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Signos históricos

versión impresa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.18 no.35 México ene./jun. 2016

 

Artículos

La veritable unió. El exilio republicano y los ámbitos públicos del catalanismo de Buenos Aires*

La veritable unió. The Republican exile and Buenos Aires’s Catalanism public shperes

Alejandro Fernández* 

*Universidad Nacional de Luján. fernan625@gmail.com


Resumen:

En este artículo analizo la repercusión de la llegada e integración de los exiliados republicanos en la evolución de las asociaciones y la prensa catalanas. Mi interés se enfoca en la principal institución cultural y recreativa, el Casal de Catalunya, y en las revistas Ressorgiment y Catalunya, las más prestigiosas y populares entre los medios de prensa catalanes en Buenos Aires. También considero los vínculos de estos grupos con otras colectividades catalanas en América Latina.

Palabras clave: catalanes; nacionalismo; casal de Catalunya; ressorgiment; Catalunya

Abstract:

In this article I analyze the impact of the arrival and integration of Republican exiles on the evolution of Catalan associations and press. I focus on the main cultural and recreational institution, the Casal de Catalunya, and on the magazines Ressorgiment and Catalunya, the most prestigious and popular ones among Catalan media in Buenos Aires. I also consider the links between these groups and other Catalan communities in Latin America.

Keywords: catalans; catalanism; nationalism; casal de catalunya; ressorgiment

Introducción

Según afirman la mayoría de los testimonios de la época, la llegada a Argentina de los exiliados catalanes, dirigentes, militantes o simpatizantes de la República derrotada en la Guerra Civil española, reactivó o potenció los sentimientos patrióticos existentes en la colectividad instalada desde antaño en el país. Ramón Escarrà, secretario de redacción de la revista Catalunya, señalaba, en un editorial de 1940 que la actitud de solidaridad hacia la patria oprimida por el franquismo estaba, en ese momento, más difundida entre sus paisanos residentes en Buenos Aires que cuando se implantó la dictadura de Primo de Rivera. Quince años más tarde, Josep Rovira Armengol -un abogado y diplomático que debió exiliarse en la posguerra- se congratulaba por el éxito de los juegos florales celebrados en el Casal de Catalunya. Advirtió que, entre organizadores, concursantes, jurados, donantes de premios y espectadores, el certamen literario había movilizado a miles de compatriotas, acaso más que los que cabría esperar en condiciones normales en la propia Barcelona.1

Ambos comentarios son representativos del clima imperante en la colectividad catalana del Río de la Plata en la etapa que siguió a la derrota de 1939 y sirven como introducción al problema que intentaré analizar en el presente artículo. Se trata de conocer y estudiar la repercusión y el efecto que tuvieron la llegada e integración de los exiliados republicanos en aquellas instancias en las que el catalanismo había alcanzado una manifestación pública en Buenos Aires: la asociativa y la periodística. Mi interés se enfoca en la principal institución cultural y recreativa: el Casal de Catalunya, y en las revistas Ressorgiment y Catalunya, por ser estas últimas las que contaban con mayor prestigio y circulación entre los medios gráficos a través de los cuales se expresaba la comunidad.

La sugerencia que en su momento planteó Núñez Seixas acerca de la necesidad de derribar la “barrera invisible” que se erguía entre la emigración económica y el exilio en la historiografía del caso español ha comenzado a desarrollarse en los últimos años, a medida que nuevas investigaciones han enfatizado las continuidades y puntos de contacto existentes entre ambas situaciones.2 Si hablamos de Argentina, la pertinencia de estudiar el exilio de 1939 en relación con las comunidades inmigrantes pre-existentes se ha visto ratificada por una creciente evidencia. En el caso que nos ocupa, una antigua comunidad catalana establecida en Buenos Aires, compuesta por unas veinte mil personas en tiempos de la Guerra Civil -sin contar a los descendientes argentinos- y bastante integrada por medio de un sistema asociativo diversificado, ejerció una indudable atracción sobre los exiliados republicanos de ese origen, atreves de las oportunidades que ofrecía a estos para la radicación y obtención de empleo en el país. Por otra parte, el largo proceso mediante el cual, dentro de esa colonia rioplatense, había ido madurando la conciencia de una identidad catalana, en parte excluyente de la española, constituyó otro factor de integración de los recién llegados y, por ende, de continuidad entre las etapas anteriores y posteriores a 1939.

El conjunto de exiliados catalanes que se afincó en Argentina no fue muy numeroso ni contaba entre sus integrantes con las principales figuras de la política y de la cultura que debieron abandonar su tierra, como Carles Pi Sunyer, Josep Tarradellas, Josep Irla, Lluís Nicolau d’Olwer, Antoni Rovira i Virgili, Joan Comorera, Pompeu Fabra, Pau Casals o Pere Bosch Gimpera. Sin embargo, ello no se explica por la renuencia de sus compatriotas establecidos en Buenos Aires a recibirlos e integrarlos. Por el contrario, una amplia franja de esa comunidad simpatizaba con la causa republicana y colaboró en el proceso de adaptación de los exiliados,siendo este un factor menos presente en México, donde fue decisiva la labor de los organismos oficiales.3 Otros países latinoamericanos que abrieron sus puertas al exilio fueron Chile y la República Dominicana. En los meses posteriores al final de la guerra, dieron cabida a un número de refugiados catalanes superior al recibido por Argentina, pese a que en ambos la colectividad de ese origen era diminuta o prácticamente inexistente.4

De esta manera, el caso argentino puede diferenciarse de los demás por el importante papel que desempeñaron en la acogida de los exiliados los contactos personales o institucionales que estos últimos tenían con anterioridad en el país, incluyendo a los que los vinculaban con los emigrantes catalanes ya establecidos. Asimismo, la colectividad de Buenos Aires contaba con varios antecedentes de recepción de desterrados, aun cuando su situación fuese comparable, sólo parcialmente, con la de los exiliados de 1939. Los cuadros directivos de algunas de las grandes instituciones porteñas, como el Centre Català, el Montepío de Montserrat o el Casal Català, y los equipos de redacción de las publicaciones periódicas, habían estado en parte integrados por unos profesionales y periodistas “expatriados” al Plata en diferentes momentos: luego de la caída de la Primera República (1874), cuando comenzaron las persecuciones contra el catalanismo político (primera década del siglo XX) o al instaurarse la dictadura de Primo de Rivera (1923).

Los exiliados catalanes y su llegada a Buenos Aires

El alzamiento de julio de 1936 y el consiguiente estallido de la Guerra Civil alcanzaron una enorme repercusión en la colectividad catalana de Argentina, con lo que se acentuó el vínculo con el país de origen que ya había alcanzado una notable intensidad desde el establecimiento de la República y la aprobación del estatuto de autonomía de Cataluña. Buenos Aires y otras ciudades que contaban con comunidades de inmigrantes catalanes, como Rosario, La Plata o Mendoza, comenzaron a recibir compatriotas que huían de la guerra, pocos meses después de que ésta se iniciara, y continuaron haciéndolo incluso después de su conclusión. Diferentes instituciones argentinas cooperaron a veces con ese propósito, debido a los contactos que ellos o sus conocidos habían logrado como emigrantes o visitantes del país antes del conflicto civil. Veamos algunos ejemplos.

A mediados de 1937, el compositor y musicólogo Jaume Pahissa, profesor del Conservatorio del Liceo de Barcelona, recibió sendas invitaciones para dirigir la Orquesta Municipal de Buenos Aires y el orfeón del Centre Català. Como era republicano y catalanista, enfrentaba crecientes dificultades en su trabajo, agravadas por el clima de violencia política, por lo que decidió aceptar, pensando que su ausencia duraría sólo unos meses; sin embargo, ésta se volvió definitiva.5 Casi simultáneamente, abandonó su tierra Joan Cuatrecasas, catedrático de Clínica Médica de la Universidad de Barcelona, primero con destino a Francia y poco después a Argentina. Las simpatías políticas de Cuatrecasas, así como sus razones para emigrar, eran similares a las de Pahissa. Nunca había estado en Buenos Aires, pero tenía vínculos con colegas que estimularon su traslado.6 La intensa vida de las asociaciones catalanas de Argentina constituyó para él una agradable sorpresa y su integración a la misma fue muy rápida.7

A finales de 1938, con el ejército franquista a punto de entrar en Cataluña, Joan Bas Colomer -comerciante de la ciudad de Mataró, que también se dedicaba al periodismo y a la crítica teatral y que militaba en Acció Republicana Catalana- partió hacia Marsella. El amigo que lo acompañaba tenía parientes en Mendoza, y a través de ellos obtuvieron un contrato de trabajo para ingresar en Argentina. En el Casal de la ciudad cuyana, Bas Colomer conoció a su futura esposa. El padre de ella, Francisco Cortada, era un médico barcelonés, emigrado a Mendoza en 1912-1924 y nuevamente en 1937. A comienzos de la década de 1940, Bas Colomer y su nueva familia se mudaron a Buenos Aires, donde éste llegó a presidir el Casal de Catalunya.8

El colapso final de la República llevó a Isidro Palmada, un maestro industrial militante de la Unió Socialista de Catalunya, a refugiarse en Francia. Del campo de concentración en el que se encontraba fue rescatado por las gestiones de Valentín Jordana, un ingeniero que había sido su compañero en la Escuela Industrial de Barcelona y que en Buenos Aires era propietario de una empresa textil, en la que empleó a Palmada. Jordana integraba la junta directiva del Casal en la década de 1930 y Palmada lo presidió a mediados de 1940.9 Diferente fue el caso de Francesc Madrid Alier, periodista, escritor y secretario de Companys durante su etapa como gobernador civil de Barcelona. En 1936 fue designado primer secretario de la embajada española en Argentina, cargo que desempeñó hasta el final de la guerra, para luego convertirse en exiliado. Murió en Buenos Aires en 1952 sin haber regresado a su país.10

El caso de Joan Rocamora, un militante de organizaciones estudiantiles del nacionalismo catalán y miliciano en el frente de Aragón, representó un recorrido muy intrincado. Al final de la guerra estuvo refugiado en Perpignan y en París, pero su propósito era trasladarse a Buenos Aires, donde vivían varios conocidos suyos. No pudo obtener visa para Argentina, pero sí para Colombia, donde un primo suyo, el botánico Josep Cuatrecasas, se había establecido provisionalmente. Luego de unos meses, Rocamora siguió su viaje en vapor a Chile y desde ahí pudo cruzar la frontera gracias a la ayuda de dos directivos del Casal de Mendoza, ya que sus papeles no estaban en regla. Después se dirigió a Rosario, donde Joan Cuatrecasas -el otro primo- ya estaba trabajando en el Instituto de Psiquiatría de la Universidad del Litoral. En 1948 se casó en Buenos Aires con la hija de un conocido dirigente del republicanismo español, y ahí se convertió, junto con Pahissa y Joan Cuatrecasas, en uno de los principales referentes de la colectividad.11

Otra persona llegada desde Francia fue Pere Coromines Montanya, abogado especialista en derecho internacional público y ministro de la Generalitat durante la guerra. Tampoco él había conseguido visa, pese a las gestiones llevadas a cabo por Amado Alonso, profesor en la Universidad de La Plata, y por Rafael Vehils y Andrés Bausili, dos empresarios y políticos catalanes que en ese momento dirigían la Institución Cultural Española. Finalmente, se embarcó en el Massilia con destino a Buenos Aires para seguir desde ahí por tren a Chile. Cuando el vapor se encontraba en el puerto, sin que se les autorizara continuar el viaje, se enteró de la decisión de Natalio Botana, director del diario Crítica, de darles trabajo, lo que les permitió desembarcar.12 En el caso de Coromines, este hecho habría de tener limitadas consecuencias, pues falleció al mes siguiente en Buenos Aires, donde ya había comenzado a escribir en la revista Catalunya. En el mismo barco venía otro futuro colaborador de la revista, el dibujante Andreu Dameson.

Para concluir, mencionaré otros tres casos que corresponden a figuras que habían desempeñado cargos políticos durante el periodo republicano. En 1931, Pedro Cerezo, empleado bancario, accedió a una regiduría del ayuntamiento de Girona como representante de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y, posteriormente, a una diputación del Parlament catalán. En los últimos meses de la guerra debió asumir la alcaldía de Girona y se exilió a Francia en 1939. Tres años más tarde obtuvo una visa para ingresar en Argentina, merced a las gestiones que en tal sentido se llevaron a cabo desde la colectividad catalana. En la ciudad de Buenos Aires se ganó la vida vendiendo seguros, y a partir de 1954 retomó una actividad política como integrante de la delegación del gobierno de la Generalitat en el exilio. Entre 1956 y 1958 fue presidente del Casal porteño, institución a la que siguió vinculado hasta su muerte en 1977.

Por su parte, Manuel Serra Moret había actuado en funciones más importantes que Cerezo, pues fue ministro de Economía y Trabajo de la Generalitat de 1931 a 1932 y luego diputado en las Cortes españolas. También exiliado en Francia, optó por trasladarse a Argentina, donde residía su familia política -propietarios rurales de origen catalán- y donde él había vivido de 1908 a 1912 y en el destierro durante la dictadura de Primo de Rivera.13 Permaneció en el país hasta 1946, pero esa breve etapa fue muy intensa, no sólo por sus permanentes colaboraciones con la prensa catalana del país y con España Republicana, sino también por la publicación de La reconstrucción económica de España (1943), un libro en el que proponía una política afín a la del laborismo británico para un hipotético gobierno posfranquista.

Carles Esplà, periodista alicantino que había compartido en París los años de Primo de Rivera con Francesc Madrid, se desempeñó como gobernador civil de Barcelona en 1931 y luego como diputado a Cortes en representación de Izquierda Republicana. En 1936 fue designado secretario del Consejo de Ministros durante el primer gobierno de Largo Caballero. Al final de la guerra radicó por unos meses en Argentina, donde fue miembro del Centro Republicano Español y colaborador de la revista Catalunya; pero posteriormente se trasladó a México, donde murió en 1971.

Serra Moret y Esplà son quizá las figuras más relevantes del exilio en Argentina, si tenemos en cuenta sus funciones políticas anteriores y posteriores (el primero llegó a asumir en 1954 la presidencia provisoria de la Generalitat, luego de la muerte de Irla; mientras que el segundo tuvo una destacada actuación en México como secretario de la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles y colaborador de Indalecio Prieto).14 Sin embargo, por lo que se refiere a las instituciones de la colectividad en Argentina, su predicamento fue bastante menor al de dirigentes como Cuatrecasas, Rocamora o Pahissa.

El casal de Catalunya y la integración de los exiliados

El clima de derrota de la posguerra civil y la llegada de los primeros exiliados a Buenos Aires impulsaron a las dos principales asociaciones catalanistas de esa ciudad (el Centre Català y el Casal Català) a tratar de superar sus antiguas diferencias.15 La tarea no era sencilla, porque en algunos momentos los enfrentamientos habían sido virulentos. Hacia 1939 el Centre seguía siendo el principal núcleo de la vida social de los catalanes de la ciudad, debido a la convocatoria que alcanzaban las veladas de su gran teatro -un punto de referencia del conjunto de la agenda cultural porteña-, a la popularidad de otras actividades que se realizaban en el céntrico palacio de la entidad -como el orfeón y la escuela de música- o a la fama de su restaurante y de sus bailes de carnaval. Si bien el Centre impulsaba, en términos generales, la defensa de la cultura catalana y su difusión en el Plata, su funcionamiento era similar al de las asociaciones de otras regiones de España, con las cuales, por otro lado, mantenía estrechas relaciones. Por su parte, el Casal era una entidad más pequeña y dotada de mucho menos recursos, en la cual se practicaba un catalanismo bastante más militante, no sólo por lo que se refiere a las actividades políticas que desarrollaban algunos de sus principales dirigentes -en núcleos radicales como el Comité Llibertat o los agrupamientos Nosaltres Sols, surgidos a comienzos de la década de 1920-, sino también por la orientación anti-hispánica que mostraban muchas de sus iniciativas culturales.

Estas discrepancias tendieron a atenuarse, sin desaparecer por completo, durante el periodo de la Segunda República. Tanto el Centre como el Casal manifestaron su respaldo a la obtención del estatuto de autonomía para Cataluña, pero el activismo político más decidido siguió a cargo del Casal, que incluso apoyó la fugaz constitución del Estat Català en octubre de 1934. Esta situación se reiteró a lo largo de la guerra. El Centre disponía de varios dirigentes que adherían a las posiciones republicanas y que abogaban por la unidad de toda la colectividad en contra del franquismo. Por otro lado, la entidad colaboró decididamente con el envío de alimentos, ropa y medicinas para paliar la crisis humanitaria que se vivía en Cataluña. Sin embargo, evitó en lo posible un compromiso político mayor, tratando de reducir las tensiones en un conjunto en el que lo característico era la diversidad de opiniones, incluyendo una minoría de asociados que no veían con malos ojos el triunfo de los nacionales en la guerra.16

La participación del Casal en el conflicto fue más decidida: entre 1937 y comienzos de 1939 financió una de las escuelas que en Cataluña se ocupaban de la educación de niños vascos refugiados; además, las colectas entre sus socios para sostener la ayuda destinada a los damnificados por la guerra fueron permanentes. Éstas y otras acciones de cooperación eran a veces encaradas de manera conjunta con otras entidades involucradas en la defensa de la legitimidad institucional, como el Centro Republicano Español, la Acción Nacionalista Vasca, el Comité Llibertat, la Asociación Protectora Balear e incluso la embajada española, con la cual el Casal se había negado a entrar en relaciones desde su fundación.17

Luego de la derrota, y a medida que se advertían desde Buenos Aires las gravísimas consecuencias que para Cataluña acarrearía la nueva situación política, distintas figuras del ámbito asociativo y periodístico -como el ya mencionado Ramón Escarrà- comenzaron a bregar por la unidad de ambas entidades. Las gestiones se vieron facilitadas por la presencia de los primeros exiliados y por el hecho de que las fortalezas y debilidades institucionales eran, en cierto modo, complementarias. Por el lado de los recursos económicos, el Centre presentaba una potencialidad mucho mayor, pues contaba con un teatro y un enorme centro social que generaban importantes ingresos. Además, disponía de personalidad jurídica como asociación sin fines de lucro. En cambio, el Casal carecía de tales elementos, pero podía exhibir una trayectoria cultural catalanista más rica y coherente, además de vínculos internacionales más sólidos, tanto con el gobierno catalán del exilio como con las demás comunidades latinoamericanas.18 Finalmente se acordó la fusión de ambas asociaciones en el Casal de Catalunya, creado a mediados de 1940.

Una de las primeras acciones de la nueva entidad fue otorgar apoyo a los exiliados mediante la creación de una sección de asistencia social. Esta agencia debía cooperar con los recién llegados y, en lo posible, seguir enviando ayudas a los refugiados catalanes en otros países. Pero más importante aún fue el hecho de que numerosos exiliados se integraron con rapidez a la vida del Casal, asistiendo a las asambleas y, desde mediados de la década, ocupando cargos en la junta directiva. Así ocurrió con los médicos Joan Cuatrecasas y Joan Rocamora, con los periodistas Joan Bas Colomer y Francesc Madrid Alier, con el dramaturgo Eduard Borràs, el ex alcalde Pedro Cerezo y el ingeniero Isidre Palmada.19 En 1946 este último fue presidente de la entidad, y en las décadas de 1950 y 1960 otros dos exiliados alcanzaron ese cargo. La etapa de mayor desarrollo en la vida de la entidad, si tenemos en cuenta la cantidad de socios y la variedad y riqueza de su actividad cultural (1945-1965, aproximadamente) fue al mismo tiempo la de mayor integración e influencia de los exiliados. Además de la junta directiva, estos últimos desempeñaban importantes funciones en la sección de arte escénico, en la escuela de música y el orfeón, en los ciclos de conferencias y exposiciones.20

La integración de los exiliados diferencia asimismo a la experiencia de Argentina de otras en América. Mientras en Santo Domingo debieron fundar un Club Català, ya que no había asociaciones de ese tipo, en Cuba los desterrados -cuyo número era exiguo debido a las restricciones gubernamentales- ganaron el control del Centre de La Habana, pero provocaron un fuerte conflicto con parte de la colectividad debido a sus posiciones separatistas.

Por su parte, en México existía una vieja institución creada por los emigrantes, que para la década de 1930 estaba sumida en el letargo: el Orfeó Català. La solidaridad con la causa republicana se revitalizó durante los años de la guerra civil y se acentuó con el arribo y acogida de los exiliados. Sin embargo, la mayor gravitación que tenían los partidos políticos catalanes en ese país de destino -debido, sobre todo, a su decisiva participación en el traslado de los exiliados desde Francia- se tradujo en unos conflictos internos más graves que en Buenos Aires. Así, mientras los simpatizantes de Esquerra Republicana y de Acció Catalana permanecían en el Orfeó, quienes se adherían al Partit Socialista Unificat se escindieron en 1943 y fundaron el Casal Català.21 El caso más parecido al de la capital argentina parece ser el de Santiago de Chile, donde existía desde hacía décadas un Centre Català que tuvo una actitud muy favorable hacia los exiliados y que no se dividió.22

Por otro lado, la actividad recreativa, lúdica y social nunca dejó de ocupar un lugar central en la vida del Casal de Buenos Aires y, en cierto modo, se incrementó después de la guerra. El presupuesto de la institución se basaba sobre todo en: las fiestas de aniversario y carnavales; la explotación del teatro; las concesiones de restaurante y confitería; los abonos de palcos escénicos, y los alquileres de departamentos para vivienda anexos a la sede central.23 Por ejemplo, en el balance puesto a consideración en la asamblea de marzo de 1946 se declaraba un total de ingresos de aproximadamente veinte mil pesos, de los cuales alrededor de las tres cuartas partes tenían su origen en alquileres y concesiones de diverso tipo, mientras que sólo veinte por ciento provenía de las cuotas sociales.24 Como contrapartida, algunos aspectos de la vida institucional presentaban importantes déficits si tenemos en cuenta que se trataba de una institución cultural. Según afirmarían dos de los dirigentes más destacados del catalanismo -Ramón Girona Ribera, en la citada asamblea, y Pere Seras, en una celebrada seis años más tarde-, la biblioteca estaba en un estado de casi completo abandono, pese a su larga tradición como reservorio de la literatura catalana en el país y a que el gobierno argentino le había reconocido el carácter de pública.25

Un atractivo adicional para la incorporación de nuevos socios fue la compra de un predio en la ciudad de Vicente López, junto al río, lo cual permitió incrementar la oferta recreativa del Casal, sobre todo en la temporada estival. La operación fue posible merced a las favorables condiciones ofrecidas por uno de los socios que actuaba como mecenas de la entidad, el industrial Valentín Jordana.26 Además de él, otros catalanes que habían alcanzado posiciones encumbradas en la sociedad argentina aportaron importantes sumas al presupuesto de la entidad, por ejemplo, Sebastián Bagó, propietario de uno de los principales laboratorios farmacéuticos del país, quien sería un constante contribuyente a las actividades culturales durante las décadas de 1950 y 1960.

Las revistas catalanas y el exilio

Las dos principales revistas catalanas de Buenos Aires presentan una trayectoria diferenciada en cuanto a la integración de los exiliados. Ressorgiment, de notable calidad editorial, se publicaba con una frecuencia mensual desde 1916. Aunque se trataba de una revista cultural, todos sus números contenían varios editoriales políticos y notas de opinión sobre la realidad catalana, en las cuales se sostenían posiciones radicalmente nacionalistas y, en algunos casos, abiertas al separatismo. Incluso antes de la guerra, eran muy fluidos sus contactos con otras revistas similares de las colectividades catalanas, como Foc Nou, de Montevideo, o Germanor, de Santiago de Chile. También lo fueron después con los Quaderns de l’Exili que se publicaron en Coyoacán, México, entre 1943 y 1947.27 Durante los años de la posguerra, Ressorgiment alcanzó su mayor tirada, con unos mil quinientos ejemplares, algunos de los cuales llegaron a circular de manera clandestina en Cataluña.

La incorporación de los exiliados a la redacción de la revista fue poco significativa, si nos atenemos a quienes llegaron a Argentina. Sólo Pere Mas i Parera colaboró regularmente durante muchos años, sobre todo con artículos acerca de la historia de Cataluña y de sus instituciones. Se trataba de un escritor y militante de Acció Catalana Republicana que había ocupado cargos de segunda importancia en el gobierno de la Generalitat con la guerra ya iniciada, y que, a poco de concluir ésta, se exilió en Buenos Aires, donde murió en 1977. Además de publicar en Ressorgiment, colaboraba a menudo con Catalunya y fue uno de los impulsores de los juegos florales de 1941, primeros de la época del exilio. Otros desterrados en la capital argentina, como Serra Moret o Bas Colomer, escribieron ocasionalmente en Ressorgiment.

En cambio, eran frecuentes las notas que se incluían de los exiliados catalanes en otros países, como Francia, Inglaterra o México, sobre todo de aquellos que se orientaban a las posiciones más contundentes dentro del nacionalismo.28 En realidad, la redacción de la revista permaneció en manos de un reducido grupo de periodistas centrado en la figura de Hipólit Nadal Mallol, quien había llegado a Argentina en 1912, con el propósito principal de evitar el servicio militar. Junto a Josep Lleonart Nart -otra figura clave del nacionalismo catalán en Buenos Aires- fundó Ressorgiment en 1916. Además de escribir de manera habitual los editoriales de la revista, Nadal Mallol era quien redactaba buena parte de los artículos que no llevaban firma o de los firmados con seudónimo. Esta situación prácticamente no se alteró con la llegada de los exiliados, pues quienes siguieron escribiendo casi todas las notas -excepto las llegadas del exterior- eran su director y tres o cuatro de sus antiguos colaboradores.29

Sin embargo, el impacto del exilio debe evaluarse en el plano de su frecuencia como cuestión central para la revista. Los llamados a la unidad de los catalanes exiliados fueron permanentes, así como su apoyo a los organismos que trataban de llevar a la práctica ese propósito, como el Consell Nacional de Catalunya, con sede en Londres.30 Pocos años más tarde se deploraba que esa creación, lograda bajo tan buenos auspicios como el de la presidencia de Carles Pi Sunyer y la adhesión de una extensa red de asociaciones catalanas de América, no hubiese logrado resultados concretos y, en cambio, se asistiese a una fragmentación de las instituciones nacionales. A su criterio, los vascos acababan de dar una valiosa lección a los catalanes con la reunión de su gobierno en Nueva York, presidido por Aguirre y apoyado por todos, desde los católicos hasta los comunistas, pasando por las organizaciones sindicales.31Ressorgiment enfrentó los sucesivos retrocesos en ese proceso de unidad, hasta la formación del gobierno de Tarradellas en 1954, con la repetida prédica de la cohesión nacional en el extranjero.32

Por su parte, la sintonía de la revista con los organismos republicanos españoles del exilio atravesó marcados vaivenes. Luego de un punto muy elevado en ocasión de las manifestaciones de solidaridad de aquéllos ante el fusilamiento del presidente Companys, tendieron paulatinamente a debilitarse frente al recordatorio de los sacrificios realizados por Cataluña para defender las instituciones republicanas españolas y del hecho de que durante la guerra, pudiendo haberse independizado, había desistido de hacerlo.33

Sin embargo, en noviembre de 1944, Ressorgiment se hacía eco del documento elaborado por el Consell Nacional, en el cual se sostenía que la causa de las libertades catalanas iba inexorablemente unida a la de la democracia española. Por ello, apoyaba el propósito de extender la mano a los defensores de esta última, en una lucha que debía ser común.34 La apelación a los valores propios de la Segunda República reapareció en ocasiones en las cuales la derrota afectaba al exilio catalán y al español en su conjunto, como cuando el régimen de Franco logró la admisión en la UNESCO y en la ONU.35

Una orientación más literaria que la de Ressorgiment era la que presentaba Catalunya, revista que comenzó a publicarse en 1930 bajo la dirección del periodista y editor Ramón Girona y que contaba con el mecenazgo de Ferran Fontana, un industrial inmigrante. Ramón Escarrà, llegado al país luego del golpe de estado de Primo de Rivera, actuaba como secretario de redacción y editorialista, usando el seudónimo de Jordi d’Argent.36 El tiraje era de alrededor de dos mil ejemplares mensuales, con picos de más de tres mil luego de la guerra.

En los artículos de corte político predominaba una línea nacionalista moderada que tomaba distancia de los planteamientos separatistas. Sus redactores tenían posturas más variadas que las de Ressorgiment, incluyendo a republicanos federalistas, liberales autonomistas y a una minoría de nacionalistas radicales. Hasta su muerte, en 1937, un colaborador muy destacado de la revista fue el mallorquí Joan Torrendell, fundador de la editorial Tor y permanente animador de las iniciativas culturales en las colectividades catalanas de Argentina y Uruguay.37

A partir de 1939, algunos de los exiliados en Buenos Aires, como Madrid Alier, Cuatrecasas, Pahissa o Manuel Fontdevila, actuaron como columnistas literarios o culturales de Catalunya. Más tarde comenzaron a colaborar como redactores de artículos políticos Serra Moret y Carles Esplà. También fueron incluidas notas de destacados catalanes residentes en México, Francia o Inglaterra, como Bosch Gimpera, Marc Aureli Vila, Pi Sunyer, Ferran Soldevila, Nicolau d’Olwer o Rovira i Virgili. En la mayor parte de los artículos predominaba una línea de diálogo con el resto de los exiliados españoles con el fin de recuperar en el futuro las libertades y derechos nacionales.38 En otros, en cambio, se formulaban duras críticas a la República por su mezquindad o incomprensión de la cuestión catalana.39 A medida que se imponían los ejércitos aliados, el optimismo por una próxima solución negociada para Cataluña se fue acentuando.40

En 1947 la dirección de la revista quedó en manos de un exiliado, el editor y marchand Joan Merli, quien mejoró el formato y aumentó la cantidad de páginas. Las artes, el teatro y la literatura seguían ocupando el lugar central, tanto por lo que se refiere a las obras de los catalanes residentes en América como a la evocación de lo que en esa materia acontecía en Barcelona antes de la guerra.41 Serra Moret, Mas Parera y Rovira i Virgili fueron durante ese año sus principales columnistas políticos. Sin embargo, en 1948, la publicación debió suspenderse por sus dificultades de financiación. Ya no se contaba con el mecenazgo de Fontana y las suscripciones no eran suficientes para sostener un costo mensual que se había disparado. La interrupción coincidió con otros dos hechos aciagos: la muerte de Rovira i Virgili y la disolución de la Generalitat, organismo que concentraba la representación política de Cataluña en el exterior.42

No obstante, a comienzos de 1954 los antiguos colaboradores de Ramón Girona reiniciaron la publicación, ahora con subsidio anual del Casal.43 La participación de los exiliados fue más destacada que nunca: el nuevo director era Joan Rocamora, y Cuatrecasas, Rovira Armengol, Santaló y Jaume Vachier formaban parte del consell de redacció. Nuevamente, lo que ocurría en el comité de la revista reflejaba una situación más compleja, pues tanto el Casal como otras entidades menores contaron con liderazgos surgidos del exilio. Además, cuando en ese mismo año Tarradellas asumió la presidencia de la Generalitat y designó su delegación en Argentina, cinco de sus ocho integrantes formaban parte al mismo tiempo del staff de la revista.

Los vínculos con el resto de las comunidades catalanas seguían siendo intensos. Así lo demuestra, por ejemplo, la colaboración con los exiliados residentes en otros seis países para la redacción del Libro blanco de Cataluña, editado por la imprenta de la revista en 1956. La obra procuraba explicar la realidad histórica y contemporánea de Cataluña a un público amplio. Luego del prólogo de Pau Casals, una veintena de artículos -escritos por algunos de los más destacados intelectuales catalanes de la época- trataban materias muy diversas, de las artes al derecho, de la lengua a la economía.44 Por otro lado, la revista intervino en la organización de los juegos florales de 1960, realizados en Buenos Aires, pero que contaron con la colaboración de casi todos los casales de Sudamérica y México.

En lo que se refiere a la línea editorial de esta segunda época, siguió orientada a la defensa de las libertades catalanas frente a la opresión franquista, pero a la vez abierta al conjunto del exilio español.45 Los números habituales contenían información institucional del Casal y notas de actualidad sobre Cataluña y la política internacional.46 En ciertas ocasiones, el foco de atención era más específico. Así ocurrió en 1958, cuando los juegos florales fueron asignados a la colectividad catalana de Mendoza, cuyo casal cumplía cincuenta años. En esa oportunidad visitó por primera vez Argentina el presidente Tarradellas.47 En 1957, la visita al Casal porteño por parte de Félix Gordón Ordás, presidente del gobierno de la República residente en México mereció una atención algo menor. En la ocasión, el director de la revista insertó un artículo en el que volvía a llamar al diálogo por la democracia con los españoles no vinculados al franquismo, pese a que -según afirmaba- ello generaba fuertes resistencias entre muchos catalanes.48

Conclusiones

Las luchas en contra del franquismo y de la hegemonía hispánica desempeñaron una función cohesiva en la colectividad catalana de Buenos Aires, facilitando el proceso de integración entre los antiguos emigrantes y los nuevos exiliados en ámbitos como las asociaciones y el periodismo. Tales pugnas revivían y agudizaban ciertos conflictos anteriores, en los que los dirigentes del catalanismo porteño -a veces ellos mismos expatriados por motivos políticos- habían afirmado paulatinamente una identidad política basada en el republicanismo, la resistencia a la opresión, la defensa de las libertades catalanas y el reclamo de alguna forma de autodeterminación. Como constatara Ramón Escarrà en el editorial con el que inicié el artículo, el fervor catalanista de la posguerra era más intenso que nunca, pero contaba con antecedentes previos al conflicto.

Ahora bien, las tradiciones de la colectividad catalana de Buenos Aires no sólo tendían a coincidir con las convicciones políticas de los exiliados, sino que podían actuar en otros sentidos, en parte opuestos. Por ejemplo, en el Casal de Catalunya los hábitos de sociabilidad y recreación que tenían muchas décadas de antigüedad lograron subsistir, incluso en medio del clima de exaltación patriótica que acompañó al exilio en sus primeras etapas y de las convocatorias a la austeridad asociativa y al compromiso militante que solían estar presentes en las intervenciones de la minoría nacionalista radical en cada asamblea. En Ressorgiment, por su parte, se mantuvo otro rasgo que ya era tradicional, el del rígido centralismo y personalismo de su redacción, limitando las posibilidades de integración de los exiliados. Los problemas vinculados al exilio y a su papel en la construcción política de la Cataluña futura fueron incorporados como temas habituales del mensuario, pero se integraron en la perspectiva propia de la revista, diseñada con anterioridad.

De los tres casos estudiados, quizá el de Catalunya sea el que mejor refleje las modificaciones que el exilio de 1939 trajo consigo; no sólo por la proporción de los recién llegados en su staff y por la dinamización de la publicación en los primeros tiempos, sino también por sus dificultades e interrupciones posteriores, que, en buena medida, coinciden con los retrocesos momentáneos y la declinación a más largo plazo de la influencia de aquél. El tono general de la revista también era más acorde con el ambiente del exilio porteño, con sus frecuentes intercambios de colaboraciones individuales o institucionales y su gradual integración con la vieja inmigración, lo que puede vislumbrarse mediante sus secciones dedicadas a la agenda cultural y a la vida asociativa. Por último, la desaparición de la revista en 1964, corresponde a una etapa en la que, como reconocían algunos de sus articulistas, el eje del conflicto político se iba trasladando a la propia Cataluña, en desmedro de las colectividades del exterior.

Archivos

Archivo del Casal de Catalunya [ Links ]

Hemerografía

RessorgimentLinks ]

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Entrevista

Entrevista con la profesora Rosa Bas Cortada, hija de Bas Colomer, Buenos Aires, 4 de junio de 2008. [ Links ]

*Agradezco los valiosos comentarios de Carina Frid, de la Universidad Nacional de Rosario, a una versión preliminar de este trabajo.

1Jordi d’Argent (Ramón Escarrà), “Galvanització patriótica”, en Catalunya, año XI, núm. 111, febrero, 1940, p. 2 y Archivo del Casal de Catalunya de Buenos Aires, Libro de Actas del Consejo Directivo, núm. 5, sesión del 18 de julio de 1955, f. 131.

2Xosé M. Núñez Seixas, “Historiografía española reciente sobre migraciones ultramarinas: un balance y algunas perspectivas”, en Estudios Migratorios Latinoamericanos, año 16, núm. 48, agosto, 2001, pp. 269-295 (ref. en p. 271).

3Dolores Pla Brugat, Els exiliats catalans. Un estudio sobre la emigración republicana española en México, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia/Orfeó Català de Méxic, 1999. Referencias de un exiliado a las diferentes posturas políticas de ambas colectividades pueden verse en Francisco Ayala, Recuerdos y olvidos (1906-2006), Madrid, Alianza, 2006, pp. 276-277.

4Un detalle de los destinos latinoamericanos del exilio catalán puede verse en Daniel Díaz Esculies, El catalanisme polític a l’exili (1939-1959), Barcelona, Edicions de la Magrana, 1991, pp. 30-34. Para el caso chileno, Encarnación Lemus, “Identidad e identidades nacionales en los republicanos españoles de Chile”, en Ayer, núm. 47, 2002, pp. 155-181.

5Su biografía de Manuel de Falla, otro músico que pasó los últimos años de su vida en Argentina, contiene algunos detalles sobre su propia experiencia en el exilio. Cfr. Jaime Pahissa, Vida y obra de Manuel de Falla, Buenos Aires, Ricordi, 1947.

6Cfr. su testimonio en Dora Schwarzstein, Entre Franco y Perón. Memoria e identidad del exilio republicano español en Argentina, Barcelona, Crítica, 2001, p. 86.

7Cfr. extracto de su discurso en “Sopar en honor d’Irene Polo, Francesc Madrid i Dr. Joan Cuatrecasas”, en Catalunya, año viii, núm. 77, abril, 1937, p. 30.

8Entrevista realizada por el autor a la profesora Rosa Bas Cortada, hija de Bas Colomer, Buenos Aires, 4 de junio de 2008.

9Joan Rocamora, Catalanes en la Argentina, Buenos Aires, Artes Gráficas “El Fénix”, 1992, pp. 86-90.

10Como periodista, había mantenido un prolongado contacto en París con los exiliados de la dictadura de Primo de Rivera. Cfr. Francisco Madrid, Los desterrados de la dictadura, Madrid, Editorial España, 1930.

11Joan Rocamora, Records d’un exiliat a Amèrica, Barcelona, Rafael Dalmau Editor, 1995.

12Dora Schwarzstein, op. cit., 2001, pp. 124-132.

13Víctor Castells, Nacionalisme català à l’exili (1939-1946), Barcelona, Rafael Dalmau Editor, 2005, pp. 103-104.

14Francisco Caudet, El exilio republicano de 1939, Madrid, Cátedra, 2005, pp. 202-203.

15En un trabajo anterior me he ocupado de estas diferencias que se fueron produciendo desde que un grupo de dirigentes y socios del antiguo Centre (fundado en 1886) se escindieron del mismo para dar origen al Casal (1908). Cfr. Alejandro Fernández, “Prèdiques de germanor. Las asociaciones catalanas de Buenos Aires y sus prácticas institucionales (1850-1940)”, en Historia Social, núm. 70, vol. 2, Patrias lejos de casa: el asociacionismo emigrante español, siglos XIX-XX, coordinado por Xosé M. Núñez Seixas, 2011, pp. 63-80.

16Un episodio sintomático en este sentido fue que en enero de 1939 alrededor de una docena de comensales festejaron con un banquete en el restaurante del Centre la entrada de las tropas franquistas en Barcelona. Si bien aquellos que eran socios fueron expulsados en la siguiente sesión del consejo directivo, el hecho de que se atrevieran a celebrar un acontecimiento semejante quizá muestre que se trataba de una postura que contaba con más adhesiones. Cfr. Archivo del Casal de Catalunya, Libro de Actas de Consejo Directivo del Centre Català, 1938-1940, sesión del 4 de febrero de 1939, fs. 141-142.

17Abundante información sobre estas actividades puede verse en Casal Català, Libro de Actas de Asambleas, 1930-1940, fs. 406-461; Libro de Actas de Comisión Directiva, 1938-1940, pássim.

18Sería difícil demostrar, sin embargo, un mayor empeño de esta última entidad en cuanto a la acogida e integración de los exiliados, pues ambas instituciones adoptaron una postura amplia y generosa en este sentido, como puede verse en lo acordado en la reunión de la junta directiva del Centre, del 24 de junio de 1939, y en la asamblea ordinaria del Casal, del 30 de julio de 1939, Libro de Actas de Asambleas, 1930-1940, fs. 462-468.

19Joan Rocamora, op. cit., 1995; Albert Manent (dir.), Diccionari dels catalans d’America. Contribució a un inventari biográfic, toponímic i temàtic, Barcelona, Generalitat de Catalunya, 1992, y Casal de Catalunya, Libros de Actas de Asambleas, núm. 1, 1940-1946, y núm. 2, 1946-1952.

20Además del consejo directivo, el Casal estaba organizado en secciones (arte escénico, orfeón, cultura, deportes, actos y propaganda, asistencia social) que contaban con gran autonomía, incluso financiera (artículo 67 del estatuto). Esto también facilitó la integración de los exiliados y la continuidad como socios de personas que podían tener una postura crítica respecto a la gestión del conjunto de la institución, o que se desinteresaban de ella, pero que estaban dispuestos a colaborar en esos ámbitos más específicos. Una mención a un grupo de asociados muy opuesto a la conducción del consejo directivo —al que acusaba de falta de compromiso en la lucha por las libertades de Cataluña—, pero que participaba regularmente de las actividades de la sección de cultura, puede verse en Libros de Actas de Asambleas, núm. 2, asamblea del 27 de marzo de 1947, fs. 15-19.

21Dolores Pla Brugat, op. cit., 1999, pp. 251-253.

22Encarnación Lemus, op. cit., 2002, p. 163.

23La explotación del teatro comprendía el ciclo de representaciones propias del elenco del Casal y su alquiler para celebraciones o veladas especiales de otras instituciones. En cuanto a las primeras, se trataba tanto de obras teatrales en catalán, dirigidas específicamente a la colectividad, como en castellano, destinadas a un público más amplio.

24Libros de Actas de Asambleas, núm. 2, asamblea del 28 de marzo de 1946, fs.6-7. Otra práctica que evidentemente continuó fue la de los juegos de naipes y apuestas por dinero, como se advierte en el hecho de que en la reforma de estatutos llevada a cabo en 1957 se incluyó una prohibición expresa de la misma. Libros de Actas de Asambleas, núm. 3, asamblea del 19 y 21 de noviembre de 1957, fs. 160-161.

25Libros de Actas de Asambleas, núm. 3, Asamblea del 19 y 21 de noviembre de 1957, fs. 4-5 y núm. 3, asamblea del 27 de abril y 11 de mayo de 1952, fs. 94-97. De acuerdo con los estatutos del Casal —que heredaba en este punto al antiguo Centre Català—, el bibliotecario era elegido en cada asamblea ordinaria, junto con los integrantes de la junta directiva, lo que ratifica la importancia que desde el comienzo se le había otorgado a la biblioteca.

26Libros de Actas de Asambleas, núm. 2, asamblea del 23 de diciembre de 1947, fs. 27 y ss.

27Sobre esta última, cfr. Dolores Pla Brugat, op. cit., 1999, p. 317.

28Ressorgiment mantenía una estrecha colaboración con el Comité Pro-Catalans Refugiats a França, que tenía su sede en el palacio del Casal y presidía Pere Seras.

29Ressorgiment continuó publicándose hasta 1972. En su desaparición fue decisivo el retiro de su director, Nadal Mallol, producido el año anterior debido a su edad avanzada.

30“Dos fets importants”, en Ressorgiment, año XXVI, núm. CCIC, junio, 1941, p. 4823. Cfr. también Pere Mas i Parera, “Missió histórica dels catalans emigrats”, en Ressorgiment, año XXVIII, núm. CCCXXV, agosto, 1943, pp. 5289-5290. La apelación al patriotismo de los catalanes y la defensa de los valores liberales y democráticos de Cataluña frente al militarismo español eran argumentos que también aparecieron en las congratulaciones de la revista por la reunificación del Centre y el Casal. Cfr. “L’unitat s’imposa” y Joan Casanova, “Una passivitat matadora”, en Ressorgiment, año XXV, núm. 286, mayo, 1940, pp. 4615-4617.

31“L’exemple dels bascos”, en Ressorgiment, año XXX, núm. 345, abril, 1945, pp. 5607-5608.

32“Pel bon camí”, en Ressorgiment, año XXXIII, núm. 382, mayo, 1948, p. 6199; “Un document important”, en Ressorgiment, año XXXIV, núm. 401, diciembre, 1949, p. 6479e, “Inercia collectiva”, en Ressorgiment, año XXXVI, núm. 414, enero, 1951, p. 6703.

33“L’única esperança”, en Ressorgiment, año XXVII, núm. 312, julio, 1942, p. 5075.

34“La nova solución”, año en Ressorgiment, año XXIX, núm. 340, noviembre, 1944, pp. 5527-5528. En un sentido similar, “Davant l’Assemblea de les Nacions Unides”, en Ressorgiment, año XXXII, núm. 374, septiembre, 1947, p. 6071.

35“Süicidi de la Unesco”, en Ressorgiment, año XXXVII, num 437, diciembre, 1952, p. 7051.

36En 1928 Escarrà fue uno de los creadores del programa de radio “L’hora catalana”, que se dirigió a la colectividad hasta 1984.

37Cfr. el obituario “En la mort de Joan Torrendell”, Catalunya, año VIII, núm. 77, abril, 1937, pp. 4-6. También Joan Torrendell, Cataluña y la República española. Diario de un periodista residente en Buenos Aires, Buenos Aires, Tor, 1936.

38Cfr. Jordi d’Argent, “Ara fa quinze anys”, en Catalunya, año XVII, núm. 185, abril, 1946, pp. 7 y 9. A veces se afirmaba incluso que el problema principal para avanzar en un programa concreto no se encontraba en los desacuerdos con los demás republicanos sino en las divisiones entre los catalanes. Jordi d’Argent, “Un cert descoratjament”, en Catalunya, año XIV, núm. 147, febrero, 1943, pp.2 y 3.

39Cfr. por ejemplo las durísimas críticas al libro de Manuel Azaña, La velada de Benicarló, por sus despectivos comentarios respecto de la autonomía universitaria catalana, en Joan Rocamora, “Universitat de Catalunya”, en Catalunya, año XI, núm. 112, marzo, 1940, pp. 26-28.

40Cfr. por ejemplo Manuel Serra i Moret, “La carta de l’Atlantic”, en Catalunya, año XV, núm. 160, marzo, 1944, pp. 19 y ss.

41Véase en particular la serie de notas que publicó Francesc Madrid bajo el título “Sobre la bohemia de Barcelona” en los números de enero a agosto de 1947.

42Mercé de Morales i Montoya, “La Generalitat en el exilio bajo la presidencia de Josep Irla”, en Joseba Agirreazkuenaga y Jaume Sobrequés Callicó (eds.), El Gobierno Vasco y la Generalitat de Catalunya: del exilio a la formación de los Parlamentos (1939-1980), Oñati, Instituto Vasco de Administración Pública, 2007, pp. 86-90.

43Menciones al subsidio a la revista en Libros de Actas de Asambleas, asamblea del 24 de abril de 1955, fs. 128-129, y Libro de Actas del Consejo Directivo, núm. 7, sesión del 13 de enero de 1959, f. 7.

44Pau Casals et al., Libro blanco de Cataluña, Buenos Aires, Ediciones de la Revista Catalunya, 1956. Detalles de la edición en Víctor Castells, Catalans dʼAmèrica per la independencia, Barcelona, Pòrtic, 1986, pp.231-232.

45Cfr. por ejemplo Josep Rovira Armengol, “Morir a Madrid”, en Catalunya, año XXVIII, núm. 118, octubre-noviembre, 1964, s. p.

46Cfr. Manuel Serra i Moret, “Com es fa la història”, en Catalunya, año XVIII, núm. 4, abril, 1954 y Joan Cuatrecasas, “Comiat a Winston Churchill”, en Catalunya, año XIX, núm. 5, mayo, 1955, s. p.

47“Els Jocs Florals de la Llengua Catalana a Mendoza”, en Catalunya, año XXIII, núm. 50, febrero, 1958 y “Jocs Florals a Mendoza”, en Catalunya, año XXVIII, núm. 55, julio, 1958, s. p.

48“Sopar al president del Govern de la Republica a l’exili” y Joan Rocamora, “Nosaltres i ells”, en Catalunya, Segunda Época, año XXII, núm. 41, mayo, 1957, pp. 3-6. En este último artículo, el director señalaba que, en sus conversaciones con Gordón Ordás, éste se había declarado partidario de la república federal y de la satisfacción de las justas demandas de los catalanes y demás pueblos de España.

Recibido: 06 de Mayo de 2014; Aprobado: 17 de Marzo de 2015

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