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Signos históricos

versión impresa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.15 no.30 México jul./dic. 2013

 

Artículos

 

Betty Friedan: el trabajo de las mujeres, el liberalismo posterior a la Segunda Guerra Mundial y los orígenes de la liberación femenil en Estados Unidos

 

Betty Friedan: women's work, post WWII liberalism, and the origins of women's liberation in the United States

 

Avital H. Bloch*

 

* Centro Universitario de Investigaciones Sociales-Universidad de Colima. avital_b@yahoo.com.

 

Recepción: 19/03/2013
Aceptación: 16/07/2013

 

Resumen

En este artículo analizo la obra capital de Betty Friedan, The Feminine Mystique (1963). Exploro sus descripciones del ama de casa que dedica su trabajo, energía y su vida adulta a su marido, hijos y hogar. El estudio de Friedan sobre la cuestión de la mano de obra doméstica de la esposa se basó en una mezcla de posturas marxistas de la vieja izquierda de la preguerra y la creciente influencia de la ideología liberal dominante antirradical de la década de 1950, conforme académicos y comentaristas sociales contemporáneos habían articulado estas visiones. El ensayo examina cómo el enfoque social, psicológico y económico de Friedan subvirtió y validó de manera simultánea a las ciencias sociales y las ideologías rivales de la época. El hecho de cruzar fronteras le permitió a Friedan convertirse en una "figura puente transicional" entre generaciones.

Palabras clave: Betty Friedan, ama de casa, trabajo, liberalismo, marxismo.

 

Abstract

In this article I analyze Betty Friedan's main work, The Feminine Mystique (1963). I explore her descriptions of the homemaker who dedicates her work, energy, and indeed her adult life, to her husband, children, and home. Friedan's study on the question of the domestic labor of housewives was based on a blend of prewar Old Left Marxist views and the growing influence of the dominant anti-radical liberal ideology in the 1950s, as contemporary academics and social commentators had articulated these views. The essay examines how Friedan's social, psychological, and economic approach simultaneously subverted and validated the social sciences and the competing ideologies of the time. Crossing boundaries enabled Friedan to become a "transitional bridge figure" between generations.

Key words: Betty Friedan, housewife, labor, Liberalism, Marxism.

 

Introducción

La literatura académica contemporánea sobre la historia laboral ha sostenido que mediante el trabajo en casa, en la granja, la cocina, la fábrica, la tienda, el hospital, la escuela o la oficina, las mujeres han estado bien representadas en los procesos económicos de la sociedad. La riqueza, prosperidad y bienestar social que producen con ello han sido fuerzas centrales en cualquier proceso de cambio social, económico y político. Según esta misma literatura, el trabajo de las mujeres también ha tenido un lugar central en la formación de valores, creencias, ideologías, discursos y políticas que afectan a la familia, institución principal que determina las relaciones sexuales, la procreación, la crianza de los niños, la socialización, la supervivencia y la transmisión de recursos económicos a sus miembros.

Pese a lo anterior, y a partir de la década de 1970, gracias al impacto del feminismo de la Segunda Ola y al surgimiento de los estudios de la Mujer como campo académico, se ha vuelto obvio para los historiadores y científicos sociales que el género debe tomarse en cuenta al momento de estudiar la cultura, la sociedad, la economía y la política. De la misma manera, ha ido ganando terreno la evidencia de que cualquier discusión de las relaciones de género debería considerar la dimensión laboral. Si ésta es un factor clave al marcar las diferencias, características e inequidades de género, es imposible discutir la dimensión laboral sin permitir que se analicen el ambiente, las condiciones y los resultados del trabajo de las mujeres.1

Las primeras interpretaciones acerca de las conexiones entre el género y la dimensión laboral las desarrollaron mujeres marxistas, tanto estadounidenses como británicas, en la década de 1970. Sus estudios están basados en el centro de la crítica marxista, en cuanto a la separación de lo económico y material de la esfera cultural. Esta interpretación considera las relaciones de género y el trabajo de las mujeres como formas de una lucha económica de clases. La propiedad de los recursos por parte de las mujeres es limitada y los hombres controlan la mano de obra femenina y sus recompensas económicas. El enriquecimiento, desde esta perspectiva, es un asunto meramente masculino.

Debido a que tanto el marxismo como el liberalismo han sostenido que el capitalismo dividió a la sociedad en el ámbito público —la economía, los negocios y la industria, los cuales están siempre en desacuerdo con el ámbito cultural y privado—, la familia llegó a ser entendida como la esfera de las relaciones personales, emocionales, espirituales, psíquicas y sexuales, desligada del entorno público de la producción social.2 De acuerdo con el marxismo feminista el trabajo doméstico del ama de casa en el capitalismo patriarcal es "mano de obra socialmente necesaria" consistente en un trabajo individual y privado que crea servicios que se consumen sólo dentro de la familia. Esto hace que el ama de casa, como mujer trabajadora, deba ser considerada como parte de la clase trabajadora. Pese a esto, ella queda en una posición inferior dentro de la estructura laboral: aparte de ser una trabajadora a la que no se le paga y que depende además de su marido, sus servicios no tienen valor en el mercado de producción, y se encuentra alienada de la privilegiada "labor social" pública de la producción de las mercancías.3

Sin embargo, y pese a que el trabajo ha sido interpretado recurrentemente por los socialistas y los liberales como perteneciente a la esfera material, durante las últimas décadas los especialistas han expandido nuestra comprensión del papel que desempeñan los ámbitos no material y sociocultural. Mientras que los aspectos culturales y sociales de la vida —como los valores, percepciones, actitudes, emociones y metáforas— son difíciles de cuantificar, todos ellos otorgan significado al mundo material tangible y mensurable. Es decir, estos aspectos confieren significado a los recursos y productos, y a la gente que participa en crearlos. De hecho, la mayoría de los historiadores contemporáneos del trabajo ya no establecen un divorcio entre la cultura y las realidades políticas y económicas, como sucedía antes.

Las historiadoras de género fueron las primeras en reconocer la importancia de la cultura en las vidas de las mujeres al ofrecer una explicación y significados específicamente relacionados con el género en cuanto a sus papeles, relaciones e instituciones así como al enfatizar que los significados y representaciones culturales atribuidos a las mujeres son cruciales para entender los procesos y los contextos de todos los tipos de labores de la mujer. En el trabajo, pueden demostrar, por una parte, diligencia, emoción y devoción, o, por otra, disimular aburrimiento, resentimiento o vergüenza. Su trabajo puede ser efectuado en el dominio privado o público, al interior o al aire libre, dentro o fuera de casa, con miembros de la familia o extraños, de manera independiente o supervisada, y puede ser percibido con admiración y respeto, o con humillación o indiferencia. La integración de tales aspectos y representaciones culturales ofrece opciones para mirar los lugares y las jerarquías del trabajo femenil y su influencia en la vida de las mujeres, según las condiciona su sexo. La incorporación de aspectos de la cultura a nuestras interpretaciones constituye, de hecho, el proceso de ver estas interpretaciones desde la perspectiva de género, es decir, proporcionarles sentido a través de las diferencias de género (gendering).

Este artículo se enfoca en las ideas cambiantes respecto a la labor doméstica de las mujeres en el matrimonio y en la familia nuclear en Estados Unidos a partir de los años de la posguerra: desde finales de la década de 1940 hasta inicios de la de 1960. Después de la década de 1930, durante la cual las mujeres asumieron responsabilidades económicas al trabajar por salario, y en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, cuando las mujeres se desempeñaron en la industria militar, el ideal del trabajo femenino cambió conforme se transformaba el ideal de familia.4 Cuando muchas mujeres regresaron a sus hogares después de laborar en las fábricas y hospitales, el modelo emergente de familia de la "clase media respetable" se convirtió en familia nuclear, según el cual se esperaba que tanto hombres como mujeres se casaran jóvenes, tuvieran hijos pronto y vivieran en sus propias casas adquiridas por ellos mismos en los nuevos suburbios residenciales.

El marido ideal, un cuello blanco asalariado que trabajaba en la ciudad, era el sostén de la familia. En su mayoría, mujeres de clase media de los suburbios se convirtieron en las personas encargadas y responsables del bienestar de sus esposos, niños y hogares. A pesar de que las mujeres definidas como de la clase trabajadora laboraban cada vez más fuera de casa y más mujeres se graduaban de las universidades, el trabajo en casa emergió repentinamente como el nuevo símbolo cultural de género para millones de mujeres:5 "[Esto representó] una extraña discrepancia entre la realidad de nuestras vidas como mujeres y la imagen que se da de nosotras".6 El ama de casa de la clase media, la esposa y madre cuya labor se enfocaba en el hogar y la familia, captó la atención de la sociedad como la "feliz ama de casa y heroína".7

En 1949, la filósofa francesa Simone de Beauvoir lanzó su manifiesto radical y de orientación marxista (publicado cuatro años más tarde en inglés como The Second Sex). Esta obra pionera se enfocó en el estatus de las mujeres en la economía y denunció como tortura el trabajo de éstas en casa, pues, de esta manera, la mujer quedaba excluida de la producción. Por ello, de Beauvoir caracterizó esta vida como la "reliquia de formas de vida muertas". Sin embargo, cuando su libro se publicó en Estados Unidos, en 1953 (momento cúspide de la Guerra Fría), de Beauvoir era demasiado radical para una sociedad estadounidense que rechazaba, además del feminismo, al marxismo y a los grupos de izquierda. De esta manera, la obra de Simone de Beauvoir no pudo alcanzar un público lector muy amplio, ni impactar a las mujeres que se encontraban en el seno de la corriente prevaleciente de lectoras femeninas.8

A inicios de la década de 1960, en Estados Unidos, Betty Friedan cuestionó a profundidad el estilo de vida, trabajo y familia de la esposa educada de la clase media, desenmascarando dichos fenómenos como injustos, desiguales, absurdos y destructivos. Originalmente, Friedan no admitió, sino hasta años más tarde, la influencia indisputable de Simone de Beauvoir en su trabajo. Pero siguiendo el espíritu de la obra The Second Sex, fue Friedan quien criticó la cultura y las condiciones del papel doméstico de las mujeres casadas en su bestseller publicado en 1963, The Feminine Mystique o La mística de la feminidad. Al admitir que ella misma se ajustaba a la imagen estereotipada del ama de casa de los suburbios, Friedan animó a las mujeres a transformar sus vidas, y La mística de la feminidad se convirtió en un éxito editorial mayúsculo al vender en Estados Unidos, ya en 1966, tres millones de ejemplares en edición rústica.9 Posteriormente, junto con The Second Sex, el libro sería reconocido como un "clásico feminista".

Cuando se publicó inicialmente, la obra pertenecía a los géneros de las ciencias sociales popularizadas y al periodismo crítico. Pero, bajo las circunstancias críticas y la atmósfera de la protesta política de la nueva izquierda emergente, a mediados de la década de 1960, la obra evolucionó hasta convertirse en una proclama radical que sirvió para revivir el feminismo político que había estado en gran medida paralizado por más de veinte años.10 Dado su mensaje e influencia entre las mujeres, se cree que el libro tuvo un papel preponderante en ayudar al avance del Movimiento de Liberación Femenil de las décadas de 1960 y 1970 en Estados Unidos, también conocido como el "Feminismo de la Segunda Ola".

 

Betty Friedan

Friedan nació en 1921 en el seno de una familia judía en Peoria, Illinois. Estudió en Smith College, una de las universidades estadounidenses de más prestigio, la cual forma parte del grupo de universidades de mujeres conocido como las "Siete Hermanas". Ahí fue editora del periódico universitario, actividad que rápidamente reveló sus opiniones políticas progresistas. Después de recibirse en 1942 con una licenciatura en psicología, pasó un año como estudiante de posgrado en la Universidad de California, en Berkeley, pero lo abandonó para comenzar su trabajo en UE News, el órgano del sindicato United Electrical, Radio and Machine Workers Union afiliado al Partido Comunista estadounidense. Friedan escribió sobre huelgas y disputas laborales al tiempo que expresaba opiniones extremas acerca de la discriminación y explotación de las mujeres.11 Se casó en 1945, fue despedida del periódico en 1949 y se mudó con su familia a un suburbio de Nueva York, en donde se convirtió primordialmente en ama de casa. Sin embargo, continuó su trabajo periodístico y publicaba en revistas de consumo popular como Redbook, Ladies' Home Journal, Good Housekeeping, Cosmopolitan y Reader's Digest.12 En estas revistas —culturalmente definidas como de gusto convencional (middlebrow)— Friedan transmitió posturas subversivas y también permaneció activa mediante la organización comunal suburbana.13

En 1956, Friedan comenzó su investigación para lo que se convertiría en La mística de la feminidad con un cuestionario en el que preguntó a sus compañeras egresadas de Smith College acerca de ciertos aspectos de sus vidas desde que habían concluido su educación superior. También utilizó encuestas a egresadas de otras universidades, así como estadísticas y estudios sobre mujeres realizados en varias disciplinas de las ciencias sociales, especialmente psicología y sociología. Además, condujo entrevistas periodísticas con quienes ella denominó expertos: psicólogos, profesionales de la salud mental, pedagogos, trabajadores de la publicidad, editores de revistas y especialistas en los medios. Tras extraer una impresionante cantidad de información, opiniones e historias de vida, describió el problema fundamental de las mujeres blancas de la clase media que vivían en los suburbios con la etiqueta de "la mística de la feminidad".

Con este término, calificó la ideología de género prevaleciente durante el periodo posbélico. El problema que el libro presentó fue lo que Friedan creía que eran casi todas las limitaciones impuestas por la esfera doméstica sobre las mujeres casadas y madres: una realidad que les causaba un sentimiento de culpa profundo cuando se atrevían a hacer o sentir algo no relacionado con su hogar, hijos o marido. Ellas estaban restringidas a un solo papel, al cual los políticos "expertos" —es decir, los líderes de las tendencias sociales del momento— les advirtieron que debían ajustarse: el de esposa, madre y ama de casa, como si nada más que esto pudiera caber en la definición sexual de una mujer. Friedan presentó la "imagen bonita de un cuadro" de las amas de casa que trataban de enaltecerse mientras "enceraban el piso de la cocina [...], horneaban su propio pan, cosían su ropa y la de los niños, y mantenían sus nuevas lavadoras y secadoras en funcionamiento todo el día".14

Mientras la tendencia era pensar en los padres como proveedores, más que como participantes en las responsabilidades hogareñas y en la crianza de los niños, las actividades domésticas eran consideradas como fundamentales para la verdadera realización del ideal femenino. Muchas mujeres jóvenes abandonaron la universidad y los trabajos que tomaron como solteras para convertirse en esposas, madres y amas de casa dedicadas a la labor doméstica.15 Desprovistas de un empleo y de una carrera fuera de la casa y de la familia, las amas de casa en matrimonio se convirtieron así en mujeres que ya no podían realizarse como individuos. Se les admiraba como femeninas, adaptables y maduras precisamente porque habían dejado atrás sus ambiciones personales. A ellas no se les permitía desarrollar una identidad en términos de creatividad, intelecto y responsabilidad fuera de la esfera doméstica.

El mensaje de Friedan era que toda la estructura de la vida del ama de casa, basada en la ideología de la mística de la feminidad, era en realidad un mito. De hecho, de acuerdo con Friedan, las mujeres vivían una mentira; la sociedad las había convencido de que ellas eran la personificación de la felicidad. En realidad, las mujeres de los suburbios eran infelices, se sentían frustradas e incluso sufrían de varias enfermedades reales y psicosomáticas porque estaban forzadas a vivir un ideal que la sociedad les imponía. Peor aún, los intentos de la sociedad por imponer la mística de la feminidad de manera colectiva en las mujeres de la clase media hacía que la propia sociedad enfermara. Friedan advirtió que "la voz dentro de las mujeres que dice: 'quiero algo más que mi marido y mis hijos y mi hogar'" ya no podía ser ignorada. Como un problema amplio para la sociedad, la mística de la feminidad "puede bien ser la clave para nuestro futuro como una nación y una cultura".16

Cuando Friedan se refirió en su obra al tema "ocupación: ama de casa", ella quiso decir que el ama de casa se convirtió en un "tipo de personalidad", semejante al "tipo ideal" de Max Weber, según la sociología de la época. Tal caracterización implicó la síntesis de muchos fenómenos concretos e individuales dentro de una experiencia grupal, como hizo Friedan al analizar las numerosas entrevistas que condujo para su investigación. Esto le permitió construir un tipo ideal sintético y, sin embargo, representativo y basado en la realidad del ama de casa de los suburbios para, una vez enfocada en ella, analizar la sociedad en su totalidad. Así, la conclusión de la investigación de Friedan la llevó a tratar a las mujeres como grupo y, como tal, a instarlas a que se rebelaran en contra del papel que les asignaba la sociedad. Más aún, su acercamiento al estudio de las subjetividades de las mujeres y su detallado análisis de lo que consideraba un alto nivel de opresión, convirtió a Friedan más que en una comentarista, en una activista: los relatos contenidos en las entrevistas le proporcionaron materiales para un discurso contra-hegemónico que intentaba desestabilizar el discurso dominante de género.17

El estudio de Friedan en torno al trabajo de las amas de casa se basó en una mezcla de sus opiniones políticas progresistas de la vieja izquierda marxista y la influencia creciente sobre ella por parte de la corriente dominante del liberalismo antirradical de la posguerra, según lo articulaban académicos y comentaristas sociales contemporáneos. El enfoque de Friedan consistía en subvertir y validar simultáneamente las ideologías rivales del marxismo y el liberalismo, las cuales se discutían de manera amplia en esos momentos. Friedan participó en estos debates.

En términos de su método de investigación y estilo crítico, la escritora fue categorizada como miembro de un grupo que Daniel Horowitz llamó "los críticos sociales", e incluía a renombrados escritores del momento, como Vance Packard, William H. Whyte y Max Lerner.18 La orientación de estos autores era liberal o de izquierda liberal, pero caracterizada por su desaprobación de ciertos valores y normas prevalecientes. No eran académicos, sin embargo, utilizaban materiales y métodos de las ciencias sociales para llegar a conclusiones críticas más amplias acerca de la sociedad y cultura estadounidenses. Estos autores evidenciaban hechos tras la escena de los fenómenos sociales para alimentar una indignación moral en contra de las cuestiones que criticaban.19

Friedan también recurrió a la obra de sociólogos académicos liberales como David Riesman, Daniel Bell, y C. Wright Mills.20 Sin embargo, mientras que todos estos académicos y comentaristas escribían universalmente acerca de hombres, prestándole poca atención a las mujeres, la innovación de Friedan fue utilizar sus conceptos y teorías de las ciencias sociales, pero aplicándolas a la condición de las mujeres y, de esta manera, imbuyendo estos conceptos y teorías con una dimensión de género.

Al reflexionar en torno a su historia personal vinculada con la vieja izquierda estadounidense y la cultura del movimiento obrero, Friedan percibió la situación de las mujeres por medio del tipo de trabajo que realizaban. Tomando ideas prestadas del marxismo, desarrolló su idea sobre la centralidad del trabajo como el factor que daba forma a la vida y el destino de la gente. Creía que la solución tanto para la transformación individual como la colectiva yacía en transformar las actividades laborales. Más aun, si el trabajo determinaba la clase del individuo, el conflicto de clases también incluía el trabajo como potencial para el progreso.

El argumento principal de La mística de la feminidad era que quienes se encargaban de la casa e hijos y provenían de la clase media podían revolucionar positivamente sus vidas al alterar la naturaleza de su labor. Friedan reforzó esta afirmación al analizar el trabajo dentro del contexto del pensamiento social liberal contemporáneo. Mills, Riesman, Bell, Whyte y Packard se preocupaban por los nuevos patrones y problemas de la era relacionados con el trabajo: la automatización, el ocio, la recreación y el significado psicológico del trabajo para la gente de la clase trabajadora y de la clase media. El aspecto psicológico resultó específicamente aplicable a la clase media suburbana que Friedan y otros describieron, y que no se aplica sólo a los miembros de la clase trabajadora, quienes usualmente habían sido el centro de atención de los socialistas de la vieja izquierda.

Los marxistas argumentaron que las modificaciones radicales en la afiliación de clase de los individuos dependían de cambios drásticos en su relación con los modos de producción. Por su parte, la sociología liberal de la estratificación en boga durante los años de la posguerra, juzgaba a la clase media como una "no-clase", mediante los indicadores weberianos de estatus, estilo de vida, así como el sitio del individuo en la jerarquía ocupacional. La sociología liberal, entonces, enfatizaba estos indicadores en vez de la lucha de clases del análisis político marxista.

Las amas de casa de la clase media de Friedan constituían un grupo cuyos miembros se encontraban conectados mediante la dominación, identidad y patrones sociales. Se trataba de una especie de "clase social en el nivel micro" que potencialmente poseía cierto poder "revolucionario".21 No obstante, su análisis también dependía de la noción liberal de la clase media. Incluso si las amas de casa como grupo se libraban del trabajo doméstico y se mudaban a sus carreras profesionales, permanecerían, según Friedan, como miembros de la misma clase media liberal weberiana.

Las familias de la clase trabajadora —y todavía más las familias de la clase alta— se encontraban en gran medida al margen de los discursos liberales de la posguerra. El liberalismo admiraba a la próspera clase media y sus logros como la realización plena de la sociedad estadounidense. Asimismo, Friedan se enfocó casi exclusivamente en la clase media blanca, mucho más que en la clase trabajadora, en las minorías o en las mujeres pobres, y redujo sus comentarios en el número creciente de mujeres casadas quienes, pese al mito del ama de casa, entraban a la fuerza laboral en la década de 1950, ya fuera para acrecentar el ingreso familiar para consumo de estatus o para satisfacer el deseo de una carrera profesional.22

Las referencias de Friedan en su obra en torno a las mujeres que se atrevieron a convertirse en asalariadas como "revolucionarias" implicaba que, para ella, la esperanza de un cambio radical vendría irónicamente de la clase media: la "clase exitosa" de los liberales. La transformación no partiría de mujeres de la clase trabajadora, aunque ellas fueran asalariadas y participaran de forma activa en la lucha de los sindicatos en favor del bienestar social y de la equidad laboral entre los sexos. Friedan aceptó que el trabajo remunerado en sí no definía tanto la afiliación de una persona en una clase, como la educación y la carrera definían a la clase media.

Los marxistas tradicionales enfrentaron dificultades cuando les correspondió responder al problema del trabajo doméstico y familiar, porque no lo percibían como trabajo para la producción. La opinión de Frederick Engels en su obra, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), era que la esposa burguesa en la "familia monógama" se había convertido en sirvienta doméstica a la que no se le permitía participar en la producción social. En Women and Economics (Las mujeres y la economía), un libro que la socialista y reformadora feminista estadounidense, Charlotte Perkins Gilman, publicó en 1898 —y que de igual manera influyó en la obra de Simone de Beauvoir—, también se reconoce que para los hombres el matrimonio significaba que una mujer se convertía "en la sirvienta de la casa, o al menos en el ama de llaves del hombre [...] Ellas [las mujeres] se encuentran, económicamente, en planos sociales enteramente diferentes".23 Esta condición fue el resultado de cambios históricos a finales del siglo XIX en Estados Unidos y Europa occidental: las mujeres comenzaron a ser consideradas como privilegiadas precisamente por no tener que trabajar, como si se hubieran beneficiado con la emancipación burguesa, cuyo resultado fue que la casa se convirtiera en el dominio femenino. De acuerdo con la sociedad victoriana, la clase media debía evitar que sus mujeres participaran en el trabajo físico y las protegió poniéndolas bajo techo en un espacio limpio y seguro.

Friedan observó que, en medio de la nueva realidad histórica tras la Segunda Guerra Mundial, después de que las mujeres habían ganado derechos y estatus gracias a su participación en la fuerza laboral en el transcuro de la década de 1930 y durante la guerra, los valores prevalecientes volvieron de manera sorpresiva a los viejos valores burgueses de la esposa privilegiada que se queda en el hogar. La sociedad había vuelto a idealizar su permanencia aislada en casa y su responsabilidad por la inviolabilidad, intimidad y seguridad del hogar, especialmente contra un temido ataque nuclear soviético durante la Guerra Fría.24 Los suburbios en expansión también se convirtieron en la metáfora física para protegerse y distanciarse de las amenazas urbanas, como las de "las clases peligrosas" y la delincuencia. Por encima de todo, el hogar servía como símbolo de oportunidad y movilidad económica para la clase media. Su embellecimiento constante, sus artículos adquiridos y especialmente los obligatorios electrodomésticos modernos de la cocina —de los que se encargaba la esposa— eran símbolos de estatus, éxito económico, armonía y bienestar familiar.25

Los medios de comunicación, las agencias de publicidad y los observadores sociales promovían el ideal del modo de vida suburbano, representando al ama de casa en su hogar como a una mujer feliz y elegante. Friedan, en cambio, se mostraba hostil hacia la percepción glorificada del hogar y del efecto del capitalismo consumista; en especial se oponía al mito de los electrodomésticos eficientes y del ama de casa como administradora del hogar. Sarcásticamente, Friedan llamó a las esposas amas de casa "equilibradas", pues ellas eran las que "aceptan fácilmente la ayuda que les pueden prestar los modernos aparatos" para convertirse en "amas de casa modernas".26

Friedan hubiera rechazado a los historiadores de género actuales, quienes argumentan que el consumo de las mujeres es benéfico para que se integren en el mundo público y para que obtengan cierta individualidad, creatividad, autoridad y conocimiento social. De acuerdo con Friedan, la noción de logro de las amas de casa a través de la adquisición y utilización de electrodomésticos era una mera ilusión. Ellas "podían elegir libremente sus automóviles, sus trajes, sus aparatos electrodomésticos, sus supermercados; tenían todo lo que la mujer había soñado siempre", escribió de manera sardónica en La mística de la feminidad.27

Poco convencida por el énfasis de los liberales en el consumo como solución progresista a la inequidad económica sin la necesidad de redistribuir la abundancia existente, recalcó cómo el consumismo y el ir de compras se habían convertido en una parte destructiva de la mística de la feminidad. Aunque los suburbios ofrecían a las amas de casa una promesa con las comodidades materiales de la mística de la feminidad, no eran enteramente independientes en sus elecciones de compras ni eran capaces de pagar con dinero que ellas mismas hubieran ganado.28 Al representar la "personalidad sumisa" en su propia casa y al adoptar las pautas de consumo de un niño, el ama de casa se infantilizaba.29 Así, la realidad del ama de casa era algo totalmente diferente de la supuesta esposa emancipada. Con compras y servicios que se creía volverían feliz a la responsable de la casa, el hogar se convirtió en el ámbito de su desdicha, representando su peor sitio de encierro: un "cómodo campo de concentración".30

Décadas antes de Friedan y de Simone de Beauvoir, Gilman ya había discutido la explotación en el hogar y cómo las mujeres se encontraban atrapadas en una ideología doméstica dañina para ellas y para la sociedad. Friedan tampoco veía el trabajo en el hogar como producción, y, por lo tanto, se burlaba de dicho trabajo, especialmente en lo que se refería a las mujeres de clase media y con estudios universitarios a quienes analizó. Sin embargo, reconoció que el desempeño en casa era trabajo, aunque buena parte de la labor del ama de casa no fuera productiva en el sentido industrial capitalista y se percibiera —principalmente por comentaristas— como un trabajo social para los miembros de la familia: un "producto de labor social", en la terminología de Riesman.31 Debido a que la sociedad optó por otorgar a la mujer un estatus especial de clase media, el trabajo del ama de casa no fue reconocido como labor; así mismo, el hecho de que se le negaran oportunidades al permanecer en la esfera privada no fue definido como un problema social.32

De esta manera, ya en el periodo de la posguerra, la misión de Friedan de arrojar luz sobre el ama de casa de la clase media como trabajadora auténtica fue innovadora: el verdadero problema del trabajo en el hogar no era tanto su falta de producción material, sino que era una labor ardua, y sin embargo subestimado, pero al mismo tiempo idealizado por los mitos sociales prevalecientes. La cruzada de Friedan consistía en reintegrar a las mujeres al mercado laboral a través de la emancipación económica, y liberarlas de su enfoque exclusivo en el hogar y su familia. Respecto a la dependencia y explotación del ama de casa, según Friedan, el sistema salarial moderno para el trabajo era superior a las promesas falsas del matrimonio burgués. Friedan, de Beauvoir y Gilman creían en el potencial revolucionario de las mujeres, que podía ser realizado concretamente sólo a través de un proceso mediante el cual ellas pudieran sumarse a la fuerza laboral.

Friedan buscaba elevar la posición de las mujeres en la sociedad, pero también imbuirlas con la verdadera importancia política que la clase media había alcanzado en el periodo de la posguerra. Pese a su solidaridad con la clase trabajadora desde la época en que militó en la vieja izquierda, entendió que, en gran medida, era el enfoque exclusivo social e intelectual del liberalismo en la clase media el que mostraba el camino para el cambio político positivo. Al mismo tiempo, ponía en evidencia la debilidad del liberalismo al idealizar los valores de la mística de la feminidad como virtudes cívicas y al criticar a la madre y al ama de casa. Ella afirmó que era más bien la culpa de la sociedad si la encargada del hogar fracasaba, porque esa misma sociedad colocaba a la mujer en el espacio familiar sin cuestionar lo suficientemente lo que ésta era capaz de entregar como una mera ama de casa.33 Las expectativas excesivas de la sociedad, según las expresaba la mística de la feminidad, resultaban ser tan dañinas, desde el punto de vista de Friedan, como para representar un problema social general.

 

Una crisis generalizada

Friedan entendió que en su análisis necesitaba considerar aspectos de las esferas pública y privada, percibiendo que el problema de la mística de la feminidad no era una cuestión de mujeres individuales, sino que más bien se trataba de una crisis generalizada de la cultura pública americana. Por lo tanto, asoció el trabajo doméstico y la existencia del ama de casa con los componentes personales, psicológicos, culturales y materiales de su identidad. Puesto que trabajó y escribió en un periodo que comúnmente utilizaba discursos psicológicos, y debido a que ella misma había estudiado psicología y psicoanálisis, consideraba que estas disciplinas podían explicar los problemas sociales.34 Sin embargo, tenía sus dudas acerca de la validez de estas explicaciones para las mujeres. Crítica, como era de los "expertos", encontró incluso que las aplicaciones del psicoanálisis de Sigmund Freud, la psicología femenina de Helene Deutsch, la sociología funcional de Talcott Parsons, la antropología de género de Margaret Mead, y de otras voces prominentes que discutían la sexualidad e inferioridad femeninas, eran insuficientes para interpretar los problemas reales de las mujeres contemporáneas. En vez de alentar un cambio hacia la equidad, tales teorías suprimían a las mujeres, desestimaban sus reclamos legítimos y peligrosamente otorgaban a la mística su autoridad científica.35

Además, Friedan encontró deficiente la preferencia general por parte de los científicos sociales de la posguerra de aplicar la psicología para explicar y curar los problemas emocionales del individuo. La importancia más grande de la psicología al interpretar y resolver problemas sociales y políticos más amplios pasaba desapercibida. Como cuestiones de preocupación pública, el pensamiento liberal dictaba que éstas tenían que ser atendidas a través de medios políticos. Interpretaciones y acciones que mezclaban cuestiones individuales-psicológi-cas de la esfera privada con cuestiones de la esfera pública-política eran consideradas, por parte del pensamiento liberal, como una politización del dominio privado-cultural y, por lo tanto, como una amenaza a la integridad y funciones de cada esfera separada.

El pensamiento liberal reconocía las cuestiones emocionales como inquietudes privadas, y no como parte de un problema estructural más amplio para el cual la sociedad tenía que ofrecer soluciones. La sociedad abandonaba las inquietudes individuales para que cada persona las manejara por su cuenta. A diferencia de la tendencia liberal, Friedan creía que las inquietudes privadas de cada ama de casa equivalían a un problema para todas ellas, y, así, representaban un problema colectivo social más amplio. El logro de La mística de la feminidad fue poner al descubierto el problema individual privado, ese que "permaneció latente" y perduró como una cuestión callada. Se trataba de "El problema que no tiene nombre".36 Pero éste tenía que ser designado, y una vez que le puso un nombre —lo llamó la "mística de la feminidad"—, Friedan no sólo identificó el problema sino que lo publicitó y lo politizó. Su designación como una cuestión pública fue relevante: mientras que las asalariadas en la esfera pública de la fuerza de trabajo eran tema de atención política como parte del espacio público y de la ciudadanía, las amas de casa se encontraban silenciadas y escondidas en su privacidad, como "desviadas", y nadie se atrevía a hablar de su verdad.

¿Cómo sucedió que el individuo en la democracia liberal estadounidense quedara desprovisto de su libertad? Para el ama de casa, era casi como si estuviera sujeta a un sistema de servidumbre sin paga y carente de libertad. Aunque la opresión no era abiertamente política, en contraste con las críticas marxistas feministas, Friedan rechazó la noción de que el marido era más opresivo con su mujer que el sistema social, e invitó a sus lectoras y lectores a reconocer que, justo como en el totalitarismo, al llegar a las esquinas ocultas del espacio privado del ama de casa, el sistema podía ser calificado como psicológicamente totalitario.37

La relevancia del análisis de Friedan fue su aseveración de que lo psicológico, como personal y privado, era esencialmente político. No sólo se trataba de la aflicción emocional de una mujer —avivada por las cargas domésticas individuales y privadas— sino que esta aflicción era un fenómeno generalizado y común. El problema de la mística de la feminidad, por lo tanto, era político, creado por la ideología cultural de género dominante, reforzada a través de una "conspiración callada". El ama de casa "temía plantear incluso la pregunta silenciosa: '¿es esto todo?"'.38 La mística abarcaba psicológicamente a todas las amas de casa suburbanas: "las cadenas que la atan en trampa son cadenas en su propia mente y espíritu. Son cadenas conformadas por ideas erróneas", escribió Friedan.39 Esta metáfora del deseo de ser liberada de su problemática transmitió el espíritu radical de la vieja izquierda; pero la noción de las cadenas también comunicó una imagen reconocida en las artes visuales socialistas, ligadas a la revolución como movimiento masculino. Sin embargo, Friedan feminizó esta imagen al "masculinizar" a las mujeres, equiparándolas a hombres rebeldes.

Las cadenas domésticas de la opresión del ama de casa y las falsas ideas condenadas por los marxistas del "privatismo" y del "estar juntos" —esto es, la idealización de la familia armoniosa en su espacio privado, su indiferencia hacia la política y su rechazo a ésta por considerarla invasiva de su esfera privada— requerían ser puestas al descubierto frente al mundo y desmanteladas para liberar a la mujer.40 La gran dificultad para lograr su liberación era que las fuerzas manipuladoras que romantizaban la condición del ama de casa funcionaban para racionalizar su aceptación inconsciente del poder que la sociedad ejercía en su vida. En cierta forma, este poder era similar al mecanismo psicológico que, en la época de la posguerra, se entendía que había afectado en el pasado a los esclavos en el sur de Estados Unidos, a los prisioneros en los campos de concentración nazis y, en la actualidad, a los ciudadanos en regímenes comunistas totalitarios. Como en todos estos casos en los que las fuerzas del poder psicológico e ideológico "aligeraban" entre los individuos afectados la "carga" de la elección individual en sus vidas, la mística de la feminidad hacía otro tanto para el ama de casa.41 De hecho, la libertad se volvió problemática para las mujeres en una democracia, cuya base parecía ser un autoritarismo hegemóni-co "silencioso". Como Friedan lo explicó, el ama de casa ya no respondía tanto a una autoridad poderosa visible; en vez de esto, respondía a las expectativas sutiles creadas por la ideología social que propagaba la cultura. Esta última constreñía la vida del ama de casa sin que ella estuviera consciente de su entrega y colaboración voluntaria.42

David Riesman había discutido esta cuestión unos años antes en su análisis del carácter conformista de la persona "heterodirigida", cuyos pensamientos y acciones prevalecen por normas externas —más que por su escala de valores propios— y a quien otros dirigen por su fuerte necesidad psicológica de aceptación. Este tipo de personalidad considera la libertad simplemente como el hecho de tener alternativas y autonomía, aunque en realidad la persona he-terodirigida limita las opciones que tiene disponibles, evitando tomarlas. De manera similar, en su famoso libro de 1956, The Organization Man, William H. Whyte se refirió a la generación actual de hombres corporativos que voluntariamente se sometían a su organización de pertenencia, limitando así su propia libertad: la "tranquilidad" que la organización ofrece al hombre corporativo significa en realidad su "capitulación", aunque ésta haya sido concedida de forma benévola. Basado en el poder de lo que Whyte llamó "ética social", el discurso presionaba al individuo para que se adaptara a un supuesto "sistema libre".

La elaboración de Friedan del síndrome hegemónico de la mística de la feminidad obviamente se derivó de la idea de Whyte.43 El ama de casa de los suburbios estaba aprisionada dentro de una ética perturbada que la sociedad misma había creado y que la coaccionaba de manera silenciosa e invisible. Mientras que los resultados de dicha ética eran inadvertidos para la mayoría de las personas, Friedan concluyó que "el nuevo modelo que esta mística ofrece a las mujeres es el mismo viejo modelo: 'Profesión, ama de casa"'. Y el gran problema era que, como el tipo social del hombre heterodirigido, la mujer que permanecía en la casa cargaba con todo un síndrome hegemónico mítico que afectaba los cimientos de la sociedad.44

El análisis de Friedan del hogar suburbano y del trabajo doméstico de la mujer puede ser interpretado como el equivalente femenino del hombre corporativo de la clase media de Whyte, quien pasaba gran parte de su tiempo en la oficina. La organización corporativa para la que este hombre trabajaba era intercambiable con el suburbio, no sólo por la similitud de las casas como una estructura de clase unitaria que caracterizaba a los suburbios estadounidenses, sino, por encima de esto por su libertad, igualitarismo, utopía y armonía, todos ilusorios. La ética social que describió Whyte, que requería trabajo en equipo para los hombres, creaba un espacio masculino en donde el individuo dejó de tener sentido, al igual que sucedía con la esposa en su espacio femenino. Más aun, los procesos de la colaboración en equipo de los varones y su obediencia a una autoridad más elevada parecía haberlos feminizado. Por lo tanto, Whyte describió a la corporación como el dormitorio para la nueva generación masculina de la clase media antiheroica y domesticada. Los dos sexos se encontraban en dos diferentes espacios laborales específicos para cada género, sin embargo, se asemejaban en cuanto a las restricciones ideológicas impuestas sobre ellos. Las metáforas de la organización y del estar obligatoriamente juntos en equipo las aplicó Friedan al describir a la unidad de la familia, a la familia como organización y a la esposa como un individuo dentro de ésta.

Si el papel del ama de casa en la familia era tan admirado por la sociedad, ¿por qué ciertos expertos responsabilizaron a madres y esposas por crear lo que ellos veían como familias disfuncionales y patológicas con niños neuróticos, jóvenes delincuentes y hombres feminizados? Estos últimos eran especialmente significativos dentro del contexto de la ansiedad del periodo acerca de la feminización de la sociedad, incluyendo la feminización de los hombres en la nueva edad posindustrial, en donde se reducía la mano de obra física para los varones. La debilidad y suavidad percibida de los hombres parecía indicar la posible vulnerabilidad de la nación misma. Durante la atmósfera beligerante de la Guerra Fría se buscaba la fortaleza masculina; de esta manera, la idea de cerrar la brecha de género al contaminar a los hombres con la fragilidad femenina se percibía peligrosa.45 Pero Friedan argumentó en contra de aquellos que acusaban al ama de casa. Ella alertó que el fenómeno de la mujer confinada al hogar —el cual pudo haber influido en los hombres de su familia en la dirección equivocada por su frustración o incapacidad de defensa— era en realidad más destructivo para la sociedad que los posibles rasgos femeninos de los hombres. Para evitar a los hombres afeminados, a quienes Friedan misma resentía, tuvo la idea de ecualizar a los sexos, aunque era más bien para que las mujeres se "desfeminizaran" y siguieran el modelo masculino de participación en la fuerza de trabajo productiva.46 La equidad de género a través de la integración de las mujeres al trabajo asalariado fue el significado que Friedan adscribió al retrato de la mujer —ella esperaba— rompería sus cadenas restrictivas.

La mística de la feminidad mostraba el absurdo que hubiera tantas mujeres confinadas al hogar en un momento en el que "nadie discutía si la mujer era superior o inferior al hombre",47 y en el que todas las funciones sociales y económicas significativas —junto con la vida laboral— ocurrían fuera del hogar: "Es algo más que una rara paradoja el hecho de que ahora que, finalmente, están todas las profesiones al alcance de las mujeres, la expresión 'mujer de carrera' se haya convertido en algo nefando"; en una locución "extraña y embarazosa".48 Friedan refirió el problema al señalar que el trabajo exclusivo en casa, como ideal, presentaba un revés en la historia; no obstante, pedía reconocer que la ocupación de las amas de casa como trabajadoras del hogar no era una actividad ociosa o privilegiada. Ella misma había devaluado el trabajo en el hogar, lo depreció por los objetivos falsos y desorientadores que la labor en casa tenía para las mujeres, "sin saber que ya tienen los deseos y las capacidades que esa mística les prohibe".49

Friedan entendió "la significación humana del trabajo",50 pero para ella el trabajo en el hogar era inferior, pues no implicaba una producción genuina material, intelectual o creativa: "una patata asada no es tan importante como el mundo y el pasar la aspiradora por la sala de estar [...] no es un trabajo que precise de tanta reflexión y energía como para poner a prueba la capacidad total de ninguna mujer".51 Una de las mujeres que Friedan entrevistó le dijo que "las tareas domésticas son interminables y que su aburrida repetición no daba esa satisfacción necesaria, no precisaba ninguno de esos cacareados conocimientos especiales".52

Así, el manifiesto de La mística de la feminidad alentaba a las mujeres a involucrarse no sólo en el trabajo asalariado, sino en los puestos comprometidos y con propósito, los cuales requerían que las mujeres contaran con un entrenamiento: "La única manera para una mujer, como para un hombre, de encontrarse a sí mismos, es por medio de su propio trabajo creador".53 La mujer "sólo puede encontrarse identificada en un trabajo que sea de verdadera utilidad para la sociedad",54 es decir, aquel que prohibía "la mística de la feminidad".55 "La mujer debe decir 'no' a la mística de la feminidad para [...] soportar la disciplina y el esfuerzo que requiere cualquier cometido profesional".56 En contraste con la cultura de masas de los medios, la cual recomendaba pasatiempos, el aprendizaje para enriquecer el conocimiento, tratamientos médicos o incluso sexo extramarital como una válvula de escape para el ama de casa aquejada de problemas, un significativo trabajo remunerado la sacaría del hogar y la curaría de los supuestos padecimientos mentales que los expertos le atribuían.57

Friedan reconoció que el ama de casa de la clase media no sufría económicamente; a ella se le hacía creer erróneamente en "la felicidad por medio de las cosas".58 A diferencia del énfasis marxista tradicional en las condiciones materiales —de Beauvoir creía que las mujeres debían gozar de una autonomía económica—, Friedan enfatizó que el problema de la mujer no podía ser entendido en términos del milenario problema material de la humanidad: "pobreza, enfermedad, hambre, frío", pues "la mujer que padece este problema tiene un hambre que el alimento material no puede satisfacer".59 De aquí que la súplica de Friedan a las mujeres con alto grado de entrenamiento para que desarrollaran una carrera fuera menos por ganancias monetarias que por obtener una genuina independencia, una realización espiritual personal, así como por alcanzar una creatividad y autoidentidad recuperada. El aliento a las amas de casa para que tomaran un puesto en el contexto público del trabajo, al igual que los hombres, se basaba en la creencia de Friedan de que tal desempeño estimularía el uso completo del potencial de las mujeres y convertiría su desempeño en algo significativo para ellas y para la sociedad.

La mística de la feminidad elevaba a la mujer de carrera asalariada al nivel de heroína, al tiempo que los "expertos" hablaban del "demonio interior de la propia heroína"60 y advertían sobre "el síndrome de culpabilidad de la mujer de carrera".61 Ciertamente, a Friedan le sorprendía la contradicción entre la expansión de la educación superior y profesional de las mujeres y la presión persistente sobre las mujeres jóvenes para que se casaran —utilizando la universidad como "escuela de matrimonio"— a cambio de poco más que prestigio social. Había cierto escepticismo y ambivalencia entre las mujeres jóvenes acerca de combinar carrera y familia, por ello Friedan criticó con fuerza el mensaje mezclado que proporcionaban las universidades y la desaprobación de la sociedad al trabajar por salario y mostrar a la carrera como una opción que promovía la soltería. En vez de esto, La mística de la feminidad proponía un ideal integral para las mujeres: "la sensación de ser una parte netamente determinada del mundo [...] no provenía sólo de su trabajo, sino de la totalidad de sus vidas: su matrimonio, el hogar, los hijos, el trabajo".62 Y añadía que las mujeres "deben ser educadas para una nueva integración en sus papeles".63

En última instancia, el mensaje de La mística de la feminidad era que el trabajo liberaría a las mujeres de esa misma mística. Friedan llamó a esta misión "un nuevo plan de vida".64 Mediante la búsqueda de una mejor capacitación y trabajo fuera del hogar —junto con la opción positiva de retener el matrimonio y la familia— las mujeres se convertirían en sus propios "agentes activos". Esto sería una verdadera revolución social y cultural: las mujeres moldearían su potencial y destino y la sociedad se adaptaría a las nuevas condiciones.65

Al momento de realizar su investigación, Friedan se sorprendió al enterarse de que "la proporción de las mujeres que trabajan fuera de sus casas aumentaba de una a tres";66 sin embargo, al exhortar a las mujeres a que buscaran una carrera, no consideró que las ocupaciones profesionales en las que ella pensaba eran puestos de relevancia sólo para mujeres con grados universitarios. Estos empleos también estaban limitados para las mujeres debido a la discriminación en contra de ellas en la admisión a instituciones de educación superior, en oportunidades equitativas de trabajo y en la equidad salarial.67 La realidad era que millones de empleadas que no trabajaban en las fábricas ingresaban al área de oficinas y servicio laboral como trabajadoras de cuellos rosas. Esto era cierto especialmente entre las mujeres de la clase media, a pesar de su educación: ellas se unían a la fuerza laboral como a una "cuarta dimensión" en sus vidas, más allá de hijos, marido y hogar, y esto después de que sus hijos crecieran.

La contribución económica del trabajo de las mujeres la reconocía el gobierno, pero sin promover sueldos iguales por el mismo trabajo. La Comisión sobre el Estatus de las Mujeres (o Commission on the Status of Women o PCSW, por sus siglas en inglés), del presidente demócrata liberal John F. Kennedy, reunida en 1961, dio fe a la creciente importancia y reconocimiento del trabajo femenil. El reporte de esta comisión, publicado en 1963 con el título de American Women (Mujeres americanas), señaló la discriminación en contra de las mujeres empleadas. La Ley de Paga Equitativa (Equal Pay Act), de 1963, surgió a partir de las recomendaciones de dicha comisión.68 Por otra parte, muchos de los trabajos estaban todavía controlados y supervisados por jefes hombres, eran rutinarios, poco estimulantes y carecían de apreciación social. Así, y aunque estos trabajos formaban parte de la revolución postindustrial contemporánea, la estructura jerárquica de género y trabajo no cambió considerablemente.69 Pese a esto, la originalidad de Friedan era el plan —ella confiaba— promovería una transformación fundamental en los patrones de trabajo de las mujeres: ellas recobrarían los logros que habían alcanzado durante las décadas anteriores, gracias a una contrarrevolución dirigida en oposición a la mística familiar de la posguerra y de la "revolución" del hogar.

 

Conclusiones

En cuanto se publicó la obra de Friedan fue evidente que la escritora se había acercado a una definición innovadora y radical del concepto de género, una noción que aún no existía a inicios de la década de 1960. Si bien ella no alcanzó a desarrollar nuevos paradigmas de la identidad social colectiva de género, patriarcado y relaciones de poder en cuanto a género,70 su logro en La mística de la feminidad fue la capacidad de cruzar las fronteras ideológicas entre el radicalismo de izquierda y el liberalismo. Replanteó algunas ideas marxistas y de la vieja izquierda al colocarlas en el contexto de los discursos contemporáneos del liberalismo, al tiempo de criticar simultáneamente la corriente liberal dominante, utilizando herramientas intelectuales de la izquierda radical. Esta aproximación puede calificarse de liberalismo subversivo, término que no implicó una crítica comprensiva del sistema del capitalismo liberal ni requirió transformaciones de gran alcance en la sociedad, salvo por los cambios en las pautas laborales para las mujeres; la expectativa era que el giro en sus vidas transformaría a la sociedad, aunque Friedan no detalló otras características de esa sociedad reformada. Ella quería ver principios progresivos genuinos de equidad e individualismo materializados, y que se redujera la conformidad y alienación de las personas. Friedan vivió con la esperanza de un liberalismo auténtico, no de uno asediado por mitos y contradicciones internas.

Dentro de la corriente dominante del liberalismo, la búsqueda de Friedan por transformar las vidas de las mujeres fue drástica en cuanto a su fuerza crítica. Al mismo tiempo, esta búsqueda fue moderada, ya que su "plan nuevo de vida" para emancipar a las mujeres a través del trabajo y sus carreras, lo derivó en esencia de la agenda liberal, la cual enfatizaba la equidad formal con los hombres y la cooperación de las mujeres con ellos, así como el uso del proceso político y las instituciones políticas existentes para lograr reformas sociales. A través de su vocabulario, Friedan —quien a veces era radical, pero sobre todo reconocía la realidad y el predominio de la ideología de la clase media, incluido el consumismo y la popularidad de la psicología, entre otros— se convirtió en una líder del nuevo feminismo liberal moderado.

En 1960, como resultado del éxito del libro y las aspiraciones políticas de su autora, Friedan encabezó la fundación de la Organización Nacional para las Mujeres (NOW, por sus siglas en inglés) y fungió como su primera presidenta hasta 1970. El documento constituyente de NOW, que Friedan escribió en coautoría, se basó en las conclusiones de La mística de la feminidad.71 Como el más importante grupo feminista progresista con inclinaciones liberales en Estados Unidos, NOW se centraba en elementos que eran fundamentales en La mística de la feminidad: la educación y el trabajo de las mujeres como las claves para emanciparlas, y su compromiso con las carreras como el potencial para alcanzar el avance y los derechos igualitarios absolutos en el lugar del trabajo y en la sociedad. A finales de la década de 1960, jóvenes feministas —muchas de ellas marxistas radicales y en gran medida también bajo el influjo de Friedan— articularon todavía más una teoría de género que incluía el problema del trabajo del ama de casa.72 Junto con sus nuevos escritos y discursos, estas feministas jóvenes contribuyeron a una interpretación más profunda de la "cuestión de la mujer".

Muchas académicas han asegurado que La mística de la feminidad desempeñó un papel importante en promover el feminismo de la década de 1960 y el Movimiento de la Liberación de las Mujeres que originó en la nueva izquierda. Friedan operó como un "puente transicional" entre la generación de la Gran Depresión, a la cual ella pertenecía, y la de mujeres más jóvenes —la "generación temprana de los sesenta"— nacidas alrededor de 1940. La poco definida coalición progresista de los sindicatos de mujeres, de las mujeres de la vieja izquierda, mujeres en el Movimiento de Derechos Civiles negro y las organizaciones cívicas femeninas durante las décadas de 1940 y 1950 también fungieron como un puente para el feminismo de la siguiente década, aunque la mayor parte de los grupos burgueses permaneció leal a la ética maternal femenina y al activismo cívico liberal.73 Esa generación-puente permitió que los jóvenes nacidos en el boom de la natalidad se unieran a la vieja izquierda durante la década de 1960 para formar lo que posteriormente se convertiría en el movimiento radical feminista.

El hecho de que el discurso de Friedan se inclinara más hacia el lado liberal que al radical, le permitió tocar una cuerda sensible y despertar a un buen número de mujeres de su propia generación. La mística de la feminidad iluminó a todas las mujeres a inicios de la década de 1960 sobre su propia situación. En particular, su discurso iluminó las vidas de muchas de las mujeres atrapadas en la mística de la feminidad y que pertenecían a la "generación perdida" para el feminismo.74 Por otra parte, y durante los primeros años de la década de 1960, incluso antes de que se publicara la obra de Friedan, más mujeres necesitaban inspiración para ayudarles a lidiar con el conflicto interno por su sentimiento de abnegación, creado por un deseo creciente de independencia. Más aun, quienes se habían convertido en asalariadas necesitaban de la motivación para ayudarlas a enfrentar su nuevo papel.

Ciertamente, según un sondeo Gallop realizado en 1962, una décima parte de las madres había expresado el deseo de que sus hijas evitaran terminar en vidas como las de ellas, mientras que un número creciente de mujeres jóvenes recibieron un grado universitario. A partir de 1957, la tasa de nacimientos decreció y, cada vez más, las parejas limitaban los nacimientos a dos y no tres hijos. En general, a mediados de la década de 1960 la dinámica familiar cambió y las hijas comenzaron a admirar a las madres trabajadoras como un ejemplo a seguir. La noción del trabajo de las mujeres fuera del hogar se convirtió en algo habitual, sin que tal desempeño negara el valor de la familia como pilar de la sociedad.75

Así, en 1963, el momento estaba listo para atraer a mujeres jóvenes hacia el espíritu regenerador del libro de Friedan.76 La nueva izquierda radical había surgido ya y su organización más grande —Estudiantes por una Sociedad Democrática, SDS, por sus siglas en inglés— anunció en 1962 la Declaración de Port Huron. Antes de que el radicalismo se volviera militante hacia mediados de la década, esta declaración convocó a los liberales a que resolvieran las paradojas del liberalismo y se inclinaran hacia orientaciones más progresistas.77De la misma manera en que la declaración de la SDS impelió el nacimiento de un movimiento militante, las propuestas de La mística de la feminidad —junto con la noción de legitimidad creciente de los derechos igualitarios por parte de liberales, hombres y mujeres jóvenes radicales, y activistas de los derechos civiles— motivaron el surgimiento del feminismo radical de la Segunda Ola, justo en el momento en que sus hijas radicalizadas comenzaron a criticar de manera todavía más áspera la mística del hogar. Más que el mensaje liberal, el contenido radical en La mística de la feminidad fue el que nutrió la nueva identidad de las jóvenes como activistas del feminismo.

Las mujeres liberacionistas criticaron la maternidad y la familia como instituciones burguesas y patriarcales-opresivas. No estaban en contra de la maternidad en principio, pero en su mayoría deseaban reconstruirla. Puesto que las feministas objetaron una división del trabajo basada en diferencias de sexo, creían que la maternidad ya no debería ser exclusivamente un papel del género femenino, sino manejada a través de la equidad de género.78 Asimismo, sostuvieron que las instituciones del matrimonio y de la familia destruían la individualidad, la comunicación interpersonal y la sexualidad libre. Además, en su opinión, estas instituciones también representaban la esfera privada aislada, tal como Friedan la había interpretado para el ama de casa. Así, el movimiento de las mujeres desarrolló esta idea que habría de convertirse en el principio fundamental del feminismo: "lo personal es político". Para concluir, Friedan engendró tendencias intelectuales e ideológicas sobre las cuales los grupos feministas —liberales, radicales y académicos— de la siguiente generación habrían de teorizar y politizar todavía más.

 

Traducción del inglés por Servando Ortoll79

 

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Notas

1 Alice Kessler-Harris, Women Have Always Worked: A Historical Overview, Nueva York, Feminist Press, 1981; Out of Work: A History of Wage Earning Women in the United States, Nueva York, Oxford University Press, 1982; "A new agenda for American Labor History: A gendered analysis and the question of class", en J. Carrol Moody y Alice Kessler-Harris (coords.), Perspectives on LaborHistory, Illinois, Northern Illinois Press, 1990, pp. 217-234; Mari Jo Buhle, "Gender and labor History", en J. Carroll Moody y Alice Kessler-Harris (coords.), Perspectives on LaborHistory: The Problem of Synthesis, DeKalb, Northern Illinois University Press, 1989, pp. 55-79; Eileen Boris y Cynthia R. Daniels (coords.), Homework: Historical and Contemporary Perspectives on Paid Labor at Home, Urbana, University of Illinois Press, 1989; Ruth Milkman (coord.), Women, Work and Protest: A Century of US Women's LaborHistory, Londres, Routledge, 1991; Eileen Boris y S. J. Kleinberg, "Mothers and other workers: (Re)conceiving labor, maternalism, and the state", en Journal of Women's History, núm. 15, otoño, 2003, pp. 90-117.

2 Sobre el matrimonio y la familia definidos como parte de la esfera privada también por el Estado, véase Nancy F. Cott, "Giving character to our whole civic policy: marriage and the public order in the late Nineteenth Century", en Linda K. Kerber et al. (coord.), U.S. History As Women's History: New Feminist Essays, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1995, pp. 107-121.

3 Sobre el marximo y las mujeres, véase Lisa Vogel, Marxism and the Oppression of Women: Toward a Unitary Theory, New Brunswick, Rutgers University Press, 1983; Zillah Eisenstein (coord.), Capitalist Patriarchy and the Case for Socialist Feminism, Nueva York, Monthly Review Press, 1979; Ann Foreman, Femininity as Alienation Women and the Family in Marxism and Psychoanalysis, Londres, Pluto, 1977; Annette Kuhn y Ann Marie Wolpe (coords.), Feminism and Materialism: Women and Modes of Production, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1978; Catharine A. MacKinnon, "Desire and power: a feminist perspective", en Cary Nelson y Lawrence Grossberg (coords.), Marxism and the Interpretation of Culture, Urbana, University of Illinois Press, 1988, pp. 106-107 y 114-115; Nona Y. Glazer, "Servants to capital: unpaid domestic labor and paid work", en Naomi Gerstel y Harriet Engel Gross (coords.), Families and Work, Filadelfia, Temple University Press, 1987, pp. 241248; Ruth Schwartz Cowan, 'Women's work, housework and history: the historical roots of inequality in work-force participation", en Naomi Gerstel y Harriet Engel Gross (coords.), op. cit., 1987, pp. 164-177; Jacquilyn Weeks, "Un-/re-productive maternal labor: Marxist feminism and chapter fifteen of Marx's Capital' ', en Rethinking Marxism, núm. 23, 2011, pp. 31-40; Wally Seccombe, "The housewife and her labor under Capitalism", en New Left Review, núm. 83, enero-febrero, 1974, pp. 3-24; Jean Gardiner, "Women's domestic labor", en New Left Review, núm. 89, enero-febrero, 1975, pp. 47-58; Mariarosa Dalla Costa y Selma James, The Power of Women and the Subversion of Community, Bristol, Falling Wall Press, 1975; Margaret Coulson etal., "The housewife and her labor under Capitalism'-a critique", en New Left Review, núm. 89, enero-febrero, 1975, pp. 59-71.

4 Acerca del trabajo de las mujeres durante la guerra, véase Susan M. Hartman, The Home Front and Beyond: American Women in the 1940s, Boston, Twayne, 1982. Respecto a cómo se les expulsó de las fábricas después de la guerra, véase Ruth Milkman, Gender at Work: The Dynamics of Job Segregation by Sex during World War II, Urbana, University of Illinois Press, 1987.

5 Acerca del trabajo femenino fuera del hogar, véase Elaine Tyler May, Homeward Bound: American Families in the Cold War Era, Nueva York, Basic Books, 1988; Wendy Brown, States of Injury: Power and Freedom in Late Modernity, Princeton, Princeton University Press, 1995, pp. 135-165; Susan M. Hartmann, "Women's employment and the domestic ideal in the early Cold War years", en Joanne Meyerowitz (coord.), Not June Cleaver: Women and Gender in Postwar America, 1945-1960, Filadelfia, Temple University Press, 1994, pp. 84-127; Naomi Gerstel y Harriet Engel Gross, "Gender and families in the United States: the reality of economic dependence", en Jo Freeman (coord.), Women: A Feminist perspective, Mountain View, Mayfield, 1995, pp. 92-102; Jessica Weiss, To Have and To Hold: Marriage, the Baby Boom and Social Change, Chicago, University of Chicago Press, 2000, pp. 21-30; Michael B. Katz etal., "Women and the paradox of inequality in the Twentieth Century", en Journal of Social History, núm. 39, 2005, pp. 65-88. Respecto al activismo de las mujeres trabajadoras, véase Nancy Gabin, "Women and the United Automobile Workers' Union in the 1950s", en Ruth Milkman (coord.), op. cit., 1991, pp. 259-279; Dennis A. Deslippe, "Rights, not Roses": Unions and the Rise of Working-Class Feminism, 1945-80, Urbana, University of Illinois Press, 2000; Dorothy Sue Cobble, The Other Women's Movement: Workplace Justice and Social Rights in Modern America, Princeton, Princeton University Press, 2004.

6 Betty Friedan, The Feminine Mystique, Nueva York, Dell, 1963, p. 11. Para las citas textuales, el traductor utilizó la versión española de Carlos R. de Dampierre, Betty Friedan, La mística de la feminidad, Barcelona, Sagitario, 1965, p. 23; para las citas no textuales, el traductor usó la versión original inglesa (N. del T.).

7 Betty Friedan, op. cit., 1965, p. 47.

8 Simone de Beauvoir, The Second Sex Nueva York, Penguin Books, 1953; Sandra Dijkstra, "Simone de Beauvoir and Betty Friedan: The politics of omission", en Feminist Studies, vol. 6, núm. 2, verano, 1980, pp. 290-303; Charles Lemert, "Slow thoughts for fast times: Betty Friedan & Simone de Beauvoir", en Fast Capitalism, vol. 2, núm. 1, 2006 [http://www.uta.edu/huma/agger/fastcapitalism/2_1/lemert06.html], consultado el 2 de julio de 2013.

9 A Daniel Horowitz, biógrafo de Friedan, le preocupa que la autora pretendiera considerarse como una mera ama de casa cuando en realidad era escritora, y había escondido su pasado radical al concentrarse en mujeres de la clase media, más que en las de la clase trabajadora. Daniel Horowitz, "Rethinking Betty Friedan and The Feminine Mystique labor union radicalism and feminism in Cold War American", en American Quarterly, núm. 48, marzo, 1996, pp. 1-42. Véase también David Horowitz, "Betty Friedan's secret communist past", en Salon, 18 de enero, 1999 [http://www1.salon.com/col/horo/1999/01/nc_18horo2.html], consultado el 10 de enero de 2012.

10 Sobre el debilitamiento del feminismo en las décadas de 1940 y 1950, véase Leila Rupp y Verta Taylor, Survival in the Doldduums: The American Women's Rights Movement, 1945 to the 1960s, Nueva York, Oxford University Press, 1987.

11 Daniel Horowitz, Betty Friedan and the Making of the Feminine Mystique: The American Left, the Cold War, and Modern Feminism, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1998, pp. 121-152.

12 Sobre revistas de mujeres de consumo popular, véase Nancy A. Walker, Shaping our Mothers' World: American Women's Magazines, Jackson, University Press of Mississippi, 2000. Sobre los expertos, véase Elaine Tyler May, "Explosive issues: sex, women, and the bomb", en Larry May (coord.), Recasting America: Culture and Politics in the Age of the Cold War, Chicago, University of Chicago Press, 1989, pp. 155-156; Wini Breines, Young, White, and Miserable: Growing up Female in the Fifties, Chicago, University of Chicago Press, 1992, pp. 27-59.

13 El concepto de middlebrow, o midcult, se refería al nivel intermedio entre las revistas de distribución en masa y las de cultura "elevada" de la élite. Para las clasificaciones básicas del concepto de cultura, véase Herbert J. Gans, Popular Culture and High Culture: An Analysis and Evaluation of Taste, Nueva York, Basic Books, 1974, pp. 67-93. Las biografías más importantes de Friedan son la de Daniel Horowitz, op. cit, 1998, y la de Stephanie Coontz, A Strange Stirring: The Feminine Mystique and American Woman at the Dawn of the 1960s, Nueva York, Basic Books, 2011; Judith Hennessee, Her Life, Nueva York, Viking Books, 1999; Milton Meltzer y Stephen Marchesi, BettyFriedan: A Voice for Women's Rights, Nueva York, Viking Juvenile, 1985. Para una reseña del libro de Daniel Horowitz, véase Judith Shulevitz, "A review of two Betty Friedan biographies", en New York Times, 9 de mayo de 1999. Para una reseña de la obra de Coontz, véase Rebecca Traister, "Mad women", en New York Times, 20 de enero de 2011. Sobre los años posteriores de Friedan, véase Betty Friedan, Life So Far, Nueva York, Simon & Schuster, 2000. Los archivos personales de Betty Friedan se encuentran en Cambridge, Radcliffe Institute for Advanced Study, Massachusetts, Schlesinger Library.

14 Betty Friedan, op. cit., 1965, p. 32.

15 Sobre maridos y padres, véanse Robert O. Blood y Donald M. Wolfe, Husbands and Wives, Nueva York, Free Press, 1960; Ralph LaRossa, "The culture of fatherhood in the fifties: a closer look", en Journal of Family History, num. 29, enero, 2004, pp. 4770; Fred Matthews, "The utopia of human relations: The conflict-free family in American social thought, 1930-1960", en Journal of the History ofBBehavioral Sciences, num. 24, 1988, pp. 343-362; Rachel Devlin, Relative Intimacy: Fathers, Adolescent Daughters, andPostwar American Culture, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2005. Sobre una afirmación de que las relaciones marido-mujer eran más equitativas que lo que Friedan había descrito, especialmente en matrimonios jóvenes, véase Jessica Weiss, op. cit., 2000, pp. 1-30 y 60. Weiss asegura que Friedan se refería principalmente a las amas de casa de la mediana edad.

16 Betty Friedan, op. cit., 1965, p. 46.

17 Susan Hekman, "Truth and method: feminist standpoint theory revisited", en Signs, núm. 22, invierno, 1997, pp. 341-366; Patricia Hill Collins, "Comments on Hekman's 'truth and method: feminist standpoint revisited': where's the power?", en Signs, núm. 22, invierno, 1997, pp. 375-381.

18 Vance Packard, The Hidden Persuaders, Nueva York, D. McKay, 1957; The Status Seekers, Nueva York, D. McKay, 1959; The Waste Makers, Nueva York, D. McKay, 1960, y The Pyramid Climbers, Nueva York, McGraw-Hill, 1962; Daniel Horowitz, Vance Packard and American Social Criticism, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1994; William H. Whyte, The Organization Man, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 2002; Max Lerner, América as a Civilization: Life and Thought in the United States Today Nueva York, Simon & Schuster, 1957.

19 Daniel Horowitz, op. cit., 1998, pp. 205-209.

20 David Riesman, The Lonely Crowd:A Study of the Changing American Character, New Haven, Yale University Press, 1955; Daniel Bell, The End of Ideology: On the Exhaustion of Political Ideas in the Fifties, Nueva York, Free Press, 1962; Charles Wright Mills, White Collar The american middle classes, Nueva York, Oxford University Press, 1956; sobre Riesman, véase David Barboza, "An interview with David Riesman", en Partisan Review, núm. 4, 1994, pp. 574-575 y 586; James Gilbert, Menin the Middle: Searching for Masculinity in the 1950s, Chicago, University of Chicago Press, 2005, pp. 34-61.

21 Mike Hout et al., "The persistence of classes in post-industrial societies", en International Sociology, num. 8, septiembre, 1993, pp. 259-277; Jan Pakulski y Malcolm Waters, "The reshaping of social class in advanced society", en Theory and Society, num. 25, octubre, 1996, pp. 667-669; Erik Olin Wright, "The continuing relevance of class analysis-comments", en Theory and Society, num. 25, 1996, pp. 693-716; Sonja Szelényi y Jacqueline Olvera, "The declining 'significance of class': Does gender complicate the story?-comments", en Theory and Society, num. 25, 1996, pp. 725-730.

22 Stephanie Coontz, op. cit., 2011, pp. 101-138.

23 Charlotte Perkins Gilman, Women and Economics:A Study of the Economic Relation Between Men and Women as a Factor in Social Evolution, Boston, Small, Maynard, 1898 [http://digital.library.upenn.edu/women/gilman/economics/economics.htm]; Judith A. Allen, The Feminism of Charlotte Perkins Gilman: Sexualities, Histories, Progressivism, Chicago, University of Chicago Press, 2009, pp. 5-6, 141; Mark W. Van Wienen, "A rose by any other name: Charlotte Perkins Stetson (Gilman) and the case for American Reform Socialism", en American Quarterly, núm. 55, diciembre, 2003, pp. 603-634.

24 Elaine Tyler May, "Security against democracy: the legacy of the Cold War at home", en Journal of American History, vol. 97, núm. 4, marzo, 2011, pp. 940-943; Laura McEnaney, Civil Defense Begins at Home: Militarization Meets Every day Life in the Fifties, Princeton, Princeton University Press, 2000; Ruth Feldstein, Motherhood in Black and White: Race and Sex in American Liberalism, 1930-1965, Ithaca, Cornell University Press, 2000, pp. 62-85.

25 Clifford E. Clark Jr., "Ranch-house suburbia: ideas and realities", en Larry May (coord.), op. cit., 1989, pp. 171-191; Steven M. Gelber, "Do-it-yourself: constructing, repairing and maintaining domestic masculinity", en American Quarterly, vol. 49, núm. 1, marzo, 1997, pp. 66-112.

26 Betty Friedan, op. cit., 1965, p. 237.

27 Ibid., p. 32.

28 Sobre el consumo y el ir de compras de las mujeres, véanse Lizabeth Cohen, A Consumption Republic: The Politics of Mass Consumption in Postwar America, Nueva York, Knopf, 2003;"From Town Center to Shopping Center: the reconfiguration of community marketplace in Postwar America", en American Historical Review, núm. 101, octubre, 1996, pp. 1050-1081; "The New Deal State and the making of citizen consumers", en Susan Strasser et al. (coords.), Getting and Spending: European and American Consumer Societies in the Twentieth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, pp. 111-126; Mary Louise Roberts, "Gender, consumption, and commodity culture", en American Historical Review, núm. 103, junio, 1998, pp. 817-844; Tracey Deutsch, Building a Housewife's Paradise: Gender, Politics, and American Grocery Stores in the Twentieth Century, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2010; Victoria de Grazia, The Sex of Things: Gender and Consumption in Historical Perspective, Berkeley, University of California Press, 1996. Para una reseña del libro de Lizabeth Cohen, véase Alan Wolfe, "Buying alone", en New Republic, 17 de marzo de 2003 [http://www.tnr.com/article/buying-alone], consultado el 10 de enero de 2012.

29 David Riesman, op. cit., 1955, pp. 79-80.

30 Betty Friedan, op. cit., 1963, p. 308. Sobre el uso de la personalidad sumisa en el análisis posbélico de la esclavitud y campos de concentración nazi, véase Stanley M. Elkins, Slavery: A Problem in American Institutional and Intellectual Life, Chicago, University of Chicago Press, 1959. Acerca del sometimiento al sistema cultural y político, véase Hannah Arendt, Eichimann in Jerusalem: A Reporton the Banality of Evil, Nueva York, Viking Books, 1963.

31 David Riesman, op. cit., 1955, p. 262.

32 Betty Friedan, op. cit., 1963, pp. 219-232; Elizabeth E. Baker, Technology and Woman's Work, Nueva York, Columbia University Press, 1964.

33 Rebecca Jo Plant, Mom: The Transformation of Motherhood in Modern America, Chicago, Universityof Chicago Press, 2010; Lynn Y. Weiner, "Reconstructing motherhood: The La Leche League in postwar America", en Journal of American History, núm. 80, marzo, 1994, pp. 1357-1381. Sobre liberales que acusaban a las madres, véase Ruth Feldstein, op. cit., 2000; Laura Curran, "Feminine women, hard workers: Foster motherhood in midcentury America (1946-1963)", en Journal of Family History, núm. 31, octubre, 2006, pp. 386-412.

34 Sobre la popularidad de la psicología y el psicoanálisis en el periodo de la posguerra, véanse Ely Zaretsky, "Charisma or rationalization? Domesticity and psychoanalysis in the United States in the 1950s", en Critical Inquiry, núm. 26, invierno, 2000, pp. 328-354; Mari Jo Buhle, Feminism and its Discontents: A Century of Struggle with Psychoanalysis, Cambridge, Harvard University Press, 1998; Ruth Feldstein, op. cit., 2000, pp. 80-82, 103-125 y 197-200; Deborah F. Weinstein, "Culture at work: family therapy and the culture concept in Post-World War II America", en Journal of the History of Behavioral Sciences, núm. 40, invierno, 2004, pp. 23-46; Nathan W. Ackerman, The Psychodynamics of Family Life: Diagnosis and Treatment of Family Relationships, Nueva York, Basic Books, 1958.

35 Elisabeth Young-Bruehl (coord.), Freud on Women: A Reader, Nueva York, W.W. Norton, 1990, pp. 3-47; Helen Deutsch, The Psychology of Women-a Psychoanalytical Interpretation, Nueva York, Grune & Stratton, 1944; Marynia Furnham y Ferdinand Lundberg, Modern Women: The Lost Sex, Nueva York, 1947; Margaret Mead, Male and Female: A Study of the Sexes in a Changing World, Nueva York, William Morrow, 1949; Joanne Meyerowitz, "'How common culture shapes the separate lives': sexuality, race, and mid-Twentieth-Century social constructionist thought", en Journal of American History, núm. 96, marzo, 2010, pp. 1057-1084; Betty Friedan, op. cit., 1963, pp. 103-149 y 197-200.

36 Betty Friedan, op. cit., 1965, p. 29.

37 Para un análisis del concepto de totalitarismo, que influyó en la teoría y en las ciencias políticas durante la década de 1950, véase Hannah Arendt, The Originas of Totalitarianism, Nueva York, Harcourt, Brace, 1951.

38 Betty Friedan, op. cit., 1965, p. 29.

39 Ibid., p. 45.

40 David Riesman, op. cit., 1955, p. 171; Betty Friedan, op. cit., 1963, pp. 48-52.

41 Erich Fromm, Escape from Freedom, Nueva York, Farrar & Rinehard, 1941.

42 En torno a la preocupación sobre los efectos de la cultura popular, véanse Daniel Bell, op. cit., 1962, pp. 21-38; Hannah Arendt, "The crisis in culture: its social and its political significance", en Between Past and Present: Eightt Exercises in Political Thioughit, Nueva York, Penguin Books, 1968, pp. 197-226; Paul R. Gorman, Left Intellectuals and Popular Culture in Twentiethh-Century America, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1996, pp. 137-185. Para un acercamiento positivo a la cultura de masas en relación con las mujeres, véase Joanne Meyerowitz, "Beyond the Feminine Mystique: a reassessment of postwar mass culture, 1946-1958", en Journal of American History, núm. 79, marzo, 1993, pp. 1455-1482.

43 David Riesman, op. cit., 1955, pp. 19-24. Sobre las mujeres con conciencia de la gente, según Riesman, véase David Barboza, op. cit., 1994, pp. 574-575; Erich Fromm, op. cit., 1941. Sobre el desarrollo de la personalidad y el análisis de tipo de carácter, véase Joanne Meyerowitz, op. cit., 2010; William H. Whyte, op. cit,, 2002, pp. 6-9, y 404.

44 Betty Friedan, op. cit., 1963, p. 43.

45 Sobre el problema de la juventud, véanse James Gilbert, A Cycle of Outrage: America's Reaction to the Juvenile Delinquent in the 1950s, Nueva York, Oxford University Press, 1988; Deborah F. Weinstein, op. cit, 2004, pp. 23-28. Sobre la ansiedad acerca de la homosexualidad masculina y hombres feminizados, véase K. A. Cuordileone, "'Politics in an age of anxiety': Cold War political culture and the crisis in American masculinity, 1949-1960", en Journal of American History, núm. 87, septiembre, 2000, pp. 515-545; John D'Emilio, "The homosexual menace: the politics of sexuality in Cold War America", en Kathy Preiss y Christina Simmons (coords.), Passion and Power-Sexuality in History, Filadelfia, Temple University Press, 1989, pp. 226240; Barbara Ehrenreich, The Hearts of Men: American Dreams and the Flight from Commitment, Nueva York, Anchor, 1983, pp. 14-51.

46 Betty Friedan, op. cit., 1963, pp. 274-276 y 278.

47 Betty Friedan, op. cit., 1965, p. 33.

48 Ibid., pp. 33 y 83.

49 Ibid., p. 48.

50 Ibid., p. 370.

51 Ibid., p. 83.

52 Ibid., p. 245.

53 Ibid., p. 382.

54 Ibid., p. 384.

55 Ibid,, p. 386.

56 Ibid., p. 389.

57 Sobre supuestos desórdenes psiquiátricos y el uso de tranquilizantes, véase Jonathan M. Metzl, "'Mother's little helper': The crisis of psychoanalysis and the Miltown resolution", en Gender & History, vol. 15, núm. 2, agosto, 2003, pp. 228-255.

58 Betty Friedan, op. cit., 1965, p. 247.

59 Ibid., p. 40.

60 bid., p. 60.

61 bid., p. 391.

62 bid., p. 394.

63 bid., p. 407.

64 bid., p. 375.

65 Betty Friedan, op. cit., 1963, pp. 333-337.

66 Betty Friedan, op. cit., 1965, p. 68.

67 Sobre la educación y carrera de las mujeres, véanse Cynthia Epstein, Women's Place: Options and Limits in Professional Careers, Berkeley, University of California Press, 1970; Debra Renee Kautfman, "Professional women: how real are the recent gains?", en Jo Freeman (coord.), op. cit, 1995, pp. 287-305; Joyce Antler, "Culture, service, and work: changing ideas of higher education for women", en Pamela Perun (coord.), The Undergraduate Woman, Lexington, Lexington Books, 1982, pp. 1541; Pamela Perun y Janet Giele, "Life after college: historical links between women's work and women's education", en Pamela Perun (coord.), op. cit., 1982, pp. 375-398; Deborah M. Olsen, "Remaking the image: promotional literature of Mount Holyoke, Smith, and Wellesley Colleges in the mid-to-late 1940s", en History of Education Quarterly, núm. 40, invierno, 2000, pp. 418-459.

68 Véase [http://womenshistory.about.com/od/laws/a7status_women.htm], consultado el 2 de julio de 2013.

69 Nancy M. Thornborrow y Marianne B. Sheldon, "Women in the labor force", en Jo Freeman (coord.), op. cit, 1995, pp. 197206; Velyn Nakano Glenn y Roslyn L. Feldberg, "Clerical work: the female occupation", en Jo Freeman (coord.), op. cit., 1995, pp. 262-273; Margery W. Davies, "Woman's place is at the typewriter: The feminization of the clerical labor force", en Zillah Eisenstein (coord.), op. cit., 1979, pp. 258-269; R. Coser y G. Rokoff, "Women in the occupational world: social disruptions and conflict", en Social Problems, núm. 18, 1971, pp. 535-552. Entre 1959 y 1965, hubo un incremento del 25 al 30 por ciento de todas las familias pobres encabezadas por mujeres. Véase Alice Abel Demp, "Poverty and welfare for women", en Jo Freeman (coord.), op. cit., 1995, pp. 462-463; Rebecca Jo Plant, op. cit., 2010, pp. 146-178; Jessica Weiss, op. cit., 2000, pp. 63-70.

70 Lucy Freeman, "'The Feminine Mystique'", en New York Times, 7 de abril de 1963 [http://www.nytimes.com/1963/04/07/book/friedan.feminine.html], consultado el 7 de septiembre de 2012.

71 El 29 de octubre de 1966, Friedan escribió, con el doctor Pauli Murray, la declaración fundacional de la NOW. Sobre los comienzos de la organización, véanse Ruth Rosen, The World Split Open: How the Modern Women's Movement Changed America, Nueva York, Penguin Books, 2000, pp. 74-93; "The female generation gap: daughters of the fifties and origins of contemporary American feminism", en Linda K. Kerber, etal. (coord.), op. cit., 2005, pp. 313-334.

72 Sobre el trabajo del ama de casa, véase, por ejemplo, Mariarosa Dalla Costa y Selma James, op. cit., 1975, pp. 21-56.

73 Susan Lynn, Progressive Women in Conservative Times: Racial Justice, Peace, and Feminism, 1945to the 1960s, New Brunswick, Rutgers University Press, 1992, pp. 1-13; Sara M. Evans, Personal Politics: The Roots of Women's Liberation in the Civil Rights Movement and the NewLeft, Nueva York, Vintage Books, 1980; Kathleen A. Laughlin y Jacqueline L. Castledine (coords.), Breaking the Wave: Women, their Organizations, and Feminism, 1945-1985, Nueva York, Routledge, 2011; Kate Weigand, Red Feminism: American Communism and the Making of Women's Liberation, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 2001.

74 Sobre la respuesta al libro de Friedan, por parte de su generación, véase Stephanie Coontz, op. cit., 2011, pp. 139-165.

75 Respecto al hecho de que se le pagara a las mujeres por su trabajo, como una nueva norma a partir de la década de 1960, véase Eileen Boris, "The great society between home and work", en Sidney M. Milkis y Jerome L. Mileur (coords.), The Great Society and the High Tide of Liberalism, Amherst, University of Massachusetts Press, 2005, pp. 115-144.

76 Sara M. Evans, op. cit., 1980, passim. Para una crítica a Friedan por ser incapaz de aceptar a las feministas radicales y "la política sexual", véase Christine Stansell, "Girlie, interrupted: the generational progress of feminism", en New Republic, 15 de enero de 2001 [http://www.tnr.com/article/books-and-arts/95778/girlie-interrupted], consultado el 10 de enero de 2012. Acerca de la promoción de las ideas de Friedan entre mujeres jóvenes, véase Stepanie Coontz, "Femenine mystique revisited", en The Guardian, 24 de agosto de 2008 [http://www.theguardian.com/commentisfree/2008/aug/24/equality.gender], consultado el 7 de septiembre de 2012. Sobre Friedan como puente ideológico, véase Marilyn French, "The emancipation of Betty Friedan", en Janann Sherman (coord.), Interviews with Betty Friedan, Jackson, University Press of Mississippi, 2002.

77 Tom Hayden, "The port Huron statement", en Paul Jacobs y Saul Landau (coords.), The New Radicals: A Report with Documents, Nueva York, Vintage Books, 1966, pp. 149-162.

78 Lauri Umansky, Motherhood Reconsidered: Feminism and the Legacies of the Sixties, Nueva York, New York University Press, 1996.

79 Revisión técnica por María Antonieta Mendívil.

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