Introducción
En 2014 el Movimiento al Socialismo (MAS) ganó las elecciones presidenciales de Bolivia con 61 por ciento de los votos, lo que supuso la tercera victoria consecutiva de Evo Morales en las elecciones presidenciales. Con ello se generaba una evidencia difícilmente discutible sobre la hegemonía de un proyecto político con pocos precedentes en el ámbito latinoamericano, lograda en buena medida sobre la base de la movilización de gran parte de la población indígena boliviana, principalmente los pueblos quechua y aymara.
En este marco, distintos autores han tratado de explicar el éxito electoral del MAS asociándolo con factores institucionales, políticos y socio económicos, con resultados no siempre coincidentes pero con un constante protagonismo de variables asociadas a lo étnico (Van Cott, 2000, 2003, 2005; Seligson et al., 2006; Alcántara y Marenghi, 2007; Madrid, 2008, 2012; Martí i Puig, 2008 y Rice, 2011, entre otros). En cualquier caso, más allá de analizar la relevancia del voto étnico en el país, de identificar la posible existencia de posicionamientos étnico-partidarios y de destacar la consiguiente alta polarización política, no se ha logrado aún construir una teoría que explique el fenómeno del voto étnico a partir de comprender a profundidad sus mecanismos de funcionamiento.
De hecho, la falta de una teoría suficientemente asentada en este sentido dificulta entender por qué en algunos procesos electorales la identidad étnica actúa como un elemento aglutinador, mientras que en otros se diluye detrás de factores políticos, sociales o económicos. Persisten aún importantes interrogantes en torno al voto étnico en Bolivia, esencialmente en relación con las razones y los mecanismos que han llevado a determinados pueblos indígenas a movilizarse políticamente, por qué ciertos grupos étnicos se han constituido en clivajes étnicos políticamente relevantes y otros no, cómo se agregan las preferencias sociales en los grupos étnicos para poder actuar de acuerdo con determinados intereses colectivos, cómo afectan las variables disgregadoras a la cohesión de los distintos grupos étnicos y cuál es el papel del discurso político en la aparición del voto étnico como fenómeno electoral.
El presente trabajo encuentra su motivación en las preguntas anteriores, que trata de responder mediante la estructuración de una argumentación teórica que vincule y explique coherentemente la existencia de bases étnicas, su politización, la aparición de clivajes étnico-políticos y la propia emergencia del voto étnico, seguida de su consiguiente contrastación estadística. La hipótesis central subyacente es que la cohesión es el elemento fundamental y determinante para explicar la emergencia del fenómeno del voto étnico, y que la misma puede reducirse por la presencia de variables disgregadoras y restaurarse como resultado del discurso político (entre otras acciones políticas) como elemento aglutinador.
Para ello, en la primera parte del ensayo se desarrolla una revisión histórica y contextual de los principales fenómenos políticos asociados al voto étnico, los partidos políticos, el indigenismo, los movimientos sociales y el MAS. En la segunda sección se estructura de forma extensa el planteamiento teórico y se procede a su contrastación estadística mediante un modelo logit multinomial, a fin de estimar cuantitativamente los determinantes del voto en las elecciones presidenciales (2002, 2005, 2009 y 2014) y articular las evidencias en torno a la nueva teoría propuesta, utilizando para ello las encuestas de opinión política de LAPOP (2004, 2006, 2010 y 2014) más cercanas a las elecciones.1 Finalmente, se plantean los resultados más importantes a modo de conclusión.
Breve revisión histórica
Los cambios que experimentó Bolivia en su estructura política durante la primera década del siglo XXI fueron tan dispares como profundos, pasando por el colapso del antiguo sistema de partidos tradicionales, el ascenso a la presidencia de un líder indígena (Evo Morales), la convocatoria a una Asamblea Constituyente, la consiguiente promulgación de la nueva Constitución Política del Estado (2009) y la estructuración del también nuevo Estado Plurinacional de Bolivia bajo la hegemonía del MAS. Estas transformaciones de la sociedad boliviana van más allá de un mero giro político hacia la izquierda o hacia el populismo, y entre las claves principales para su entendimiento están factores con fuerte orientación hacia lo indígena o, de forma más general, hacia elementos de carácter étnico. Debe tenerse en cuenta que Bolivia ha sido, y sigue siendo, uno de los países latinoamericanos con mayor población y diversidad indígena, ya que alrededor de 50 por ciento de su población se autoidentifica como tal, y con la presencia de treinta y seis pueblos indígenas (naciones) a partir del reconocimiento oficial de sus respectivos idiomas originarios en la actual Constitución.2 El elemento indígena es, de hecho, el principal eje articulador a partir del cual se intenta construir el actual y nuevo Estado Plurinacional, al menos desde el discurso político.
Por lo tanto, resulta sumamente interesante comenzar el análisis de estos cambios con una revisión del proceso histórico que desembocó en el ascenso del MAS al poder, sobre la base de tres hitos fundamentales: el colapso del sistema de partidos tradicionales con la crisis política acontecida entre 2002 y 2005; el surgimiento de partidos indigenistas, como un fenómeno mucho más antiguo pero que se sintetiza en su modernidad desde mediados del siglo XX, y la aparición de los movimientos sociales como canales alternativos de representación política y antesala del surgimiento del MAS.
El colapso del sistema de partidos tradicionales
Los partidos políticos de la primera etapa de la democracia moderna boliviana, principalmente el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), la Acción Democrática Nacionalista (ADN) y, en menor medida, Unidad Cívica Solidaridad (UCS) y Conciencia de Patria (Condepa), gobernaron Bolivia desde poco después de la restauración de la democracia (1982) hasta el ascenso al poder del MAS de Evo Morales en 2006. Durante este periodo, la característica más relevante fue la forma de estructuración de los diversos gobiernos que, en ausencia de mayorías absolutas en ninguna de las elecciones, recurrieron a múltiples coaliciones partidarias a fin de generar gobernabilidad. Esto se produjo de acuerdo con el diseño del sistema electoral entonces vigente -presidencialismo parlamentario-, caracterizado por tener una única vuelta de comicios electorales en los que se elegían parlamentarios que, a su vez, elegían al presidente en el Congreso de la República.
Tal como señala Mayorga (1999), la finalidad de este sistema era generar un mecanismo de gobernabilidad a partir de la posibilidad de lograr pactos entre partidos, evitando de esta manera gobiernos débiles que se enfrentaran a un órgano legislativo opositor con la consiguiente dificultad de gobernar sin la capacidad de promulgación de leyes. La percepción popular sobre las coaliciones políticas (resumidas en el cuadro 1) fue en todo caso muy negativa, ya que terminaron por transformarse en herramientas de prebenda política que provocaron que los partidos se alejaran de su eventual labor de oposición parlamentaria, disolviendo paulatinamente los vínculos partido-sociedad (Mayorga, 2001, 2004; Pachano, 2006).
Fuente: Elaboración propia a partir de Mayorga (2001). Las siglas de los partidos políticos pueden consultarse al final del artículo.
Así, las coaliciones partidarias dejaron de responder a afinidades políticas o planes de gobierno a medida que los partidos procuraban la formación de gobiernos buscando sus intereses particulares para, en definitiva, poder copar la mayor cantidad posible de puestos de poder. Esta situación se hizo más evidente con diversas prácticas de clientelismo y la repartición de ministerios, cargos diplomáticos y otras esferas estatales (Ardaya y Verdesoto, 1994; Romero Pittari, 2009). Poco a poco, y elección tras elección, se hizo cada vez menos importante desde el punto de vista electoral la convicción política de los ciudadanos en el momento de elegir a sus gobernantes, ya que los votantes podían prever que en última instancia los gobernantes electos formarían las alianzas que consideraran necesarias para llegar a gobernar, aunque eso fuera incluso con sus oponentes ideológicos y, en cualquier caso, de forma ajena a cualquier tipo de demanda de estabilidad o coherencia ideológica.3
Para Romero Ballivián (2006) la sucesión de coaliciones y los casos de corrupción socavaron la legitimidad del sistema de partidos y dieron pie a la pérdida de su monopolio como mecanismos de representación. No resulta descabellada la hipótesis, por lo tanto, de que el agotamiento del sistema partidario en Bolivia fue consecuencia de su propio diseño, como defiende Pachano (2006). El presidencialismo parlamentario tenía su mayor fortaleza en su capacidad para alentar las alianzas políticas, mismas que terminaron por desacreditarlo debido principalmente a la ausencia de un contenido de orientación política o social que se sustituyó por la búsqueda de la estabilidad del sistema bajo la única guía del pragmatismo.
El surgimiento de partidos indigenistas
De forma paralela al progresivo declive de los partidos tradicionales se dio el fenómeno de la emergencia de partidos indigenistas (Albó, 1999, 2007), cambiando radicalmente el concepto de organización política para llegar a concebirla como repositorio de una pertenencia étnica y su consiguiente acervo cultural (Rivera, 2010). Para entender este fenómeno es preciso remontarse al periodo colonial y al nacimiento de la propia República de Bolivia (1825), épocas caracterizadas por la absoluta exclusión de los grandes colectivos indígenas de la vida política; primero, por ser considerados como súbditos sin mayores derechos por parte del reino de España, y luego, por ser excluidos de la vida política al implantarse un sistema de voto cualificado que favorecía a los criollos y mestizos republicanos que, si bien contribuyeron enormemente a la independencia del país, heredaron también gran parte de los beneficios de la clase dominante española, manteniendo a los pueblos indígenas como grandes masas analfabetas, fuente de mano de obra barata y cantera de reclutamiento militar (De Mesa et al., 2007). Esta situación se prolongaría hasta la primera mitad del siglo XX, y sentó las bases de buena parte de los conflictos étnicos actuales.
En 1952, la revolución nacional liderada por el MNR otorgó finalmente ciudadanía plena a todos los habitantes de Bolivia mediante el sufragio universal, incluyendo a mujeres e indígenas. Sin embargo, el proyecto nacionalista de la revolución, fundamentado ideológicamente en la existencia de una “nación boliviana” (Montenegro, 1982; Céspedes, 1971, 2002; Bedregal, 2005), no buscó la integración de los colectivos indígenas a partir del reconocimiento de sus culturas particulares, sino con base en pregonar la identidad de un gran colectivo que abarcaba a todos los ciudadanos bolivianos como elementos constitutivos de una gran nación mestiza. Este Estado Nacional (o Estado del 52), acabaría finalmente por agotarse ante la emergencia de la plurinacionalidad (Guzmán y Rodríguez, 2015), encarnada en el conjunto de pueblos indígenas ávidos de reconocimiento de sus particularidades culturales (Albó, 1999) y ante la misma inexistencia de una “nación boliviana”, al menos en el sentido de la concepción europea de nación (Suárez, 1999).
Así pues, la inclusión en Bolivia de los indígenas como actores políticos plenos fue tardía. Según Albó (1999, 2007), fue en la segunda mitad del siglo XX cuando surgieron en el occidente boliviano y con base étnica en el pueblo aymara movimientos políticos indigenistas que, al reivindicar sus luchas anticoloniales, se autodenominan kataristas.4 En 1973 apareció el primer manifiesto político Katarista, denominado Manifiesto de Tiwanaku,5 mismo que señala:
Nosotros los campesinos quechuas y aymaras, lo mismo que los de otras culturas autóctonas del país, decimos lo mismo. Nos sentimos económicamente explotados y cultural y políticamente oprimidos. En Bolivia no ha habido una integración de culturas sino una superposición y dominación, habiendo permanecido nosotros en el estrato más bajo y explotado de esa pirámide (Rivera, 2010: 184).
Rivera (2010) explica que el katarismo recurrió a sentimientos de evocación de la resistencia frente al colonizador español y las posteriores represiones sufridas en la época republicana para sintetizar en un discurso cultural objetivos políticos propios de las luchas reivindicativas de los pueblos indígenas, llamando a la unidad de los pueblos más allá de la condición social de sus integrantes. Esta transformación de los elementos aglutinadores de lo político es entendida por Rivera como un proceso de pugna entre la “memoria larga y la memoria corta”; es decir, una separación entre la evocación de los problemas más profundos y antiguos de los pueblos indígenas, como la resistencia anticolonial o antirrepublicana, frente a los problemas más actuales, las consecuencias de la revolución nacional de 1952, la reforma agraria de 1953 y las condiciones sociales del indígena campesino. En este marco, el sistema de partidos políticos “criollos” es percibido como continuador de la opresión colonial y, por lo tanto, lejos de servir como canal de representación, se considera más bien como elemento de suplantación.
Aunque el katarismo nunca logró grandes resultados electorales a escala nacional, a más de los modestos resultados del Movimiento Indígena Pachakuti (MIP) en las elecciones de 2002 y 2005 (véase cuadro 2),6 sí puede decirse que logró tanto hacer entender un nuevo paradigma en la forma de las organizaciones políticas como servir de inspiración para el futuro desarrollo de programas políticos de tono indigenista. El katarismo es, sin lugar a dudas, uno de los elementos germinales para explicar la victoria de Evo Morales y el MAS en su búsqueda de un Estado que procure la inclusión indígena.
Los movimientos sociales y el surgimiento del MAS
Los movimientos sociales surgieron en Bolivia para llenar el vacío que dejaban los partidos políticos como canalizadores de las demandas sociales,7 habida cuenta del declive sufrido por estos últimos. Emanan de sectores muy diferentes, como son los movimientos cocaleros, los movimientos de campesinos en el occidente, los movimientos de campesinos sin tierra en el oriente o las juntas vecinales urbanas, pero todos ellos cuentan con clara presencia de grandes colectivos indígenas como ejes articuladores centrales, y están inspirados, de alguna manera, por las experiencias kataristas antes señaladas (Van Cott, 2003). El MAS tiene su origen en un conglomerado de estos movimientos sociales, que se fueron agregando como proyecto político a lo largo de una serie de acontecimientos históricos cuyo denominador común fue la lucha frente al Estado, el sistema político y los partidos asociados al mismo.
En primera instancia, el MAS surge de las organizaciones campesinas dedicadas al cultivo de la hoja de coca, marcando un momento relevante en su formación la denominada Guerra del Agua (Kruse, 2005), reacción ciudadana que mediante protestas logró la expulsión de la empresa privada gestora del servicio de agua potable para la ciudad de Cochabamba, dando lugar a la aparición de la Coordinadora del Agua como organización formada por campesinos y juntas vecinales que, paulatinamente y una vez conseguidos sus objetivos regionales, fueron plegándose al MAS en busca de pretensiones nacionales. Sin embargo, el MAS no cobró importancia política nacional sino a partir de los resultados electorales de 2002 (Singer y Morrison, 2004), en los que resultó ser la segunda fuerza política nacional, muy cerca del partido ganador (cuadro 2), el MNR de Gonzalo Sánchez de Lozada. A partir de entonces, el MAS se consolida como la única alternativa política relevante, y especialmente luego de la denominada Guerra del Gas, otra revuelta popular dirigida en este caso contra la posibilidad de exportar gas natural hacia Estados Unidos, que terminó con la renuncia del presidente Sánchez de Lozada y la sucesión de su vicepresidente Carlos Mesa Gisbert, dentro de un periodo de profunda inestabilidad política y social, una significativa desacreditación del sistema político (Romero Pittari, 2009; Mayorga, 2001), y con un claro protagonismo de los pueblos indígenas como gestores de las movilizaciones populares.8 No puede pasarse por alto para la comprensión del contexto que el comienzo del siglo XXI coincidió con un periodo de crisis económica, en la que el crecimiento del producto interno bruto (PIB) se ralentizó desde 5.03 por ciento en 1998 a 0.43 por ciento en 1999, sin que se lograran recuperar las tasas de crecimiento medias de la década de 1990 (próximas a 4%) hasta el año 2004.9
Fuente: Political Database of the Americas, Georgetown University. Tribunal Supremo Electoral, Bolivia.
El presidente Mesa renunció a su cargo en 2005, ocupando la presidencia el entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, Eduardo Rodríguez Veltzé, quien convocó elecciones anticipadas ese mismo año, que fueron finalmente ganadas por Evo Morales Ayma con un contundente 54 por ciento de los votos (Singer, 2007). Posteriormente, Morales reafirmaría su legitimidad popular al ganar las elecciones de 2009 con 64.2 por ciento de los votos (Alpert et al., 2010), y al repetir su victoria sin apenas desgaste en 2014 con 61.4 por ciento, en un contexto de reducción de alternativas opositoras con posibilidades reales de llegar al poder.10
Una explicación del voto étnico en Bolivia
La revisión histórica anterior muestra señales de profundos procesos de cambio que han modelado el contexto político de Bolivia en las últimas décadas. Concretamente, el colapso del sistema de partidos tradicionales diluyó la posibilidad de estructurar los intereses sociales en torno a ideologías políticas en los términos hasta entonces establecidos, dando lugar a la promoción de nuevos espacios comunes en los que la tradición katarista, desde una perspectiva de largo plazo, y los movimientos sociales, como elementos políticos vivos, posiblemente forjaron un accionar político donde el discurso enlazó lo étnico con lo político. Este tipo de cuestiones ha interesado a los investigadores desde que Horowitz (1985) fue capaz de sintetizar lo étnico como una categoría de agregación que comprende raza, tribu, pueblo, nación, lengua, región, religión y casta, y que además puede conllevar connotaciones políticas. Diversos estudios más actuales han tratado este tema buscando comprender los distintos niveles de politización de lo étnico (Scarritt y Mozaffar, 1999), o incluso los mecanismos que pueden hacer que un grupo étnico termine por transformarse en un movimiento partidario (Chandra y Wilkinson, 2008).
En este artículo postulamos una nueva argumentación teórica para tratar de despejar algunos de estos interrogantes, con especial atención al caso de Bolivia. Partimos de la idea de que cuando hablamos de voto étnico nos referimos al hecho de que grupos de electores votan en el mismo sentido movidos principalmente por su vinculación étnica, por encima incluso de otros factores políticos, sociales o económicos. No es una concepción muy diferente a la propuesta por Chandra (2004), según la cual el voto étnico es un fenómeno por el que una organización política (partido) es capaz de representar los intereses de los votantes de una categoría étnica específica y, además, es capaz de diferenciarse claramente de los otros. Scarritt y Mozaffar (1999) señalan además la necesidad de discernir entre múltiples niveles de identidad étnica a partir de su politización y, por lo tanto, distintos grados de relevancia política dentro de los posibles clivajes étnicos, a saber, grupos étnicos, grupos étnicos politizados y grupos étnicos partidarios. Por su parte, Chandra y Wilkinson (2008) diferencian entre el análisis simple de estructuras étnicas o la identificación de categorías étnicas en el sentido de Horowitz (1985), y un análisis más complejo que contemple la sucesión de prácticas como elemento central para explicar el voto étnico, que incluyen la existencia de integrantes activos en la política, su institucionalización, la aparición de elementos electorales y comportamientos partidarios y, por último, mucho más allá de la mera existencia de una estructura étnica, el voto étnico.
Sintetizando estos planteamientos, el voto étnico podría entenderse como el resultado de una dinámica de construcción política en torno a categorías étnicas, dentro de la cual el discurso político serviría para reconocer y cohesionar elementos de una cierta identidad común, a partir de la cual es posible articular alternativas políticas. En esta formulación las identidades étnicas básicas están ya creadas, MAS no como elementos estáticos e inalterables sino más bien como características grupales latentes que constituyen la base del grupo étnico y cuya cohesión -entendida como la capacidad de actuar de forma conjunta por encima de las diferencias individuales- es más bien un evento o un momento contingente en el cual un grupo étnico procede siguiendo un fuerte sentimiento de colectividad (Brubaker, 2002). Es precisamente sobre estas identidades étnicas que el discurso político actúa, bien como eje articulador en el sentido de Flesken (2013, 2014), o bien en el sentido de Chandra y Wilkinson (2008) como práctica política que transforma una mera estructura étnica en un clivaje étnico políticamente relevante (Scarritt y Mozaffar, 1999), que eventualmente puede dar lugar al voto étnico.
El discurso político resulta clave para cohesionar el grupo a partir de lo común, sobre otros elementos diferenciadores que, por el contrario, actúan como grietas en la unidad grupal tendientes a la disgregación o a la ruptura del grupo étnico. De esta forma, si partimos nuevamente de Horowitz (1985) para la definición de lo étnico en torno a categorías como la raza, la lengua o la región,11 podemos entonces tomar el “mestizaje”, la “pérdida de la lengua nativa” y la “migración” como variables disgregadoras de lo étnico (véase diagrama 1) y, en consecuencia, elementos que fragmentan la unidad grupal y que alejan al grupo de la posibilidad de plantear sus preferencias de forma agregada. Por lo tanto, un partido étnico (o indigenista, en su caso) no surge tan sólo como repositorio de una determinada pertenencia étnica, tal como propone Rivera (2010), sino como organización que logra con su práctica política superar el efecto de las variables disgregadoras y movilizar, como resultado, el voto étnico.
El planteamiento teórico descrito puede sintetizarse en la existencia de una pugna entre variables disgregadoras de lo étnico, por un lado, y el discurso político como acción aglutinadora, por el otro. Cuando la disgregación subsiste, aparecerán evidencias de falta de unidad grupal o, en términos electorales, la ausencia de un sentido étnico en la determinación del voto. Por el contrario, cuando el discurso cohesionador y los factores de agregación triunfan sobre las grietas podemos hablar de un grupo étnico cohesionado o un clivaje étnico políticamente relevante que, a su vez, y a través de un proceso electoral, puede desembocar en la aparición de un fenómeno de voto étnico específico.
De forma más detallada, consideramos que las etapas de este proceso que da lugar al voto étnico se pueden sintetizar (siguiendo el diagrama 2) en cuatro etapas secuenciales:
La existencia de una “estructura étnica” (grupo étnico o pueblo indígena) en el sentido planteado por Horowitz (1985), es decir, un grupo de personas cuya identidad se basa en elementos comunes, como la raza, la tribu, el pueblo, la nación, la lengua, la región, la religión o la casta, como punto de partida.
La implementación de un “discurso político cohesionador” que contrarreste la acción de las variables disgregadoras de lo étnico. En nuestro planteamiento entendemos por discurso político cohesionador una forma de discurso que utiliza las identidades incrustadas en la estructura étnica para guiar su comportamiento político (siguiendo a Chandra y Wilkinson, 2008), al reafirmar los componentes identitarios comunes (como pueden ser lengua, raza y región) frente a aquellos elementos que los diluyen (entre ellos, pérdida de la lengua, mestizaje y migración).
El surgimiento de un “grupo étnico cohesionado”, entendido como una estructura étnica que adquiere capacidad de actuar de forma conjunta por encima de las diferencias individuales, como resultado de un fuerte, aunque posiblemente eventual, sentimiento de colectividad (Brubaker, 2002). En buena medida, y sobre todo en cuanto a sus aspectos más operativos, la noción de grupo étnico cohesionado equivale a la de clivaje étnico políticamente relevante (Scarritt y Mozaffar, 1999).
Finalmente, la aparición del “voto étnico” como la representación electoral de la conjunción de los intereses de los votantes de un grupo étnico cohesionado.
Si los razonamientos son correctos, lo que observaríamos en la práctica es una orientación del voto vinculada a la identificación étnica como resultado de un discurso político que habría logrado un efecto cohesionador suficiente. Para validar la argumentación en relación con la hipótesis del voto étnico en Bolivia, contrastaremos cada una de las etapas de forma inversa, es decir, desde la etapa IV hasta la etapa I o, de forma más precisa, hasta la II, dado que la validación del contenido de la etapa I puede realizarse de forma más inmediata y directa. Así, el cuadro 3 muestra los datos de autoidentificación registrados en las encuestas de LAPOP desde 2004 hasta 2014, junto con los datos de los censos oficiales de 2001 y 2012, que efectivamente muestran una realidad en la que la población se identifica en su mayoría como indígena a lo largo de la primera década del siglo XXI, con dos pueblos mayoritarios (quechua y aymara) propios del occidente y de tierras altas, y otros tres pueblos minoritarios (guaraní, chiquitano y mojeño)12 asentados principalmente en el oriente boliviano o de tierras bajas. Llaman la atención los datos del censo oficial de 2012 y LAPOP 2014, en los que la población no indígena aumenta hasta 58 por ciento por razones directamente relacionadas con la forma de las preguntas de las correspondientes encuestas (indirectamente influyen también cuestiones con trasfondo político).13
Fuente: LAPOP, 2004, 2006, 2008, 2010, 2012, 2014, Vanderbilt University; como puede observarse, las encuestas de LAPOP sobrestiman, con fines de representatividad estadística, la participación de los pueblos indígenas, principalmente de los minoritarios, en desmedro principalmente del grupo étnico no indígena. Censo Nacional de Población y Vivienda 2001, 2012, INE-Bolivia.
Por lo tanto, la pregunta a la que queremos contestar en primer lugar, y tratar así de contrastar la validez de la hipótesis antes planteada como etapa IV, es si realmente la autoidentificación étnica ha influido significativamente en el voto de los ciudadanos bolivianos. Para ello construimos un modelo que permita analizar econométricamente el conjunto de variables que pudieron influir en el voto en las últimas cuatro elecciones presidenciales de Bolivia (2002, 2005, 2009 y 2014) sobre la base de microdatos de las encuestas sobre opinión política LAPOP de los años 2004, 2006, 2010 y 2014.14
Algunos estudios previos, como el de Seligson et al. (2006), ya mostraron la existencia de relaciones estadísticamente significativas entre variables como la etnicidad, el nivel de riqueza y la orientación política, por un lado, y la elección de voto, por el otro. Madrid (2008) también encontró evidencia de un efecto moderado de las cuestiones étnicas sobre el voto, con la hipótesis de la existencia de un discurso inclusivo como elemento central del éxito electoral del MAS, y en cambio significancia en variables asociadas a ciertas políticas populistas emblemáticas, y denominó este fenómeno como etnopopulismo. Igualmente Rice (2011) encontró interesantes resultados al trabajar sobre elecciones municipales, específicamente una relación negativa entre el éxito de partidos indigenistas y las cuotas de voto obtenidas por los partidos de izquierda (tradicionales). En nuestro modelo, y con base en la evidencia de los estudios previos, consideraremos como posibles variables explicativas del voto en Bolivia: a) autoidentificación del individuo con los principales grupos étnicos (quechua, aymara, guaraní, chiquitano, mojeño y no indígena); b) variables de orientación política o afinidad ideológica (extrema izquierda, izquierda, centro, derecha y extrema derecha), cuya relación con la identificación étnica aparece en el cuadro 4;15 c) una variable indicativa del nivel de renta del individuo (logaritmo natural de los ingresos mensuales familiares en bolivianos), igualmente distribuida en relación con la identificación étnica en el cuadro 4,16 y d) la aprobación presidencial17 (aprob. presidente) como variable de control para descontar el peso de la valoración de la gestión gubernamental sobre el voto ciudadano.18
Fuente: LAPOP, 2004, 2006, 2008, 2010, 2012, 2014, Vanderbilt University. La orientación política toma valores desde 1 (extrema izquierda) hasta 10 (extrema derecha). La variable Ingreso bolivianos/mes corresponde al promedio de ingreso familiar mensual en bolivianos. *Para casi todas las observaciones el ingreso familiar de quechuas y aymaras se muestra sistemáticamente inferior, mientras que los ingresos más altos se intercalan entre el grupo étnico no indígena, y los pueblos minoritarios guaraní, chiquitano y mojeño. Estas relaciones se trasladan, de alguna manera, a la orientación política de los individuos, con una clara tendencia hacia la izquierda por parte de quechuas y aymaras, frente al resto.
Para la estimación econométrica utilizamos un modelo logit multinomial orientado a la estimación de la probabilidad de votar a las diferentes opciones políticas en distintas elecciones presidenciales. Así, para cada uno de los procesos electorales analizados el modelo puede formularse como:
donde Pl simboliza la probabilidad de votar al partido político l, K el conjunto de partidos políticos que concurren a las correspondientes elecciones (se utilizan por lo tanto las alternativas de no votar o votar en blanco como categorías base) y el vector x representa el conjunto de variables explicativas antes referido. Los resultados de la estimación, mostrados en forma de efectos marginales sobre la probabilidad de cada opción electoral en relación con la alternativa de no votar o votar en blanco, se muestran en los cuadros 5, 6, 7 y 8 para las elecciones presidenciales de 2002, 2005, 2009 y 2014, respectivamente.19
Fuente: Elaboración propia a partir de la aplicación de un modelo logit multinomial de estimación de la probabilidad de voto sobre datos de la encuesta LAPOP 2004. *p < 0.1, **p < 0.05, ***p < 0.01.
Fuente: Elaboración propia a partir de la aplicación de un modelo logit multinomial de estimación de la probabilidad de voto sobre datos de la encuesta LAPOP 2006. *p < 0.1, **p < 0.05, ***p < 0.01.
Fuente: Elaboración propia a partir de la aplicación de un modelo logit multinomial de estimación de la probabilidad de voto sobre datos de la encuesta LAPOP 2010. *p < 0.1, **p < 0.05, ***p < 0.01.
Fuente: Elaboración propia a partir de la aplicación de un modelo logit multinomial de estimación de la probabilidad de voto sobre datos de la encuesta LAPOP 2014. *p < 0.1, **p < 0.05, ***p < 0.01. Lastimosamente la encuesta LAPOP 2014 se realizó poco antes de la elección de ese año, por lo que la única pregunta disponible para la estimación fue: “Si esta semana fueran las próximas elecciones presidenciales, ¿qué haría usted? Con las siguientes alternativas de respuesta: Votaría por el candidato o partido del actual presidente, Votaría por algún candidato o partido diferente del actual gobierno, No votaría, Iría a votar pero dejaría la boleta en blanco o la anularía”, las dos primeras opciones se asignaron a los partidos con resultados electorales importantes, en primer lugar el MAS y en segundo lugar UD y PDC, siendo imposible desagregar los partidos opositores en dos alternativas diferentes, como realmente son. Sin lugar a dudas, la calidad de esta última estimación es menor a la de las anteriores, aunque ofrece resultados coherentes que ayudan a completar el panorama de las cuatro elecciones presidenciales de la última década.
Un primer vistazo a los cuadros 5, 6, 7 y 8 revela la reducción significativa del número de partidos, pasando de seis en 2002 a solamente tres en 2014. Esta reducción se explica esencialmente por el éxito electoral del MAS, el declive del sistema de partidos tradicionales con la desaparición del MNR, NFR, MIR, UCS y ADN, y por la incapacidad de la oposición de formar alternativas políticas estables, conformándose Podemos y un en 2005, PPB-C y UN-CP en 2009, y finalmente UD y el PDC en 2014.
Respecto a la revisión de los resultados, puede observarse que muestran varias ideas fundamentales en relación con las variables étnicas: por un lado, la consolidación de su significancia de 2002 a 2014; por otro, las profundas diferencias entre los partidos políticos analizados y los distintos grupos étnicos evaluados, circunscribiendo la existencia del voto étnico (entendido como la capacidad de representar sistemáticamente los intereses de los votantes de una categoría étnica específica) sólo a los pueblos indígenas mayoritarios del occidente boliviano o de tierras altas. En específico, las variables quechua y aymara muestran coeficientes negativos y estadísticamente significativos para las principales alternativas políticas tradicionales o conservadoras, ADN y MIR (2002), Podemos y MNR (2005), PPB-C (2009) y UD-PDC (2014), y a favor del MAS en todas las elecciones, aunque con diferencias importantes entre los dos pueblos que se materializan en un comportamiento claramente más fiel al partido de Evo Morales en el caso de la variable aymara, que se evidencia en sus mayores coeficientes de apoyo al MAS y de desafecto hacia las principales alternativas políticas contrarias al oficialismo. Es interesante señalar, además, que el mayor coeficiente resultante para el apoyo del pueblo quechua al MAS en 2014 probablemente se deba al cambio metodológico antes referido en las preguntas de la encuesta, y que no hace más que confirmar la línea general de la hipótesis.20
Con respecto al resto de los pueblos indígenas considerados (los minoritarios de tierras bajas), no hay resultados consistentes entre las distintas elecciones. Sólo y con baja significancia se observa cierta aversión del pueblo mojeño hacia el MAS en 2005. De forma similar a lo que sucede con el grupo étnico no indígena, el más numeroso del país, que tan sólo resulta débilmente adverso a ADN en 2002. Esto es compatible con la hipótesis de inexistencia de una posición política indigenista unificada, y señala marcadas diferencias de afinidad política entre los pueblos mayoritarios (quechua y aymara) y los minoritarios (guaraní, chiquitano y mojeño).
A modo de síntesis respecto a las variables étnicas, el análisis desarrollado permite identificar algunos fenómenos fundamentales. Primero, la conjunción de los pueblos quechua y aymara en torno al MAS, aunque con distintos niveles de apoyo. Segundo, la inexistencia de un único colectivo indígena con afinidades políticas comunes y, en cambio, la existencia de preferencias políticas distintas entre pueblos mayoritarios (tierras altas) y minoritarios (tierras bajas).21 Tercero, la ausencia de un alineamiento político no indígena, al no existir ni una formación que capte particularmente su voto ni tampoco evidencia para señalar una aversión significativa hacia el MAS.22 Y cuarto, que no todas las estructuras étnicas terminan en un voto étnico, y que en realidad este último sólo existe claramente en Bolivia para quechuas y aymaras.23
Es preciso recordar que la inclusión de variables adicionales de ingreso, orientación política y aprobación al presidente en el modelo econométrico permite inferir que las relaciones identificadas son significativas “una vez descontados” los efectos producidos por aquellas, efectos que, por otra parte, son plenamente coincidentes con lo que cabría esperar. Así, el voto al MAS se explica desde la afinidad de la izquierda o la extrema izquierda y la aversión desde el centro, la derecha y la extrema derecha, con significancia estadística en todas las elecciones.
En el caso de los partidos de la oposición, los efectos identificados como significativos son los esperados en relación con la orientación política. El análisis se puede dividir entre los tradicionales (2002) y el resto (2005, 2009 y 2014); en cuanto a los primeros, se observan claras correspondencias entre las posiciones políticas de los votantes y la posición político-ideológica que propugnan los partidos, MNR y ADN como partidos de derecha, MIR como de izquierda y UCS y NRF sin posición clara en las elecciones de 2002; sobresale el hecho de que las posiciones de izquierda no eran un monopolio del MAS; para los segundos, por su parte, sólo existen efectos significativos de orientación al centro y la derecha para Podemos y a la derecha para un en las elecciones de 2005, PPB-C en 2009 y UD-PDC en 2014, lo que ilustra el cambio político experimentado a partir de 2006 y la progresiva polarización izquierda-derecha entre el MAS y el resto de los partidos políticos.
Por su parte, la variable ingreso familiar muestra relaciones estadísticamente significativas en contra del voto al MAS a partir de 2005 y a favor de alternativas políticas conservadoras (NFR en 2002, Podemos en 2005 y la unión de UD-PDC en 2014), lo cual ilustra la relación, ya observada en estudios previos, entre mayores ingresos y la elección de voto hacia partidos políticos diferentes al MAS. Finalmente, la variable de aprobación presidencial muestra la mayor significancia para todos los partidos en 2009 y 2014, siempre positiva para los seguidores del MAS e invariantemente negativa para los partidos opositores, tal como cabría esperar. La importancia de estos resultados también radica en la continua significancia de las variables de autoidentificación étnica una vez que han sido controlados y descontados los efectos, altamente significativos, de las otras variables. Por lo tanto, queda razonablemente comprobada la existencia de un fenómeno de voto étnico.
Pasando al estudio de la etapa III, correspondiente a la realidad de la existencia de grupos étnicos cohesionados o clivajes étnicos políticamente relevantes, su análisis requiere analizar la cohesión grupal, entendida como capacidad de actuar de forma conjunta por encima de las posibles diferencias individuales, de aquellos grupos étnicos para los cuales existe evidencia de voto étnico: quechuas y aymaras. Por lo tanto, podemos hablar de un clivaje étnico políticamente relevante cuando los miembros de un grupo votan en su mayoría en un mismo sentido movidos sobre todo por su vinculación étnica, y esta preferencia electoral no se ve significativamente comprometida aun en presencia de variables disgregadoras. En términos prácticos el fenómeno puede identificarse al analizar la sensibilidad de voto hacia el MAS cuando los integrantes de los grupos quechua y aymara son expuestos a las variables disgregadoras de pérdida de la lengua materna (en favor del español), mestizaje y migración hacia el oriente boliviano, en especial hacia los departamentos de la llamada Media Luna. De esta manera y de acuerdo con la teoría propuesta, si la exposición a las variables disgregadoras no reduce significativamente la probabilidad del voto del grupo hacia el MAS, podemos hablar de un grupo étnico cohesionado que, incluso frente a circunstancias tendientes a su ruptura o su disgregación, no cambia sus preferencias electorales y, por lo tanto, actúa como un clivaje étnico políticamente relevante. De nuevo empleamos para ello un modelo logit multinomial, que sigue la siguiente formulación:
Al igual que en la estimación anterior, K simboliza el conjunto de partidos políticos que concurren a las elecciones, la categoría base es la alternativa de no votar o votar en blanco y x es un vector de variables explicativas, aunque en esta ocasión la muestra va cambiando desde un escenario global no condicionado a distintos escenarios condicionados por la presencia de las distintas variables disgregadoras para los individuos de los pueblos aymara y quechua. Como punto de partida, la comparación entre los resultados globales de probabilidad de voto hacia el MAS con los correspondientes a los grupos aymara y quechua, todavía sin condicionamientos de variables disgregadoras, permite reafirmar algunas de las evidencias ya expuestas, como puede observarse en la gráfica 1, sobre todo porque la probabilidad es mayor para individuos pertenecientes a los pueblos indígenas mayoritarios, especialmente en el caso de aymaras (al menos hasta 2014). La evolución de estas probabilidades coincide con los resultados electorales reportados (véase el cuadro 2), con un pico en 2009 y signos de desgaste a partir de 2014.
Por su parte, cuando se analizan los escenarios condicionados a la presencia de variables disgregadoras, los resultados (cuadro 9) son compatibles con la argumentación teórica presentada: las variables disgregadoras mestizo y lengua española en efecto influyen de forma negativa en la cohesión grupal de ambos pueblos (no así la variable Media Luna), pero las variaciones de las probabilidades estimadas son muy pequeñas, por lo que la probabilidad de voto a favor del MAS no se reduce significativamente en ninguno de los años considerados. Esto evidencia la existencia de clivajes étnicos políticamente relevantes o, lo que es lo mismo, alta cohesión en los grupos étnicos quechua y aymara.
Fuente: Elaboración propia a partir de la aplicación de un modelo logit multinomial de estimación de la probabilidad de voto sobre datos de las encuestas LAPOP, 2004, 2006, 2010 y 2014.
Pasando a la etapa II, correspondiente a la pugna entre la implementación de un discurso político cohesionador y la acción de las variables disgregadoras de lo étnico, el objetivo ahora es evaluar, por una parte, el direccionamiento del discurso político y su utilización de las identidades étnicas para guiar el comportamiento político y, por otra parte, la evolución de las variables disgregadoras de lo étnico, a fin de explicar los resultados de cohesión étnica encontrados únicamente para los pueblos quechua y aymara. Sobre la primera parte, existe abundante literatura que muestra cómo el MAS ha construido su discurso político apelando a las características étnicas (Van Cott, 2000, 2003, 2005; Alcántara y Marenghi, 2007; Madrid, 2008, 2012; Rice, 2011), características que además están especialmente alineadas hacia componentes identitarios de los pueblos mayoritarios quechua y aymara (Yashar, 2005; Flesken, 2013, 2014). Sobre la segunda parte, cabe argumentar que aunque el MAS construye su discurso cohesionador apoyándose y reafirmando componentes identitarios, el discurso no actúa sobre un terreno neutro, sino sobre estructuras étnicas que presentan los menores niveles de variables disgregadoras. Así, como muestran los datos de el cuadro 10, el pueblo aymara presenta el menor nivel de mestizaje, y el quechua el menor porcentaje de español como lengua materna, siempre en comparación con el resto de los pueblos indígenas (la variable Media Luna, proxy de la migración como elemento disgregador, no aporta mayores datos).24 La apelación a los componentes identitarios de los pueblos de tierras altas quechua y aymara en el discurso político del MAS se dirigía, por lo tanto, a los pueblos con menor exposición a las variables disgregadoras y en consecuencia aquellos sobre los cuales se maximiza la probabilidad de éxito del discurso cohesionador.
Fuente: LAPOP, 2004, 2006, 2008, 2010, 2012, 2014, Vanderbilt University. La variable mestizo muestra el porcentaje de mestizos por grupo étnico, lengua española, el porcentaje de individuos que aprendieron el español como primera lengua, y Media Luna el porcentaje de población que vive en los departamentos de Santa Cruz, Beni, Pando o Tarija. Nótense los cambios de tendencia visibles para 2014, que pueden interpretarse a la luz de las modificaciones en las preguntas de autoidentificación en la línea ya expuesta en el texto.
Conclusiones
El análisis desarrollado ilustra, de forma general los procesos que dieron lugar a las vinculaciones étnico-electorales en Bolivia, su importancia y su medición, y de manera particular, presenta una argumentación que permite articular una teoría sobre el voto étnico en el país. Los diversos fenómenos descritos, como el declive del sistema de partidos tradicionales, el surgimiento de partidos indigenistas, la aparición de los movimientos sociales y la emergencia del MAS como fuerza política hegemónica ayudan a comprender la manera en que lo étnico fue ocupando una posición central en la agregación de las preferencias sociales, inspirándose en la tradición política katarista y valiéndose de los movimientos sociales como canales de accionar político hasta convertirse en el fenómeno contemporáneo que mejor explica el comportamiento electoral del país. El alto poder explicativo de las variables de autoidentificación étnica como determinantes del voto a favor o en contra de los diferentes partidos políticos confirma este punto.
Así, la afinidad de los pueblos indígenas mayoritarios con Evo Morales y el MAS, unido a los bajos ingresos y a las posiciones políticas de izquierda, dibujan un escenario de voto étnico parcial, donde un porcentaje importante de la población boliviana (quechuas y aymaras) vota de acuerdo con su identidad y afinidad étnica, mientras que otro porcentaje igualmente importante (grupos étnicos guaraní, chiquitano, mojeño y no indígena), no lo hace. Estos resultados ilustran otro elemento menos aparente, concretamente las diferencias en la intensidad de preferencias entre estos pueblos afines al MAS, sistemática y significativamente superior en el caso del pueblo aymara.
Dentro de esta perspectiva, la existencia de voto étnico y de clivajes étnicos políticamente relevantes en el voto al MAS se explica a partir de un conjunto de argumentaciones en el que la cohesión grupal, el discurso político y las variables disgregadoras de lo étnico se presentan como elementos fundamentales. De esta forma mostramos cómo la pugna existente entre las variables disgregadoras de lo étnico y el accionar político puede dar lugar a un grupo étnico suficientemente cohesionado allá donde el discurso político actué como práctica aglutinadora efectiva. El resultante clivaje étnico conduce potencialmente y mediante un proceso electoral a la aparición del voto étnico.
Esta exposición del fenómeno del voto étnico con un enfoque estructural ha permitido abordar fenómenos generalmente descritos en la literatura desde puntos de vista más coyunturales. Así, la existencia de clivajes étnicos políticamente relevantes, estadísticamente evidenciados en los pueblos quechua y aymara, se explica a partir de su menor exposición a variables disgregadoras, lo que a su vez habría favorecido la efectividad del discurso político del MAS como elemento aglutinador. Por su parte, la mayor fidelidad observada en el pueblo aymara hacia el MAS, en comparación con el pueblo quechua, también coincide con los planteamientos teóricos desarrollados, en correspondencia con el menor riesgo de influencia de las variables disgregadoras.
Además, cabe destacar que la inexistencia de un voto étnico por parte de los bolivianos no indígenas, guaraníes, chiquitanos y mojeños, posiblemente coadyuva al predominio de la formación política oficialista y, de facto la posiciona como la única alternativa viable, aunque también evita un posible
escenario de mayor polarización. Por otro lado, el propio fenómeno del voto étnico, aun presentándose de forma parcial, reduce la posibilidad de que la dinámica de elección pública transcurra sobre planteamientos puramente políticos, lo que conduce a una focalización de la autoidentificación étnica como razón esencial en la elección de voto para, al menos, buena parte de
quechuas y aymaras, lo que resulta de enorme interés para un país como Bolivia, que se encuentra en pleno proceso de construcción de un Estado Plurinacional y multiétnico.