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Signos históricos

versión impresa ISSN 1665-4420

Sig. his vol.13 no.25 México ene./jun. 2011

 

Artículos

 

Brókeres en la frontera norte de México durante la Revolución (1913-1923): equilibrio comercial en mercados de guerra

 

Brokers on the northern border of Mexico during the Revolution (1913-1923): trade steady in markets of war

 

Jesús Méndez Reyes* Catalina Velázquez Morales**

 

Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Autónoma de Baja California. * jmenkings@yahoo.com.mx ** velazque@uabc.edu.mx

 

Recepción: 15/02/2011
Aceptación: 11/05/2011

 

RESUMEN

En México, los mercados de bienes y servicios, así como el de capitales y el laboral sufrieron los embates del proceso revolucionario, sin embargo no los destruyeron. Las oportunidades de hacer negocios en el país abundaron y se diversificaron en buena parte del territorio nacional. Entre las evidencias de aquel fenómeno estuvieron los brókeres comerciales: intermediarios del comercio y los transportes, mediadores que aprovecharon las condiciones del conflicto y la economía de guerra para hacerse de cuantiosos beneficios, tanto para sí como para sus jefes militares. En este artículo, presentamos algunos estudios de caso de brókeres en la frontera norte mexicana y la mención de otros que siguieron un patrón similar a lo largo del país durante la Revolución mexicana.

Palabras clave: intermediarios comerciales, mercados de guerra, frontera norte, Revolución mexicana, militares.

 

ABSTRACT

The markets of goods and services, the capitals, and the labor in Mexico suffered the battering of the revolutionary process. Nevertheless they did not destroy them. The opportunities to do business in the country, abounded and diversified along the national territory. The commercial brokers were intermediaries of the trade and the transport, mediators who took advantage of the conditions of the conflict and the economy of war. They had large benefits for themselves and their military chiefs. We expose some studies of case of brokers in the north Mexican border and others regions during the Mexican Revolution.

Key words: comercial mediators, war markets, northern border, mexican revolution, the military.

 

INTRODUCCIÓN

Las revueltas, las guerras y las revoluciones modifican el status quo, el equilibrio político y las dinámicas de la sociedad en su conjunto. ¿Qué ocurre con la economía? En principio se desajusta al mismo tiempo que el Estado de derecho, que las instituciones políticas o las corporaciones sociales y privadas. Además, el intercambio comercial deja de ser fluido y puede llegar a ser fortuito o accidental; los agentes económicos toman decisiones con información asimétrica; las unidades de cuenta son sustituidas por commodities y sucedáneos de papel moneda. En otras palabras, la incertidumbre de la población frente a la ausencia de autoridad fiscal o monetaria, reduce los alcances del intercambio; incluso, contrae el libre juego de la oferta, la demanda y la misma regulación de las fuerzas del mercado teórico.

En México, los mercados de bienes y servicios, de capitales y el laboral sufrieron los embates del proceso revolucionario de las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, esto no los destruyó. Alan Knight sugiere observar dos momentos o aspectos diferenciados de la Revolución mexicana: uno de corto plazo, "severo, pero breve", y otro de más largo aliento como parte de una "revolución social genuina", el cual ocasionó cambios socioeconómicos duraderos.1 La guerra civil entre 1910 y 1914 siguió una lógica de botín; la de los años ulteriores fue una batalla por congeniar diferentes puntos de vista para encarrilar a buena parte del país de vuelta a la institucionalidad.

En este sentido, las oportunidades de hacer negocios en el país se prolongaron a pesar de las cruentas batallas en buena parte del territorio nacional, lo mismo que la actividad productiva y comercial extendida y diversificada durante el Porfiriato. Las investigaciones académicas recientes de diversos mexicanistas, así como las realizadas en los centros y universidades de la capital y las de otras entidades del país, continúan desplegando estudios puntuales sobre negocios, operarios y empresas. Incluso la temporalidad del movimiento revolucionario debe ser repensada en las diversas regiones pues los actores económicos siguieron trabajando —aún con carencias y dificultades— durante buena parte de la contienda bélica entre 1910 y 1920.2

Al parecer, cada facción en armas —desde su trinchera y espacio de acción— procuró que su estadía fuera lo menos difícil, obligándose, combatientes y población, a conseguir y administrar alimentos, combustibles o pertrechos bélicos en todas las zonas de conflicto. Los grupos de alzados permitieron, y en algunos casos se sumaron, a la siembra y cosecha en los campos, así como la fabricación de manufacturas y textiles o la preservación de obras materiales, capitales y circuitos comerciales.

En este estudio sugerimos un par de hipótesis que podrían mostrar cómo los mercados en guerra no inhiben de manera completa el desempeño de las actividades productivas, de intercambio o de crédito. Primera: que la conservación de capital físico, ciclos productivos y compra-venta de bienes o servicios subsistió en algunos lugares de la República por medio de negocios particulares y del comercio minorista, básicamente en la frontera norte y el alto noroeste. Segunda: ante la huída o desplazamiento de comerciantes, banqueros y transportistas, su lugar en el mercado solía ser ocupado por otros agentes e intermediarios ligados a las facciones en armas; inclusive operaban los mismos ofertantes si decidían —por cualesquier razones— permanecer en la zona de guerra. Las causas por las que pudieron darse ambos procesos están vinculadas tanto a la temporalidad de la Revolución, como a la región noroeste-noreste articulada a los poblados fronterizos y al protagonismo de los brókeres.3

Los grupos revolucionarios del norte del país a lo que menos incitaron a sus huestes fue a la destrucción del capital fijo o las líneas del ferrocarril. Por el contrario, los tres mil kilómetros de franja fronteriza binacional se convirtieron en el espacio para "pertrechar y avituallar, tanto a los líderes como a los soldados [además de] transportar y exportar petróleo".4 El poder que las armas confirieron a los jefes militares fue aprovechado para inmiscuirse en la distribución de bienes y en la fijación de precios, así como para preservar las manufacturas, atesorar moneda metálica o facilitar la importación de pertrechos militares y bienes de primera necesidad. También sirvieron para abastecer a las huestes de alimentos, forraje y textiles; controlar las estaciones del ferrocarril, los perímetros comerciales, el papel moneda y las garitas internacionales.

El propósito de este artículo es presentar un panorama general de la actividad comercial y productiva en algunos espacios de la frontera norte de México durante el conflicto revolucionario.5 Los sujetos de estudio que nos permitieron avanzar en nuestra investigación fueron los intermediarios inmiscuidos en el circuito comercial y los transportes, a quienes denominamos —y la misma literatura de la época lo hizo, sobre todo la prensa fronteriza— brokeres o mediadores revolucionarios, sin ninguna connotación antropológica o cultural, simplemente por su actividad comercial. Además, como sustento de las hipótesis mencionadas, presentamos algunos estudios de caso de brókeres durante la llamada Revolución mexicana, quienes aprovecharon las condiciones y oportunidades del conflicto y la economía de guerra devengándoles cuantiosos beneficios tanto para ellos como para sus jefes militares.

 

EN RÍO REVUELTO, GANANCIA DE PESCADORES

La Revolución mexicana no fue homogénea en tiempo ni en batallas ni las hambrunas se desarrollaron al mismo tiempo o bajo las mismas circunstancias. El amplio espectro de actores y batallas permitió a los ejércitos federales y de rebeldes aprovechar la información económica para su beneficio, constituyendo monopolios, oligopolios e intermediarismo. Este proceso culminó con la institucionalización de los brókeres civiles y militares a lo largo de la línea divisoria; mismos que después operarían en el resto del país y, sobre todo, en los circuitos comerciales binacionales de larga tradición histórica.

El término bróker o brókeres hace referencia a los agentes que con información económica suficiente compran y venden para otros, es un intermediario que opera en los mercados y coloca bienes o servicios a precios presentes o futuros. Vale la pena asentar que cuando la oferta y la demanda se desajustan, o cuando las condiciones económicas y sociales quedan alteradas, este sujeto suele pasar a la informalidad. No es visible como antaño, pero no desaparece y aún continúa operando al margen de las instituciones.

A lo largo del texto utilizamos el término economía de guerra para referirnos a la transformación de los espacios de producción y comercialización que fueron financiados por los combatientes —fuese o no con recursos propios—, incluidos el contrabando y el mercado negro, dirigido o intervenido por los levantados en armas.6 Cabe aclarar que no se esfumaron los otros agentes de la economía aunque su función convencional pudo contenerse o menguar. Nos referimos al papel de inversionistas nacionales y extranjeros, el gobierno federal, estatal o municipal con su consiguiente política recaudatoria, a los exportadores e importadores registrados en puertos y aduanas, a los aurigas, tamemes y transportistas en general, entre otros.

Entre 1911 y 1923, la frontera norte de México contaba con dispersos ranchos y haciendas productoras de alimentos y ganado, circuitos comerciales del antiguo régimen novohispano integrados a los caminos y calzadas porfirianas o a lo largo de las vías férreas tomadas por los revolucionarios. Las fuentes de primera mano indican que la actividad productora no se detuvo por más de un ciclo agrícola o durante la feria comercial acostumbrada. No ignoramos, por supuesto, que algunos poblados colindantes con Estados Unidos experimentaron grandes destrozos y subsistieron como economías de guerra, pero la desaparición de circuitos comerciales y negocios no fue la regla, sino la excepción.

En este sentido, y durante buena parte del periodo revolucionario, si una ranchería o un pueblo se hallaban tomados por los alzados, a los pobladores les era permitida la libre movilidad en la zona controlada por las tropas, así como realizar transacciones y ferias comerciales u organizar el tequio y la fiesta patronal. En efecto, aun cuando los militares controlaban los tranvías, el abastecimiento de agua, la planta eléctrica, el paso del ganado hacia Estados Unidos y la venta de "los más variados productos para hacer funcionar la frontera", la vida cotidiana debía continuar.

Desde el inicio de la contienda armada, todos los grupos revolucionarios buscaron intervenir un punto fronterizo con Estados Unidos. Ahí, en los límites internacionales, se adquirieron los pertrechos para la insurrección: caballos y sillas, pólvora y quizás hasta los uniformes que en algunas imágenes de la época —novelas, filmes y fotografías principalmente— recrean el paso de las huestes armadas. ¿Quién vendía y cómo se compraba? ¿Cómo se pagaba y quiénes acercaban los insumos a los revolucionarios y a la población?

En Ciudad Juárez, Chihuahua, por ejemplo, llegó a organizarse una agencia comercial con inversión mixta —privada y público-militar— para importar pertrechos, lonas, papel e insumos que las casas de juego requerían para atraer clientes estadounidenses. En los poblados de Caléxico, California y Mexicali, Baja California operaba un circuito comercial binacional entre ambos estados fronterizos. Los rancheros y casas comerciales especializadas en ganado de engorda compraban forraje a los comerciantes fronterizos, y los hatos podían pasar de un lado al otro simplemente cubriendo la gabela al jefe militar de la zona. Así funcionaba la frontera más larga del mundo: mientras Esteban Cantú, simpatizante villista, adquiría armas y municiones en San Francisco, California, la facción carrancista las adquiría en otra ciudad del mismo estado: Los Ángeles. El intermediario de estos últimos fue M. Eppstein, bróker establecido en Mazatlán con la venia del general Carrasco, representante de Venustiano Carranza en ese puerto del Océano Pacífico.7

Mientras tanto, en las regiones dominadas por el Centauro del Norte —Durango, Coahuila y Chihuahua—, las actividades económicas se diversificaban entre los sectores minero, comercial, bancario y manufacturero, a la vez que la población convivía con oficiales, aventureros, generales y el mismísimo Pancho Villa. Así, las huestes de esta División financiaban su estadía con el producto de las haciendas y la explotación de los filones bajo su control: cobraban impuestos a la industria local, secuestraban los recursos del Banco de Durango y de las sucursales del Banco Minero de Chihuahua. ¿A qué viene todo esto? Es importante puesto que así funcionó la economía de guerra en varias regiones del norte y de la frontera con Estados Unidos por las dificultades institucionales colapsadas por la revolución. Como efecto del movimiento hubo un descontrol del erario, fueron asesinados "ocho visitadores" dependientes de la Secretaría de Hacienda, "se dispersaron las funciones hacendarias, disminuyeron las recaudaciones, aumentó el gasto militar" y hubo que tomar dinero de donde se pudiese.8

En este sentido, observamos un par de fenómenos: primero, la continuación de las actividades comerciales por parte de los revolucionarios, quienes no cerraron negocios y se adueñaron del control del circuito; segundo, la regulación o control de precios y la oferta monetaria para pagar las compras o las deudas. Por ejemplo, Los Dorados de Villa administraron la Compañía Cervecera de Chihuahua, el ferrocarril y la sucursal del Banco de ese estado en Gómez Palacio, Durango. La empresa ferrocarrilera de Chihuahua requería para su operación normal aceites y lubricantes que sólo se conseguían en compañías texanas; el gerente los adquiría sin problemas, pues la cuenta era pagada con los dólares que compraba a los intermediarios, comisionistas y brókeres de Pancho Villa.9

El segundo fenómeno al que nos referimos se halló en el pago de transacciones y liquidación de deudas. Se pagó cada vez menos con moneda metálica y se utilizaron medios de pago alternativos: cartón, cuero, níquel, vales, papel revolucionario, bilimbiques, tan comunes en la historia económica revolucionaria. Así, ni el mercado de bienes ni el de transacciones detuvieron su actividad: ambos se redujeron pero de ningún modo desaparecieron por completo.10

La Revolución mexicana modificó también las condiciones del crédito institucional y los mecanismos para contratarlo, a saber, el pago de intereses, el tipo de unidad monetaria en el que se realizaban las liquidaciones y el plazo para saldar el adeudo. En el otoño de 1913 el sistema financiero federal se colapsó y para abril de 1914 ningún banco porfirista funcionaba como antaño. En septiembre de 1915 el otorgamiento de nuevos empréstitos de carácter institucional fue casi nulo por la derogación de los privilegios y las concesiones de los bancos de emisión.11 No obstante, en los archivos revisados existe registro de que las sucursales de los bancos regionales siguieron funcionando y sólo hasta el tercer trimestre de 1914 —con la declaración de bancarrota contable del sistema financiero nacional— las transacciones entre deudores y acreedores descendieron estrepitosamente.12

Por otro lado, los intermediarios a los que nos referimos en este estudio incrementaron su presencia y sus actividades al margen del mercado, tanto de manera autónoma como comisionados por los ejércitos y sus mandos superiores. Al comercio de guerra se sumaron los fraudes y la especulación de las fuerzas federales que debían enfrentar a los alzados.13 Los brókeres ofrecieron semillas, aperos, ganado, productos y exención de impuestos a los solicitantes de crédito, ya fuera que pagaran en metal o en unidades de cuenta de cualquier tipo: desde el dólar estadounidense y la moneda fuerte nacional (oro y plata) hasta emisiones de papel revolucionario, o inclusive con fanegas de harina, la cual se volvió un medio de pago y de trueque en ciertos momentos.

Aquellos empréstitos en dinero y en especie fueron concedidos por casas comerciales, por particulares o por militares, quienes jugaron el papel temporal de financieros locales, incluidos los huertistas y carrancistas exiliados en Estados Unidos, así como los espías alemanes instalados en la frontera y expulsados, en diciembre de 1915, del vecino país de norte.14 En otras ocasiones, la oligarquía y los extranjeros residentes en México fueron obligados a financiar la rebelión o adquirir pertrechos, utilizando sus contactos y redes familiares y comerciales. Fue el caso del general Lucio Blanco, quien, apostado en la región de Nuevo León y Tamaulipas, manipuló los canales oficiales y los medios de comunicación de los consulados para contactar a vendedores del otro lado de la frontera. Además, para negociar el pago se valió de la infraestructura comercial de la oficina de México en Nueva York y de los servicios de inteligencia de uno de los agentes secretos de Venustiano Carranza.15 De esta manera, entre 1913 y 1916 algunas zonas del país carecieron de autoridad política y monetaria federal, pero no de medios de producción y financiamiento. Los nuevos intermediarios ofrecían todo tipo de mercancía a los residentes mexicanos en la frontera norte, además de adquirir enseres domésticos, ropa, zapatos, rifles, autos y ganado en los comercios estadounidenses. Al parecer hubo tan buen entendimiento que, si el comprador podía pagar en efectivo, le ofrecían un descuento de 3 porciento sobre el monto total; si lo hacía a crédito, los intermediarios ofrecían hasta seis meses con un cargo de 10 porciento sobre el valor de mercado.16

Avanzado el conflicto armado, algunos jefes revolucionarios y sus subalternos comprendieron que podían lucrar en esa economía de guerra: traficar con víveres y pertrechos aprovechando la anarquía política, el tipo de cambio peso/ dólar y el mismo espacio fronterizo. Se dedicaron al contrabando de algodón, que el mercado internacional demandó durante la Primera Guerra Mundial, y al de narcóticos como el opio, la cocaína y la morfina.17 El bróker revolucionario había hallado su nicho de mercado e iniciado su ascenso personal.

Éste, por tanto, fue un agente que compró y vendió para otros, un intermediario que operó en los mercados fragmentados por la violencia y la guerra. Al inicio se sujetó a las reglas del mercado y la formalidad, pero cuando la demanda y la oferta se desajustaron e imperó el desorden monetario, pasó al mercado negro vendiendo sus productos al mejor postor. La seguridad del negocio la proporcionaban las mismas huestes de las que habían surgido y el control de los circuitos que dominaban. Tal vez la mayor paradoja fue que las clases medias, los comerciantes, los antirreeleccionistas y los profesionistas que venían luchando tanto en contra de los jefes políticos, como en contra de la verticalidad del poder de Porfirio Díaz , la inflación y los prestamistas, encontraron en los revolucionarios parte de las respuestas que buscaban.

Por lo menos, la escasez y el costo de la vida tardarían otro rato en llegar; siempre que la producción la acapararan los alzados y los precios de algunos alimentos estuviesen controlados por "la nueva burguesía" nacional, como jocosamente llamó Mariano Azuela en una de sus obras a los militares metidos a comerciantes.

 

LOS BRÓKERES REVOLUCIONARIOS Y EL CONTROL DE ALIMENTOS Y MERCANCÍAS

La violencia asociada a las primeras guerras del siglo XX fue destructiva, inhumana y reajustó los espacios de comercialización y convivencia.18 Es probable que durante la Revolución mexicana, un buen número de hombres y mujeres que se sumaron a las huestes y facciones en armas tuvieran pérdidas en términos monetarios. En algunos casos, fueron atraídos con la promesa de tierras, la entrega del botín, el reparto del saqueo, el control de comercios, la rapiña en haciendas o negociaciones mineras a lo largo del país.

En el otro extremo, políticos, comerciantes, burócratas y capitalistas extranjeros debieron huir de las zonas de conflicto para buscar seguridad y defensa. Los habitantes de la capital del país se dispersaron a colonias alejadas de las sedes de los poderes federales, y quienes vivían en la frontera norte cruzaron hacia los poblados estadounidenses o se mudaron a regiones del país menos violentas. Algunos para preparar el regreso de Victoriano Huerta, otros para denunciar a los carrancistas o servir como espías villistas en El Paso y Ciudad Juárez.19 Tanto nacionales como extranjeros abandonaron el país para salvar a sus familias y negocios de la violencia que continuaba creciendo. Así ocurrió con los familiares de los gerentes y administradores de la Constructora Richardson —propiedad de la Richardson Construction Company con sede en Los Ángeles, California—,20 quienes, procedentes de Esperanza, Sonora, decidieron dejar México por los riesgos de la revolución. En agosto de 1913, H. E. Green, John V. McWide, Luisa Hutchinson, M. W. Chaney y esposa abandonaron sus fincas y pertenencias antes de que las cosas se complicaran en el noroeste. Atravesaron por Mexicali para llegar a California hasta embarcarse en el transporte que los llevaría a su destino. Mientras tanto, 200 chinos residentes de Sonora cruzaban hacia Arizona para ser "puestos bajo custodia en un recinto masónico [que asegurara] su protección".21 En el caso de Sonora, el poder económico de los comerciantes chinos y otros extranjeros, como los alemanes, no permitió que fueran asaltados o sustituidos por los brókeres revolucionarios. No obstante, sí se trastocaron las relaciones internacionales.

Las querellas por daños a extranjeros a causa de la revolución fueron persistentes desde el inicio y continuaron hasta la década de 1920. En enero de 1914, por ejemplo, Los Dorados de Villa ocuparon la mina El Desengaño en Guanaceví, Durango, y asesinaron al inglés William Benton. No hacía mucho tiempo los españoles asentados en la región habían sido expulsados de los territorios controlados por la facción villista; cuando éstos fueron echados de la comarca, Los Dorados respondieron asaltando un tren de pasajeros en Santa Isabel, Chihuahua, fusilando a varios técnicos y trabajadores estadounidenses de la Cusi Mining Co.22 Frente a tales atropellos, las tres naciones ofendidas enviaron notas diplomáticas a los consulados y representaciones correspondientes, pero no hubo autoridad federal que contestara el reclamo.

La prensa capitalina no tardó en señalar que las ofensas no se debían a actitudes xenófobas de los mexicanos, sino a la falta de apoyo pecuniario a los villistas por parte de la División del Norte. En este sentido, Alberto Calzadías escribió que el ataque de Villa a Columbus fue "para castigar al comerciante estadounidense Sam Ravel", a quien Los Dorados habían proporcionado una gran cantidad de dinero para comprar armas y "el comerciante se negó a entregárselas".23 En este maremágnum, la tropa y sus líderes —civiles y militares— fueron incorporándose a la economía de guerra, irrumpiendo primero en el comercio tanto de armas como de pertrechos, para luego incorporarse en las actividades de comerciantes, empresarios y prestamistas de las regiones que controlaban con la violencia.

Poco a poco, los revolucionarios —sus amigos y empleados— encontraron en la especulación con alimentos y artículos de primera necesidad la fuente de la prosperidad, así como en la gestión de los vales de aprovisionamiento y de transporte, el acaparamiento de pertrechos, botas y uniformes, el traslado de viajeros o el establecimiento de monopolios regionales. En el norte los rebeldes aprovecharon el perímetro binacional y los vínculos trazados con los burócratas porfiristas, con los cónsules estadounidenses y con los opositores de todo signo. El poder político y militar no tenía por qué ser ajeno a los negocios, al final todo iba a la misma talega.

La rapidez con la que crecieron estas relaciones comerciales pudo ser efecto de la economía de guerra que se vivía, o bien la bonanza se debió a algún tipo de amistad y negocios comunes con las autoridades de San Antonio, Texas, Cananea y Naco, en Sonora, los dos Nogales o cualquiera de las otras ciudades vecinas en ambos lados de la frontera. No fueron pocas las acusaciones contra funcionarios del vecino país del norte por ayudar a los revolucionarios o por incumplir con la obligación de proteger a los ciudadanos estadounidenses.

Esto ocurrió en el caso de unos terrenos entre Nuevo México y Texas, donde fueron descubiertas armas y municiones, así como otros materiales de los que hacían acopio los exiliados huertistas, en una propiedad de los hermanos Alderete, cercana al poblado donde fue arrestado Victoriano Huerta en julio de 1915, "acusado de violar las leyes de neutralidad de la Unión Americana". En cambio, por una acusación similar, no se molestó a los agentes villistas Félix Sommerfeld, Lázaro de la Garza e Hipólito Villa. El colector de aduanas estadounidense, Zachary Cobb, les brindó "todo tipo de consideraciones".24

Durante los debates del Informe Fall se enumeró una larga lista de acontecimientos ocurridos durante 1909 y 1920. Entre los hechos descritos se destaca el encubrimiento "de las actividades ilícitas en la línea fronteriza" de mexicanos y estadounidenses, además de:

[...] los casos de daños y abusos sufridos por ciudadanos de Estados Unidos en la República Mexicana, por la destrucción, confiscación y robo de propiedades personales, la confiscación y privación del uso de tierras y destrucción de mejoras hechas en éstas; y en general todos aquellos actos del Gobierno de México y sus ciudadanos que hayan ido en menoscabo de los derechos de Estados Unidos o de sus ciudadanos.25

Los brókeres revolucionarios que operaron en la frontera norte de México no se explican del todo sin la ayuda, tácita o abierta, de algunos vecinos del país contiguo. Así, los intermediarios mexicanos poco a poco controlaron las aduanas y las garitas, los puertos y los puntos fronterizos. En el noroeste del país la circulación del dólar estadounidense facilitó el juego comercial de aquéllos; sin restricción a la importación de mercancías de primera necesidad, los enseres o los vehículos, a los brókeres no les costó demasiado el comercio de otros artículos. Tanto en la etapa villista como en la constitucionalista, los brókeres fijaron el monto de los pasajes y los trayectos en los carromatos de ferrocarril destinados para transporte de personas y alimentos. Álvaro Obregón, jefe del Ejército del Noroeste, integró una red de comisionistas entre los poblados limítrofes de Sonora y Arizona para facilitar la compra de armamento, pertrechos "y hasta un avión". En una de aquellas operaciones comerciales del sonorense fueron incluidos en la transacción contingentes importantes de indios mayos y yaquis, "atraídos con vagas promesas de restituirles sus tierras".26

Entre muchos otros intermediarios comerciales de la época, destacaron Ignacio Bonillas, Ángel Lagarda, Roberto Pesqueira, Ramón P. de Negri, Francisco Elías, Juan R. Platt, Víctor Rendón, Antonio I. Villarreal y su suegro Manuel Sordo Noriega. El otro líder sonorense que empezaba a destacar, Plutarco Elías Calles, iniciaba también su paso por los negocios revolucionarios, y lo acompañaba en esta tarea su cuñado Fernando Chacón. El comandante del 12° Regimiento de Infantería del ejército estadounidense describió a Elías Calles como "un hombre con cierta capacidad de mando", que sabe utilizar su posición en el escalafón militar para obtener dividendos personales. Según el militar de la Unión Americana, el futuro Jefe Máximo de la Revolución enviaba a Estados Unidos —a través de Fernando Chacón— "de mil a dos mil dólares semanales" para abonarlos a su cuenta personal en Nogales, Arizona".27

El nombramiento de Elías Calles como jefe de la zona militar del noroeste —Sonora, Sinaloa, Baja California y Nayarit— sentó al militar en una mesa con amplio menú de opciones; la oportunidad no sería desaprovechada ni por él ni por sus compañeros de armas, entre ellos Álvaro Obregón y Abelardo L. Rodríguez.

 

REVOLUCIONARIOS EN ACCIÓN

Los acontecimientos de todo tipo durante la Revolución mexicana no fueron lineales ni homogéneos; la cronología del inicio y fin de las contiendas debe revisarse a detalle cuando se analiza desde una perspectiva regional o económica. Entre 1910 y 1923, las batallas, las hostilidades, el control del ferrocarril y los circuitos comerciales van apareciendo o sustrayéndose de las zonas de conflicto en diferentes momentos. El caos en la capital del país inició en febrero de 1913, con los asesinatos de Francisco I. Madero, José María Pino Suárez y la desarticulación de la XXVI Legislatura. Los levantamientos subsiguientes sucedieron a lo largo de ese año y en buena parte del país. Paradójicamente, es el punto de partida para el fortalecimiento del comercio en el noroeste de México y la aparición de los intermediarios comerciales, a quienes la correspondencia denomina como brókeres.

En este tenor, desde 1914 hasta 1917 —y luego durante la revuelta delahuertista—, el contrabando, el comercio informal y los mercados alternos en la frontera norte vivieron su mejor momento. Los revolucionarios norteños hicieron manifiesto que podían vivir sin gobierno federal, pero no sin alimentos, forraje, armamento y caminos que conectaran los mercados locales y las grandes ciudades. Los brókeres surgieron de las batallas pero no murieron en ellas. La guerra es un negocio para aprovecharse, para enriquecerse, para controlar al otro; por eso fue peculiar la psique del burócrata convertido en comerciante, del militar transformado en exportador, del hombre ilustrado transmutado en negociante de armas, alimentos, voluntades e individuos.

Estos personajes no fueron el general, el comandante o el jefe de los ejércitos, pero sí los que conocían dónde abastecer a la población, a la tropa y al poblado, cuándo el pillaje resultaba contraproducente y por qué debían conservarse las vidas de algunos oligarcas y extranjeros. Estos brókeres no eran personas comunes, cabos o soldados rasos, se trataba de gente que sabía leer y escribir, hablaba o entendía el idioma inglés, pertenecía a familias de clase media, o eran personas influyentes en sus regiones.

En otro lado del país, Roberto V. Pesqueira ejerció cierto liderazgo en el noroeste mexicano sobre oficinistas y tinterillos de la antigua burocracia porfiriana, quienes, llegada la revolución se sumaron, a la bola para sacar tajada de la contienda, además de contar con redes familiares y comerciales inigualables en Estados Unidos y el puerto de Guaymas, el cual conectaba al sur de México con el extenso Pacífico.

Roberto Pesqueira fue descendiente del caudillo Ignacio Pesqueira, el "asesino de Potrerito Seco", e hijo de Agustín, un simpatizante del movimiento de Bernardo Reyes, que sufrió cárcel al oponerse a la elección de Ramón Corral a la gubernatura de Sonora. Se desempeñó como agente financiero del gobernador Maytorena al inicio de la revolución. Más tarde fue el enlace con el gobierno de Venustiano Carranza y aprovechó la agencia comercial que tenía instalada en Douglas, Arizona para ofrecer sus servicios al gobierno.28 El trabajo de Pesqueira consistió en aprovisionar a las tropas, llevar el registro de las finanzas y la administración de los batallones del noroeste, así como cuidar que la Oficina de Bienes Ausentes vendiera al costo la producción pagada o confiscada.

La agencia comercial de Pesqueira fue la encargada de levantar las cosechas de las haciendas en donde se asentaron o pernoctaron los carrancistas. El sonorense trabajó bajo las órdenes de diferentes líderes y sirvió de intérprete a Pancho Villa, quien le encomendó hablar con los forasteros que llegaban a buscarlo para convencerlos de ser socios o clientes de sus ejércitos. Además negociaba con los comerciantes y les ofrecía protección si evitaban que los comestibles bajaran de precio en la región controlada por los alzados.29

Otro caso conocido fue el de Juan Rodolfo Platt, tesorero de los Ferrocarriles Nacionales, amigo de Álvaro Obregón y secretario particular de éste cuando llegó a la Presidencia de la República. En 1916, Platt fue nombrado presidente de una comisión de abasto de productos de primera necesidad en Sonora y Sinaloa; entre sus actividades estuvieron el transporte de provisiones y ganado a México desde la frontera con Estados Unidos a través del ferrocarril. Además, el general Obregón facultó a Platt para establecer expendios en los distintos mercados fronterizos, coordinándose con el gobernador de Sonora, para evitar "el alza continua en los [precios de los] artículos y la constante depresión de nuestra moneda nacional".30

En efecto, el peso mexicano estaba dejando de circular en los mercados locales mientras el dólar estadounidense era bien aceptado en la frontera norte. Poco antes de estallar la Primera Guerra Mundial, la moneda fuerte mexicana podía cambiarse sin dificultad por numerario del país vecino o por giros comerciales pagaderos a la par en cualquier garita fronteriza.31 Otro ejemplo de intermediarismo comercial, durante los años de la Revolución mexicana y el primer lustro de 1920, lo hallamos en Ángel J. Lagarda. Este personaje oriundo de Sonora fue prototipo de los brókeres que reseñamos, tanto por los alcances geográficos de sus actividades como por la diversificación de las mismas en los años revolucionarios. Ángel J. Lagarda fue administrador de la Agencia Comercial de Roberto Pesqueira y contaba con instrucción y conocimientos del idioma inglés. Negociaba con los comerciantes estadounidenses y fronterizos acordando los mejores precios para la Agencia, asegurando compras futuras para algunos proveedores o el desazón y la indiferencia para los que se negaran a pactar bajo sus condiciones.

Entre 1913 y 1917, la Agencia Comercial constituyó un verdadero monopolio en la región; Aguilar Camín la califica de "agencia consular comercial" con importantes ligas, tanto en Estados Unidos como con las compañías mineras El Tigre, Nacozari y Cananea. Incluso la Agencia desempeñó el papel de oferente de "préstamos y contribuciones entre los capitalistas de esas regiones".32 En esta etapa, Lagarda fue nombrado por Venustiano Carranza agente confidencial de su gobierno en Washington, D.C., y al mismo tiempo se encargó del Departamento de Aprovisionamientos Generales del Ejército Constitucionalista. Entre las funciones encomendadas estuvo abastecer a los jefes militares de tela, armas, ganado y alimentos. Asimismo, el Primer Jefe de la Revolución ordenó al administrador de los Ferrocarriles Nacionales "absoluta preferencia para el arrastre" de los carros llenos de granos o pertrechos hacia las bodegas del Departamento de Aprovisionamientos Generales. El pago correspondiente lo remitiría Lagarda con letras de cambio, con dólares o transfiriendo giros en oro nacional, pagaderos en la frontera o contra cuenta corriente en la Agencia Financiera de México en Nueva York al mando de Francisco J. Múgica.33

En algunas ocasiones la administración de Carranza le permitió a Lagarda cobrar y recibir el pago de impuestos para transferirlos a la Tesorería Nacional; la razón esgrimida fue la dificultad para transitar en las zonas donde se desarrollaba el conflicto bélico, y por la lejanía entre la Ciudad de México y la frontera norte. Entre las fuentes documentales consultadas aparece la queja de comerciantes y pobladores contra la actuación del sonorense, quien "recaudó en especie" el equivalente a la gabela fiscal, cuando las negociaciones mineras, industriales y agrícolas no pudieron pagar en metálico. El colmo fue que el tipo de cambio se ajustó al "que él determinó".34

Las condiciones favorables en las que se desenvolvió Lagarda le permitieron abrir su propia Agencia Comercial Exportadora, además, al ser bilingüe y contar con experiencia contable, compitió de manera ventajosa con otros proveedores al colocar bienes y manufacturas en Estados Unidos, sobre todo entre las poblaciones colindantes con el ferrocarril. Asimismo, ofreció sus servicios como representante a los pequeños comerciantes, y a quienes desearan entablar negocios en ambos lados de la frontera.

Durante el constitucionalismo, aquel bróker se trasladó sin dificultad al centro del país y su agencia comercializadora llegó a ser el único centro recolector y distribuidor de mercancías entre el puerto de Veracruz y la Ciudad de México. Según un crítico de la época, cuando en el mercado faltaba harina o manteca, el gobierno ordenaba a las aduanas del Golfo dejar pasar los productos libres de derechos para ser consignados a la Agencia de Lagarda.35 En otra ocasión, "un caso escandaloso" llamó la atención de la prensa capitalina: Lagarda fue nombrado comisario de "la nueva administración" de la Caja de Préstamos para Obras de Irrigación y Fomento de la Agricultura, una institución financiera que el presidente Madero había transformado en pública y cuyas reservas metálicas agotó el gobierno de Victoriano Huerta.

Por decisión de Venustiano Carranza, y pese a la oposición del gerente de la institución, Carlos Basave y del Castillo Negrete, el sonorense se vio favorecido con el nombramiento de comisario de la institución financiera. El gerente expresó lo siguiente y no tardó en renunciar al puesto:

Lagarda con marrullerías de ranchero [ha logrado ser comisario] y tenderá a la larga a quedarse con la Institución, alegando que algún premio merecían sus buenos y leales servicios. Es inexplicable [...] [se trata de] un fronterizo inculto, apropiado a lo más para estar al frente de una tienda de abarrotes o de un almacén de combustibles en población provinciana.36

Las fuentes documentales permiten inferir que el acaparamiento y el aumento desmedido de precios iban en sentido inverso al de las poblaciones más alejadas de las cabeceras municipales, ya fuese por carecer de autoridad política real o por un mermado liderazgo del revolucionario en turno. Es decir, en donde hubo enfrentamientos y revolucionarios hubo abasto e intercambio; por el contrario, en las poblaciones con un número menor de batallas o sin impactos directos de los alzados, la escasez y la inflación fueron en aumento. Éste fue el caso del mineral de Villa Allende, en el Estado de México, al cual no habían llegado ni zapatistas ni constitucionalistas, un poblado en donde la casa comercial de Francisco Pérez Carbajal "se ha vuelto un monopolio" y ningún revolucionario "de fuera" había llegado a "poner orden".

Pérez Carbajal ha sacado de la población cientos de cargas de trigo y los ha hecho harina para venderla a otros lugares. Aquí hay bastante maíz, elotes, pan y harina, pero los está vendiendo al doble del precio. Ha llegado a tal grado la ambición, que la negociación [concentra] todo el papel moneda chico, y [hasta los] cartones que circulaban en la población [.] Estos caciques nos están extorsionando valiéndose del presidente municipal, socio de la casa comercial, y de los comandantes de la plaza, que disimulan y toleran por ser amigos del General.37

En otra población de ese corredor comercial, los habitantes de Tenancingo señalaron que las mayores dificultades generadas por las Brigadas Tabasco y la Cándido P. Valdés fueron la falta de comunicación entre municipios y poblados, el acaparamiento de mercancías y "el exorbitante precio de los artículos de primera necesidad". Cándido Valdés se convirtió en el acaparador más abusivo de los rumbos de Texcoco, Chalco, Otumba, Cuautitlán, Zumpango, Ixtlahuaca, Jilotepec y Valle de Bravo.38

Los ejércitos iban acompañados de su propio bróker o lo generaban por si hacía falta. Antonio I. Villarreal —antiguo magonista y primo del revolucionario Pablo González— desempeñó su tarea de intermediario en las zonas Golfo y Noreste del país. Villarreal se dedicó a la exportación de maíz, abarrotes, embutidos y leche, en una empresa común con su suegro Manuel Sordo, aprovechando la salida al mar y la frontera con Estados Unidos.

El profesor Antonio Ireneo Villarreal, oriundo de Nuevo León, creció intelectualmente bajo la influencia del magonista Librado Rivera con quien permaneció encarcelado durante dos años, al igual que con Ricardo Flores Magón. En la primavera de 1911 rompió su relación con ellos y abandonó el país, colaboró directamente en el Consulado general de México en Barcelona y en julio de 1913 quedó al mando "de la 1ª Brigada de la naciente División del Noreste".39 En abril de 1914 la brigada militar que encabezaba Villarreal incluía diversos poblados de Nuevo León, Tamaulipas y Coahuila, entre otros, Topo Grande, Topo Chico, San Nicolás de los Garza y Villa de Guadalupe. La columna militar que encabezó fue descrita por la prensa de aquel momento como desaliñada y rapaz, mientras que para Villarreal se entretejieron varias historias que le dieron la fama de pendenciero y acaparador.

La zona del Golfo de México venía siendo explotada por las compañías petroleras extranjeras desde la última década del Porfiriato; el puerto de Tampico y Matamoros, en Tamaulipas, así como Tuxpan, en Veracruz, funcionaban como corredor comercial de hidrocarburo, minerales y productos naturales. En el verano de 1914, el puerto de Tampico había quedado en manos de los constitucionalistas y, pese al rompimiento de relaciones formales entre México y Gran Bretaña, la extracción y exportación de petróleo pareció normalizarse. Esa paz relativa empujó a Antonio I. Villarreal a incursionar en la industria petrolera, la cual "brindaba mejores rendimientos que la exportación de artículos de primera necesidad".40 Sin embargo, cuando Felipe Ángeles venció estrepitosamente a los carrancistas y los echó de la región, el Primer Jefe se enfureció en contra de Villarreal por perder la plaza; este último, para evitar conflictos, decidió exiliarse en San Antonio, Texas, olvidando sus sueños de petrolero.

A pesar de esto, Antonio I. Villarreal fundó la York Trading Company Inc., junto con Víctor A. Rendón, gracias al conocimiento de las redes de contrabando y comercio que trazó y solidificó en su antigua zona de influencia —amén de que la política estadounidense privilegiaba la apertura de empresas y negocios sin importar el origen del capital—. El negocio de Villarreal y Rendón se dedicó a la venta de candelilla, semillas, cueros y fibras similares. Su mercado no sólo fue el local, abastecía también a las ciudades de Chihuahua y Torreón, incluso colocó semillas en la Ciudad de México gracias al control del ferrocarril de otros brókeres revolucionarios.

La región Golfo y Noreste siguió funcionando y no sería extraño que el ejército de Manuel Peláez hubiera vendido seguridad a las compañías inglesas para operar también como bróker.41 Así maniobraban otros regimientos menores: revuelta militar, control de los circuitos mercantiles y protección a los dueños de minas y grandes negocios. De ahí pasaban al intermediarismo y a las labores de bróker. Posiblemente así operaron la Junta Calificadora de Fincas Rústicas y Urbanas del gobierno Convencionista de Eulalio Gutiérrez, en San Luis Potosí, y la Junta de Confiscaciones y Restituciones del villista Emiliano Saravia, en la misma entidad.

En otros casos preferían controlar el transporte y las garitas para el traslado de armamentos y alimentos, como Esteban Cantú en el Distrito Norte de Baja California, o apoderarse de las fincas rústicas y urbanas para rematarlas, como ocurrió con la Junta Interventora de Bienes Pertenecientes a los Enemigos de la República y la Oficina de Confiscaciones del Gobierno Constitucionalista en Aguascalientes.42

La apreciación de Hans W. Tobler sobre el ejército revolucionario resulta contundente: aquella institución no fue un instrumento decisivo de la reestructuración agraria sino un medio de ascenso en la escala social, fue el conservador de "las antiguas estructuras agrarias" y uno de los "principales obstáculos para la política progresiva" que México necesitaba como efecto de la revolución. Finalmente, todas las casas comerciales y agencias señaladas registran el nombre de al menos un militar, un civil revolucionario o un futuro líder del grupo político vencedor. Igualmente dan cuenta del monopolio de la producción de las haciendas intervenidas y el equilibrio que jugaron en sus zonas de influencia al fijar los precios de artículos de primera necesidad para evitar la competencia o el desabasto.

 

ARMAS, CAMINOS Y NUEVOS CIRCUITOS COMERCIALES

La Revolución mexicana fue uno de los procesos determinantes para dinamizar la frontera norte y sentar las bases para que en el futuro funcionara como "economía de arrastre".43 La cercanía con Estados Unidos y las líneas del ferrocarril en ese espacio de convivencia binacional fueron aprovechadas por los revolucionarios, quienes intervinieron los circuitos comerciales existentes y generaron redes más amplias para la compraventa de todo tipo de productos. Frente al toma y daca de las facciones enfrentadas, los intermediarios militares abrieron caminos alternos y perímetros más amplios para introducir desde cebada, maíz y puercos, hasta whisky, automóviles y armamento —a través de la frontera—, fortaleciendo esta región durante el conflicto armado y en la siguiente década.44

Este proceso forjó nuevos empresarios y solidificó a los existentes al adaptar sus estrategias al cambio político de la época. Al mismo tiempo abrió las puertas a otras periferias comerciales y encumbró a los militares y brókeres más experimentados, quienes no tuvieron empacho en negociar con cualquier agente de la economía, con la facción vencedora en turno, con los antiguos propietarios o con los administradores que quedaron al frente de fincas, negocios y casas comerciales. Sobre todo cuando los dueños legítimos y los inversionistas extranjeros huyeron del país o se escondieron en otras regiones.

En esta "economía de guerra" fueron rezagándose las oligarquías regionales, por lo tanto, desaparecieron los de la generación porfirista y se integraron nuevos actores a la producción y distribución del mercado. Los más jóvenes y avezados escalaron posiciones de intermediación en pleno conflicto revolucionario, los que perdieron posición militar o política mermaron sus oportunidades de continuar en la intermediación comercial.

Más al noroeste, José María Maytorena y Pancho Villa nombraron a Baltasar Avilés jefe político del Distrito Norte de Baja California. Junto con él designaron a un Comandante militar de la zona, el coronel neolonés Esteban Cantú. Tiempo después, Avilés fue echado de la región por el propio Cantú y decidió mudar la sede del poder político del antiguo puerto de Ensenada al poblado fronterizo de Mexicali.45 El propósito fue modificar y fortalecer el circuito comercial en la región binacional con Estados Unidos y, al mismo tiempo, restar fuerza a los comerciantes de Ensenada, quienes propugnaban desde hacía mucho porque las autoridades del Distrito Norte fueran personas oriundas de la región.

Cuando, en 1916, el disminuido Pancho Villa envió a uno de sus generales a Sinaloa para buscar apoyo entre los antiguos correligionarios, lo traicionó Maximiliano Márquez, un antiguo villista. El enviado fue desaparecido y el argumento fue que Márquez no podía ofrecer ayuda, pues de momento era "el administrador de la enorme hacienda de Babícora, propiedad de William Randolph Hearst".46

En este punto, los canales de comercialización y de intercambio registraron reactivación y dinamismo a lo largo de la frontera: desde McAllen y San Antonio, Texas, hasta el pequeño poblado de Tecate en Baja California. Del mismo modo, la línea fronteriza forjó un circuito para el contrabando de ganado y, más tarde, un corredor de salida para los simpatizantes de la rebelión delahuertista hacia Los Ángeles, California, entre ellos Enrique Estrada y Alfonso de la Huerta.47 Otro asunto de suma importancia fue la cuantiosa cascada de recursos que Esteban Cantú y las administraciones siguientes utilizaron para importar manufacturas, edificar caminos, inmuebles y obras públicas, además de trasladar la producción del Valle de Mexicali y el Valle Imperial hacia el mercado estadounidense y europeo. Al parecer, Cantú logró fortalecer su dominio comprando armas en Estados Unidos y desafiando al gobierno de Venustiano Carranza hasta que éste lo ratificó como gobernador.

A estas rutas habrá que sumar el polígono de San Luis Río Colorado, en el norte de Sonora, la salida al mar en los Distritos norte y sur de Baja California y al menos dos estados de la Unión Americana: Arizona y California. Asimismo, los puertos mexicanos de Guaymas, Santa Rosalía y La Bomba, itinerarios para el contrabando de opiáceos y luego para burlar la prohibición estadounidense contra las bebidas alcohólicas durante la Ley Volstead. Este circuito comercial fue mencionado ampliamente cuando se dio la persecución política de Estaban Cantú y su suegro Federico Dato, "agente activo de los enemigos de nuestro gobierno", a quien la Secretaría de Gobernación acusó de transportar drogas en sus barcos durante la presidencia de Álvaro Obregón.48

No cabe duda que la labor comercial y de contrabando de los brókeres revolucionarios trazó caminos alternos a los circuitos anteriores y derroteros para la compraventa de mercancías y servicios en el transcurso del conflicto revolucionario, así como durante la consolidación de los gobiernos sonorenses en la siguiente década.

Por último, nos referimos a un caso poco documentado en el noreste del país y la frontera tamaulipeca que resume lo que tratamos de presentar en este estudio. El escenario de acción fue la hacienda Carrizos y sus fincas anexas: Laureles, Hidalgo y Villagrán, todas en San Carlos, Tamaulipas. La extensa propiedad (actualmente comprende cuatro municipios) pertenecía a la familia Coghlan, quien solicitó un crédito para refaccionar sus fincas a la Caja de Préstamos para Obras de Irrigación y Fomento de la Agricultura en 1910. Ante la falta de pago de los propietarios, la hacienda y las tierras anexas fueron intervenidas legalmente por la institución, poco antes del asesinato del presidente Francisco I. Madero. La institución crediticia designó entonces a Rafael Terán Ibarra como interventor de los negocios agrícolas comerciales de la familia Coghlan, y lo urgió a trasladarse al noroeste para levantar el avalúo y calendarizar la fecha adecuada para el remate de las propiedades, como lo marcaba la legislación comercial de la época. Al parecer el gerente de la Caja de Préstamos deseaba renegociar el débito directamente con A. Coghlan para evitar la almoneda.

Los comisarios de la Caja de Préstamos ordenaron a Terán Ibarra trasladarse "por cualquier medio" hacia la hacienda tamaulipeca, a pesar de que en septiembre de 1913 la región petrolera cercana al Golfo de México quedó completamente incomunicada con la Ciudad de México y Monterrey. La correspondencia epistolar de estos meses, entre el interventor de la Caja de Préstamos y la Gerencia de la institución, merecen un relato novelado que dé cuenta de las peripecias que Terán Ibarra vivió durante estos meses entre la Ciudad de México y los estados de Hidalgo, Veracruz y Tamaulipas. El viaje del interventor por las diferentes zonas en conflicto entre 1913 y 1915, y el encuentro con facciones revolucionarias de distinto signo, muestran regiones convulsionadas por la Revolución mexicana, pero también la manera en que la población y los mercados siguieron funcionando. ¿Qué tipo de intercambio monetario se realizó?, ¿por qué los pobladores de algunas haciendas se negaron a sumarse a la revuelta y prefirieron defender al hacendado y su modus vivendi?

En los últimos días de 1913, el gerente de la Caja de Préstamos otorgó amplios poderes legales a Rafael Terán, quien recibió instrucciones y unos cuantos billetes y moneda fraccionaria para emprender el viaje en ferrocarril. Por los periódicos, el funcionario sabía que los revoltosos seguían enfrentando las batallas muy al norte del país, lejos de la zona en la que se movería para cumplir sus tareas. Terán Ibarra preparó su equipaje, se despidió de su familia e inició el trayecto que incluso le pareció atractivo para alejarse de su oficina y desempolvarse un poco de los papeles y libros de contabilidad que llevaba con solicitud. Tan pronto el ferrocarril salió de la Ciudad de México, el funcionario comprendió que debía viajar con ropa modesta, un sombrero de paisano y un baúl menos ostentoso al que subió al carromato.

La siguiente carta dirigida al gerente de la Caja de Préstamos coloca a Terán Ibarra en el estado de Hidalgo, en la misiva indica: "toda la región está en poder de los rebeldes y se han adueñado de las propiedades"; sin embargo, aclara que la gente seguía trabajando la tierra con toda normalidad.49 Las siguientes notas, aunque escuetas y ya sin remitente, sugieren que Terán Ibarra utilizó varios disfraces para no ser reconocido como funcionario de la agencia capitalina. El baúl lo cambió por un caballo y pulque "ante la posibilidad de que el agua estuviera contaminada por la sangre de las batallas", se deshizo del papel moneda y en un par de ocasiones se negó a sumarse a las huestes federales como escribano. Este hecho le valió ser acusado de simpatizar con el bandido, y luego líder revolucionario, Eliseo Céspedes, a pesar de mostrar sus credenciales de funcionario capitalino.

En los últimos días de enero de 1914, Rafael Terán Ibarra arribó al estado de Tamaulipas en plena efervescencia de los opositores encabezados por Higinio Tanguma y los hermanos Carrera Torres, quienes empezaban a controlar el comercio y los precios de alimentos y combustibles.50 En aquella región limítrofe a las huastecas, corría el rumor de que las fuerzas militares de Lucio Blanco estaban subdividiendo la hacienda de Los Borregos —una extensa propiedad de Félix Díaz ubicada en Matamoros, Tamaulipas—, por lo que las fuerzas federales no tardarían en llegar para armar la zacapela entre los alzados. Debemos recordar que aquella zona había caído en manos del ejército del noreste, liderado por los generales Pablo González y Antonio I. Villarreal, quienes contaban con un cuartel en la ciudad de Matamoros. Tanto González como Villarreal aprovecharon la intervención de los caminos y la cercanía con Estados Unidos para introducir ganado mayor a cambio de pertrechos y dinero. A pesar de que Villarreal no llegó a controlar Nuevo Laredo, sí incomunicó Monterrey y bloqueó los caminos por donde los Coghlan sacaban madera, ganado y gramíneas al mercado, así como uno de los senderos por donde llegó Terán Ibarra a su destino.

Villarreal —acusado de clausurar templos y escuelas, destruir la iglesia de San Francisco, arrestar sacerdotes, fusilar imágenes y quemar confesionarios— no era el mejor referente de los Coghlan para dejar en sus manos las haciendas que por veinte años habían trabajado. Éstas generaban, entre otros productos, la explotación y venta de carbón, cal, yeso, leña y ganado; además, la cercanía de las fincas con Monterrey, Ciudad Victoria y Linares integraron un circuito comercial que funcionaba en plena revolución.

Los ejércitos tenían intervenidas las fincas que Terán Ibarra llegaba a confiscar y luego a rematar, si no se cubría el adeudo a la institución crediticia capitalina, que para esos momentos había cerrado sus puertas. Los hacendados Coghlan se enteraron de la presencia en la región del interventor de la Caja de Préstamos y solicitaron una entrevista. Según Terán Ibarra, los propietarios manifestaron hallarse en una encrucijada: ¿cómo pagar su deuda a la Caja de Préstamos si la venta de los productos de la hacienda dependía de que los revolucionarios les permitieran el paso a los mercados cercanos? Por otro lado, si pagaban el adeudo a la institución financiera de la Ciudad de México, el ejército de Villarreal lo tomaría como apoyo al gobierno del usurpador Huerta. En todo caso tendrían que permitir que las tropas permanecieran en la hacienda y que la administración pública federal se entendiera con los insurrectos.

Según el interventor ese argumento fue "de dientes para afuera", pues conforme iba pasando el tiempo, Coghlan y Hermanos no temían por el saqueo de sus haciendas sino por la posibilidad de un remate público y que las fincas pasaran por completo a manos de los revolucionarios. Los Coghlan propusieron a Terán Ibarra una solución intermedia, si realmente estaba interesado en recuperar el adeudo: negociar con las tropas manifestando que la Caja de Préstamos y los hacendados estaban interesados en repartir las tierras, "expresando un espíritu agrarista para no ser acusados de terratenientes", así como crear una colonia agrícola "conforme al programa que debe adoptar el gobierno mexicano en lo futuro".

Contamos con bastantes trabajadores dispuestos a tomar parte de los terrenos, y una vez iniciado el repartimiento, la porción de la finca repartida [cubrirá] nuestro adeudo. Deseo señores que se retire la intervención que se ha establecido en esta finca, ya que no es beneficiosa ni para ustedes, ni para nosotros, en vista de las condiciones extremadamente duras que vive la región.51

Las tropas de Villarreal permanecieron en la región hasta el verano de 1915, cuando Felipe Ángeles, general villista, venció a los carrancistas y avanzó hacia el noreste para controlar la salida al Golfo de México y las garitas fronterizas. En 1916, las fincas y los ranchos de los Coghlan pasaron a manos de la Comisión Agraria y la deuda contraída con la Caja de Préstamos continuó sin saldarse. En julio de 1916, ninguno de los trabajadores de estas haciendas tamaulipecas exigió el reparto de la tierra, como podría pensarse, prefirieron abandonar la comarca y emigrar a Estados Unidos. Sin mucho éxito, los hacendados y luego los funcionarios de la Comisión Agraria aumentaron el pago del jornal para retenerlos, de 60 centavos diarios a 75 y en seguida a 90. La documentación no indica si se trataba de viejos pesos, de alguna unidad de cuenta local o de la nueva moneda que había emitido el gobierno carrancista.

Sin embargo, en los años que comprende este artículo no falló la preparación de la tierra, la siembra y la cosecha de granos, el crédito de avío, ni la compraventa de bienes de consumo a través de la frontera tamaulipeca y el mercado regional. Al parecer el ciclo agrícola fue interrumpido sólo temporalmente cuando Manuel Peláez ingresó a la región, pero tan pronto este bróker entendió la lógica de los negocios regresó a sus asuntos y la actividad económica continuó su curso.

 

CONCLUSIONES

Nuevos repositorios documentales sobre el periodo revolucionario mexicano constatan que la actividad económica en las regiones no siguió el mismo ciclo mercantil de la Ciudad de México. Tampoco las regiones violentadas por el ejército federal y las milicias organizadas a la muerte del presidente Francisco I. Madero. En este tenor, la frontera norte fue una de las regiones económicas que, aunque belicosas, sirvió de engarce con los alzados y los comerciantes de alimentos, suministros y armamento.

En los años de mayor violencia armada (1913-1916) aparecieron intermediarios civiles y militares que fueron sustituyendo a los antiguos comerciantes y empresarios locales. Muchos de ellos permanecieron en activo un lustro más, por lo que compitieron con hombres de negocios en una economía de guerra extendida, si bien entre 1919 y 1923 los circuitos mercantiles fueron (re)ordenados.

La posibilidad de hacer funcionar el intercambio en espacios controlados por las armas favoreció el abasto de todo tipo de mercancías, pero al mismo tiempo generó monopolios, control de precios, inflación y regulación de tarifas y trayectos por ferrocarril. Una de las figuras que caracterizaron ese fenómeno fue la de los brókeres revolucionarios: intermediarios civiles y militares, hombres ligados al poder pero con autonomía relativa, quienes aprovecharon el desajuste de la economía para insertarse como oferentes de bienes y servicios, además de favorecer el contrabando de ganado y opiáceos.

El circuito mercantil fronterizo que estudiamos en este artículo favoreció la apertura de agencias comerciales e importadoras, casas de corretaje y cambio de moneda; además, la circulación del dólar estadounidense impidió que los billetes revolucionarios y los signos fiduciarios alternos frenaran el intercambio, como sí ocurrió en el centro del país. Hacen falta estudios e investigaciones que refieran por qué sí funcionó el intercambio en algunos poblados del norte del país y por qué en otros la Revolución mexicana promovió pueblos fantasmas.

Brókeres como Esteban Cantú, en Baja California; Roberto Pesqueira y Juan R. Platt, en Sonora; Antonio I. Villareal y Víctor Rendón, en Chihuahua, Torreón y Tamaulipas; Ángel Lagarda en Estados Unidos y a lo largo del país, dan cuenta de que la revolución también significó un abanico de oportunidades para hacer negocios en buena parte del país. Los héroes de bronce ya están muy manidos en nuestros relatos e historias, es tiempo de darle voz e interpretación histórica a otros personajes y espacios. Esto pretendió ser el relato del interventor de la Caja de Préstamos, Rafael Terán Ibarra, quien peregrinó a lo largo de dos años por la región del Golfo controlada por tiros y troyanos. Aun así cumplió con las tareas encomendadas por un gobierno al que sirvió, que se pulverizó en el ínterin y que no entendió por qué la economía de la región tamaulipeca siguió marchando a pesar de los distintos jefes revolucionarios que controlaron la zona.

Al final, la producción, el transporte y la comercialización de los productos continuó junto con las batallas, sin importar quién financiaba el ciclo productivo sino quién se encargaba de dotar de avío, de insumos, de cobijo y alimento a los pobladores, quienes, contrario a la historiografía agraria, apoyaron al hacendado, al revolucionario en turno y dieron la espalda a los funcionarios de la Comisión Agraria, preocupada por el reparto zapatista innecesario en este lado del país durante esos años.

 

ARCHIVOS

Archivo General de la Nación (AGN)        [ Links ]

Archivo Histórico del Centro de Estudio de las Revoluciones de México (AHCERM)         [ Links ]

Archivo Histórico del Estado de Baja California (AHEBC)         [ Links ]

Archivo Histórico del Estado de México (AHEM)        [ Links ]

Archivo del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación-Universidad Nacional Autónoma de México (AIESU)         [ Links ]

Fideicomiso de los Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca (FAPEC-FT)         [ Links ]

Acervo Documental del Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Autónoma de Baja California (UABC-AGN)        [ Links ]

 

HEMEROGRAFÍA

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Diario Oficial         [ Links ]

Periódico Oficial        [ Links ]

 

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Notas

1 Alan Knight, "La Revolución mexicana: su dimensión económica, 1900-1930", en Sandra Kuntz (coord.), Historia económica general de México. De la Colonia a nuestros días, México, El Colegio de México/Secretaría de Economía/Comisión Organizadora de las Celebraciones del Centenario, 2010, pp. 486-487.

2 Pablo Serrano, "Historiografía regional del siglo XX mexicano, 1968-2000", en José Mario Contreras, Pedro Luna y Pablo Serrano (coords.), Presente y futuro de la historiografía regional de México. Siglo XX, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México/Universidad Autónoma de Nayarit, 2009, pp. 1-26; Mario Cerutti, "Los estudios empresariales en el norte de México (1994-2004)", en Jorge Basave y Marcela Hernández (coords.), Los estudios de empresarios y empresas. Una perspectiva internacional, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Universidad Autónoma Metropolitana/ Plaza y Valdés, 2007, pp. 125-174.

3 Este anglicismo debería omitir el acento gráfico; para facilitar la lectura y porque en las fuentes utilizadas aparece con la tilde en la primer vocal decidimos utilizarlo de esa manera.

4 Linda B. Hall y Don M. Coerver, Revolución en la frontera, México, CONACULTA, 1995.

5 Es evidente que la periodización no encaja siempre con la de los eventos nacionales, pero sugerir una propia nos parece, de momento, temerario, por lo escueto de los estudios y porque el mayor peso de este artículo se mueve en los extremos de algunos poblados de Baja California, Sonora, Tamaulipas y sus correspondientes con Estados Unidos.

6 El concepto economía de guerra ha sido utilizado por el revisionismo académico para caracterizar —de manera general y para todo el país— los parcos intercambios comerciales entre 1913 y 1915. Sin embargo, parte de la utilización del término en este trabajo intenta alargar el fenómeno en los siguientes años, al subsistir un ciclo de desequilibrios y equilibrios en los espacios fronterizos. La hambruna de 1916-1917, la carestía y enfermedades (gripe española) asociadas a la guerra, la lenta recuperación del agro nacional entre 1920-1921 y la revuelta delahuertista, inclusive, coadyuvaron a diseccionar los impactos reales en cada zona geográfico-económica de México.

7 Calexico Chronicle, 4 de febrero y 17 de septiembre de 1915.

8 Luz María Uhthoff López, Hacia la fiscalización de la Hacienda pública. El Departamento de Contraloría y la Contaduría Mayor

de Hacienda en los años de 1917 a 1934, México, Secretaría de Hacienda y Crédito Público/Octavo Certamen Nacional sobre Fiscalización Superior y Rendición de Cuentas, 2008, pp. 72 y 76.

9 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Comisión Monetaria, cajas 302, 304 y 306, varios expedientes, 1912-1916.

10 La frase "necesitamos dinero, vamos haciéndolo" fue el grito con que se imprimieron las "sábanas de Pancho Villa" durante su estancia en Chihuahua. Otras facciones hicieron lo mismo con "los dos caritas", con la efigie de Francisco I. Madero por un lado y la del jefe revolucionario en turno por el otro. Billetes de diez por veinte centímetros con denominaciones de 5, 10, 25 y 50 centavos; 1, 2, 5, 10, 20, 50 y 100 pesos sin equivalencia en oro son ejemplo de la anarquía monetaria de la época, pero confirma que las actividades comerciales continuaron funcionando.

11 Recuérdese que, el 16 de febrero de 1914, el gobierno de la Ciudad de México ordenó a los deudores de la banca interrumpir el pago de sus créditos y autorizó a las instituciones la disminución de las reservas metálicas de 50 a 33 porciento para sortear la iliquidezdel mercado.

12 Jesús Méndez Reyes, Revolución heterodoxa. Las políticas de crédito agrícola en la reconstrucción del financiamiento y de la banca en México (1906-1936), tesis de doctorado en Historia, México, El Colegio de México, 2009, pp. 184-194.

13 En los intersticios que la autoridad dejó de cubrir es factible que hubiera otros actores económicos que aprovecharon la oportunidad para enriquecerse o hacer las veces de policía, comerciante y recaudador de impuestos. "Aumentar el número de soldados y especular con haberes y forrajes fueron las formas más comunes que utilizaron los mandos militares para defraudar al fisco". Luz María Uhthoff López, op. cit, 2008, pp. 73-77.

14 Victoria Lerner, "Estados Unidos frente a las conspiraciones fraguadas en su territorio por exiliados de la época de la Revolución. El caso huertista frente al villista (1914-1915)", en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea, vol. 19, 1999, pp. 85-114.

15 Michael Smith, "Andrés G. García: Venustiano Carranza's eyes, ears, and voice on the border", en Mexican Studies/Estudios Mexicanos, vol. 23, núm. 2, verano, 2007, pp. 355-386.

16 AGN, Caja de Préstamos, caja 89, exp. 50-III; Luis Aboites, Breve historia de Chihuahua, México, El Colegio de México/Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 150-153. Calexico Chronicle, 11, 14 y 24 de enero de 1911, 20 de febrero de 1913. Casa de C. Helck y Co. de Monterrey, 1916-1917.

17 Calexico Chronicle, 22 de mayo de 1915.

18 Para Eric Hobsbawn, los acontecimientos bélicos anteriores a la Primera Guerra Mundial fueron menos destructivos que las catástrofes humanas, las hambrunas y el genocidio sistemático registrado en el corto siglo XX mundial (1914-1989). Cfr. Eric Hobsbawn, Historia del siglo XX, Buenos Aires, Crítica, 1998, pp. 22-23.

19 Victoria Lerner, op. cit, 1999, p. 98.

20 La Compañía Constructora Richardson se fundó en Los Ángeles, California, en 1904. Su subsidiaria, la Yaqui Delta Land and Water Company, propiedad de Herbert A. Sibbet y William E. Richardson, tenía oficinas en Nueva York y una filial en el poblado de Esperanza, en el estado de Sonora. Juan José Gracida, "La Compañía Constructora Richardson como empresa agrícola", ponencia presentada en IIICongreso Internacional de Historia Económica, Cuernavaca, Asociación Mexicana de Historia Económica, 2007 (inédita), 20 p. La finalidad de aquella empresa fue la construcción de un ferrocarril que atravesara el Valle del Yaqui desde Guaymas hasta Tonichi, además de abastecer agua e irrigar unas 300,000 hectáreas del Yaqui. Cfr. Atsumi Okada, "El impacto de la Revolución mexicana: la Compañía Constructora Richardson en el Valle del Yaqui (1905-1928)", en Historia Mexicana, vol. L, núm. 1[197], julio-septiembre, 2000, pp. 91-143.

21 Linda B. Hall y Don M. Coerver, op. cit., 1995, p. 59; Calexico Chronicle, 1° de agosto de 1913.

22 Friedrich Katz, La guerra secreta en México, México, Era, 1982, pp. 215-216; Josefina Mac Gregor, Revolucióny diplomacia: México y España 1913-1917, México, I nstituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2002, pp. 170183; Isidro Fabela, Historia diplomática de la Revolución mexicana (1912-1917), México/Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1958, pp. 178-180.

23 Friedrich Katz, Pancho Villa, México, Era, 1998, tomo I, p. 136.

24 Victoria Lerner, op. cit., 1999, pp. 101 y 106.

25 66° Congreso de Estados Unidos, Investigación sobre Asuntos Mexicanos [Informe Fall]. Reporte Preliminary Audiencias del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos relativas a las Res. S. 106, Washington, Oficina Impresora del Gobierno, 1920.

26 Ignacio Almada Bay, Breve historia de Sonora, México, El Colegio de México/Fondo de Cultura Económica, 2000, pp. 136-137.

27 Linda B. Hall y Don M. Coerver, op. cit, 1995, pp. 62-63.

28 Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada: Sonora y la Revolución mexicana, México, Cal y Arena, 1997, p. 312.

29 Charles Cumberland, "La ocupación de Veracruz", en Historia Mexicana, vol. VI, núm. 4 [24], abril-junio, 1957, pp. 534-547.

30 Fideicomiso de los Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca (en adelante FAPEC), Fondo Álvaro Obregón (FAO), serie 010400, exp. 1, leg. 2/2, inv. 67, f. 82. La relación entre Platt y Obregón continúo hasta la muerte del héroe de Celaya, extendiéndose luego al general Abelardo L. Rodríguez. J. Alfredo Gómez Estrada, Sonorenses. Historia de una camarilla de la élite mexicana, 1913-1932, tesis de doctorado en Ciencias Sociales, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2007, pp. 131-143.

31 En mayo de 1916, la Comisión Monetaria fundada por Carranza aprovechó este fenómeno de convertibilidad y proyectó la apertura de sucursales en Hermosillo, Mexicali y Lampazos.

32 Héctor Aguilar Camín, op. cit., 1996, p. 406.

33 AGN, Comisión Monetaria, caja 378, exp. Lagarda.

34 Ibid.

35 Archivo Histórico del Centro de Estudios de la Revolución Mexicana (en adelante AHCERM), Francisco J. Múgica, vol. 2, documentos 92 y 93; AGN, Comisión Monetaria, caja 563, exp. Sesiones.

36 Archivo del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación-Universidad Nacional Autónoma de México, Carlos Basave, leg. 7, exp. 1, docs. 520 y 522, ff. 1278 a 1300.

37 "Carta de Eduardo Martínez al Gobernador del Estado de México, Sultepec, 26 de agosto de 1915", en AHEM, Gobernación, serie Seguridad Pública, vol. 150, exp. 29.

38 "Correspondencia al Jefe Político de Toluca y al Secretario de Gobierno del Estado de México, 1913-1915", en AHEM, Gobernación, serie Seguridad Pública, vols. 134 y 150.

39 Pedro Salmerón, Los Carrancistas. La historia nunca contada del victorioso Ejército del Noreste, México, Planeta, 2009, pp. 45-48.

40 Antonio I. Villareal, Memorias del General Antonio I. Villarreal sobre su participación en la rebelión escobarista de marzo de 1929y otros documentos, introducción, selección y notas de Georgette José Valenzuela, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2006, pp. 16-17.

41 Meyer demostró en su momento que la familia Peláez —terratenientes de la región petrolera— funcionó como bisagra entre el villismo, los intereses británicos y los protectores comerciales entre 1915 y 1918. Cfr. Lorenzo Meyer, Su majestad británica contra la Revolución mexicana, 1900-1950. El fin de un imperio informal, México, El Colegio de México, 1991, pp. 201-206.

42 Calexico Chronicle y Periódico Oficial, octubre 1915. Luciano Ramírez Hurtado, Aguascalientes en la encrucijada de la Revolución mexicana. David G. Berlanga y la Soberana Convención, México, Universidad Autónoma de Aguascalientes/ Gobiernos de los Estados de Coahuila y Aguascalientes, 2004, pp. 119 y ss.

43 Siguiendo la idea de Wassily Leontieff, un sector, una industria o una economía regional jala o arrastra al resto de los sectores económicos cuando de forma inmediata aumenta la demanda de gran cantidad de bienes y servicios de otros sectores o regiones: energía, mano de obra, infraestructura, construcción, etcétera.

44 Calexico Chronicle, enero-junio, 1915 y marzo-septiembre, 1917.

45 Max Calvillo, "Indicios para descifrar la trayectoria política de Esteban Cantú", en Historia Mexicana, vol. LIX, núm. 3[235], enero-marzo, 2010, pp. 981-1040.

46 Friedrich Katz, op. cit., 1998, p. 141.

47 Un amplio seguimiento de las actividades políticas y económicas de algunos opositores exiliados a finales de la década de 1920 se encuentran en AGN, Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales, caja 2034-A, exp. 3. Las Secretarías de Hacienda y Gobernación de los gobiernos posrevolucionarios darían amplio seguimiento a las actividades comerciales y el contrabando, al igual que a las actividades de los simpatizantes de movimientos políticos, como los de Adolfo de la Huerta, los generales Manzo y Escobar, José Vasconcelos y los mexicanos "expatriados en el sur de Estados Unidos".

48 Acervo Documental del Instituto de Investigaciones Históricas-UABC, en colección AGN, serie Dirección General de Gobierno, caja 5, exp. 43, caja 6, exp. 1, caja 9, exp. 2.

49 AGN, Comisión Monetaria, tomo III, caja 445, exp. 50; caja 446, exp. Negocios, 1913.

50 Jesús Méndez Reyes, "La historiografía de Tamaulipas en el siglo XX, armando el rompecabezas nacional", en José Mario Contreras, Pedro Luna y Pablo Serrano (coords.), op. cit, 2009a, pp. 271-288.

51 AGN, Comisión Monetaria, caja 446, exp. Negocios.

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