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Política y gobierno

versión impresa ISSN 1665-2037

Polít. gob vol.18 no.2 Ciudad de México ene. 2011

 

Artículos

 

El efecto de las leyes electorales sobre la fragmentación partidaria en Chile, 1999-2008: Voto estratégico, barreras de entrada e información

 

The Effect of Electoral Laws on the Partisan Fragmentation in Chile, 1999-2008: Strategic Vote, Barriers to Entry and Information

 

Sergio Toro Maureira, Mauricio Morales Quiroga y Rafael Piñeiro Rodríguez*

 

Artículo recibido en enero de 2010
Aceptado para su publicación en septiembre de 2010.

 

Resumen

Este artículo analiza los efectos de las fórmulas mayoritarias sobre el número efectivo de candidatos en las elecciones de presidente (mayoría absoluta) y alcalde (mayoría relativa) en Chile. Aunque teóricamente se esperaría una mayor fragmentación con el sistema de mayoría absoluta con dos vueltas, los autores demuestran que para el caso chileno se observa precisamente lo contrario. La fragmentación es mayor en el sistema de mayoría relativa. Esto se explica por los menores costos de entrada e información que existen para las elecciones de alcalde respecto a las presidenciales. Respaldamos esta hipótesis con un modelo estadístico en serie de tiempo con datos en formato de panel (cross-sectional time series regression model). Utilizamos los datos electorales agregados hasta el nivel comunal para los comicios municipales de 2004 y 2008, y para las elecciones presidenciales de 1999 y 2005.

Palabras clave: sistemas electorales, voto estratégico, entrada estratégica, fragmentación.

 

Abstract

This article analyzes the effects of majoritarian formulas on the effective number of candidates in the elections for president (absolute majority) and mayor (relative majority) in Chile. Although, in theory, greater fragmentation with the absolute majority system with run-off voting would be expected, the authors demonstrate that, in the case of Chile, precisely the opposite is observed. Fragmentation is greater in the relative majority system. This is explained by the lower entry and information costs that exist in mayoral elections with respect to presidential ones. We support this hypothesis with a time series statistical model (cross-sectional time series regression model). We use electoral data added to the communal level for the 2004 and 2008 municipal elections, and for the 1999 and 2005 presidential elections.

Keywords: electoral systems, strategic vote, strategic entry, fragmentation.

 

Introducción

Una de las líneas sobresalientes dentro de la ciencia política actual es la discusión relacionada con los efectos del sistema electoral sobre el sistema de partidos. De acuerdo con gran parte de los trabajos que se ocupan de esta relación causal (Duverger, 1951; Cox, 1997), el tipo de sistema electoral tendría una incidencia importante sobre la cantidad de partidos viables. En particular, la hipótesis principal de las llamadas leyes de Duverger se refiere a que mientras los sistemas proporcionales estimulan el multipartidismo, los mayoritarios contribuyen a reducir el número de actores en competencia. De la misma manera, estos autores han señalado que el tipo de sistema mayoritario también suele ser determinante, precisamente porque los incentivos sobre la competencia cambian en aquellas elecciones que poseen reglas mayoritarias de una sola vuelta, en relación con otras en las que se recurre a una segunda instancia para dirimir la mayoría absoluta. En los sistemas de mayoría simple, el voto estratégico implica que los votantes respalden a algún candidato que consideren más fuerte, aunque no sea su primera preferencia. De acuerdo con la lógica de M (magnitud de distrito) + 1, como límite del número de candidatos viables, lo más probable es que la competencia se focalice en los dos candidatos que lideran las preferencias de los electores. Por lo tanto, en estos sistemas se esperaría contar con una menor fragmentación respecto a los de mayoría absoluta con segunda vuelta. En estos últimos, los candidatos tienen la expectativa de avanzar hacia el ballotage o de, al menos, participar en la primera vuelta como medida de presión o de negociación frente a los ganadores. Por otro lado, los votantes entienden que pueden expresar su primera preferencia en la primera vuelta y luego, en la segunda —si su candidato no obtuvo el primer ni el segundo puesto— decidir entre los dos que hayan obtenido el mayor número de votos en la primera instancia.

El caso chileno ofrece una buena oportunidad para comprobar esta relación causal, en especial porque desde la reforma aplicada a las elecciones locales en el año 2004 el país logró combinar fórmulas de mayoría absoluta y relativa para elegir presidente y alcaldes respectivamente. Así, la convivencia de los dos sistemas de mayoría se ha transformado en un buen aliciente para demostrar si el grado de fragmentación que se produce para ambas elecciones cumple con los supuestos teóricos de que las fórmulas de segunda vuelta estimulan la competencia de más candidatos en comparación con los de mayoría relativa y, de no ser así, ensayar algunos factores que podrían influir en los resultados de esta fragmentación. En consecuencia, el artículo sostiene que los efectos reductores no sólo están contenidos en el tipo de fórmula electoral, sino que éste se encuentra mediado tanto por la coordinación estratégica de los votantes (voto estratégico), como por los diferentes costos de entrada de los candidatos (entrada estratégica) y la información disponible de unos y otros.

Para demostrarlo hemos diseñado una estrategia de análisis en dos niveles. El primero se refiere precisamente a la comparación entre las dos fórmulas y su repercusión sobre el número de candidatos viables en Chile. En este punto señalamos que las elecciones locales ofrecen mayor oportunidad de entrada estratégica de candidatos independientes que rompería con la línea causal que nos señala la teoría, para ocasionar una fragmentación mayor en las elecciones de alcalde que en las de presidente.

Un segundo nivel de análisis se relaciona con ensayar algunas variables que mediarían la fragmentación dentro de las elecciones municipales. Aquí sostenemos que la búsqueda de reelección (incumbencia), así como los costos de entrada y condiciones de información sobre la competencia electoral, inciden significativamente en el número efectivo de partidos. Para la incumbencia afirmamos que la presencia en la competencia de un alcalde que busca la reelección es una variable que influye mucho en la disminución del número de candidatos viables en las comunas por el efecto de disuasión que se provoca en los eventuales desafiantes. Por otro lado, se señala que los costos de entrada y grados de información tienen un peso significativo en la explicación de los niveles de fragmentación. Esta hipótesis se sostendría al observar comunas de distinto tamaño bajo el supuesto de que tanto las pequeñas como las grandes tendrían menores problemas de coordinación que las medianas. La idea es que mientras las comunas de menos habitantes tienen mayor facilidad para difundir ¡ocalmente información sobre las preferencias ciudadanas (pensemos que en Chile existen quince comunas que no superan los dos mil inscritos si se consideran los comicios de 2004), en las comunas grandes los comportamientos estratégicos son facilitados por los altos costos de entrada y capacidad para levantar información a partir de encuestas. Se esperaría entonces una relación de U invertida entre la fragmentación y el número de electores por comuna, principalmente porque en las comunas medianas existirían mayores dificultades para la coordinación estratégica, producto de costos de entrada más accesibles e información insuficiente entre votantes y candidatos para predecir eventuales resultados.

La ventaja de estudiar el caso chileno se sostiene sobre dos supuestos esenciales. El primero es que el país posee un sistema de partidos nacionalizado donde la proliferación de partidos locales es mínima. Múltiples trabajos (Valenzuela, 1995; Scully, 1992; Tironi y Agüero, 1999) han demostrado que la configuración del sistema de partidos en Chile se ha mantenido sobre la base de clivajes nacionales que han orientado las estrategias políticas de los actores. Este punto es importante pues controlaría los problemas de agregación anunciados por Cox (1997) y haría viable la comparación entre lo local y lo nacional. El segundo supuesto se relaciona con que la competencia partidaria en todos sus niveles se basa en dos grandes coaliciones. A pesar de que Chile se basa en un sistema multipartidista, las coaliciones se han ido constituyendo en agentes que administran estratégicamente la nómina final de los candidatos tanto en las elecciones presidenciales como en las comunales. Esto se explica básicamente por la utilización de un sistema electoral binominal para la elección de los congresistas (Magar et al., 1998; Navia, 2005; Torcal y Mainwaring, 2003; Huneeus, 2006; Siavelis, 1997,2004).

El artículo se divide en cuatro partes. En la primera se formula una discusión teórica sobre las implicaciones del sistema electoral en los diseños y estrategias partidarias. En la segunda se describen los sistemas electorales aplicados en Chile al igual que la evolución de la fragmentación partidaria. En la tercera analizamos los datos disponibles comparando los índices de fragmentación en las elecciones de alcaldes de 2004 y 2008, y las presidenciales de 1999 y 2005 en el ámbito comunal. Finalmente, realizamos un análisis inferencial mediante la construcción de un panel de datos por comuna que incluye estas cuatro elecciones con su respectivo nivel de fragmentación, controlado por variables como incumbencia y número de electores. La técnica que aplicamos consiste en un modelo de regresión lineal en serie de tiempo que incluye los efectos de grupos (longitudinalpanel data analysis). El modelo es de tipo cross-sectional time series.

 

La dimensión teórica del problema

La discusión sobre la relación causal entre sistemas electorales y sistemas de partidos se ha bifurcado en dos grandes corrientes teóricas. Por una parte, están aquellos que suscriben un enfoque institucionalista que asume los sistemas electorales como variables explicativas del tipo de sistema de partidos resultante. Un trabajo seminal en esta discusión es el de Duverger (1951), quien distingue entre sistemas proporcionales y mayoritarios de una o dos vueltas. Sostiene que los sistemas proporcionales llevan a sistemas multipartidistas con partidos rígidos e independientes, mientras que los de mayoría simple conducen a paisajes políticos bipartidistas. De la misma forma, cataloga el sistema mayoritario de dos vueltas como generador de sistemas multipartidistas pero con una mayor flexibilidad e interdependencia. Las llamadas "leyes de Duverger" se consolidaron como un elemento importante para los análisis de las reglas electorales. Sobre estas últimas se desarrolló una serie de trabajos hasta hoy muy relevantes en la discusión politológica (Rae, 1971; Taagepera y Shugart, 1989; Cox, 1997, Boix, 1999; Colomer, 2005,2007; Negretto, 2006; Benoit, 2007, entre muchos otros).

A partir de este énfasis institucional surge una respuesta que se inclina mucho más hacia la base social del surgimiento del sistema de partidos. En esta respuesta, los sistemas se observan como resultado de clivajes societales o de fisuras programáticas. Esta línea, inaugurada por Lipset y Rokkan (1967), entiende el sistema político como una construcción histórica diseñada en diferentes condiciones de desarrollo y política nacional, donde las bases sociales se ven enfrentadas a divisiones críticas que luego los partidos deben movilizar e integrar. Lijphart (1991), por ejemplo, sostiene que el número de partidos se explica, principalmente, por el número de dimensiones programáticas en competencia. Así, los sistemas más complejos, generalmente adosados a sociedades heterogéneas, tenderán a presentar un mayor número de partidos, dadas las posturas frente a siete dimensiones: socioeconómica, religiosa, ético-cultural, urbana-rural, apoyo al régimen, política exterior y posmaterialista. Este análisis es respaldado por Ordeshook y Shvetsova (1994), quienes sostienen que en sociedades heterogéneas y con fórmulas proporcionales, la fragmentación aumenta, contrario a la aplicación del mismo sistema en sociedades homogéneas.

Indudablemente, hay una tensión entre visiones catalogadas como "determinismo institucional" y "determinismo social". Cox (1997) trata de conciliar ambas posturas señalando que si bien es razonable pensar que los sistemas de partidos se ven influidos por divisiones programáticas, no es menos cierto que los sistemas electorales repercuten sobre el comportamiento estratégico de los actores tanto a nivel de partidos como de electores. De lo contrario, como sostiene el autor, no tendría sentido buscar otras fórmulas electorales si los sistemas no fuesen importantes. Para corroborar esta afirmación, compara la fragmentación para Cámara y Senado en distintos países. Entonces, si sólo son los clivajes los que determinan el número de partidos, lo esperable es que la fragmentación fuese igual para ambas instancias. Los resultados, claramente, refutan esta tesis. De acuerdo con esto, Cox (1997) sostiene que las posturas institucionalistas y sociológicas tienen cierta secuencia en el desarrollo del sistema partidario. Para el autor, las posturas sociológicas podrían ser el punto de partida de las visiones institucionalistas para especificar cómo y qué tipos de clivajes cuentan en diferentes sistemas electorales. La idea de Cox es que existen tres etapas que permiten observar la configuración del sistema de partidos: la transformación de los clivajes en preferencias partidarias (efecto social), la transformación de las preferencias partidarias en votos (voto estratégico) y la transformación de los votos en escaños (efecto mecánico del sistema). Es decir, no es exclusivamente el número de dimensiones como tampoco la estricta regla electoral lo que explica la fragmentación, sino que es una combinación de ambas en términos nacionales.

Si bien el debate y la posterior conciliación de los argumentos sociales e institucionales han sostenido buena parte de la discusión académica en ciencia política (Boix, 1999; Colomer, 2005, 2007; Benoit, 2007), no es menos cierto que existe una incipiente literatura que observa que la relación entre el sistema electoral y el sistema de partidos se encuentra mediada por otros supuestos que relativizarían la idea de una relación causal directa. En lo fundamental esas variables estarían referidas a los tipos de información recibida por los electores (Clough, 2007; Merolla, 2008), a la secuencialidad de las elecciones y el orden de relevancia que se le entrega a una y otra (Meirowitz y Tucker, 2007) y también a la presencia o no de agentes que buscan la reelección (Coxy Katz, 2002).

En términos de información, por ejemplo, Emily Clough (2007) observa que la relación entre sistema electoral y sistema de partidos no siempre está en función de las leyes de Duverger incluso cuando los votantes son estratégicos. Señala entonces que una variable central es precisamente la cantidad de información disponible. Los entornos de baja información tendrían de por sí un incremento en el número efectivo de partidos adosado a la descoordinación de los votantes. El aporte de Clough fue señalar que la carencia de información global (encuestas), no necesariamente implicaba desinformación por parte de los votantes, principalmente porque éstos buscaban suplirla con información local (amigos, colegas, vecinos). Por medio de una fórmula de observación llamada agent-based modelling, la autora demuestra que la información local también puede ser útil para la coordinación siempre y cuando ésta sea suficiente. Cuatro son las principales conclusiones: i) la información tiene un efecto positivo en la coordinación de los votantes; ii) sin información las leyes de Duverger no funcionan; iii) mientras más información recolecte la persona de otras personas, más crece la posibilidad de coordinación, y iv) mientras más partidos existan inicialmente, más difícil es coordinarse en entornos de baja información. De la misma manera, Merolla (2008) se cuestiona la importancia de la información para la coordinación estratégica y más específicamente respecto al rol de las élites en este tema. Si bien Merolla reconoce que una información perfecta aumenta la probabilidad de un voto coordinado, sugiere que las élites políticas tienen la capacidad de exponer al votante a señales de información y contrainformación que pueden llegar a afectar la decisión de los electores. Esto es particularmente cierto cuando las señales de uno u otro están patrocinadas por grupos o personas que poseen credibilidad pública.

Desde la misma base de discusión existen otros autores que intentan capturar los efectos de las elecciones secuenciales como elemento esencial en la configuración de las preferencias. Así, las visiones centradas en el split ticket voting entre dos elecciones como forma de moderar los resultados de política (Born, 1994; Alesina y Rosen thai, 1995; Bawn 1999; Burden y Kimball, 1998; Grofman et al., 2000) o la de envío de mensajes a los candidatos en dos elecciones secuenciales de diferente trascendencia (Meirowitz y Tucker, 2007) han sido acercamientos a la estrategia del votante donde se relativiza la idea del voto estratégico. Estos últimos, por ejemplo, señalan que cuando una elección menos importante precede a otra importante, los votantes estarían ante un trade off entre enfrentar la elección de la manera deseada o influir en la actuación de los candidatos para la elección siguiente. De esta forma, los autores señalan que, en contraste con otras formas donde la premisa es no desperdiciar el voto y centrar éste en los partidos con probabilidades de triunfo (generalmente los establecidos), la motivación central de un modelo de transmisión de mensaje es votar en elecciones de menos trascendencia por partidos que están fuera del sistema y son más extremistas en sus propuestas.

Enseguida, la discusión sobre variables que mediatizan la idea del voto estratégico se encuentra truncada si no se incorpora la vasta literatura sobre incumbencia en los efectos de los resultados electorales. La gran trayectoria de investigaciones sobre el tema (Erikson, 1971; Abramowitz, 1975; Ferejhon, 1977; Fiorina, 1977; Fenno, 1978; Jacobson, 1978; Carnet al., 1984; Gelmany King, 1990; Gaines, 1998; Carey et al., 2000; Petrociky Deposato, 2004; Ashworth y Bueno de Mesquita, 2008) ha demostrado una relación asimétrica entre la persona que busca la reelección y quien lo desafía, explicando cómo las estructuras de competencia se ven afectadas ante la ventaja de un candidato que busca la reelección y que posee trabajo y visibilidad en el distrito. A esto se ha adicionado la relación entre gasto en campañas y éxito electoral, discutiéndose su fuerza y direccionalidad tanto para incumbentes como para desafiantes (Jacobson, 1990; Palday Palda, 1998; Green y Krasno, 1988; Samuels, 2001,2002). Si bien el análisis teórico de la incumbencia ha tenido demostraciones que confirman fuertemente la hipótesis principal, hay visiones que entregan a la decisión de entrada estratégica de los incumbentes un poder clave en la idea de ventaja de quien busca la reelección (Cox y Katz, 2002; Engstrom y Monroe, 2006). Es decir, cuando los incumbentes observan peligro en su pretensión de mantenerse en el cargo, prefieren hacer un retiro estratégico y dejar abierta la competencia en el distrito.

Aun así, estas líneas teóricas tienen un buen desarrollo en lo que se refiere a los factores sociales e institucionales sobre la configuración del sistema de partidos en Chile y uno mucho menor en la coordinación estratégica de los votantes. A continuación revisamos esa literatura y nos enfocamos en algunos resultados en términos de leyes electorales, fragmentación y desempeño de las coaliciones.

 

El sistema de partidos en Chile: fragmentación y desempeño de las coaliciones

La discusión sobre la conformación del sistema de partidos en Chile también ha navegado por las explicaciones de determinismo social e institucional. Ambos argumentos han sido utilizados para explicar continuidades y cambios del sistema de partidos postautoritario, incluso en algunos casos existen debates muy relevantes para comprender el juego político y electoral del país. Scully (1992) y Valenzuela (1995,1999), por ejemplo, explican que el sistema partidario chileno se conformó gracias a dos rupturas ideológicas y programáticas claves: clerical-anticlerical y derecha-izquierda. La idea de los autores es que, a pesar del extenso periodo autoritario, el sistema de partidos en la democracia después de 1989 reapareció con más continuidades que cambios respecto al sistema previo al golpe militar de 1973. Esto, debido a la latencia y resurgimiento de las viejas fisuras generativas, además de la sobrevivencia de antiguos partidos como el socialista, demócrata cristiano y radical. De hecho, el sistema de partidos chileno está entre los más antiguos de la región junto a Uruguay, Honduras, Argentina, Paraguay y Colombia.

Sobre la misma base teórica, Tironi y Agüero (1999) señalaron que el sistema de partidos chileno había sufrido un cambio sustancial luego del retorno a la democracia, principalmente por la aparición de una nueva fisura generativa provocada por los partidarios y opositores al régimen militar. Se trataba del surgimiento de un nuevo paisaje político chileno dominado por la aparición de la polaridad autoritarismo-democracia desde el plebiscito de 1988. Como consecuencia, a pesar del resurgimiento en la contienda electoral de prácticamente los mismos partidos políticos que existían antes del golpe, la división entre el apoyo y el rechazo al régimen militar, sumado a la estructura binominal en el sistema de elección parlamentaria, llevó a que los partidos decidieran aglutinarse en dos coaliciones cuyo sentido era, por un lado, defender parte de las estructuras heredadas de la dictadura y, por el otro, volver a un sistema democrático de representación popular. De esta forma, Tironi y Agüero (1999) sostuvieron que la realineación y reconfiguración del sistema de partidos chileno en el eje autoritarismo-democracia debió integrar las antiguas dimensiones y superponerse a los quiebres históricos de carácter religioso y social que tuvieron su origen a finales del siglo XIX. Valenzuela (1999) critica esta interpretación señalando que autoritarismo-democracia no es un clivaje en sí mismo, sino que representa una división política perdurable que produce alineamientos y realineamientos. Es cierto que este eje impulsó la conformación de dos grandes coaliciones, pero no puede ser entendido como un clivaje en los términos originales propuestos por Lipsety Rokkan (1967). Las verdaderas rupturas sociohistóricas se forjaron en el siglo XIX y rigen en la actualidad. De hecho, en las discusiones parlamentarias es posible observar la vigencia de los antiguos clivajes incluyendo el religioso, en particular cuando se discuten temas como la despenalización del aborto o el divorcio. "Por lo mismo, pienso que aún existen subyacentes al sistema actual las distintas tendencias políticas que se remontan a varias generaciones. Las lealtades a dichas tendencias, expresadas a través de etiquetas partidarias, forman la base esencial de las dos coaliciones principales que se disputan el grueso del electorado chileno" (Valenzuela, 1999, p. 289).

Por otro lado, existen visiones estrictamente institucionalistas en torno a las transformaciones del sistema de partidos. Su interés radica en medir el efecto del sistema electoral binominal sobre la fragmentación partidaria. Uno de los primeros exponentes de esta idea es Rabkin (1996), quien observó que el sistema electoral tendía a reducir la polarización e incentivar una competencia centrípeta entre dos grandes coaliciones. Si bien los hallazgos de Rabkin fueron rebatidos en torno a los efectos reales de la polarización del sistema (Rahaty Sznadjer, 1998; Magar et al., 1998), la idea de conformación de dos coaliciones dominantes de la arena política ha perdurado hasta hoy. De cualquier manera, el hecho de una competencia entre dos coaliciones fuertes no ha sido motivo para dejar de observar el grado de fragmentación partidaria. Es más, algunos autores (Siavelis, 1997; Cabezas, 2006; Cabezas y Navia, 2005) han sostenido que, a pesar de los intentos del legislador por diseñar un sistema que reduzca la fragmentación, el número efectivo de partidos antes de 1973 y después de 1989 no ha variado sustancialmente (véase la gráfica 1). Para los autores el sistema electoral binominal para elecciones parlamentarias no sería una variable determinante para explicar el grado de fragmentación. De hecho, habría una importante continuidad de los partidos entre el Chile previo a 1973 y el posterior a 1989 (Garrido y Navia, 2005).

Si bien existe suficiente evidencia en cuanto a la continuidad en el grado de fragmentación, esto no puede entenderse como una continuidad en las relaciones de competencia. La amplia literatura sobre el sistema binominal subraya, precisamente, los incentivos que éste promueve para la formación de coaliciones, la administración de la competencia y la vigencia de dos grandes alianzas (Navia, 2005; Huneeus, 2006; Altman, 2004). Nuevamente, la discusión no queda totalmente saldada. Es decir, en una primera instancia parece que el binominal no tuvo efectos sobre la fragmentación partidaria, pero sí sobre las relaciones de competencia. En ese sentido, los problemas de endogeneidad persisten, pues al binominal se le atribuye parte del efecto causal sobre el sistema de partidos, pero también se le resta importancia al analizar lo que casi naturalmente se le atribuye a un sistema electoral: sus efectos sobre la fragmentación. Ante todo, lo interesante es que la formación de pactos, producto de las reglas electorales propias de la elección parlamentaria, ha trascendido en otros niveles electorales y con otras fórmulas. La gráfica 2 muestra el número efectivo de pactos electorales para las elecciones de concejales (proporcional) alcaldes (mayoritario relativo), presidencial (mayoritario absoluto) y parlamentarios (binominal con fórmula proporcional). En éste se puede observar cierta uniformidad para la gran mayoría de los eventos.

En las elecciones presidenciales de 2005 la fragmentación sube respecto a 1999, llegando a tres, lo que se explica por la competencia de dos candidatos por el pacto de centro-derecha, Alianza por Chile (Joaquín Lavín y Sebastián Pinera), que obtuvieron porcentajes similares (Morales, 2008). En las elecciones de alcaldes 2008, en tanto, la fragmentación sube levemente a 3.66, pero en este punto debemos hacer una precisión: este valor fue calculado considerando que la Concertación compitió con dos listas para concejales. Técnicamente, compitió la Concertación Democrática (compuesta por el PS y el PDC) y la Concertación Progresista (PPD y PRSD). En alcaldes, si bien los candidatos estaban afiliados a alguno de los pactos, la Concertación como tal coordinó de tal forma que compitiera sólo un candidato, ya fuera de la Concertación Democrática o de la Concertación Progresista. Cuando sumamos ambas coaliciones, la fragmentación llega a 3.04, valor muy similar al de la contienda presidencial de 2005.

Respecto a las elecciones municipales, Chile ha experimentado dos grandes cambios en relación con el sistema electoral. En 1992 el sistema no consideraba la elección directa de los alcaldes, sino que éstos surgían del grupo de concejales electos por cada comuna. Así, era alcalde el candidato a concejal de la lista más votada y que, al menos, hubiese obtenido 35 por ciento de los votos. Si no se cumplía con tal requisito, el alcalde era electo en una votación donde participaban todos los concejales. Si alguna de las coaliciones no lograba la mayoría en el Concejo Comunal, el periodo de cuatro años se repartía en dos para cada pacto.

Para 1996 el sistema abandona la elección indirecta, aunque el alcalde sigue siendo electo entre el grupo de concejales. De acuerdo con Bunker (2008), la proclamación del alcalde correspondía al concejo municipal de acuerdo con el criterio de concejal más votado con un pacto que tuviera al menos 30 por ciento de los votos válidamente emitidos de la comuna. El no cumplimiento de esta última condición habilitaba a una proclamación del candidato más votado que además perteneciera a la lista más votada. De nuevo, el incumplimiento de esto último daba la opción de proclamar al candidato más votado de la lista más votada. El empate en esta última condición habilitaba al Tribunal Electoral Regional a sortear el cargo en sesión pública (Bunker, 2008, p. 4).

En 2004 se modifica nuevamente la ley. Esta vez se instituye la elección directa y separada de alcaldes. Para la elección de alcaldes el sistema es de mayoría relativa, mientras que en concejales se mantiene el sistema proporcional a través de la fórmula D'Hondt. Este sistema favoreció claramente en esta primera etapa a la Concertación, pues obligaba a los pactos a nominar sólo un candidato a alcalde y, por lo tanto, todo el proceso se zanjaba en las negociaciones y no en el desarrollo de las campañas como ocurría con el sistema previo. Para 1996 y 2000, por ejemplo, era necesario que los pactos se inclinaran por un candidato privilegiado sobre el que se concentraba la votación. Esto impedía que todos los candidatos de ese pacto realizaran campaña. En ese sentido, se requería una gran disciplina partidaria en la que la Alianza coordinó mejor que la Concertación. De hecho, en 2000 la Alianza consiguió 167 alcaldías, para reducirse a 104 en 2004.

La gráfica 3 muestra el desempeño electoral de las coaliciones para elecciones presidenciales. Como se observa, al inicio de la nueva democracia en Chile la Concertación era una coalición claramente predominante. El quiebre se da en las elecciones de 1999, cuando Joaquín Lavín estuvo muy cerca del triunfo sobre Ricardo Lagos. En 2005, en tanto, la Concertación optó por Michelle Bachelet, una candidatura atípica que representó la llegada de las mujeres al poder y la renovación de liderazgos. Si bien Bachelet enfrentó una segunda vuelta, su triunfo fue ostensiblemente más cómodo que el de Lagos en 1999. En 2009, la Concertación fue derrotada. A pesar de que Bachelet concluyó su mandato con niveles asombrosamente altos de aprobación presidencial (en torno a 80 por ciento), no fue capaz de traspasar este apoyo al candidato de la Concertación, Eduardo Frei Ruiz-Tagle.

Estos resultados se reproducen de manera más o menos similar para las elecciones parlamentarias y locales considerando las características del sistema de partidos. Si bien para las elecciones locales hay un mayor número de candidatos independientes, de todas formas se mantiene la configuración bipolar del sistema (Shuster, 2008; Morales, 2009).

 

Fragmentación de candidatos en elecciones presidenciales y municipales

Constatamos que si bien el sistema electoral binominal para los cargos al Congreso no generó un efecto reductor en la fragmentación partidaria respecto al periodo preautoritario, sí provocó cambios en los incentivos de competencia. En efecto, aunque Chile sigue siendo multipartidista, los agentes partidarios en competencia se han coordinado en favor de mantener una disputa en todos los niveles a través de dos coaliciones predominantes. Por otro lado, distintos autores se han hecho cargo de cómo los diferentes clivajes han dibujado el paisaje político chileno, confirmando además la conformación de un sistema de partidos nacional y centralizado (Valenzuela, 1995, 1999; Torcal y Mainwaring, 2003; Navia, 2005; Huneeus, 2006, entre otros). Ambos puntos son relevantes para hacer factible una comparación de las fórmulas mayoritanas para elegir presidente y alcaldes. Mientras la idea de que un sistema nacionalizado controlaría posibles diferencias entre las preferencias locales y nacionales, un sistema de dos coaliciones fuertes regularía inconsistencias en términos de polarización ideológica en ambos niveles. Esta sección buscará caracterizar y comparar ambas elecciones con una lógica descriptiva y dar el primer paso respecto a si existe influencia del sistema electoral en el número efectivo de candidatos.

Desde 1989 las elecciones presidenciales chilenas han sido protagonizadas principalmente por dos candidatos. La excepción la constituye la elección de 2005, cuando la Alianza compitió con dos nombres elevando a tres el número de candidatos viables. Si bien en 1989 hubo tres candidatos, el tercero llegó a 15 por ciento. En 1993 compitieron seis candidatos, pero el predominio claro del representante de la Concertación provocó que el resto de los candidatos, exceptuando el de la Alianza, sólo bordeara 5 por ciento.

Para 1999, en tanto, y con una cerrada competencia entre Ricardo Lagos y Joaquín Lavín, el número efectivo de candidatos fue el más bajo de la serie, aunque también compitieron seis candidatos en total. Esto no hace más que demostrar el predomino de las dos principales coaliciones y los incentivos estratégicos para nominar sólo a un representante por cada pacto. La excepción la constituyen los comicios de 2005, cuando la Alianza, como señalamos, compitió con dos candidatos. El número efectivo de candidatos llegó a tres. La gráfica 4 muestra el grado de fragmentación para cada elección presidencial.

En términos teóricos lo esperable sería que un sistema de doble vuelta permitiera más fragmentación que uno de mayoría relativa (Duverger, 1951). De igual forma, la presencia de incumbentes debería estar asociada a una menor fragmentación considerando que, por lo general, estos candidatos absorben un alto porcentaje de los votos y ahuyentan la participación de desafiantes competitivos. No obstante, para Chile la evidencia descriptiva no es contundente al considerar la fragmentación para elecciones presidenciales y municipales. De hecho, si se observan los datos del cuadro 1, el nivel de fragmentación en las presidenciales de 1999 es ostensiblemente menor comparada con la fragmentación para las elecciones de alcaldes de 2004 y 2008. Este resultado, que teóricamente parece contraintuitivo, podría responderse por el efecto de la entrada estratégica ante coaliciones predominantes. Esta combinación fue prevista por Cox (1997) cuando supuso cuatro opciones electorales para el ingreso de un candidato o partido a competencias de etiquetas establecidas. Las opciones que manejaba Cox se referían a: 1) la abstención de actuar en el frente electoral; 2) la influencia en los procesos de nominación para conseguir distritos seguros; 3) el lanzamiento de una candidatura con la creencia de viabilidad, y 4) la posibilidad de transformarse en un partido de protesta.

En consecuencia, parecería que mientras el alto costo de la competencia presidencial obliga a la competencia a abstenerse de tener nuevos candidatos o simplemente estas posibles nuevas etiquetas se transforman en partidos de protesta, en las estructuras locales los costos de entrada parecen ser menores y, junto a problemas de información entre votantes y candidatos, la competencia se desarrolla entre un mayor número de candidatos con probabilidades. Respecto a la presencia de incumbentes, la evidencia es más consistente con la teoría. Así, la fragmentación es menor en aquellas comunas donde el incumbente decide repostularse al cargo en comparación con aquellas en que toma la decisión opuesta, produciéndose así una competencia abierta. El cálculo está hecho sobre la base de los votos válidamente emitidos por comuna.

Adicionalmente, hemos construido algunas correlaciones entre las fragmentaciones por elección. Esto sirve para descartarla hipótesis de que existan comunas en las que sistemáticamente haya un mayor número de candidatos efectivos. Los datos del cuadro 2 dan cuenta de esto. Los coeficientes de correlación son bastante bajos.

 

Modelo y demostración

Para el desarrollo y la especificación del modelo hemos construido una base de datos en formato de panel y en serie de tiempo. Cada comuna (345 en total) tiene cuatro observaciones según el año de elección (1999, 2004, 2005 y 2008). La variable dependiente la constituye el número efectivo de candidatos. Las independientes, corresponden a una variable dummy que indica si la elección es presidencial (adopta el valor 1) o municipal (alcaldes adopta el valor 0), otra variable dummy que discrimina entre aquellas comunas donde hay presencia de incumbentes (adopta el valor 1 cuando compite un incumbente y 0 cuando la competencia es abierta), los votos emitidos por comuna y los votos emitidos por comuna al cuadrado.1 Las variables elegidas tienen un doble propósito. El primero es comprobar si las leyes de Duverger se cumplen cuando se comparan los dos sistemas mayoritarios en Chile. Ya hemos observado descriptiva y agregadamente que la fragmentación partidaria respecto a ambas elecciones parece contra-intuitiva al observarse un mayor número efectivo de candidatos en las elecciones de alcaldes que en las presidenciales. La lógica entonces es corroborar inferencialmente este hallazgo y controlar otras variables que podrían intervenir en el resultado. El segundo propósito es que, ante la constatación de que las leyes de Duverger no funcionan aisladamente, se puedan observar variables que podrían estar estrechamente relacionadas con la competencia y el número efectivo de partidos. En este punto pretendemos entregar nueva evidencia a los estudios electorales respecto a la influencia de la información y la búsqueda de reelección en el resultado de la competencia. El modelo corresponde a un panel seriado temporalmente (Longitudinal Panel Data Análisis). En otras palabras, el efecto del tipo de elección, la incumbencia y el impacto del número de votantes sobre el número efectivo de candidatos es controlado tanto de acuerdo con los efectos de grupo (comunas), como con los cambios suscitados en el tiempo (año de la elección). La especificación concreta corresponde a un cross sectional time series regression.

Los resultados se muestran en el cuadro 3. En este cuadro, y contra lo esperado teóricamente, el coeficiente de la variable "presidencial" presenta signo negativo y significativo, indicando así que el número efectivo de candidatos, ceterisparibus, es superior en las elecciones municipales con sistema de mayoría simple en comparación con las presidenciales con un sistema de mayoría absoluta con doble vuelta. Esta comprobación permite asegurar que la fórmula electoral no es una variable suficiente para determinar la coordinación estratégica de los votantes.

Uno de los motivos que mejor puede explicar este resultado corresponde a la lógica territorial de la campaña. En las presidenciales, éstas se encuentran totalmente satelizadas por las coaliciones. Como señalamos, en todos los comicios de este tipo siempre compiten dos pactos viables, dejando poco espacio para candidaturas independientes. En ese sentido, es razonable pensar que los electores entreguen su voto a algún representante de estas coaliciones, más allá de que exista segunda vuelta. El ejemplo que mejor gráfica esto corresponde a la presidencial de 1999, con seis candidatos inscritos en la papeleta de votación pero con sólo dos realmente competitivos. Mientras, para 2005 y en un escenario con tres candidatos viables, la sumatoria de ambas coaliciones llegó nuevamente a 95 por ciento. Esto refuerza la idea de que en las presidenciales las coaliciones son claramente predominantes, lo que explica la baja fragmentación.

Por otro lado, en las municipales existe mayor fragmentación debido a la presencia, ya sea de candidatos plenamente independientes o de candidatos que no fueron nominados por el pacto y que deciden competir como independientes. En esos comicios, y aprovechando las bases electorales que han construido en la comuna, logran porcentajes de votación que muchas veces superan al de los candidatos de las dos coaliciones más relevantes. Como se desprende de este apunte, parte importante de los candidatos independientes que logran ser electos como alcaldes se desempeñaron antes como concejales en la comuna (Schuster, 2008). Un dato que respalda esta conclusión es que el número de alcaldes independientes electos aumentó de dos en 2000 a 32 en 2004 y a 40 en 2008. En esta última elección, 19 de los 40 independientes electos fueron candidatos que militaron en algún partido en los comicios de 2004. Esto responde a las restricciones que impone el sistema electoral. En 1996 y 2000 estos candidatos podían formar parte de la lista sumando a ella y, además, con la expectativa de lograr la elección de alcalde si cumplían con algunos de los umbrales manifestados en la ley. Desde 2004, son las coaliciones las que nominan al candidato a alcalde, generando así el malestar de otros aspirantes que muchas veces, al no ser nominados, deciden correr por fuera de la lista.

No obstante, comprobar la ley de Duverger en dos sistemas mayoritarios del caso chileno no es el único objetivo de este artículo. Hemos visto en la teoría que existen variables que mediatizan la relación causal entre el sistema electoral y el sistema de partido y que influyen en la coordinación estratégica de los votantes. Si recordamos a Clough (2007), en entornos de baja disponibilidad de información global, la coordinación o no de los votantes dependería de cuánta información local se es capaz de poseer. Extrapolando esta teoría al caso chileno, una buena medida sería optar por analizar el voto estratégico en las elecciones comunales. Se esperaría que en las comunas grandes (más de 100 mil votantes) la necesidad de generar encuestas e información global resolviera el problema de información y tendiera a una mayor coordinación de los votantes. La misma coordinación se podría esperar de las comunas pequeñas (menos de 35 mil votantes) donde la relación entre las personas responde a parámetros más personalizados y conocimiento mutuo. Como consecuencia, la menor preponderancia de levantar información global de las comunas medianas (entre 35 mil y 75 mil votantes), sumado a los parámetros individualistas de las ciudades, provocaría una menor coordinación de los votantes y por lo tanto un mayor número efectivo de partidos. En consecuencia, los coeficientes correspondientes a las variables de votos emitidos debería mostrar una relación de U invertida entre el número de votantes y el número efectivo de candidatos en el ámbito comunal.

En la misma línea de razonamiento, los costos de entrada van asociados al nivel de gasto necesario para enfrentar la competencia. Como muestra la gráfica 5, hay una correlación directa y muy estrecha entre el tamaño de la comuna, medida en el número de votos emitidos, y el gasto electoral en dólares.2 Es decir, y como era de esperarse, en las comunas grandes se gasta sustantivamente más que en las pequeñas. Por ejemplo, en la comuna de La Florida votaron 155 195 personas y el gasto total en campañas declarado fue cercano a 300 mil dólares. En la comuna de Timaukel, en tanto, votaron 193 personas y el gasto fue de 1 572 dólares. Esto hace que en las comunas pequeñas, si bien la inversión necesaria para llevar adelante una campaña sea baja, los electores y posibles candidatos pueden tener acceso también a numerosa información confiable a un bajo costo sobre las preferencias electorales, en particular donde existen candidatos incumbentes fuertes. Esto hace que la coordinación electoral entre votantes y las entradas estratégicas de los candidatos puedan definirse en el equilibrio que teóricamente es esperable. Es decir, dos candidatos viables en un equilibro duvergeriano, o más candidatos en caso de un equilibrio no duvergeriano. En este último escenario no resulta claro, ex ante, quién será el primero o el segundo, por lo tanto, ningún candidato es víctima de la deserción estratégica (Cox, 1997).3 En las comunas grandes, suele existir información sobre las preferencias electorales a partir de encuestas y se debe recurrir a una fuerte inversión monetaria para enfrentar el costo de la campaña electoral. Al igual que en las comunas muy pequeñas los costos de entrada y la información disponible para posibles candidatos y electores favorece la coordinación. Inversamente, en las comunas de tamaño mediano los costos no son tan altos como en las más grandes y la información a disposición tampoco suele ser abundante, lo que induce la falta de coordinación electoral. En consecuencia no es raro que las comunas pequeñas y grandes presenten un número efectivo de candidatos menor respecto a las comunas de tamaño medio.

En la misma línea es posible observar que cuando estamos en presencia de candidatos incumbentes, los comportamientos estratégicos tienden a intensificarse. Naturalmente, la presencia de incumbentes va asociada a una disminución del número efectivo de candidatos. Como el incumbente es conocido en la comuna, tiene mayor trayectoria en la zona en comparación con el desafiante, y como tiene información sistemática respecto a sus electores, cuenta con la capacidad de amedrentar o ahuyentar la presencia de candidatos desafiantes fuertes.

Para mostrar de manera más clara lo anterior, construimos una simulación con el paquete "zelig" para R. (Kosuke etal., 2007,2008). En negro se presenta la simulación para competencias abiertas y en gris para competencias en las que participa un candidato incumbente (véase la gráfica 6). Los resultados son muy claros. Cuando la competencia es abierta, es decir, sin participación de incumbentes, la fragmentación es significativamente mayor. Adicionalmente, ésta crece en la medida en que lo hace el tamaño comunal (número de votos emitidos), pero es menor en las comunas más pequeñas y más grandes por las razones que señalamos más arriba. Cuando hay competencia de incumbentes, la fragmentación se reduce, pero tiene el mismo comportamiento que en el caso anterior considerando el tamaño comunal. Es decir, crece en la medida en que aumenta el número de votos emitidos por comuna, pero es más baja en las comunas más grandes y más pequeñas.

 

Conclusiones

A lo largo del artículo hemos buscado comprobar algunas hipótesis de coordinación estratégica en un entorno multipartidista como el chileno, pero con fuerte predominio de dos coaliciones. Específicamente nos hemos centrado en dos tipos de elecciones que por sus reglas deberían generar efectos distintos en términos de número de candidatos: la elección de alcaldes por mayoría simple y la de presidente por mayoría absoluta. Ambas elecciones fueron analizadas en su conjunto llegando a conclusiones que ayudan a la construcción teórica de la relación entre los sistemas electorales y los sistemas de partidos, y a un mejor entendimiento de la lógica política chilena.

El análisis del caso chileno permite demostrar cómo los costos de entrada y la disponibilidad de información de los agentes políticos y los electores inciden sobre la coordinación electoral y el número de candidatos viables. Mediante un análisis de los patrones de votación en cada comuna, demostramos que el número efectivo de candidatos es menor en las elecciones presidenciales, definidas por la fórmula de mayoría absoluta pero con mayores costos de entrada, que en las de alcalde, regidas por mayoría simple y con costos menores. Al observar qué ocurre en las elecciones comunales se advierte que tanto en las comunas pequeñas como en las grandes el número efectivo de candidatos es menor que en aquellas consideradas como medianas.

Mientras que en las comunas medianas los costos son bajos y la información escasa, en las comunas pequeñas, si bien los costos de entrada son menores, tanto los electores como los candidatos cuentan con abundante información sobre las preferencias electorales, lo que permite que los electores se coordinen, aun cuando los candidatos no lo hagan. En las grandes, suele contarse con encuestas de intención de voto y la inversión para realizar una campaña exitosa es onerosa. En consecuencia, tanto en las comunas grandes como en las pequeñas es difícil encontrar candidatos dispuestos a invertir en competencias en las que se puede advertir que la probabilidad de éxito es a priori muy escasa.

Unido a esto, la presencia de candidatos incumbentes, en línea con lo que predice la teoría, disuade el ingreso de nuevos competidores, ya que aporta información decisiva sobre la calidad de los candidatos. Esto queda demostrado con la reducción del número efectivo de candidatos en comunas donde el alcalde buscaba la reelección. Más allá de la fórmula electoral será relevante conocer las características de los candidatos en términos de incumbencia y el tamaño del distrito como aproximación a los costos de entrada e información disponibles.

Con todo, este artículo deja interrogantes abiertas para una nueva agenda de investigación sobre voto estratégico en sistemas multipartidistas. Creemos que la observación de cómo los agentes y votantes se coordinan para hacer frente a reglas electorales mayoritarias en entornos donde la fragmentación es mayor que dos es un buen aliciente para encontrar el equilibrio teórico respecto a las barreras de entrada y la coordinación de los votantes. Esta es precisamente la lección que nos deja el caso chileno.

 

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Notas

1 Chile presenta altos desequilibrios poblacionales. Así, por ejemplo, en la Florida 2008 se emitió un total de 155 195 votos, mientras que en Timaukel fueron 193.

2 Calculado con base en la cotización del dólar que indica el Banco Central de Chile para el viernes 24 de octubre de 2008, último día hábil previo a las elecciones municipales de ese año.

3 Los equilibrios no duvergerianos son poco frecuentes en nuestra base, de 690 elecciones comunales sólo en 5.5 por ciento (unas 38), el ratio de los votos del tercero sobre los del segundo es mayor a 0.9. Si tomáramos como límite para advertir equilibrios no duvergerianos un ratio mayor a 0.8 tendríamos que sólo 10 por ciento de las competencias (72) podrían definirse de esta manera.

 

Información sobre los autores

*Sergio Toro Maureira es director del Departamento de Sociología y Ciencia Política en la Universidad Católica de Temuco, Chile, Campus San Francisco, Av. Manuel Montt 56, Edificio C, Piso 5, Temuco, Chile. Tel. (56) 45 20 55 43. Correo electrónico: storo@uct.cl.

Mauricio Morales Quiroga es director del Observatorio Electoral Universidad Diego Portales, profesor de la Escuela de Ciencia Política e investigador del Instituto de Ciencias Sociales de la misma Universidad, Manuel Rodríguez Sur 415, Santiago, Chile. Tel. (562) 676 20 00. Correo electrónico: mauricio.morales@udp.cl.

Rafael Piñeiro Rodríguez es candidato a doctor en Ciencia Política por la Pontificia Universidad Católica de Chile y becario del Programa de Capital Humano Avanzado de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Chile. Pontificia Universidad Católica de Chile, Av. Vicuña Mackenna 4860, Campus San Joaquín, Macul Santiago Chile. Correo electrónico: rpineiro@uc.cl.

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