the Study of the First Americans, Robson Bonnichsen, el desvanecimiento de la coyuntura de la historia de la prehistoria Americana definida por la real o pretendida hegemonía del Clovis-First model (i. e. ~1970-1997), en la dimensión interna de la discusión propiamente científica, no es tan sólo el resultado del espectacular reconocimiento de Monte Verde; sino que se debe a la conjunción de tres factores que son el producto de dicho ambiente intelectual de finales del siglo XX. Estos son: la definición de varias tradiciones tecnoculturales anteriores a Clovis, la de otras tantas diferentes y contemporáneas a ésta, y el reconocimiento y la comprensión de su complejidad y variabilidad al interior de su cultura y horizonte.33 Revisemos, someramente esta triada de factores.

En cuanto a las tradiciones anteriores a Clovis, es necesario decir que el reconocimiento de la antigüedad de Monte Verde no ha cambiado automáticamente el status epistemológico de los tantos pretendidos sitios pre-Clovis -i. e., de rechazados a aceptados-, sino que ha sancionado la reinauguración de la exploración profunda y concienzuda de cuestiones que, según investigaciones previas, parecían evidentemente resueltas pero que ahora muestran un novedoso sesgo enigmático: ¿quiénes fueron los primeros pobladores de América?, ¿de dónde provenían?, ¿por qué y cómo -i. e. en términos procesuales- se explica el poblamiento del continente?, ¿qué papel desempeña en este proceso el horizonte cultural Clovis? Lo que, al mismo tiempo, ha llevado a una potenciación de las discusiones epistemológicas sobre cómo rastrear, leer e interpretar las escurridizas y misteriosas huellas de los primeros americanos.34

Así, una rigurosa crítica, que implica una sofisticación de los métodos de análisis e interpretación sedimentológica, estratigráfica, cronométrica, paleoecológica y tafonómica, del lado de las ciencias naturales, y de microestratigrafía, tecnología, tipología y paleoetnología, del lado arqueológico, ha llevado, por ejemplo, al severo y polémico rechazo de sitios como el abrigo rocoso de Pedra Furada (Piauí, Brasil), cuya fase homónima más antigua habría hundido las raíces de la prehistoria de América a más de 40 000 años AP,35 por un lado, y a la no menos polémica aceptación del complejo tecnotipológico Miller en la superficie ocupacional superior del Estrato inferior IIa de Meadowcroft Rockshelter (Pennsylvania), por otro lado. Un peculiar complejo tecnotipológico -de lascas y láminas, de núcleos prismáticos y bifaciales lanceolados sin acanaladura- sin claros vínculos con Clovis, ubicado quizá mil años antes, en la frontera suroriental de la masa glaciar Laurentina, en la Costa Este de los actuales Estados Unidos.36

Pero en este terreno -de las tradiciones anteriores y contemporáneas a Clovis-, quizá los descubrimientos más intrigantes se han producido en el puente terrestre que ha unido al Viejo con el Nuevo Mundo durante las glaciaciones, esto es, Beringia. Extendida entre la Cordillera Verjoyanks, en Siberia Oriental, y las Montañas Mackenzie, en el Territorio del Yukón, Beringia ha sido el espacio ideal para discutir el paso de poblaciones (animales, vegetales y humanas) entre ambos mundos; no obstante, hasta tiempos recientes las barreras naturales de sus extremas condiciones árticas y las barreras ideológicas de la Guerra Fría tendieron a inhibir el conocimiento sistemático de la región. Con todo, las investigaciones prehistóricas pioneras de los años 1950-1970 sirvieron para revelar la existencia de algunos valiosos complejos artefactuales dispersos en los vastos territorios de Alaska y Siberia que parecían compartir ciertos atributos tecnotipológicos diagnósticos -i. e. una industria lítica dominada por la producción de micronavajas a partir de núcleos especiales tipo cuña -wedge-shaped cores- y que, a su vez, sirvieron para la construcción de una gran imagen sintética de la prehistoria de Beringia por parte del investigador ruso Yuri Mochanov. La tradición de micronavajas y núcleos en forma de cuña se habría originado hace 30 000 años en Yakutia, Siberia Central, en los valles del río Aldan, como una adaptación a la explotación de la megafauna de las regiones periglaciales; con el inicio del Último Máximo Glacial (Last Glacial Maximum (LGM): ~22 000-18 000 años AP), esta tradición, llamada Dyuktai (por el sitio modelo, la cueva Dyuktai -Ust’ Dyuktai) se habría dispersado al este y al sureste derivando en la tradición Paleoártica en Alaska como posible antecesor de la cultura Clovis.37

El aumento y la sofisticación de las investigaciones, pero sobre todo el inicio de las comparaciones sistemáticas de la información producida a ambos lados de la Cortina de Hierro después de 1989, han destruido esta imagen y la han sustituido por la de un complejo mosaico de culturas. Así, el descubrimiento e investigación de los espectaculares sitios prehistóricos en las playas del lago Ushki en la península de Kamchatka, por parte del equipo de Nikolai Dikov, inducen a pensar que la ocupación más antigua de Beringia occidental corresponde a grupos humanos con una tecnología lítica que carece completamente de micronavajas y núcleos de cuña, es decir, que no guarda una relación evidente con la cultura Dyuktai y, por el contrario, se orientaba a la producción de bellos bifaciales pedunculados y lanceolados, raspadores y buriles, a partir de núcleos subprismáticos de navajas o núcleos de lascas poco preparados. Esta industria lítica ha sido especialmente documentada en la superficie de ocupación más antigua (i. e. cultural layer VII) del sitio Ushki-1, un espectacular sitio que contiene una compleja sucesión de superficies creadas por distintas y reiteradas ocupaciones humanas selladas y conservadas, intercaladamente, por sedimentos lacustres y estratos vulcano-sedimentarios.38

La superficie cultural VII de Ushki-1 consiste en un área amplia excavada (~300m2) que exhibe la compleja estructuración espacial de los restos de varias habitaciones cuyos contornos han sido inferidos por los patrones de distribución de los densos restos de fogones, los desechos de talla, los residuos faunísticos y botánicos, y otros indicios más sutiles, como la concentración de delgados apisonados de polvo de ocre rojo. Además, estas trazas de ocre permitieron identificar lo que parece ser un entierro humano donde los restos óseos han desaparecido casi en su totalidad pero aún conservan una profusión de bellas cuentas de piedra. En conjunto, la imagen que surge es la de un campamento semipermanente en las riveras del lago, de cazadores-recolectores con una sofisticada cosmovisión religiosa que daba un tratamiento especial a sus muertos.

El promedio de las fechas radiométricas convencionales -i. e., no calibradas- otorga una antigüedad de alrededor de 11 000 años AP a esta superficie cultural VII de Ushki-139 y la coloca alrededor de un milenio antes del primer testimonio seguro de la presencia de la tradición de micronavajas y núcleos de cuña que, coincidentemente, se encuentra en la superficie cultural VI del mismo sitio con una fecha promedio de 10 350 años AP.40 Una superficie excavada de casi el doble de tamaño que la anterior, que exhibe una densidad y complejidad mayores de ocupación con varias habitaciones semisubterráneas, una abundante cosecha de restos faunísticos que sugiere el aprovechamiento no sólo de grandes mamíferos como el bisonte estepario (Bison priscus) y el caballo (Equus caballus) sino también de pequeños mamíferos como el lemming (Lemmus), aves y peces, y lo que parece ser un entierro del fiel compañero de los cazadores: el perro doméstico (Canis familiaris).

Como sea, estos nuevos datos parecen indicar, primero, que la llamada tradición o cultura Dyuktai no se extendió a Beringia occidental sino hasta alrededor de 10 350 años AP; segundo, que la tradición local de micronavajas exhibió sus particularidades que ponen en duda una filiación directa, y tercero, que coexistió con al menos otra tradición diferente, la de bifaciales del nivel VII de Ushki-1, que parece más antigua y sin vínculos claros con alguna tradición del noreste asiático.

Aunado a lo anterior, este nuevo patrón parece coincidir con el registro arqueológico revelado en Beringia oriental, en los valles centrales de Alaska, al sur de Brooks Range y a ambas vertientes del Alaska Range, donde existen varias industrias líticas locales de micronavajas y núcleos de cuña, genéricamente agrupadas en el llamado Complejo Denali -por la montaña Denali en Brooks Range, donde se encuentran los sitios modelo-, cuya antigüedad parece remontarse no más allá de 10 700 años AP -en el Component ii del sitio de Dry Creek, valle del río Nenana-. Donde además existen varias industrias, aparentemente más antiguas, sin micronavajas, pero con bellos bifaciales, raspadores y otros artefactos en lasca que se ubicarían entre 11 700 (Cultural Zone 4, sitio Broken Mammoth, valle del río Tanana) y 11 100 años AP (Component I del sitio Dry Creek), colectivamente conocidas como el Complejo Nenana -por el río en cuyo valle se encuentran los sitios modelo.41

De tal suerte, la prehistoria de Beringia, como la entendemos hoy en día, nos pone ante un complejo y dinámico mosaico cultural, cuya antigüedad se remonta, al menos, hasta hace 11 700 años, es decir, escasamente dos siglos antes que Clovis, y se extiende hasta ser estrictamente contemporáneo con dicho horizonte cultural, pero que no mantiene vínculos claros con él, más allá de algunas posibles semejanzas tecnotipológicas entre Clovis y el Complejo Nenana.42 Sobre todo, no ha sido hallado algún indicio contundente de la tecnología de fabricación de los bifaciales acanalados de Clovis en Beringia ni al sur ni al oeste de Brooks Range, es decir, en clara vinculación asiática.

Finalmente, esta imagen del mosaico cultural anterior y contemporáneo a Clovis se refuerza con la increíble diversidad regional y temporal que en las últimas décadas se ha definido al interior del horizonte/cultura Clovis. Sin pretender incurrir en la imposible tarea de reseñar siquiera dicha diversidad,43 sólo diré que, conforme se aclaran los problemas de integridad contextual y cronológica, su distribución temporal parece indicar un patrón de desplazamiento del sur hacia el norte. Es decir, contrario a las expectativas del Clovis-First model, al menos en Norteamérica, los sitios Clovis más antiguos se encuentran en las regiones meridionales y los más recientes en las regiones septentrionales. Todo ello parece culminar con la definición de un complejo artefactual con intensas reminiscencias del complejo Agate Basin -un complejo tecnotipológico posterior y aparentemente derivado de Clovis en las Altas Planicies de Estados Unidos-, en el sitio de la Mesa, en el valle del arroyo Iteriak al pie de la vertiente norte de Brooks Range, Alaska, con fechas radiométricas de ~10 200-9 900 años AP.

¿Qué significado tiene este último descubrimiento? De ser acertadas las afinidades tecnotipológicas, el sitio de la Mesa apoyaría la idea de que, en lugar de tener su origen en Beringia o algún otro lugar del noreste asiático, la tradición de bifaciales acanalados que define el horizonte cultural Clovis habría surgido hace más de 11 500 años en América, en algún lugar al sur de las fronteras meridionales de la masa glacial laurentina, y que, con la desaparición de los glaciares, ésta habría penetrado en lo profundo del septentrión hasta las regiones árticas de Alaska, donde se habría encontrado y visto en la necesidad de convivir con las ya existentes encarnaciones contemporáneas de la llamada tradición Paleoártica, especialmente los complejos Nenana y Denali.44

Sumario

Al concluir el apresurado y somero vuelo sobre el paisaje contemporáneo de la prehistoria mundial y, especialmente, de América, he alcanzado a atisbar los contornos generales de lo que, a mi parecer, son algunos de sus accidentes y configuraciones topográficas fundamentales, aunque, como es natural, he tenido que pasar de lado por la abrumadora mayoría de ellos y, lamentablemente, dado el carácter general de una revisión somera, debí abstenerme de los placeres y los detalles que sólo brinda la minuciosa exploración directa, es decir, a pie del terreno. No obstante, he llegado a un punto en el que es posible reiterar el argumento inicial de este ensayo: la imagen actual de la prehistoria se despliega como un imponente, complejo y perturbador paisaje -en el sentido de representación- de las múltiples y particulares vías de la evolución biológica y cultural de la humanidad en su conjunto, dentro de las regiones del espacio-tiempo extendidas más allá de la memoria escrita.

La prehistoria tiene el potencial de perturbar cualquier intento de construir una imagen homogénea y hegemónica de la historia universal, es decir, cualquier intento de imponer alguna configuración histórico-social que transitoriamente haya adoptado algún sector de la humanidad -sea ésta civilización, raza, cultura, religión, utopía, entre otras-, como el fundamento, el destino o el sentido de la historia de todos los pueblos en todos los tiempos. Ello en virtud de que -a contrapelo y en dirección al resquebrajamiento de la función apologética de la ideología del progreso que, desde el siglo XIX, la prehistoria ha desempeñado a través de la fabricación de pruebas de la excepcionalidad y universalidad de la vía de la civilización occidental-, la ventana epistémica abierta por la prehistoria nos permite vislumbrar el hecho de que, en toda su insondable duración geológica, la historia humana está caracterizada por la diversidad y la no-linealidad o destino abierto de sus múltiples vías.

El flujo de la historia refleja un violento y complejo entrecruzamiento o enmarañamiento de las efímeras y diferentes mareas u olas en las que de continuo se atomiza y estabiliza la proteica sustancia del género humano. Primero, la cascada de los proyectos alternativos de humanidad creados por las distintas especies de homínidos; después, el meandro de las múltiples tradiciones prehistóricas locales y los vaivenes de sus trayectorias históricas particulares. La construcción y el sentido de una historia verdaderamente universal o cosmopolita consiste en aprender a reconocer y apreciar esta diversidad en sí misma, en los detalles únicos de cada una de sus singulares individuaciones: buscar lo universal que se actualiza en lo particular o el cosmos que crea la caótica diversidad de los mundos.

Así, de entre todas estas individuaciones, se aprecia la manera en que la indomable singularidad y diferencia de la prehistoria de América, en su terco carácter anómalo y bizarro, nos aleja de la imagen de la historia como un río, con varias bifurcaciones y ramificaciones secundarias; no obstante, se encontraría dominado por una corriente principal que emanaría del Viejo Mundo en la forma de la civilización occidental. Hace más de 12 500 años, el extremo austral de las América -al norte de los límites septentrionales de la Patagonia chilena- ya estaba habitada por seres humanos anatómicamente modernos, como atestigua, de manera elocuente, el sitio prehistórico de Monte Verde; otros obscuros y perturbadores indicios nos inducen a pensar que otras partes del continente ya estaban habitadas desde entonces y que la duración de estas ocupaciones se hunde en la profundidad del tiempo geológico, más allá de los límites que convencionalmente estamos dispuestos a aceptar.45

Para explicar la revolución cultural que representa el repentino, espectacular y -virtualmente- continental origen y extensión del horizonte Clovis, entendido en su sentido más amplio, ¿debemos invocar una prolongación, accesoria y tardía, del Paleolítico Superior euroasiático a las “vírgenes” tierras americanas?,46 o ¿será que el horizonte Clovis es un producto cultural endógeno de la singular naturaleza americana?47 De ser así, el espectáculo de evolución cultural que exhibe la prehistoria de América, desde las tradiciones paleoindias hasta las civilizaciones andinas, tropicales, mesoamericanas y los pueblos de cazadores-recolectores históricos, es un producto del continente americano esencialmente independiente y desconectado desde su origen de las macrodinámicas históricas del Viejo Mundo, que sin embargo, ostenta desconcertantes reminiscencias y paralelismos con ellas.

Una vez más, el descubrimiento del Nuevo Mundo -en este caso el de la prehistoria de América, apreciada y entendida en sí misma, como hace más de siglo y medio para Charles Darwin y más de dos siglos para Alexander von Humboldt lo fue la comprensión y valoración de la naturaleza americana en sí misma- nos lleva al borde de la imagen de un cosmos cuya unidad es la diversidad y cuya norma es la transgresión.48

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*Este artículo es uno de los resultados de mi participación, como investigador posdoctoral, en el proyecto de investigación básica del CONACYT “La izquierda en el campo intelectual mexicano 1968-1989”, dirigido por Carlos Illades Aguiar. Agradezco a Carlos Aguirre Rojas, Luis Felipe Bate Petersen, Alejandro Estrella González y al grupo de dictaminadores por sus valiosos comentarios y correcciones a diferentes versiones del texto.

1Véase —con algunas reservas por su apología del destino civilizatorio de Occidente— el clásico libro de Edmundo O’Gorman, La invención de América. Investigación acerca de la estructura histórica del Nuevo Mundo y del sentido de su devenir, México, Fondo de Cultura Económica, 1984. Para una de las historias más sugerentes sobre la larga e intensa disputa trasatlántica suscitada por el enigma de la naturaleza de la América y los americanos, véase el libro de Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica, 1750-1900, México, Fondo de Cultura Económica, 1982. Asimismo, para una visión exhaustiva acerca de la creatividad de la Europa renacentista al enfrentarse al desafío intelectual de la naturaleza de América, véase, del mismo autor, La naturaleza de las Indias Nuevas. De Cristóbal Colón a Gonzalo Fernández de Oviedo, traducción de Antonio Alatorre, México, Fondo de Cultura Económica, 1978.

2La única excepción, verificada arqueológicamente, son las sagas nórdicas de los siglos X-XI de nuestra era, sobre la fallida expedición y colonización de Vinland —en la costa atlántica del extremo nororiental de la actual Norte América— liderada por Leif Eriksson; véase David J. Meltzer, First Peoples in a New World. Colonizing Ice Age America, Berkeley, University of California Press, 2009, pp. 319-320.

3El problema del origen de los pueblos indígenas de América es un componente polémico esencial de la llamada disputa del Nuevo Mundo, que, en sí mismo, ha dado lugar a todo un interesante y diverso subgénero historiográfico dentro de los estudios anticuarios y de historia de la antigüedad de los siglos XVI-XIX, y que constituye una de las matrices intelectuales —algo olvidadas— de las disciplinas históricas y antropológicas contemporáneas consagradas al estudio de los indígenas americanos. Para una caracterización de esta tradición anticuaria de América, véase mi ensayo Historia de la construcción del campo epistémico de la prehistoria en México (Elementos teóricos e históricos preliminares), tesis de doctorado en Historia, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2014, pp. 112-150. Para los lectores interesados en el primer momento de formalización intelectual de esta tradición anticuaria, alrededor de las obras de fray Ioseph de Acosta y fray Gregorio García, me limito a referir la obra clásica de Lee Eldridge Huddleston, Origins of the American Indians. European Concepts, 1492-1729, Austin, Institute of Latin American Studies- University of Texas Press, 1967.

4Tomando como terminus post quem el promedio de las fechas radiométricas del sitio prehistórico chileno de Monte Verde. Véase nota 31.

5En este sentido, aparte de las conocidas dinámicas transcontinentales de los Yupik —miembros de la gran familia de pueblos esquimales que habitan algunas regiones de Siberia, Alaska y las islas Aleutianas— cabe mencionar la serie de elementos de la civilización material de una diversidad de pueblos habitantes de ambas costas del Pacífico Norte al comienzo de los tiempos “históricos” —y un poco antes—. Estas profundas semejanzas estilísticas y tecnológicas hicieron postular la existencia de una transcontinental “civilización del Pacífico Norte” al joven etnólogo André Leroi-Gourhan, antes de su conversión a la prehistoria. Véase Archéologie du Pacifique-Nord. Matériaux pour l’étude des relations entre les peuples riverains d’Asie et d’Amérique, París, Institut d’Ethnologie/Musée de l’Homme, 1946.

6Debido al protagonismo, al menos editorial, que un sector de la comunidad intelectual estadounidense ha desempeñado —no sin importantes contradicciones y oposiciones— a lo largo de este periodo, mi revisión se concentra en los trabajos de este sector del campo de estudios prehistóricos de América. De tal suerte, el tratamiento de los importantes y diversos estudios sobre la prehistoria de América del Sur y América Central son apenas tocados de manera puntual y superficial, mientras que los concernientes a la prehistoria mexicana se encuentran completamente ausentes. Véase la nota 23.

7De cualquier manera, a los lectores interesados en incursionar en las complejidades de la prehistoria de Sudamérica los remito a la importante y accesible síntesis de Thomas D. Dillehay, The Settlement of the Americas. A New Prehistory, Nueva York, Basic Books, 2000; así como a la compilación de Laura Miotti, Monica Salemme y Nora Flegenheimer (eds.), Where the South Winds Blow: Ancient Evidence of Paleo South Americans, Texas, Center for the Study of the First Americans —Department of Anthropology— Texas A&M University, 2004. Por lo demás, a la fecha (julio 2015) sigue en curso mi investigación sobre la historia del campo epistémico de la prehistoria en México, desde el siglo XIX hasta nuestros días; para las líneas generales de esta historia, véase nuevamente mi disertación doctoral; además, para mayores precisiones bibliográficas y otras perspectivas analíticas de la historia de la prehistoria en México, véase el trabajo de Ciprian Florin Ardelean, Archaeology of Early Human Occupations and the Pleistocene-Holocene Transition in the Zacatecas Desert, Northern Mexico, tesis de doctorado en Arqueología, Department of Archaeology —College of Humanities— University of Exeter, 2013, pues incluye una síntesis histórica de las investigaciones con pretensiones de exhaustividad; véase también el trabajo de exploración del Archivo Histórico del desaparecido Departamento de Prehistoria del Instituto Nacional de Antropología e Historia de Rebeca del Carmen Villarruel Mendoza, Un acercamiento a la historia de la arqueología prehistórica en México. Primera década del Departamento de Prehistoria, tesis de maestría en Arqueología, México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 2009. Finalmente, para las investigaciones anteriores a 1950, la mejor síntesis histórica continúa siendo la de Luis Aveleyra Arroyo de Anda, Prehistoria de México. Revisión de prehistoria mexicana: el hombre de Tepexpan y sus problemas, México, Ediciones Mexicanas, 1950 y Los cazadores primitivos en Mesoamérica, México, Instituto de Investigaciones Históricas—Universidad Nacional Autónoma de México, 1967 (Edición corregida y aumentada de “The Primitive Hunters”, en Robert Wauchope (ed.), Handbook of Middle American Indians, vol. 1: Natural Environment and Early Cultures, Austin, University of Texas Press, 1964, pp. 384-412).

8Así, se entiende que la prehistoria no es sólo una herramienta epistémica que nos permite acceder a las manifestaciones extraliterarias del pasado humano más lejano, sino que, ocupada como está en el desciframiento de los restos, huellas e indicios de la cultura material de las sociedades humanas, es también un instrumento para acceder a las acciones no escritas de los seres humanos del pasado reciente y del presente. La llamada arqueología histórica, por ejemplo, puede utilizar algunos de los métodos tradicionales de la prehistoria para reconstituir los ecos de las voces negadas de las tradiciones orales de todos los tiempos: como las tradiciones de arquitectura africana sepultadas en las ruinas de plantaciones coloniales de Luisiana (Kevin C. MacDonald y David W. Morgan, “African earthen structures in colonial Louisiana: architecture from the coincoin plantation (1787-1816)”, en Antiquity, vol. 86, núm. 331, marzo, 2012, pp. 161-177), o las voces disidentes acalladas en los campos de trabajo forzado durante la dictadura franquista. Véase Alfredo González-Ruibal, “From the battlefield to the labour camp: archaeology of Civil War and dictatorship in Spain”, en Antiquity, vol. 86, núm. 332, junio, 2012, pp. 456-473. Se escuchar también, la emisión del programa de radio presentada por Vincent Charpentier, consagrada a los interesantes trabajos de González-Ruibal, “Archéologie de la guerre d’Espagne: de la bataille de Madrid aux camps de concentration franquistes”, en Le Salon noir, 20 de enero de 2015, disponible en [http://www.franceculture.fr/], consultado: 31 de enero de 2015.

9La efervescencia epistemológica y colapso de las certezas recibidas son un componente concreto y particular de la desestructuración global del sistema de los saberes modernos dentro del proceso general de la crisis terminal de la economía-mundo capitalista. Véase Carlos Antonio Aguirre Rojas, Immanuel Wallerstein: Crítica del sistema-mundo capitalista (Estudio y entrevista), México, Era, 2003.

10El Plioceno es la quinta y última Época del Periodo Terciario y su duración se extiende, más o menos, desde hace 5.2 millones de años (Ma) hasta 1.64 Ma. El Mioceno es la cuarta Época del Terciario y su duración inicia hace 23.3 Ma y termina hasta 5.2 Ma, aproximadamente.

11El campo de estudio del proceso de hominización es un terreno movedizo e incandescente. Los nuevos hallazgos están a la orden del día y las controversias sobre la clasificación y definición de especies, la cronología, las reconstrucciones paleo-ecológicas y las relaciones filogenéticas entre las especies son violentas y cambiantes, por lo que resulta difícil ofrecer datos certeros, estables y consensuados al respecto. Es pertinente mencionar que un momento claro de definición de las tendencias de hominización se encuentra en el surgimiento del género Australopithecus, cuya subespecie más antigua sería el Aus. Anamensis, fechado entre 4.2 y 3.9 Ma, en Kenia y Etiopía. Sin embargo, existen otros fósiles que remontan el inicio del proceso de hominización hasta el Mioceno: el Ardipithecus (sp. ramidus ~4.4 Ma sp. kadabba ~5.8-5.5 Ma), el Orrorin tugenensis (~6-5.7 Ma) y el Sahelanthropus tchadensis (~7-6 Ma. Cfr., Tim D. White et al., “Asa Issie, Aramis and the origin of Australopithecus”, en Nature, vol. 440, núm. 13, abril, 2006, pp. 883-889. Un ejemplo reciente de las controversias y una nueva hipótesis interesante sobre el papel de la adaptación a los paisajes escarpados en el proceso de hominización, se encuentra en Isabelle C. Winder, Geoffrey C. P. King, Maud Devès y Geoff N. Bailey, “Complex topography and human evolution: the missing link”, en Antiquity, vol.87, núm. 336, junio, 2013, pp. 333-349; véanse también las críticas y la discusión suscitadas al respecto en Susannah K. S. Thorpe, Juliet M. McClymont y Robin H. Crompton, “The arboreal origins of human bipedalism” en Antiquity, vol. 88, núm. 341, septiembre, 2014, pp. 906-926.

12El prehistoriador estadounidense Randall White es quien ha desarrollado esta tesis del papel esencial de los sistemas de representación material en la definición del carácter moderno de la cultura humana. Su argumento fue lanzado para explicar la transición del Paleolítico Medio al Superior en el contexto de la coexistencia o competencia del Neandertal (Homo neanderthalensis) y el Cro-Magnon (Homo sapiens) en Eurasia. Cfr. Randall White, Prehistoric Art. The Symbolic Journey of Humankind, Nueva York, Harry N. Abrams, Inc., 2003; para la enunciación original de la tesis, véase “Beyond art: toward an understanding of the origins of material representation in Europe”, en Annual Review of Anthropology, vol. 21, 1992, pp. 537-564.

13Véase Randall Whit (op. cit., 2003) para una visión de conjunto del estado actual de los estudios del arte prehistórico en los cinco continentes, naturalmente, con énfasis en los sitios europeos.

14Como ejemplo, basta mencionar las impresionantes representaciones polícromas en los paneles del techo, así como la estructura reticular de los pilares (techo y pilares “arreglados” —aménagés— por la mano del hombre) de Nawarla Gabarnmang, un abrigo rocoso en el Jawoyn country (i. e., el territorio del pueblo Jawoyn, en el Northern Territory de Australia), cuya sucesión de ocupaciones humanas se remonta hasta hace más de 45 mil años. Cfr. Jean-Jacques Delannoy et al., “The social construction of caves and rockshelters: Chauvet Cave (France) and Nawarla Gabarnmang (Australia)”, en Antiquity, vol. 87, núm. 335, marzo, 2013, pp. 12-29.

15Ya en su bella síntesis Le Paléolithique dans le monde, París, Hachette, 1968, François Bordes, una de las figuras más importantes de la prehistoria francesa a nivel mundial a mediados de siglo, celebraba la diversidad y atomización (émiettement) que exhibía la vista general de la prehistoria mundial, de acuerdo con el estado de los conocimientos hasta la década de 1960. Más allá de un esencial sincronismo temporal, fuera de Europa occidental y desde el Paleolítico Medio, contemplábamos una compleja ramificación de tradiciones culturales singulares e independientes, con múltiples ejemplos de invención autónoma y convergencia tecnológica-evolutiva.

16Cfr., Yee Mei Kei, “The Middle Palaeolithic in China: a review of current interpretations”, en Antiquity, vol. 86, núm. 333, septiembre, 2012, pp. 619-626. Cfr. también, Stuart J. Fiedel, “The peopling of the New World: present evidence, new theories, and future directions”, en Journal of Archaeological Research, vol. 8, núm. 1, 2000, pp. 39-103. Fiedel sostiene la posición que enfatiza el carácter lógico de la evolución tecnológica que subyace a la periodización tradicional (de manera esquemática: el paso de las tecnologías de útiles en núcleo o lasca –choppers y choping tools—, a aquella de útiles en soportes preformados, especialmente en referencia a la técnica Levallois, y finalmente a aquella de la sofisticación de las tecnologías laminares del Paleolítico Superior; precisamente en el caso de su utilización como fundamento de la idea del origen reciente en el Paleolítico Superior Euroasiático del Horizonte/Cultura Clovis —que analizaré en el apartado siguiente.

17Indicios como la ausencia de residuos de plantas o animales domesticados, la presencia de restos de otros animales y plantas salvajes, y de tecnología lítica, semejantes a los de los sitios de cazadores-recolectores circundantes.

18Cfr. Oliver Dietrich, Manfred Heun, Jens Notroff, Klaus Schmidt y Martin Zarnkow “The role of cult and feasting in the emergence of Neolithic communities. New evidence from Göbekli Tepe, South-Eastern Turkey”, en Antiquity, vol. 86, núm. 333, septiembre, 2012, pp. 674-695.

19La narración de las discusiones científicas y los conflictos intelectuales que llevaron a la construcción de la prehistoria en Estados Unidos, desde los estudios sobre los presuntos artefactos paleolíticos en las graveras de Trenton, New Jersey, de Charles C. Abbott en la década de 1870, hasta los descubrimientos de Folsom y Clovis, Nuevo México, entre 1926 y 1937, ha sido magistralmente realizada por David J. Meltzer en varias ocasiones. Véanse, especialmente, su ensayo “The antiquity of man and the development of American Archaeology”, en Advances in Archaeological Method and Theory, vol. 6, 1983, pp. 1-51, y los capítulos correspondientes de op.cit., 2009.

20Llamados así por el sitio original de descubrimiento y definición tipológica, Blackwater Draw, cerca de Clovis, Nuevo México, dentro del “Proyecto del Hombre Temprano” (Early Man Project) de Edgar B. Howard y su equipo, durante la década de 1930. Detalles de la historia y circunstancias de este descubrimiento, junto una reevaluación contemporánea de la estratigrafía, la tecnología y la tipología del conjunto artefactual modelo que define la “cultura Clovis” se encuentran en Anthony T. Boldurian y John L. Cotter, Clovis Revisited. New Perspectives on Paleoindian Adaptations from Blackwater Draw, New Mexico, Philadelphia, Museum of Archaeology and Anthropology-University of Pennsylvania, 1999.

21Véase Paul S. Martin, “The discovery of America”, en Science, vol. 179, núm. 4077, marzo, 1973, pp. 969-974. Martin realizó sofisticados cálculos para estimar variables cruciales como la biomasa de la megafauna o la tasa de crecimiento poblacional en sociedades de cazadores y, con base en ello, creó varios escenarios que preveían la saturación demográfica del continente (0.4 personas/km2, i. e. una población total para todo el continente de 10 millones de habitantes) en un periodo de mil años, partiendo de una población inicial de cien personas.

22Hace poco más de diez años, Donald K. Grayson y David J. Meltzer ofrecieron la que, a mi parecer, constituye la crítica más minuciosa y exhaustiva al llamado overkill model. Se trata de una increíblemente laboriosa y paciente revisión, digna de un detective, de cada uno de los sitios prehistóricos entonces conocidos donde se ha pretendido reconocer una asociación entre los fósiles de alguna de las especies de la megafauna del Pleistoceno y los restos artefactuales y otras huellas de la cultura Clovis que garantizaría la inferencia, en el pasado, de la existencia de una relación predador-presa. De una muestra de 76 sitios, únicamente 14 mostraron evidencia empírica contundente para inferir que los cazadores de los tiempos Clovis aprovecharon esporádicamente al menos 2 de los 35 géneros de los mamíferos extintos (i. e., Mammuthus –mamut– y Mammut –mastodonte-), además de que existen evidencias del aprovechamiento del bisonte, una especie sobreexplotada posteriormente y hasta los tiempos históricos y que nunca llegó a extinguirse. Con una visión más compleja de las estrategias de subsistencia de los cazadores de los tiempos Clovis, ¡estamos muy lejos del temible y varonil depredador! Cfr. “Clovis hunting and large mammal extinction: a critical review of the evidence”, en Journal of World Prehistory, vol. 16, núm. 4, diciembre, 2004, pp. 313-359.

23La hipótesis de un poblamiento temprano (~50 000 años AP) por los márgenes de las costas del Pacífico a lo largo de todo el continente por parte de grupos con una compleja adaptación —que incluye tecnología de navegación— a los ambientes costeros es una de las alternativas más fuertes, al menos en Norteamérica, y ha sido sistematizada principalmente por Alan L. Bryan y Ruth Gruhn. Para una revisión y una crítica epistemológica de las principales alternativas en juego véase el sugerente ensayo de Robson Bonnichsen y Alan L. Schneider, “Breaking the impasse on the Peopling of the Americas”, en Robson Bonnichsen y Karen L. Turnmire (eds.), Ice Age Peoples of North America. Environments, Origins, and Adaptations, Texas, Center for the Study of the First Americans-Department of Anthropology-Texas A&M University, 2005, pp. 497-519.

24E. g., el polémico, irreverente y desafiante ensayo de Luis Felipe Bate y Alejandro Terrazas, donde el llamado debate pre-Clovis/Clovis-First es caracterizado como un parroquial “mito” o una “farsa mercadotécnica” propios de la arqueología norteamericana: “Apuntes sobre las investigaciones prehistóricas en México y América”, en José Concepción Jiménez López, Silvia González, José Antonio Pompa y Padilla y José Antonio Ortíz Pedraza (coords.), El Hombre temprano en América y sus implicaciones en el poblamiento de la cuenca de México. Primer Simposio Internacional, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2006, pp. 23-48.

25Cfr., el crítico ensayo de Bruce G. Trigger, “Archaeology and the image of the American indian”, en American Antiquity, vol. 45, núm. 4, octubre, 1980, pp. 662-676; “Colonial Archaeology in the United States”, en A History of Archaeological Thought, Nueva York, Cambridge University Press, 2006, pp. 177-189, y David J. Meltzer, op. cit., 1983, pp. 1-51.

26Robson Bonnichsen y Karen L. Turnmire, “An Introduction to the Peopling of the Americas” en Robson Bonnichsen y Karen L. Turnmire (eds.), op. cit., 2005, pp. 1-26.

27Cfr. la idea de la existencia de un patrón recurrente en la resolución de las polémicas sobre la antigüedad de la humanidad en David J. Meltzer, “Monte Verde and the Pleistocene peopling of the Americas”, en Science, vol. 276, núm. 5313, mayo, 1997, pp. 754-755.

28Se trata de uno de los episodios más visibles y quizá más importantes de la historia reciente de la prehistoria en América, ya que dicha visita fue pensada y, de hecho, sirvió como el lugar para la construcción de un consenso entre algunos de los principales detractores y promotores del sitio, dentro de la comunidad de prehistoriadores norteamericanos, y con ello del reconocimiento internacional de la prehistoria americana anterior a Clovis. La idea surgió de una invitación lanzada en 1989 por el director del proyecto de Monte Verde, Thomas D. Dillehay —iniciativa coordinada por él— a C. Vance Haynes y David J. Meltzer, y que para su realización, en enero de 1997, involucró la participación de varias instituciones de Estados Unidos y de Chile: como el Dallas Museum of Natural History, la Universidad de Kentucky en Lexington, la National Geographic Society y la Universidad Austral de Chile en Valdivia, y que culminó en la publicación de sendos reportes por cada una de las partes interesadas. Cfr., James M. Adovasio y D. R. Pedler, “Monte Verde and the antiquity of humankind in the Americas”, en Antiquity, vol. 71, núm. 273, septiembre, 1997, pp. 573-580 y David J. Meltzer et al., “On the Pleistocene antiquity of Monte Verde, Southern Chile”, en American Antiquity, vol. 62, núm. 4, octubre, 1997, pp. 659-663.

29La excavación de Monte Verde se realizó entre 1976-1979, 1981, 1983 y 1985; los reportes globales se publicaron en 1989 y 1997, aunque los resultados accesorios y pendientes se han publicado esporádicamente en forma de artículos. Cfr., aparte de las referencias citadas en las dos notas anteriores, una de las últimas actualizaciones sobre el sitio, donde un minucioso y paciente análisis microscópico ha permitido identificar otras especies de algas que, por su composición química y la analogía con pueblos indígenas contemporáneos de la región, parecen consolidar la inferencia de una sofisticada farmacopea prehistórica, Thomas D. Dillehay, C. Ramírez, M. Pino, M. B. Collins, J. Rossen y J. D. Pino-Navarro, “Monte Verde: seaweed, food, medicine, and the peopling of South America”, en Science, vol. 320, núm. 5877, mayo, 2008, pp. 784-786.

30E. g., Flavia Morello et al., “Hunter-Gatherers, biogeographic barriers and the development of human settlement in Tierra del Fuego”, en Antiquity, vol. 86, núm. 331, marzo, 2012, pp. 71-87.

31Cfr., R. V. Taylor, C. Vance Haynes y Minze Stuiver, “Clovis and Folsom age stimates: stratigraphic context and radiocarbon calibration”, en Antiquity, vol. 70, núm. 269, septiembre, 1996, pp. 515-525.

32Para la mejor y más accesible síntesis de la evidencia arqueológica respecto a éste en el hemisferio sur del continente americano, véase el imprescindible libro de Thomas D. Dillehay, op. cit., 2000.

33Cfr. Ronson Bonnichsen y Karen L. Turnmire, op. cit., 2005, pp. 1-26.

34Sobre el efecto sancionador que el reconocimiento de Monte Verde ha tenido en las discusiones epistemológicas de la prehistoria americana contemporánea, véase las sagaces y breves reflexiones de David J. Meltzer, op. cit., 1997, pp. 754-755.

35La fase Pedra Furada abarca el periodo de ~48 000 a 14 300 años no calibrados AP y ha sido el objeto de ejemplares críticas por la falta de resolución y la ambigüedad de su metodología en la definición de artefactos y estructuras espaciales que no permite diferenciarlos de otros patrones homólogos creados por procesos naturales (i. e. “geofactos”). Por el contrario, la fase más reciente, Serra Talhada, posterior a 10 400 años ap, posee incontrovertibles superficies ocupacionales que testimonian la habitación humana de las regiones tropicales de Sudamérica desde el Holoceno temprano. Cfr., la crítica de David J. Meltzer, James M. Adovasio y Thomas D. Dillehay, que, a su vez constituye un ejemplo del estado del arte en los estudios prehistóricos contemporáneos, “On a Pleistocene Human Occupation at Pedra Furada, Brazil”, en Antiquity, vol. 68, núm. 261, diciembre, 1994, pp. 695-714. Véase, sin embargo, la interesante y más reciente actualización de la defensa de la antigüedad pleistocénica de los sitios prehistóricos del parque nacional Serra da Capivara, en Eric Boëda et al., “A new late Pleistocene archaeological sequence in South America: the Vale da Pedra Furada (Piauí, Brazil)”, en Antiquity, vol. 88, núm. 341, septiembre, 2014, pp. 927-955, y escúchese la emisión de Le Salon Noir consagrada a la discusión de estas cuestiones con el autor principal del artículo, una de las máximas autoridades contemporáneas en el estudio de la tecnología lítica prehistórica, “Eric Boëda et le premier américain”, 2 de diciembre de 2014, disponible en [http://www.franceculture.fr/], consultado: 31 de enero de 2015.

36Meadowcroft Rockshelter es uno de los pocos sitios en América con una profunda, continua y compleja secuencia estratigráfica que se extiende desde los tiempos históricos hasta controversiales fechas pleistocénicas de más de 32 mil años. La superficie ocupacional superior del Estrato inferior IIa se encuentra entre dos fechas radiométricas de ~11 300 y 12 800 años BP; así, si tomamos el terminus post quem, el complejo Miller sería alrededor de un milenio anterior a Clovis. Véase James M. Adovasio, D. Dedlers, J. Donahue y R. Stuckenrath, ”No vestige of a beginning nor prospect for an end: two decades of debate on Meadowcroft Rockshelter”, en Robson Bonnichsen y Karen L. Turnmire (eds.), op. cit., 2005, pp. 416-431.

37Para una revisión y exposición de los trabajos de Mochanov y para una crítica a la definición muy amplia y genérica de la cultura Dyuktai —en otras transliteraciones del alfabeto cirílico puede escribirse Diuktai—, en términos cronológicos y tipológicos, los cuales sugieren que en su amplísima extensión se oculta la complejidad y diversidad de las particularidades locales e históricas, véase el ensayo de Seonbok Yi y Goeffrey Clark, “The ‘Dyuktai Culture’ and New World origins”, en Current Anthropology, vol. 26, núm. 1, Febrero, 1985, pp. 1-13.

38Toda la información y la discusión que sigue sobre los sitios prehistóricos del lago Ushki, investigados por el equipo de Nikolai Dikov, se basa en la excelente, completa y minuciosa síntesis de la prehistoria de Beringia occidental (i. e. de la cordillera Verjoyansk en Siberia hasta las costas asiáticas del mar de Beringia) de Ted Goebel y Sergei B. Slobodin, “The colonization of Western Beringia: technology, ecology and adaptations”, en Robson Bonnichesen y Karen L. Turnmire (eds.), op. cit., 2005, pp. 104-155. Para una discusión de las características tecnotipológicas particulares de las industrias líticas de Beringia Occidental y de sus posibles relaciones con la tradición de micronavajas y núcleos de cuña de la cultura Dyuktai, véase el ensayo de Sergei B. Slobodin, “Western Beringia at the end of the Ice Age”, en Arctic Anthropology, vol. 38, núm. 2, 2001, pp. 31-47.

39La datación de esta superficie ha sido objeto de importantes controversias, debido a que las fechas originalmente reportadas por Dikov le otorgaban una antigüedad promedio de 13 980 ± 146 años AP. Es decir, casi 3 mil años más vieja, y la convertían en la ocupación más antigua y anómala —por la ausencia de la industria de micronavajas— de Beringia, por ende el candidato más prometedor para ser el ancestro de la cultura Clovis. Cfr. T. Goebel y Sergei. B. Slobodin, op. cit., 2005, pp. 130-131. En el 2000, Ted Goebel, Michael R. Waters y Margarita Dikova organizaron una expedición para volver a excavar los sitios del lago Ushki e intentar precisar y resolver los problemas crono-tipológicos. Las excavaciones (concentradas en los sitios Ushki-1 y 5) confirmaron la secuencia estratigráfica y la separación e integridad tecno-tipológica de los conjuntos artefactuales; no obstante, una serie de más de 15 fechas radiométricas concordantes contradijeron la datación original de la superficie cultural VII, mostrando que era mucho más joven de lo estimado. Las nuevas fechas la colocan entre 11 330 ± 50 y 10 675 ± 75 años AP; es decir, un promedio de 11 000 ± 30 años ap. Con ello, al ser medio milenio más reciente que Clovis, la superficie cultural VII pierde la candidatura de ancestro y se obscurece la posibilidad de encontrar los orígenes de Clovis en el Paleolítico Superior de Beringia. Cfr. Ted Goebel, Michael R. Waters y Margarita Dykova, “The Archaeology of Ushki Lake, Kamchatka, and the Pleistocene peopling of the Americas”, en Science, vol. 301, núm. 5632, julio, 2003, pp. 501-505.

40En este caso, la nueva datación concuerda con la original y la coloca entre 11 130 ± 100 y 10 040 ± 130 años AP; es decir, un promedio de 10 350 ± 30 años AP, Véase Ted Goebel, Michael R. Waters y Margarita Dykova, op.cit., 2003.

41La discusión sobre la prehistoria de Alaska en Beringia oriental —i. e., de las costas americanas del mar de Beringia hasta las Montañas Mackenzie en el Territorio del Yukón— se basa en la contraparte de la síntesis de Goebel y Slobodin sobre la prehistoria de Beringia occidental. Véase Thomas D. Hamilton y Ted Goebel, ”Late Pleistocene peopling of Alaska” en Robson Bonnichsen y Karen L. Turnmire (eds.), op. cit., 2005, pp. 156-199.

42Sugeridas por una comparación de primera mano de ambos complejos artefactuales realizada por Ted Goebel, W. R. Powers y N. H. Bigelow; véase ibid, pp. 181-182.

43Para tan titánica labor, sólo remito al conjunto de los ensayos producidos durante el First World Summit del Center for the Study of the First Americans en la Universidad de Maine en 1989, reunidos, complementados y actualizados en Ice Age Peoples of North America…, el cual contiene una bien lograda síntesis de todas las regiones de la prehistoria paleoamericana en lo que actualmente son los territorios de Canadá y Estados Unidos. Para la contraparte austral de esta síntesis, i. e., de las distintas regiones prehistóricas de América del Sur, véase el libro de Thomas D. Dillehay, op. cit., 2000.

44Véase, sin embargo, la interesante discusión de Michael Clayton Wilson y James A. Burns sobre la plausibilidad del argumento original que explica las semejanzas tecnotipológicas entre el sitio de la Mesa y Agate Basin a partir de una relación histórica opuesta a la considerada en este trabajo; es decir, que el complejo artefactual de Agate Basin tiene su origen en Alaska. “Searching for the earliest Canadians: wide corridors, narrow doorways, small windows”, en Robson Bonnichsen y Karen L. Turnmire (eds.), op. cit., 2005, pp. 228-231.

45Al respecto, de entre la confusa y controversial marejada de información y discusiones sobre la prehistoria de América, más allá de Clovis, cabe mencionar dos notas. Primero, debajo del componente II de Monte Verde existen exiguos indicios de otra ocupación —un conjunto de presuntos artefactos de piedra— que parece remontarse hasta hace 33 000 años. Véase James M. Adovasio y D. R. Pedler, op. cit., 1997, pp. 573-580. Segundo, las investigaciones de Yuri Mochanov en Siberia Central han sacado a la luz el controversial y perturbador sitio de Diring Yuriakh en la terraza superior del río Lena en Yakutia. Se trata de una extensa —y presunta— superficie de ocupación sobre una discontinuidad erosiva de la terraza, sepultada por sedimentos eólicos, compuesta por posibles restos artefactuales que muestran patrones de distribución espacial y la posibilidad de reconstituir la “secuencia operacional” (chaîne opératoire) de producción de los artefactos (unifacial choppers, en este caso). La datación por termoluminiscencia de los componentes fino-cristalinos de los sedimentos que subyacen y cubren la —presunta— superficie ocupacional le han asignado un terminus post quem de 370 000 años AP y un terminus ante quem de 240 000 años AP. Esto la coloca en el rango temporal del Paleolítico Inferior y lanza —nuevamente— la escandalosa cuestión de la posibilidad de que homínidos pre-modernos —e. g. Homo erectus— hayan tenido la capacidad de habitar las regiones árticas. De ser así ¿no podría el poblamiento original de América remontarse al llamado Paleolítico Inferior? Véase Michael R. Waters, Steven L. Forman y James M. Pierson, “Diring Yuriakh: a lower Paleolithic site in Central Siberia”, en Science, vol. 275, núm. 5304, febrero, 1997, pp. 1281-1284.

46El horizonte cultural Clovis puede ser la transformación tecnológica radical y masiva, en respuesta a los dramáticos cambios climáticos del final del Pleistoceno, así como la difusión o evolución paralela de una nueva tecnología en poblaciones ya existentes a lo largo de todo el continente. Véase Robson Bonnichsen y Alan L. Schneider, op. cit., 2005, pp. 507-508.

47Es esencial enfatizar esta cuestión debido a que una de las secuelas del reconocimiento de la prehistoria americana más allá de Clovis ha llevado a la revitalización de la hipótesis de los orígenes de la cultura Clovis en una de las tradiciones del Paleolítico Superior europeo, en este caso el Solutrense ibérico; y a que, en ciertas ocasiones, la disputa sobre la conexión Clovis-Solutré parece estar reconduciendo a una nueva polarización que ignora la alternativa de los orígenes endógenos y busca ancestros en el Viejo Mundo: si no es Iberia, ¿entonces Beringia? En estas cuestiones, dado el estado del arte, ¿no deberíamos estar concentrando nuestra mirada arqueológica en el Sur del Nuevo Mundo? Esta cuestión rebasa los límites de la presente investigación, así que sólo diré que el episodio más reciente de la disputa se concentra en la reciente aparición del libro de Dennis J. Stanford y Bruce A. Bradley, Across Atlantic Ice. The Origin of America’s Clovis Culture, Berkeley, University of California Press, 2012. Para una de las ofensivas más contundentes de la posición contraria, véase Lawrence Guy Straus, David J. Meltzer y Ted Goebel, “Ice Age Atlantis? Exploring the Solutrean-Clovis ‘Connection’”, en World Archaeology, vol. 37, núm. 4, diciembre, 2005, pp. 507-532; Véase también una de las “escaramuzas” más recientes en Michael J. O’Brien et al., “On thin ice: problems with Stanford and Bradley’s proposed Solutrean colonization of North America”, en Antiquity, vol. 88, núm. 340, junio, 2014, pp. 606-624.

48Para la trascendencia de la reflexión sobre la peculiaridad de la naturaleza de América en las obras de Alexander von Humboldt y Charles Darwin, así como — en la otra cara de la moneda— la trascendencia retroactiva de estas obras en la persecución del debate intelectual sobre la naturaleza americana, véase el libro de Antonello Gerbi, op. cit., 1982, pp. 510-527 y 572-575.

Recibido: 08 de Febrero de 2015; Aprobado: 07 de Julio de 2015

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