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Signos históricos

versión impresa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.17 no.33 México ene./jun. 2015

 

Reseñas

Margarita del Carmen Zárate Vidal, Resistencias en movimiento de dignidad, deseo y emociones, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa/Juan Pablos, 2012, 176 p.

Fernanda Núñez Becerra* 

*Instituto Nacional de Antropología e Historia-Xalapa fnunezbecerra@gmail.com

Zárate Vidal, Margarita del Carmen. Resistencias en movimiento de dignidad, deseo y emociones. México: Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, Juan Pablos, 2012. 176p.


En estos tiempos que corren, los investigadores estamos tan sumergidos en nuestros temas y problemas puntuales que dejamos de lado lecturas que después nunca llegamos a realizar, debido a la presión del trabajo académico inminente. Sin embargo, la lectura de este libro me permitió reflexionar y profundizar en mi propio campo de interés: el de la historia de las mujeres en México. En efecto, uno de los hilos conductores que lo atraviesan es la importancia y visibilidad que las mujeres han obtenido al ser partícipes activas, si no es que fundamentales, en muchos de los movimientos sociales contemporáneos, mostrando asimismo la influencia decisiva de su participación; no sólo en sus vidas particulares, sino también para alcanzar sus metas propuestas.

Esta obra explica de manera muy didáctica el origen y la composición de este novedoso fenómeno social y la manera en que las emociones y los sentimientos inciden en él. La autora se apoya en una bibliografía antropológica y sociológica muy actuales para ejemplificar movimientos de otros países, así como en su propia etnografía realizada durante largos años entre los campesinos organizados de Michoacán.

La idea de movimiento social nace justamente con la irrupción de lo social en la esfera pública a finales del siglo XVIII. Cuando las solidaridades y lazos de tipo antiguo rompen el sólido tejido social y las nuevas relaciones de producción, así como la emergencia del mercado, propician la aparición de un nuevo sujeto político: el homo economicus. Un hombre que se define por su posición en el mercado, ya como dueño de medios de producción, ya como proletario. Ese hombre -que a partir de entonces es un hombre libre- puede enfrentarse solo al mundo y ser explotado o explotador. Por eso, en la modernidad, los movimientos sociales revelan fundamentalmente la esencia política de lo social.

A partir de entonces, los movimientos sociales se refieren a todas las intervenciones públicas y colectivas, huelgas, motines, manifestaciones y revueltas, cuyo fin es transformar las condiciones laborales y de vida impuestas a sus actores, protestando contra las jerarquías o las relaciones sociales desiguales y generando sólidas identidades colectivas (sobre todo de clase) en el siglo XIX y principios del XX.

Desde la segunda mitad del siglo XX, explica Margarita Zárate a lo largo de su libro, los llamados nuevos movimientos sociales hacen referencia a formas inéditas de acción política que rompieron o se distanciaron de la militancia en sus formas más tradicionales. Al contrario de aquellos movimientos socialistas, comunistas o leninistas, estos novedosos movimientos surgidos de la sociedad civil no pretenden tomar el poder del Estado ni ser las guías del proletariado, sino que exploran diversas formas de protestar contra las injusticias, humillaciones o abusos inmediatos, contra ciertos efectos particularmente perversos y nocivos que la mundialización introduce de manera repentina y sorpresiva en la vida de los sujetos. Estos movimientos sociales pueden, por otra parte, sacar provecho de la globalización y pedir el sostén de la opinión pública -hoy también mundializada-. Apoyándose en los medios masivos de comunicación tradicionales como la prensa, la televisión o la radio, así como en Internet, los cuales se han convertido actualmente en fuentes centrales del cambio social. Luchan por el mejoramiento del medio ambiente, por la educación gratuita, así como la defensa de los más débiles y de los diferentes.

Lo notable es que están constituidos por hombres y mujeres llegados de diversos horizontes sociales y políticos, no son homogéneos en su composición. En un mismo movimiento de protesta se puede encontrar a gente de la “izquierda política tradicional”, que siempre luchó por más justicia social; pero también drenar a individuos o sectores católicos e incluso conservadores, que juzgan los objetivos del movimiento en el plano de lo moral y de acuerdo con sus convicciones religiosas. Así los movimientos que tienen como objetivos la educación, la vacunación, la defensa de la dignidad y libertad de las personas, el hambre en los países más pobres o afectados por catástrofes naturales, logran conjuntar el interés y apoyo de amplios sectores de la población de los “países ricos”.

Algunos movimientos han logrado agencia para sus participantes y convertir a las víctimas en actores, permitiendo que los activistas forjen nuevas identidades a partir de sus luchas. Muchos de ellos se sienten herederos del espíritu del 68, el cual hizo evidente que lo privado era político; y con fuertes dosis de utopía, apoyan el desarrollo de una economía moral basada en la reciprocidad interclasista, porque la clase no es la única variante de la explotación, están, y no podemos olvidarlo, el racismo, el sexismo y la homofobia. Estos movimientos defienden espacios para crear nuevas identidades y solidaridades tejiendo relaciones mucho más igualitarias.

Margarita Zárate no es ingenua, afirma, por otro lado, que algunos de estos movimientos pueden replicar lo que sucede en la sociedad patriarcal y misógina, que es la nuestra, y por ello, le parece fundamental insistir, por ejemplo, en analizar siempre la manera en cómo incide el género en la participación política diferenciada en cada movimiento. Para entender también cómo otros movimientos cancelan sus posibilidades de negociación y adoptan el fracaso como estrategia o se inmolan en luchas a veces espectaculares, pero autodestructivas. Me interesó particularmente su reivindicación del enojo y la esperanza, ambos sentimientos que aparecen en los relatos de historia sólo como prerrogativa de los poderosos, hoy son ingredientes principales que animan muchos de esos movimientos.

Interesantes también porque estos movimientos que aspiran a un cambio del orden social, a una vida colectiva realmente más libre y placentera, son, en general, laicos y de izquierda o progresistas; aunque desgraciadamente no todos lo sean. Pero ya que la emotividad está en la base de su estructuración y entrada en acción; surgen así esos increíbles y pujantes movimientos de derecha llamados pro-vida, que, con aliados más callados, han revertido lo que otros movimientos habían logrado con mucho trabajo, como el derecho a la contracepción y al aborto, llegando al colmo de matar incluso a médicos que practican abortos, en aras de defender la vida no nacida, ni menos aún, la deseada.

Ni hablar del aumento de los movimientos fascistas en Europa o de las milicias nacionalistas en Rusia o Grecia, que se divierten cazando inmigrantes… Pero no voy a escribir sobre ellos para no hacer propaganda de lo que debía desaparecer de la faz de la tierra. Aunque me parece que no debemos olvidar que esas reacciones xenófobas siguen existiendo en países aparentemente más cultos y democráticos como Francia e Inglaterra. Esos movimientos violentos deben ser analizados cuidadosamente, porque al contrario de lo que afirman algunos pensadores, no son simples accidentes de la historia o una locura pasajera.

De la multitud de causas defendidas por los movimientos sociales que Margarita Zárate analiza en su libro, quisiera referirme de manera general a algunas causas feministas que conozco un poco mejor. En efecto, las feministas se organizaron para alcanzar lo que en cada época histórica parecía un objetivo imposible, aunque el machismo y la misoginia las atacó, persiguió, ridiculizó y convirtió en movimientos disolventes y a sus militantes en peligrosas -si no es que en locas furiosas-. Hoy esos movimientos, amplios o con objetivos más limitados, abarcan muchas más causas, la búsqueda de la inclusión y aceptación general “de todas las diferencias” ha hecho que gays, lesbianas, trasvestis y transgénero compongan el rico paisaje de esos nóveles movimientos.

Las luchas contemporáneas llevadas a cabo por movimientos de feministas hindúes, por ejemplo, para que cese el derecho a la violación colectiva de mujeres, que la tradición les ha reconocido prácticamente a los varones en fiesta, son de esos movimientos que pretenden lograr un cambio de mentalidad en los aparatos de policía y de justicia, que sólo se podrán alcanzar con una movilización general de la opinión y profundos cambios sociales.

Se sabe que desde siempre los cuerpos de las mujeres han sido foco de atención de las políticas públicas. El control sobre su papel reproductivo ha sido el pretexto, en innumerables sociedades, para impedirles el acceso a la esfera de lo público; pero también, ahí han estado siempre ellas organizándose, resistiendo, para exigir y conseguir su inclusión como personas sociales completas.

Si el sufragio femenino fue para las mujeres modernas una de sus luchas prioritarias, rápidamente las demandas fueron creciendo y extendiéndose como aceite en el agua. A finales del XIX, por ejemplo, una feminista victoriana logró aglutinar un movimiento grandísimo para exigir el fin del famoso sistema francés, es decir, el de la tolerancia oficial de la prostitución. Josephine Butler, por otro lado, comenzó luchando por mejorar la educación femenina, pero pronto se preocupó por las terribles condiciones de vida de las prostitutas inglesas, a las que describió como “víctimas explotadas por la opresión masculina”. Atacando fuertemente la doble moral existente, que se abrogaba el derecho de examinar y retener a cualquier mujer sospechosa de ser portadora de alguna enfermedad venérea, mientras que nadie molestaba a sus clientes. Lideró la Federación Internacional Abolicionista, la cual, junto a otras organizaciones feministas europeas, lucharon contra la legalización de la prostitución y, más importante aun, contra el tráfico de personas, que entonces se llamaba Trata de Blancas, así como contra la explotación sexual de los niños, que desgraciadamente sigue siendo una calamidad a nivel mundial.

También podemos ver en este libro que las mujeres en todas partes del mundo han debido salir a la calle a pelear, por algo que, y parece increíble, que aún a principios del siglo XXI no les sea reconocido: el derecho inalienable de ser dueñas de sus propios cuerpos. Las luchas por la despenalización del aborto, de las que Marta Lamas es pionera indiscutible en este país, han sido muchísimas y muy duras. Y gracias a ellas hemos conseguido este islote de libertad que es la Ciudad de México, aunque todos sepamos sobre el retroceso que fueron marcando las legislaciones estatales.

No obstante, para seguir con el libro y con el cuerpo de las mujeres como territorio de disputas, en un bonito apartado, Zárate trató de asemejar la importancia que adquiere el cabello femenino, no sólo en la mentalidad de los varones mexicanos de la década de 1920, cuando las chicas modernas decidieron cortárselo a la garçone; sino recientemente, en la de africanos furiosos, porque las mujeres de Tanzania se lo alaciaban. Con todos los matices que cada caso amerita y que no pretendo amalgamar, en ambos países, las mujeres que deciden hacerse algo en su pelo, siguiendo los cánones de la moda, agreden los valores tradicionales de los machos, quienes ven cuestionada no sólo su hombría, sino la potencia viril de sus naciones. De risa, si no fueran a veces dramáticas las consecuencias que esas actitudes misóginas pueden tener en las mujeres.

No puedo extenderme para hablar de las batallas, más bien, de las guerras tan peligrosas que las feministas de los países musulmanes están llevando a cabo, arriesgando sus vidas: simplemente por formar movimientos o para lograr ir a la escuela, casarse con quien quieren, trabajar, o incluso por manejar un coche. La lista de agravios, prohibiciones y crímenes es larguísima y nos permite, a pesar de lo negro del horizonte, comparar con lo que hemos logrado de este lado del mundo. Pero estar conscientes de estos logros no son para sentirse particularmente orgullosas o creernos superiores, sino para continuar muy atentas y en alerta frente a las fuerzas retrógradas que siguen existiendo en cada país. Una libertad que no se defiende, es una libertad amenazada.

Por eso y para concluir, saludo con alegría las reivindicaciones que las jóvenes feministas del movimiento FEMEN llevan a cabo en tantos lugares del mundo en donde se cometen crímenes machistas, con el torso desnudo y pintarrajeado como un lienzo vociferando: “nuestro cuerpo es nuestro y lo usamos como queremos.”

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