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Política y gobierno

versão impressa ISSN 1665-2037

Polít. gob vol.26 no.1 Ciudad de México Jan./Jun. 2019  Epub 26-Jun-2020

 

Ensayo bibliográfico

La política comparada en la encrucijada. Problemas, oportunidades y perspectivas desde el norte y el sur *

Comparative Politics at a Crossroad: Problems, Opportunities and Prospects from the North and South

Traducción:

Ana Inés Fernández Ayala

** Profesor de Relaciones Internacionales y Ciencia Política en la Universidad del Sur de California. School of International Relations, University of Southern California, 3518, Trousdale Parkway, VKC 330 Los Ángeles, CA. 90089-0043. Tel: (213) 821 2720. Fax: (213) 821 4424. Correo-e: munck@usc.edu.

*** Profesor de Ciencia Política en la Universidad de Brown. Box 1844, 36 Prospect St. Brown University Providence, RI 02912-1844. Tel: 401 863 1578. Fax: 401 863 7018. Correo-e: Richard_Snyder@brown.edu.


Resumen:

¿Cómo ha evolucionado la Política Comparada en Estados Unidos desde el cambio de milenio? ¿Qué pueden hacer los investigadores de América Latina, un contexto de trabajo diferente al de Estados Unidos, para contribuir a la política comparada? Los académicos estadounidenses actualmente dan una atención desproporcionada a cuestiones de método, tienden a abordar preguntas sustantivas estrechas y prestan poca atención a cuestiones de teoría. Sin embargo, la comunidad de investigadores en Estados Unidos es diversa, y ninguna tendencia domina mucho tiempo. A su vez, pocos investigadores en América Latina trabajan en las circunstancias conducentes a carreras plenamente enfocadas en la investigación, a diferencia de sus pares en Estados Unidos. Aun así, hay ventajas de trabajar en la periferia, que incluyen un mayor conocimiento de las lenguas y culturas, una capacidad superior para producir "conocimiento denso" y contextualizado, y una proximidad a los fenómenos empíricos de interés que puede hacer más obvio que es lo que está en juego en la investigación. Además, los académicos latinoamericanos pueden beneficiarse al vincularse selectivamente con ideas y colegas en el norte. Por lo tanto, vemos no sólo problemas y obstáculos sino también oportunidades para la política comparativa tanto en el norte como en el sur.

Palabras clave: política comparada; teoría; métodos; colaboración norte-sur; producción de conocimiento; economía política de la investigación

Abstract:

How has the field of comparative politics in the US evolved since the turn of the millennium? What might a scholar based in Latin America, a different working environment than the United States, do to contribute to comparative politics? Researchers in the US currently give disproportionate attention to matters of methods, tend to address narrow substantive questions, and pay inadequate attention to matters of theory. However, the research community in the US is diverse, and no trend dominates for long. In turn, few researchers in Latin America work in the kinds of circumstances conducive to careers focused fully on research that their peers in the US enjoy. Still, there are advantages to working in the periphery, including greater knowledge of the languages and cultures, a stronger ability to produce "thick knowledge" that sets research in context, and closer proximity to empirical phenomena of interest that can make the stakes of research more obvious. Moreover, Latin American scholars can benefit from selectively engaging with ideas and colleagues from the North. We thus see not only problems and obstacles but also opportunities for comparative politics in both the North and South.

Keywords: comparative politics; theory; methods; North-South collaboration; knowledge production; political economy of research

Nuestro libro Passion, Craft, and Method in Comparative Politics (Munck y Snyder, 2007) ofrece una amplia revisión del campo de la política comparada en Estados Unidos, pues abarca casi todo el siglo XX. Creemos que el libro tendrá un valor duradero. Ciertamente, esta percepción nos llevó a publicar una edición en español del libro (Munck y Snyder, en prensa). Aun así, la publicación de una versión en español nos ha llevado a pensar más en las tendencias y perspectivas de la política comparada no sólo en Estados Unidos, sino también en América Latina.1

El libro se enfoca en el estudio de la política comparada que se practica en Estados Unidos porque los estudiosos que se concentran en EUA son en gran parte responsables de enmarcar la discusión en este campo desde la Segunda Guerra Mundial. Es ilustrativo considerar cómo ha evolucionado el trabajo académico sobre política comparada en Estados Unidos desde principios de la década de 2000, cuando realizamos las entrevistas que se presentan en el libro.2 En particular, creemos que es útil actualizar la revisión del desarrollo en política comparada en EUA que se presenta en nuestro libro y preguntarnos si se han aprendido las lecciones de los errores pasados (Snyder, 2007: 20-22, 27-29; Munck, 2009: 44-45). Por lo tanto, lanzamos la siguiente pregunta: ¿cómo ha evolucionado la política comparada en Estados Unidos desde el inicio del milenio y cuáles son las implicaciones de la tendencia de mantener un campo plural que evita los excesos de los proyectos hegemónicos previos y que se enfoca en preguntas importantes para la humanidad?

También trascendemos los temas tratados en el libro y ampliamos el enfoque para incluir a estudiosos del sur, de América Latina en particular. No buscamos ni identificar tendencias ni evaluar las contribuciones a la política comparada de los académicos de América Latina. Al contrario, exploramos las perspectivas de los estudiosos latinoamericanos al hacer sus propias contribuciones a la política comparada, sobre todo a la luz de sus entornos de trabajo. Así, planteamos una segunda pregunta: ¿qué debería hacer un académico en América Latina, con un entorno de trabajo distinto al de Estados Unidos, para contribuir con la política comparada?3

Somos cautelosos en nuestra evaluación de las perspectivas sobre política comparada tanto en el norte como en el sur. Encontramos problemas y obstáculos. Los investigadores en Estados Unidos actualmente le prestan una atención desproporcionada a los asuntos de método y no le prestan suficiente atención a los aspectos teóricos, y tienden a tratar preguntas esenciales acotadas. A su vez, pocos investigadores en América Latina trabajan bajo circunstancias que los lleven a una carrera enfocada por completo en la investigación, cosa que sí disfrutan sus pares en el norte. Aun así, también vemos oportunidades. La comunidad de investigación en Estados Unidos es diversa y ninguna tendencia domina durante mucho tiempo. Asimismo, hay desventajas de trabajar en torres de marfil de universidades ricas que la gente supone son los centros de la creatividad. Asimismo, hay beneficios potenciales de trabajar en la periferia, más cerca del terreno y donde las apuestas de investigación pueden ser más obvias. Además, los estudiosos latinoamericanos se pueden beneficiar de involucrarse selectivamente con estudiosos e ideas del norte.

La política comparada en Estados Unidos en el siglo XXI

Se pueden detectar varios cambios clave en los patrones de investigación en el campo de la política comparada en Estados Unidos desde el inicio del milenio. El énfasis en la teoría, sobre todo en la teoría de la elección racional que caracterizó la década de 1990, ha ido en picada, mientras que los temas de metodología empírica y diseño de investigación han tomado el centro de la escena. La primera década del siglo XXI vivió un auge de la investigación cuantitativa a expensas de la cualitativa. La segunda década ha estado marcada por una mayor atención a la inferencia causal en conjunto con una dura crítica a la investigación observacional, incluida la cuantitativa, y una defensa de los métodos experimentales. Estos cambios han producido una reconfiguración significativa del campo de la política comparada, y su resultado conjunto podría caracterizarse como mixto. Por un lado, hay bastante pluralismo en teoría y métodos, por lo que advertimos sobre una posible representación monolítica de la política comparada en Estados Unidos. Por otro lado, llamamos la atención sobre una tendencia problemática hacia las ciencias sociales regidas por los métodos.4

Tendencias teóricas: teoría de la elección racional, gran teoría, y teorías de alcance medio

A principios de la década de 1990, la teoría de la elección racional (TER), inspirada en la macroeconomía, surgió como una teoría potencialmente hegemónica que desató una "segunda revolución científica" en política comparada, similar a la primera, la revolución del comportamiento, o conductista (Munck, 2009). Para sus defensores, la TER ofrecía un marco teórico unificador y los "microfundamentos" universales que prometían consumar la esquiva búsqueda de una verdadera ciencia de la política (Geddes, 1991, 1995; Wallerstein, 2001), y algunos estudiosos incluso se preguntaron si la teoría de la elección racional abarcaba todas las ciencias sociales (Lichbach, 2003). Ciertamente, tres de los académicos que entrevistamos para Passion, Craft, and Method -Robert Bates, David Laitin y Adam Przeworski- son grandes partidarios de la teoría de la elección racional. Laitin (2002) propuso una nueva metodología tripartita en la que los modelos formales basados en los supuestos de la elección racional sobre el comportamiento humano formaban cada lado teórico de un triángulo, junto con discursos etnográficos, para ayudar a confirmar los mecanismos causales derivados de los modelos formales, y de los análisis cuantitativos de N grandes que probaban la posibilidad de generalización de los hallazgos.5 De igual forma, Bates et al. (1998) propusieron "discursos analíticos" que combinaban modelos formales basados en TER con estudios de caso cualitativos y, en ciertos casos, análisis estadísticos "fuera de la muestra" para probar la posibilidad de generalización de los hallazgos.

Para principios de la década de 2000, quedaba cada vez más claro que las aspiraciones hegemónicas de los principales partidarios de la TER y de los métodos mixtos asociados que se basaban en modelos formales (e.g. la metodología tripartita de Laitin y los discursos analíticos de Bates et al.) no se realizarían. Ciertamente, varios de los estudiosos que entrevistamos en esa época señalaron que la TER mostraba señales de declive (Dahl, Linz, Scott y Skocpol). Incluso algunos de los primeros defensores de incorporar la TER a la ciencia política, sobre todo Jon Elster (2000), empezaban a criticar los enfoques de la elección racional para el estudio de la política.

El declive de la TER en ciencia política surge en parte de los cambios en economía, justamente la disciplina que había impulsado el crecimiento de la TER en ciencia política. En particular, la economía del comportamiento, que explica la toma de decisiones humanas en términos de factores psicológicos, cognitivos y emocionales, fue desplazando poco a poco los supuestos simplistas de la maximización de la utilidad que constituían los microfundamentos de la TER. Aunque la TER siga teniendo simpatizantes, no se quedó con todo el campo. Al contrario, la TER perdió su posición vanguardista y su brillo, y ahora es sólo una opción de un menú plural de enfoques teóricos para el estudio de la política que incluye el institucionalismo histórico, los enfoques interpretativos y otros modelos de comportamiento más realistas y mejor validados.

El fracaso de la TER de lograr la hegemonía es sólo una parte de la historia de cómo la política comparada ha evolucionado en las últimas dos décadas. Una tendencia más importante, con implicaciones más amplias para el campo, ha sido el declive general de la gran teoría, esto es, la teoría que afirma ofrecer la base de un enfoque unificado para el estudio de la política. Desde la década de 1950, ha habido muchos intentos por desarrollar marcos teóricos generales para el estudio comparativo de la política (Janos, 1986). El funcionalismo estructural y la teoría de la modernización tuvieron influencia en las décadas de 1950 y 1960; la teoría de la dependencia, la de 1970; el pluralismo, la teoría de clases y las teorías del Estado en las décadas de 1970 y 1980, y la teoría de la elección racional en la de 1990. Sin embargo, en el nuevo siglo, algunos académicos vieron pocos beneficios en la "batalla de paradigmas" (Lichbach, 2009, 2013), por lo que la TER no fue reemplazada por otra teoría que pretendiera unificar el campo.

Hay esfuerzos considerables por desarrollar marcos teóricos más modestos que proponen lo que Dietrich Rueschemeyer (2009: 1) llama "marcos de teoría", entendidos como ideas que "guían la formación de hipótesis pero que no contienen ni conllevan lógicamente en sí mismos un cuerpo de hipótesis comprobables". Por ejemplo, los institucionalistas históricos han desarrollado explicaciones más sofisticadas de secuencias, temporalidad, coyunturas críticas y trayectorias dependientes (Pierson, 2004; Mahoney y Thelen, 2010; Fioretos, Falleti y Sheingate, 2016). Varios economistas políticos y economistas también revivieron la tradición del institucionalismo económico y usaron sus propios marcos de teoría para contribuir a la política comparada (Mazzuca, 2015). Además, al seguir una tendencia que se remonta por lo menos a la década de 1960, los estudiosos han desarrollado teorías "de alcance medio" con un rango espacial y temporal conscientemente limitado (Merton, 1968: c. 2). Aun así, ha habido una notoria pérdida de ambición teórica en la década de 2010.

Tendencias en métodos: investigación cualitativa, cuantitativa y experimental

Al hablar de tendencias en investigación empírica, la investigación cualitativa ha sido menos central para la política comparada en el siglo XXI en comparación con el siglo XX. Los que usan métodos cualitativos han continuado con su enfoque de larga data en asuntos de diseño de investigación y han dado pasos significativos hacia la formalización y la codificación (Collier, 2011; Bennett y Checkel, 2015; Gerring, 2017), con la importante novedad de que se han enfocado más en mecanismos causales que en efectos causales para atacar el reto de la inferencia causal (Waldner, 2012, 2015). Además, los metodólogos cualitativos se han esforzado mucho pensando en métodos mixtos, sobre todo en cómo se puede combinar la investigación cualitativa con la cuantitativa (Lieberman, 2005; Seawright, 2016).

Irónicamente, aunque haya habido un auge en la investigación sobre métodos cualitativos desde 2000, la cantidad de artículos sustantivos que realmente usan métodos cualitativos publicados en las revistas académicas más importantes sobre política comparada cayó (Pepinsky, 2018). Aun así, aunque la investigación cualitativa haya perdido terreno en este ámbito, también se institucionalizó a través de la sección de Métodos Cualitativos y Mixtos, organizada por la American Political Science Association (APSA), y aunque el uso de métodos cualitativos en artículos de investigación ha caído notoriamente, sigue siendo una opción estándar que se usa rutinariamente en disertaciones y libros.6

En contraste con la tendencia vista en la investigación cualitativa, la primera década del nuevo milenio presenció la explosión de la investigación cuantitativa en política comparada.7 Esta investigación se basó en varias innovaciones. Por un lado, se beneficia de la inversión sustancial en la producción de más y mejores datos. Las bases de datos de varios países de alcance amplio, incluso global, así como la amplitud histórica sustancial, alimentaron una bibliografía cuantitativa comparada sobre temas como la democracia, las instituciones políticas, el conflicto étnico y otras formas de violencia, la cultura política y las asociaciones civiles. Tal bibliografía generó una contraparte subnacional (Giraudy, Moncada y Snyder, en prensa). Otra novedad en investigación cuantitativa -que se inició en la década de 2010 y apenas empieza a dejar huella en la política comparada- es la creciente atención en el "big data".

Por otro lado, como resultado de la "revolución de la credibilidad" en econometría (Angrist y Pischke, 2010), la investigación cuantitativa comparada reciente ha incorporado, aunque de forma desigual, los avances en las técnicas econométricas (e.g. variables instrumentales, diseños de regresión discontinua, puntajes de propensión) específicamente desarrollados para enfrentar los retos de la inferencia causal con datos de observación (Morgan y Winship, 2015). Aunque los análisis de regresiones convencionales sigan siendo la práctica empírica dominante en la investigación cuantitativa comparada, está creciendo la atención sobre la inferencia causal (Samii, 2016: 942-943).

La novedad metodológica más grande, y la que más cuestiona las tradiciones establecidas, es el auge de la investigación experimental desde aproximadamente 2010.8 La investigación experimental trae aparejada una familia de métodos. La inspiración del giro experimental en política comparada proviene en parte del auge de las pruebas controladas aleatorizadas (PCA) en economía del desarrollo, como puede verse más notoriamente en el trabajo del Poverty Action Lab (J-PAL) del MIT, enfocado en la evaluación de políticas públicas de medidas contra la pobreza y, por lo tanto, en la construcción de una ciencia eficaz de las políticas públicas (Banerjee y Duflo, 2011). En política comparada, la investigación experimental adopta varias formas, incluidos los experimentos en campo, o "laboratorio en campo", encuestas y otras desviaciones de los verdaderos diseños experimentales, donde se asignan aleatoriamente temas y casos a grupos de "tratamiento" y de "control" (Dunning, 2012). Aun así, una preocupación común y extendida de todas las variedades de la investigación experimental es el énfasis en la inferencia causal o, para usar el término de moda que se emplea en economía, "identificación causal".9

Aunque la investigación experimental siga siendo nueva en política comparada, las declaraciones hechas en su nombre por lo general son bastante fuertes. Por lo tanto, merece ser explicada y evaluada, aunque sea brevemente. La discusión sobre los experimentos se puede enmarcar de manera fructífera con base en la distinción entre la validez interna y externa de los hallazgos (Shadish, Cook y Campbell, 2002). Una de las declaraciones más fuertes sobre los experimentos radica en su capacidad de descubrir las verdaderas relaciones causa-efecto, en oposición de meras asociaciones y, por lo tanto, establecer hallazgos que sean válidos internamente. Esta es una clara ventaja de la investigación experimental sobre la investigación basada en observaciones. Sin embargo, las ganancias de la investigación experimental en términos de validez interna conllevan el costo de la validez externa.

Los experimentalistas prometen contribuir con la acumulación de conocimiento sobre las relaciones causa-efecto identificadas con rigor en escenarios empíricos estrechamente definidos (laboratorios o ubicaciones) donde los investigadores puedan realizar lo que a menudo llaman "intervenciones" mediante la "manipulación" de un tratamiento requerido para generar datos experimentales. Además, hay intentos interesantes en marcha para establecer la validez externa de los resultados experimentales corriendo experimentos paralelos en distintos países, como en la iniciativa Metaketa, auspiciada por la Evidence in Governance and Politics Network (EGAP), una red interdisciplinaria de investigadores. Aun así, está por verse si tales esfuerzos por impulsar la validez externa de la investigación experimental rendirán frutos. Por ahora, los experimentalistas sólo han sido capaces de ofrecer pequeñas "islas de conocimiento" con poca posibilidad de generalización.

Otra forma de enmarcar la discusión de los experimentos es plantear una pregunta más amplia: ¿acaso los experimentalistas pueden contribuir con la producción de conocimiento sobre cuestiones importantes en política comparada? Con respecto a esto, las deficiencias de la investigación experimental merecen subrayarse. Como los experimentalistas se enfocan en factores causales, entendidos como "tratamientos" que el investigador puede manipular, se enfocan en preguntas estrechas estilo "¿qué pasaría si?" o con "efectos de causas", y no con preguntas más abiertas del tipo "¿por qué?" o "causas de efectos". Además, la investigación experimental tiene un sesgo hacia causas temporal y espacialmente próximas y uniformes, tales como la información que se pueden administrar, como tratamientos con encuestas y capacitaciones. En contraste, toda una gama de explicaciones causales que no se pueden representar como "tratamientos" propia ni creíblemente hablando -causas "históricas" temporalmente remotas (Stinchcombe, 1968: c. 3; Harsanyi, 1960), causas y efectos que se desencadenan a distintos ritmos temporales (Pierson, 2004: c. 3), causas espacialmente remotas y macrocausas- quedan relegadas. Así, aunque algunos experimentalistas nieguen que sus preocupaciones metodológicas constriñan sus imaginaciones teóricas y sus agendas sustantivas (Samii, 2016: 942, 950-952; véase, no obstante, Kinder, 2011: 527), el creciente énfasis en la identificación causal parece desviar la atención de la teoría y de las grandes preguntas importantes para la humanidad (Bates, 2007; Deaton, 2010: 442; Huber 2013).

Esta desventaja de la investigación experimental no tiene que ser fatal. Después de todo, es un paso científico legítimo contribuir al conocimiento tratando una pregunta manejable imbricada en una más amplia. Sin embargo, los experimentalistas no han mostrado mucho interés por esta estrategia de atacar partes de una cuestión amplia. Una preocupación por la inferencia causal probablemente haya llevado a estudiantes de política comparada a darse por vencidos en alguna de las ambiciones clásicas del campo. Además, como por lo general critican toda la investigación observacional, los experimentalistas tienden a desechar los logros previos en política comparada que se basaban en datos de observación. Además, los experimentalistas incluso enmarcan el reto de acumular conocimiento como algo interno a la investigación experimental, sin considerar cómo podrían aprovechar la investigación no experimental previa (Dunning, 2016). Aunque esto podría cambiar en el futuro, la nueva investigación experimental hasta ahora ha mostrado poco interés en sumarse a las décadas de investigación sobre los macrotemas clásicos de la política comparada, como los regímenes políticos, la formación de Estados, las instituciones de gran escala y el desarrollo nacional.

En suma, las promesas más fuertes de progreso en política comparada actualmente las ofrecen los experimentalistas. Para decirlo tajantemente, el giro experimental podría incluso verse como el inicio, o al menos el intento de inicio de una tercera revolución científica en política comparada. Sin embargo, como ya se dijo, así como cuando la teoría de la elección racional estaba creciendo en la década de 1990, algunas de las limitaciones de la investigación experimental ya son visibles, y los estudiosos más destacados en política comparada (e.g., Bates, 2007; Huber, 2013, Thelen y Mahoney, 2015) son muy escépticos sobre apostarle todo el futuro del campo a la investigación experimental. Por lo tanto, esperamos que la influencia del experimentalismo mengüe conforme los estudiosos vayan adoptando una visión más realista de la promesa de los experimentos y del lugar adecuado para este conjunto de métodos dentro del repertorio de herramientas usadas en ciencias sociales.

La reconfiguración de las alianzas y divisiones: experimentalistas versus observacionalistas

Los cambios en política comparada discutidos hasta ahora han sido significativos, lo que se deriva en una reconfiguración del campo. Algunas opciones que parecían muy prometedoras hace no mucho tiempo están perdiendo fuerza. Por ejemplo, antes existía una gran afinidad entre la teoría de la elección racional y los métodos estadísticos de N grande.10 Sus complementariedades mutuas parecían claras. Los análisis estadísticos ofrecían la herramienta de la elección para probar empíricamente los resultados generados a través de modelos matemáticos formales. A la inversa, la TER ofrecía microfundamentos y mecanismos causales para explicar las macrocorrelaciones detectadas con análisis estadísticos. Sin embargo, el declive de la teoría de la elección racional señaló el decaimiento de la alianza TER-estadística, lo que dejó huérfana de teoría a la investigación de muestras (N) grandes.

Una reconfiguración potencialmente más trascendente de afinidades entre campos y escuelas en política comparada surge del auge del experimentalismo. La investigación actual se organiza menos en torno a distintas posturas sobre la teoría, como en el pasado, y más en torno a la naturaleza de los datos, a saber, datos experimentales versus observados. Aunque los investigadores cuantitativos que usan muestras grandes han dado pasos considerables en el manejo de los retos de la inferencia causal que surgen al trabajar con datos observables, existe una división fundamental entre la investigación experimental y la investigación cuantitativa de N grande. En varias ocasiones, la brecha entre investigación experimental y observacional también se percibe en el contexto de los métodos mixtos; uno de los enfoques de métodos mixtos más discutidos y usados mezcla datos observables cuantitativos y cualitativos, dos opciones que hasta hace poco se veían más como rivales que como complementos.11

Actualmente se están explorando las nuevas opciones de métodos mixtos, menos alineadas con esa nueva brecha. Muchos experimentalistas reconocen la importancia del conocimiento contextual, a veces local, para conseguir diseños experimentales sólidos y también para identificar experimentos naturales verdaderos. Por ejemplo, probar los efectos de las afinidades étnicas en el comportamiento político con experimentos de campo o de laboratorio en campo requiere conocimiento local para identificar información válida que pueda comunicar información sobre etnicidad a los sujetos (Dunning y Harrison, 2010). Asimismo, la investigación que se basa en experimentos naturales requiere suficiente conocimiento histórico sobre el presunto tratamiento para que sea creíble que sucedió realmente "como si fuera aleatorio" (Kocher y Monteiro, 2016). Además, la investigación experimental sólida también depende de la capacidad de detectar y desagrupar tratamientos complejos y "empaquetados", así como posibles repercusiones entre los grupos de tratamiento y de control.12 Esto a su vez puede requerir conocimiento y comprensión contextuales, que son las marcas distintivas de la investigación etnográfica e histórica. En suma, algunos experimentalistas no defienden el uso de experimentos como métodos autocontenidos, reconocen el valor del trabajo de campo etnográfico a la vieja usanza y afirman explícitamente que los experimentos deberían verse sólo como uno de los múltiples métodos valiosos.13

Las diferencias entre experimentalistas y observacionalistas inclinados al trabajo de campo etnográfico siguen siendo considerables. Se puede extraer una distinción útil entre experimentos etnográficamente informados y etnografías guiadas por experimentos. En el primer caso, la información cualitativa y la inmersión y contacto abiertos sirven sobre todo para identificar nuevos posibles mecanismos causales e hipótesis que lleven a probar, con herramientas experimentales, como encuestas y experimentos de laboratorio en campo. En contraste, las etnografías guiadas por experimentos reducen la investigación cualitativa al más estrecho papel de proveer la información necesaria para adaptar un diseño experimental preexistente a un contexto nuevo. Este papel de encajar en el contexto del conocimiento etnográfico cualitativo se puede ver en la investigación sobre los lazos étnicos y el apoyo político, donde el papel de la investigación etnográfica es identificar el tipo de información, por ejemplo, apellidos o dialectos, que se usen en contextos diferentes como pistas equivalentes sobre la identidad étnica de los políticos (Dunning y Harrison, 2010). En tales casos, la etnografía está muy restringida por los requerimientos del diseño experimental, lo que deriva en investigaciones "regidas por el diseño" con una fuerte propensión a una visión empírica limitada, donde es probable la información que no sirve al objetivo de la identificación causal eficiente se descarta como ruido externo. El trabajo de campo regido por el diseño contrasta ampliamente con la inmersión y el contacto abiertos que enfatizan los investigadores cualitativos como un método importante de descubrimiento y comprensión.

En suma, aunque la nueva brecha entre experimentalistas y observacionalistas no divida claramente a los investigadores en dos campos, sí ha reconfigurado la política comparada. Hasta la década de 1990, el campo se organizaba a grandes rasgos en torno a la división entre investigadores cualitativos y cuantitativos. Ahora, la distinción entre experimentalistas y el resto es la fuerza dominante.

La difícil coexistencia del pluralismo abierto y los métodos hegemónicos

Es difícil ofrecer una conclusión a esta discusión sobre política comparada en Estados Unidos en el siglo XXI que tome en consideración y les dé sentido a todos los cambios que hemos apuntado. El campo de la política comparada es grande, y nuestra discusión sobre patrones bien podría estar más matizada. Aun así, con la advertencia de que lo que ofrecemos es tentativo, proponemos la siguiente evaluación general del campo a fines de la década de 2010.

En ciertos aspectos importantes, hoy la política comparada en Estados Unidos se puede caracterizar como pluralista. Se están lanzando nuevas líneas de pensamiento, pero las nuevas ideas sobre cómo estudiar política comparada rara vez desplazan a las viejas. Al contrario, sólo se han añadido a las formas existentes de hacer las cosas, lo que resulta en la acumulación de un conjunto de opciones cada vez más diverso.

Con respecto a la teoría, la de la elección racional en la década de 1990 no eliminó las teorías previas ni ha sido vencida por nuevas en la de 2010. Antes de esto, la revolución del comportamiento lanzó una dura crítica a los análisis institucionales de las décadas de 1950 y 1960; sin embargo, los análisis institucionales no sólo sobrevivieron el ataque, sino que regresaron con más vigor, y los análisis del comportamiento también se mantuvieron en el periodo posconductista que se abrió a fines de la década de 1960. Otras teorías (e.g. teorías de clase de corte marxista, teorías estatistas que se pueden rastrear hasta Weber o las teorías de cultura política que se pueden remontar hasta Tocqueville) siguen formando parte del repertorio de ideas en las que se basan los estudiosos para construir teorías de alcance medio.

Con respecto a los métodos, aunque la tradición cualitativa anteceda a la revolución del comportamiento y haya sido muy criticada durante ésta, una vez más, en la década de 1990 sobrevivió y sigue siendo una opción comúnmente usada. Asimismo, aunque la investigación cuantitativa de N grande ha sido el principal objeto de críticas de los experimentalistas de la década de 2010, se ha adaptado a la crítica y no parece estar desapareciendo. Por varias razones -como la cantidad de académicos que trabajan en el campo y varios factores no científicos internos a la profesión, como las rivalidades entre "escuelas y sectas" que compiten por recursos profesionales, como el financiamiento, el prestigio y el poder (Almond, 1990)- la política comparada se caracteriza por su pluralismo duradero.

Además, los estudiosos que trabajan en las diferentes tradiciones por lo general participan en debates que trascienden cualquier tradición o comunidad de investigación particular, lo que a su vez evita que el pluralismo del campo produzca búnkeres aislados. Este pluralismo se caracteriza por ser abierto. En Estados Unidos hay un debate legítimo sobre los estándares que se deberían usar para evaluar los productos de las distintas comunidades de investigadores. Además, la mayoría de las comunidades de investigación reconocen que todas las tradiciones deberían evaluarse en términos de estándares generales. Por supuesto que algunos grupos adoptarán una postura defensiva y afirmarán no sólo que su investigación es distintiva, sino que además dirán que puede evaluarse sólo según sus estándares, autodefinidos e internos de esa comunidad de investigación, pero esos grupos no son ni numerosos ni dominantes.

No obstante, el pluralismo abierto no es el panorama completo. Aunque ningún enfoque teórico ni paradigma sea hegemónico actualmente, y aunque la amenaza a la diversidad que planteó la teoría de la elección racional en la década de 1990 ha menguado, en la década de 2010 surgió una amenaza nueva: la hegemonía de los métodos. Es la postura en que la forma en la cual se estudia un problema empíricamente es el aspecto más importante de la investigación y que la identificación causal es el problema metodológico primordial.

Por supuesto, los métodos de la investigación empírica son centrales en ciencias sociales. Por lo tanto, no sugerimos que los métodos per se sean un problema. Sin embargo, la postura de que los métodos son lo primordial y que la identificación causal es el estándar mediante el cual se deben evaluar todos los métodos tiene consecuencias negativas claras. Como ya se dijo, esta postura promueve que se dejen a un lado y se minimicen los asuntos teóricos. Además, obliga a los estudiosos a enfocarse en preguntas consideradas investigables según los métodos predilectos. La investigación regida por los métodos ha hecho que los académicos evadan serios retos teóricos, por ejemplo, cómo unificar teorías de formación de Estados y democratización. Asimismo, genera reticencia a tratar cuestiones explicativas importantes, como por qué América Latina es la región más violenta y económicamente desigual del mundo; y preguntas descriptivas, pero fundamentales, sobre cómo se mantiene realmente el poder político en la región.

Por lo tanto, hay algunas tendencias problemáticas en política comparada, incluida la influencia generalizada de los métodos en la determinación de agendas de investigación y la renuencia a tomar riesgos atacando problemas y preguntas no susceptibles de fuerte identificación causal. Este tipo de problemas no son nuevos, por supuesto. Ya eran perceptibles en las décadas de 1990 y al inicio de la de 2000, como señalan algunos estudiosos que entrevistamos en el libro (Linz, 2007: 206-207; O'Donnell, 2007b: 303-304; Przeworski, 2007: 496-497). Así, las amenazas que plantea la hegemonía de los métodos se han profundizado mucho durante las últimas dos décadas.

En suma, aunque es importante reconocer el pluralismo y la apertura persistente de la política comparada en Estados Unidos, también es esencial apuntar que algunos cambios adoptados en aras de modernizar el campo han tenido su costo. La difícil coexistencia del pluralismo abierto con la hegemonía de los métodos orientada a la identificación causal se puede enmarcar en términos de la conocida tensión entre tradición e innovación. Además, debemos reconocer la centralidad del dilema sobre la evolución del campo. Ciertamente, el futuro próximo de la política comparada en Estados Unidos probablemente estará dirigido en parte por el juego de fuerzas que promueven la diversidad vibrante, por un lado, y las fuerzas que favorecen una ciencia social de miras cortas, regida por los métodos, por otro lado.

Hacer política comparada en América Latina

Las ciencias sociales se han visto seriamente afectadas por el tan proclamado proceso de globalización. Los científicos sociales de todo el mundo ya tienen acceso a los mismos libros, artículos e incluso datos. Se pueden comunicar instantáneamente con mucha facilidad. Muchos viajan a conferencias que son verdaderas reuniones internacionales. La idea de comunidades de investigación transnacionales no es descabellada; sin embargo, los científicos sociales viven y trabajan en lugares, economías y sociedades distintas. Y hacer política comparada en Estados Unidos, como los académicos entrevistados para Passion, Craft, and Method y otros científicos sociales más activos actualmente, no es lo mismo que hacer política comparada en América Latina. A la luz de las distintas circunstancias de trabajar como investigador en América Latina, y de los cambios recientes en política comparada en Estados Unidos, ¿qué podrían hacer los científicos sociales que trabajan en América Latina para contribuir al conocimiento de la ciencia social y, más específicamente, de la política comparada?

Esta pregunta forma parte de una discusión más amplia sobre el estado y el futuro de las ciencias sociales en América Latina. Por lo tanto, reconocemos que sólo tocaremos brevemente muchos temas centrales e ignoraremos otros por completo. Además, percibimos que es una discusión polarizada, y poner a la academia latinoamericana en relación con la estadounidense es un marco que algunos rechazarán de entrada.14

Ventajas periféricas

En relación con sus contrapartes estadounidenses, los académicos latinoamericanos gozan de ciertas ventajas claras para estudiar política latinoamericana. Esas ventajas, como bien identifican los propios académicos latinoamericanos, incluyen mayor conocimiento de las lenguas y culturas (Bejarano, 2015: 144), y mayor capacidad de producir "conocimiento denso" que ponga en contexto y en perspectiva histórica la investigación (Dargent y Muñoz, 2015; Vergara, 2015; véase también Przeworski, 2007: 501-502).

Estar físicamente en o cerca del terreno de estudio también tiene ventajas. Aunque realizar investigaciones en varios países puede ser costoso, una amplia gama de variación sobre muchos temas y resultados importantes para la humanidad en el centro de la política comparada se pueden encontrar dentro de estos países (Giraudy, Moncada y Snyder, en prensa). Estos temas incluyen capacidad estatal, la "intensidad" de la ciudadanía, regímenes políticos, ingreso y otras formas de desigualdad, seguridad pública y desarrollo humano y económico. Así, los académicos en América Latina pueden usar su ubicación como ventaja.

Más ampliamente, al menos algunas innovaciones son más proclives a venir de la periferia que del centro de las disciplinas, en parte porque los estudiosos que trabajan en las periferias de las disciplinas pueden estar más abiertos a diversas influencias y estar mejor posicionados para detectar combinaciones originales basándose en fuentes de inspiración internas y externas (Dogan y Pahre, 1993). En suma, sin disminuir los retos que enfrentan los estudiosos en América Latina, es importante resaltar algunos activos valiosos que tienen.

Carreras institucionalizadas y orientadas hacia la investigación

En todos lados, la producción de conocimiento es un proceso mental que depende de la curiosidad, la creatividad, la determinación y la disciplina de los estudiosos. Sin embargo, la academia florece más donde hay carreras e investigadores disponibles y en los países capaces de apoyar a una masa crítica de estudiosos, además de contar con la infraestructura requerida para la investigación.

Con respecto a esto, ser académico en el sur conlleva un conjunto de retos que no enfrenta la mayoría de los académicos en el norte. Las condiciones económicas de los investigadores que trabajan en América Latina plantean, con pocas excepciones, un impedimento considerable a la investigación sostenida. A diferencia de Estados Unidos y Europa, donde una plaza académica por lo general garantiza una vida cómoda de clase media, en América Latina los investigadores que buscan una existencia de clase media por lo general se ven obligados a buscar múltiples fuentes de empleo, incluido el trabajo como consultores. La condición más básica para la creatividad, tener tiempo para dedicarse a investigar, no está muy disponible para un gran número de académicos.

Las condiciones económicas de los investigadores han cambiado con el tiempo. El rápido desarrollo de las ciencias sociales en América Latina en las décadas de 1960 y 1970, una época en que los estudiosos latinoamericanos hicieron contribuciones clave al estudio comparado del desarrollo económico y del autoritarismo, estuvo en parte alimentado por el apoyo de fundaciones estadounidenses y europeas, que financiaron muchos centros de investigación independientes, esto es, no afiliados a universidades, en países bajo el dominio militar. Con el fin del autoritarismo en la década de 1980, muchos de esos fondos se secaron. Además, debido a la crisis económica regional de esa década y el subsiguiente giro a las políticas de libre mercado, los fondos públicos para universidades por lo general han disminuido en términos de lo que se necesita para la producción sostenida de conocimiento.

El nivel y los modelos de financiamiento para las ciencias sociales varían considerablemente en América Latina.15 Aun así, por lo general es válido plantear que el financiamiento es insuficiente para apoyar a una masa crítica de investigadores de tiempo completo, esto es, una comunidad lo suficientemente grande como para generar y mantener un entorno creativo que se refuerce a sí mismo. Lograr un nivel adecuado de financiamiento que pudiera mantener a una amplia comunidad de académicos en América Latina es un reto central.

Hay tendencias alentadoras en este sentido. Con base en iniciativas previas para institucionalizar las ciencias sociales en América Latina, que se enfocan principalmente en sociología, se han dado pasos importantes para desarrollar la ciencia política en la región, y los departamentos de ciencia política han creado grupos sólidos de política comparada en varios países, sobre todo en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú y Uruguay.16 Muchos académicos preparados fuera de América Latina han regresado a trabajar a universidades de la región y las redes profesionales regionales se han fortalecido, pues a las viejas redes, como el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), se han sumado nuevos foros de interacción y colaboración intrarregional entre politólogos, como la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (Alacip, fundada en 2002). Aunque las ciencias sociales en América Latina sigan eclipsadas por las de sus vecinos del norte, han surgido algunos centros de excelencia y ya empezó a tomar forma un intercambio intrarregional entre estudiosos latinoamericanos.

El nexo política-investigación

Otro asunto que amerita consideración es el lazo entre política e investigación. Aquí, la centralidad de la política en la vida universitaria ha planteado, y sigue planteando, un impedimento para el desarrollo de las ciencias sociales en América Latina. La intrusión de la política en los asuntos universitarios, que es más común en América Latina que en Estados Unidos, tiene sus costos. Un cambio de gobierno en muchos países latinoamericanos puede acarrear un gran cambio en el liderazgo de las principales universidades públicas, lo que lleva a cambios en los objetivos programáticos o incluso al derrumbe de carreras profesionales. Éste es un claro inconveniente de la falta de autonomía e institucionalización universitaria.

Además, la academia politizada, sumamente ideológica y más tendiente a tomar una posición política que a impulsar el conocimiento, sigue teniendo un papel importante en muchas universidades latinoamericanas. La academia politizada es problemática por varias razones. Primero, compite por espacio con la academia profesional. Además, se sabe que los académicos politizados incluso han bloqueado las carreras de estudiosos más comprometidos con la producción de conocimiento. Ciertamente, como sostiene David Altman (2005: 71), aunque las universidades latinoamericanas están empezando a adoptar "reglas claras que impulsan la meritocracia, y que incluyen la evaluación de la productividad académica", este cambio se describe mejor como lento y desigual. Por lo tanto, sin negar la posibilidad de una tensión creativa entre académicos con orientación científica y académicos con orientación política, el reto de trabajar en un ambiente universitario muy politizado, donde a veces política mata conocimiento, debe señalarse.

Al mismo tiempo, se deben aclarar algunas confusiones comunes. Todas las universidades, y en especial las públicas, desempeñan un papel en la formación de los ciudadanos y deberían ofrecer foros para el debate político. Además, la motivación política es importante y legítima en la investigación académica. Ciertamente, la notoria desconexión entre vida universitaria y política en Estados Unidos podría ayudar a explicar la naturaleza esotérica, incluso rancia, de buena parte de la investigación sobre cuestiones políticas (Snyder, 2007: 11-14, 19-22). En suma, no hay una contradicción inherente entre parcialidad política (e.g. querer una democracia o justicia social) y objetividad científica, ni es una cualidad deseable en un científico social el desinterés político (Garretón, 2015).

Los lazos más cercanos entre política e investigación en América Latina también pueden tener beneficios. La centralidad de la política en la vida universitaria probablemente haga que los académicos, sobre todo en las universidades públicas, estén mucho más familiarizados con los sucesos políticos, pues los resultados de los procesos políticos pueden tener un efecto fuerte en sus carreras. El nexo política-investigación también puede impulsar un mejor entendimiento de lo que cuenta como fenómeno político, por ejemplo, la música, el arte y otros aspectos culturales. Un mayor entendimiento de lo político puede, a su vez, ayudar a atenuar los excesos de la profesionalización y de la obsesión con los métodos (Garretón, 2016: 5). De manera más amplia, el compromiso político muchas veces se asocia con un interés en tener mayor repercusión y audiencia y, por lo tanto, en cultivar la capacidad de comunicar las investigaciones personales a múltiples audiencias fuera de la disciplina y tener realmente algo que decir. Lo ideal es evitar los extremos de una vida académica desconectada de las pasiones políticas, por un lado, y de tratar a la investigación como "política por otros medios", por el otro.

EI contexto internacional de la investigación

Por último, es esencial considerar la relación entre estudiosos dentro y fuera de América Latina, sobre todo en el norte. Como la edición en español de Passion, Craft, and Method pretende presentar al público latinoamericano las contribuciones de los académicos más prominentes que trabajan sobre todo en Estados Unidos, tratamos este tema con detalle.

Involucrar al norte. Cualquier aproximación entre sur y norte está, por supuesto, plagada de riesgos. Una ciencia social latinoamericana que dependa del exterior siempre será frágil. Por lo tanto, es legítimo preguntarse si el involucramiento de autores que viven y trabajan fuera de la región, y que se tienen que leer sobre todo en inglés, ayuda o entorpece el desarrollo de las ciencias sociales en América Latina. Y es importante entender bien los peligros de abrirse a influencias externas.

La succión del talento, es decir, "la fuga de cerebros" es un problema obvio asociado con involucrarse con el norte. Pero un problema mayor es el control de la agenda de investigación (Luna, Murillo y Schrank, 2014; Bay, Perla y Snyder, 2015; Bejarano, 2015: 145; Luna, 2015: 151-154). Las prioridades de investigación en las universidades estadounidenses en particular son muy cambiantes, y esos cambios por lo general están guiados por las dinámicas internas de la competencia entre académicos, y no por una preocupación por los problemas del mundo real. Es probable que la ambición profesional tenga más influencia en las tendencias de investigación que la búsqueda de conocimiento. Además, buena parte de la energía de las ciencias sociales en Estados Unidos se enfoca en estudiar preguntas que son más bien triviales y en desarrollar métodos por los métodos. Por lo tanto, los que se involucran con la academia estadounidense se enfrentan a un peligro permanente de verse atados a una agenda de investigación que no definen ellos, a hacer poco más que una imitación de la academia de Estados Unidos y a no poder contribuir con lo que debería ser una prioridad para las ciencias sociales en América Latina: entender los problemas políticos, sociales, económicos y culturales de la región.

Aun así, es importante apuntar que no hay nada nuevo sobre los estudiosos en América Latina que se involucran y se basan productivamente en el trabajo de estudiosos del norte. El libro Economía y sociedad de Max Weber se tradujo al español en 1944, 24 años antes de traducirse al inglés, y este trabajo nodal se leía en las universidades latinoamericanas mucho antes de haberse incorporado al pensamiento estadounidense. Autores europeos como Karl Marx y Antonio Gramsci también han sido importantes puntos de referencia para muchos científicos sociales latinoamericanos. Figuras centrales del pensamiento latinoamericano como Raúl Prebisch, Celso Furtado, Fernando Henrique Cardoso y Guillermo O'Donnell se mantuvieron al corriente de las tendencias de pensamiento en Europa y Estados Unidos, debatían las ideas de los estudiosos del norte y se apoyaron fructíferamente en ellas. Por ejemplo, Cardoso reconoce que el libro que escribió con Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina (1977), el locus classicus de la teoría de la dependencia y un trabajo considerado una contribución teórica distintiva latinoamericana, se inspiró principalmente en el trabajo de dos intelectuales franceses, Jean Paul Sartre y Alain Touraine, sobre todo en el análisis sobre marxismo del primero.17 Incluso José Carlos Mariátegui, ampliamente visto como uno de los primeros autores en romper decisivamente con el eurocentrismo, estuvo muy influido por el intelectual italiano Piero Gobetti, entre otros (Quijano, 2007: XL-XLIV; Fillipi, 2017). Por lo tanto, creemos que la pregunta correcta no es si los académicos latinoamericanos deberían involucrarse con las ideas y con sus pares del norte, sino cómo pueden hacerlo productiva y benéficamente.

Construir relaciones colaborativas con pares del norte. Las décadas de 1960 y 1970 son un ejemplo instructivo de una relación mutuamente benéfica entre académicos del sur y del norte. Los estudiosos de Estados Unidos, como Albert Hirschman y Kalman Silvert, jugaron un papel central para establecer la relación. Más ampliamente, una clave de la relación colaborativa entre estudiosos del norte y del sur fue la creación de foros institucionalizados, como el Comité Conjunto en Estudios Latinoamericanos (JCLAS, por sus siglas en inglés) del Consejo Americano de Sociedades Académicas (ACLS, por sus siglas en inglés) y el Consejo de Investigación en Ciencia Social (SSRC, por sus siglas en inglés). Como parte de su política, la mitad de los miembros del JCLAS eran latinoamericanos, y las becas se otorgaban sin restricciones por país o nacionalidad (Hilbink y Drake, 2000). Este ejemplo muestra que, sobre todo donde hay solidaridad entre investigadores del sur y del norte -como fue el caso durante las décadas de dominio militar después de la revolución cubana- los estudiosos pueden establecer relaciones respetuosas y colaborar como iguales.18

Sin embargo, los tiempos han cambiado, y tales intercambios institucionalizados han menguado considerablemente desde la década de 1990. A principios del siglo XXI, los estudiosos latinoamericanos ahora se enfrentan a una academia mucho más encerrada en sí misma y a académicos del norte más concentrados en su trayectoria. Además, los estudiosos del norte hoy parecen estar menos convencidos que sus predecesores de que tienen algo que aprender de sus pares del sur. Con respecto al grado en que los estudiosos del norte se interesan por involucrar a sus colegas latinoamericanos, muchos parecen más concentrados en encontrar asistentes de campo que les ayuden a recopilar datos que con establecer relaciones laborales con académicos latinoamericanos y colaborar como iguales. En suma, la asociación valiosa que ayudó a vitalizar las ciencias sociales en las décadas de 1960 y 1970, que es especialmente importante en contextos donde se carece de una masa crítica de investigadores de tiempo completo, se ha debilitado significativamente. Esta pérdida de oportunidades institucionalizadas para intercambios respetuosos entre académicos entre norte y sur plantea otro reto.

Se ofrecen unas cuantas advertencias a esta caracterización. Se están construyendo nuevas redes entre el norte y el sur, en parte aprovechando la considerable cantidad de latinoamericanos que trabajan actualmente en Estados Unidos y Europa (Freidenberg y Malamud, 2013). La mayoría de esas iniciativas vincula a los estudiosos de América Latina con pares de Estados Unidos, ya sea dentro de organizaciones establecidas -como la Asociación Estadounidense de Ciencia Política (APSA, por sus siglas en inglés) y la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA por sus siglas en inglés)- o dentro de nuevas organizaciones e iniciativas más fluidas, como la Red para el Estudio de la Economía Política de América Latina (REPAL), que reúne a estudiosos radicados en Estados Unidos y en América Latina interesados en la economía política comparada, alternando la ubicación de sus reuniones anuales entre Estados Unidos y América Latina, y las Escuelas de Métodos en la Pontificia Universidad Católica de Chile y, previamente, bajo los auspicios de IPSA-USP en Brasil. Algunas universidades en Estados Unidos han extendido invitaciones a estudiosos latinoamericanos para visitar el país durante breves periodos. Otras iniciativas han conectado a académicos de Europa y América Latina.19 Además, comparadas con las redes del pasado, las actuales son más incluyentes, sobre todo con respecto a la mujer.

En suma, hay signos positivos sobre la colaboración norte-sur. Los estudiosos latinoamericanos tienen algunos aliados en el norte que están comprometidos con el desarrollo de las ciencias sociales en América Latina y que les interesa tener un diálogo respetuoso y productivo con sus colegas de la región. Además, hay redes nuevas que ofrecen oportunidades a los académicos latinoamericanos para colaboraciones verdaderas. Por lo tanto, aunque la tradición de la colaboración norte-sur se haya debilitado, hay ciertas tendencias positivas que deberían reconocerse, extenderse y fortalecerse.20

Basarse selectivamente en ideas del norte. El contenido de los intercambios entre académicos latinoamericanos y estadounidenses sigue siendo un asunto espinoso. Como ya se dijo, hay fuertes tendencias en la academia estadounidense y un núcleo en el campo de la política comparada que podrían llamarse "dominantes". Además, la corriente dominante del norte es un objetivo móvil, por lo que seguirlo no es una receta segura para el éxito. Hay un peligro real de que, para cuando las ideas vanguardistas se hayan asimilado en América Latina, ya habrán dejado de ser vanguardistas o se hayan abandonado en el norte. En el mejor de los casos, los estudiosos latinoamericanos siempre estarán uno o más pasos detrás de lo que los estudiosos del norte consideran las ideas "de moda". Tal estrategia encerraría a los estudiosos latinoamericanos en el papel de consumidores más que de productores de innovación en conocimiento. Por lo tanto, aunque América Latina no debería desentenderse de las ideas que fluyen de la academia estadounidense, las ganancias potenciales de involucrarse con ellas podrían, no obstante, resultar vagas.

Sin embargo, existe otra opción, a la que Juan Pablo Luna (2015: 160) llama "la vía media", o al menos podría construirse. Es posible basarse activamente en ideas generadas en Estados Unidos de tal forma que no comprometa a un académico a seguir cierta línea de pensamiento. De esta forma, el pluralismo persistente que caracteriza a la política comparada en Estados Unidos ofrece una oportunidad distinta para los estudiosos latinoamericanos de basarse selectivamente en el acervo de ideas teóricas y metodológicas del norte (Weyland, 2015).21

Apropiarse selectivamente de las ideas útiles no es nada fácil. Primero, las restricciones locales pueden dificultarles a los estudiosos latinoamericanos acceder y explotar toda la gama de pluralismo del norte. Los incentivos de carrera pueden presionar a algunos, sobre todo a los académicos jóvenes de las principales universidades latinoamericanas, a acomodar su investigación para que pueda publicarse en las revistas arbitradas de alto rango en Estados Unidos, que parecen tomar en serio sólo las contribuciones que usan métodos y teorías "de calidad". Los académicos de algunas universidades latinoamericanas también pueden enfrentar presiones de colaborar sólo con colegas de instituciones de alto rango en Estados Unidos. Además, la capacidad de los académicos latinoamericanos de basarse en el pluralismo del norte podría obstaculizarse por el acceso a un grupo limitado de colegas y posibles colaboradores del norte. En consecuencia, aunque la corriente dominante de la política comparada en Estados Unidos consista de un conjunto plural de teorías y métodos, la gama de opciones factibles del conjunto podría reducirse para los estudiosos del sur; no obstante, aunque los márgenes de maniobrabilidad puedan ser estrechos, advertimos contra la postura fatalista y contraproducente de que los estudiosos latinoamericanos que voltean hacia el norte se enfrentan a un monolito que ofrece, si acaso, pocas oportunidades de apropiación selectiva.

Mientras que los académicos a nivel individual puedan tener poca o ninguna capacidad de alterar la gama de pluralismo de facto en la cual podrían basarse, otros factores más bajo su control pueden ayudar a aumentar la probabilidad de involucramiento selectivo exitoso. Por ejemplo, ayuda a cultivar una sana dosis de escepticismo sobre las promesas de los que defienden el último giro teórico o metodológico. Un poco más difícil, es esencial desarrollar un ojo avispado para distinguir el "trigo" de la "cizaña", esto es, las ideas profundas, importantes y posiblemente duraderas, de las triviales, superficiales y probablemente efímeras. Aun así, quizá el elemento más fundamental para el involucramiento selectivo exitoso sea tener un compromiso fuerte, incluso visceral, con el desarrollo de la perspectiva latinoamericana sobre realidades latinoamericanas, aunado a un claro sentido de la propia agenda de investigación, los temas que se busca tratar y los problemas que se quiere resolver. Esos ingredientes facilitarán mucho diferenciar las ideas útiles de las distractoras o perniciosas. Para decirlo más enfáticamente, sin un propósito fundado en compromisos intelectuales y quizá normativos, la probabilidad de que un estudioso latinoamericano sea simplemente engullido por el gigante del norte parece muy alta.

Conclusión

Hemos considerado el estudio de la política desde dos puntos de vista: el norte y el sur. Buscamos ilustrar tanto los problemas que obstaculizan el progreso como las oportunidades que podrían llevar el campo de la política comparada en una dirección más positiva tanto en el norte como en el sur. Claramente, no todo está bien en las ciencias sociales del norte. Asimismo, el estado de las ciencias sociales en América Latina está lejos de ser óptimo. De todos modos, vemos oportunidades importantes de progreso en el norte y en el sur. Aunque no sabemos cómo se van a desarrollar las tensiones en la academia estadounidense ya discutidas ni qué pasos deberían tomarse en América Latina para mejorar las condiciones de la producción de conocimiento, la política comparada pasada y presente nos da razones para ser cautelosamente optimistas. El pluralismo persistente del campo, las oportunidades que puede ofrecer para la apropiación creativa y selectiva de los estudiosos del sur y el surgimiento de nuevas redes de colaboración que unan a los académicos en toda América Latina entre sí y también con sus colegas del norte son elementos que nos ofrecen esperanza de que el conocimiento sobre política crecerá en los años venideros gracias a las contribuciones de académicos que trabajan tanto en Estados Unidos como en América Latina.

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* Este texto es el epílogo al libro editado por Gerardo L. Munck y Richard Snyder, Pasión, oficio y método en la política comparada, Ciudad de México, CIDE (en prensa).

- Los autores agradecen a Juan Pablo Luna sus útiles comentarios y sugerencias para este artículo.

- Traducción del inglés de Ana Inés Fernández Ayala.

1 En Estados Unidos, el término "política comparada" por lo común se refiere a un subcampo de la ciencia política. Sin embargo, también es objeto de estudio de politólogos, sociólogos, economistas, historiadores y antropólogos. Aquí usamos el término sobre todo en este segundo sentido, más amplio.

2 Los 15 académicos entrevistados para el libro son: Gabriel Almond, Robert Bates, David Collier, Robert Dahl, Samuel Huntington, David Laitin, Arend Lijphart, Juan J. Linz, Barrington Moore, Jr., Guillermo O'Donnell, Adam Przeworski, Philippe Schmitter, James Scott, Theda Skocpol y Alfred Stepan.

3 La pregunta sobre política comparada en Estados Unidos se enfoca sobre todo en un aspecto "interno" del campo, mientras que la pregunta sobre América Latina se enfoca más en un aspecto "externo": el entorno socioeconómico en el que se producen las ideas. Tal asimetría de enfoque se debe únicamente a las limitaciones de espacio. Nuestro libro ya considera a los estudiosos en Estados Unidos desde un punto de vista externo (Munck y Snyder, 2007; Snyder, 2007); por lo tanto, no repetimos la información aquí y simplemente la usamos como punto de contraste. De contar con más espacio, buscaríamos combinar las perspectivas internas y externas en la discusión sobre las ciencias sociales en América Latina. Para reportes internos de ciencias sociales en América Latina que nutran nuestra discusión, véase Devés Valdés (2003, 2004), Portes (2004), O'Donnell (2007a), Munck (2010) y Svampa (2016).

4 Para reflexiones complementarias sobre la evolución reciente de la política comparada en Estados Unidos, véanse Lichbach (2009), Humphreys y Weinstein (2009), Mead (2010), Kapiszewski, Maclean y Read (2015: cc. 2 y 11), Weyland (2015) y Wilson (2017).

5 Los modelos formales no se limitan a la teoría de la elección racional porque podrían basarse en diferentes supuestos sobre comportamiento. Los modelos formales también se pueden mezclar con modelos evolutivos, como en la teoría de juegos evolutiva, los modelos basados en agentes y otros tipos de modelos computacionales.

6 Entre la bibliografía más amplia que usa métodos cualitativos, ciertas investigaciones combinan modelos formales y estudios de caso cualitativos, en sintonía con las propuestas previas de Bates et al. (1998) sobre "discursos analíticos" (Lorentzen, Fravel y Paine, 2017: 470-471).

7 Este marcado aumento en cantidad de investigaciones cuantitativas siguió la tendencia de la década de 1990. Para documentación sobre esas tendencias, véanse Schedler y Mudde (2010), y Pepinsky (2018).

8 Para documentación sobre esta tendencia, véanse Druckman et al. (2006), Dunning (2012) y Rogowski (2016).

9 Como declara Samii (2016: 941), "identificación se refiere generalmente a establecer que las condiciones suficientes para obtener una conclusión no sesgada a partir de datos se sostiene [… ] y la identificación causal aplica esta noción a los efectos causales".

10 En ciencia política, el proyecto Implicaciones empíricas de los modelos teóricos (EITM) introdujo esta agenda de forma coordinada (Aldrich, Alt y Lupia 2008; Clarke y Primo, 2012).

11 En líneas similares, Thelen y Mahoney (2015) señalan afinidades entre investigación histórica institucional basada en casos e investigación de N grande porque ambas dependen de datos de observación y de diseños de investigación no experimentales.

12 Los experimentalistas también tienen supuestos heroicos sobre la independencia espacial, además de un "encuadre apretado" de la información y del conocimiento que no está atado a la meta de lograr un diseño de investigación que maximice la identificación causal eficiente. Sobre la implausibilidad de los supuestos de independencia espacial en unidades subnacionales y herramientas para manejar, e incluso explotar, esa dependencia, véase Harbers e Ingram (en prensa).

13 Para una exhortación al uso de la investigación de múltiples métodos de un pionero en el uso de experimentos en ciencia política, véase Kinder (2011). Sobre afinidades entre métodos cualitativos y experimentales, véase Paluck (2010).

14 Contribuciones significativas que ofrecen distintas perspectivas sobre el estado de las ciencias sociales en América Latina incluyen las de Lander (2000), De Sousa Santos (2009), Beigel (2010), Bialakowsky (2012), Garretón (2015) y Tanaka y Dargent (2015).

15 Sobre patrones de financiamiento y apoyo institucional para ciencias sociales en América Latina, véanse Trindade (2007), UNESCO (2011), Chernhya, Sierra y Snyder (2012) y Durán Martínez, Sierra y Snyder (2017).

16 Sobre el desarrollo de la ciencia política en América Latina, véanse Altman (2005), Baquero, González y Morais (2013), y Barrientos del Monte (2014).

17 Comunicación personal con Richard Snyder, Providence, octubre, 2007.

18 Para una discusión más completa sobre las relaciones entre científicos sociales latinoamericanos y estudiosos estadounidenses y europeos, véase Munck y Tanaka (2018).

19 También es notable el papel de la Universidad de Salamanca, y de Manuel Alcántara, que fundó la Alacip.

20 No queremos decir que los académicos del sur sólo deberían buscar colaborar con académicos del norte, ni de Estados Unidos en particular. Recientemente han surgido interesantes colaboraciones sur-sur, no sólo entre académicos latinoamericanos, sino con estudiosos de Asia, sobre todo en India, China y en Sudáfrica. Por ejemplo, los politólogos de la PUC de Chile han colaborado con colegas en India, y académicos de la Universidad de San Martín en Argentina con otros de India y Sudáfrica. Sin embargo, los incentivos para la colaboración norte-sur, y con Estados Unidos en particular, son, al menos en el mediano plazo, bastante fuertes (Luna, 2015: 157-158).

21 Los estudiosos latinoamericanos no sólo deben mirar hacia Estados Unidos para las ideas teóricas y metodológicas que se pueden apropiar de manera selectiva. Hay una larga tradición entre científicos sociales latinoamericanos de apoyarse en ideas europeas, y hay posibilidades emocionantes de crear una combinación nueva y original que triangule influencias de Estados Unidos, Europa y la propia América Latina.

Recibido: 05 de Abril de 2018; Aprobado: 07 de Agosto de 2018

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