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Signos históricos

versión impresa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.16 no.31 México ene./jun. 2014

 

Reseñas

 

José Alfredo Gómez Estrada, Lealtades divididas. Camarillas y poder en México, 1913-1932

 

Diana Lizbeth Méndez Medina*

 

México, Instituto Mora/Universidad Autónoma de Baja California, 2012, 279 p.

 

Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Autónoma de Baja California * dlmm78@hotmail.com

 

Los estudios históricos sobre la política durante la etapa posrevolucionaria en México (1920-1934) han avanzado lentamente. Entre la década de 1980 y la primera década del presente siglo se han publicado estudios biográficos sobre Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, —las figuras políticas dominantes del periodo— asimismo han visto la luz análisis sobre las condiciones políticas posteriores al asesinato de Obregón y el encumbramiento del "Jefe Máximo", así como estudios particulares sobre otras figuras militares del periodo —Joaquín Amaro, Francisco R. Serrano y Aarón Sáenz—, como una vía de acercamiento a otros procesos, por ejemplo, la institucionalización del ejército.

Los trabajos referidos no han logrado minar las afirmaciones que dominan la historiografía; una de ellas es sostener la existencia del grupo político de los sonorenses. Hasta ahora no se ha precisado quiénes lo integraban, por qué razones se mantuvieron juntos durante décadas o qué factores motivaron los desacuerdos al interior del grupo, los cuales se convirtieron en levantamientos armados y pusieron en riesgo al frágil Estado mexicano en diferentes momentos durante la década de 1920.

José Alfredo Gómez Estrada señala oportunamente en la introducción de su libro Lealtades divididas. Camarillas y poder en México, 1913-1932, la ausencia de un examen sobre el grupo de militares que asumieron el control de la presidencia a partir de 1920:

[...] el grupo en cuestión no ha tomado forma, mucho menos como un conglomerado de camarillas articuladas. Aún no se ha precisado la urdimbre de las relaciones institucionales y personales que lo configuraron y transformaron con el paso del tiempo. (p. 15)

Guiado por el interés inicial de reconstruir la trayectoria empresarial de Abelardo L. Rodríguez, cuyo enriquecimiento examinó en el libro Gobierno y casinos: el origen de la riqueza de Abelardo L. Rodríguez, publicado en 2002 y reeditado en 2007, Gómez Estrada se adentra en el estudio del grupo de los sonorenses y sigue las relaciones establecidas por Rodríguez con miembros de dicho grupo. En Lealtades divididas... reconstruye sus vínculos con Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, los conocidos líderes del grupo de los sonorenses; de igual manera, identifica y sigue las relaciones de Abelardo Rodríguez con José María Tapia, Juan R. Platt y Francisco Javier Gaxiola Zendejas, miembros del mismo grupo, pero ausentes en la historiografía.

A diferencia de otros estudios históricos en los que se han descrito estos vínculos, Gómez Estrada explica la relevancia de las relaciones entre los miembros del grupo a partir del uso del término camarilla, retomado de la teoría de las élites. Las camarillas son unidades básicas que en conjunto integran una élite; son grupos pequeños unidos por relaciones densas, en los cuales hay un líder que desempeña el papel de mentor y atrae a los otros. La relación del líder de la camarilla con el resto de los integrantes es semejante a una relación clientelar (p. 11).

Dicho concepto le permite a Gómez Estrada situar a Abelardo L. Rodríguez como parte del grupo de los sonorenses, con fuertes relaciones con Obregón y Calles, al igual que con Platt, Tapia y Gaxiola Zendejas; los discípulos de Rodríguez también lo fueron de Obregón y Calles. El autor afirma que estos individuos integran una camarilla y lo demuestra a lo largo de los cinco capítulos de su libro.

El paisanaje y la amistad fueron los nexos iniciales entre los miembros de la camarilla, pero el intercambio de favores y recompensas entre líder y discípulos los transformó en fuertes lazos de lealtad. Gómez Estrada muestra empíricamente las recompensas que los discípulos recibían de su mentor y cómo actuaban en momentos críticos para el líder, en la vida privada y en el ámbito público. En este sentido, es ilustrativa la respuesta inmediata de Rodríguez a la solicitud de Plutarco Elías Calles para enfrentar la rebelión de Adolfo de la Huerta; de acuerdo con Gómez Estrada, Abelardo L. Rodríguez, jefe de operaciones militares y gobernador del Distrito Norte de Baja California, puso 100 000 pesos a su disposición. Con el objetivo de obtener más recursos para combatir a de la Huerta; Obregón aceptó la petición de Rodríguez de mantener abiertos los casinos del Distrito Norte. La colaboración de Rodríguez contra esta rebelión le trajo como recompensa la libertad, otorgada por Obregón, para aprovechar las ganancias del auge del juego en ese distrito y acumular capital (p. 95).

La utilización del concepto camarilla por parte del autor brinda un enfoque analítico novedoso sobre las relaciones y actividades de los sonorenses como grupo. En general, sus actos públicos han sido juzgados como corruptos, sin embargo, no habían sido documentados ni examinados de manera sistemática. El análisis realizado por Gómez Estrada en Lealtades divididas... permite entender las razones personales e institucionales de tales acciones. El autor afirma:

Los miembros de la camarilla objeto de estudio tuvieron orígenes culturales, de clase y territoriales similares y sostuvieron relaciones de amistad y de parentesco ritual, actuaron de manera concertada en la consecución de propósitos institucionales y personales afines: ascenso en sus carreras militares y políticas, conservación de cargos en dependencias estatales, enriquecimiento individual y creación de empresas, pero también en la reconstrucción y el fortalecimiento del Estado pues no fueron sólo hombres de negocios guiados por el lucro y el beneficio personal, también tuvieron ideales e impulsaron proyectos sociales, económicos y culturales. (p. 17)

Considero pertinente subrayar la última parte de esta afirmación. La consecución de objetivos personales estaba estrechamente unida a la urgencia de edificar y mantener una estructura institucional para el país.

En mi opinión, es muy importante no perder de vista el contexto en que actuaron estos individuos, con saldos sociales y materiales pendientes de la lucha revolucionaria, para entender los retos que enfrentaron como élite de Estado —revueltas armadas, déficit presupuestal, exigencias de diferentes grupos sociales, analfabetismo, atraso agrícola, falta de capital para inversiones, entre otros— y que tuvieron que resolver con estrategias rápidas y eficaces. Dichas exigencias conformaron el escenario en el que actuó la camarilla. El autor delinea de manera adecuada este contexto, sin abrumar al lector con descripciones innecesarias, sino anotando la información que abreva al conocimiento sobre las circunstancias en que se mueve la camarilla y que permite entender su proceder. De igual manera, documenta decisiones por parte del líder de la camarilla con el evidente propósito de formar un patrimonio personal y/o beneficiar a particulares, pero también con la intención de favorecer a diferentes grupos sociales.

Ante el proceder de los líderes de la camarilla como gobernantes promotores de iniciativas productivas y, al mismo tiempo, ávidos de ascender económicamente, Gómez Estrada deja abierta la pregunta sobre cuáles son los límites entre los intereses del gobernante y del empresario; cuestionamiento sugerente para reflexionar sobre el ambiente político posrevolucionario y contemporáneo.

Por otro lado, el seguimiento de la camarilla realizado por Gómez Estrada aporta nueva información sobre la carrera militar, el desempeño como funcionarios públicos y rasgos de la vida privada de Abelardo L. Rodríguez y Pascual Ortiz Rubio, ambos relegados en la historiografía. A lo largo del libro observamos el ascenso militar, político y empresarial de Rodríguez, derivado de las recompensas otorgadas por Obregón y el "Jefe Máximo", hacia quienes mantuvo una lealtad inquebrantable, les proveyó dinero y los respaldó en momentos de crisis.

Por otra parte, es interesante la presentación del denostado Pascual Ortiz Rubio como líder de una camarilla que hizo tambalear a la de Calles y Rodríguez en búsqueda del control de los garitos y las casas de cita en el Distrito Norte de Baja California. El análisis de las camarillas de la élite de Estado y sus conflictos traza una nueva vía de estudio de los gobiernos del llamado Maximato.

Además de ahondar en la trayectoria de Rodríguez y Ortiz Rubio, el autor rescata del anonimato a personajes considerados de segundo orden, tales como: José María Tapia, Juan Rodolfo Platt y Francisco Javier Gaxiola Zendejas. Estos individuos dividían sus lealtades entre Rodríguez, Calles y Obregón, a quienes debían su ascenso como militares y su participación en el servicio público.

El enfoque propuesto en Lealtades divididas... deja de manifiesto la relevancia de estos individuos en el ascenso político y personal de los líderes, así como su permanencia en un sitio prominente. De esta manera, Gómez Estrada demuestra que la omnipotencia de Álvaro Obregón o Plutarco Elías Calles descansaba en la solidez de la camarilla. Aún están pendientes estudios sobre otros personajes pertenecientes a la élite del Estado posrevolucionario, por ejemplo: Luis L. León, Manuel Pérez Treviño, José Manuel Puig Casauranc, Alberto J. Pani y Luis Montes de Oca, entre otros.

En suma, el lector encontrará en Lealtades divididas... una perspectiva analítica novedosa en torno al grupo político de los sonorenses, donde el autor moldea adecuadamente los conceptos al momento histórico que examina. Asimismo, hallará un texto ágil, atractivo para un público amplio, con información e interpretaciones nuevas, sustentadas en evidencias empíricas que reflejan la acuciosa investigación y el reflexivo análisis hecho por José Alfredo Gómez Estrada. Esta obra es una mirada refrescante en la historiografía de la posrevolución y una invitación a realizar nuevas investigaciones.

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