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Signos históricos

Print version ISSN 1665-4420

Sig. his vol.11 n.21 México Jan./Jun. 2009

 

Reseñas

 

Natalia Silva Prada, La política de una rebelión. Los indígenas frente al tumulto de 1692 en la Ciudad de México

 

Ana Luz Rodríguez González*

 

México, Centro de Estudios Históricos–El Colegio de México, 2007

 

Universidad Autónoma de Colombia. * analuz.rodriguez@gmail.com

 

El 8 de junio de 1692 en Ciudad de México, entre las 4 y las 11 de la noche ocurrió un motín de pan.1 La ciudad se encontraba celebrando la tradicional fiesta de Corpus Christi, al mismo tiempo que experimentaba una tensión colectiva por la escasez de alimentos básicos como el maíz y el trigo. Dicha tensión estaba directamente relacionada con la inconformidad de los habitantes debido a que las autoridades encargadas del abasto estaban especulando con la reserva de granos almacenada en el pósito y en la alhóndiga. La vida se había vuelto difícil para los indígenas, mestizos, mulatos y españoles pobres. El año anterior se habían malogrado las cosechas del maíz y el trigo debido a inundaciones. Ese día un grupo bastante crecido de indígenas, se dice que cerca de 10 000,2 se rebeló contra las autoridades urbanas, hecho al que se sumaron algunos mestizos, mulatos y españoles pobres. La multitud destruyó una parte de las edificaciones gubernamentales, quemó archivos administrativos e incendió los cajones de los mercaderes ubicados en la plaza principal. Este es el objeto de estudio que Natalia Silva Prada analiza en su libro La política de una rebelión. Los indígenas frente al tumulto de 1692 en la Ciudad de México, editado por El Colegio de México en enero del 2007.

Mientras algunos historiadores consideran este levantamiento indígena como un hecho aislado, producto de una crisis del abastecimiento de alimentos, Natalia Silva Prada —a través de un estudio minucioso— conduce al lector a reflexionar acerca de cómo un acontecimiento como este puede proporcionar pistas acerca de la vida cultural y política de los indígenas mexicanos de finales del siglo XVII. De igual manera, permite tener una nueva perspectiva de la dinámica de la vida social y política de Ciudad de México. Para esta historiadora, en el levantamiento indígena de 1692 hubo planeación y organización, no sólo el estallido de un sentimiento de inconformidad popular. Desde su punto de vista, los hechos ocurridos en esa fiesta de Corpus —además de ser una protesta frente a una situación concreta—, son una expresión de que los indígenas mexicanos participaban activamente en la vida política y social contribuyendo, de este modo, al lado de los demás sectores sociales, a generar una dinámica especial en la vida política de la Ciudad de México. Es importante señalar que en el campo de los estudios de la historia social y política —o como diría la historiadora, de la historia cultural de la política—son pocos los estudios encaminados a examinar la participación de los sectores populares en los procesos políticos y sociales.

En este libro se reconstruyen, de una manera exhaustiva, los diversos escenarios y perspectivas desde los cuales fue vivido y presenciado el levantamiento del 8 de junio. Para ello la autora se valió del material que el Virrey Conde de Galve compiló y envió al Consejo de Indias en agosto de 1692, con el objetivo de informar acerca de lo acontecido. Dichos documentos reposan actualmente en el Fondo Patronato del Archivo General de Indias en Sevilla, España. La investigadora analiza en detalle las declaraciones dadas por las partes y testigos involucrados en el motín, lo que le permite poner en juego diferentes perspectivas de lo ocurrido. De esta manera, Silva muestra la dificultad que encierra un hecho como el mencionado, dada la variedad de intereses que se encuentran en juego al mismo tiempo.

El tejido de relatos y testimonios que va desenvolviéndose a medida que avanza la exposición lleva al lector a sumergirse en la complejidad de la situación, a la vez que le permite entender cómo, para lograr una comprensión adecuada de lo acontecido, es imposible quedarse con una sola perspectiva. En este trabajo la profesora Silva Prada demuestra pericia para tejer la filigrana de los acontecimientos al construir un escenario complejo, abigarrado de situaciones, personajes y testimonios.

En el minucioso trabajo de reconstrucción del contexto, la profesora Silva recurre al estudio de un padrón indígena realizado en el año de 1691. De igual manera, explora los archivos parroquiales de los lugares donde se concentró la población indígena en la Ciudad de México. A partir de los datos obtenidos en actas de nacimiento, partidas de matrimonio y actas de defunción pertenecientes al periodo comprendido entre 1688 y 1692, Silva localiza a la población indígena, identifica los grupos familiares y tiene oportunidad de acercarse a las particularidades de la vida familiar y comunitaria de la población indígena de la Ciudad de México. Este cuidadoso estudio sociodemográfico de la población indígena residente en la Ciudad de México a finales del siglo XVII, además de brindar una información valiosa sobre las características de este grupo social, señala caminos a los historiadores interesados en el estudio de las ciudades, de sus dinámicas sociales y de la participación de los diversos grupos en la producción de la vida urbana.

Uno de los logros más importantes de la investigación es que demuestra con base en un trabajo inteligente y cuidadoso, que para hacer historia social y cultural no basta con hacer mención frecuente de los grupos sociales, como si fuese suficiente invocarlos para conocerlos. Natalia Silva hace patente con su trabajo que el historiador tiene el compromiso de encontrar los caminos que le permitan abordar a los grupos sociales de la manera más profunda posible en otras palabras, llegar a saber quiénes son, cómo viven, cómo sienten, cómo piensan, cuántos son, con quién interactúan, etcétera.

El ángulo desde el cual la autora analiza el motín del 8 de junio de 1692, coloca en primer plano la necesidad de una nueva reflexión en torno a las concepciones del tiempo histórico y la manera en la que los historiadores han estudiado el problema del tiempo en el planteamiento de sus problemas de investigación. Los resultados de este trabajo ponen en cuestión la subvaloración que se ha hecho del estudio del acontecimiento, tal vez, porque durante mucho tiempo predominó una concepción fragmentada del tiempo histórico, en la cual se veía la historia como una suma de acontecimientos y no era posible asumir seriamente la investigación de largos periodos de tiempo.

Anteriormente se consideraba que la historia que hacía énfasis en el acontecimiento era una historia heroica que menospreciaba la participación de los grupos sociales, pues se veía el acontecimiento como un producto de la audacia de un puñado de individuos que actuaban movidos por su genialidad. Con el paso del tiempo y de las investigaciones, y a medida que se reflexionaba acerca del trabajo de los historiadores y de la disciplina, se comenzó a evaluar la necesidad de escribir una historia que diera cuenta tanto de las estructuras sociales y económicas, así como de los grupos sociales y de los procesos históricos. Como consecuencia, se consideró que una historia del acontecimiento no permitía dar cuenta de las estructuras ni de los procesos. De esta manera, el estudio del acontecimiento cayó en desgracia. No obstante, una investigación acerca del motín del 8 de junio de 1692 en la Ciudad de México de nuevo coloca los reflectores sobre las amplias e interesantes posibilidades que para el campo de la investigación histórica permite el estudio de un acontecimiento. Además, muestra cómo un suceso histórico de breve duración puede ser el detonante de tensiones sociales y políticas largamente acumuladas en una sociedad y, al mismo tiempo, provoca importantes experiencias de organización y expresión social, política y cultural.

Con el estudio de Natalia Silva es posible comprender, por ejemplo, que después de ese motín del 8 de junio de 1692 los indígenas de la Ciudad de México ya no volvieron a ser los mismos de antes. Su participación en ese movimiento los hizo ganar cierto terreno como actores políticos y sociales, además de que les permitió crear un grupo dentro del escenario urbano y frente a otros sectores sociales.

La preocupación por examinar si a través del comportamiento de los indígenas en el motín es posible reconocer un proceso de búsqueda de identidad del grupo indígena de la Ciudad de México, constituye una de las preguntas centrales del trabajo de Silva Prada ¿actuaron los indígenas como un colectivo en ese acontecimiento? ¿Se aprecian opiniones homogéneas de los indígenas con respecto a la manera como veían a las autoridades, su propio comportamiento en el hecho, la participación de otros grupos de la ciudad o las causas de la protesta? La investigadora tiene claro que el indígena que habitaba en la Ciudad de México, había pasado por procesos de mestizaje y de aprendizaje de unos códigos y formas de vida en el intento por ser aceptado con el fin de conquistar un lugar en el seno de la ciudad. De ahí que se pregunte si ese grupo de indígenas, que ha aprendido a convivir con otros grupos sociales, continúa también defendiendo algunos elementos de identidad frente a los demás individuos y grupos.

Estudiar las expresiones de protesta popular constituye una buena forma de acercarse a aquellos grupos sociales que no tuvieron un papel protagónico en los organismos de poder político o administrativo en la época colonial y que, por tanto, no dejaron testimonios escritos de su actuación. Este fue uno de los supuestos que animó a la profesora Silva a emprender la investigación sobre un levantamiento indígena en la Ciudad de México, logrando comprobar la riqueza documental y de posibilidades de análisis que encontró en los documentos existentes acerca del motín: informes de las autoridades, testimonios de algunos participantes y de algunos testigos; interrogatorios, declaraciones, entre otros. Sin embargo, advierte la investigadora, no se debe ver en los motines más de lo que realmente es posible encontrar en ellos. Por ejemplo, no está de acuerdo con que se les considere como mecanismos de quiebre de las estructuras coloniales, cuando en realidad son valiosos porque dejan ver las fisuras existentes en la sociedad colonial.

Finalmente, es importante destacar que la investigación acerca del motín indígena del 8 de junio de 1692, además de tener un fuerte sustento historiográfico, deja ver también una auténtica preocupación por la con–ceptualización, el planteamiento de problemas y por el desarrollo de la teoría histórica, misma que se demuestra hasta la saciedad a lo largo del trabajo mediante el minucioso análisis al que somete cada una de las fuentes documentales y a las continuas alusiones que hace tanto de trabajos teóricos como históricos que fueron vitales para ubicar el tema en una perspectiva adecuada a la época y a los propósitos de su investigación.

 

NOTAS

1 Se llamaba motín de pana aquellos levantamientos populares ocasionados por la escasez de alimentos en la época colonial. Por lo general, el pueblo protestaba no sólo por la falta de los alimentos y productos de consumo básico sino también por el acaparamiento y la especulación que surgían en épocas de necesidad.

2 Según dato de la autora, la población indígena de Ciudad de México a finales del siglo XII estaba compuesta por aproximadamente 23 000 personas.

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