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Signos históricos

versión impresa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.16 no.32 México jul./dic. 2014

 

Reseñas

 

Carlos Illades, La inteligencia rebelde. La izquierda en el debate público en México, 1968-1989

 

Jorge Velázquez Delgado*

 

México, Océano, 2012, 250 p.

 

* Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. ficinos08@gmail.com.

 

El grave problema de la izquierda latinoamericana en general, pero en particular de la mexicana, radica en la incapacidad que ha mostrado por reconocer y reconocerse en sus propios límites expresados a través de su larga y compleja trayectoria histórica, en la que cabe todo: mitos, leyendas e infinidad de anécdotas, desde las más agudas narraciones en las que se tienen múltiples crónicas de sus hazañas y derrotas, hasta los análisis más serios y conspicuos.

En ese sentido, La inteligencia rebelde... resulta un interesante trabajo de reconstrucción que adopta por eje temático el importante debate de la izquierda mexicana durante los años previos a lo que es, sin duda alguna, su más grave y sentida derrota: la caída del comunismo. De esta manera se puede hacer un preciso corte histórico a través del cual se narra la reflexión de la experiencia vital de las generaciones que vivieron en aquellas décadas; mismas que, para quienes crecimos y maduramos asimilando dicha experiencia, quedaron en nuestra memoria como los años maravillosos del corto siglo xx; pero también, indudablemente, como los años duros. Esto por la capacidad represiva del régimen político mexicano, en su innegable participación y colaboración en la guerra sucia, como lo que ésta fue y significó para miles de activistas y militantes políticos de la izquierda latinoamericana: prácticamente la cancelación de la democracia y de todo eventual proceso democrático en nuestra América. Estos años de sangre y plomo definen las heridas profundas que han llevado sobre sus espaldas esas generaciones que nunca mostraron apatía por la reflexión, la imaginación y el debate crítico, pues, de alguna manera, lo que estaba en el centro de la discusión era el modo de asumir la violencia como parte innegable de los diversos imaginarios políticos que sellaron la suerte y destino de dichas generaciones.

Es muy cierto que la izquierda se instituye en la realidad mexicana como parte del profundo anhelo de justicia, libertad, igualdad y democracia. Se habla aquí de una particular continuidad histórica que, respondiendo a sus oscilaciones —las cuales no son más que las de la propia historia en su compleja imbricación, esto es, respondiendo a factores endógenos y exógenos— se liga estrechamente con el humanismo de la Colonia, con las tesis liberales de la Independencia, pero sobre todo con el liberalismo decimonónico, que encuentra en Benito Juárez su más significativa y trascendente figura histórica. Sin embargo, con el anarquismo de los hermanos Flores Magón y con la Revolución mexicana (1910-1917), se producen las expresiones más radicales de la tradición libertaria e igualitaria mexicana. Por tanto, no es casual que lo que debatió la izquierda intelectual del periodo 1968-1989, haya sido la Revolución mexicana, en sus orígenes, principios, efectos, alcances, así como sus límites históricos e ideológico-políticos. Existía, pues, una agenda doméstica para establecer una discusión de largo alcance y fuertes repercusiones sociales.

Es esto lo que Carlos Illades quiere mostrar al analizar el debate de lo que —en esa amplia coyuntura histórica— la llamada inteligencia rebelde asumió como el norte de la reflexión y acción política de aquellos años. Por otro lado, deja pendiente el compromiso de analizar la izquierda actual y sugiere que para tal proposito es esencial tomar como punto de referencia 1989.

En primer lugar es necesario entender que indudablemente la izquierda ha sido y es parte de la razón pública. Su presencia es, por lo mismo, más que testimonial. Por esa razón, es evidente que trasciende dicho límite una vez que los más graves problemas nacionales son analizados con un fuerte y responsable sentido crítico. En este sentido, se podría sostener que la izquierda funda y desarrolla un pensamiento que no tiene sosiego. Este simple y fundamental hecho permite su reconstrucción histórica, de acuerdo con la necesaria y urgente cuestión de estudiar sus propias inquietudes y experiencias, sin que por ello deje de ser parte de una fuerza social que establece propuestas y alternativas a los graves y profundos problemas de la sociedad. Dichos problemas, independientemente de ser ignorados por el impenetrable régimen político mexicano, responden a la vez a los grandes cambios históricos que modelan y templan el clima histórico, el cual, al parecer, implica cambiar de ropajes, abandonando con ello principios y valores que forjan la añeja tradición cultural y política de dicha fuerza histórica.

No hacer esto motiva a pensar que la izquierda es también un duro y sólido bloque monolítico incapaz de renovarse y ajustar teoría y práctica a los nuevos tiempos. Sin embargo, lo que en última instancia la distingue de otras fuerzas políticas es que no todos están dispuestos a renunciar completamente a lo que supone asumir el compromiso histórico por promover un cambio fundamental y, de ser posible, radical para nuestra sociedad. Por ello, una cosa es verse obligada a reformular constantemente sus tácticas de lucha, y otra muy diferente renunciar a la concepción sobre la urgente necesidad de cambiar o modificar sustancialmente el régimen político mexicano, con el fin de establecer los cimientos de la futura cultura política sustentada en la tesis socialista.

Es importante señalar que toda esa izquierda a través de sus múltiples ramificaciones, pero sobre todo como parte indiscutible de la mentalidad moderna, continúa siendo el punto de referencia axial, el cual, por medio de la conciencia que se adquiere en la historia reciente de la lucha de clases (en el ámbito global, nacional o regional), constituye la subjetividad de una impresionante cantidad de activistas, militantes, simpatizantes e intelectuales, quienes se identifican y asumen como parte de ella. Algunos de ellos son simples pasajeros temporales, mientras que otros abren más su biografía personal y conservan dicha identidad por un tiempo más prolongado. Tal vez, los menos son los que luchan toda la vida: los llamados imprescindibles. Desde este punto de vista, es posible detectar que gran parte de quienes formaron la inteligencia rebelde nominalmente pertenecen a tal estirpe, otros simplemente fueron devorados por el sistema.

Ahora bien, de acuerdo con el corte histórico establecido por Illades, las dos décadas comprendidas por la inteligencia rebelde fueron años de agitada lucha política, tanto teórica como práctica, en la cual lo urgente era redefinir las grandes coordenadas de la subjetividad en referencia a los grandes cambios y convulsiones de la historia. No se trataba, como se ha mencionado, de simples cambios de ropajes o de abandonar todo en un polémico voluntarismo racionalista, adecuándose todo a las volubles y despóticas circunstancias, al capricho imprescindible de la astuta Historia. A fin de cuentas, la cuestión en aquellos años, como en estos tiempos, no era ni es aparentar ser de izquierda, pues en esos años todos o casi todos presumían serlo. La cuestión sigue siendo cómo mantenerse frente al naufragio, sin asumir acríticamente la penuria de la derrota. O, peor aún, ser arrastrado por los estridentes cantos de sirena que ofrece el atractivo de convertirse o ser convertido en un nuevo tipo de intelectual orgánico, que ofrece pluma y cabeza al detestable y, al parecer, eterno régimen político mexicano. 

Para explicar la izquierda mexicana es necesario remontarse a sus orígenes —tarea imposible de realizar dada su larga y extensa historia, de aquí la importancia de señalar los límites de lo que se quiere narrar desde una válida reconstrucción historiográfica—. De este modo y sólo como referencia para dar sentido al debate analizado, Carlos Illades advierte la importancia de marcar el papel central que desempeñó la historiografía liberal en la cultura política mexicana en su doble despliegue histórico real; es decir, como fuerza política y social de corte liberal, y como fuerza política y social conservadora. Dichas fuerzas, unificadas o separadas, han establecido y establecen las coordenadas de lo que piensan debe ser el modo de desarrollo de la sociedad mexicana en su inevitable incrustación con el proceso mundial de acumulación capitalista. Frente a dichas fuerzas, la identidad de la izquierda se templa a través de las diversas expresiones de su praxis política, con el propósito de incidir, de este modo, en contener o dar otro sentido a los modelos de desarrollo económico que se implementan en la sociedad mexicana. Así, la historia de la izquierda mexicana es la de una cuestionable paradoja, pues al ser un interlocutor privilegiado, en la que el pensamiento siempre está en movimiento, su suerte no pasa de ser el desdén y el ninguneo por parte del poder político en este deleznable régimen.

Para lograr su objetivo, Illades hace depender su análisis del corte histórico ya referido, con el agregado de señalar que la comprensión del debate se reduce, en este caso, exclusivamente a tratar a las tres revistas de izquierda más simbólicas y representativas de aquellos tormentosos, pero —paradójicamente— alegres años. Dichas revistas fueron: Historia y Sociedad, Coyoacán y Cuadernos Políticos. En ellas se podrá encontrar al amplio elenco que constituyó ese sector de intelectuales de aquella ya vieja izquierda mexicana, pero, sobre todo, cómo fueron analizados y debatidos los grandes problemas y temáticas de dichos años. Recordemos que, de alguna manera, esa izquierda, ese sector de la intelectualidad mexicana, representa los años previos a la derrota. Independientemente de lo que hoy se piense de la misma o de los caminos que cada uno de esos intelectuales adoptó, lo relevante y significativo es que fueron, quiérase o no, los representantes ideológicos de un emblemático e imprescindible colectivo político y social.

Por decirlo de la manera más sintética posible, lo relevante de este grupo es el esfuerzo mostrado para comprender la realidad mexicana en su imprescindible e inevitable dinamismo. Recordemos que fueron años de intensos cambios históricos en los cuales, como reza la metáfora, todo terminaba por ser volatizado en el aire, pero a una velocidad de relámpago. Nunca se tuvo sosiego y el pensamiento debió correr al ritmo de los acontecimientos, modificando sustancialmente la teoría. Por ello, fueron años de intensa y provocativa creación que debería compartir el momento histórico con las más diversas e imaginativas expresiones de lucha y resistencia política. Sin embargo, lo más representativo del pensamiento que expuso esa intelectualidad fue, de acuerdo con Illades, intentar poner freno a los excesos del régimen político mexicano, queriendo con ello realizar lo imposible: cambiar y poner límites al autoritarismo priísta. Esto se pretendía lograr a través del desarrollo de una muy vieja y conocida fórmula: democratizar a la sociedad mexicana como a la propia izquierda y que esta última abandonara, a su vez, los excesos manifestados a través de sus identificadas prácticas estalinistas.

Cabe recordar que en aquellos años cobró particular significado la guerrilla que competía con los resabios históricos del viejo romanticismo socialista, montado aún en clave decimonónica. En todo caso, lo verdaderamente importante que queda como lección, incluso para estos tiempos, es dejar de hacer política a la mexicana. Práctica que, en su hibridación con la experiencia del estalinismo, corre el riesgo de potencializarse de manera exponencial; pues para este mundo no hay nada peor que un burócrata o político elevado al cuadrado. Para los jóvenes de aquellos tiempos como para los de ahora, las vías de participación política eran sumamente reducidas y quedaban limitadas a prácticas poco atractivas, al menos desde cierto punto de vista ideológico y político que enfatiza la urgencia de un cambio profundo de la ética política. Escapar de la "perversa política a la mexicana" es excluirse o reconocerse en la impunidad, el clientelismo, la corrupción y un largo etcétera. De algún modo lo que expone este debate es la relevancia que adquiere en esas luchas la cuestión moral de quienes forman ese colectivo político social. Pero también se trataba de abandonar el refugio de las universidades o ser parte de la amplia fila de quienes sólo vieron como profetas de los nuevos tiempos a Octavio Paz y a José Revueltas.

Insisto, las alternativas eran más que limitadas, generando vacíos imposibles de llenar, los cuales al final generaban ciertas condiciones para un mejor despliegue del nihilismo. Éste era asumido a partir de diversas prácticas políticas, las cuales iban desde la más cuestionable indiferencia, el inmovilismo, el anarquismo hasta la comprometida militancia y activismo político por medio de la construcción de nuevas prácticas organizativas, incluyendo las de orientación militar. No olvidemos lo que sostiene Illades: en aquellos años todo era posible, incluso la revolución.

Así, el autor habla del paisaje político mexicano previo a la derrota, de aquellos años alegres, dramáticos e insospechadamente trágicos, como quedó demostrado en México en el 68, con el "halconazo", Vietnam y con el golpe de Estado en Chile. Lo que el historiador nos quiere advertir es que debe tomarse en serio esta dura pero invaluable lección de la historia, pensando a la vez el significado y sentido de la derrota, en el entendido de que la Historia no ha llegado a su fin. Y que la noche neoliberal debe ser asumida como un duro paréntesis histórico, el cual, una vez anunciado su declive, va dejando una profunda estela de crisis y corrupción, permitiendo la entrada de nueva cuenta en el debate a la urgente cuestión del cambio social bajo una nueva perspectiva y horizonte histórico. Esto último permite reconocer el imprescindible valor de esta rica experiencia intelectual, medible conforme a los retos que hoy nos impone la historia.

Por otra parte, Illades observa agudamente que la izquierda padece una especie de proverbial desconfianza hacia quienes se asumen como sus intelectuales. Sin embargo, la relación entre sus formas discursivas abiertas por estos intelectuales y su compromiso militante es lo que finalmente define el camino seguido bajo el amplio abanico de posibilidades que ofrece la realidad. Es desde la dimensión que adquiere esta compleja relación donde mejor se aprecian y valoran las disidencias discursivas en las cuales cada quien trata de resolver una cuestión central: cómo ser marxista después de 1968 y mantenerse como tal luego de la derrota; cómo ser marxista evitando caer en los intricados y seductores laberintos del poder, así como en las trampas del desencanto posmoderno. Illades lo define como un modo de comprensión que ha sellado la mentalidad de las últimas generaciones de historiadores, lo cual no obliga a pensar que son producto de las generaciones que le interesa analizar. Así, lo que la historia se llevó no fue solamente los problemas que motivaron dicha reflexión, que, como se señala, no se alejaba de la cuestión mundial y ponía particular acento en comprender la situación en el país. Lo que se llevó fue, al parecer, la enjundia de una clase intelectual que se negó a aceptar "que el mercado de la obediencia paga mejor".

Es cierto, todavía hay mucho por decir sobre aquellos años de activismo y militancia, sobre todo de los miles y miles de simpatizantes, activistas y militantes de a pie, no sólo de quienes han sido señalados como sus principales representantes intelectuales. No obstante, en esta historia existe una clara conclusión, que consiste en señalar que la derrota fue de una dimensión mayor; es decir, fue parte de la derrota histórica del trabajo. Sobre esta aguda observación se deben tejer los próximos análisis acerca de lo realmente ocurrido en torno a la izquierda y sus intelectuales. Sería una reconstrucción de gran interés que podría mostrar que, en efecto, nadie estaba preparado para medir la "magnitud del meteoro neoliberal".

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