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Política y gobierno

versión impresa ISSN 1665-2037

Polít. gob vol.17 no.1 Ciudad de México ene. 2010

 

Reseñas

 

Aristas incomprendidas: Memoria, insurgencia y movimientos sociales en Bolivia, de Maristella Svampa y Pablo Stefanoni (comps.)

 

Carlos Ernesto Ichuta Nina*

 

Buenos Aires, Clacso–El Colectivo, 2007, 272 pp.

 

* Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Clacso.

 

Influido por las particularidades de los hechos, a pesar de estar inscrito en la ola de las crisis políticas que afectó a varios países de América Latina desde finales de los años noventa, pocos libros se han referido, de manera seria, a la crisis sociopolítica vivida en Bolivia, la cual auspició el ascenso de Evo Morales al poder. Al contrario, después de dicho evento se desarrolló una especie de evomanía en algunos círculos académicos tentados a analizar las capacidades y limitaciones del primer presidente indígena del país.

En ese ámbito de curiosidades, las definiciones de la gestión política de Morales han sido tan simplistas como complejas. Una caracterización de ellas nos desviaría del propósito de esta reseña, sin embargo, podemos identificar tres percepciones dominantes. En primer lugar, otorgándole al indigenismo una capacidad rupturista neocolonial, algunos autores ven la instauración de un proceso revolucionario en el país, en el que el sujeto indígena homogeneizaría, casi, el complejo social boliviano.1 En segundo lugar, otros autores echan a perder el sentido de la historia, al acusar al gobierno de Morales de populista, despreciando el poder político del movimiento popular que dio origen a la crisis política de 2000–2005 y a ese gobierno.2 En tercer lugar, otro grupo de autores magnifican en Morales las oportunidades para la resurgencia o la aparición de la izquierda latinoamericana.3 Este término, como el del populismo, tiene la virtud de negar el papel protagónico de las masas populares, que hicieron posible la generación de alternativas políticas de carácter popular y alternativo, ante un régimen político excluyente y vigente durante veinte años, denominado "democracia pactada".

El libro coeditado por Clacso y El Colectivo, y publicado en 2007, Bolivia: Memoria, insurgencia y movimientos sociales, coordinado por Maristella Svampa y Pablo Stefanoni, recoge de alguna manera ese conjunto de interpretaciones, por lo tanto ofrece una visión de los problemas del país desde el punto de vista de su complejidad. Su virtud radica en su enfoque metodológico, que a decir de Svampa, en su presentación ("Los múltiples rostros de Bolivia"), consiste en una lectura del proceso político en torno a una mirada de la memoria larga de las luchas sociales, y la memoria corta de la crisis sociopolítica de 2000–2005, entendidas como condiciones para la emergencia y configuración del gobierno de Morales.

 

El sentido de la memoria corta

Los trabajos enfocados a referir la memoria corta de las luchas sociales empiezan con el escrito de Hervé do Alto, cuyo artículo "Cuando el nacionalismo se pone el poncho: Una mirada retrospectiva a la etnicidad y la clase en el movimiento popular boliviano (19522007)" ofrece una revisión exhaustiva del modo en que el problema indígena fue madurando en expresiones políticas. Según el autor, el campesinado emergería como un actor político de primer rango, en torno a la revalorización de la identidad indígena, la recuperación de la soberanía estatal sobre los recursos naturales y la defensa de la coca. La convergencia de esos elementos devendría de la organización sindical campesina y del cuestionamiento y las contradicciones provocadas por la revolución nacionalista de 1952. Sin embargo, en esta explicación se encuentra el enfoque grandilocuente del problema indígena, que eclipsa la pluralidad de actores también fundamentales en la emergencia de opciones contestatarias. Su lectura del problema indígena es definido por aquello que podemos denominar actores políticos oficiales del indigenismo: el katarismo, cuyo campo de acción fue el electoral y el sindical, que los campesinos no reconocen, sin embargo, como propios. Precisamente, son ambos modos de organización política los fundamentales en la organización del gobierno de Morales, en el que ocupan un espacio primordial las posiciones más acomodadas a la democracia liberal y el integracionismo.

El ámbito de confrontación, convergencia y deliberación de las distintas posiciones y expresiones políticas se esperaba que fuera la Asamblea Constituyente, realizada en 2005–2006. Sin embargo, en ésta, como Patricia Chávez y Dunia Mokrani, en su artículo "Los movimientos sociales en la Asamblea Constituyente: Hacia la reconfiguración de la política", lo hacen notar, la deliberación se desvirtuó. Esto porque la Asamblea se convirtió en algo parecido a una instancia parlamentaria, debido a que el gobierno y los partidos llegaron a marcar línea sobre los constituyentes, sacrificando su carácter plenipotenciario y sacando del debate los temas que afectaban a sus partidarios. Pero poco nos dicen las autoras sobre las causas de ese problema. Desde nuestro punto de vista, ello se debería al hecho de que en su visión de la memoria corta se pone mayor atención a las demandas de los sectores populares y no a la naturaleza de la emergencia del Movimiento Al Socialismo (MAS). Éste, como una opción política del sistema, a pesar de su lucha contra la oligarquía, se erigió como una agencia institucional y por lo tanto expresó intereses particulares. No obstante, fue una opción popular, al recoger las aspiraciones populares, jugando con las mismas reglas del juego político democrático que había cuestionado. Sobre esas reglas se organizó la Asamblea Constituyente y los partidos políticos desplazaron el poder de los movimientos sociales.

Por lo anterior, asumir que el gobierno de Morales sea un gobierno de los movimientos sociales, como se publicita, supone negar la lógica del conflicto entre la forma movimiento y la forma partido, y sus distintas naturalezas. En algún sentido, el trabajo de Pablo Stefanoni, "Las tres fronteras de la revolución de Evo Morales", aclara cuestiones referidas a ese problema. En este artículo el autor se encarga de desentrañar la orientación que ha ido tomando el gobierno y en ello encuentra ciertas limitaciones al cambio. Precisamente, la radicalidad democrática de los movimientos sociales no encontraría asidero en la forma de actuar del gobierno, debido a su tendencia a la moderación y su carácter de agente de poder. No obstante, el factor indígena ofrece posibilidades de la necesidad de estos sectores por rebasar al gobierno, pero ello no supondría que el gobierno intente llevar adelante una revancha social, porque se encontraría lejos de postular un etnofundamentalismo y una forzada indianización.

Aunque este factor sigue existiendo como problema y ha originado la demanda de autonomía por parte del departamento más rico del país: Santa Cruz de la Sierra. Concebida esta demanda como separatista, el autor muestra una tibieza para explicar la naturaleza de esa demanda, en función de su defensa del gobierno que, según él, fomentaría la profunda democratización de la sociedad. Es decir, la lógica del cambio, esgrimida por el gobierno, supondría una politización del problema de la democracia y no la proyección de nuevas alternativas. Por eso no habría ni siquiera posibilidades para el establecimiento de un modelo económico posneoliberal, sino solamente para la reposición del papel del Estado a partir de la moderación del capitalismo de Estado. Por lo tanto, las limitantes del proceso revolucionario radicarían en el neo–desarrollismo y el multiculturalismo.

El problema de la visión de Stefa–noni es que mira los problemas bolivianos con un complejo obsesivamente indigenizado, al punto de que le impide ver qué hay más allá de la contraposición blancos–indígenas. Desde ese complejo, el autor afirma que Bolivia vive un proceso de cambio profundo y que incluso Morales representaría la realización de una revolución social y cultural, y que el gobierno sería la expresión de una izquierda indígena y nacionalista. Semejante eclecticismo conceptual lleva a hacerse la pregunta necesaria respecto a qué orientación finalmente asume el gobierno.

La acentuación de lo indígena en la lectura de la política actual tiene su razón de ser en la expresión de los grupos de migrantes aymaras, en el conflicto político vivido en el país, y cuyo nido de vida es la ciudad de El Alto de La Paz. El trabajo de Florencia Puente y Francisco Longa, "El Alto: Los dilemas del indigenismo urbano", precisamente brinda explicaciones sobre el proceso de reinterpretación de lo indígena desde esa población. De acuerdo con estos autores, el conflicto étnico habría sido el eje para la liberación, en la medida en que el origen étnico habría funcionado como componente identitario homogeneizante. El problema de esta interpretación es que supone en lo indígena una pureza no justificable, desde el punto de vista de la inserción de estos grupos en las redes de intercambio social, económico, político y cultural, aunque sea de manera obligatoria, que no corresponden a sus usos y costumbres. Tal exageración se enfoca en demostrar la contradicción entre lo moderno y lo no moderno, que finalmente habría sido la expresión de la lucha. Sin embargo, no se puede cuestionar lo moderno sin haber experimentado su perversidad, por lo que la pureza expresada por estos autores queda en entredicho. El Alto no es una aldea indígena, es una población sometida a las contradicciones del atraso y la pobreza.

Ese cuestionamiento puede ser justificado por el trabajo de Francisco Longa y Pablo Stefanoni, "Entrevista a Abraham Bojorquez: El hip hop es un arma, una forma de hacer política". A pesar de su sencillez, ése sería el principal aporte de esta primera parte del libro, pues a partir de la entrevista al hiphopero aymara Bojorquez, cuyo apellido precisamente denota impureza indígena, se expresa la reconfiguración cultural y la relevancia del problema indígena a partir de otros cánones. En este trabajo la expresión artística de tipo posmoderno desempeña un papel fundamental entre la posibilidad de cerrazón de las fronteras identitarias y la transculturización de lo indígena, por medio de un arma de expresión artística no aymara. Eso, en otras palabras, ejemplifica la configuración de lo posmoderno, en tanto demanda de una modernización integradora.

 

El sentido de la memoria larga

Dos trabajos corresponden a la segunda parte del libro, referido a la explicación del transcurrir histórico de la lucha de los sectores política, social, económica y culturalmente excluidos. En primer lugar, el trabajo del vicepresidente Alvaro García, "Marxismo e indigenismo", resulta devastador para ver la forma en la que la izquierda se habría reorientado a partir de la problematización de lo indígena. En este artículo se puede observar que ese proceso no ha encontrado una clara solución, pues el gobierno carece de visión alternativa y manifiesta un extravío ideológico. Por ello, lo indígena y su revalorización serían los únicos elementos de justificación de un gobierno del cambio. De cierto modo, García justifica la ruta tomada por el gobierno, al descifrar la forma en la que las élites intelectuales, en nombre de los oprimidos, llegarían a ocupar el lugar de la "vanguardia del cambio político", en el que estaría incluido él. Ésta haría improcedentes el marxismo y el indianismo, porque el autor reniega de su posibilidad de hechura en la realidad del país, por lo que se da a la tarea de teorizar la revolución indígena desde el sentido meramente cultural e intelectualoide.

Lo revolucionario, de ese modo, resultaría siendo improcedente. Esto es tematizado, en segundo lugar, por Luis Tapia, en su artículo: "Bolivia: Ciclos y estructuras de la rebelión". En él, el autor intenta ofrecer un nuevo sentido del concepto de rebelión, adecuado a la realidad política que vivió el país antes de la ascensión de Morales al poder. Éste sería un proceso de movilización política que instaura una crisis política estatal, cancelando parcial o generalmente la autoridad de las leyes y el gobierno, a partir de una fuerza resistente que a veces se proyecta como base de otra forma de gobierno y sistema de autoridades. En esta definición se encuentra un paralelismo con el concepto de revolución, y quizá la pretensión del autor sea justificar la forma en la cual se habría producido un cambio a partir del gobierno de Morales. Pero hay serias razones para dudar de la aserción del concepto de rebelión, como precondición de lo revolucionario, porque Morales fue elegido presidente bajo las mismas leyes y en las mismas condiciones sistémicas que los movimientos sociales cuestionaron en la crisis.

Más allá de la forma partido, no hubo otra alternativa ni otras condiciones políticas que hayan permitido el derrumbe de la democracia electoral y la instauración de otra nueva.

Precisamente, en las condiciones en las cuales funciona el gobierno de Morales, las posibilidades de las alternativas serían limitadas, a pesar de sus esfuerzos. Además, el gobierno no debe encarar solamente los conflictos generados en los sectores de oposición hacia su gobierno, sino también en su interior. Esto se manifiesta, en los discursos de Morales, en el epílogo del libro. El discurso en la transmisión del mando presidencial, en el que Morales expresa que "Mandaré obedeciendo al pueblo", puede ser considerado precisamente como la proyección del cambio. Sin embargo, en sus palabras ante el XII Congreso Ordinario de la Federación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Cochabamba, se manifiestan las primeras limitaciones, corroboradas en su declaración de la "Tercera y definitiva nacionalización".

 

Las aristas incomprendidas

A pesar de las consideraciones hechas a cada artículo, el libro que reseñamos tiene la virtud de ofrecer, entre líneas, la posibilidad de lectura de la lógica del conflicto, en un gobierno que a pesar de su votación obtenida en 2005 (53.7%), no ha podido ganar todo. Al contrario, la acentuación de sus caracteres ha permitido la generación de tensión y una mayor polarización social y política en el país. Pero, como se ha hecho costumbre en otras publicaciones, el libro parte de dos aspectos que a nuestro juicio son discutibles y equivocados. El primero es su visión magnífica de la contemporaneidad boliviana que le asigna al tema étnico la responsabilidad histórica del cambio en el país, olvidando todo el entretejido social, y que los mismos autores reconocen entre líneas, citando de remate a René Zavaleta Mercado, respecto a la condición social abigarrada del país. Esa magnificencia impide ver las particularidades de la lucha y de pronto uno se encuentra con que los responsables de la crisis política fueron los pueblos campesinos e indígenas, y no el movimiento popular en su conjunto. No obstante, quizás esa visión de los problemas bolivianos no resulte rara, puesto que es extranjerizada y lleva el complejo de mirar los problemas sociales con ojos de antropólogos del apartheid. El segundo problema es el referido a la falta de definición de soluciones, con base en la anterior condición, pues uno no se explica por qué, si el ascenso del problema indígena pareció tan auspicioso y rupturista, el gobierno de ahora se asemeja más a un gobierno de tipo clasemediero, que arrinconó o supeditó el sentido étnico a lo meramente simbólico y lo personalizó en la figura del ahora presidente del país.

 

Notas

1 James Dunkerley (2007), "Evo Morales, the 'Two Bolivias', and the Third Bolivian Revolution", Journal of Latin American Studies, vol. 39, núm. 1.         [ Links ] Pablo Stefanoni y Hervé do Alto (2006), La revolución de Evo Morales: De la coca al palacio, Buenos Aires, Capital Intelectual.         [ Links ] Andrew Canessa (2007), "Who is Indigenous? Self Identification, Indigeneity and Claims to Justice in Contemporary Bolivia", Urban Anthropology, vol. 36, núm. 3.         [ Links ]

2 Roberto Laserna (2007), "El caudillismo fragmentado", Nueva Sociedad, núm. 209.         [ Links ]

3 Alain Touraine (2007), "Entre Bachelet y Morales, ¿existe una izquierda en América Latina?", Nueva Sociedad, núm. 205.         [ Links ]

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