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Política y gobierno

versión impresa ISSN 1665-2037

Polít. gob vol.17 no.2 Ciudad de México ene. 2010

 

Artículos

 

La educación como elemento de calidad de los políticos latinoamericanos

 

Education as an Element of Quality of Latin American Politicians

 

Cristina Rivas*, Purificación Vicente** y Francisco Sánchez***

 

* Cristina Rivas es investigadora del Instituto de Iberoamérica, Universidad de Salamanca, Hospedería Fonseca, calle Fonseca, 2, 37002, Salamanca. Tel. (+34) 923 29 46 36. Correo electrónico: crisrivas@usal.es.

** Purificación Vicente es profesora de estadística en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Salamanca, C/ Alfonso X El Sabio s/n, Campus Miguel de Unamuno, Facultad de Medicina, 37007, Salamanca. Tel. 923 29 44 00 ext. 1852. Correo electrónico: purivg@usal.es.

*** Francisco Sánchez es profesor de ciencia política de la Universidad de Valencia, Edificio Departamental Occidental, Campus dels Tarongers, Avda. dels Tarongers, s/n, 46071, Valencia. Tel. (+34) 963 82 88 67. Correo electrónico: fransalo@uv.es.

 

Artículo recibido en noviembre de 2008
y aceptado para su publicación en febrero de 2010.

 

Resumen:

A partir del supuesto de que el nivel educativo es un indicador de la calidad de la élite política, en este trabajo planteamos la hipótesis de que el grado educativo alcanzado por los legisladores de algunos países latinoamericanos no redunda positivamente en las características de la democracia de sus respectivos países, debido a que, en condiciones de falta de equidad social y económica, como ocurre en los casos de los países que estudiamos, un elevado nivel de estudios puede evidenciar más bien situaciones de privilegio individual o de grupo y, por lo tanto, no repercutir positivamente en las condiciones generales del sistema social y político.

Palabras clave: élite parlamentaria, educación, calidad de los políticos, democracia, desigualdad social.

 

Abstract:

In this work we assume the level of education as an indicator of political elite's quality. Our hypothesis is that legislators' education level in some of the Latin American countries has not a positive impact on the characteristics of democracy. Instead, under social and economic inequalities, a high level of education shows individual or collective privileges and, therefore, it does not have an effect on the general condition of social and political system.

Keywords: parliamentary elite, education, the quality of politicians, democracy, social inequality.

 

Introducción

Mencionar la mala calidad de los políticos es uno de los tópicos recurrentes para explicar el estado de las democracias latinoamericanas, visión negativa que aumenta cuando se habla de los representantes electos a las asambleas legislativas. Sin embargo, la superficialidad de tal afirmación queda en evidencia cuando se pide a sus defensores definir cuáles son los atributos que debe tener un buen político. Los argumentos de los sectores de opinión que se quejan de la calidad de los políticos giran en torno al nivel educativo de los mismos, lo que llama aún más la atención si se toma en cuenta que los diputados latinoamericanos con estudios superiores exceden 90 por ciento. Cabe recordar que los sectores más conservadores de sus respectivos países pusieron en entredicho la capacidad para ejercer la presidencia de Lula da Silva y Evo Morales debido a su falta de estudios universitarios. Por el contrario, al hablar del ecuatoriano Rafael Correa suele mencionarse que obtuvo un doctorado en Estados Unidos, como si eso fuese garantía potencial de una buena gestión. Estas posiciones reflejan prejuicios elitistas y una visión de la política como un espacio destinado sólo para ilustrados.

A pesar de que la pregunta sobre la influencia que tienen los rasgos de los gobernantes en el desempeño del régimen es antigua —ya la abordó Aristóteles (s. III a.C.) en La Política— resulta complicado ofrecer datos concluyentes sobre qué es un buen político o un político de calidad, o cuáles de sus atributos explicarían mejor las variaciones en el funcionamiento del sistema. En este trabajo nos adentramos en el tema de la calidad de los políticos dentro del marco de una preocupación general sobre la repercusión que tiene en el sistema su desempeño como actores; nos preguntamos si existe una relación entre el nivel educativo de los diputados latinoamericanos, en tanto integrantes fundamentales de la élite política, y las características de los sistemas democráticos de sus respectivos países; al centrarnos en los rasgos de la democracia, podemos evaluar una serie de atributos comparables de los sistemas políticos, en los que necesariamente se refleja el impacto de los políticos en el funcionamiento del sistema. En términos generales, sostenemos que no hay una relación directa entre el grado de educación formal de los diputados y las características de la democracia de los distintos países latinoamericanos debido a que, en condiciones de inequidad social y económica, el nivel educativo de las personas es un indicador distorsionado y más bien puede revelar un mayor grado de elitismo de la clase política.

Dentro del vasto grupo de la élite política, nos centraremos en la élite parlamentaria, pues asumimos que es una parte representativa de todas ellas en cada uno de sus Estados.1 La posición privilegiada que tienen en el sistema político, los convierte en actores fundamentales en el funcionamiento del régimen, ya que de ellos depende, en gran medida, la operación cotidiana del sistema, la generación de normas que construyan la democracia o el control de las autoridades para que no puedan operar fuera de los parámetros democráticos. Es de esperarse que existan relaciones entre los rasgos y valores de los diputados y las características de la democracia de sus respectivos países.

Para contrastar la hipótesis que se explicará detalladamente más adelante, se lleva a cabo una representación HJ–Biplot (Galindo, 1985, 1986) que permite reflejar simultáneamente variables y países en un espacio de dimensión reducida, de forma que no sólo se puede conocer la configuración de los países, sino las variables responsables de esa configuración. Un segundo objetivo de este trabajo es realizar una clasificación de los países en función del nivel de estudios, ingresos y estudios de los padres de los diputados; las características de la democracia y los indicadores de la situación social del país. Para eso se ha realizado un análisis cluster tomando como matriz de partida las coordenadas de los individuos en los factores retenidos en el HJ–Biplot (Vicente, 1992).

La información utilizada procede de los datos individuales obtenidos de las encuestas realizadas a diputados de los parlamentos de 17 países latinoamericanos, entre los años 2005 y 2009,2 y en el Proyecto Élites Latinoamericanas (PELA) de la Universidad de Salamanca.3 Estos datos serán complementados con indicadores que valoran diversos aspectos de la democracia y con otras cifras elaboradas por organismos internacionales, que muestran la desigualdad socioeconómica.4

El artículo comienza con dos secciones en las que se retoman los principales debates en torno a las características y atributos de los políticos, en primer lugar, y sobre los criterios para valorar las democracias en segundo lugar; para explicar a continuación nuestro modelo de análisis. Antes de la parte empírica —en la que se detallará y expondrá el comportamiento de las variables— se presentarán las técnicas estadísticas usadas y se aportarán pistas sobre la forma de interpretar los resultados.

 

¿Cómo se ha valorado la calidad de los políticos?

Es posible que las tendencias de análisis dentro de la ciencia política que más atención han prestado a los políticos / clase política / élite política5 sean la teoría de las élites y los estudios sobre carreras políticas —aspectos sobre los que volveremos más adelante—, pero sigue siendo muy difícil determinar cuáles son las características (no los valores ni percepciones) de los políticos que repercuten de forma positiva en el fortalecimiento y la consolidación de los sistemas democráticos. Para Stone et al. (2004), influye un conjunto de habilidades personales y de recursos estratégicos, mientras que para Martínez (2006, p. 179) la calidad de los políticos puede entenderse como un conjunto concreto de características presentes (o ausentes) en los dirigentes (en este caso legisladores) y no como las características que diferencian a los candidatos que lograron la elección de aquellos que no fueron electos. Dicha distinción pretende desmarcarse de la literatura que establece como únicos criterios de calidad los que pueda tener un buen candidato, pues no necesariamente un buen candidato será un buen político electo. Esta definición habla de características (sociales, económicas, políticas, educativas y profesionales) pero sin señalarlas a priori pues, como muestra el trabajo, esas particularidades presentes o ausentes dependen y operan en función de los contextos. Estaría en la línea de lo planteado por Mosca (1984, p. 115), quien sostuvo que el acceso a la clase política estaba favorecido por distintas cualidades ligadas al contexto histórico.

Después de revisar distintos estudios sobre élites políticas, Uriarte (1997, p. 270) señala que parece claro que algunas características favorecen notablemente la posibilidad de formar parte de la élite política. Así, haber nacido en ciudades, pertenecer a la clase media o media–alta, haber cursado estudios universitarios —preferentemente en instituciones de élite— y ser hombre aumenta las posibilidades de alcanzar posiciones en la élite política. Ahora bien, es cierto que la conjunción de los rasgos señalados favorece el acceso no sólo a la élite política, sino al conjunto de todas las élites, pero poseer esas especificaciones tampoco garantiza acceder a la élite, ya que hay otros elementos que intervienen.

Más allá de que las conceptualizaciones sobre lo que sería un buen legislador —un buen político— pongan el énfasis en atributos abstractos como la honestidad, la competencia, la eficiencia, la experiencia o la profesionalización,6 se entiende la necesidad de ponderar valores más bien subjetivos porque las solas características sociales o la trayectoria personal del político no son garantía de un mejor o peor desempeño, razón por la que hay que hacer esfuerzos para encontrar esos otros factores. Compartimos con Martínez (2006) la observación de que casi todos los estudios realizados al respecto utilizan una batería de datos socioeconómicos y demográficos muy parecidos, entre los que siempre está el nivel educativo de los políticos, que es el mejor indicador de un potencial incremento de sus capacidades y destrezas en el desempeño de las funciones que les son propias.

La complejidad de las investigaciones sobre la influencia de los políticos en las peculiaridades del propio sistema no está en establecer relaciones entre las variables, sino en la búsqueda de relaciones causales, sobre todo cuando se trata de demostrar que la variable independiente son las características de los políticos7 (Alcántara et al., 2006; Alcántara y Rivas, 2007; Blondel Müller–Rommel, 2009; Hoffman–Lange, 2009). Abundando en lo anterior, hay trabajos como el de Inglehart y Welzel (2006, p. 275) que señalan que el aumento de los valores democráticos opera como una fuerza social que consolida la integridad de la élite; u otros, la mayoría, en los que se enfatizan los valores y aptitudes de las élites como variable independiente, más no sus características socioeconómicas ni sus destrezas políticas.8 Un grupo diferente de trabajos es el que forman aquellos en los que se explica el surgimiento de los sistemas democráticos gracias a una serie de pactos y acuerdos entre los grupos de élite, estudios criticados por transmitir una visión determinista del papel de las élites en el surgimiento y mantenimiento del sistema democrático.9

A pesar de que la mayoría de la literatura sobre los políticos asume que el grado de instrucción educativa de los mismos es una variable fundamental para valorarlos, no profundiza sobre el tema y se queda en enunciados de tipo general, señalando que uno de los atributos que debe tenerse en cuenta es su nivel educativo. Este tipo de argumentos suele ir acompañado de la afirmación de que los políticos de calidad conllevan el mejor funcionamiento de los sistemas políticos y, por ende, del tipo de régimen. Lo que subyace es el argumento de que los políticos mejor formados están capacitados para generar mejores políticas públicas, lo que llevaría a un mejor funcionamiento del sistema y mayor satisfacción de los ciudadanos. Como ya se dijo, éstos suelen ser supuestos habituales en los estudios sobre la calidad de los políticos, pero muy pocas veces se ha demostrado si existe relación entre alguna de las características que con frecuencia se asocian con el buen político y el funcionamiento efectivo de un sistema político.

Aunque elaborada a partir de datos de opinión de la población, la teoría del "desarrollo humano" de Inglehart y Welzel (2006) señala que hay una relación directa entre el acceso a la educación y el desarrollo de valores de autoexpresión que necesariamente se reflejan en mayores niveles de democratización; entre las investigaciones sobre las características de las élites que han servido para demostrar la relación entre ellas y los cambios en los sistemas políticos destaca la compilación de Best y Cotta (2000). En ese trabajo se desarrolla la clásica línea argumental de Stein Rokkan para señalar que el estudio empírico de las características de las élites parlamentarias agrega una nueva dimensión a los análisis de cómo y en qué medida los representantes, es decir, aquellos actores que son al mismo tiempo los principales productos y los productores de los procesos de democratización y de las instituciones democráticas, han cambiado en paralelo con las otras dimensiones de esa gran transformación. Una de las variables más importantes de la investigación compilada por Best y Cotta (2000) es el nivel académico de los legisladores, ya que, en el contexto de su trabajo, sirve para mostrar cambios en el acceso a la educación, la movilidad social, el acceso a recursos materiales o simbólicos, y la profesionalización de sectores medios; aspectos que sirven de base para la creación de una nueva clase política profesional, que se desarrolla a la par del proceso de democratización.

El análisis de las características, las destrezas y los rasgos de los políticos ha sido abordado sobre todo en la literatura sobre élites políticas.10 Si bien los llamados elitistas clásicos11 estaban más preocupados por demostrar la existencia de una minoría que domina a la mayoría como un hecho privativo de cualquier sociedad —sin prestar mayor atención a los integrantes de esa minoría— sus planteamientos dieron origen a una serie de investigaciones que trataban de singularizar a la élite (Dahl, 1961; Mills, 1963; Putnam, 1976). Las investigaciones se preguntaron por las características sociales, económicas y culturales de las élites y, sobre todo, intentaron determinar si existía algún tipo de correlación entre los rasgos de las mismas y el rendimiento del sistema político (Lasswell, 1961). Como señala Linz (1998, p. 249), la mayoría de los estudios se han centrado en la representatividad de las élites en términos de particularidades tales como clase, sexo, origen regional o étnico y movilidad social, lo que refleja una preocupación por la igualdad de oportunidades.

La economía política (public economics) también ha prestado atención al personal político. Para Besley (2005) la clave de la calidad de los políticos está en su selección, razón por la que analiza los incentivos que se dan en ese proceso. En una línea parecida, se han incluido como atributos de calidad elementos como la transparencia (Mattozzi y Merlo, 2007) o el ser competente y honesto (Caselli y Morelli, 2004), pero sus aportes tienen la limitación, para esta investigación, de que se trata de modelos teóricos de búsqueda de equilibrios y no examinan o indagan la trayectoria de una o varias élites políticas específicas.

Donde más se ha aplicado el perfil político, social y económico de los políticos como variable independiente ha sido en los estudios sobre carreras políticas.12 Hibbing (1999) señala que a través del estudio de las carreras políticas se busca determinar, entre otros elementos, qué representantes son mejores y cuáles peores, qué cualidades tienen, así como entender el sistema sociopolítico del que forma parte la Cámara. Señala también que hay una serie de estudios comparativos que buscan encontrar generalidades a partir de las que se podrían perfilar los políticos de calidad.

Como puede verse, el estudio de los políticos (clase política, élite política) es un campo que sigue ofreciendo una serie de interrogantes. Por lo general, se ha recurrido a describirlos para luego tratar de sacar generalizaciones que liguen los "tipos ideales" con la manera en la que funciona el sistema político (Blondel y Müller–Rommel, 2009), pero en este trabajo queremos dar un paso adelante y avanzar en la comprensión de la manera en que operan de forma diferenciada atributos que teóricamente potencian la calidad de los políticos —en este caso, el nivel de estudios—. No cuestionamos el hecho de que los estudios puedan ayudar (que no es lo mismo que garantizar) a que los políticos desempeñen de mejor manera sus tareas, ya que se trata de un proceso de adquisición de conocimientos y destrezas. Lo que aquí se sostiene es más bien que la educación, como buen atributo en potencia de un político de calidad, tiene que ser contextualizado, ya que el desarrollo de su capacidad dependerá del escenario sociopolítico en el que se encuentre el sujeto y de su trayectoria personal.

Rodríguez (2005, p. 342) explica de forma clara la influencia de la posición social sobre la pertenencia a la élite política. A partir de los trabajos de Putnam (1976) y Aberbach et al. (1981), señala que hay dos grandes modelos de acceso a los puestos privilegiados del poder político: la plutocracia y la meritocracia, modalidades que pueden funcionar de forma separada, alternativa o simultánea. En un modelo basado en la combinación de credenciales educativas y origen social, formar parte de la élite requiere un alto grado de formación académica. El acceso a la universidad se encuentra afectado por el origen social de los individuos, dándose un proceso de selección social indirecta. Los sujetos con un importante capital educativo no llegan por igual a la élite política debido a que entre individuos con igual nivel de estudios persiste un sesgo social a favor de los que pertenecen a los estratos sociales más elevados. En resumen: el nivel educativo y el origen social afectan conjuntamente el ingreso a la élite.

No hay que olvidar que la educación no es sólo un mecanismo de movilidad social (Neelsen, 1975) y ascenso meritocrático13 que contribuye a democratizar a la sociedad, sino que también puede convertirse en un medio de movilidad política (Best y Cotta, 2000). En contextos como los aquí estudiados, en los que hay situaciones de desigualdad social y económica estructurales, las dificultades para el acceso a la educación o las diferencias de calidad que existen dentro del sistema educativo hacen que los estudios no funcionen necesariamente como un sistema de movilidad. Por el contrario, en estas circunstancias el individuo se enfrenta a estructuras sólidas de exclusión que no lo valorarán necesariamente en función de sus méritos, sino más bien con base en una serie de imaginarios sociales predeterminados. Es más, los estudios pueden ser un indicador de la exclusión social y política que padece gran parte de la población, lo que en principio no sería benéfico para el funcionamiento del sistema político.

 

¿Cómo valorar las características de la democracia?

Los desiguales niveles de consolidación democrática14 en los países de América Latina han despertado un creciente interés por el estudio de las características de la democracia en la región, siendo la conclusión casi generalizada que ésta muestra una serie de falencias (Altman y Pérez Liñán, 2002; Diamond y Morlino, 2004; Hagopian y Mainwaring, 2005; Morlino, 2009). Cabe recordar que la democracia está basada en principios de ciudadanía universal, lo cual implica que los individuos no sólo reclaman igualdad política que los haga soberanos, principalmente a partir del voto, sino también condiciones para alcanzar igualdad social y económica, algo lejos de lograr en América Latina y que dificulta la aceptación e interiorización de las rutinas democráticas (Alcántara, 2008).

La forma en la que se concretan los principios, valores y normas de los regímenes democráticos varía de acuerdo con las características de los distintos sistemas políticos, pero es posible definir una serie de aspectos que pueden dar cuenta de su funcionamiento. No cabe duda de que una buena democracia es una democracia de calidad, entendiendo como tal aquel ordenamiento institucional estable que, mediante instituciones y mecanismos que funcionen correctamente, garantice las condiciones de posibilidad para el ejercicio de la libertad y el logro de mayores cuotas de igualdad efectiva entre los ciudadanos. Es un régimen muy legitimado, estable, que satisface a los ciudadanos (calidad por resultados) (Morlino, 2009, p. 186).

A pesar de que se ha propiciado un gran debate en torno a la operacionalización del concepto de calidad de la democracia (García y Mateos, 2006, p. 11), hay varias propuestas analíticas, siendo, a nuestro juicio, la más completa, la planteada por Diamond y Morlino (2004, p. 22) y Morlino (2009, p. 187) que señala que deben tomarse en cuenta dos perspectivas: una, la de los ciudadanos (a partir del grado de satisfacción de éstos con los resultados) y otra, más objetiva, a partir del rendimiento institucional, a fin de evaluar el nivel de cumplimiento de ocho dimensiones: cinco de carácter procedimental: imperio de la ley, participación, competición y responsabilidad vertical (exigida por los ciudadanos) y horizontal (exigida por instituciones del poder público); otras dos de carácter sustantivo: las libertades civiles y políticas, y la igualdad política, y por último, la dimensión responsiveness (reciprocidad / respuesta a la voluntad popular), que enlazaría a las dimensiones procedimentales con las sustantivas.

Además de las categorizaciones centradas en la idea de la calidad de la democracia, hay otras que ponen el foco de atención en el gobierno (entendido en un sentido muy amplio), es decir, en el modo en que se ejerce la autoridad en un país. Kaufmann, Kraay y Zoido (2002, pp. 4–5) sistematizan su propuesta para caracterizar a la democracia a partir de seis dimensiones: voice and accountability, referido a los procesos por los cuales los gobiernos y autoridades son elegidos y reemplazados; estabilidad política; efectividad del gobierno; regulator y quality, regulación de las políticas de mercado, control de los precios, etc.; rule of law, respeto a las norma vigentes y, por último, el control de la corrupción.15

A pesar de que los conceptos anteriores no ponen de relieve el papel de los actores políticos, su estudio es fundamental para valorar la calidad de la democracia, pues son ellos los que accionan la maquinaria institucional del sistema político.16 No hay que olvidar que las instituciones tienen un papel relativamente autónomo dentro del proceso político aunque no de supremacía ni de subordinación. Determinan los costos de transacción o repercuten en la forma en la que actúan las personas u organizaciones, ya que éstas toman en cuenta las oportunidades e incentivos que las instituciones les brindan para desarrollar sus estrategias de adaptación o resistencia. Así buscarán maximizar sus beneficios y reducir sus pérdidas, llegando incluso a la modificación de las mismas.

Desde la óptica de la cultura política, Inglehart y Welzel (2006, p. 221) critican el protagonismo dado a las élites en los procesos democráticos y señalan que el determinismo democrático centrado en ellas implica que el surgimiento y la supervivencia de las instituciones políticas dependan del comportamiento de las élites, en particular de sus elecciones institucionales: si los líderes políticos son concebidos y se conciben como los fundadores de la democracia cumplirían también la función, después de su instauración inicial, de mantenerla o destruirla. Esta afirmación supone que los que ejercen el poder son independientes de los valores y creencias de la población que gobiernan. Según esta perspectiva el comportamiento de las élites no depende de las influencias de las masas. Irónicamente, esto supone que las preferencias de las masas no son en realidad importantes para la democracia, cuando el quid de la democracia es, precisamente, que sí lo son.

En este ensayo se hace una lectura poco habitual de la relación entre élites y democracia, ya que se intenta explicar el vínculo entre los dos conceptos a partir del contexto social y económico, sin caer en visiones reduccionistas o deterministas. Como ya se ha señalado, se plantea que la falta de equidad social y económica tiene consecuencias sobre los procesos de formación, reclutamientos y ejercicio de la élite política y la calidad de la democracia en un país (O'Donnell, 1997 y 2004; PNUD, 2004; Tulchin y Brown, 2003).

Las grandes desigualdades socioeconómicas que caracterizan a los países latinoamericanos junto al fenómeno de la "captura estatal" por parte de la élite de estos países han sido utilizadas como posibles explicaciones de este efecto negativo que puede producirse en la relación entre crecimiento económico y gobierno democrático efectivo (Kaufmann y Kraay, 2002, p. 2).

El argumento que vincula la democracia y las condiciones de desigualdad o de pobreza señala que los "pobres" tienen mermadas sus "capacidades" como ciudadanos (Sen, 2006). En el fondo se apela a la necesidad de que los ciudadanos, para relacionarse de forma activa con el sistema político y aspirar al ideal de igualdad que ofrece la democracia, cuenten con niveles mínimos de bienestar social y económico. Cuanto más igualitaria y abundante sea la distribución de bienes como la educación o el acceso a la información, mayor será la probabilidad de que los ciudadanos tomen decisiones políticas informadas que respondan a sus intereses, algo que contribuirá, en buena medida, a mejorar la calidad de la democracia (Levine y Molina, 2007, pp. 24–25).

Los trabajos elaborados con esa perspectiva analítica suelen centrarse en los efectos de la desigualdad en las capacidades políticas de los sectores más pobres, pero no prestan mucha atención a los sectores que se benefician de la situación de desigualdad. Invirtiendo el argumento, se podría decir que la carencia de recursos que se refleja en las limitadas capacidades políticas, se transforma, en el caso de las élites, en un exceso de recursos que se verá reflejado en abundantes capacidades políticas. El razonamiento que está detrás de esta presunción es que las grandes desigualdades producen una especie de juego de suma cero, donde las carencias de los sectores más bajos se convierten en ganancias de los sectores más favorecidos.

Las élites políticas de los países formarían un grupo más diferenciado de la mayoría, con acceso a ventajas sociales y económicas no disfrutadas por el resto de la población (Milanovic y Muñoz, 2008, p. 27). En este artículo se trata de profundizar en este campo buscando vínculos entre una estructura caracterizada por la falta de equidad social y económica, las características de la democracia y la calidad potencial de las élites políticas medidas a través de su nivel educativo.

 

Nuestra propuesta de estudio

Partimos del supuesto de que el nivel educativo es un indicador de la calidad de la élite política y planteamos como hipótesis que el grado educativo alcanzado por los legisladores de algunos países latinoamericanos no redunda positivamente en las características de la democracia de sus respectivos países, debido a que, en condiciones de falta de equidad social y económica, como ocurre en los casos de los países que se estudian, un elevado nivel de estudios puede evidenciar más bien situaciones de privilegio individual o de grupo reflejadas en un alto nivel de ingresos y poca movilidad social o educativa y, por lo tanto, no repercutir positivamente en las condiciones generales del sistema social y político.

Para contrastar nuestro argumento, relacionaremos los datos sobre el nivel educativo de los diputados con indicadores sobre las características de las democracias de los respectivos países. Una vez establecida la relación entre las dos variables, se introducen como elementos de control, en cada uno de los países, el índice de desarrollo humano y el índice de pobreza humana (como indicadores de desigualdad). Por otro lado, para valorar la situación de privilegio de los diputados, analizaremos sus ingresos económicos declarados, es decir, cuánto dicen ganar en caso de que tengan otros ingresos además del sueldo como diputados y, por último, información sobre el nivel educativo del padre y de la madre de los mismos, esto último para tratar de determinar si ha habido mayor o menor movilidad educativa (¿social?).

Se recurre habitualmente al supuesto de que en toda sociedad existe una correlación entre las características de las élites y el rendimiento del gobierno, pero son pocos los estudios que han contrastado esos supuestos de forma sistemática. La clase política desempeña un papel importante como pilar explicativo de la calidad de la democracia, sin embargo, hasta la fecha son más bien escasos los trabajos dedicados a analizar cuestiones como la influencia en los sistemas políticos de la calidad de los dirigentes,17 su nivel de elitismo o la diferenciación social, étnica o económica de la élite con respecto a la mayoría de la sociedad.

Aquí uno de los objetivos es explorar el efecto de anulación o reconversión de los potenciales atributos positivos de las élites —en este caso nivel educativo— que tienen los factores socioeconómicos estructurales, como la pobreza, el nivel de ingresos o la movilidad social. En resumen, se pretende demostrar que tener políticos bien formados no es muy relevante; también es necesario comprometerse a cambiar las condiciones estructurales en los ámbitos político, social y económico, para así mejorar de la democracia.

Son pocos los autores que han tratado de estudiar la repercusión de la desigualdad socioeconómica en la manera en que operan las características de las élites políticas. Además de los trabajos de Best y Cotta (2000), que coinciden en señalar que los cambios en la composición de las élites reflejan variaciones en los niveles de inclusión política de la población, Putnam (1976) también utilizó indicadores socioeconómicos, de clase y antecedentes familiares para estudiar a las élites y concluir que se reducían los sectores aristocráticos y aumentaban las clases medias, lo que reflejaba claramente el proceso de disminución de los grados de desigualdad que implicó el proceso de democratización.

Como ya se ha señalado, se usará la variable educación como un indicador que nos aproxime de forma suficiente a las características de la élite. En este caso, la variable educación es categórica y ha sido recogida a partir de seis opciones de respuesta: sin estudios, primarios, secundarios, universitarios de grado medio, universitarios superiores y de posgrado. Es de esperarse que mientras más elevados sean los estudios de los legisladores, éstos resulten de mejor calidad y por lo tanto ejerzan una influencia positiva en el sistema democrático, la misma que tiene que reflejarse en las características de la democracia.

Además de los datos relativos al nivel de estudios del propio legislador, se incluyó información relativa a los estudios de los padres, con el fin de contar con un indicador que mostrase indicios de movilidad social y del contexto socioeconómico del legislador. La mayor parte de los trabajos comparados sobre desigualdad social en América Latina utilizan variables educativas para determinar la movilidad social de un individuo.18 Los antecedentes familiares son importantes para explicar la movilidad en términos de educación y constituyen uno de los principales factores que determinan la movilidad social en las sociedades meritocráticas (IPES, 2008, p. 121). La familia y el entorno social de un individuo son dos de los principales agentes de socialización política en el periodo de juventud de una persona y son determinantes en el acceso a oportunidades y resultados futuros.19

Para medir el estatus socioeconómico de los diputados de los distintos países se ha utilizado el nivel de ingresos declarado (a partir de los datos del Proyecto Élites Parlamentarias Latinoamericanas) respecto al pib per cápita del país. Se han utilizado los datos del pib per cápita para contextualizar el dato sobre ingreso recogido en los cuestionarios del proyecto de élites, ya que no resulta igual ganar 10 000 USD en un país que tenga un PIB per cápita de 3 000 USD que en uno de 9 000 USD.20

El segundo grupo de datos empleados son los destinados a valorar la democracia de cada uno de los países incluidos en el estudio. Hemos utilizado tres, realizados con metodologías diferentes, con el fin de cubrir la mayor cantidad de aspectos, a saber: el Índice Freedom House (FH), el Índice de Desarrollo Democrático en América Latina (IDD–Polilat) y el Índice de Transformación de Bertelsmann (BTI) que, con metodologías diferentes, pero con aproximaciones teóricas parecidas, tratan de medir los distintos grados de desarrollo de las democracias.21 El índice Freedom House evalúa los derechos políticos y libertades civiles de las personas en 193 países del mundo: está construido sobre una escala de 1 a 7, los valores próximos a 1 indican países libres y los valores próximos a 7 países no libres.22 Por su parte, el Índice de Desarrollo Democrático, idd, está diseñado para medir el desarrollo democrático en América Latina y considera 31 indicadores agrupados en cuatro dimensiones: la legalidad del régimen democrático, el respeto de los derechos políticos y las libertades civiles, la calidad institucional y el grado de eficiencia política, y el ejercicio de poder efectivo para gobernar.23 Está construido sobre una escala de 1 a 10, donde valores próximos a 1 indican bajo desarrollo democrático mientras que valores próximos a 10 apuntan alto desarrollo democrático. A diferencia del FH, se combinan no sólo indicadores procedentes de percepciones subjetivas, sino también indicadores empíricamente cuantificables. El último índice utilizado es el Índice de Transformación de Bertelsmann,24 bti, medido en una escala de 1 a 10, donde 1 significa bajos niveles de democracia y 10 altos niveles de democracia. El BTI cuenta con dos dimensiones, una política y otra económica, en este trabajo tan sólo se ha considerado la dimensión política. En vista de que los índices no incluyen la trayectoria histórica, la durabilidad y la estabilidad de largo plazo, se ha incluido la variable "número de años en democracia desde 1948". Los datos provienen de la clasificación realizada por Mainwaring (1998).

 

Metodología para el análisis de los datos

Para comprobar la hipótesis de partida planteada en este trabajo, es decir, la relación entre elitismo de los parlamentarios y características de la democracia, utilizamos como herramienta de análisis la representación HJ–Biplot (Galindo, 1985, 1986), extensión de los Biplot clásicos de Gabriel (1971).25 El HJ–Biplot propuesto por Galindo (1985, 1986) es una representación gráfica multivariante de marcadores fila (países) y columna (nivel de estudios de los diputados y de sus padres, ingresos, indicadores de democracia e indicadores de desigualdad social), elegidos de tal forma que puedan superponerse en el mismo sistema de referencia con máxima calidad de representación.

La forma tradicional de abordar el estudio de la relación entre unas variables explicativas y una variable respuesta es utilizar un modelo de regresión múltiple; sin embargo, pocas veces se contrastan las hipótesis que requiere la correcta aplicación del modelo, probablemente porque en datos de este tipo (variables ordinales o con escalas Likert) esas hipótesis por lo general no se verifican. Estas hipótesis suponen que la relación entre las variables explicativas y la respuesta es lineal, que las variables se ajustan a un modelo normal y que son homoscedásticas (igualdad de varianzas) y que las variables explicativas son independientes. Cuando existe relación entre las variables explicativas se produce el fenómeno de la colinealidad y los coeficientes de regresión pueden no ser interpretables. Por el contrario, los métodos Biplot están libres de hipótesis y tienen como objetivo capturar las estructuras de covariación entre las variables que intervienen en el estudio y aprovechar esa covariación para sustituir las variables observables de partida (generalmente muchas) por variables latentes (generalmente dos o tres) que capturan la mayor parte de la información contenida en los datos. Los métodos Biplot presentan sus resultados sobre planos factoriales donde los ejes son las variables latentes. En los planos factoriales se representan las variables observables (nivel educativo de los legisladores, indicadores sobre calidad de la democracia y desigualdad social) y las unidades taxonómicas (países).

Una de las ventajas de esta técnica radica en que permite obtener una representación gráfica simultánea sobre la relación entre un conjunto de variables y la posición de grupos de observaciones con perfiles similares en un plano de dimensión reducida, generalmente de dos dimensiones, que serán las de mayor poder explicativo y una calidad de representación óptima. Si el porcentaje de variación explicada es alto, la representación de los datos en el plano se aproximará a los valores originales de la matriz X analizada con un alto grado de confiabilidad.26 El que la tasa de absorción de inercia sea alta es condición necesaria para la confiabilidad de la interpretación de los casos en el gráfico Biplot pero no es condición suficiente, ya que el hecho de que la mayoría de los casos estén bien representados en el sub–espacio no implica que todos lo estén. Por lo tanto, es necesario valorar la calidad de representación que se consigue para las filas y las columnas de la matriz de datos (Galindo et al., 1999).

La interpretación de los Biplot es sencilla, siguiendo a Galindo (1986), en la representación HJ–Biplot hay que tener en cuenta que:

• Cada país estará representado como un punto en un plano factorial en el que los estudios, ingresos, indicadores de democracia y de desigualdad social desempeñan el papel de variables explicativas. Por su parte, las variables se representan en el plano mediante vectores.

• En una representación HJ–Biplot, las variables que han presentado mayor variabilidad, en los distintos países de estudio, estarán representadas por vectores más largos (por ejemplo en la gráfica 3, el Índice de pobreza y el Índice de Desarrollo Humano (IDH) han sido las variables que mayor variabilidad han tenido en el análisis y más varianza explicarán en uno de los ejes factoriales).

• El coseno del ángulo entre dos vectores representa la correlación entre las variables. Esto significa que en un HJ–Biplot, si dos variables están muy relacionadas tendrán un ángulo muy pequeño (próximo a 0°). Por ejemplo, en la gráfica 1, los años de democracia de un país están muy relacionados con el Índice de Desarrollo Democrático (IDD) de ese país. Si el ángulo que forman dos vectores es obtuso las variables presentarán correlaciones negativas (un ejemplo de esto se puede encontrar en la gráfica 3 con la variable ingresos del diputado y el IDH, lo que indicaría que a mayores ingresos del diputado en un determinado país menor es el IDH que presenta dicho país). Un ángulo recto entre dos vectores indica independencia entre las variables, esto se ve claramente en la gráfica 1, con la variable nivel educativo de los diputados y los indicadores de democracia.

• El ángulo que forma cada una de las variables observables (vectores) con la variable latente (ejes factoriales) se entiende en términos de relación e indica la contribución de cada uno de los ejes factoriales de la representación a la variabilidad de las variables. Esta medida se denomina contribución relativa del factor al elemento (CRFE) y se interpreta de la misma manera que un coeficiente de determinación en regresión.

• La proximidad entre los puntos que representan a los países se interpreta como similitud entre los mismos. Esto significa que si dos países aparecen próximos en el gráfico factorial compartirán un perfil similar respecto a las variables utilizadas en el análisis, especialmente si los países están bien representados. Ese perfil se genera a partir de la posición media de cada uno de los casos en el conjunto de variables incluidas en el análisis.

• La relación entre países y variables se realiza en términos de producto escalar, es decir, a partir de la proyección perpendicular de los puntos países sobre los vectores que representan a las variables. A partir de esta proyección es posible determinar la distribución aproximada que las observaciones toman sobre las variables (Gabriel y Odoroff, 1990).

• Si en un país, una variable (Índice de Desarrollo Democrático) toma un valor preponderante ese país estará representado por un punto próximo al extremo del vector que representa a esa variable. Por ejemplo, en la gráfica 1, los países situados en la parte derecha del gráfico (Chile, Costa Rica y Uruguay) son los que presentan mejores indicadores de democracia.

Para completar el análisis y para la realización de la clasificación de países según su posición en el gráfico Biplot se ha realizado, siguiendo a Vicente (1992), un análisis cluster tomando como matriz de partida las coordenadas de los individuos en los factores retenidos en el HJ–Biplot. La ventaja del análisis cluster es que permite establecer grupos homogéneos de forma que los países pertenecientes a un mismo grupo son similares, es decir, los valores que toman en cada una de las variables utilizadas en el análisis son análogos. El criterio de agrupación utilizado es el de Ward o método de pérdida de la inercia mínima que une los casos buscando minimizar la varianza dentro de cada grupo (Vicente, Ramírez y Galindo, 1994, p. 830).

 

Educación de los diputados y características de la democracia

Pese a que la democracia es la forma de gobierno extendida en prácticamente toda América Latina, se pueden encontrar diferencias importantes entre los distintos países cuando se aplican indicadores que tratan de medir y analizar sus características. Uno de los objetivos de este trabajo es demostrar que en la región latinoamericana aspectos de la calidad de los políticos, en este caso medida a partir de su nivel educativo, no están relacionados con la valoración positiva o negativa que se pueda hacer desde distintas metodologías del funcionamiento de la democracia existente en cada país. En resumen, una mayor preparación académica de los parlamentarios no es relevante para el mejor rendimiento de la democracia.

Para ello se ha recurrido a una representación HJ–Biplot (gráfica 1),27 que pone de manifiesto que no existe relación entre las características de la democracia en el país y el nivel educativo de los diputados latinoamericanos, si bien contribuye a explicar el posicionamiento de los países en la gráfica y ayuda a remarcar las diferencias existentes entre los políticos de unos países y otros. El vector que representa la formación académica y los vectores relativos a la democracia en el país forman un ángulo recto, lo que indica independencia entre las variables.

Por otro lado, la gráfica 1 muestra, como era de esperar, la alta correlación entre los indicadores que valoran las características de la democracia y los gobiernos (los ángulos que forman los vectores que representan a estas variables son próximos a 0°), lo avala la coherencia de los estudios sobre la calidad de la democracia28 y comprueba de forma contundente las diferencias existentes entre los países de la región, a la vez que reafirma nuestra estrategia de estudio consistente en usar una serie de indicadores con el fin de cubrir un mayor número de aspectos valorados.

En los cuadros 1 y 2 se presentan las contribuciones relativas del factor al elemento (CRFE) tanto para el nivel de estudio de los parlamentarios como para los indicadores de democracia y los países, desglosados por ejes factoriales. Estas contribuciones indican la parte de dispersión de un elemento explicada por un factor, de modo que si un elemento recibe una alta contribución de un factor y baja de los demás, indica que ese elemento es una característica casi exclusiva de ese factor, y serán esos elementos los más importantes a la hora de interpretar dicho eje.29 Las variables mejor representadas en el eje 1 serán las que más discriminen a los países en el primer plano factorial (eje 1–2).

Las cinco variables incluidas en el análisis contribuyen de manera significativa a la identificación de los distintos grupos de países, si bien el Índice Freedom House y el Índice de Transformación de Bertelsmann son los que mayor importancia explicativa tienen en la posición de los países, con una contribución de 915 y 904, respectivamente en el eje 1 (cuadro 1). Por su parte, el nivel educativo resulta ser la única característica propia del eje 2, es decir, recibe una fuerte contribución del eje 2 y baja de los demás.

A partir de los datos que muestra el cuadro 2, se puede decir que son característicos del eje 1, es decir, se diferencian del resto por su posicionamiento en las variables relativas a democracia: Costa Rica (966), Chile (914), Guatemala (835) y Uruguay (798), principalmente, unos países por valores altos en estas variables y otros, como es el caso de Guatemala, por sus bajos valores en los indicadores de democracia. Mientras que Brasil, Colombia, Paraguay y República Dominicana tienen las contribuciones más altas del eje 2, de manera que se diferenciarán del resto de los países por la formación académica de sus parlamentarios.

El posicionamiento de las cinco variables en el primer plano factorial (gráfica 1) permite diferenciar a países como Chile, Costa Rica y Uruguay, situados en la parte derecha del gráfico, con los mejores índices de calidad de la democracia de toda América Latina, de Guatemala, Paraguay, Nicaragua, Ecuador, Colombia y Bolivia con los peores indicadores de democracia de la región, todos ellos situados en la parte izquierda de la gráfica.30

Por otra parte, el eje 2 divide a los países según el nivel de elitismo educativo de sus parlamentarios. Países como Colombia, Nicaragua, Ecuador, Chile y República Dominicana, con las élites académicamente más formadas de la región, se sitúan en la parte superior del gráfico. No en vano, 61 por ciento de los actuales diputados colombianos tiene estudios de posgrado (una situación de privilegio si tenemos en cuenta que 24 por ciento de la población colombiana tiene acceso a educación terciaria), al igual que 47 por ciento de los chilenos y 44 por ciento de los peruanos. Mientras que los países con diputados que tienen una menor formación académica31 se sitúan en la parte inferior, un ejemplo claro de ello es el de Paraguay, Uruguay, Brasil u Honduras, donde tan sólo uno de cada seis parlamentarios tiene estudios de posgrado.

Una vez corroborada, en parte, nuestra hipótesis de partida —los ejemplos más claros serían Colombia, Nicaragua, Ecuador o Uruguay— clasificaremos a los países latinoamericanos a partir del nivel de estudios de su clase política y las características de la democracia. Para ello, se usará un análisis de conglomerados jerárquico, tomando como variables las coordenadas de los países en los tres ejes factoriales retenidos en el HJ–Biplot.32 Como se mencionó en el apartado de metodología, una de las ventajas de aplicar el método cluster a partir de las coordenadas del Biplot es que hace posible determinar qué variables son las responsables de la formación de los distintos clusters.

La clasificación de los países de acuerdo con este método se presenta en la gráfica 2, en la que se observan tres grupos bien diferenciados.33 El primero formado por Chile, Costa Rica y Uruguay, el segundo por Paraguay, Honduras, El Salvador, Bolivia y Brasil y, el último, el más numeroso, por Ecuador, Colombia, Nicaragua, Guatemala, Argentina, República Dominicana, México, Perú y Panamá. Para determinar las diferentes configuraciones de los clusters en los planos factoriales del HJ–Biplot, se han analizado detenidamente las CRFE de aquellas variables con mayor incidencia en la formación de los clusters (Vicente et al., 1994, p. 830).

El primer cluster, constituido por Costa Rica, Uruguay y Chile, se determina de manera casi exclusiva por los atributos de sus democracias y un alto grado de institucionalización. Son países que tienen, con diferencias, los mejores indicadores en este campo de toda América Latina. Sin embargo, el nivel educativo es lo que distancia dentro de este grupo a Chile y Costa Rica (situados en la parte superior de la gráfica 1) de Uruguay (posicionado en la parte inferior de la misma gráfica). El caso de Uruguay merece mención aparte, ya que muestra que el nivel educativo de los diputados —comparativamente bajo— no es ningún impedimento para tener una de las democracias de más calidad de la región.

El segundo cluster, compuesto por Brasil, Paraguay, Honduras, El Salvador y Bolivia, se forma principalmente debido a que sus diputados se caracterizan por tener un nivel de estudios inferior al del resto de sus pares latinoamericanos (cuadro 3). A pesar de que, como ya se ha señalado en este trabajo, la mayoría de los diputados latinoamericanos cuenta con estudios universitarios, en estos países existe un mayor número de legisladores con estudios universitarios medios o incompletos, los valores más bajos en esta variable los encontramos en Paraguay, Brasil y Honduras (gráfica 1). Aunque en la configuración de este cluster las variables relativas a calidad de la democracia han tenido una incidencia menor, lo cierto es que podemos decir que todos estos países tienen unos indicadores de calidad de la democracia regulares, si bien mejores que los presentados por los países del cluster 3.

Por último, el tercer cluster está formado por Ecuador, Colombia, Nicaragua, Guatemala, Argentina, República Dominicana, México, Perú y Panamá. Este grupo se caracteriza por tener unos bajos indicadores en la valoración de sus democracias y un nivel de estudios muy alto (situados en el cuadrante superior izquierdo de la gráfica 1), con la excepción de Panamá y Guatemala, con élites menos formadas académicamente.

 

Educación, características de la democracia y desigualdad social

Que la educación de la clase política no es un factor que incida de forma clara en el rendimiento de la democracia en un país parece que es un hecho demostrado en este trabajo. Ahora bien, queda aún por contrastar nuestro planteamiento inicial de que una élite parlamentaria más preparada académicamente, en América Latina, puede ser un posible indicador del grado de elitismo de la clase política, en países con un alto grado de desigualdad social, y donde el porcentaje medio de población con acceso a estudios terciarios en toda la región es de 28 por ciento.

¿Pero influyen o están relacionados los ingresos de los diputados y el nivel de estudios de los padres (vistos como un elemento de mayor o menor movilidad social) con las características de la democracia en el país? Para ello se ha recurrido nuevamente a una representación HJ–Biplot (gráfica 3) con las siguientes variables: nivel de estudios del diputado, nivel de estudios de los padres, indicador de ingresos del diputado, indicadores de democracia (FH, BTI e IDD), años de la democracia, Índice de Desarrollo Humano e índice de pobreza en el país.

El primer eje factorial del análisis Biplot recoge la mayor parte de la información y absorbe 55.8 por ciento de la variabilidad total de los datos; es decir, las variables mejor representadas en el eje 1 serán las que más discriminen a los países en el primer plano factorial (eje 1–2). Las variables con mayor calidad de representación en esta dimensión son las relacionadas con la democracia y los indicadores de desigualdad social (cuadro 4). El segundo y tercer eje aportan una menor información (23.8 y 6.8 por ciento, respectivamente), aunque ofrecen resultados interesantes para alguna de las variables del estudio, así como para algunos de los países objeto de análisis. El segundo eje está definido, básicamente, por el nivel educativo, tanto de los diputados como de sus padres. La bondad de ajuste global en el espacio formado por los tres primeros ejes (1, 2 y 3) alcanza 86.3 por ciento, lo que garantiza la interpretación de los datos y justifica la decisión final de explicar sólo los tres primeros ejes en el análisis.34

El cuadro 4 pone de manifiesto que las diez variables incluidas en el análisis contribuyen de manera significativa a la identificación de los distintos grupos de países, si bien el Índice de Desarrollo Humano, el Índice de pobreza y el Índice de Desarrollo Democrático son los que mayor importancia explicativa tienen en la posición de los países, con una contribución de 862, 826 y 808, respectivamente en el eje 1. Por su parte, el nivel educativo, tanto de los diputados como de sus padres, resulta ser la única característica propia del eje 2 (es decir, recibe una fuerte contribución del eje 2 y baja de los demás). La calidad de representación en las gráficas Biplot para prácticamente la totalidad de los países es buena o aceptable, de modo que es posible extraer conclusiones confiables respecto a las proyecciones de los países sobre las variables utilizadas (cuadro 5).

La gráfica 3 pone de manifiesto dos aspectos importantes: uno, la clara división entre los distintos países latinoamericanos en función, por un lado, de las características de la democracia, desarrollo humano, pobreza y elitismo económico de los actuales parlamentarios latinoamericanos y, por otro, del nivel educativo (considerando tanto los estudios de los diputados como los de sus padres). Un análisis más detallado de la clasificación de países a partir de su posicionamiento en la gráfica la veremos más adelante (gráfica 4).

Se mantiene, a pesar de la inclusión en el análisis de variables contextuales, la fuerte correlación entre los distintos indicadores de democracia, así como de los años del régimen democrático, con ángulos entre los vectores que los representan próximos a cero. Al igual que la relación existente entre IDH y pobreza con indicadores de democracia. A mayor desarrollo humano y menores niveles de pobreza en un país, mejores son los indicadores sobre su democracia.

Los resultados del HJ–Biplot también muestran que el nivel educativo de los diputados no es relevante para obtener mejores indicadores de democracia y que, con la introducción en el análisis de otras variables relativas a su situación económica o a su familia de origen, pierde poder explicativo (cuadro 4). Sin embargo, algo que empíricamente no ha sido demostrado es si existe relación entre los ingresos de los parlamentarios y la situación de la democracia en la región. Pues bien, al observar en la gráfica 3 el ángulo que forman cualesquiera de los vectores que representan los indicadores de democracia y el vector de los ingresos se puede concluir que efectivamente existe una relación entre ambos indicadores, aunque se trata de una correlación negativa (al ángulo que forman ambos vectores es obtuso). Lo que se traduce en que a valores altos en el indicador de ingresos de los diputados de un país, valores bajos en las variables de democracia. Lo que conduce a pensar que cuanto mayor sea la distancia económica entre élites y población, el acceso a los mecanismos formales e informales del poder puede resultar más restrictivo y, por lo tanto, repercutir en la situación de la democracia.

Los ejemplos más claros de que la desigualdad económica entre la clase política y la población se traduce en bajos niveles de calidad de la democracia se encuentran en Guatemala, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Honduras y Paraguay. De manera contraria, en los países con menor desigualdad económica entre parlamentarios y población, Uruguay, Costa Rica y Chile, los datos de la democracia son los mejores de América Latina. De igual modo, a partir de la gráfica 3 se puede señalar que existe una estrecha relación entre nivel de estudios de los padres y nivel de estudios de los hijos, sin embargo, no existe relación alguna entre el nivel de ingresos de los diputados y los estudios alcanzados, lo que hace presuponer que hay factores de bienestar heredados.

Para completar los resultados obtenidos en el análisis HJ–Biplot, se ha realizado un análisis de conglomerados jerárquico tomando como variables las coordenadas de los países en los tres ejes factoriales retenidos.35 La clasificación de los países de acuerdo con este método se presenta en la gráfica 4, en la que se observan tres grupos bien diferenciados. El primer cluster, constituido por Costa Rica, Uruguay y Chile, se determina de manera casi exclusiva por los indicadores de calidad de la democracia, nivel de desarrollo humano y nivel de pobreza en el país (cuadro 6). Los tres países que forman este grupo se caracterizan por tener, con diferencia, los mejores indicadores de democracia de toda América Latina, los índices de pobreza más bajos de la región y un índice de desarrollo humano también elevado. El nivel educativo, tanto del diputado como de sus padres, es lo que distancia dentro de este grupo a Chile y Costa Rica de Uruguay. No debemos olvidar que los parlamentarios chilenos son unos de los que tienen mayor formación universitaria de la región, al igual que sus padres. Por el contrario, Uruguay cuenta con el menor número de diputados con estudios de posgrado de la región. Aunque en menor medida, la menor desigualdad económica en estos países entre ciudadanos y élite también ha contribuido notablemente a la configuración de este cluster.

El segundo cluster está formado por Panamá, República Dominicana, Brasil, Nicaragua, Guatemala, Honduras, Paraguay, El Salvador y Bolivia (cuadro 6). Dentro de este grupo podemos hablar de dos subgrupos de países, uno que se caracteriza básicamente por tener bajos indicadores de democracia, bajos índices de desarrollo humano y una elevada pobreza: Nicaragua, Guatemala, Honduras, Paraguay, El Salvador y Bolivia. Y otro caracterizado por tener un elitismo educativo medio y procedencia de familias con una formación académica baja, como es el caso de Panamá, Brasil y República Dominicana —este último adopta esta posición no tanto por el nivel educativo de los diputados como por el de sus padres, uno de los más bajos de toda América Latina, aunque sus indicadores de democracia son medios. El siguiente plano donde encontramos información sobre este cluster es en el plano 1–3, donde la variable ingresos tiene una relevancia especial, ya que los sueldos de los parlamentarios de estos nueve países son elevados, sobre todo en Guatemala, Honduras o Nicaragua, que presentan los valores más altos en esta variable.

Por último, el grupo formado por Argentina, Perú, México, Ecuador y Colombia (cuadro 6) se determina principalmente por el elevado nivel educativo de sus diputados así como su procedencia familiar, se trata de diputados con padres que cuentan con una de las formaciones académicas más elevadas de la región. El nivel de ingresos de los diputados de estos países también tiene una relevancia especial en la formación de este grupo. En la gráfica 3 se aprecia como el elitismo económico de los parlamentarios de Ecuador, Colombia y Perú es relativamente alto, si bien no es el caso de Argentina o México, donde la distancia económica entre diputados y ciudadanos es menor, próxima a la de los países del primer cluster.

 

Conclusiones

A partir de los datos analizados en este trabajo se confirma la hipótesis planteada y que el nivel educativo de los diputados no es relevante para el buen funcionamiento de la democracia en los países latinoamericanos. Más bien, llama la atención el hecho de que un grupo significativo de países con élites legislativas bastante educadas tengan unas democracias de calidad relativa. Se observa también que el nivel de estudios puede reflejar situaciones de privilegio social o económico de los diputados.

Cabe señalar que es notablemente elevado el nivel de estudios de los diputados latinoamericanos en promedio, lo que nos lleva a plantear que se trata de élites que, en teoría, tienen una buena educación formal y que, para buena parte de los países considerados, además, provienen de hogares con un contexto sociocultural relativamente alto, a juzgar por el nivel educativo de los padres.

Otro de los hallazgos del trabajo es la estrecha relación entre los ingresos económicos de los diputados y la situación de la democracia de sus respectivos países. En aquellos países con una clase política con más ingresos, los indicadores que valoran la democracia son malos y viceversa. Sin embargo, es necesario señalar que hay significativas diferencias entre los niveles de ingresos de los diputados latinoamericanos, lo que pondría en cuestiona–miento la visión, bastante generalizada y aún por ser estudiada, de que la política en América Latina está destinada sólo a los sectores con mayores recursos. No queremos decir con esto que los ingresos de los diputados sean bajos, sino que la presencia de oligarquías en la política varía sustan–cialmente entre países, variación que tiene algún impacto en el funcionamiento de la democracia y, sobre todo, si tomamos en cuenta las desigualdades estructurales de los países.

También se confirma, una vez más, lo que ha sostenido la literatura: que existe una estrecha relación entre las condiciones socioeconómicas, en este caso medidas a través del IDH y el índice de pobreza, y la situación democrática de los países. Se observa claramente que los países con menor desarrollo humano y con mayores índices de pobreza son a la vez los que tienen democracias peor valoradas. Pero, y aquí otro elemento planteado por la hipótesis, la situación de las élites en esos países no siempre se corresponde, y de manera considerable, con la de la población, ya que cuentan, en promedio, con ingresos elevados y una buena educación.

Por último, nos gustaría señalar que la trayectoria de las instituciones políticas de los países parece ser determinante para comprender las características de la élite política. Los países con una trayectoria democrática más larga muestran una configuración de élites distinta a la de los países con experiencias democráticas más erráticas. En este sentido, cabe prestar mayor atención al papel de los partidos políticos y de los otros mecanismos de acceso al sistema político, ya que éstos son los medios por excelencia para generar oportunidades y equilibrar las posibilidades de los sectores económicamente dispares.

 

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Notas

1 Para profundizar sobre el papel de los diputados como parte de la élite política y su importancia para la estabilidad de la democracia puede verse el trabajo de García y Mateos (2006, p. 10) o el de Uriarte (1997, p. 260), quien indica que la élite política es el grupo que tiene capacidad de influir en las políticas y actividades del Estado, definición que permite incluir en esa categoría a un grupo de políticos profesionales que pueden ejercer cargos en los partidos, en el Ejecutivo, en el Legislativo o en los gobiernos locales. Sin embargo, señala también que la mayor parte de las investigaciones sobre élites políticas se centran en los diputados y, para explicar las razones, retoma a Aberdach, Putnam y Rockman (1981), que sostienen que los parlamentarios muestran el lado partidista de la política, son el semillero de los gobiernos y ministerios, e influyen en la política de sus respectivos países.

2 Se deja fuera del estudio a Venezuela por falta de información. Para el caso de Brasil y Panamá los datos disponibles corresponden al periodo legislativo anterior, 2002–2006 en Brasil y 2003–2008 en Panamá.

3 El Proyecto Élites Parlamentarias Latinoamericanas tiene su origen en 1994, bajo la dirección de Manuel Alcántara de la Universidad de Salamanca, y ha ido recogiendo a lo largo de las distintas legislaturas las percepciones y actitudes de los parlamentarios latinoamericanos en 18 países.

4 Debido a la variedad de datos y a la complejidad de las metodologías utilizadas, la naturaleza de los datos usados para valorar las democracias y la desigualdad socioeconómica se detallarán más adelante, en la sección correspondiente del artículo.

5 Usamos los términos arriba señalados de forma indistinta para referirnos al grupo de gobernantes, es decir, a aquellos que participan de forma activa o pasiva en la administración del poder político entendido como espacio en el que se toman decisiones con carácter obligatorio. Si bien, desde los elitistas clásicos, hubo un debate sobre la diferencia entre élite y clase política, al que posteriormente se sumaron autores como Mills (1963), en los últimos años ha perdido intensidad por el uso generalizado de la expresión clase política y la menor influencia del marco teórico marxista en las ciencias sociales.

6 Al respecto pueden consultarse los siguientes trabajos: Padró y Snyder (2004); Burns et al. (2004); Reiser (2003); Dal Bó, Dal Bó y Di Tella (2002); Moncrief et al. (2001); Uriarte (2000); Brady et al. (1999); Norris (1997); Epstein et. al. (1997); Katz y Sala (1996), y Mondak (1995).

7 El texto seminal sobre las élites políticas latinoamericanas es el compilado por Lipset y Solari (1967), en el que se incluyen capítulos temáticos que tratan sobre los distintos aspectos de la composición y formación de las élites en general. No estamos planteando que no se hayan realizado estudios sistemáticos sobre élites políticas, sino que aún quedan muchos aspectos pendientes por considerar, ya que la falta de datos ha dificultado la elaboración de este tipo de trabajos. De una forma más clara lo plantea Uriarte (1997, p. 254), al señalar que se han llevado a cabo numerosas investigaciones tanto de las élites políticas como de las culturales y económicas, y que en todas ellas se puede apreciar un consenso generalizado sobre algunas ideas básicas, sobre todo alrededor de la noción de que las sociedades están divididas entre minorías poderosas y grandes masas influidas por esas minorías. Sin embargo, según la misma autora, las perspectivas varían a la hora de analizar las bases de la formación y mantenimiento de esas minorías, sus características, su papel o las consecuencias de su existencia o de sus actos para la democracia, ya que hay diferencias importantes en la identificación de las élites y en los enfoques de la investigación.

8 Sobre el tema trata el texto compilado por Alcántara (2006), cuya base de datos fundamenta las encuestas de élites que aquí se usan o el artículo de Stevens, Bishin y Barr (2006) sobre las preferencias autoritarias de las élites latinoamericanas.

9 Algunas de estas visiones son las que tiene Bunce (20007, p. 709) o las que se desarrollaron para explicar las transiciones, como se puede comprobar en las aportaciones del libro de Highley y Günther (1992).

10 Se trata de un tema de tan amplio espectro que se puede estudiar a través de enfoques que van desde lo normativo, como los relacionados con la representación política, hasta lo empírico, como los que buscan establecer vínculos entre las características de los políticos y sus conductas y actitudes. Metodológicamente, Quandt (1970) recomienda la comparación entre países y la utilización de datos que puedan tratarse estadísticamente.

11 Bajo el nombre genérico de "elitistas clásicos" suele agruparse a Pareto y su teoría de la circulación de las élites; a Mosca, que se destaca por desarrollar el concepto de clase política, y a Michels, con su Ley de Hierro de la Oligarquía. Además de las obras de los autores mencionados se pueden consultar los estudios sobre los mismos de Rodríguez Zúñiga (1976), Morán (1983) o Albertoni (1988). En ocasiones se incluye a Weber dentro de los elitistas clásicos, ya que en sus planteamientos sobre partidos políticos es deudor de Michels.

12 Para un análisis de las carreras de los senadores del Cono Sur, véase el trabajo de Llanos y Sánchez (2006), mientras que para el estudio de los legisladores latinoamericanos se puede consultar a Martínez (2006).

13 Los estudios sobre élites políticas siempre coinciden en que la meritocracia puede entenderse como un signo de desarrollo de la clase política en las sociedades modernas (Rodríguez, 2005, p. 344).

14 La consolidación —según Di Palma (1988)— se refiere a la creación de un consenso básico sobre las reglas del juego democrático y la disminución o desaparición del riesgo de una interrupción de la competencia democrática. Solamente después de ese punto se puede decir que han echado raíces las funciones y rutinas institucionales, lo que incluye la socialización de las personas que actúan en el marco de las instituciones democráticas.

15 Hemos mantenido los originales en inglés porque su uso y comprensión están generalizados y porque no hay una convención lo suficientemente amplia sobre las palabras en español que mejor servirían para esos conceptos politológicos.

16 A pesar del énfasis que pone en los elementos estructurales y procedimentales, el mismo Morlino (2009) insiste en la necesidad de estudiar la relación entre la calidad de la élite política y la calidad de la democracia, pero no profundiza en el argumento ni desarrolla una metodología de análisis, como sí lo hace con otros factores.

17 Un análisis sobre la calidad de los políticos a partir de su carrera política (experiencia en el partido, experiencia pública y nivel educativo) puede verse en Martínez (2006, pp. 175–211).

18 Sobre movilidad social y educación en América Latina se pueden consultar, entre otros, a Ferranti, Perry, Ferreira y Walton (2003); Andersen (2001); Behrman, Gavira y Székely (2001), y Dahan y Gaviria (1999).

19 Véase entre otros Lipset, Lazarsfelfd, Barton y Linz (1954), y Almond y Verba (1963). Estos últimos afirman que la temprana socialización del individuo en la familia ejerce una influencia importante sobre sus posteriores actitudes y participación política.

20 La pregunta sobre los ingresos formulada a los diputados fue la siguiente: ¿Podría indicarme dentro de cuál de estas categorías se incluirían sus actuales ingresos mensuales? De 1 000 a 4 000 usd; de 4 001 a 7 000 usd; de 7 001 a 10 000 usd y más de 10 000 usd. Se refiere al total de los ingresos de un parlamentario, no sólo a los percibidos por su cargo político; por lo tanto, dentro de este total estarían incluidas, por ejemplo, las dietas parlamentarias de las que, en cierto modo, no puede decirse que sean ingresos individuales. Pero es el único modo que tenemos, en este caso, de medir el nivel económico de un parlamentario. Para poder comparar el conjunto de países de la región se opta por contextualizar el ingreso de acuerdo con el pib per cápita del país. Así, el pib per cápita se clasificó en función de las categorías de ingresos recogidas en el cuestionario del pela. El cálculo del indicador es sencillo, se restan los ingresos de cada uno de los diputados del pib del país y se calcula el promedio de ese valor. A partir de ese cálculo se obtuvo una variable con una escala entre –2.5 y +2.5, donde valores negativos indican que los ingresos de los parlamentarios están por debajo del pib per cápita del país mientras que valores positivos indican que los ingresos de los parlamentarios son superiores al pib per cápita del país.

21 El empleo de distintos indicadores que tratan de medir la democracia nos permite montar una especie de "sistema de contraste" para ver si los resultados obtenidos son coherentes y se mantienen, independientemente de las variables y metodologías que se utilicen para medir el nivel de calidad de democracia. Además, cada uno de ellos aporta algún elemento nuevo en la medición. A pesar del debate existente en torno a la utilización de distintos índices para medir y caracterizar la democracia, los indicadores empleados en este trabajo ofrecen resultados similares, lo que aumenta la confiabilidad de nuestros resultados y refuerza su inclusión en este análisis (Norris, 2006). Sobre las ventajas y desventajas del empleo de los principales índices de democracia puede consultarse Landman (2003).

22 En este trabajo el índice fh ha sido recalculado. En primer lugar se cambió la dirección de la escala de manera que valores próximos a 7 fuesen países libres y valores próximos a 1 países no libres (para una mejor interpretación de los resultados posteriores). Después se calculó el valor promedio a partir de los valores obtenidos tanto en el índice de libertades civiles como en el de libertades políticas y se estandarizó a una escala de 100 puntos, donde valores próximos a 0 indican países no libres y valores próximos a 100 países libres. http://www.freedomhouse.org/template.cfm?page=15.

23 Para más información, consúltese: http://www.idd–lat.org/Web%20IDD–Lat2006/Edicion%202006.htm.

24 Véase la explicación de la metodología en: http://www.bertelsmann?transformation?index.de.

25 Los métodos Biplot son técnicas factoriales que permiten reducir la dimensionalidad del problema y facilitan su interpretación. Son una representación gráfica de datos multivariantes. Del mismo modo que un diagrama de dispersión permite representar de manera conjunta dos variables, un Biplot representa de forma simultánea tres o más variables (Gabriel y Odoroff, 1990).

26 La variabilidad explicada por los ejes factoriales está determinada por la tasa de absorción de inercia, que varía entre 0 y 100, de modo que cuanto más se aproximen los valores de los ejes factoriales a 100 más confiable será la representación.

27 Antes de interpretar las gráficas Biplot habría que tener en cuenta una serie de aspectos importantes del análisis. Por un lado la bondad de ajuste de la representación Biplot en el subes–pacio de máxima inercia (es decir, conocer cuál es la cantidad de información retenida en el análisis), y por otro, la parte de variabilidad de cada una de las variables explicadas por el factor y la calidad de representación de los países en las gráficas. Dado que la variabilidad total de los datos no puede ser recogida en una sola gráfica, puesto que no se trata de un fenómeno bidimensional, se han retenido los tres primeros ejes factoriales del HJ–Biplot. La tasa de inercia en el primer plano factorial (es decir, la cantidad de información retenida), formada por el eje 1 y 2, alcanza 90.9 por ciento, consiguiéndose en el espacio, formado por los tres primeros ejes, 96.2 por ciento de la variabilidad total en los datos, lo que garantiza la confiabilidad de la interpretación con una pérdida de información pequeña (9%).

28 Véanse Alcántara (2008), y Levine y Molina (2007), entre otros.

29 La CRFE toma valores entre 0 y 1 000.

30 La ubicación de los países en la gráfica se obtiene de la proyección perpendicular de cada uno de ellos sobre los vectores que representan a las variables. Todos los países localizados cerca de la punta de la flecha que representa las variables relativas a democracia serán aquellos con mejores puntuaciones en esas variables y con un mayor grado de institucionalización democrática, mientras que los situados en los extremos opuestos de estos vectores serán los que tengan peores indicadores de democracia. Lo mismo sucede con el nivel de estudios alcanzado, los países situados cerca de la punta de la flecha que representa a esta variable tendrán la formación académica más elevada mientras que los situados en el otro extremo tendrán un nivel de estudios inferior.

31 Partimos del hecho de que 89 por ciento de los actuales parlamentarios latinoamericanos tienen estudios universitarios, ya sean de grado medio o superior. Por lo tanto, cuando hablamos de países con élites con menor nivel formativo nos estamos refiriendo, por ejemplo, a tener un menor número de parlamentarios con estudios de posgrado o un mayor número de ellos con estudios universitarios medios.

32 El método utilizado para la agrupación de países es el método Ward o de pérdida de inercia mínima (Vicente, Ramírez y Galindo, 1994, p. 829).

33 Se ha utilizado como medida de buena clasificación el coeficiente de correlación cofenética (Rohlf y Sokal, 1981) que varía entre 0 y 1. Si el valor está próximo a 0 existe una distorsión entre las distancias iniciales y las resultantes del análisis de conglomerados jerárquico, mientras que si el valor está próximo a 1 indica que hay una buena estructura jerárquica entre los casos analizados. En este estudio, el coeficiente de correlación cofenética es de 0.91, lo que nos permite hablar de una buena clasificación de los casos.

34 Por cuestión de espacio y dado que la dimensión 3 del análisis Biplot no aporta información determinante que no pueda ser explicada por el primer plano factorial, no se presenta en este trabajo la gráfica formada por los ejes 1–3.

35 El método utilizado para la agrupación de países es el método Ward o de pérdida de inercia mínima (Vicente, Ramírez y Galindo, 1994, p. 829). El coeficiente de correlación cofenética obtenido es de 0.82, por lo que se puede considerar buena la clasificación obtenida del análisis de conglomerados jerárquico.

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