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vol.17 número34Federico Lazarín Miranda, Luz Elena Galván Lafarga y Frank Simon (coords.), Poder, fe y pedagogía: historias de maestras mexicanas y belgas, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2014, 304 p., Biblioteca de Signos, 69. índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
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Signos históricos

versión impresa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.17 no.34 México jul./dic. 2015

 

Reseñas

Rodrigo Ruiz Velasco Barba, Salvador Abascal. El mexicano que desafió a la Revolución, México, Rosa Mª Porrúa Ediciones, 2014, 377 p.

Leonardo Martínez Carrizales* 

*Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco. Departamento de Humanidades. lemaca@correo.azc.uam.mx

Ruiz Velasco Barba, Rodrigo. Salvador Abascal. El mexicano que desafió a la Revolución. México: Rosa Mª Porrúa Ediciones, 2014. 377p.


Rodrigo Ruiz Velasco Barba, en su libro Salvador Abascal. El mexicano que desafió a la Revolución, estudió las tres estaciones que, a su juicio, constituyen el eje del itinerario político, profesional e intelectual de quien fuera líder de la Unión Nacional Sinarquista, gerente de la casa editora Jus, fundador del sello editorial Tradición y notorio polígrafo. La obra que reseño postula el itinerario de Salvador Abascal como el curso coherente y sostenido de su gestión pública en el horizonte de los movimientos y las instituciones sociales que hicieron posible, en el México del siglo XX, el planteamiento y desarrollo de un proyecto de recristianización de la vida pública.

El camino trazado por Ruiz Velasco Barba hace inteligible la conducta de un hombre entregado por completo a la idea de llevar a cabo una contrarrevolución en México, tendiente a restablecer el imperio de Cristo y el magisterio de la Iglesia católica en el orden social mexicano. Movimiento confesional, hostil a los valores laicos y estatistas que han primado en la historia moderna de México, alimentado también en repositorios simbólicos de la historia intelectual del país como el hispanismo, el antiyanquismo y el hispanoamericanismo. Este itinerario también abreva en una perspectiva providencialista de la historia.

De acuerdo con este planteamiento, Salvador Abascal se dedicó sin tregua al cumplimiento de la misión que la Providencia le había deparado. Así se entiende el temple rebelde -incluso radical-, militante, misionero y apostólico que caracteriza su papel al frente de la Unión Nacional Sinarquista, Jus y Tradición, principalmente. La singularidad de esta labor consiste en la continuidad invariable de la conducta de nuestro sujeto histórico, gobernada por un cuerpo doctrinal inalterable, fuente alimentadora de un contrarrelato polémico del Estado nacional mexicano respecto al constituido desde el triunfo del liberalismo y fortalecido gracias a los gobiernos emanados de la Revolución. Este contrarrelato reintegra matrices de la formación histórica de México, como el catolicismo, en el escenario de las disputas simbólicas propias del establecimiento del orden social.

De este modo, para el campo de la historia intelectual, en cuyo terreno se desempeña con pericia Ruiz Velasco Barba, Abascal encarna el recordatorio de los silencios, omisiones y supresiones que el discurso liberal y revolucionario operó en el transcurso de los siglos XIX y XX. Este papel histórico explica la posición excéntrica de Abascal; misma que se nos muestra como aislamiento en el panorama de las más acreditadas ideas políticas de México. Este retraimiento se traduce en diferentes figuras del discurso frecuentadas durante sus años de polígrafo. Una de esas figuras es la nostalgia, como lo demuestra uno de los escasos, pero penetrantes apuntes de Ruiz Velasco Barba en materia de crítica literaria. Como muestra de ello aquí un comentario del autor acerca de las memorias de Abascal, libro del cual se ha servido abundantemente en su estudio:

Tengo la sensación de que la obra [Mis recuerdos] trasmite la imagen de un pasado en donde el pueblo mexicano aún se conservaba firmemente católico, fiel a su religión y a sus tradiciones, y de un presente que es el amargo fruto de un proceso transformador tras el cual ha dejado de ser. Abascal mismo es un remanente y, como escritor, ha venido a enterrar a su siglo -no sólo en el sentido cronológico sino metafórico-; él, uno de sus últimos ciudadanos. (293)

La posibilidad de leer estos lugares nostálgicos del contrarrelato de Salvador Abascal supone la continuidad invariable de la conducta del sujeto, atenida a un cuerpo doctrinal inalterable. Independientemente de los cambios ocurridos tanto en las plataformas institucionales por medio de las cuales llevó a cabo su gestión pública, como en el clima de las ideas que caracterizaron a las sociedades política y civil de México entre las décadas de 1930 y 1990, Salvador Abascal no sólo sujetó su proceder a un mismo universo conceptual, sino que lo fue depurando y afirmando discursivamente. Así, el activista y agitador de masas del sinarquismo llegó a ser un comentarista y difusor editorial del tomismo y del pensamiento católico francés, así como autor empeñoso de textos acerca del pasado histórico y biográfico. El foco de toda esa trayectoria fue el combate de la Revolución mexicana.

De acuerdo con Ruiz Velasco Barba, las etapas principales del itinerario de Salvador Abascal son tres; a su explicación dedica sendos capítulos. La primera comienza con la militancia de Abascal en la sociedad secreta Legiones (1935), y termina con su liderazgo en la malograda colonia de Santa María Auxiliadora, en Baja California (1941-1944). Entre estos extremos se destaca su militancia en la Unión Nacional Sinarquista, movimiento que llegó a dirigir. Estamos ante el periodo del activista y el conductor de masas de tendencia radical, quien tenía la idea de recristianizar a México y establecer las condiciones necesarias para un Estado católico, contradiciendo los preceptos del Estado revolucionario consolidado en la década de 1930. Este programa, luego de la expansión de la grey militante bajo la conducción de Abascal, terminó por ser incómodo e inadmisible para la jerarquía eclesiástica, interesada en consolidar un régimen de tolerancia y convivencia con las autoridades políticas del país, régimen fortalecido en virtud de la emergencia del orden hemisférico a propósito de la Segunda Guerra Mundial. En este escenario, el programa contrarrevolucionario de Salvador Abascal quedó aislado. Sin embargo, su identidad doctrinaria se afirmó como la base de la gestión pública en las siguientes etapas de su trayectoria.

La segunda etapa corresponde a la gerencia de Salvador Abascal en la Editorial Jus, entre 1948 y 1972, luego de haberse incorporado en esta empresa por invitación de Manuel Gómez Morín y ameritarse en las primeras tareas que se le encomendaron desde 1944. Su gerencia se caracterizó por el saneamiento de las finanzas de la casa editora, además del desplazamiento de la actividad contrarrevolucionaria hacia el territorio de la cultura y la guerra de los discursos en busca de introducir entre los mexicanos un nuevo sentido común acorde con una perspectiva católica del orden social. El combate de los discursos se concentró en dos frentes: la divulgación de autores cristianos y la crítica histórica de la Revolución mexicana mediante la producción de obras acerca de historia de México desde un punto de vista antiliberal y católico. La línea editorial de Jus cobró notoriedad y coherencia con base en el revisionismo histórico de índole conservadora que caracteriza la mayor parte de las obras publicadas y a la comunidad de autores próximos a la fe católica. Gracias a su desempeño en Jus, Salvador Abascal se convirtió en un animador de la cultura política e histórica con base en principios irrenunciables como la recristianización de México, el combate del supuesto influjo judeo masónico en contra de la nación mexicana y la denuncia de la Revolución, vista como enemiga de las tradiciones legítimas del país.

Frente a la consolidación del aparato simbólico de la Revolución mexicana, el combate cultural de Abascal tuvo como eje tomar a la historia como propaganda. Específicamente una que fue contraria al discurso liberal y estatista que la Revolución reclamaba como su patrimonio en materia de modernización económica y redención social de los sectores más desprotegidos de la población. La labor de Abascal cobró tal firmeza doctrinaria que terminó por enfrentarlo con Manuel Gómez Morin, dueño de la empresa, y los líderes modernizadores del Partido Acción Nacional hacia finales de la década de 1960. Así, los principios doctrinales de Salvador Abascal determinaron su aislamiento respecto de una sociedad política que acendraba entonces las pautas de su modernización en un entorno de estabilidad, crecimiento económico y auge de la cultura radical.

La materia de la tercera etapa del itinerario se encuentra profundamente determinada, según Ruiz Velasco Barba, por las actitudes progresistas en el seno de la Iglesia católica; mismas que profundizaron su vocación como polemista y propagandista. De este modo, se valió del mensuario La Hoja de Combate (1967), y de la fundación de la editorial Tradición (1972), cuya oferta se centró en la reivindicación del tomismo, para dar curso a su programa contrarrevolucionario en un frente de combate inesperadamente abierto en virtud del Concilio Vaticano II. Al respecto, Ruiz Velasco Barba comenta:

El nombre de la casa editorial por él fundada es naturalmente ineludible, pletórico de significado en aquellos tiempos aciagos donde se luchaba una suerte de guerra civil intra-eclesial. […] En un sentido propio, en singular y con mayúscula, para estos autores la Tradición se refiere a la Revelación cristiana, al depósito de la fe, que no solamente consiste en las Sagradas Escrituras, sino que incluye todo el posterior Magisterio de la Iglesia, de la comunidad de los santos. La Tradición es entonces un corpus de doctrina, de validez sempiterna, inmutable en cuanto al dogma, dinámica en lo accidental, transmitida por los siglos de los siglos, de generación en generación, de padres a hijos. Así la Tradición se opone al progresismo religioso desaforado, que cree en la evolución de los dogmas, que son por tanto mudables, que hace del cambio lo único permanente, que parece menoscabar la dimensión sacra, que se torna irreverente con los mayores y en ocasiones escarnece sus enseñanzas, su legado. (266)

Asimismo, esta etapa se destaca por los empeños del personaje como historiador polémico y memorialista. Los libros de historia y de memorias a los cuales se entregó durante el último periodo de su vida, luego de confiar a uno de sus hijos el manejo de la editorial Tradición, exponen con amplitud la doctrina en la cual se mantuvo a lo largo de su trayectoria y en la que se afirmó cada vez con mayor profundidad.

En suma, de acuerdo con la escrupulosa, informada e inteligente explicación de Ruiz Velasco Barba, el foco del itinerario coherente y sostenido de Salvador Abascal es el desafío al Estado nacido de la Revolución mexicana. La doctrina de Cristo, el magisterio multisecular de la Iglesia y la autoridad del papa constituyen el marco en el que Abascal buscó afanosamente reencauzar a la sociedad mexicana, para lo cual desarrolló una crítica del proceso histórico ilustrado, liberal y revolucionario que se inició en México, desde el punto de vista del personaje, con la expulsión de los jesuitas, y alcanzó su punto máximo durante los gobiernos emanados de la Revolución de 1910. Así, la gestión de Salvador Abascal no sólo incluyó una vertiente política, sino también ideológica e historiográfica. Esta triple dimensión se enfatiza por el papel que Abascal desempeñó, sucesivamente, en los tres espacios que, a juicio de Ruiz Velasco Barba, constituyen la trayectoria del personaje: líder político de masas, editor y polígrafo.

Por virtud de esta coherencia que se resiste a modificarse ante las transformaciones de las circunstancias, el investigador coloca a Salvador Abascal como un depositario y continuador del pensamiento reaccionario de finales del siglo XVIII y del siglo XIX en México. Gracias a este patrimonio simbólico, Abascal se constituye, aun en los fracasos de algunos de sus empeños y en su aislamiento progresivo con respecto del clima intelectual imperante en el debate público de México, como un punto de referencia ideológico y doctrinal ante la Revolución mexicana. En este sentido, Ruiz Velasco Barba nos recuerda con pruebas y argumentos suficientes que Salvador Abascal planteó un punto de vista alternativo en materia de cultura política respecto de la triunfante en el Estado revolucionario; mismo que estaba alimentado en fuentes y tradiciones que no se pueden desconocer en la nación mexicana.

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