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Política y gobierno

versión impresa ISSN 1665-2037

Polít. gob vol.18 no.1 Ciudad de México ene. 2011

 

Artículos

 

La política como profesión. Cambio partidario y transformación social de la élite política en Chile, 1961–2006

 

Politics as Profession: Party Change and the Social Transformation of the Political Elite in Chile, 1961–2006

 

Rodrigo Cordero Vega* y Robert L. Funk**

 

* Rodrigo Cordero Vega es profesor asistente en la Escuela de Sociología de la Universidad Diego Portales. Avenida Ejército 333, segundo piso, Santiago de Chile. Tel: (+562) 676 81 41. Correo electrónico: rodrigo.cordero@udp.cl.

** Robert L. Funk es profesor asistente en el Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile. Santa Lucía 240, Santiago de Chile. Tel: (+562) 977 14 80. Correo electrónico: rofunk@uchile.cl.

 

Artículo recibido en enero de 2009
y aceptado para su publicación en enero de 2010.

 

Resumen:

El artículo busca explicar la relación existente entre la composición social de la élite política chilena y el cambio de las organizaciones partidarias. Al utilizar como caso de estudio los diputados elegidos entre 1961 y 2005, el trabajo explora los factores que han determinado el cambio partidario en el periodo postautoritario, y se enfoca empíricamente a las transformaciones de las características sociales y trayectorias políticas de los diputados. Se sostiene que las transformaciones observadas expresan las tensiones que las tendencias hacia la profesionalización y la democratización han creado en los partidos políticos chilenos.

Palabras clave: socialización, élite política, trayectoria política, cambio partidario, diputados.

 

Abstract:

The paper seeks to deepen our understanding of the relationship between the social composition of the Chilean political elite and party change. Based on a case study of deputies elected between 1961 and 2005, the article explores factors which have determined party change in the post–authoritarian period, concentrating empirically on transformations in the composition of parliamentary elites with regard to their social characteristics and political trajectory. It is argued that these transformations reflect the tensions that tendencies towards professionalization and democratization have created for Chilean political parties.

Keywords: socialization, political elite, political trajectory, party change, deputies.

 

Introducción

La rearticulación de la élite política luego de periodos de dictaduras militares es uno de los aspectos más relevantes en el estudio de los procesos de retorno y transición democrática. Son procesos que determinan los balances en la estructura de poder político y la influencia, representación, relaciones y roles de distintos actores políticos en el marco de la reinauguración de la competencia democrática. Dentro del sistema político, los partidos enfrentan el desafío de la reorganización de sus liderazgos, equipos y redes, junto a una reorientación ideológica que les permita enfrentar nuevos escenarios de complejidad social, económica y cultural (Katz y Mair, 1995; Kitschelt 1994; Kirchheimer, 1990; Gunther et al., 2002; Dalton y Wattenberg, 2000).

El cambio de régimen despierta en los partidos procesos de cambio institucional que generalmente adquieren la doble forma de democratización y profesionalización. Sin embargo, estos procesos, usualmente simultáneos, pueden tener lógicas contradictorias. Por un lado, se produciría una apertura de los canales de participación política y la diversificación de los grupos sociales a los que aspira a representar. Ello incidiría, por ejemplo, en nuevos criterios para la formación y el reclutamiento de los cuadros partidarios, en especial de los representantes en el parlamento. Por otro lado, cada vez más los partidos establecerían estándares y rutinas de trabajo de mayor grado de tecnificación y especialización, que favorecerían la creación de una mayor distancia entre las élites partidarias y los ciudadanos comunes (Best y Cotta, 2000).

En el presente artículo abordamos este problema para el caso de Chile. Para tal propósito centramos nuestro análisis en los cambios y continuidades existentes en la composición social y carreras políticas de los diputados de la antigua y nueva democracia. Es así como consideramos como punto de inflexión el quiebre democrático que en 1973 dio paso a la dictadura militar de Augusto Pinochet y cuya duración se extendió hasta 1989. En efecto, nuestra muestra considera los diputados elegidos para las cuatro legislaturas previas al golpe militar (1961–1973) y las primeras cuatro legislaturas del periodo postautoritario (1990–2006), la que considera 671 casos.

Este estudio adquiere relevancia toda vez que la relación entre el cambio partidario y las transformaciones en los patrones de composición social de las élites dirigentes es un aspecto frecuentemente descuidado en el estudio de las transformaciones del sistema político posdictadura.1 Entre las excepciones destacan los estudios de Morales y Bugueño (2001) sobre los cuadros del partido de derecha Unión Demócrata Independiente (udi), el de Joignant y Navia (2003) sobre las características sociales de los diputados entre 1990 y 2002 y, más recientemente, el de Altman (2008) sobre los patrones de reclutamiento en el Poder Ejecutivo.2 Sin embargo, estos estudios carecen de una mirada intertemporal que incluya el periodo previo a 1973, lo que dificulta la explicación de aspectos, como el impacto del régimen militar en la composición de la élite política de la nueva democracia y el modo en que los partidos han ajustado el reclutamiento de sus líderes y representantes de acuerdo con los cambios en la estructura social del país en las últimas décadas. Para avanzar en esta línea, nuestro análisis considera la información biográfica de los diputados correspondiente a características sociodemográficas, como educación y trayectoria profesional, así como las carreras políticas previas a la obtención del escaño parlamentario.3

Sobre esta base, argumentamos que el proceso de modernización social y política del Chile postautoritario ha tenido un efecto en la composición social de las élites de los partidos políticos, especialmente en el grupo de quienes detentan posiciones de representación en el Parlamento. Desde el punto de vista empírico esto se observa en la discontinuidad de ciertas características de la composición social de la Cámara de Diputados entre el periodo 1961–1973 y el periodo 1990–2006, tales como el nivel educativo, el tipo de profesiones y los cargos políticos desempeñados previamente por sus miembros. Las transformaciones en las trayectorias sociales y políticas de los líderes políticos —vinculadas a cambios en la estructura social del país— y en las lógicas de reclutamiento de los partidos —asociadas con cambios en el sistema político— son regularmente interpretadas como indicadores de la diversificación sociocultural y mayor porosidad de las élites (PNUD, 2004). Contrario a dicha tendencia, en este artículo sugerimos que esto también puede interpretarse precisamente como la expresión de nuevas fuerzas de oligarquización y homogeneización social en el sistema político. En otras palabras, no obstante los procesos de diferenciación social experimentados por el país, la élite parlamentaria mantiene una unidad básica: la homogeneidad de su origen social y carrera política. Estas tendencias, aunque siempre presentes en las instituciones políticas (Michels, 1962), resultan críticas en el caso de Chile. Esto se debe a que, favorecidas por marcos normativos como el sistema electoral binominal, profundizan la división entre el sistema político y la ciudadanía y, por ende, debilitan aún más los vínculos de representación en un país con altos niveles de desigualdad social.

El artículo consta de tres secciones. La primera revisa las principales dimensiones del cambio partidario y su vínculo con los cambios en la composición de sus élites dirigentes. En la segunda destacamos la manera en que estos aspectos se han observado en Latinoamérica y la forma en que han asumido específicamente en Chile. La tercera sección aborda empíricamente las principales transformaciones experimentadas en la composición social de la élite parlamentaria desde 1961, como un indicador que refleja dichos cambios en los partidos. Finalmente, en la cuarta sección, ofrecemos las principales conclusiones del trabajo.

 

Consideraciones generales sobre cambio partidario y élite política

El cambio partidario es un fenómeno multidimensional de transformación institucional que incluye aspectos como representación, organización y competencia. Lo que una parte de la literatura consideraba el declive de los partidos tiende en la actualidad a ser considerado como parte de sus propias dinámicas de cambio y adaptación (Mair, 1997). En términos generales, la variación que experimentan los partidos puede explicarse en función de la interacción de variables exógenas (reacción o adaptación a nuevos contextos socioeconómicos, políticos e históricos) y endógenas (cambios internos necesarios para la supervivencia de la organización), las que funcionan como un mecanismo de retroalimentación (feedback mechanism) (Angell, 2003, p. 89).

A mediados del siglo pasado, la tendencia predominante fue analizar los partidos como canalizadores de preferencias políticas de movimientos sociales, en la medida en que éstos serían el resultado de pugnas y conflictos de orden más bien estructural en la sociedad asociados con procesos de modernización y cambio social (Lipset y Rokkan, 1967). Dichos procesos, según Powell (1982), generarían dinámicas de atomización de las identidades, las que a su vez se reflejarían en nuevas formas de movilización política de acuerdo con aspectos como clase, etnia, religión, entre otros. Estos clivajes sociales se transformaron entonces en una variable central para el estudio de la creación de preferencias políticas y de la respuesta partidaria (Bartolini y Mair, 1990).

Esta forma de representación descansaría en una compleja tensión para los partidos. Por un lado, el deseo de crear y proponer políticas que beneficien a los grupos sociales que representan (Duverger, 1996) y, por otro, la incansable búsqueda de adaptarse a los electores para ser suficientemente atractivos y conseguir los votos necesarios para lograr su objetivo principal: ganar elecciones (Downs, 1957; Riker, 1962). Esta problemática, observada tempranamente por Michels (1962), es definida por Alcántara (2004, p. 41) como las dos caras de los partidos, una enfocada en las elecciones y el poder, y la otra en sus integrantes. Esto, sumado a la teoría espacial de Downs (1957), indicaba que el esfuerzo de los partidos para maximizar sus posibilidades de representación se centrarían en atraer las preferencias de los votantes medianos (median voters).

La relevancia de este fenómeno también residiría en su relación con la calidad de la democracia (Dalton, 1985; O'Donnell, 1994; Luna y Zechmeister, 2005), especialmente los lazos entre los ciudadanos y los tomadores de decisiones a nivel político. Esta relación es quizás uno de los temas más antiguos en la ciencia política, que la ha caracterizado como una relación oligárquica y elitista, enfatizando el poder del liderazgo por sobre la ciudadanía. Pero si entendemos a los partidos políticos como articuladores de la representación, su funcionamiento interno y la composición de sus cuadros deberían ser igualmente relevantes para cuestiones de calidad de democracia. Si el funcionamiento interno de los partidos políticos experimenta una condensación de contradicciones, aquello pone en riesgo la institucionalidad del sistema partidario y de las estructuras de representación democrática.

A este respecto, Michels ha ofrecido una de las explicaciones más elocuentes de la relevancia e implicaciones de las tendencias elitistas de los liderazgos en los partidos modernos como burocracias de poder electoral. La paradoja insalvable es que los partidos en busca de alcanzar éxito electoral y expandir sus bases de representación desarrollan lógicas internas de funcionamiento que debilitan los espacios democráticos a favor de tendencias centralizadoras de sus liderazgos en determinados grupos u oligarquías partidarias. Décadas más tarde, Duverger, con su énfasis en el análisis estructural de los partidos políticos, confirmaba estas tendencias particularmente para el caso de los partidos socialistas que dependen del apoyo y de la participación de las masas populares. En esta línea, como señala Panebianco, los partidos políticos partirían como "sistemas de seguridad", en que los individuos reconocen los beneficios de la unidad, y se transforman gradualmente en "sistemas de interés" en los cuales la evaluación de objetivos se individualizan cada vez más (Panebianco, 1988, p. 18). El primer modelo es uno en que la unidad del partido se basa en una identidad común. La naturaleza heterogénea de los eventos vividos por individuos en ambos niveles, élite y ciudadanía —por ejemplo durante una dictadura militar, como en Chile— sirve como un factor que puede tanto incrementar como disminuir esa solidaridad.4

Por ello, como señalara el maestro de Michels, Max Weber (1997), los partidos políticos, además de ser canalizadores de representación política, también deben ser considerados como espacios de socialización y formación política. Éstos se establecen en torno a redes de contacto y vinculación social (sitios de interacción social y grupos de pertenencia) y a un sistema simbólico de valores, discursos, ideologías, estilos de vida, etc., lo cual genera fronteras culturales que diferencian al partido y a sus integrantes de otras subculturas políticas o partidarias, pero también dentro del mismo. En efecto, tras la formación y permanencia de los partidos políticos hay una combinación de redes sociales compuestas por individuos que ocupan determinados nichos económicos y sociales, posiciones que se consolidan a través de compartir intereses, experiencias y disposiciones ideológicas (Lomnitz y Melnick, 1998). Es así como las transformaciones en las características sociales y patrones de socialización de sus dirigentes constituyen factores decisivos en la constitución y el cambio de fisonomía de los partidos políticos. A nuestro juicio, esto se expresa de un modo dual, en tanto que los cambios en la élite partidaria pueden ser expresión de un cambio partidario más general o agentes gatilladores del mismo. Lo anterior en términos de: a) variaciones en el discurso ideológico y orientaciones programáticas, b) cambios organizacionales (democracia interna, distribución del poder, reclutamiento) y c) tipos de liderazgos.

En este sentido, el cambio partidario no solamente debe examinarse con base en las transformaciones en las condiciones institucionales que subyacen tras el funcionamiento del sistema de partidos, sino que también en relación con el cambio en la composición del grupo de personas que detentan liderazgos y espacios de representación dentro de los partidos políticos. Tal como sugieren Dogan y Higley (1998), esto se debe a que existe una importante relación entre los cambios en los sistemas políticos y las transformaciones de las élites dirigentes, en especial si dichos cambios se encuentran gatillados por procesos de crisis políticas y quiebres institucionales.

Para el estudio del cambio partidario propuesto en nuestro artículo, los parlamentarios son actores centrales, producto de su importancia en el funcionamiento y la organización de los partidos políticos. En ellos se simboliza y materializa parte importante del apoyo electoral que los partidos tienen, y al mismo tiempo representan de manera pública sus intereses ideológicos y programáticos. Creemos que en la observación intertemporal de aspectos como las características sociales y la trayectoria política se reflejan diversas experiencias de aprendizaje y socialización política que, finalmente, se pueden traducir en transformaciones en los partidos a los cuales pertenecen estos líderes, en términos de un giro en sus orientaciones y cambios en la manera en que las élites partidarias eligen a los representantes que compiten en la arena parlamentaria (Best y Cotta, 2000; Norris, 1997).

Con el propósito de iluminar el análisis empírico de estos aspectos que presentaremos en la tercera parte de este trabajo, abordaremos previamente algunos de los elementos que han caracterizado el cambio partidario en Latinoamérica.

 

Cambio partidario en Chile y Latinoamérica

En Latinoamérica, si bien existe cierto consenso en cuanto a las variables externas que inciden en el cambio partidario, al momento de analizar cómo los partidos responden efectivamente a estas presiones las interpretaciones varían entre los que enfatizan los clivajes y el apoyo electoral (Angell, 2003; Ortega, 2003; Scully, 1992; Valenzuela, 1995), la estructura y la organización (Levitsky, 2003, 2001; Roberts, 1994) y las bases ideológicas de los partidos (Alcántara, 2003; Alcántara y Luna, 2004). Numerosos países de la región otorgan ejemplos instructivos sobre cómo se comportan estas variables.

Levitsky (2003) plantea un claro ejemplo de la manera en que las modificaciones en el eje de clivajes básicos son un motor importante de cambio partidario. En Argentina, durante parte importante del siglo pasado, el peronismo mantuvo altos índices de votación debido a la adhesión histórica de un electorado formado mayoritariamente por la clase obrera. Sin embargo, cuando las líneas de clase comenzaron a desdibujarse, el Partido Justicialista se vio forzado a modificar sus bases para atraer a este nuevo electorado de clase media o de cuello blanco. Este partido se transformó así en el vehículo que canalizó las demandas de este nuevo sector relegando al peronismo a un segundo lugar, luego de que este último no actuara de manera pronta ante el cambio social. Lo anterior difiere de lo observado, por ejemplo, en Perú y Venezuela, donde el electorado de la clase trabajadora quedó sin representación alguna en el sistema, debido a que los partidos tradicionales optaron todos por capturar el voto de la nueva clase media. En el caso de Chile, por su parte, el agotamiento de los clivajes clásicos también es algo que afecta a los partidos de centro. Luego del retorno a la democracia en 1990, la mayor fragmentación de las identidades de clase y la ampliación de los sectores medios harían difícil la identificación de un electorado natural de clase media. En términos de estrategia política, la difusión del centro político ha llevado a partidos como la Democracia Cristiana (DC) a defender un supuesto centro desde un pacto eminentemente de izquierda (Navarrete, 2005), sustentado en parte por la emergencia de un nuevo clivaje: autoritarismo–democracia.

Si atendemos a la influencia de los aspectos de la estructura organizativa y su relación con cambios ideológicos en los partidos, podemos referir como ejemplo a las diferencias existentes al interior de la izquierda chilena durante el periodo del régimen militar de Pinochet. Al respecto, Roberts (1994) contrapone la experiencia de los partidos Socialista y Comunista. En el primer caso, la estructura de organización más flexible y autónoma en su funcionamiento permitió a los socialistas una adaptación estratégica y "renovación" ideológica más fluida que la de los comunistas, cuyo partido, más rígido en su estructura organizativa, optó por una mayor radicalización. Aunque no de manera exclusiva, estas diferencias, derivadas de opciones tomadas por las élites dirigentes de los partidos en situación de clandestinidad, influyeron en el modo en que ambos partidos se posicionaron ideológicamente durante el periodo de transición. En ese contexto, el Partido dos Trabalhadores (PT) de Brasil representa un interesante contrapunto, pues en este caso la adaptación del partido fue facilitada por el incremento de accountability hacia sus líderes a medida que fueron ampliando la base de apoyo en elecciones locales, cuestión que favoreció el desplazamiento de los intereses de la élite partidaria hacia el centro más moderado. Es así como en parte se entiende la llegada al poder del pt de la mano de Lula da Silva, quien precisamente no venía de la élite partidaria y fue uno de los promotores principales del cambio dentro del partido, que transitó desde un socialismo tradicional hacia un formato socialdemócrata (Samuels, 2004).

En relación con los cambios en las directrices ideológicas de los partidos, resulta instructivo el estudio de Alcántara y Luna (2004). Al observar el caso de los partidos uruguayos, argumentan que los cambios a nivel ideológico no parecen ocurrir por modificaciones importantes alrededor de clivajes sociales, sino sobre todo por transacciones particularistas llevadas a cabo con su base electoral, situación que en Uruguay habría favorecido una mayor ideologización de los partidos. Esto contrasta con el caso del Chile post Pinochet, donde el desgaste de clivajes clásicos de clase, e incluso el de autoritarismo–democracia, sólo ha dejado como eje distintivo los grados de diferencia que los partidos arguyen en favor de mayor o menor mercado.

Sin duda las casi dos décadas de dictadura militar en Chile dejaron huellas importantes en los partidos y élites dirigentes. Aunque dicho periodo representó un congelamiento —y en algunos casos la aniquilación física e institucional— de los partidos, en ningún caso constituyó un periodo de pasividad ideológica ni organizacional para éstos. Muy por el contrario, todos los partidos políticos, en mayor o menor grado, se vieron obligados a examinar sus posturas ideológicas, errores cometidos y las posibilidades estratégicas y organizacionales de reingresar al juego político, un aspecto que adquirió especial relevancia de cara al plebiscito de 1988 y las elecciones presidenciales de 1989.

Por ejemplo, un segmento importante de la élite dirigente de la oposición de izquierda no comunista —es decir el Partido Socialista (PS), Partido Radical (PR), sectores radicalizados de la Democracia Cristiana (DC) y otras fracciones más pequeñas—, y especialmente aquellos militantes que habían sido exiliados, siguió con atención el modo en que los partidos de la izquierda europea estaban reaccionado frente a los cambios sociales, y se enteraron del eurocomunismo. En diferentes formas estos elementos se reflejan en los fuertes debates políticos e ideológicos sobre las formas y el futuro de la izquierda en Chile que a veces generaron agudos quiebres (Funk, 2006; Arrate y Rojas, 2003; Hite, 2000; Roberts, 1994; Cuevas Farren, 1993).

Aunque los bloques ideológicos de izquierda–centro–derecha mantienen su vigencia, en la izquierda emergen tanto nuevos discursos programáticos como etiquetas partidistas. En el caso de los partidos de derecha, los partidos tradicionales (Conservador y Nacional) —atrapados por el agotamiento de su proyecto político y con una incapacidad de recuperarse del declive electoral del periodo preautoritario— son remplazados desde el seno del régimen militar por nuevas fuerzas leales al proyecto político y económico de la dictadura (Pollack, 1999), UDI y RN, que luego del retorno a la democracia han aprendido a conjugar la consolidación y la defensa del modelo neoliberal con la expansión de su base de apoyo electoral (Morales y Bugueño, 2001).

En términos más generales, las casi dos décadas de dictadura militar catalizaron procesos de aprendizaje y cambio en un segmento importante del espectro político, cuyo eje giró en torno a la modernización del sistema político, cuestión que se expresó en un doble énfasis hacia la democratización y la profesionalización. En este sentido, es posible identificar la consolidación de al menos cuatro tendencias que han afectado el cambio partidario (Funk, 2006). Primera, la importancia de llegar a, y mantener, consensos políticos. A partir de una evaluación de los errores cometidos en la era pre–autoritaria, muchos actores políticos priorizan la negociación y los acuerdos interpartidos e intercoaliciones. Segunda, una revaloración de la democracia como un bien en sí, y no, como había sido la tendencia entre algunos grupos políticos, como un instrumento secundario que serviría para lograr materializar intereses específicos. Tercera, una aceptación de un modelo capitalista–neoliberal como eje conductor de la economía nacional. Cuarta, la necesidad de renovar ideológica e institucionalmente los partidos políticos con miras a profesionalizar sus modos de operar y maximizar sus posibilidades electorales. Esta renovación sin duda contribuyó a un progresivo recambio del estilo y la proyección de los liderazgos al interior de los partidos, así como también a la apertura hacia nuevos grupos sociales.

A continuación, nuestro propósito es observar el correlato específico que estos cambios tienen en uno de los indicadores de cambio partidario: las continuidades y discontinuidades en la composición de la élite parlamentaria.

 

La transformación social de la élite parlamentaria en Chile: la evidencia empírica

¿Hacia nuevas tendencias de oligarquización–homogeneización?

1) Estructura y experiencia educativa

Uno de los principales cambios de la composición social de la élite parlamentaria observados en las últimas décadas en Chile se refiere al aumento significativo del nivel educacional de sus miembros. Los diputados elegidos desde 1989 presentan un nivel educativo considerablemente superior al que tuvieron sus colegas previos al golpe militar de 1973. En efecto, desaparecen los diputados con educación básica y secundaria incompleta y aumentan en forma considerable los que tienen estudios universitarios y de posgrado. En 1961 56.4 por ciento de los diputados tenía estudios universitarios (incluye porcentaje de posgrado), porcentaje que apenas se inclinó a 58.6 por ciento en la última legislatura antes de la clausura del Congreso Nacional en 1973. Por el contrario, dicha proporción se elevó hasta 83.4 por ciento en 1990 con la vuelta a la democracia y se ha mantenido con escasas variaciones en las legislaturas siguientes (cuadro 1).5

Si bien el aumento del nivel educativo es transversal a todos los partidos, es en los partidos de izquierda donde se produce el mayor incremento. Éstos pasan de ser los partidos con menor proporción de diputados con estudios universitarios antes de 1973 a ser los partidos con los diputados de mayor nivel educacional en el periodo de retorno a la democracia (cuadro 2). De esta manera, los partidos de izquierda, representados actualmente en el Parlamento por el PS y el PPD, se despojan del perfil de partidos obreros para constituirse en partidos conformados, a nivel de sus dirigentes, por una clase eminentemente profesional (cuadro 3). Esto no es extraño si lo consideramos como un cambio más o menos generalizado durante procesos de modernización y profesionalización de los sistemas políticos (Best y Cotta, 2000).

Hay una serie de factores que permiten explicar el sustantivo cambio del nivel educativo entre los diputados de la antigua y la nueva democracia. En primer lugar, está el cambio en la estructura educacional del país, que permitió a los diputados de la nueva democracia enfrentar mejores condiciones de acceso y cobertura a la educación secundaria y superior que sus predecesores del periodo 1961–1973. En segundo lugar, desde 1980 hay una limitación constitucional (artículos 44 y 46) que establece que los candidatos a diputados deben tener como mínimo educación secundaria completa. Esta norma se tradujo en la práctica en un obstáculo para la presencia de diputados provenientes de las clases populares, perfil que era más característico en el Partido Comunista durante el periodo 1973. En tercer lugar, el aumento del nivel educativo en los partidos de izquierda puede vincularse con la política de exilio del régimen militar, en la medida en que creó las condiciones —forzadas, por cierto— para que muchos jóvenes dirigentes de izquierda realizaran estudios universitarios de pre y posgrado en el extranjero. Además de estos factores, es indudable que la presencia mayoritaria de diputados con estudios universitarios está también relacionada con los procesos de selección de candidatos dentro de los partidos. En conjunto, con las naturales consideraciones políticas del reclutamiento (carrera política, liderazgo, redes políticas y probabilidad de triunfo), es posible argumentar que los partidos cada vez más privilegian candidatos con competencias profesionales suficientes para enfrentar una labor legislativa cada vez más compleja.

Además del nivel educativo, otro indicador relevante de la estructura educacional de la élite parlamentaria lo constituye el tipo de instituciones en las que cursaron sus estudios secundarios y superiores.6 En cuanto al tipo de colegios, observamos que la mayor parte de los diputados del periodo previo a 1973 (alrededor de 60 por ciento) estudió en establecimientos públicos, lo que era más frecuente entre los diputados de partidos de izquierda. Desde el retorno a la democracia en 1990 se observa un importante desplazamiento de la educación escolar pública como núcleo socializador de la élite parlamentaria, siendo una élite cuya experiencia escolar se privatiza. En comparación con la antigua democracia, los diputados incorporados a la Cámara baja en las legislaturas de los años noventa y posteriores tienden a provenir con una frecuencia bastante mayor que en el pasado de establecimientos privados, en particular de colegios católicos (cuadro 4). Éste es un rasgo que había sido patrimonio de los partidos de derecha, pero que en la última elección considerada en este estudio (2005) muestra que ha devenido también una importante característica en partidos como el PS y el PPD.

La privatización de la experiencia escolar es entonces un aspecto que marca una diferencia entre los diputados de la antigua y la nueva democracia. De esta forma, la formación de la élite tiende crecientemente a recluirse en sitios de interacción educacional privados, siendo una característica compartida por estos establecimientos la alta homogeneidad socioeconómica de sus alumnos y, por lo tanto, la existencia de un patrón de diferenciación social de suma importancia.

Los cambios en la educación de las élites partidistas también se expresan en sus experiencias de estudios superiores. El perfil histórico de los diputados muestra la existencia de una alta concentración en sólo dos universidades: Universidad de Chile y Católica de Chile. La Universidad de Chile fue la institución más influyente entre los diputados elegidos antes del golpe militar. Entre los elegidos en 1961, 57.4 por ciento cursó sus estudios superiores en ella, disminuyendo en las elecciones siguientes, hasta llegar a 46.8 por ciento en los elegidos en 1973 y a 35.5 por ciento en 2002 (cuadro 6).7 Por su parte, la Universidad Católica ha mantenido una participación constante en ambos periodos de la historia política de Chile. Entre los diputados elegidos en marzo de 1973, 18.9 por ciento estudió en esta universidad y 18.2 por ciento de los elegidos en 1990. Esa participación se ha mantenido entre los legisladores posteriores, con un leve aumento en las elecciones de 2002, cuando subió a 20.9 por ciento (cuadros 6 y 7).

2) Estructura profesional y ocupacional

En el caso del perfil profesional de los diputados chilenos, desde 1990 éste ha tendido hacia una creciente diversificación, lo que ha sido acompañado por una disminución relativa de los abogados y profesores, profesiones dominantes en el parlamento de la antigua democracia. En la legislatura de 1961–1965 los abogados representaban 57 por ciento de los diputados que tenían una profesión, proporción que en las legislaturas siguientes descendió hasta alcanzar 25.3 por ciento, situación que se conjuga con una mayor proporción de médicos, ingenieros y, principalmente, profesores. Estos últimos constituían el segundo grupo de importancia (19.2%) luego de los abogados en el parlamento de septiembre de 1973 (cuadro 8).

En las tres primeras legislaturas de la nueva democracia la proporción de abogados volvió a ser bastante alta, cerca de 40 por ciento, pero luego descendió bruscamente alcanzando 29.1 por ciento en 2002, permitiendo una mayor diversificación profesional de los integrantes de la cámara baja, aunque todavía con una alta prevalencia en la DC. No obstante esta creciente diferenciación profesional, facilitada por la disminución de los abogados y la incorporación de profesiones históricamente lejanas al ejercicio de la política (como arquitecto, sociólogo, actor, entre otras; profesiones más frecuentes en los partidos de izquierda, PPD y PS), más de la mitad del nuevo parlamento se concentra todavía en tres profesiones: abogado, médico e ingeniero comercial (economía y administración; con mayor presencia entre los partidos de derecha, especialmente la udi). En la última legislatura considerada en este estudio, 2006–2010, la composición profesional muestra que 32.4 por ciento son abogados, 13 por ciento son médicos y 11.1 por ciento son ingenieros comerciales. En porcentajes menores se sitúan los profesores (8.3%) y otros ingenieros (5.6%).

En general, las razones que explican la caída del número de abogados en el Parlamento chileno y, por ende, la apertura de las carreras políticas hacia otras profesiones pueden ser diversas. Existen por lo menos dos que merecen ser consideradas. Una se refiere a transformaciones propiamente sociales y la otra a transformaciones en el sistema político. La primera explicación se relaciona con la efectiva diversificación y ampliación de la oferta profesional en Chile, producto de la expansión de la matrícula que ofrecen las universidades, lo que ha significado una diversificación de la formación hacia áreas del conocimiento y profesiones no tradicionales.8 La segunda explicación radica en que los abogados dejan de ser el referente simbólico central de la clase política y en particular de la élite parlamentaria. A juicio de Montecinos (2003), es posible observar que el estilo tradicional del político y la elaboración de leyes han sufrido transformaciones producto de las tendencias de tecnocratización que han permeado al sistema político durante los años posteriores al retorno a la democracia, cuestión que en parte permitiría explicar el incremento de ingenieros y economistas.9 Por esto adquiere plausibilidad la hipótesis de que en el reclutamiento que realizan los partidos el perfil del político–técnico adquiere crecientemente, al menos, un peso similar al clásico perfil político–electoral, históricamente vinculado a la figura de los abogados.

De modo complementario a la estructura profesional, un indicador con variaciones interesantes es la actividad económica (ocupación) que los diputados desempeñaban antes de ser elegidos. En las legislaturas previas al cierre del parlamento en 1973, las actividades económicas más frecuentes entre los diputados eran las de empresario agrícola, empleado (público o particular), profesor y ejercer independientemente la profesión (regularmente médicos y abogados). Con excepción de esta última categoría ocupacional, desde el retorno a la democracia el resto pierde considerable importancia.10

A partir de 1990 las ocupaciones que incrementan su importancia son la de alto funcionario de gobierno (de manera más o menos transversal a todos los partidos) y la de empresario o ejecutivo de empresas. En el caso de la primera, es en una actividad previa realizada por 18.3 por ciento de los diputados de la legislatura 1990–1994 (cuadro 10). Esta proporción se incrementa en las legislaturas siguientes, siendo uno de cada cuatro diputados los que provenían de este nicho ocupacional. En el caso de los empresarios y ejecutivos de empresas, aunque no representan una proporción muy elevada de diputados, lo llamativo es su mayor presencia en las legislaturas de la nueva democracia, especialmente en los partidos de derecha, la que supera 11 por ciento, mientras que en el periodo 1961–1973 era menor a 7 por ciento (cuadros 10 y 11).

 

Las rutas del poder: de las aulas a las oficinas del estado

La renovación de la élite parlamentaria y las generaciones de recambio que desplazan a los diputados incumbentes son fenómenos relevantes para entender la composición y el funcionamiento del sistema de partidos. En este sentido, es importante considerar que los parlamentos, especialmente en contextos de democratización, deben compatibilizar permanentemente: a) la creación de una élite capacitada para el ejercicio de su cargo, lo cual se puede conseguir con su estabilidad en el mismo y b) el recambio de los parlamentarios, para que ingresen nuevos impulsos e ideas al proceso de producción legislativa, y la apertura para nuevos liderazgos políticos.11

La evidencia muestra que el sistema político chileno previo a 1973 sufría de altos niveles de volatilidad, manifestado por una alta tasa de renovación de los diputados, siendo superior a 50 por ciento. La inestabilidad electoral provocada por la irrupción de la Democracia Cristiana (PDC) y la crisis del Parido Radical (PR) y la derecha antes de 1973 es un factor que explica la baja tasa de retención de los diputados en las legislaturas de la antigua democracia. Esa situación ha cambiado desde 1989, producto de un sistema de partidos que está estabilizado por la organización en dos grandes bloques electorales, la Concertación de Partidos por la Democracia y la Alianza por Chile, lo que exige que los partidos formen pactos electorales que restringen la competencia. De ahí que las tasas de renovación hayan disminuido bajo 40 por ciento (cuadro 12).12

En este escenario, es importante prestar atención a los aspectos específicos que definen las carreras políticas previas a la llegada al Parlamento. Conceptualmente, la carrera política puede entenderse como el capital o el conjunto de competencias que conducen al desempeño de posiciones de poder y de representación política. Estas competencias no sólo son producto de la herencia o influencia familiar, sino que de manera importante son el resultado de una trayectoria que se va cimentando en un sinnúmero de espacios sociales que contribuyen al origen y el desarrollo de carreras políticas. A un nivel más concreto, hemos enfatizado la importancia de cinco experiencias que pueden ser centrales en la configuración de las carreras políticas de los diputados: la dirigencia estudiantil, los cargos directivos dentro del partido, en la administración pública o en organizaciones de la sociedad civil, y haber sido elegido con anterioridad en cargos de representación popular.

Al observar las rutas del poder recorridas por los diputados antes de llegar al Parlamento, existen interesantes diferencias entre los periodos considerados desde 1961. En primer lugar, se registra un incremento en la presencia de diputados que durante su juventud fueron dirigentes estudiantiles, lo que sin duda se corresponde con el aumento en el nivel educacional que describimos en la sección anterior. En la legislatura de 1961–1965 los diputados que habían sido dirigentes estudiantiles constituían 16.4 por ciento, porcentaje que se sitúa en valores cercanos a 40 por ciento en las legislaturas de la nueva democracia (cuadro 13). Por su parte, la amplia mayoría de los diputados ha ocupado algún cargo directivo en su partido. En las legislaturas existentes desde 1990 el porcentaje de diputados que previo a su elección había desempeñado dichos cargos se sitúa sobre 60 por ciento, lo que se encuentra bastante más acentuado en los casos del PS, la DC y la UDI. Este aspecto es significativo, pues indica que durante el régimen militar, pese a la suspensión formal de los partidos, éstos no detuvieron los procesos de formación de sus nuevos cuadros directivos. Además, indica la importancia simbólica e institucional que todavía tiene el hecho de desarrollar una vida de partido activa como un mecanismo fundamental para acceder a puestos de representación como el de diputado.

A nivel de cargos electos, esta experiencia política es considerablemente más frecuente entre los diputados de las legislaturas previas a 1973, siendo característico el desempeño de cargos como el de alcalde o regidor (actualmente denominados concejales). La suspensión del ciclo electoral producto del régimen militar implicó que la gran mayoría de los diputados de la nueva democracia no tuviera la experiencia de la competencia política y, por ende, la de haber ocupado un cargo de elección popular. Desde 1994 la proporción de diputados con experiencia electoral anterior a su llegada al Congreso no supera 20 por ciento. Este fenómeno se encuentra asociado, además, con la mayor presencia de los diputados que desempeñaron cargos directivos en la administración pública. En las legislaturas de la nueva democracia el porcentaje de diputados que habían sido funcionarios de gobierno es bastante alto; en el periodo 1994–1998 llegó a 48.3 por ciento (cuadro 13).

Ante la ausencia de capital electoral, la visibilidad que entrega este poder del Estado es muy significativa. Además, su importancia reside en que facilita la conformación de clientelas políticas, especialmente en el caso de los cargos a nivel regional. El capital político asociado con la alta dirigencia pública se encuentra vinculado también al importante presidencialismo que prima en el sistema político chileno, lo que le entrega alta visibilidad a los actos de gobierno y, por ende, tiende a permear las comunicaciones al interior del sistema político. El desempeño de cargos directivos en la administración pública no sólo representa una discontinuidad a nivel de las carreras políticas, sino que además emerge como un nuevo preámbulo laboral de importancia entre los diputados de la nueva democracia antes de llegar al Parlamento. En el caso de los partidos de derecha, especialmente la udi, este hecho se vincula a que durante el régimen militar la administración del Estado, junto con constituirse en un espacio de socialización política de los dirigentes de ese sector político, significó también una importante fuente laboral (Huneeus, 2000). En el caso de los partidos de centro e izquierda sucede algo similar durante los gobiernos de Patricio Aylwin, Eduardo Frei y Ricardo Lagos (cuadro 14).

 

Consideraciones finales

Las presiones hacia la profesionalización y la democratización que han enfrentado los partidos políticos chilenos desde el fin de la dictadura militar, las que crean tensiones a nivel programático y organizativo, tienen un correlato específico en la composición de sus élites dirigentes. Las tendencias de cambio discutidas en este trabajo para el caso de los diputados —progresiva profesionalización, aunque con una relativa homogeneización social— revelan aspectos del cambio partidario de orden más general. Entre ellos, quisiéramos destacar tres.

Primero, la progresiva distancia de los partidos respecto de grupos sociales específicos e identificaciones ideológicas duras. Hoy los partidos se muestran, intencionadamente o no, más flexibles en términos de sus posturas ideológicas, cuestión que sin duda se relaciona con la reciente historia política del país y el aprendizaje político, pero también con el recambio mismo de la élite dirigente, cuyo perfil social progresivamente se distancia de los grupos de interés tradicionales que marcaron la escena política de la antigua democracia previo a 1973. No obstante, ello no impide que nuevos grupos de interés adquieran relevancia en función de las redes que son fruto de las trayectorias de los dirigentes políticos a nivel profesional y ocupacional.

Segundo, y en relación con lo anterior, los partidos han desarrollado una lógica más tecnocrática y pragmática orientada al éxito electoral a corto plazo. Más que buscar la representación de la diversidad de distintos grupos sociales en la composición de sus cuadros dirigentes, en su mayoría los partidos han priorizado líderes con un perfil técnico y profesional, que junto con tener capital electoral vengan provistos del capital social necesario y mayores credenciales educativas y habilidades profesionales.13 El reclutamiento de este tipo de liderazgos, aun cuando depende de transformaciones en la estructura social del país, da cuenta de una transformación en los partidos de la idea misma del "político profesional", desde un agente orientado a la representación de grupos sociales específicos a la de un agente orientado hacia y con capacidad para manejar procesos técnico–políticos de toma de decisiones. No obstante, la vida de partido sigue desempeñando un papel fundamental en la formación y las carreras políticas de los diputados. Sin ésta, la posibilidad de navegar exitosamente por las rutas del poder se restringen considerablemente.

En tercer lugar, esta misma tendencia ha derivado en una escasamente reconocida acentuación de la elitización sociocultural de la composición de las élites partidarias durante la nueva democracia. Esto se refleja en que las trayectorias y características sociales de los diputados de los diferentes partidos han tendido a adquirir la doble forma de excepcionalidad y homogeneidad.14 Es decir, la fisonomía sociocultural y política que caracteriza a los diputados de la nueva democracia apunta a la existencia de núcleos de socialización que expresan una raíz de experiencias comunes (por ejemplo, en determinadas universidades, colegios y carreras políticas), lo que incide en la conformación de un sistema compartido de disposiciones y acciones. Este perfil relativamente clausurado es también reflejo de la convergencia ideológica a lo largo del espectro izquierda–derecha en los partidos chilenos, cuestión que frecuentemente presenta el desafío de la diferenciación frente al elector, en la medida en que dicha situación dificulta que el ciudadano medio pueda sentir que tiene algo en común con los líderes de los partidos políticos. Sin embargo, es esta misma clausura la que paradójicamente facilita la existencia de una distancia simbólica entre las élites y la ciudadanía, algo que uno, acepte o no, ejerce un innegable poder de atracción y de legitimidad de la posición que ocupan.

Con todo, los cambios y tendencias que en la actualidad se evidencian en los partidos políticos chilenos —a nivel ideológico–programático, organizativo–institucional, y composición socio–cultural de sus liderazgos— han sido resultado de la confluencia de fuerzas sociales y políticas, los cambios culturales y socioeconómicos experimentados por la sociedad chilena, y la institucionalidad exitosamente impuesta por la dictadura militar. Creemos que el estudio del cambio partidario presentado, desde la perspectiva de la composición de sus élites, contribuye a visualizar dicha imagen.

 

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Notas

1En concreto, el énfasis ha sido fundamentalmente dirigido hacia la representación política y el comportamiento electoral (Angell, 2005; Mainwaring y Torcal, 2003; Navia y Sandoval, 1998), las relaciones entre diversas instituciones políticas y militares (Barros, 2001; Londregan, 2000; Siavelis, 1997) y los cambios en el sistema de partidos (Angell, 2003; Alcántara, 2003; Pollack, 1999). Así, el estudio y la explicación del cambio partidario en la época posdictadura con frecuencia se ha asociado con diferentes arreglos institucionales, pero escasamente con cambios en la composición de las élites dirigentes.

2 Para otros casos en Latinoamérica véanse, por ejemplo, los estudios de Marenco (2004) y Marenco y Serna (2007)

3 Para obtener la información relativa a estas variables se analizaron las biografías de todos los diputados electos entre 1961 y 2006, mismas que se obtuvieron desde la Biblioteca del Congreso Nacional, el Diccionario biográfico de Chile y el libro del profesor Armando de Ramón Biografías de chilenos. Esta información se complementó con análisis de prensa y entrevistas a informantes calificados.

4 Un ejemplo interesante lo constituye la renovación de la izquierda chilena, que de diversas maneras experimentó una transición hacia partidos concebidos como "sistema de interés".

5 En términos comparados, en el periodo 1961–1973 los parlamentarios chilenos presentaban un nivel educativo similar al de sus pares de Guatemala y bastante inferior a los de Uruguay y Brasil (véase Verner, 1974).

6 La literatura y la experiencia son concluyentes en relación con la importancia que estas instituciones tienen en la formación de los líderes políticos, no sólo por las redes y el capital social que proveen, sino también porque en muchos casos constituyen espacios políticos formativos. En efecto, la universidad es un sitio de interacción social donde parte importante de la élite dirigente comienza su carrera política de manera formal. De hecho, en Chile varios partidos políticos han tenido su origen en la universidad (Falange Nacional, MAPU, MIR, UDI) (Huneeus, 1974, 2000; Gazmuri, 2001).

7 La disminución de la importancia relativa de la Universidad de Chile se explica porque hasta el golpe militar de 1973 era una institución nacional con ocho sedes desde Arica a Osorno, y el régimen militar la fragmentó, separando de ella las sedes regionales, que pasaron a convertirse en universidades públicas autónomas.

8 Al respecto, algunos datos de contexto: en 1938 la matrícula universitaria era de sólo 5 365 alumnos, en 1960 era de 24 862 alumnos, en 1970 de 76 765, en 1980 de 118 978, en 1990 de 127 628, en 1999 de 286 359, y en 2008 fue de 504 253 alumnos (Mamalakis, 1978, Banco Central, 2001, Consejo Superior de Educación, 2009).

9 Según Montecinos (2003), la importancia de los ingenieros y los economistas —o "tecnócratas"— ya se observa de manera importante en los gabinetes de los gobiernos de Eduardo Frei Moltalva (1964–1970) y Salvador Allende (1970–1973), aunque con un perfil profundamente politizado por el ideario de transformación de las estructuras sociales tradicionales del país.

10 En el caso de los agricultores, su disminución puede entenderse como resultado de un cambio en la composición social de la élite parlamentaria de derecha. En el periodo previo a 1973, los agricultores constituían casi la mitad del personal parlamentario del Partido Liberal, el Conservador y, posteriormente, el Partido Nacional. Aunque dicha importancia disminuye en Renovación Nacional, partido que continúa el legado del Partido Nacional en la nueva democracia, la agricultura todavía representa una actividad realizada por cerca de un tercio de sus diputados.

11 La continuidad o discontinuidad de los parlamentarios tiene que ver con el estado de los partidos y las distribuciones de poder en su interior. En sistemas de partidos con una baja volatilidad, en que no se producen fuertes cambios de votos entre ellos, es más probable una gran continuidad de los diputados. Por el contrario, en sistemas de partidos con una alta volatilidad electoral es más probable una considerable inestabilidad, dificultando la consolidación de una élite parlamentaria con un grado de homogeneidad para crear estilos de autoridad, generar consensos y una cultura de trabajo parlamentario (Huneeus, et al., 2006).

12 Un efecto interesante de las mayores tasas de permanencia de los diputados ha sido el aumento del promedio de edad, ya que desde 1990 ha aumentado cerca de cuatro años. Desde el retorno a la democracia en 1990 parte importante de los partidos con representación parlamentaria ha tendido hacia un aumento de la edad de sus miembros, siendo los casos más significativos los de la Unión Demócrata Independiente (UDI), Renovación Nacional (RN) y el Partido por la Democracia (PPD). Este fenómeno resulta interesante toda vez que el sistema electoral de tipo binominal (que tiende a favorecer al diputado incumbente) y el envejecimiento del padrón electoral reducen los incentivos para que los partidos favorezcan una mayor circulación y renovación de sus cuadros dirigentes. Pese a las discusiones para avanzar en esta materia, la reforma al sistema electoral todavía es una materia pendiente y objeto de resistencias.

13 Sin duda ello no implica que los partidos dejen de estar relacionados con ciertos grupos de interés, tales como sectores económicos y religiosos. Sin embargo, ello más que una afinidad ideológica absoluta, crecientemente adquiere el carácter de afinidades pragmáticas relativas.

14 La excepcionalidad se refiere a que los sitios de interacción que se han descrito son espacios sociales en los que no participan la mayoría de las personas, es decir, tienen un acceso limitado y, por tanto, cierta exclusividad. Por su parte, la homogeneidad hace alusión a una composición de extracción social similar, es decir, que los diputados se encuentran emparentados en su socialización producto de haberse formado o participado en los mismos o similares sitios de interacción.

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