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Signos históricos

versión impresa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.17 no.34 México jul./dic. 2015

 

Artículos

Trazos de memorias compartidas en América Latina durante el siglo XX

Traces of shared memories in Latin America during the twentieth century

Martín Leonardo Álvarez Fabela* 

*Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Estudiante de doctorado en Humanidades. mar75_99@yahoo.com


Resumen:

El propósito de este artículo es mostrar la relación que existe entre los países Latinoamericanos respecto a una memoria compartida en la región, durante la segunda mitad del siglo XX; para ello, se propone un eje de articulación: lucha-represión-resistencia y estudia sus rasgos, los elementos que la constituyen, las formas en las que se presenta, así como su desarrollo.

Palabras clave: lucha; represión; resistencia; desaparición; justicia

Abstract:

This article shows the relation that exists between Latin American countries regarding a shared memory in the region during the second half of the twentieth century. It proposes an axis of integration: struggle-repression-resistance. It also studies the traits of this memory and the elements that constitute it, the ways in which it manifests, as well as how it develops.

Keywords: struggle; repression; resistance; disappearance; justice

La historia, como campo de conocimiento, es el resultado del conjunto de relaciones que hombres y mujeres han construido en torno al factor tiempo, con sus múltiples enfoques en su devenir. Entre ellos encontramos el de los historiadores interesados en retomar procesos cercanos o todavía en curso, justo en los linderos del tiempo generacional de los vivos, en los cuales, debido a su naturaleza, aún permanecen sus efectos, pues es en “ese ‘tiempo del ahora’ en el que están incrustadas astillas”,1 y que ha dado lugar a la estructuración de un genuino proyecto historiográfico: la Historia del Presente, consolidada entre el final del siglo XX y el inicio del XXI, la cual abreva en la senda de la historia que Marc Bloch ya vislumbraba: “No hay, pues, más que una ciencia de los hombres en el tiempo y esa ciencia tiene necesidad de unir el estudio de los muertos con el de los vivos”.2

En torno a la memoria

Si bien la Historia del Presente ha incrementado las posibilidades de acción y creación de la historia misma, tanto por el factor temporal, como por el uso de nuevas fuentes, también ha hecho uso del campo de la memoria, con su particular tramado en el transcurso del siglo xx y los numerosos aportes que la han enriquecido. Entre ellos, encontramos los planteamientos de Durkheim acerca de las “representaciones colectivas”,3 o bien los referentes imprescindibles de Maurice Halbwachs, quien intentó desentrañar su dinámica de operación a partir de los recuerdos, a los cuales conceptualizó como reconstrucciones y representaciones del pasado, en tanto situó a la memoria dentro de ciertos contextos o marcos, espaciales y temporales:

[…] los marcos colectivos de la memoria no se reducen a fechas, nombres y fórmulas, representan corrientes de pensamiento y experiencia en las que sólo encontramos nuestro pasado porque ha sido atravesado por ellas […] junto a la historia escrita hay una historia viva que se perpetúa y renueva.4

Para Halbwachs, la memoria está en una continua transmisión y transformación, acorde con el movimiento generacional y su interrelación en los planos individual y colectivo, sin dejar de recuperar el papel de otro de sus componentes: el olvido. Estos aportes fueron resultado de su esfuerzo por responder a ciertos interrogantes base de muchas investigaciones al respecto: qué y porqué se recuerda, cómo recordamos, debido a que el funcionamiento de la memoria y sus mecanismos referenciales conducen a evocaciones y asociaciones complejas, como sucede al mencionar Hiroshima, Espartaco o los tres mosqueteros, cuyos contenidos establecen de inmediato nexos con la destrucción-tecnología, la esclavitud-libertad o el heroísmo-unidad.

No obstante el interés por la memoria en diversos campos, los historiadores dirigieron sus esfuerzos hacia ella hasta las décadas de 1960 y 1970, con la estructuración de la historia oral, y la inserción directa de las voces de los protagonistas de la historia. En ello, tuvo un papel central el grupo History Workshop, encabezado por Raphael Samuel. En estos acercamientos ya aparecía una abierta y clara orientación: “Ante todo y en primer lugar, estuvo la dimensión política de esta cuestión, que expresaba la reivindicación de la memoria de los vencidos y de los oprimidos”.5

En la década de 1980 destacó otra vertiente de la memoria, ligada a las cuestiones de la identidad nacional francesa, por la obra de Pierre Nora Les lieux de mémoire, la cual, a falta de una traducción literal, fue adecuada al español como “lugares de la memoria” o también “sitios de la memoria”, cuyo objetivo era “poner de relieve la construcción de una representación y la formación de un objeto histórico en el tiempo”6 para comprender cómo se administra el pasado desde el presente. Sin embargo, su orientación nacional y conmemorativa no tardó en ser impulsada por las instituciones y los gobiernos, monopolizada por las prácticas oficiales, provistas ahora de factibles catálogos de identidad, con una abundancia de fechas y motivos de conmemoración.

Periplo de varias décadas en las que la noción de memoria ha sido más delineada,

[…] lejos de ser un mero dispositivo de almacenamiento o un receptáculo pasivo, un banco de imágenes del pasado, es una fuerza activa y modeladora […] que se relaciona de manera directa con el pensamiento histórico, en lugar de ser algo así como su otro negativo […] Como la historia, es revisionista por naturaleza.7

También hay mayor claridad respecto a las dinámicas que posibilitan su transmisión y permanencia -total o parcial-, de acuerdo con dos de sus características antitéticas: “la supresión (el olvido) y la conservación; [pues] la memoria es, en todo momento y necesariamente, una interacción de ambos”.8 Memoria con puntos de consenso y disenso inmersos en las prácticas cotidianas, compenetrada de valores, de discursos con sus propias lógicas para incidir y seguir allí, o bien para relegar, es decir, construcciones reelaboradas constantemente desde el presente, a partir de contenidos situados en el pasado -cercano o remoto-, que no son algo acabado sino en estado de permanente reestructuración, lo que enfatiza su dimensión de pluralidad, de memorias coexistentes.

Estas memorias expuestas a la interacción de factores políticos que impelan a excluir, ocultar o negar, igual que sucede con la historia por su uso potencial: “no existen las memorias neutrales sino formas diferentes de articular lo vivido con el presente”.9 Usos políticos que pasan por la institucionalización, conmemoración y generación de memorias oficiales, de verdades o sentidos unilaterales y acabados, circunscritos a lo que es apropiado y lo que es incómodo, donde nada está a salvo “Porque las pruebas, incluso cuando ellas son avasalladoras […] nunca son suficientes para proteger la memoria de los acontecimientos de la pérdida de significación que los amenaza constantemente”.10

Asimismo, la reorientación del pasado -condensado en la memoria en busca de legitimidad- abre paso a la confrontación porque “no sólo se disfraza el pasado, se desconoce el presente y abre camino a la injusticia”.11 Así, al trascender los márgenes de la ética y la justicia, toda materialización o inscripción de la memoria constituye también “un recordatorio físico de un pasado político conflictivo”.12 Estas tensiones que han de reaparecer al amparo de condiciones de dominación y subordinación:

Por ello, junto a la memoria dominante, que será siempre la versión oficial y justificadora de esos mismos vencedores, habrán de existir y de desarrollarse, permanentemente, múltiples contramemorias alternativas que, expresando la visión de los vencidos y los derrotados dentro de las sucesivas batallas históricas, nos darán también tramas imprescindibles de esa memoria colectiva de los pueblos y de las naciones.13

Así, en el presente artículo son analizadas las memorias alternativas, o contramemorias, en Latinoamérica a partir de un ejercicio analítico descriptivo -mediado por un eje de articulación, propuesto como categoría vinculante derivado de la trama de lucha-represión-resistencia acaecida en la región- dentro de una temporalidad que ocupa la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. Este fenómeno ha dado origen a singulares prácticas no sólo coincidentes sino a la vez compartidas, al punto de ser parte de un proceso complejo, generador de identidades. Así, el objetivo es ahondar en cómo se produjeron las formas de analizar y construir la memoria en Latinoamérica, pero desde escenarios externos a la academia, que con su fuerte desarrollo repercutirían hasta en el propio quehacer de los espacios académicos vinculados al estudio del pasado y de la memoria.

América Latina: un pasado compartido

En el semicontinente latinoamericano ha existido una senda propia para el análisis y la recuperación de la memoria durante las últimas décadas; ésta se ha caracterizado por la interrelación de tres vectores: lucha-represión-resistencia. El periodo cubre un conjunto de regímenes y dictaduras en la zona, como la de Alfredo Stroessner, en Paraguay, con una duración de 35 años (1954-1989) o la de Augusto Pinochet, en Chile (1973-1990). Además, incluye una serie de luchas contra esas estructuras: desde la emblemática victoria de la Revolución cubana en 1959, pasando por los múltiples rostros de 1968, seguido de la victoria de Salvador Allende y del Frente Sandinista de Liberación Nacional, hasta llegar a 1994 con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y todo el conjunto de las insurrecciones indígenas de la década de 1990, además de incluir la oficialista etapa de transición a la democracia.

En este periodo que abarca medio siglo, encontramos amplios paralelismos en los países latinoamericanos, los cuales también han compartido importantes momentos de inflexión sobre su pasado, con dos fechas centrales (1492-1992 y 1810-2010) como coordenadas que han catapultado las discusiones respecto a memoria e historia en la región.14 A este contexto se le suma el de las últimas décadas, con el trasfondo común de los excesos del poder:

El sistema de dominación tiene también su propia dinámica: se trata de crear un Estado de “seguridad nacional” apto a reaccionar contra toda ideología, teoría, grupo político, científico o religioso que ponga en peligro el “occidente cristiano”. La represión “científica”, la utilización de formas simbólicas de poder, la creación de cuerpos especializados en represión, la militarización de la vida cotidiana son los componentes de la dictadura latinoamericana de los últimos años.15

En sí, la dominación en Latinoamérica, compuesta por la coerción y la persuasión,16 implicó formas de control y represión estatal destinadas a cimentar el terror en la población. Esto originó relaciones específicas de subordinación, con su consecuente colaboración, pero también con sus resistencias, las cuales fueron perseguidas, controladas, diezmadas o aniquiladas sistemáticamente, de acuerdo con parámetros de contrainsurgencia provenientes de los esquemas de defensa estadounidenses y franceses formulados en los tiempos de la Guerra Fría. Es decir, provenientes de formas extensivas de “la guerra entendida como relación social permanente y al mismo tiempo como sustrato insuprimible de todas las relaciones y de todas las instituciones de poder”.17 Estas enseñanzas fueron materializadas en las instancias de seguridad de cada país, por ejemplo, en la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) en Chile, o la Dirección Federal de Seguridad (DFS) en México, o bien en la Operación Cóndor, la coordinación regional de los servicios de inteligencia y seguridad de Uruguay, Paraguay, Bolivia, Chile, Argentina, Brasil y Perú, con movilidad policiaca y castrense interfronteras.

Estas prácticas policiaco-militares estaban amparadas en marcos legales -como el delito de “disolución social” en México o el AI5 en Brasil, bajo el dogma de la lucha anticomunista- destinadas a minar la protesta social o cualquier tipo de oposición. Sin embargo, tenían un objetivo central: combatir los movimientos armados urbanos y rurales latinoamericanos, herederos de largas tradiciones de lucha con rasgos locales y regionales, los cuales respondían a diversas condiciones, pero cuyos principales elementos causales estaban relacionados con la pobreza, las pésimas condiciones de trabajo, la falta de servicios de salud y educación, y, por supuesto, con el autoritarismo y la represión. Todas estas luchas se basaban en un referente obligado de ese tiempo, la “estrategia de los dos pasos: el primer paso era obtener o conquistar el poder, mientras que el segundo era transformar el mundo”.18 Estos movimientos armados muchas veces coincidían tanto en su forma de composición y trabajo, como en su análisis de la realidad para combatir al imperialismo y cambiar el mundo: “la palabra revolución representaba la esperanza de transformar las condiciones de vida de los desposeídos, frente a los infructuosos esfuerzos democratizadores”.19

De tal efervescencia revolucionaria y de liberación nacional, durante la década de 1960, da cuenta la fundación de múltiples organizaciones, entre ellas las Fuerzas Armadas Rebeldes en Guatemala (a partir de 1962), el Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua (1963), el Coordinador en Uruguay (1963-1965) o el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (1966). En México en 1965, se produjo el asalto al cuartel militar de Ciudad Madero en Chihuahua, mientras que para 1967 operó en Guerrero la guerrilla de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. En Brasil, por su parte, fue conformada la Acción Libertadora Nacional en 1967, por mencionar algunas. Estas agrupaciones se fueron incrementando de manera notable luego de las respuestas represivas a la revolución cultural de 1968, para abarcar con mayor actividad la primera mitad de la década de 1970. Tal fue el caso de México, donde llegaron a operar más de 30 organizaciones guerrilleras, mientras otras se concretaban en puntos como El Salvador, por ejemplo, las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (1970).

Estos movimientos armados, extendidos en toda la región, potenciaron aun más la puesta en marcha de complejas tecnologías de vigilancia y castigo en pos de la seguridad nacional: encarcelamientos, secuestros, asesinatos, exilios, acompañados de los más diversos métodos de tortura física y psicológica. Su aplicación era generalizada, y no exclusivamente de la disidencia, puesto que “la estrategia de amedrentar es más eficaz: infundir miedo, tomar medidas ejemplificadoras, intimidar. Actuar, como se dice con términos tan expresivos, sobre la población móvil, disgregable, incierta, y que algún día podría llegar a ser inquietante”.20

Esto se llevó a cabo con la participación de instituciones y el brazo ejecutor del ejército y los cuerpos de seguridad, quienes detenían a cualquier persona, en cualquier lugar; que prohijaron cárceles clandestinas, mejor conocidas como centros de detención, lo mismo en los cuarteles militares que en los sótanos o en los interiores de las oficinas de gobierno, en las zonas habitacionales de las ciudades o en los lugares más remotos. Todo con el fin de acallar la disidencia, pues “El enmudecimiento es el signo distintivo del Estado totalitario”.21

Con el fin de mantener el control absoluto, este poder disciplinario tendía a normalizar sin importar el costo humano. Así, por ejemplo, “Amnistía Internacional denunciaba en 1975 el asesinato de 461 personas en Argentina entre el 1 de junio de 1974 [y el] 21 de junio de 1975”.22 Dicha violencia llegó a su nicho disciplinario con las desapariciones, esto es, la formulación de una política del terror como un nuevo “reacondicionamiento del poder de castigar”, con el cual -parafraseando a Foucault- “hacer sensible a todos, sobre el cuerpo del criminal [desaparecido], la presencia desenfrenada del soberano [poder]”.23 Ya que, en la desaparición, el individuo es abruptamente invisibilizado, anulado, suprimido del tejido social, tal y como si dejase de existir e incluso como si nunca hubiese existido, y genera una duda permanente de si está vivo o muerto para su cuerpo social afín, su comunidad, su familia. Para 1978 la desaparición era referida de la siguiente manera en una nota adicional a Las venas abiertas de América Latina:

Las víctimas desaparecen. Los invisibles ejércitos de la noche realizan la tarea. No hay cadáveres, no hay responsables. Así la matanza -siempre oficiosa, nunca oficial- se realiza con mayor impunidad, y así se irradia con mayor potencia la angustia colectiva. Nadie rinde cuentas, nadie brinda explicaciones. Cada crimen es una dolorosa incertidumbre para los seres cercanos a la víctima y también una advertencia para los demás. El terrorismo de estado se propone paralizar a la población por el miedo.24

Este contexto latinoamericano derivó en un alto costo social y en toda una cauda de efectos desde los centros de poder, -que luego de una prolongada ofensiva hacia las organizaciones armadas, e impelidas por su acción, sus aspiraciones y programas de lucha- debieron efectuar reformas o dar paso a cierta apertura de la participación política, lo cual derivó en la llamada “transición democrática”, es decir, en procesos “reformistas” y de “apertura” en consonancia con nuevos actores y movimientos sociales emergentes, con nuevas y viejas demandas en ciernes, además de la constante presión de las acciones públicas emprendidas por parte de los familiares de las víctimas de la represión, aglutinados en organizaciones demandantes de los desaparecidos políticos; todo ello acompañado por un nuevo horizonte referencial: los derechos humanos. Esta transición estuvo mediada por las referencias obligadas al pasado, lo que fue posible gracias a un conjunto de mecanismos específicos generados en torno al ámbito de la memoria.

Memorias de lucha-represión-resistencia

El contexto histórico latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX también está relacionado con el de otras regiones, como lo es el caso español, donde encontramos un conjunto de concordancias, debido a la Guerra Civil y luego al prolongado periodo franquista, con su caudal de represión interna y con su propio procesamiento del pasado. Así, los análisis de la memoria corresponden a momentos en los que “el tiempo se adensa en el acontecimiento o se ha soldado en una fractura”,25 y deja una huella indeleble entre las generaciones partícipes de ese pasado reciente: “La memoria del acontecimiento traumático tiene un contenido diverso que el propio curso de la historia posterior y la reminiscencia de las generaciones venideras enfoca en sentidos diferentes”.26 Esto es así pues en el fondo se trata de campos de disputa entre la memoria oficial o nacional, vinculada al Estado, y su contraparte a modo de contramemoria:

[…c]ontramemoria, crítica y rebelde, que a lo largo de las generaciones y aunque sea de manera velada, parcial, encubierta o esporádica, mantiene viva la conciencia popular de que las cosas son como son sólo al precio de haber reprimido y cancelado otras posibilidades de historia y otros caminos de historicidad. Una contramemoria que nos recuerda que las cosas siempre pueden ser diferentes, y que si bien los pasados no dominantes han sido vencidos, no fueron completamente eliminados, pues están allí, agazapados, esperando las condiciones de su posible resurrección.27

Esta memoria proviene de actores inmersos en procesos de lucha-represión-resistencia referentes a la segunda mitad del siglo XX en Latinoamérica, que engloban un cúmulo de aspiraciones y de proyectos sociales contra el opresivo orden imperante, pero que al chocar con las dinámicas del poder fueron controlados y suprimidos mediante el uso “legítimo” y “permanente” de la violencia contra cualquier amenaza a su estatus. Esto condujo a la formación de otros eslabones con viejas-nuevas reivindicaciones y desafíos -velados o abiertos- para establecer -más allá de las diferencias y las rupturas- continuidades. La columna vertebral de esta memoria en disputa tiene, por un lado, el ánimo de denuncia permanente, la consecución de justicia y la comprensión de ese pasado con una orientación ética de alerta respecto al pasado-presente-futuro (dado a los hechos traumáticos represivos a los que aluden). Por otro lado, su contraparte enfilará su interés hacia el olvido, la supresión y el recuerdo controlado e institucionalizado, el cual deriva en engranajes de impunidad desde el ámbito legal, por ejemplo, con el recurso de “la amnistía, como olvido institucional”.28

Esta memoria de actores es vista desde distintas perspectivas, a veces comprendida en amplias geografías y sectores sociales, en otras ocasiones de reducido espectro espacial y social, o inclusive prácticamente desconocida fuera de su área de circunscripción, pero entretejida de fondo por el vector de lucha-represión-resistencia, y engarzadas tanto por las aspiraciones de construir proyectos políticos contrapuestos a los dominantes, como por las secuelas del uso de tecnologías represivas en su contra; características que también dotan a esa memoria de una función singular, “ubicando el recuerdo de esa experiencia insumisa para actualizarla en el presente, llenándolo con un contenido revolucionario”.29

Lo anterior brindó la posibilidad de resignificar desde una subalternidad contestataria, donde la figura de la desaparición -más allá de sus alcances disgregadores y de anulación- concitó a la preservación del pasado por parte de los familiares de los desaparecidos, para no aceptar la imposición de su no existencia, y para no abandonar su búsqueda. De esta manera, los esfuerzos individuales y colectivos de los familiares dieron paso a la construcción de sus propias memorias, a la reunión y preservación de pruebas, y para ello emplearon diversos mecanismos que cubrían el espacio público, por estar dirigidos al eslabón más acabado de toda la actividad represiva: las esferas del poder. Así, lo mismo en Uruguay como en México, Argentina, Brasil, Chile, Guatemala, Perú o Colombia, los familiares -con un papel destacado por parte de las mujeres- mantuvieron protestas recurrentes, acciones de memoria viva, con el objetivo de reivindicar tanto la existencia de los desaparecidos como ese pasado alternativo, truncado y succionado por el silencio y la memoria oficial.

Para entonces, en las protestas, el uso de fotografías de los desaparecidos se convirtió en un primer instrumento de preservación de su existencia, de su memoria individual, pues estas imágenes correspondían a las contenidas en las credenciales oficiales de identidad, signadas por las instancias del Estado, es decir, la identidad otorgada, pero luego negada y suprimida, al punto de llegar a destruir todo tipo de documentos oficiales para borrar pruebas. Sin embargo, la portación de las fotografías en pancartas desmentía el discurso del poder disciplinario y exhibía sus contradicciones. Un referente emblemático de ese accionar simbólico, en el ámbito internacional, han sido las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, pues ante el silencio oficial desarrollaron una contundente práctica de contramemoria y desafío al poder: tan sólo el caminar incesante, cada semana en la “ronda de los jueves”, con su pañuelo blanco anudado a la cabeza; mismo que fue resultado de una primera concentración en la Plaza de Mayo, en abril de 1977, ante la negativa de ser recibidas por las autoridades, y también como consecuencia de una orden de la policía, “circular”.

Esos primeros pasos de las Madres de la Plaza de Mayo dieron lugar a otras iniciativas:

Aquel jueves de 1977 una madre se apartó de la ronda y preguntó: “¿Quién está buscando a su nieto, o tiene a su hija o nuera embarazada?”. Una a una fueron saliendo […] Ese mismo sábado, 22 de octubre, se juntaron por primera vez […] más tarde adoptaron el nombre con que el periodismo internacional las llamaba: Abuelas de Plaza de Mayo.30

Desde entonces no dejan de buscar a sus nietos, lo mismo a los que fueron secuestrados con sus padres que a los nacidos en cautiverio, como lo detallan en su portal de internet:

La Asociación Civil Abuelas de Plaza de Mayo somos una organización no-gubernamental que tiene como finalidad localizar y restituir a sus legítimas familias todos los niños secuestrados desaparecidos por la represión política, y crear las condiciones para que nunca más se repita tan terrible violación de los derechos de los niños, exigiendo castigo a todos los responsables […] Tareas detectivescas se alternaban con diarias visitas a los Juzgados de Menores, Orfelinatos, Casa Cunas, a la vez que investigábamos las adopciones de la época. También recibíamos -y seguimos recibiendo- las denuncias que el pueblo argentino nos hace llegar, como una manera de colaborar en la tarea de ubicación de los pequeños.31

Este caso de presencia-denuncia-organización fue replicado en buena parte de Latinoamérica, aunque con sus rasgos particulares de acuerdo con cada país, apoyado tanto en la búsqueda de fuentes y pruebas de todo tipo para obtener información acerca del paradero de los desaparecidos, como en la publicación de materiales y en la concreción de grupos a manera de comités con un funcionamiento diverso en cuanto a sus actividades y alcances: “incluyen la búsqueda de la verdad […] llevar a los tribunales a los responsables de los crímenes, la creación de espacios de asistencia y contención de las víctimas y los esfuerzos por ampliar la conciencia social sobre el tema”.32 En México, por ejemplo, la desaparición forzada motivó el surgimiento de una agrupación, impulsada también por mujeres. Entre ellas estaba Rosario Ibarra de Piedra, con el lema “¡vivos los llevaron!, ¡vivos los queremos!”:

En esa búsqueda Rosario se encontró con otras madres con el mismo reclamo: la presentación con vida de sus hijos. Así fuimos conformando un grupo organizado, integrado por familiares de los desaparecidos, que desde 1977 se conoce como Comité Pro-Defensa de Presos Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México, hoy Comité ¡Eureka!33

En estos grupos y asociaciones, -interconectadas regionalmente de manera formal- la recuperación y la preservación de la memoria ocupan un lugar central, como ejemplifica la Asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos de Colombia, surgida en 1983:

[…] la Memoria es la piedra angular y soporte para llegar a la Verdad Real y la Justica Proporcional. La reconstrucción de la Memoria desde dar a conocer las historias de vida, proyectos y sueños de ellas y ellos, los desaparecidos forzadamente, es de por sí una acción reparadora y de dignificación.34

Dicha memoria fue impulsada por actores sociales de esos procesos aún en ciernes, en los cuales “las ‘cuentas con el pasado’ en términos de responsabilidades, reconocimientos y justicia institucional se combinan con urgencias éticas y demandas morales”.35

Bajo estos esquemas afines quedó comprendida la existencia y continuidad de tales agrupaciones, así como sus nuevos despliegues generacionales, bien ilustrados en el caso de HIJOS, una serie de organizaciones hermanadas, con origen en Argentina, pero con presencia en Perú, México, Chile, Guatemala, Venezuela y Uruguay:

La organización Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio, es una organización de derechos humanos, democrática, solidaria y de proyección social que promueve el respeto de los Derechos Humanos, las recomendaciones de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico CEH, el informe de la Recuperación de la Memoria Histórica REMHI, la participación juvenil para rescatar la memoria histórica y buscar la aplicación de la justicia, a los responsables de las violaciones a los derechos humanos durante el conflicto armado interno y realizar actividades y propuestas para que se cumplan los Acuerdos de Paz y lograr una mejor sociedad como fruto de la justicia social en Guatemala.36

Estas agrupaciones latinoamericanas, con una dimensión intergeneracional de más de tres décadas, han entretejido relaciones específicas respecto al sentido y uso social del pasado-presente-futuro. Las expectativas de esas estructuras de resistencia social con énfasis hacia las nociones del binomio justicia-verdad cuyas expectativas -condensadas en frases de una memoria viva como “ni perdón ni olvido” o “nunca más”- confrontan una realidad también irrefutable: “la justicia en verdad no puede reparar daños que por su magnitud no tienen equivalencia posible con las penas que puedan imponerse a los responsables”.37 Esto ha conducido a explorar y ampliar los propios alcances de la justicia: “Todo esto nos permite postular la existencia, al lado de la justicia legal, de una justicia que podríamos definir más bien como moral, estructurada en torno de una noción de retribución puramente simbólica”.38 Condiciones de un contexto complejo que da lugar a la construcción de la memoria en la región:

El propio título de varios informes, Nunca más, proporciona una clave del clima cultural de la región […] se comenzó a identificar con la “verdad”, con la recolección de todas las informaciones sobre las atrocidades. Recordar para no repetir fue surgiendo como mensaje y como imperativo cultural. Se multiplicaron desde entonces las iniciativas y emprendimientos públicos para marcar territorios, elaborar conmemoraciones, organizar archivos, además de las producciones literarias y artísticas, el cine testimonial o documental, etc. También las iniciativas de cambiar la currícula escolar, demandas judiciales y cambios en las propias fuerzas armadas, y lo/as intelectuales comprometido/as no podía de dejar prestar atención a estos desarrollos.39

La trascendencia de la proliferación de memorias alternativas en las sociedades latinoamericanas condujo, con los años, a la generación de políticas oficiales de la memoria, unas veces como resultado de la presión social, otras con la intención de institucionalizar esos elementos peligrosos. Esto llevó a crear condiciones para el surgimiento de un sinnúmero de comisiones de la verdad, integradas por funcionarios, miembros de las organizaciones de familiares, académicos y personas de consolidado prestigio, quienes concretaron sus resultados en informes, que confirmaron gran parte de lo denunciado durante años respecto a los desaparecidos, los centros de tortura y los ejecutores de la represión.

En el ámbito legal también han existido constantes forcejeos, por ejemplo, entre los partidarios del enjuiciamiento a los responsables de la violencia y quienes -desde las esferas del poder- consiguen la creación de leyes de amnistía que ahondan más la impunidad, bajo el discurso de la “transición democrática” y sus propuestas de “reconciliación y unidad nacional”. Así, evitan o detienen procesos judiciales, con sus consecuentes descargos de pruebas, que en los marcos actuales llevan a perseguir los delitos de lesa humanidad y genocidio. Las propuestas para instaurar días conmemorativos a esos hechos represivos fueron resultado de esas tensiones. Tal es el caso del oficialista día del Nunca más en Uruguay, cuyo objetivo es distorsionar y vaciar todo su carácter contestatario y de reivindicación social hasta lograr su apropiación, lo que ejemplifica el nivel de disputa por el pasado:

Es decir, hay una zona de contacto entre los elementos de dominación y subversión, donde se expresa con mayor fuerza la disputa por ciertos símbolos, calendarios y espacios; donde los elementos de insubordinación son transformados en elementos de dominación, así como estos últimos son configurados, nuevamente, en elementos de insubordinación y resistencia.40

Sin embargo, frente a las pretendidas formas oficiales de encapsular los pasados no convenientes y sus contramemorias, emergen una y otra vez las expresiones de la memoria de esos grupos subalternos. Así, ha sucedido con dos prácticas efímeras simbólicas argentinas, aunque reproducidas en muchas partes de toda la región: el siluetazo y el escrache. El siluetazo parte de una acción colectiva de 1983, que tuvo lugar en Buenos Aires: “consistió en la producción de siluetas a escala natural pintadas sobre papel y luego pegadas de pie sobre paredes, monumentos y árboles, como forma de representar ‘la presencia de la ausencia’ de miles de desaparecidos”.41

Por su parte, los escraches son acciones colectivas que utilizan diversas expresiones (gráfica, verbal, artística) de denuncia y condena social hacia los responsables de atrocidades, así como hacia las instituciones, por su complicidad u omisión. Por ejemplo, efectuar el cambio de nombre a calles como abierta disputa por la nomenclatura y el espacio (en su carácter material y simbólico). Otro ejemplo son las protestas frente a domicilios de represores bajo la consigna “a donde vayan los iremos a encontrar”. Expresiones cuya intencionalidad devela, desde su significado, el propio término escrache: “palabra proveniente del lunfardo -lenguaje coloquial del Río de la Plata- que indica aquello que está intencionalmente oculto y es puesto en evidencia; escrachar es, entonces, señalar, evidenciar”.42

Otra expresión producto del análisis de la memoria ha sido la gestación o recuperación de espacios públicos, relacionados con los vectores de lucha-represión-resistencia, para dar cabida a museos y memoriales, lo que materializó espacios de memoria y conciencia. El andamiaje y puesta en marcha de esos espacios ha implicado debates acerca de qué y cómo recordar; qué hacer con los que en su momento funcionaron como centros de detención y tortura (destruir o preservar). Tal es el caso del Cuartel Terranova, en Villa Grimaldi, Chile, a donde fueron llevadas 4500 personas detenidas; espacio expropiado en 1993 y desde 1997 convertido en Parque por la Paz Villa Grimaldi, cuyo propósito es,

[…] que las personas que deseen recordar a familiares y amigos que pasaron por Villa Grimaldi puedan contar con un lugar de encuentro y recogimiento, así también ofrecer un espacio de reflexión […] entregar recursos pedagógicos para quienes se interesan en la educación en Derechos Humanos y especialmente ser un referente para las nuevas generaciones.43

Este parque fue construido en función de la memoria y referente obligado en su tipo:

Con respecto al diseño del parque hay ruinas que aun dan cuenta de la ocupación de Villa Grimaldi durante la dictadura Militar […] el proyecto se estructura en función de un eje que une el antiguo acceso con la Torre, lugar que según los testimonios de los sobrevivientes, es el sitio de mayor dolor porque allí desaparecían las personas secuestradas y un eje que vincula el nuevo acceso con el muro de los nombres, como homenaje a las personas que ahí estuvieron. Este recorrido ordenador genera una “x” […] Tiene espacios de reunión a distintas escalas, todo el Parque es un lugar […] cada rincón del parque es un lugar, tiene espacios íntimos y grupales […] siguiendo con el tema de la construcción, en la plaza central, hay restos de pavimentos de piedra que existen. Este es un trabajo muy sensible de Norma Ramírez, la escultora, porque ella trabaja con todos los pavimentos sueltos de la Villa y crea además azulejos y pavimentos para este sector. Esta escultura funciona con agua, con colores que cambian del color del rojo al azul, es un símbolo de limpieza constante del Parque. Concluyendo, hay discusiones pendientes, porque la Memoria es una Batalla Constante, en la cual hay que tener el cuidado de no petrificar la memoria, sino vivir la memoria.44

Existe, entonces, un permanente potencial del Parque Villa Grimaldi como espacio de memoria, hacia lo individual y colectivo, en el cual la sola incorporación del visitante es un ejercicio de análisis de la memoria allí contenida a partir de cada uno de sus componentes, con diferentes grados de condensación, de los que, sólo por contrastar su composición, se mencionan otros dos diferentes a los antes citados: el Monumento Rieles y el Archivo Oral. El Monumento Rieles es un elemento de tipo escultórico

[…] que exhibe y conserva restos de los rieles de ferrocarril extraídos desde las profundidades de la Bahía de Quintero […] Detenidos de distintos recintos eran inyectados con sustancias que les adormecían o mataban, posteriormente eran amarrados a rieles de tren e introducidos en sacos, cargados en helicópteros y lanzados al mar.45

Por su parte, el Archivo Oral de Villa Grimaldi irrumpe como “el primer archivo que reúne testimonios de víctimas de violaciones a los derechos humanos, registrados en soporte audiovisual desde el año 2005 en Chile”,46 con el objetivo de preservar la propia memoria del centro de detención.

Las características del Parque Villa Grimaldi lo han vuelto, en sus 16 años de existencia, un referente regional y universal imprescindible. Quizá sea el eslabón más evidente de una cadena de espacios latinoamericanos en ese sentido, que, al tiempo que sirven como memoriales, desarrollan diversas actividades y son punto de encuentro, de preservación de archivos, de constitución de museos y de una amplia gama de expresiones relativas al conjunto de memorias de lucha-represión-resistencia de la región en la segunda mitad del siglo XX. A continuación se enlistan algunos de los más representativos: en Uruguay, el Museo de la Memoria (MUME) y el Memorial de los Detenidos Desaparecidos; en Colombia, el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación; en Chile, el Memorial Paine y el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos; en México, el Memorial del 68; en Brasil, el Memorial da Resistência; en El Salvador, el Museo de la Palabra y la Imagen; en Paraguay, el Museo de las Memorias: Dictadura y Derechos Humanos; en Argentina, el Museo de la Memoria, el Instituto Espacio para la Memoria, el Archivo Provincial de la Memoria, el Espacio para la Memoria y la Promoción de los Derechos Humanos “La Perla”, el Espacio para la Memoria Campo de la Ribera y el Museo de Arte y Memoria.

Perú, por sus condiciones culturales, presenta espacios de memoria de muy diversos tipos (mausoleos, inscripciones, monumentos, murales, casas comunitarias, calles, parques y plazas públicas). Esto motivó la realización de un registro de fácil consulta en internet, denominado Mapeo de Espacios de la Memoria en el Perú por parte del Movimiento Ciudadano “Para que no se repita”, con sitios como el Museo de la Memoria de ANFASEP, Museo “Nunca Más”, y la Alameda de la Memoria. En conjunto, estos espacios distribuidos en toda la región conforman un amplio mosaico en torno a la memoria, la mayoría surgidos desde finales de la década de 1990 y en permanente eclosión hasta nuestros días. También coincide con la aparición y proliferación de las redes del ciberespacio, que han posibilitado un diálogo permanente entre ellos, a partir de un sinnúmero de organizaciones que han estado detrás de su creación y que han compartido experiencias en foros y encuentros relativos a su quehacer de recuperación de la memoria.

Cada espacio de la memoria lleva detrás de sí sus propias batallas contra las estructuras de poder y sus memorias oficiales; asimismo, su concreción es el resultado de la tenacidad de los grupos y asociaciones por afirmar su horizonte de memoria en el transcurso de años y décadas, con un soporte basado en un arduo trabajo de recolección de información, en gran medida apoyado en las redes de internet para su difusión y generación de vínculos. Tal es el caso argentino de Memoria Abierta, creada en 1999, la cual aglutinó organizaciones locales y, una vez consolidada, fue propulsora de la formación de la Coalición Internacional de Museos de Conciencia en Sitios Históricos. Estos nexos e intercambios recorrieron toda la región y, por ejemplo, permitieron al Parque por la Paz Villa Grimaldi forjar su Archivo Oral: “para ello recurrió a la experiencia desarrollada por Memoria Abierta de Argentina, quien desde el año 2001 venía registrando en formato audiovisual entrevistas de corte testimonial a víctimas de violaciones a los derechos humanos perpetradas por la última dictadura argentina”.47

Esta situación de apoyo es la base del trabajo local y regional, fundamentada en la recopilación de fuentes diversas (fotografías, informes, documentos oficiales, cartas personales e institucionales, periódicos, revistas, libros, diarios, carteles, volantes, grabaciones de audio y video), vertidas en multiplicidad de archivos tanto físicos como digitales a partir de un gran conjunto de sitios web. Un ejemplo es el del Centro de Documentación de los Movimientos Armados (CEDEMA) en el cual

[…] toda la documentación elaborada por grupos guerrilleros, movimientos armados y agrupaciones revolucionarias de la región será reunida, compilada, recopilada y encontrará un lugar destinado a componer un acervo histórico y ofrecerlo a investigadores, instituciones e interesados en el pasado, presente y futuro de esta modalidad de intervención política.48

El CEDEMA es una de las muchas muestras de acervos independientes, cuyo punto de partida reside en los propios actores de la segunda mitad del siglo XX, y de personas interesadas en ese tema.

En conjunto, estos esfuerzos dan forma a la construcción de una memoria alternativa en Latinoamérica, aunque no exenta de petrificarse, pues “cualquier política limitada a testimoniar, a hacer duelo por los muertos y honrar la supervivencia constituirá un horizonte limitado de acción, por más deseables y necesarias que sean esas actividades”.49 Esto genera retos para no perder sentido con el paso del tiempo y ante el arribo de nuevas generaciones, así como para no quedar fuera del entorno social, sino ser capaz de retraer su esencia insumisa en el presente, permanecer abierta e inserta en la sociedad.

Trabajos por la memoria

La llegada de la academia al rubro de la memoria se ha dado de manera gradual desde la década de 1980, con un avance sustantivo en la de 1990. En gran medida, estos avances derivaron de las dinámicas descritas en torno a la memoria, que fungieron como detonadores sociales para introducir y conformar en Latinoamérica el campo de análisis de la historia del presente, con el peculiar ejercicio multidisciplinario de esos estudios: “muchas de las mejores investigaciones e intervenciones han tomado la forma del ensayo crítico, o han decidido mirar el pasado desde los fragmentos”.50 Es decir, al igual que en el resto del mundo, el estudio del pasado reciente llegó primero desde el periodismo. También es cierto que hubo una esporádica producción de materiales durante las décadas de 1970 y 1980, pero con enfoques testimoniales, periodísticos o literarios. Tal es el caso mexicano, representado por La Noche de Tlatelolco y Fuerte es el silencio,51 de Elena Poniatowska, o ¿Por qué no dijiste todo?, de Salvador Castañeda. Un ejemplo de este singular periplo en la región lo ofrece Carlos Montemayor, quien durante buena parte de su vida fue un reconocido especialista de los movimientos armados y la guerra sucia en México de la década de 1970, y que primero opto por novelar lo concerniente a la entidad de Guerrero, mientras otro tipo de investigaciones tardaron años en ser realizadas:

De 1985 a 1991 realicé mis investigaciones de campo sobre la guerrilla de Lucio Cabañas y la guerra sucia en Guerrero para escribir Guerra en el Paraíso. Durante esos años ningún investigador intentaba aún penetrar sistemáticamente en la historia oral o en archivos hemerográficos vinculados con la guerra sucia en ese estado antes, durante y después de la guerrilla de Lucio Cabañas […] Por otra parte, en enero de 2002 se estableció la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP) […] Sus trabajos abarcaron distintas perspectivas de naturaleza jurídica, historiográfica y social. Las tareas de investigación concluyeron en un amplio informe titulado, en homenaje al que se preparó en Argentina sobre la guerra sucia, ¡Que no vuelva a suceder!52

Así, en México los trabajos más destacados de ese periodo son, entre otros: Rehacer la historia (análisis de los nuevos documentos históricos del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco), La guerrilla recurrente, y La violencia de Estado en México, de Carlos Montemayor, además de sus novelas; Parte de Guerra, de Carlos Monsiváis y Julio Scherer; La charola: una historia de los servicios de inteligencia en México y 1968: los archivos de la violencia, de Sergio Aguayo. En su ala periodística encontramos: México Armado 1943-1981, de Laura Castellanos; Nazar, la historia secreta, de Jorge Torres, o La otra guerra secreta, de Jacinto Rodríguez Munguía. Del ámbito literario con trabajo de archivo puede mencionarse Sueños guajiros, Diego Lucero y la guerrilla mexicana de los años 60 y 70, de Diego Lucero Estrada (hijo); de los producidos en espacios académicos, generalmente tesis convertidas en libros, están Del barrio a la guerrilla: Historia de la Liga Comunista 23 de Septiembre (Guadalajara, 1964-1973), de Rodolfo Gamiño Muñoz, y los de carácter independiente, como los del Taller Editorial La Casa del Mago, entre ellos La historia que no pudieron borrar, de Sergio René de Dios Corona.

Este periplo mexicano estuvo compartido con algunas similitudes en toda la región latina, aunque con más resultados en Sudamérica, especialmente en Argentina, por su saldo de atrocidades durante décadas y por sus respuestas-resistencias a esas condiciones, lo que con el tiempo la colocó al frente de los trabajos en torno a la memoria, hasta constituir el más avanzado dentro de los espacios académicos. Esta dinámica argentina no sólo convoca a encuentros, sino que también ha creado líneas de estudio y posgrados acerca de la memoria en sus institutos o universidades, o bien la edición de materiales especializados, libros o revistas. Tal es el caso de Aletheia, que sobresale por su nivel de recepción regional: “una revista electrónica semestral sobre problemáticas de historia y memoria colectiva en torno al pasado reciente argentino y de las sociedades latinoamericanas”.53

A partir de ello, se ha creado un horizonte académico con un sentido de pluralidad materializado en sus producciones: avocadas en un principio a la gran mayoría de las víctimas y lo sucedido en los centros urbanos más importantes, que perfilan también sus esfuerzos hacia otros actores, otras regiones y escalas; hacia el uso de otras fuentes y recursos, lo mismo que ahondan más en el ejercicio teórico conceptual, el cual les ha permitido hilvanar los esfuerzos de otras regiones, principalmente de Europa, en sendos procesos de retroalimentación. Un ejemplo de esos intercambios es la publicación, en 1989, del artículo “Memoria, olvido, silencio”, de Michael Pollak, en la Revista Estudos Históricos, con sus aportes a la memoria desde la historia oral, respecto a los recuerdos traumáticos y la forma cómo se producen las revisiones del pasado de acuerdo con circunstancias políticas.54

Esta característica de compartir experiencias e ideas ha sido una constante en la región y ha llevado a los académicos a aumentar su presencia y participación en diversos foros nacionales y regionales acerca de la construcción de esas memorias fracturadas; a ser parte activa de los procesos legales; a estar inmersos en la gestación de los espacios destinados a preservar la memoria de esos sucesos traumáticos; a publicar materiales; a trabajar cerca de los familiares y asociaciones que reivindican sus propias contramemorias, en el entendido de que analizar y procesar ese pasado es todavía una tarea inconclusa que “requiere trabajar, elaborar, incorporar memorias y recuerdos […] el desafío es superar las repeticiones, superar los olvidos y los abusos políticos, tomar distancia y al mismo tiempo promover el debate y la reflexión activa sobre ese pasado y su sentido para el presente/futuro”.55 Así, dentro y fuera de la academia los trabajos de la memoria en la región avanzan hacia la consecución de un perfil de integración, con un fuerte sentido crítico.

Conclusiones

Durante las últimas décadas, la senda de la memoria en Latinoamérica ha permanecido inexorablemente ligada a una dimensión política y, por tanto, envuelta en una disputa por la apropiación del pasado entre una memoria oficial, que busca reinterpretarlo de acuerdo con sus intereses, y una contramemoria originada en movimientos sociales y armados que fueron reprimidos en toda la región. Esta contramemoria con un fuerte sentido de la ética y la justicia se despliega en una relación temporal de presente-pasado-futuro, la cual ha dado origen a sólidas identidades de resistencia intergeneracionales, con un alto grado de contacto e intercambio a lo largo de tres décadas.

Estas identidades de lucha y resistencia se basan en aspiraciones y proyectos compartidos, pero truncados por la violencia de Estado ejecutada en su contra, lo que también derivó en un proceso de aguda crítica hacia la identidad nacional y sus valores, por ser argamasa y sostén de las condiciones de dominación, que, por ejemplo, permitieron la práctica de la desaparición sin importar fronteras. De igual manera, estas identidades abrevan sus componentes en memorias de pasados de fractura, cuya característica primordial es ser revisionista, y apunta hacia un horizonte que no cesa en sus planteamientos de reivindicación, resumidos en la frase “ni perdón, ni olvido”.

Sin embargo, toda contramemoria también está a merced de su posible inscripción y sus consecuentes peligros de institucionalización-conmemoración, pues, al materializarse en espacios físicos, corre el riesgo de perder su carácter reivindicador. Asimismo, la creación de los múltiples espacios de memoria -como museos, memoriales, monumentos, archivos- atraviesan por esa encrucijada de solidificarse o mantener su carácter contestatario. Además, aún es mucha la impunidad y las complicidades que ayudaron a tejer el pasado de fractura en toda el área, y que, con diferentes fuerzas y medios, apuestan por acrecentar el olvido, así como disipar cualquier amenaza a su estatus.

Esta situación es un reto, pues la incrustación de astillas no deja de propulsar el tiempo del ahora, lo cual puede afectar a esa visión del pasado contrapuesta a la oficial, depositada en los más diversos vehículos, ya sea en novelas, cuentos, obras de teatro, documentales, películas, o en forma de canciones, como aquella de León Gieco, La memoria, de sencillez compleja, que teje su diseño sobre un tiempo latinoamericano compartido de lucha-memoria-resistencia.

La memoria

(León Gieco, fragmento)

Los viejos amores que no están,

la ilusión de los que perdieron,

todas las promesas que se van,

y los que en cualquier guerra se cayeron.

Todo está guardado en la memoria,

sueño de la vida y de la historia.

Todo está guardado en la memoria,

sueño de la vida y de la historia.

El engaño y la complicidad

de los genocidas que están sueltos,

el indulto y el punto final

a las bestias de aquel infierno.

Todo está guardado en la memoria,

sueño de la vida y de la historia.

La memoria despierta para herir

a los pueblos dormidos

que no la dejan vivir

libre como el viento.

Los desaparecidos que se buscan

con el color de sus nacimientos,

el hambre y la abundancia que se juntan,

el mal trato con su mal recuerdo.

Todo está clavado en la memoria,

espina de la vida y de la historia.56

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3Véase Émile Durkheim, “Representaciones individuales y representaciones colectivas”, en Sociología y filosofía, Madrid, Miño y Dávila Editores, 2000.

4Maurice Halbwachs, La memoria colectiva, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004, p. 66.

5Massimo Mastrogregori, “La liberación del pasado”, en Contrahistorias, núm. 3, septiembre-febrero, 2004-2005, p. 38.

6Pierre Nora, “La aventura de Les lieux de mémoire”, en Ayer, vol. 4, núm. 32, 1998, p. 22.

7Raphael Samuel, Teatros de la memoria, Barcelona, Publicacions Universitat de València, 2008, p. 12.

8Tzvetan Todorov, Los abusos de la memoria, Barcelona, Paidós, 2000, p. 15.

9Pilar Calveiro, “Los usos políticos de la memoria”, en Gerardo Caetano (comp.), Sujetos sociales y nuevas formas de protesta en la historia reciente de América Latina, Buenos Aires, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2006, p. 377.

10Carlo Ginzburg, ”La prueba, la memoria y el olvido”, en Contrahistorias, núm. 14, marzo–agosto, 2010, p. 116.

11Tzvetan Todorov, Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo XX, Barcelona, Península, 2002, p. 363.

12Elizabeth Jelin, “Exclusión, memorias y luchas políticas”, en Daniel Mato (comp.), Estudios latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización, Buenos Aires, Consejo Lationamericano de Ciencias Sociales, 2001, p. 102.

13Carlos Antonio Aguirre Rojas, Mitos y olvidos en la historia oficial de México, México, Ediciones Quinto Sol, 2003, p. 17.

14Cfr. Enrique Florescano, “El viaje de Cristóbal Colón y sus interpretaciones”, en La Jornada, núm. 27, 17 de diciembre de 1989, pp.26-32 y Bolívar Echeverría Andrade, “América Latina: 200 años de fatalidad”, en Contrahistorias, núm. 15, septiembre-febrero, 2010-2011, pp. 79-85, por mencionar sólo dos ejemplos de esos amplios debates.

15Erasmo Sáenz Carrete, El exilio latinoamericano en Francia: 1964-1979, México, Universidad Autónoma Metropolitana/Potrerillos Editores, 1995, p. 59.

16Ranajit Guha, “Gramsci en la India. Homenaje a un maestro”, en Contrahistorias, núm. 17, septiembre-febrero, 2011-2012, pp. 109-117.

17Michel Foucault, Genealogía del racismo, La Plata, Altamira, 1996, p. 46.

18Immanuel Wallerstein, La crisis estructural del capitalismo, México, Centro de Estudios, Información y Documentación “Immanuel Wallerstein”/Contrahistorias, 2005, p. 234.

19José Luis Moreno Borbolla, “Los orígenes del Movimiento Armado Socialista en México”, en Re-Incidente, núm. 29, febrero, 2012, p. 1.

20Michel Foucault, El poder, una bestia magnífica. Sobre el poder, la prisión y la vida, México, Siglo XXI, 2013, p. 205.

21Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993, p. 277.

22Erasmo Sáenz Carrete, op. cit., 1995, p. 11.

23Michel Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo XXI, 2009, p. 60.

24Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, México, Siglo XXI, 1996, p. 467.

25Josefina Cuesta Bustillo, “Memoria e historia. Un estado de la cuestión”, en Ayer, vol. 4, núm. 32, 1998, p. 216.

26Julio Aróstegui, “Retos de la memoria y trabajos de la historia”, en Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, núm. 3, 2004, p. 46.

27Carlos Antonio Aguirre Rojas, “Historia, memoria y contramemoria”, en Ciencias, núm. 49, enero–marzo, 1998, p. 49.

28Paul Ricœur, La memoria, la historia, el olvido, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 578.

29Carlos Ríos Gordillo, “La memoria rebelde. Dimensiones de la contramemoria zapatista”, en Contrahistorias, núm. 24, marzo-agosto, 2015, p. 86.

30Clarisa E. Veiga, Guillermo Wulff y Luciana Guglielmo, La historia de Abuelas, 30 años de búsqueda, Buenos Aires, Abuelas de Plaza de Mayo, 2007, p. 19.

31">[http://www.abuelas.org.ar], consultado: 2 de junio de 2014.

32Estela Schindel, “Inscribir el pasado en el presente: memoria y espacio urbano”, en Política y Cultura, núm. 31, primavera, 2009, p. 66.

33[http://comiteeureka.org.mx], consultado: 2 de junio de 2014.

34[http://www.asfaddes.org], consultado: 2 de junio de 2014.

35Elizabeth Jelin, “Perspectivas y desarrollos convergentes: derechos humanos, memoria y género en las ciencias sociales latinoamericanas”, en Ernesto Bohoslavsky, Marina Franco, Mariana Iglesias y Daniel Lvovich (comps.), Problemas de historia reciente del Cono Sur, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2010, vol. 1, p. 73.

36[http://hijosguatemala.8m.com/home.htm], consultado: 2 de junio de 2014.

37Hugo Vezzetti, “La memoria justa: política e historia en la Argentina del presente”, en Ernesto Bohoslavsky, Marina Franco, Mariana Iglesias y Daniel Lvovich, op. cit., 2010, vol. 1, p. 92.

38Carlo Ginzburg, op. cit., 2010, p. 114.

39Elizabeth Jelin, op. cit., 2010, p. 74.

40Carlos Alberto Ríos Gordillo, “La memoria asediada. La disputa por el presente en la conmemoración del bicentenario”, en Secuencia, núm. 87, septiembre-diciembre, 2013, p. 198.

41Estela Schindel, op. cit., 2009, p. 85.

42Ana Longoni, “La intervención creativa para la movilización política”, en Humboldt, núm. 157, 2012, p. 63.

43[http://villagrimaldi.cl], consultado: 2 de junio de 2014.

44Ana Cristina Torrealba, “La memoria: una batalla constante”, en Ciudad y memorias, desarrollo de sitios de conciencia en el Chile actual, Santiago de Chile, Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi, 2011, p. 176.

45[http://villagrimaldi.cl], consultado: 2 de junio de 2014..

46Claudia Fernández H., Rodrigo Rivas E., Raúl Rodríguez F., Elisabet Prudant S., Enzo Videla B., Evelyn Hevia J., Manuel Escobar M., y Loreto López G. (coords.), Archivo y memoria. La experiencia del Archivo Oral de Villa Grimaldi, Santiago de Chile, Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi/Instituto de la Comunicación e Imagen-Universidad de Chile, 2012, p. 23.

47Ibid., p. 24.

48[http://www.cedema.org], consultado: 2 de junio de 2014.

49Dominick LaCapra, Historia y memoria después de Auschwitz, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008, p. 227.

50Roberto Pittaluga, “El pasado reciente argentino: interrogaciones en torno a dos problemáticas”, en Ernesto Bohoslavsky, Marina Franco, Mariana Iglesias y Daniel Lvovich, op. cit., 2011, vol. 1, p. 33.

51Elena Poniatowska, Fuerte es el silencio, México, Era, 1980.

52Carlos Montemayor, La violencia de Estado en México. Antes y después de 1968, México, Random House Mondadori, 2010, p. 237.

53[http://www.aletheia.fahce.unlp.edu.ar/front_page], consultado: 2 de junio de 2014.

54Michael Pollak, Memoria, olvido, silencio. La producción social de identidades frente a situaciones límite, Buenos Aires, Ediciones Al Margen, 2006, publicado originalmente en Revista Estudos Históricos, vol. 2, núm. 3, 1989, pp. 3-15.

55Elizabeth Jelin, Los trabajos de la memoria, Madrid, Siglo XXI, 2002, p. 15.

56Leon Gieco, “La memoria”, en Bandidos rurales, California, EMI, 2001.

Recibido: 05 de Junio de 2014; Aprobado: 20 de Abril de 2015

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