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Política y gobierno

versão impressa ISSN 1665-2037

Polít. gob vol.27 no.1 Ciudad de México Jan./Jun. 2020  Epub 30-Jun-2020

 

Debate

Los movimientos sociales y los procesos de democratización. Un debate en torno a The Zapatista Movement and Mexico’s Democratic Transition. Mobilization, Success, and Survival de María Inclán

Marco Estrada Saavedra

Miguel Armando López Leyva

María de la Luz Inclán Oseguera


Nota del editor

El 31 de enero de 2019, en la Casa de la Universidad de California en México, sita en la bella colonia capitalina Chimalistac, María Inclán, profesora investigadora titular de la División de Estudios Políticos del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), presentó su libro The Zapatista Movement and Mexico’s Democratic Transition. Mobilization, Success, and Survival, publicado en 2018 por Oxford University Press, una de las editoriales más prestigiosas en el ámbito de las ciencias sociales. María contó con la presencia de dos comentaristas de altura. En primer lugar, intervino Marco Estrada Saavedra, profesor investigador en el Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México; a continuación tomó la palabra Miguel Armando López Leyva, profesor investigador y Director del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

En una sala llena de colegas, estudiantes y amigos, los participantes discutieron sobre una de las grandes paradojas de la política mexicana contemporánea: por qué algunos movimientos sociales tienen éxito en sacudir al sistema, pero rara vez en alcanzar sus objetivos finales. El entramado institucional del país parece ser lo suficientemente flexible como para tomar en cuenta las demandas que vienen de abajo, pero siempre desviando la atención para que éstas nunca se conviertan en realidad. Quizá en el libro de María Inclán, en la contradictoria experiencia zapatista, podamos encontrar las claves para vislumbrar si la última sacudida al sistema que vivimos actualmente será duradera o si sus efectos perderán intensidad una vez que su epicentro se aleje en el tiempo. Espero que disfruten el debate al menos tanto como lo disfrutamos los que tuvimos la suerte de presenciarlo en directo.

Marco Estrada Saavedra: El problema de la definición del objeto de estudio

El libro The Zapatista Movement and Mexico’s Democratic Transition. Mobilization, Success and Survival es producto de la tesis doctoral en ciencia política que la autora defendió en la Universidad del Estado de Pennsylvania. El trabajo consta de seis capítulos y varias figuras, tablas estadísticas y mapas. En el texto, María Inclán propone una pregunta central para comprender la suerte del neozapatismo: ¿por qué fracasó el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en alcanzar sus metas y, sin embargo, sobrevivió como movimiento social? Para responder esta interrogante, la politóloga emplea una combinación de técnicas de investigación cualitativas y cuantitativas. En relación con las primeras, realizó 45 entrevistas a diferentes actores sociales y políticos clave, varios de ellos testigos privilegiados, aunque, al parecer, no a los zapatistas mismos (pp. XII y 47). Con respecto al segundo tipo de técnicas, elaboró una base de datos de información periodística registrando los eventos de movilización y protesta del EZLN, cuyo análisis implicó, metodológicamente, elaborar un “modelo binomial negativo de series de tiempo transversales agrupadas para el conteo de eventos” (p. 47). El corte temporal estudiado es el del ciclo de protesta zapatista que se inicia con el levantamiento armado de 1994 y concluye tras la aprobación de la ley indígena en 2003. Sin embargo, también se menciona lo sucedido, aunque sin analizarlo detalladamente, entre 2004 y el apoyo del EZLN y el Congreso Nacional Indígena a la candidata independiente María de Jesús Patricio Martínez, en 2018, durante el periodo de precampaña de las elecciones presidenciales de ese año.

María Inclán encuadra este abordaje técnico-metodológico en dos teorías muy conocidas: la de la estructura de las oportunidades políticas y la de transición a la democracia (p. 5). A partir de estos enfoques que enfatizan grandes procesos y estructuras, nuestra autora define su objeto de estudio en los siguientes términos: “las oportunidades políticas que una transición democrática prolongada puede abrir a movimientos sociales generando transiciones democráticas desde abajo” (p. 18).

Argumento

El levantamiento armado zapatista de 1994 coincide con el proceso de democratización en México, pero el EZLN no sacó provecho de él. ¿Por qué sucedió esto a pesar de que el alzamiento indígena fue un factor importante que aceleró la apertura del antiguo régimen? La respuesta de la autora es interesante y plausible. Por un lado, distingue entre dos procesos concurrentes, pero diferentes: el de la negociación de la paz entre los rebeldes y el gobierno mexicano en San Andrés Larráinzar, un bastión zapatista en los Altos de Chiapas, y el de la negociación de la reforma y democratización del sistema político entre las élites políticas y la oposición partidista. Es aquí, precisamente, donde la autora utiliza la imagen del sistema automático de dobles puertas corredizas: uno accede al interior de un edificio cuando las primeras puertas se abren, pero sólo puede avanzar una vez que éstas se cierran y el siguiente panel permite franquear este segundo umbral.

El levantamiento armado y el pronto cese al fuego entre las partes combatientes inauguraron una estructura de oportunidad favorable a la movilización política del zapatismo, en un contexto de entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), campañas políticas presidenciales y solidaridad nacional e internacional a favor de la paz y en apoyo a las demandas del zapatismo. De tal suerte, el Estado se vio obligado a reconocer a los insurgentes como un actor legítimo para negociar la paz (y no como un enemigo a aniquilar). Esto permitió a los zapatistas establecer múltiples alianzas con diversos actores sociales nacionales e internacionales que, posteriormente, los apoyarían en su lucha de resistencia y por la autonomía, pero en condiciones de sobrevivencia y marginalidad política a nivel de Chiapas y de México.

En otras palabras, a la larga los zapatistas salieron exitosos de la represión del gobierno mexicano, pero se convirtieron en un movimiento social secundario y sin influencia a escala nacional, porque no lograron integrarse a las negociaciones de reforma político-electoral que se llevaron a cabo en la Ciudad de México entre el gobierno de la república (“la élite política”, como la denomina Inclán) y la oposición partidista y otros actores de la sociedad civil. Esta decisión de no participar en el proceso de negociación de la transición democrática fue, en parte importante, responsabilidad del propio EZLN (pp. 93 y 135), pero también fue un elemento de la estrategia del gobierno federal para que el conflicto chiapaneco quedara constreñido al estado del sureste. La negociación de la paz ofreció al EZLN la apertura de oportunidades para transformarse en un movimiento social y establecer alianzas, pero su exclusión de las negociaciones para la democratización del régimen obturó las oportunidades de éxito para la consecución de sus propósitos últimos. Los rebeldes chiapanecos quedaron encerrados en el interior del sistema de puertas corredizas, por lo que, en sentido contrario de lo que indica la teoría de la democratización, no pudieron beneficiarse de la transición a la democracia, aunque sí han conseguido, hasta nuestros días, sobrevivir como movimiento social. La conclusión teórica central que se puede derivar del estudio politológico del “fracaso” zapatista es, según Inclán, que no toda transición democrática abre oportunidades de desarrollo y éxito para un movimiento social.

Aportes

The Zapatista Movement and Mexico’s Democratic Transition es un libro importante por diferentes razones. En primer lugar, hay que mencionar que, si bien se ha escrito mucho sobre el zapatismo, la gran mayoría de libros y artículos especializados se caracterizan, sin embargo, por un espíritu partidario a favor o en contra de los rebeldes chiapanecos. No obstante sus simpatías políticas por los zapatistas y sus causas, María Inclán nos presenta, en cambio, un libro crítico, mesurado en sus juicios, metodológicamente sólido y fundamentado empíricamente.

En segundo lugar, nos ofrece una explicación convincente de algunas de las razones del “fracaso” del movimiento zapatista. En tercer lugar, y en consonancia con lo anterior, este estudio muestra cómo un movimiento social, que actúa en el marco de un prolongado proceso de transición, se beneficia de las oportunidades de movilización que el proceso inaugura, pero también enfrenta obstáculos para lograr sus metas políticas. En otras palabras, las oportunidades políticas pueden tener diferentes efectos en los movimientos sociales en distintos contextos políticos. Por último, el libro de Inclán también ilustra los efectos de una transición democrática incompleta en relación con la representación política de intereses de actores sociales subordinados y excluidos, como los indígenas. En el caso de México, nos encontramos con una democracia electoral, pero que no es representativa, liberal ni tampoco se basa en un Estado de derecho. Lamentablemente, la ineficiencia, el clientelismo, la falta de transparencia y rendición de cuentas, la corrupción y la impunidad siguen siendo característicos del régimen producto de la transición a la democracia.

En mi opinión, quizás lo más destacable y valioso del libro de María Inclán es que somete a prueba dos enunciados teóricos centrales de las teorías de la estructura de oportunidades políticas y la democratización y demuestra su imprecisión o invalidez. De acuerdo con Elisabeth Wood (2000), quien estudió los casos de Sudáfrica y El Salvador, existen dos vías a la democracia: una que incluye un movimiento social insurgente en el proceso de democratización, y otra que lo excluye. Las transiciones democráticas desde abajo en sociedades oligárquicas sólo conducirían a regímenes democráticos estables si una movilización insurgente permanente convierte a sus líderes en actores influyentes. Las élites económicas y políticas no pueden reprimir o simplemente desconocer dicho movimiento, so pena de poner en peligro el orden social en su conjunto, por lo tanto se ven obligadas a incluirlo en su pacto de democratización. Los líderes insurgentes representarían no sólo sus propios intereses en las negociaciones, sino también el de amplios sectores excluidos en la sociedad oligárquica (p. 25).

Este enunciado teórico -yo diría, más bien, que se trata de una mera hipótesis sin mucha capacidad de generalización- es refutado de forma convincente por María Inclán. Las élites políticas y las de la oposición partidista en México acordaron reformar la competencia electoral para garantizar un acceso al poder mediante elecciones libres y competidas. Con ello lograron socavar la hegemonía política priista y abrir las puertas a la transición y alternancia democráticas, sin incluir a los zapatistas ni verse obligados a considerar sus intereses en el nuevo arreglo institucional. La politóloga sustenta que “los zapatistas no fueron lo suficientemente fuertes para presionar a las élites económicas y políticas para cambiar el balance de poder y forzarlas a negociar con ellos. Por lo tanto, en lugar de tener una vía insurgente a la democratización, como Wood sugiere, argumento [dice Inclán] que la vía mexicana hacia la democracia electoral ignoró a las contra-élites insurgentes potenciales” (p. 83).

A pesar de que el zapatismo no influyó en el destino de la negociación de la democratización, sí sobrevivió como un movimiento social. Con esta tesis, la autora también pone en duda otro enunciado teórico fundamental, el que consiste en subrayar la importancia central de las redes de movilización y el enmarcamiento del discurso para la consecución de las metas del movimiento (p. 97 y ss.). María Inclán demuestra que, si bien el discurso es importante para ganar apoyo y conformar alianzas con diferentes actores, no es ninguna garantía de que con ello se alcancen las metas del movimiento. En efecto, el zapatismo logró construir una red de solidaridad (trans) nacional gracias a que modificó su marco discursivo de un marxismo revolucionario ortodoxo, economicista y radical al de un multiculturalismo indigenista, autonomista y en contra de la globalización neoliberal. Esto le permitió sumar simpatías y apoyos transnacionales. Sin embargo, cuanta más resonancia tenía su nuevo marco discursivo en los integrantes de las redes de solidaridad transnacionales, más difusas se volvieron sus metas políticas, al grado de no ser alcanzadas. Así, el zapatismo se hizo cada vez menos relevante como actor a nivel nacional. Dicho de otra manera, esta solidaridad transnacional no contribuyó, como supone la teoría, a modificar relaciones de fuerza y poder a nivel nacional, estatal y quizá hasta local. Aún más, Inclán sugiere, con razón en mi opinión, que el nuevo discurso indianista y en contra del neoliberalismo del EZLN quitó presión al Estado para responder a sus demandas originales. Lo anterior le permitió gestionar la administración del conflicto de acuerdo con sus propios intereses y tiempos (p. 101). A cambio de ello, el zapatismo ganó mayor libertad para construir su autonomía de facto sin ser reprimido sistemática y abiertamente.

Reflexiones críticas

Los libros importantes merecen ser leídos y discutidos, porque sólo de esta manera se aprende de ellos y se contribuye a profundizar nuestro conocimiento del objeto de estudio. A continuación, apuntaré cuatro cuestiones a discutir.

En mi opinión, si bien se enuncia que el zapatismo es un “movimiento social”, no queda del todo claro en qué consiste precisamente esto -a menos que uno sea un experto en la materia-. La opción por la designación del zapatismo como un movimiento resulta, no obstante, problemática. María Inclán afirma que, tras el anuncio del cese al fuego de enero de 1994, el EZLN, hasta entonces una guerrilla de inspiración castrista empeñada en tomar el poder del Estado y convertir a México en una república socialista, se convirtió en un movimiento social (p. 45). Por supuesto, esto no aconteció a partir del 13 de enero de ese año. Si bien la neutralización militar del EZLN creó las condiciones para que, más tarde, se transformara en un movimiento social, lo importante aquí es que estamos lidiando con una especie muy peculiar de movimiento, que contradice mucho de lo que la teoría utilizada afirma sobre qué es un movimiento social.

En términos generales, se considera que un movimiento social es un actor colectivo civil que, por medios legales, se moviliza en el espacio público, eleva demandas políticas y sociales y entabla una contienda con las autoridades públicas para verlas satisfechas y, eventualmente, convertirse en un actor reconocido de la polity, es decir, con capacidad de influencia en la toma de decisiones políticas que sean de su interés.

En este sentido, el movimiento zapatista comparte, ciertamente, algunas características de esta definición, pero también difiere de la misma. La transformación del EZLN en un movimiento social no significó, para empezar, que hayan desaparecido su organización y jerarquías militares. Además, su dirigencia es clandestina y los rebeldes aún conservan sus armas, si bien es cierto que no las han vuelto a utilizar desde el cese al fuego de enero de 1994 -al menos no en combates directos con el ejército nacional.

Incluso si ponemos entre paréntesis el pasado y la organización militares del EZLN, el uso del concepto de movimiento social sigue siendo discutible. De acuerdo con la teoría en cuestión, un movimiento social está compuesto por una coalición heterogénea de múltiples grupos, colectivos, actores y organizaciones civiles; sin embargo, en el libro el movimiento es reducido a los integrantes de las bases de apoyo zapatista con su organización civil, política y militar. Me parecería más consecuente con la teoría, por lo tanto, que se hubiera considerado el movimiento zapatista compuesto por el EZLN como su actor colectivo central, y el conjunto de participantes de las redes de solidaridad transnacional que se estudian en el quinto capítulo.

¿Por qué es importante este asunto? Sencillamente porque, en la ciencia, en la manera en que decidimos definir nuestros objetos de estudio, se juega su descripción y explicación. En este sentido, si la pregunta fundamental del estudio es por qué “fracasó” el EZLN en medio de un proceso de democratización prolongado que él mismo contribuyó, indirectamente, a dinamizar, entonces no considerar esta ambigüedad del zapatismo como organización militar y movimiento social nos priva de dar una respuesta más compleja de ese fracaso.

La respuesta que ofrece María Inclán me parece, como ya lo mencioné, sólida y convincente. No obstante, es una explicación incompleta, porque si tomamos en serio el pasado jerárquico y militar del zapatismo y, como desarrollaré más adelante, lo estudiamos no sólo en relación con los eventos de protesta pública, como lo hace la autora, entonces debemos considerar también causas internas de ese fracaso como, precisamente, el autoritarismo, el sectarismo, la centralización del poder, las pifias políticas de la comandancia zapatista y la insuficiencia crónica de recursos para repartir entre sus bases de apoyo (especialmente en el periodo del ciclo de los diez años estudiados); todo eso derivó, en conjunto, en conflictos, rupturas y desafiliaciones de muchas bases de apoyo, organizaciones campesinas, indígenas, urbano-populares y organizaciones de la sociedad civil (OSC) transnacionales solidarias con el movimiento. En resumen, estas pugnas y divisiones internas debilitaron el movimiento y dificultaron la consecución de sus metas políticas en las arenas de negociación de San Andrés Larráinzar y la Ciudad de México (en esta última ni siquiera participó).

Este mismo pasado revolucionario debe considerarse también como un factor importante para explicar por qué rechazaron integrarse a las negociaciones interélites en torno a la reforma y democratización del régimen. Ni la democracia electoral, ni la democracia representativa y basada en un Estado de derecho democrático eran parte de las apuestas políticas del EZLN. Si obviamos sus antiguos fines revolucionarios y sus actuales fines antisistémicos, entendemos poco de su comportamiento político. En el mejor de los casos, la relación del EZLN con la “democracia electoral” ha sido de naturaleza instrumental y oportunista.

En relación con lo anterior, tenemos, en segundo término, lo que se puede denominar como el problema de la homogeneización del objeto de estudio. Al tratar el zapatismo como movimiento social y observarlo exclusivamente a través de los eventos de protesta pública, se genera la impresión de que es un movimiento unido y homogéneo. Pero no es así, la historia y formación de sus bases de apoyo varían de manera importante en las diferentes regiones indígenas en las que el zapatismo tiene presencia en Chiapas. No sólo sus bases sociales son plurales y, por ende, tienen intereses, capacidades, recursos y poder diferenciados, sino también su misma organización civil y política -me refiero a sus municipios autónomos rebeldes zapatistas (Marez) y a las Juntas de Buen Gobierno (JBG)-. Esta heterogeneidad y pluralidad internas dan mucho espacio al conflicto y la negociación al interior del zapatismo que condicionan su comportamiento público en las diferentes regiones con presencia zapatista. En este sentido, las acciones de las bases de apoyo no son un reflejo mecánico de las decisiones y órdenes de la comandancia zapatista. Y la conducta de ésta no responde siempre a las necesidades e intereses locales y regionales de los diferentes zapatismos.

Para ilustrar lo anterior y destacar la importancia heurística de tomar en cuenta la heterogeneidad y pluralidad al interior del zapatismo, quisiera esbozar el caso del zapatismo en el municipio de San Pedro Chenalhó. A diferencia de lo que había sucedido en la selva Lacandona y en el vecino municipio de San Andrés Larráinzar, antes de 1994 no existían realmente bases de apoyo zapatistas en San Pedro Chenalhó. A partir del levantamiento, la militancia rebelde se constituyó de fracciones de los grupos opositores al cacicazgo local de los maestros priistas, es decir, de católicos liberacionistas, los integrantes de la Unión de Ejidos y Comunidades de Cafeticultores Majomut, la Organización Indígena de los Altos de Chiapas y los militantes del Partido de la Revolución Democrática (PRD), cada uno con historias particulares de lucha, organización y agravios, que jugarían un papel significativo en su posicionamiento en torno a los rebeldes.

En 1995 la presencia del EZLN en Chenalhó estaba diseminada en numerosas localidades, sin ninguna población mayoritariamente zapatista. La norma era, más bien, la pluralidad de adscripciones políticas y religiosas en las comunidades. Hacia 1997, año de la matanza de Acteal, sólo alrededor de un tercio de los pedranos formaba parte del neozapatismo.

Los zapatistas de San Pedro Chenalhó instalaron, en abril de 1996, su Marez y lo denominaron San Pedro Pohló. Como en otras regiones de la “zona del conflicto”, el Marez de Pohló construyó su autonomía duplicando las tareas y funciones del municipio constitucional de Chenalhó, y aunque empezaron a rechazar de manera sistemática -en el marco de la política de resistencia del EZLN- toda relación con el “mal gobierno”, lo cierto es que existía una comunicación regular con las autoridades constitucionales municipales para atender muchos problemas comunes de la población.

Pues bien, esta cooperación local no siempre fue bien vista por la comandancia del EZLN, cuyos intereses globales alrededor del diálogo con el gobierno federal no siempre fueron compatibles con el foco del Marez de Pohló en la resolución urgente de sus conflictos parroquiales. Si tomamos en serio estas diferencias, las estrategias políticas de la comandancia a veces han tenido efectos negativos para los zapatistas de Chenalhó. Por ejemplo, la orden de la comandancia de abstenerse de participar en las elecciones de 1994 y 1995 ocasionó que fueran ganadas por la minoría priista.

Un último ejemplo de la heterogeneidad interna del zapatismo alteño puede verse en las tensiones, diferencias y disputas por la influencia y el poder entre el Marez San Pedro Pohló (formado en 1996) y la JBG de Oventik (creada en 2003). Como en otras regiones con importante presencia zapatista, la formación de la JBG significó centralizar el poder a favor de las juntas y en contra de los Marez y las comunidades zapatistas -y esta centralización benefició a la comandancia del EZLN-. Tener en consideración esto puede darnos pistas sobre el sentido del éxito o el fracaso del zapatismo -tema que trataré más adelante.1

Ahora bien, esta homogeneización no se restringe sólo al movimiento zapatista, sino que incluye también a las redes (trans)nacionales de solidaridad con el EZLN. En el libro se toman también como un dato y prácticamente no se da cuenta de su heterogeneidad y pluralidad internas. Además, me parece, se sobrevalora la importancia de las organizaciones solidarias internacionales sobre las nacionales en la sobrevivencia y mantenimiento de la resistencia zapatista. Quizá sí hayan sido o sean más importantes en términos de aportación de recursos económicos, pero no sabemos con certeza si lo han sido en términos de alianzas políticas locales, regionales, nacionales o internacionales. Además, esto habría que dilucidarlo de manera diacrónica y en consideración a eventos de contestación puntuales.

En consonancia con los marcos teóricos utilizados, el éxito de un movimiento social se mide en su capacidad de influencia real en la elaboración, definición y aplicación de políticas públicas (p. 37). Este criterio es relativamente plausible, aunque implica reducir el entendimiento de los movimientos sociales a su interacción contenciosa con el sistema político o las autoridades públicas, como abajo explicaré.

En mi opinión, al EZLN no le interesaba democratizar el régimen político autoritario. En realidad, lo quería destruir mediante una revolución. Su fracaso no debería buscarse en no haber logrado participar activa y decisivamente en las negociaciones entre las élites para la democratización del régimen priista o que sus intereses no hayan estado representados en las instituciones democráticas. Su gran fracaso consistió en no conseguir establecer una república socialista y popular.

Se puede aducir que lo anterior sería cierto si consideramos al EZLN como una guerrilla, pero no como un movimiento social. Sin embargo, en mi opinión, tras su mutación en movimiento social, el zapatismo tampoco pretendía el establecimiento de una democracia representativa en México, gracias a la cual pudiera ver representados sus intereses particulares y los de los actores y sectores sociales simpatizantes de sus causas. Por el contrario, los zapatistas renunciaron a la lucha política institucional porque, en su opinión, el verdadero enemigo sería el sistema capitalista neoliberal globalizado, que ostentaría el verdadero poder económico y político. De manera consecuente, a los políticos, representantes populares y autoridades públicas los consideran como meros “capataces” y no como los “patrones de la finca”, para citar las palabras de un comandante indígena el primero de enero de 2019. Esto explica y hace entendible su lucha por la construcción de autonomías territoriales fuera de la esfera de influencia de las prácticas corruptas del sistema político y el capital.

Entonces, ¿qué puede considerarse éxito o fracaso del zapatismo como movimiento social? Depende. Para los campesinos zapatistas, en especial para los de las jóvenes generaciones de ese entonces, la “recuperación” de tierras, como producto de las oleadas de invasiones de predios tras el levantamiento armado de 1994, fue el gran éxito del EZLN, que justificaba años de apoyo clandestino a la guerrilla. Este éxito, paradójicamente, significó que muchas de las bases de apoyo se desmovilizaran y desafiliaran del EZLN, para retornar a sus antiguas organizaciones campesinas antes infiltradas por la guerrilla. Esto implicó, a su vez, un fracaso para la comandancia insurgente por no haber podido mantener cohesionadas a sus bases de apoyo. Finalmente, en su lógica antisistémica, la resistencia misma, como una manera de colocarse fuera de los circuitos de circulación del dinero y el poder político, es considerada por los líderes insurgentes como un éxito.

En resumen, éxito y fracaso son categorías de análisis y evaluación relativas a quien los defina de acuerdo con la posición que ocupe al interior del movimiento. Y son, además, categorías que cambian con el tiempo. No se definen exclusivamente en relación con la lógica del sistema político.

Por razones metodológicas, la movilización del EZLN se define por el número de los eventos públicos de protesta. Gracias al registro de cada uno de estos actos a lo largo del tiempo, se estudia el comportamiento político del movimiento. Sin embargo, me temo que este tratamiento metodológico estrecha la rica fenomenología de la movilización política, cuyo carácter central quizá no sea público, sino “latente”, como diría Alberto Melucci (1989). Las tareas diarias de los colectivos de salud o educación o los trabajos cotidianos en las JBG, por ejemplo, tienen movilizadas diariamente a las bases de apoyo y a las autoridades civiles, políticas y militares del zapatismo. Todas estas actividades permiten no sólo reproducir su organización, crear lazos de solidaridad y una identidad colectiva compartida, sino que son la verdadera infraestructura de la resistencia del zapatismo.

En efecto, esta microrresistencia cotidiana permite la oposición a la presencia y acción del Estado y sus representantes federales, estatales o municipales en el territorio que los zapatistas reclaman como suyo. Se trata de una resistencia que no es clandestina, sino que tiene lugar a la luz pública, y no es menos contenciosa que una manifestación en el zócalo de la capital del país, un bloqueo de carreteras o la detención de servidores públicos. Es un tipo de movilización que pasa desapercibida para los medios de comunicación, por la sencilla razón de que, la mayoría de las veces, no es noticia.

Los cuatro problemas que he destacado -la definición y homogeneización del objeto de estudio, el éxito o fracaso del movimiento y el estrechamiento del concepto de movilización política-, no son problemas de manufactura del libro. Hay que leer con atención el texto para admirar el rigor y el profesionalismo con que María Inclán ha realizado su investigación. Se trata, más bien, de problemas inherentes a las teorías utilizadas, en especial a la de la movilización de recursos y la estructura de oportunidades.2 Son teorías, con sus respectivas metodologías, que la autora conoce bien y maneja con soltura. Incluso, como mencioné antes, ella misma demuestra sus límites y discute la validez de algunos de sus enunciados centrales. Lo que como lector y especialista en el tema echo de menos es que María no se haya animado a ir más allá de estas teorías y problematizarlas. No me cabe la menor duda de que su amplio dominio de la materia le permitiría dar este paso.

No obstante estas observaciones críticas, The Zapatista Movement and Mexico’s Democratic Transition es una obra que todo lector interesado en el zapatismo, los movimientos sociales y las transiciones a la democracia puede consultar con enorme provecho intelectual.

Miguel Armando López Leyva: La relevancia del EZLN y la democracia que tenemos

Con buen sentido del timing académico se publica y presenta el libro de María Inclán. No sé si así fue previsto por ella, pero es de celebrarse que ocurra en este momento, porque permite elucidar varios procesos concatenados del pasado. Hace 25 años surgió el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en un contexto de cambios en diversos ámbitos del país (económico, político y social) que, a la vuelta de los años, tendrían un efecto notable en la vida pública del país. 1994 fue el annus horribilis, uno de tantos, quizá el año “en que vivimos en peligro” o el del “choque de trenes” (colisión que nunca ocurrió), como fue calificado por diversos intelectuales y opinadores de la época. El zapatismo fue parte de ese escenario de mutaciones y es inevitable referirse a este movimiento como un actor social fundamental que fue promotor de éstos, así fuese de forma inintencionada.

Vale preguntar, con ánimo provocador, ¿cuál es la vigencia del zapatismo a 25 años de su irrupción? ¿Qué sentido tiene hablar de él ahora si, de su surgimiento a la fecha, se han modificado las condiciones iniciales (principalmente políticas) que le dieron origen? Dicho de manera esquemática, el autoritarismo desapareció y germinó una democracia defectuosa (la autora le llama “democracia electoral”); hemos atestiguado tres alternancias en el poder presidencial de tres fuerzas políticas diferentes (la de 2018 permitió el acceso al poder, por primera vez, a una fuerza que se define de izquierda); hay una activa sociedad civil -o grupos de la misma organizados en torno a temas específicos- que pugnan por influir en el debate público así como en la toma de decisiones. No obstante estas modificaciones en la configuración actual del país, las condiciones de desigualdad y exclusión para ciertos sectores sociales persisten, y el zapatismo es una expresión vigente de ellas; la suya no es ya una estrategia de lucha legítima (como la percibieron hace 25 años varios actores sociales), pero su persistencia en la esfera pública es un recordatorio de los olvidos que arrastramos como país y de las deudas pendientes con los indígenas. En esa dirección, la agenda zapatista en pro de los derechos indígenas visibilizó un déficit claro de nuestro régimen, muy a pesar (y éste es uno de los temas centrales del libro) de los efectos en la democratización que aquella produjo.

Pero más allá del sentido contextual de su vigencia, importante para comprender la actualidad del libro, el zapatismo no deja de ser un objeto de estudio por las múltiples facetas de aproximación que permite. Desde luego, el enfoque particular y novedoso que adquiera dependerá de lo que quiera uno saber y cómo se proponga hacerlo, es decir, de la elección teórica y metodológica. Libros, artículos y documentos de todo género se han dedicado a explorar esas facetas. Muchos de ellos están en las referencias de la obra de María Inclán y no es mi interés alargar la cuenta. Es aquí donde destaco dos de sus virtudes; en primer lugar, el libro contiene un afortunado encuentro de literaturas, como lo anuncia su título: democracia y movimientos sociales. Desde hace lustros, la sociología de la acción colectiva ha orientado una parte de sus esfuerzos en lograr integrar lo que ocurre en las arenas de la política contenciosa y la política institucional. Sin embargo, en nuestro país, esos esfuerzos no han sido del todo suficientes para conseguir una comprensión cabal de los fenómenos aludidos. Todavía privan la segmentación y la falta de diálogo interdisciplinario. En este punto se sostiene una de las contribuciones de la autora: en primer lugar, al tratar de mostrar que las transiciones prolongadas -como la mexicana- brindan oportunidades para la movilización, pero pueden presentar obstáculos para el alcance de las metas de los movimientos. En segundo término, en las transiciones las oportunidades pueden tener diferentes efectos en los movimientos, dados los contextos políticos diferentes (es decir, no necesariamente beneficiarán a los grupos excluidos antes de la democratización). Y, en tercer lugar, existen algunos factores del enfoque del proceso político que son más proclives a promover la movilización y la sobrevivencia de estos desafíos colectivos, no necesariamente los mismos que posibilitan su éxito en el logro de sus objetivos.

Lo anterior significa que no hay causalidades lineales, que las literaturas en cuestión no necesariamente arrojan premisas generalizables y que un enfoque como el del proceso político amerita ser aplicado con la flexibilidad que implican los casos de estudio. Las dimensiones de oportunidad no dan un mismo resultado, sino que el juego de combinaciones que posibilita el análisis de los contextos políticos diferenciados es lo que le otorga su validez explicativa. Además, la autora no se queda en ese terreno: logra un planteamiento teórico muy sólido dentro de la bibliografía de los movimientos sociales al complejizar la comprensión del fenómeno zapatista viéndolo desde tres miradores interconectados: la estructura de las oportunidades políticas (EOP), los marcos discursivos de la acción colectiva y las redes transnacionales de solidaridad. De ahí que el subtítulo enfatice, con buen criterio, los aspectos que se tratan a partir de esta articulación teórica: movilización, éxito y supervivencia. Eso redunda en una contribución adicional a las expuestas por María: logra trascender una de las críticas más sólidas a la EOP: que el énfasis en las condiciones externas hace perder de vista el objeto de estudio, los movimientos y sus condiciones internas, que en buena medida son las productoras de su acción.

El anudamiento de corrientes teóricas y de factores de observación es lo que sostiene el argumento de la autora, quien denota un entendimiento avanzado del zapatismo (no es fortuito que haya escrito sobre él desde hace años en distintas revistas prestigiadas en el estudio de los movimientos sociales). La pregunta clave es: ¿por qué un movimiento como el zapatismo, que tiene las condiciones para ser exitoso, fracasa en convertirse en un actor político influyente y, más importante aún, en alcanzar sus objetivos políticos? Desde luego, habría que discutir la dificultad para medir u observar el éxito, un tema más o menos recurrente en la investigación de la acción colectiva, que no ha tenido soluciones claras ni convincentes. La autora llega al punto de mostrar el efecto que tuvo la legislación en derechos indígenas (en 2001) en la determinación de este movimiento de aislarse y conformar su propio mundo: concentrar sus energías en construir sus autoridades y su autonomía, reforzar su escepticismo -al hacer pleno su completo rechazo- por las formas institucionales de la política. Ésta es la evidencia de ese fracaso al que ella alude.3

Pero la autora podrá compartir conmigo, sin que eso demerite el alcance de su trabajo, que en otros terrenos el zapatismo ha sido más que exitoso: en la política quizá no, pero en lo político quizá sí. El efecto en la democratización, sin considerarse un éxito para el zapatismo, sí fue un efecto de la mayor relevancia para el país. Pero eso no es a lo que me refiero cuando hablo de lo político. Las pistas de los triunfos zapatistas, de los logros para el movimiento, están en el mismo libro aunque no debidamente resaltados: en la prominencia internacional que adquirió, lo cual posibilitó poner en primer plano a los indígenas; en la articulación de redes de solidaridad muy amplias, nacionales e internacionales; en la generación de un discurso proactivo, adaptable con el tiempo, en defensa de los derechos indígenas, dejando atrás el lenguaje marxista, propio de su aparición en 1994; en el ensamblaje de distintas iniciativas indígenas que vieron en el zapatismo la posibilidad de armar una posición común (aunque esto no siempre haya ocurrido en estos 25 años). Diría, con un toque de retórica, que su existencia es una señal muy clara de su éxito, más allá de los impedimentos para alcanzar la autonomía reconocida constitucionalmente que, además, era apenas uno de los temas de los procesos de paz que nunca concluyeron y que, singularmente, tienen al país en un extraño impasse.

¿Cuál es el argumento central de la autora? Usando como analogía las “puertas corredizas”, dice que el desarrollo del EZLN ha encontrado diferentes oportunidades en el tiempo: el primer conjunto se abrió para la movilización, una vez que la insurgencia se dio a conocer en 1994, pero un segundo conjunto no se abrió, lo cual explica el fracaso ya mencionado. Este particular desenlace está estrechamente relacionado con el tipo de transición que experimentó nuestro país durante largos años: un proceso prolongado.4 Sin entrar en detalles, la idea es que la naturaleza de este cambio político nacional evitó que los zapatistas se convirtieran en un actor contra la élite influyente, como en transiciones “desde abajo”, tal como ocurrió en los casos de El Salvador y Sudáfrica. En tanto las negociaciones de paz no formaron parte de las negociaciones en pro de la democratización, las oportunidades para alcanzar sus metas se cerraron. Dicho de otra manera: dos procesos negociadores paralelos impidieron a los zapatistas tener capacidad para influir en los cambios democráticos, como si éstos -vale decirlo- estuvieran peleados con los que propugnaban aquellos. Así, la coexistencia de dos agendas paralelas impidió el avance de los objetivos de los zapatistas. En consecuencia, nuestra transición prolongada concluyó con un “pacto de élites” (aunque no respondiera al estereotipo de las “transiciones pactadas”) que excluyó, por varios factores expuestos en la obra, a los actores no pertenecientes a la élite.

Pero no sólo el contexto y la “naturaleza” de nuestra transición explican el resultado. La autora señala las causas internas, aquellas que le corresponden al zapatismo: se rehusó a aliarse con cualquier fuerza política, también se rehusó a tener una fuerza política propia (civil y desarmada); aunado a ello, la imposibilidad para crear un frente indígena y campesino unificado, así como el fortalecimiento de sus alianzas con organizaciones transnacionales y la búsqueda de su autonomía sin reconocimiento constitucional, todos estos elementos le quitaron presión al gobierno para ser responsivo y a la oposición la habilitó para evitar compromisos. Sobre este último punto debe decirse que la relación entre la izquierda partidista (que podría ser más empática) y los zapatistas nunca fue buena y terminó siendo francamente mala; la prueba más reciente es el rechazo al nuevo gobierno electo en los comicios de 2018, en particular en torno a la construcción del proyecto del tren maya. Así, es paradójico que un movimiento con influencia internacional, un referente de otras movilizaciones en el mundo, con interlocución reconocida entre intelectuales y políticos, haya perdido influencia a nivel nacional. Sus propias estrategias y cierta cerrazón en su visión del mundo hicieron que el zapatismo decayera en el ánimo público.

El análisis de la autora la conduce a hacer algunas apreciaciones sobre el carácter y la calidad de nuestra democracia. Y aquí tengo un par de diferencias de enfoque que pueden ser relevantes. Primera, que unas elecciones fundacionales marquen el inicio de un proceso de transición es impreciso (p. 48); la literatura sobre este campo -que ha quedado rezagada frente a otras discusiones- plantea que ese tipo de elecciones marcan el fin de ese proceso y son evidencia de que la democracia se ha instaurado. Y mi segunda observación refuerza la primera: que las elecciones de 2000 representen las “primeras elecciones presidenciales libres y limpias en México” implica la existencia de una democracia (p. 49), aunque primeras elecciones “libres y limpias” se celebraron tres años antes en el país.5 Pero hay una afirmación de la autora que resalto porque activa sus preocupaciones sobre el tema. Dice: “La apertura electoral no trajo las oportunidades de representación para aquellas voces antes olvidadas, como los zapatistas, y ello hizo de la democratización mexicana una transición incompleta” (p. 65). En esa interpretación, el cambio democrático no condujo a este movimiento a obtener lo que buscaba y eso es muestra de la incompletitud de nuestra democracia, se infiere. Esa exclusión explica el camino seguido por ellos, esto es, un claro alejamiento de lo institucional: la creación de estructuras paralelas de autoridad, la desilusión frente a los partidos políticos y la democracia representativa, el aislamiento de sus comunidades y la perpetuación de las condiciones que dieron origen a la guerrilla. Quizás habría que ver en los zapatistas uno de los primeros síntomas de la desafección política en la democracia mexicana, un fenómeno mundial, por cierto.

Pero aquí hay un punto problemático que sería interesante discutir: la falta de representación social -de los zapatistas y demás grupos de la sociedad civil- no tendría por qué ser el factor único para diagnosticar que la transición quedó incompleta (si fuera el caso). Más aún, me parece que la transición cumplió lo mínimo deseable y que la democracia que tenemos -para María, desde 2000, para mí, desde 1997- es la que ha de procesar las exigencias y demandas heredadas y existentes. Para decirlo de un modo claro: no es un problema necesariamente de la transición como proceso de cambio, aunque en él se asienten las semillas del entendimiento institucional; es materia del régimen como conjunto institucional que no creó ni ha creado las condiciones y los mecanismos para dar cabida a “todas las voces”.

Además, considero importante distinguir entre la democracia deseable y la democracia que tenemos. Concuerdo con la autora en que nuestro régimen ha de ser más plural, incluyente, responsivo y participativo, dimensiones todas ellas importantes de la calidad de cualquier democracia. Concuerdo también en que el desarrollo del EZLN en estos 25 años ha mostrado las dificultades que, en esas dimensiones, tiene nuestro país para avanzar en una buena democracia. Es un buen “botón de muestra”, dicho coloquialmente. Pero no estoy del todo seguro de que la transición, al ser esencialmente electoralista, sólo haya procurado regular la competencia partidista y haya hecho poco por proteger y ampliar otros derechos políticos y libertades civiles. Creo que los derechos y libertades que se protegen en una democracia incipiente son muy amplios y van más allá del derecho a votar y ser votado (piénsese en las libertades de expresión, asociación, movimiento, por citar las más prominentes); desde luego, la variedad de “otros derechos” cargan de un peso muy grande la agenda democrática y ésta no puede ser desahogada con facilidad (sobre todo si en las élites existe poco interés y si la presión social no es suficiente para orientar ese interés). Ésta es una tarea a emprender dentro de la democracia misma: democratizar la democracia, si vale la tautología.

Finalmente, una minucia que puede -o no- ser relevante. María se refiere al EZLN de tres formas: “guerrilla” (p. 10), “movimiento social insurgente” (p. 56) y “movimiento de guerrilla” (p. 133). ¿Cuál es el más adecuado? No es mi interés entrar a un debate aquí, pero creo que la conceptualización de los zapatistas amerita un trabajo serio de reflexión. Quienes los han abordado como objeto de estudio los asumen en una u otra categoría sin mayor explicación. Pienso que es indispensable darla. Mi impresión sobre el particular es que esta guerrilla dejó de serlo desde el mismo año de su aparición, desde los primeros meses me atrevo a decir; el único distintivo que así permite identificarla como tal es la posesión de armas. Pero su acción colectiva ha oscilado en múltiples formatos organizativos, uno de ellos es, desde luego, el de un movimiento social. Éste es un tema pendiente de análisis para los estudiosos del tema sin que eso le reste al libro todo su valor heurístico y las amplias virtudes que contiene.

En suma, María nos ha entregado una obra excelente que, no dudo, será un referente en el campo de la acción colectiva y de gran utilidad en la comprensión pasada y presente del zapatismo.

María de la Luz Inclán Oseguera: Los problemas de estudiar el movimiento zapatista

Al escuchar los comentarios de Marco y Miguel durante la presentación de mi libro el pasado 31 de enero me sentí profundamente honrada y agradecida por su generosidad y crítica constructiva. Igualmente agradecida estoy ahora con la revista Política y gobierno y su editor, Luis de la Calle, por darme la oportunidad de ofrecer una respuesta un poco más reflexionada. Aquel día estaba demasiado emocionada para responder de forma más analítica. Espero ahora poder hacerlo.

Siguiendo el orden de presentación de los comentarios en este debate comienzo por responder a Marco. En sus comentarios sobre el libro, él identifica cuatro problemas que se desprenden de definir el zapatismo de la década de 1990 como movimiento social. Correctamente señala también que en el libro no ofrezco una definición conceptual de movimiento social y se pregunta cuál es la base para que identifique el movimiento zapatista de la década de 1990s como tal. En respuesta, él ofrece la siguiente definición: “un movimiento social es un actor colectivo civil que, por medios legales, se moviliza en el espacio público, eleva demandas políticas y sociales y entabla una contienda con las autoridades públicas para verlas satisfechas y, eventualmente, convertirse en un actor reconocido de la polity, es decir, con capacidad de influencia en la toma de decisiones políticas que sean de su interés” y, con base en ella, cuestiona que el zapatismo de la década de 1990 cumpla con todos los requisitos para poder ser considerado como movimiento social. Además, disputa que se homogeneice el papel que diferentes actores tuvieron en la capacidad de movilización, de negociación y de supervivencia del movimiento, la definición del éxito o fracaso relativo del mismo y que reduzca el análisis de su movilización política al mero estudio de su actividad de protesta.

Concuerdo con la definición conceptual que ofrece Marco y creo que es precisamente esa colectividad de actores la que hace que la movilización social, la negociación y la sobrevivencia de un movimiento social tengan un desenlace diferente de acuerdo con el contexto político en el que suceden. La capacidad de movilización, entendida en el libro como actividad de protesta, fue sostenida principalmente por simpatizantes y bases de apoyo del movimiento zapatista, no por sus líderes o milicianos uniformados. Las negociaciones estuvieron en manos de la comandancia general del EZLN y la sobrevivencia del movimiento a través de los años ha estado a cargo de una red de solidaridad de organizaciones tanto locales como transnacionales que ha permitido a las comunidades zapatistas sostener el funcionamiento de las JBG y la campaña de resistencia del movimiento hasta la fecha. Creo también que esta colectividad de actores permite entender el zapatismo de la década de 1990 como un movimiento social aun cuando éste haya decidido no participar en la política pública nacional y el proceso político del país.

Concuerdo también con que las divisiones internas de zapatismo influyeron en sus decisiones y en su relativo fracaso durante las negociaciones. En su libro Mi paso por el zapatismo (2005), Octavio Rodríguez Araujo los describe a profundidad. Igualmente, comparto la idea de que el pasado revolucionario del EZLN y sus orígenes antisistémicos le impidieron convertirse en fuerza política, aceptar una alianza formal con algún partido de izquierda o participar en el proceso político electoral y legislativo. Los libros de María del Carmen Legorreta Díaz (Religión, política y guerrilla en Las Cañadas de la Selva Lacandona, 1998), Guillermo Trejo (Popular Movement in Autocracies, 2012) y del propio Marco Estrada (La comunidad rebelde y el EZLN, 2007) así lo documentan.

Por último, Marco atribuye los problemas del libro a la estrechez de las teorías de oportunidades políticas y movilización de recursos que fuerzan un análisis macroestructural. Yo creo, sin embargo, que estos problemas hubieran podido resolverse si existiera evidencia empírica sistemática de las actividades y de los proyectos en las comunidades zapatistas. Con excepción de algunos estudios de caso, a la fecha seguimos sin contar con datos que nos permitan evaluar el éxito o fracaso relativo del progreso del movimiento al interior de las comunidades y poder así comparar su bienestar con el de las comunidades no zapatistas. Este tipo de información permitiría identificar para unas y otras los nichos de oportunidad de mejora, además de proveernos de más información para poder ofrecer mejores análisis teóricos.

Responder a la crítica de Miguel me resulta más difícil, ya que sus comentarios más que críticos fueron demasiado generosos y halagadores. Sin embargo, encuentro similitudes con señalamientos que he recibido al presentar el libro en otros foros y es que ni la transición democrática mexicana, ni el desarrollo y actual estado que guarda el movimiento zapatista son únicos. Los procesos democratizadores en Indonesia, Corea del Sur y Brasil también fueron prolongados y el resultado que tuvo el EZLN se puede comparar con el desenlace que otros grupos radicales tuvieron en la transición española o filipina. Sin embargo, me parece que como grupo rebelde que emerge durante una transición democrática y se convierte en icono de movimientos indígenas, globalifóbicos y antisistémicos alrededor del mundo es único. El EZLN forzó un cese al fuego y negociaciones de paz en un periodo muy corto. Sin llegar a ser un actor crucial de la transición democrática en el país, tuvo un efecto indirecto pero muy significativo en el proceso democratizador. Sin embargo, no logró alcanzar sus objetivos durante el proceso de negociación, pero sobrevive aunque desaparece de la agenda política y la atención de la opinión pública. Ahora ha vuelto a tomar relevancia al oponerse de manera frontal al proyecto de desarrollo económico del sureste de la presente administración.

Concuerdo también con Miguel en que una transición meramente electoral, como la mexicana, no sólo protege el derecho al voto y la competencia electoral. Para que las elecciones sean más confiables y competitivas se requiere que haya una apertura a la libertad de expresión, de prensa, de organización y, como tal, la transición mexicana permitió avances considerables en la protección de dichos derechos y libertades. Tal vez debí haber puesto más énfasis en esto al describir el proceso democratizador del país. Sin embargo, creo que el desarrollo y el estado actual que guarda el movimiento zapatista es un claro ejemplo de la falta de inclusión de voces disidentes y tradicionalmente excluidas del proceso político democrático, de la falta de representatividad, rendición de cuentas y justicia social que aún imperan en la democracia mexicana.

Repasemos, por ejemplo, el comportamiento del EZLN en la última elección presidencial de 2018, en la que, junto con el Congreso Nacional Indígena (CNI), impulsó la candidatura independiente de María de Jesús Patricio Martínez (Marichuy), médico tradicional indígena nahua de Tuxpan, Jalisco. Desde el comienzo de su campaña para recolectar las firmas necesarias para lograr el registro ante el Instituto Nacional Electoral, Marichuy expresó que la idea de lanzar esta candidatura no era con miras a ganar las elecciones, sino de ofrecer una alternativa de organización política y social y de evidenciar los obstáculos de participación y representación institucional que todavía enfrentan los sectores menos favorecidos de la población.6

Siguiendo el argumento presentado en el libro pienso que la decisión del EZLN de volver a participar en la política institucional de partidos y elecciones podría responder a tres factores: en primer lugar, a la recomposición de las relaciones del zapatismo con otras organizaciones indígenas en el país. Esta reparación de antiguas divisiones al interior del movimiento pudo haber facilitado que la candidata no tuviera que ser una líder originaria de alguno de los Caracoles zapatistas, sino que fuera una líder aliada al movimiento. En segundo lugar, este hecho nos habla de que el movimiento volvió a reconocer la posibilidad de lanzar una candidatura independiente como una nueva oportunidad política de movilización política y social y de volver a estar presente tanto en la agenda política como en la opinión pública nacional, para marcar las limitaciones institucionales y oponiéndose frontalmente al proyecto de desarrollo del actual gobierno.7 Finalmente, el hecho de que el CNI escogiera a una mujer indígena podría responder también a solidaridades transnacionales con otros movimientos en pro de los derechos de la mujer en el mundo. En diciembre de 2017, por primera vez el Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI)-EZLN lanzó un comunicado a nombre de “las niñas, jóvenes, adultas, ancianas, vivas y muertas, concejas, juntas, promotoras, milicianas, insurgentes y bases de apoyo zapatistas”8 para el Primer Encuentro Internacional Político, Artístico, Deportivo y Cultural de las Mujeres que Luchan, que se llevó a cabo del 8 al 10 de marzo de 2018 en territorio zapatista, con la presencia de colectivos feministas y mujeres de más de cuarenta países.9 Para este año el encuentro fue cancelado para dar prioridad a la lucha en contra del proyecto de desarrollo de la administración de Andrés Manuel López Obrador.10

Estos tres factores podrían ser signos positivos para la reorganización del movimiento. También nos hablan de su capacidad para mantenerse, relevante tanto en la esfera política nacional como en la transnacional. El regreso del zapatismo al debate político también debe ser bienvenido no sólo por su voluntad de volver a estar presente en el debate público, sino porque el zapatismo es quizá una de las únicas voces de oposición que AMLO y Morena, hoy partido dominante, no se han atrevido a descalificar. Ojalá el movimiento reconozca esta oportunidad y la aproveche al máximo. Ojalá también la sociedad civil responda con su apoyo por el bien de la democracia mexicana. Todos los y nos necesitamos.

Referencias bibliográficas

Estrada Saavedra, Marco (2007), La comunidad armada rebelde y el EZLN: Un estudio histórico y sociológico de los tojolabales en Las Cañadas Tojolabales de la Selva Lacandona (1935-2005), México, El Colegio de México. [ Links ]

Estrada Saavedra, Marco (2015), Sistemas de protesta: Esbozo de un modelo no accionalista para el estudio de los movimientos sociales, t. 1, México, El Colegio de México . [ Links ]

Estrada Saavedra, Marco (en prensa), Contornos de lo político: Ensayos sociológicos sobre memoria, protesta, violencia y Estado, México, El Colegio de México . [ Links ]

Inclán, María (2018), The Zapatista Movement and Mexico’s Democratic Transition: Mobilization, Success, and Survival, Oxford, Oxford University Press. [ Links ]

Legorreta Díaz, María del Carmen (1998), Religión, política y guerrilla en Las Cañadas de la Selva Lacandona, México, Cal y arena. [ Links ]

Melucci, Alberto (1989), Nomads of the Present. Social Movements and Individual Needs in Contemporary Society, Pensilvania, Temple University Press. [ Links ]

Rodríguez Araujo, Octavio (2005), Mi paso por el zapatismo (un testimonio personal), México, Océano. [ Links ]

Trejo, Guillermo (2012), Popular Movement in Autocracies: Religion, Repression, and Indigenous Collective Action in Mexico, Nueva York, Cambridge University Press. [ Links ]

Wood, Elisabeth Jean (2000), Forging Democracy from Below. Insurgent Transitions in South Africa and El Salvador, Cambridge, Cambridge University Press. [ Links ]

1Sobre la matanza de Acteal y la importancia de la heterogeneidad social y la pluralidad política en el municipio, véase Estrada Saavedra (en prensa).

2Sobre las aporías inherentes a estos marcos teóricos, véase la primera parte del libro Estrada Saavedra (2015).

3Hago notar que, a pesar de la importancia de la “marcha del color de la tierra” en la promoción de la Ley de la Comisión para la Concordia y Pacificación (Cocopa), esa movilización que, a la postre resultó infructuosa, aparece de forma tangencial en el libro. En mi perspectiva, ésta fue una de las más importantes movilizaciones zapatistas, dado que mostró la capacidad de convocatoria que tenían y la influencia que podían adquirir en el debate público.

4Aunque en esto muchos han querido ver otra de las singularidades muy mexicanas, lo cierto es que la experiencia comparativa nos enseña que otros países pasaron por una transición similar, como Brasil, Corea del Sur e Indonesia.

5Las elecciones de 1997 representaron un parteaguas previo de mayor envergadura. Como se recordará, la legislatura que derivó de ese proceso configuró el primer gobierno sin mayoría en nuestra historia contemporánea.

6Véase https://www.jornada.com.mx/2017/05/29/politica/005n1pol [fecha de consulta: 29 de abril de 2019].

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