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Innovación educativa (México, DF)

versión impresa ISSN 1665-2673

Innov. educ. (Méx. DF) vol.15 no.69 México sep./dic. 2015

 

Presentación. Filosofía, educación y futuro

 

Xicoténcatl Martínez Ruiz

 

Instituto Politécnico Nacional

 

El ser humano se vierte en palabras. Éstas, en tanto que son tiempo, buscan su afinidad con la libertad o entran en una irremediable condena al olvido. Aunque no todas transitan hacia la libertad ni hacia el olvido, porque su ritmo es intermitente, centellean, se bifurcan. Florecerán donde menos lo imaginemos, quizá en el pensamiento que nos transforma. El pensamiento que fluye entre palabras y escalas de silencio encuentra en el arte de formular preguntas -algunas precisas, que abrazan la complejidad humana en general- una de las expresiones originarias del quehacer filosófico. De la palabra al silencio y de éste a la palabra hay un ritmo. El ritmo es testimonio de la sospecha profunda y tangible de nuestra existencia aquí; al mismo tiempo, ese ritmo abraza conscientemente la vida cotidiana con una intuición: somos más que materia, somos tiempo, posibilidad y libertad.

La actividad filosófica ha tenido una historia de constante autocrítica, ésta ha sido una forma de alerta y una continua tarea de recrear la vigencia y la renovación. Esa autocrítica ha sido un quehacer dinámico, nunca estático, fundado en el valor de la pregunta y no en el de la respuesta fija, petrificada. El peligro de los dogmas está allí, en la comodidad seductora de lo estático. Las preguntas filosóficas en cada época han sido tiempo bajo circunstancias, es decir, trascendencia e inmanencia vueltas a considerar en su circunstancia histórica, acorde con un ritmo entre palabra y silencio, guiado por las preocupaciones de cada época. La indagación filosófica se ha orientado por un eje común: el entendimiento de la naturaleza humana y de la realidad. Si la pregunta es tiempo, lo es también quien la formula. Precisamente, la palabra está hecha de tiempo y silencio, que constituyen la pregunta filosófica. El aprendizaje de la filosofía, por ello, no se restringe a los muros de un salón donde se enseña filosofía ni queda aprisionado por un título. Esto no significa que sea un aprendizaje desordenado, por el contrario, es riguroso, metódico, crítico, exige la evidencia y la construcción argumentada. Aprender a filosofar no sólo conlleva esos elementos, sino también la habilidad de identificar riesgos, aquellos que envuelven a la humanidad y trascienden las trampas de la individualidad egoísta. Esa habilidad nos alerta de que una reflexión vital es inaplazable en los espacios educativos. Me refiero a las causas e implicaciones de la revolución tecnológica, al lugar que ocupa la información en las sociedades contemporáneas y a la inversión económica en ciencia con mayor grado de riesgo que de beneficios a futuro. Todo esto nos está relacionando con otros lenguajes, otras sintaxis. ¿Qué tanto nos transformará? ¿Qué tanto ya nos trastocó? Lo dicho hasta aquí agudiza la relevancia de pensar y reflexionar sobre la naturaleza del ser humano, en especial sobre su convivencia con el desarrollo tecnológico que no se detiene y no se detendrá.

En este horizonte, la filosofía en la educación no es únicamente un ejercicio para las formaciones humanísticas y artísticas, sino un medio para estar alerta ante la tecnología, la información, la comunicación y los riesgos que ya hemos sembrado para el futuro. Por tanto, la presencia del ejercicio filosófico y la persistencia de las prácticas éticas son imprescindibles en las formaciones científicas y tecnológicas. La incorporación de enfoques humanísticos en la innovación, en el desarrollo tecnológico y en los avances científicos ocurre en diversas universidades cuya visión está volcada hacia el futuro, aunque esto no ha pasado a la agenda educativa de la mayoría de los países. En nuestro siglo -como en el pasado-, los jóvenes y adultos que estudian filosofía asumen, de una manera u otra, el ejercicio de la pregunta y la consecuente búsqueda de su respuesta; son claramente conscientes de su finitud y, al mismo tiempo, de la posibilidad de su opuesto: la infinitud. En ambos casos se transita hacia una condición inaplazable, que es el tiempo. Éste se abre simultáneamente en sus dos haces, lo finito y lo infinito. Por ello, a la inmensidad y a la dimensión de la búsqueda filosófica no las afecta el carácter mezquino del egoísmo finito.

La actividad filosófica tiene correspondencias con su tiempo. Allí, en la correspondencia, comienza el diálogo y se da significado o se resignifica nuestro mundo, allí ocurre la coherencia del quehacer del filósofo con su tiempo. Para lograr esa correspondencia entre la filosofía y lo que continuamente preocupa al ser humano es imprescindible el diálogo. Tanto en la filosofía como en la ciencia, la formulación de preguntas constituye el inicio del conocimiento, pero también del diálogo que se desdobla en otras preguntas, que se abre para indagar más y procurar un entendimiento más completo. La apertura y la continua formulación de preguntas no son una deficiencia del quehacer filosófico, sino aquello que lo distingue. El preguntar ya es conciencia y conocimiento. En ese preguntar se halla la relevancia de la filosofía para nuestro siglo, su significado y su naturaleza nos arrojan de nuevo a las preguntas elementales para un ser humano.

Vivir es transitar por una búsqueda similar a la labor del filósofo. En el mejor de los casos, nos aproxima a un entendimiento de la existencia. Con esto quiero decir que la filosofía, de alguna manera, se actualiza y confluye en todo ser humano, como un río que se une al mar. El diálogo, la pregunta y la búsqueda de entendimiento configuran una sintaxis estable, pero de dinamismo constante, como la conocida imagen del río de Heráclito; una sintaxis hecha de nuevos problemas o de antiguos/nuevos temas, neologismos y riesgos que aparecen en el horizonte y nos conciernen como especie. Algunos de ellos, incorporados al quehacer filosófico actual, muestran el imprescindible lugar que ocupa la filosofía en el siglo XXI. Mencionaré ciertos temas. El desarrollo de la inteligencia artificial y la posibilidad inminente de crear una súper inteligencia no humana en las próximas décadas (Bostrom, 2014). La reflexión y las acciones para entender cómo la innovación tecnológica -que hoy nos comunica e informa- ha intervenido en nuestras relaciones humanas, y nos avisa sobre la urgencia de establecer una ética adecuada a este tiempo (Floridi, 2013). La manera en que se ha fomentado la biología sintética y se ha invertido en ella sin claras regulaciones éticas y con el gran riesgo de intervenir en la creación o modificación de los ciclos de la vida, las bacterias sintéticas o nuevas enfermedades (Bostrom, 2013). La precariedad de la subsistencia alimentaria actual, que se agudiza conforme aumenta la población del planeta: surgen allí temas éticos, de justicia, de equidad, de una profunda raigambre humana y social. Por último, la alteración del medio ambiente y los inminentes efectos irreversibles que hoy podemos observar.

La mayoría de las sociedades contemporáneas comparten experiencias relacionadas con estas preocupaciones. Sería reductivista pensar en éstas únicamente en su inmediatez o a corto plazo. La complejidad que las teje nos empuja a mirar a largo plazo, una visión que el astrónomo Martin Rees ha desplegado con claridad (Rees, 2003). Es en la consideración del futuro donde se intensifica la relevancia de la filosofía y su presencia en la educación contemporánea. Presencia y persistencia confluyen en dos preguntas simples, pero a la vez intrincadas: ¿cuál es el valor que le damos al futuro? y ¿en verdad nuestras acciones presentes le conceden un valor al futuro? La pertinencia de estas preguntas es innegable, pero el sentido o la relevancia que les conceda cada quien pueden variar. Aquí, soy escéptico, porque pareciera que nuestras acciones y prioridades revelaran que el futuro carece de valor. Sin embargo, la experiencia humana, en su naturaleza misma, alimenta la preocupación por el futuro de quienes no somos nosotros, es decir, de aquellos que todavía no nacen o que apenas comienzan su vida. Aquí, vislumbro esperanza. En otro lugar he transitado por esta misma reflexión acerca de los riesgos que estamos generando y del futuro como preocupación filosófica establecida desde el presente (Martínez Ruiz, 2015). En dicha preocupación por las generaciones futuras está una de las afluentes de nuestra condición humana: la trascendencia. La anulación de la trascendencia mediante la cancelación del futuro del ser humano, tal como lo conocemos, está lejos de ser una mera hipótesis. Hoy tenemos suficientes evidencias significativas para alertarnos.

Si trascender nuestra finitud es perdurar en los otros o si esa búsqueda por la trascendencia se vuelve saber sobre la naturaleza última de la realidad, entonces allí surge un entendimiento de la existencia del ser humano, de los otros y de nosotros, de los que aún no nacen y todavía son futuro. Pero si nuestro presente anula las posibilidades de existencia futura para los otros, entonces nuestras acciones están anulando la posibilidad misma de la trascendencia y de la libertad.

Los efectos del consumo desmedido que devasta el medioambiente, de la innovación tecnológica en información y comunicación, la inversión económica desproporcionada y no regulada en robótica y en el desarrollo de una súper inteligencia artificial, así como de la biología sintética constituyen, por consiguiente, un llamado a reflexionar, para actuar sobre la raíz misma de la creciente individualidad egocentrista que anula el futuro y ha configurado los riesgos que nos rodean. Riesgos conocidos, no son nuevos, pero la velocidad a la que se presentan, su inmediatez y la manera en que se adaptan para subsistir les dan una gran potencia.

Merece una mención aparte el incremento y el cultivo de una individualidad egoísta desarrollada mediante la tecnología. Los temas de la individualidad y el egocentrismo son muy antiguos tanto en Occidente como en no Occidente, pero su combinación con la tecnología llama la atención. Veamos el uso de las sencillas y cotidianas aplicaciones (apps), que de ser grandes ayudas para la vida diaria pasan a convertirse en el cultivo de un tema moral: el apego. El apego y la sociedad que cultiva el individualismo alimentando la configuración de un egoísmo como distintivo de éxito se fomenta con los desarrollos tecnológicos. Todo ello significa una serie de confluencias que podemos integrar -en un sentido más complejo y con sus implicaciones éticas y ontológicas-al término appego, el cual conlleva la raíz del problema ético: el egocentrismo que puede obnubilar el valor del futuro.

Hay una inquietud implícita en esa obnubilación. Si la tecnología es neutra y su desarrollo no se detendrá -tal como lo revelan nuestras últimas tres décadas-, pero tiene el poder de transformar nuestras vidas, entonces ofrece grandes beneficios para la humanidad, pero al mismo tiempo conlleva la posibilidad de un gran riesgo. La neutralidad termina en el momento en que inicia la intención que le demos al desarrollo tecnológico actual. A primera vista, no hay alarma o inquietud en ese desarrollo, pero si sumamos los diversos desajustes que están ocurriendo en los ecosistemas planetarios, entonces la neutralidad ha dado paso a una intencionalidad desequilibrada que genera más desajustes que beneficios para la humanidad. Es allí, en la sutil y precisa dirección que demos al carácter neutro de la tecnología, donde reside la importancia de la conciencia ética y su aplicación en un horizonte de innovaciones tecnológicas, en una época que nos ha vuelto instrumentos de nuestros appegos.

Al hablar de futuro hablo de la preocupación implícita por el tiempo. Éste ha sido uno de los grandes temas filosóficos de Occidente y no Occidente. Somos tiempo, y gran parte de las preocupaciones por la naturaleza humana regresan a la pregunta sobre el tiempo. Pero ¿a qué me refiero con el tiempo futuro? El futuro del que hablo es el que nace, como posibilidad, en el presente. Este presente es a la vez nuestra acumulación de pasado. El tiempo pasado es y no es, simultáneamente. Es, en tanto que en él se halla la historia acumulada e innegable que nos conforma; pero no es, en el sentido de su inmovilidad, de que ya no se altera. Por ello, me refiero a que no hay futuro sino presente, pero no hay presente sin la posibilidad de futuro.

Como posibilidad, el futuro significa construcción, y es allí donde tienen pertinencia las tres palabras, filosofía, educación y futuro. En esta construcción del futuro hay un entramado por el que caminamos ahora; su valor preciado se desvela o se vela en el transitar por el tiempo presente. La libertad y la dignidad para reconocer esa construcción futura son nuestras, nos pertenecen. Por ello, al hablar de futuro hablo en realidad del presente, porque el tiempo que condena al futuro es el presente. El pasado y el futuro confluyen en la unidad que es nuestro presente. La conciencia de esa confluencia brota ante un saber evidente e intuitivo: si somos tiempo, también somos posibilidad y libertad. Tiempo, posibilidad y libertad fundan otra sincronía, la que hoy bosquejo, accesible e inaccesible, lejana y cercana, evocada con tres palabras: filosofía, educación y futuro.

La reflexión filosófica sobre el valor que el ser humano le da al futuro es un tema de estudio pertinente en los espacios educativos de nuestro tiempo. Existen diversas vías para abordarlo, una de ellas se encuentra en la intersección entre la ética, la filosofía de la información y una filosofía sobre los avances científico-tecnológicos. Pero esa vía se asocia, necesariamente, a diversos campos del conocimiento, como son las ingenierías y las formaciones en tecnología. Cuando consideramos el valor que le damos al futuro, podemos dimensionar el rol imprescindible que desempeñan las instituciones educativas enfocadas en la ciencia y la tecnología. Los progresos tecnológicos, la tecnificación y el avance científico nos muestran, por una parte, los beneficios; mas, por otra parte, se observa la secuencia de riesgos para la existencia humana y del planeta ya mencionados; allí se abre una visión crítica frente a nosotros. Desde ambas perspectivas podemos hacer un llamado a no caer en la indiferencia, a no cerrar los ojos ante las evidencias de la contraparte de los beneficios que han traído los desarrollos tecnológicos.

Comienzo con el cierre de este hilo de pensamientos. La preocupación más profunda que subyace al nexo entre filosofía, educación y futuro es riesgo irreversible de la existencia humana, la destrucción plausible del potencial del futuro. Octavio Paz, un poeta y no un filósofo, en Conjunciones y disyunciones (1996) identificó una de esas causas, que plasmó con claridad desde el siglo XX: "Las ciencias son poder, son conocimiento y son fraternidad. En cuanto a la técnica: es un instrumento no una filosofía ni una deidad... La famosa enajenación, de la que tanto y tan vano se ha hablado, consiste esencialmente en convertirnos en instrumentos de nuestros instrumentos" (p. 18). Reformulando la idea de Paz en estos días, pensemos: ¿nos hemos vuelto instrumentos de nuestros dispositivos tecnológicos de información y comunicación? Vale la pena autoindagar si nos hemos vuelto -quizá sin notarlo- instrumentos de nuestros propios instrumentos. A mediados del siglo XX, y en una reflexión similar, el científico Erwing Schrödinger (2009) escribió en su libro Ciencia y humanismo:

Considero además muy dudoso que la felicidad de la humanidad haya aumentado gracias a los progresos técnicos e industriales que ha aportado el rápido auge de la ciencia natural. No puedo extenderme en detalles y no mencionaré los futuros progresos que probablemente contaminarán de radioactividad artificial la superficie de la tierra. (p. 13)

El concepto de Schrödinger sobre los progresos científicos a futuro le da una dimensión mayor a la reflexión hasta aquí esbozada: la duda de algo que damos por supuesto. Una seria duda acerca de si la felicidad del ser humano se ha incrementado con la promesa de la ciencia y del desarrollo tecnológico. Si aplicamos esa duda a lo que vivimos hoy, primeramente, cabría considerar cómo las tecnologías de la información y de la comunicación están cambiando la manera en que los seres humanos suelen entender los conceptos fundamentales de la filosofía, tales como la mente, la conciencia, la experiencia, el razonamiento, el conocimiento, la verdad, la ética y la línea que separa lo humano de lo artificial. Estos temas tienen, hoy, una dimensión que no está ausente de la influencia de los mecanismos y sistemas computacionales, la infoesfera y la conectividad global. De cierta manera, ya en la década de 1940, esas preocupaciones fueron parte del pensamiento de Alan Turing, John Von Newman y Norbert Wiener; algunas de sus formulaciones se expresaron en torno a la teoría informática, los desarrollos electrónicos y la posibilidad de la inteligencia artificial.

Lo anterior nos lleva a reconsiderar la relación entre filosofía, educación y futuro desde campos de estudio emergentes. Campos que animan la creación de nuevos centros de investigación, nuevas cátedras, temas de estudio no tradicionales que disuelven cada vez más la barrera entre disciplinas y, asimismo, la fundación de nuevas revistas, formaciones y profesiones novedosas, enfoques no formales y nuevos empleos. Por ello, algunos de los temas de investigación para la filosofía del siglo XXI son, la naturaleza y la regulación ética de lo que llamamos agentes informáticos y sistemas multiagentes (SMA), los fundamentos de una ética computacional, la ética en y para la inteligencia artificial, la reflexión ontológica sobre la existencia de una inteligencia artificial y de robots que puedan acompañar la vida humana disolviendo cada vez más la línea entre lo artificial y lo natural. Ante la posibilidad de desarrollar una súper inteligencia, valdrá la pena considerar la idea de dios y el pensamiento metafísico, pero también ocupa un lugar prioritario en el tema de la información cómo definir al ser humano de nuestro tiempo.

¿De qué manera han influido estos temas y los recientes desarrollos científicos en el modo en que la filosofía reformula sus preguntas básicas? El quehacer filosófico es la creación y la reformulación de un preguntar distintivo, ambas características revelan el reconocimiento de un saber básico. Nuestro existir es presencia. En aquel saber, consciente de existencia y presencia, se halla la posibilidad de liberar o cancelar el despliegue del potencial humano. Este potencial se funda en un acto originario que es el de la búsqueda y el entendimiento de nuestra naturaleza y de nuestra presencia en la naturaleza que nos rodea. Buscar y entender nos constituyen. Ambas acciones están en nuestra razón de existir, reconocerlas en el presente y asegurarlas para el futuro no es algo dado, nuestro tiempo lo demuestra. Por ello, recordar el diálogo filosófico, la búsqueda de significado de las acciones humanas y la configuración del futuro son tareas del siglo XXI. Con ellas se reconoce, una vez más, el lugar, la presencia y la persistencia de la filosofía en los espacios educativos de todos los niveles y formaciones.

Sea este número de Innovación Educativa un inicio, entre muchos, para considerar las tareas de nuestro tiempo.

 

Referencias

Bostrom, N. (2013). Existential risk prevention as global priority. Global Policy, 4(1), 15-31.         [ Links ]

Bostrom, N. (2014). Superintelligence: Paths, dangers, strategies. Oxford, RU: Oxford University Press.         [ Links ]

Floridi, L. (2013). The Ethics of Information. Oxford, RU: Oxford University Press.         [ Links ]

Martínez Ruiz, X. (Coord.). (2015). Infoesfera. México: Instituto Politécnico Nacional.         [ Links ]

Paz, O. (1996). Conjunciones y disyunciones. En Obras completas, 10, Ideas y costumbres II, Usos y símbolos. México: Fondo de Cultura Económica.         [ Links ]

Rees, M. (2003). Our Final Hour. Londres, RU: Heinemann.         [ Links ]

Schrödinger, E. (2009). Ciencia y humanismo. Barcelona, ES: Tusquets Editores.         [ Links ]

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