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Política y gobierno

Print version ISSN 1665-2037

Polít. gob vol.17 n.1 Ciudad de México Jan. 2010

 

Reseñas

 

Voting for Autocracy: Hegemonic Party Survival and Its Demise in Mexico, de Beatriz Magaloni

 

Andreas Schedler*

 

Nueva York, Cambridge University Press, 2006, 296 pp.

 

* CIDE.

 

Uno de los grandes temas de la política comparada en el último cuarto de siglo ha sido los procesos de democratización política. Sin embargo, ante la persistencia tenaz de algunas autocracias de larga duración (como en China, Cuba y Myanmar) y la creación de otras detrás de fachadas multipartidistas (como en Rusia, Venezuela y Zimbabwe) hemos visto surgir una nueva generación de estudios de regímenes autoritarios. Formando parte de esta nueva corriente, el libro de Beatriz Magaloni sobre "la supervivencia y el declive" del partido hegemónico en México se centra en un tema todavía muy poco investigado: el comportamiento de los votantes en los regímenes electorales autoritarios.

En su mayoría, la literatura contemporánea emergente se centra en las estrategias de supervivencia de los gobiernos no democráticos. Analiza las alianzas sociales, las políticas públicas y las creaciones institucionales que les permiten mantenerse a flote ante la amenaza perenne de golpes y rebeliones. Muy pocos trabajos empíricos estudian las bases de legitimidad popular sobre las que descansan las dictaduras. No es casual. Las autocracias son los reinos de la opacidad y de la simulación. En ausencia de elecciones confiables y encuestas de opinión pública creíbles, nadie sabe "a ciencia cierta" de cuánto apoyo real gozan los autócratas entre sus súbditos.

La situación informativa está algo mejor en las llamadas autocracias electorales. Estos regímenes organizan elecciones regulares multipartidistas en todos los ámbitos, al tiempo que tratan de contenerlas a través de un amplio repertorio de estrategias de manipulación, como el fraude, la exclusión de candidatos, el control de medios y la represión selectiva. En los regímenes hegemónicos, como el régimen posrevolucionario mexicano que estudia Magaloni en su libro, la competencia es muy tenue y la oposición, muy débil, ante un partido gobernante que prácticamente monopoliza las victorias electorales y el poder público. En este tipo de regímenes tampoco tenemos "datos duros" sobre la materia blanda de la legitimidad blanda. Pero algo sí tenemos: los resultados electorales. En condiciones no democráticas, la distribución de votos es el resultado conjunto entre preferencias ciudadanas y estrategias autoritarias. Es complicado saber qué tanto peso tiene cada uno. Los estudios comparados han centrado su atención en las estrategias de manipulación más que en las decisiones de los votantes. Sin embargo, los votantes también importan, aun en elecciones autoritarias.

Sabemos poco de decisiones y estrategias electorales en condiciones no democráticas. Para el caso mexicano, investigadores como Jorge Buendía, Jorge Domínguez, Kenneth Greene, Joy Langston, Chappell Lawson, James McCann y Alejandro Moreno, entre otros, han tratado de descifrar la lógica de votantes y candidatos en contextos de autoritarismo y transición. Beatriz Magaloni se adentra en este campo complejo y poco explorado de estudios electorales autoritarios de manera creativa y sofisticada, rica en reflexión teórica y datos empíricos. Su intuición central es sencilla: los regímenes de partidos hegemónicos, como el mexicano de la posrevolución, no deben su longevidad sólo (o primariamente) a prácticas autoritarias, sino a su apoyo popular. Nadie tiene ni puede tener datos confiables sobre el conjunto de las prácticas autoritarias que ayudaron a reproducir el régimen del PRI durante décadas. Por lo tanto, el libro no puede arbitrar entre una u otra explicación, ni asignar pesos relativos. Tiene que centrarse en una tarea más modesta: la tarea laboriosa de ensamblar evidencia empírica que ilumine las dos caras de la moneda electoral, es decir, que demuestre 1) que el partido en el gobierno se preocupó consistentemente por regenerar su cuota de apoyo popular en las elecciones y 2) que los votantes no fueron a las urnas en piloto automático, sino que tomaron en cuenta el desempeño del gobierno al momento de depositar su voto. El libro no lo hace explícito, pero éstos parecen ser sus dos propósitos empíricos centrales.

En sus ocho capítulos, la monografía ofrece un conjunto rico de reflexiones teóricas y análisis empíricos. No desarrolla una sola línea argumentativa, sino que reúne una colección de ensayos que están conectados de manera temática, pero no plenamente integrados en términos argumentativos. Dada su naturaleza algo dispersa, voy a dar un breve repaso a su recorrido teórico y empírico, iniciando con la introducción, que sitúa el caso mexicano de modo ilustrativo en perspectiva comparada. En esta sección, la autora estipula que los regímenes hegemónicos se apoyan en dos pilares fundamentales: un buen desempeño macroeconómico (altas tasas de crecimiento económico sostenido) y una suerte de clientelismo punitivo que canaliza beneficios particulares a quienes apoyan al gobierno y se los niega a quienes se oponen ("régimen de castigo"). Ambas variables son condiciones necesarias para mantener un "equilibrio autoritario autosostenido". Si falta una o ambas, el equilibrio hegemónico se vuelve "inestable" o "autodestructivo" (p. 20). Quizá sería más preciso decir que en estos casos el equilibrio mismo se acaba y con él la hegemonía. Un régimen hegemónico, mientras siga siendo hegemónico, es un régimen en equilibrio. Cuando pierde el equilibrio, deja de ser hegemónico. Para una concepción más plena de equilibrios institucionales, habría que ir más allá de los cálculos de costos y beneficios. Haría falta incluir un elemento que la autora enfatiza en otras partes del libro: las bases cognitivas de la estabilidad autoritaria, es decir, la percepción compartida (tanto por aliados como por adversarios) de la invencibilidad del régimen.

En el primer capítulo de contenido primordialmente teórico, la autora reformula su intuición sobre las bases macroeconómicas y clientelares del autoritarismo hegemónico desde la perspectiva del votante individual. De manera creativa y elegante, amplía y adapta los modelos de votación estándar que se emplean en el análisis de elecciones democráticas. El marco analítico que guía el análisis es la teoría de decisiones, el cálculo de utilidad de los votantes. El voto es fundamentalmente prospectivo; depende de la utilidad esperada que los electores atribuyen a la victoria electoral de los partidos en competencia. Adicionalmente a variables comunes —como el desempeño económico esperado (evaluaciones sociotrópicas), los beneficios personales esperados (evaluaciones egocéntricas) y la distancia programática entre los partidos (evaluaciones ideológicas)—, Magaloni introduce de manera perspicaz una variable clave para elecciones manipuladas y disputadas (aunque la retome sólo en el último capítulo): las expectativas de conflictos violentos postelectorales (véase la ecuación resumida en la p. 55). Esencialmente, el arte de mantener la hegemonía está en 1) seguir generando beneficios positivos para los votantes y 2) seguir manteniendo la expectativa de que la oposición no puede ganar nunca, por lo que no tiene caso votar por ella. En teoría, por lo tanto, las expectativas ("la imagen de invencibilidad") son tan importantes como los beneficios. Los análisis empíricos subsecuentes, sin embargo, dejan de lado esta parte cognitiva de los cálculos electorales. También tienen que dejar de lado lo que naturalmente constituye la objeción mayor contra los estudios electorales, por sofisticados que sean, en condiciones autocráticas: el hecho de que los resultados oficiales no son fruto de las preferencias ciudadanas únicamente, sino también de la manipulación autoritaria.

En los capítulos empíricos del libro, la autora, más que evaluar distintas hipótesis derivadas de la teoría, examina distintos tipos de datos empíricos (más o menos recientes) que nos permiten aproximarnos tanto a las estrategias electorales del gobierno como a los cálculos electorales de los ciudadanos que reprodujeron (y en algún momento socavaron) el apoyo popular al régimen hegemónico. Al comenzar los análisis empíricos, el segundo capítulo revisa "las bases estructurales del apoyo popular" al régimen con base en series de datos económicos y sociales (las variables independientes), y resultados electorales a nivel municipal, estatal y federal (de elecciones legislativas aparentemente). En esencia, confirma la asociación entre la modernización socioeconómica y el declive secular del PRI entre 1943 y 2000. Poco sensible a las variaciones en las tasas anuales de crecimiento económico, el apoyo electoral del partido hegemónico declinó de manera paralela al desarrollo económico del país, aunque mucho menos en los municipios rurales y pobres.

El tercer capítulo sobre "ciclos presupuestales" entre 1938 y 2000 descubre, a partir de indicadores anuales y cuatrimestrales de gasto público, inflación y salarios reales, rastros de una manipulación recurrente de la política económica para obtener beneficios electorales. Posiblemente, empero, la dinámica política que generó los aumentos recurrentes de gasto, inflación y salarios en periodos preelectorales fue más complicada y rebasó la simple voluntad manipuladora de secretarios de Estado ambiciosos. Quizás, en periodos preelectorales, el gobierno enfrentó regularmente un aumento de presiones verticales y laterales que lo obligaron a apagar fuegos nacientes por medio de cañonazos financieros más o menos focalizados. No sabemos en qué se gastaron los fondos públicos adicionales. En todo caso, los ciclos económicos documentados por Magaloni demuestran de manera convincente que el PRI fue sensible a presiones políticas en vísperas de elecciones federales.

El cuarto capítulo analiza la lógica política de la distribución de fondos públicos en el marco de Pronasol, el programa social estrella durante la presidencia de Carlos Salinas. A partir de una amplia base de datos en el ámbito municipal, Magaloni socava algunas explicaciones comunes de la estrategia social salinista. Según sus hallazgos, los operadores del programa no premiaron a los más leales al PRI (que igual iban a permanecer leales), ni trataron de comprar a quienes le habían dado la espalda (evitando así premiar a los desleales), sino que implementaron un régimen efectivo de castigo que reducía el flujo de recursos hacia municipios opositores. Sin embargo, dado que Pronasol incluía un componente de autogestión por parte de las comunidades, es probable que canalizara una buena porción de sus recursos a las comunidades mejor organizadas. Estas comunidades posiblemente no eran ni las más priístas (sumidas en la marginación) ni las más opositoras (con una sociedad civil apenas emergente). De esta manera, la oferta clientelistas desde arriba muy probablemente se engranaba con una demanda clientelista desde abajo. En todo caso, al parecer no se trataba de una "compra de votos" en un sentido estrecho (como lo sugiere el título del capítulo), sino de una producción sesgada de bienes públicos locales que surgía de una alianza renovada entre priístas organizados en el área local y priístas preocupados a nivel central.

Moviéndose del análisis de resultados electorales hacia un análisis de encuestas representativas de opinión pública, el quinto capítulo examina la trayectoria de las tasas de aprobación presidencial entre 1988 y 2000, es decir, durante las presidencias de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. Parte del análisis se basa en datos agregados y explora la relación entre variables macroeconómicas y las tasas medias de aprobación), otra parte en datos individuales (se ocupa de la relación entre las percepciones económicas y la aprobación presidencial). Los datos revelan diferencias sutiles entre las dos presidencias. La más importante se relaciona con el impacto del crecimiento económico. Mientras Salinas, después de su inicio controvertido, invariablemente gozaba de altas tasas de aprobación, la popularidad de Zedillo fue muy sensible primero a la caída de la economía, luego a su recuperación. En contraste, lo que ya no se recuperó después de la crisis de 1995, después de tantos golpes macroeconómicos, fue la confianza en el PRI . Por fin, los votantes "aprendieron a desconfiar" (p. 174) de las capacidades de un partido en el gobierno que llevaba ya varias décadas mostrando, de manera fehaciente, sus rasgos represivos, corruptos e incompetentes.

El PRI siempre tenía la inteligencia estratégica de situarse en el centro del espectro ideológico izquierda–derecha, alineando a sus opositores a sus lados (hasta inventándose sus opositores bilaterales, cuando era necesario). Por lo tanto, en México como en muchos otros casos de autocracias electorales el eje de conflicto de democratización siempre tenía que competir con el eje de conflicto ideológico. La división ideológica de la oposición dificultaba su unificación en contra del régimen del PRI en torno al gran objetivo común de la democratización.

En el sexto capítulo, Magaloni estudia los problemas de coordinación que enfrentaron los partidos de oposición, con base en datos de opinión pública para las elecciones federales de 1994, 1997 y 2000. Casi todos los capítulos del libro sufren de cierta disyunción entre la teoría (que pretende explicar las décadas de estabilidad hegemónica) y la disponibilidad de datos (que apenas han surgido en épocas más recientes de transición democrática). En el análisis de motivos electorales del capítulo sexto, esta disyunción es particularmente evidente. La autora cataloga, con buenas razones, las elecciones federales desde 1994 como "libres de fraude" (p. 144). En consecuencia, su análisis de las elecciones democráticas federales de 1994 a 2000 no nos dice mucho de elecciones hegemónicas. Nos revela problemas de coordinación electoral que son típicos de elecciones democráticas en las que el número de candidatos excede el número de puestos electivos más uno (la magnitud del distrito más uno, en los términos generales propuestos por Gary Cox).

En el último capítulo, la autora retoma sus reflexiones acerca de las dinámicas de cambio de régimen. Si antes, en la introducción del libro, había modelado la interacción entre dos actores (gobierno y oposición), ahora complica el modelo al introducir un segundo partido de oposición. En clave de teoría de elección racional, presenta un juego en forma extensiva (tipo árbol de decisiones binarias secuenciales) en donde primero el gobierno decide si comete fraude o no y luego los partidos de oposición responden uno tras otro aceptando el resultado electoral resultante o no. No está muy claro en que condiciones el fraude se torna relevante, ya que la autora asume que durante las épocas doradas de su hegemonía, de 1940 a 1982, el PRI no tenía la necesidad de cometer fraude (p. 21), mientras que en las elecciones federales a partir de 1994 ya renunciaba a cometer fraude. Además, no está muy claro cómo llegamos a saber (y cómo llegan a saber los actores políticos) si el partido gobernante gana de manera limpia o de manera fraudulenta, ya que "el 'juego del fraude' se produce en un estado de información imperfecta en el cual no es posible saber a ciencia cierta si el partido gobernante realmente ganó o no" (p. 76).

En todo caso, son dos las condiciones que Magaloni estipula para que el partido gobernante decida realizar elecciones limpias: 1) la amenaza creíble de la oposición en su conjunto de generar problemas de gobernabilidad en caso de fraude y 2) la certeza relativa que tiene el partido en el gobierno de seguir ganando las elecciones, aun sin recurrir al fraude electoral. Según la autora, el obstáculo central para la transición reside en la división de los partidos de oposición. Si actúan de manera conjunta contra el fraude electoral, es posible que la transición se realice con éxito. Si se dividen, la democratización está condenada a fracasar. Como nos explica, el segundo escenario es el más probable, ya que los actores moderados de oposición enfrentan un problema clásico de cooperación. La oposición radical siempre protesta, pero la oposición moderada tiende a callarse, ya que no quiere arriesgar ni el apoyo de sus seguidores moderados ni los frutos de su cooptación por el régimen autoritario.

La distinción entre oposición moderada y radical es común en la literatura de democratización, pero muchas veces, como en este caso, no está muy claro en dónde radica la diferencia. ¿Se trata de preferencias, percepciones, expectativas, actitudes o compromisos normativos distintos hacia el riesgo? En los análisis tipo elección racional el peso de la explicación recae sobre el entorno que enfrentan los actores. En principio, todos los actores son homogéneos; actúan de maneras semejantes ante estructuras de incentivos parecidos y niveles de información similares. Siempre, que sacamos de nuestros sombreros teóricos una tipología de actores heterogéneos se introduce cierta inconsistencia a la explicación racional. Ante entornos carentes de claridad recurrimos a distinciones exógenas de actores para poder construir explicaciones inequívocas, que siempre son más elegantes que las explicaciones contingentes, no deterministas.

Aquí termina el recorrido, tan extenso como intenso, de la monografía de Beatriz Magaloni. Es un libro de muchos méritos. Reflejo de ello han sido los dos importantes reconocimientos que le fueron otorgados por secciones organizadas de la Asociación Americana de Ciencia Política (APSA) en el año posterior a su publicación: el Premio Leon Epstein para el mejor libro en el área de partidos políticos y el premio para el mejor libro en el área de democratización comparada. Se trata de una lectura imprescindible para la comprensión del tortuoso proceso de democratización por la vía electoral que ha transitado México.

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