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Política y gobierno

Print version ISSN 1665-2037

Polít. gob vol.15 n.2 Ciudad de México Jan. 2008

 

Reseñas

 

The United States and Right–Wing Dictatorships, por David F. Schmitz

 

Patricio Navia

 

Nueva York, Cambridge University Press, 2006, 263 pp.

 

Universidad Diego de Portales.

 

"Pero si siempre fui peronista, nunca me metí en política", dice un personaje en No habrá más pena ni olvido, la novela de Osvaldo Soriano, inspirada en el retorno de Perón en 1973 y los conflictos internos que eso produjo entre peronistas de izquierda y de derecha. Soriano magistralmente subraya la confusión ideológica y el oportunismo que rodeaba los conflictos políticos durante la guerra fría en América Latina.

En The United States and Right–Wing Dictatorships, Schmitz supone posturas ideológicamente mucho más definidas en los gobiernos militares del tercer mundo. Ya que su estudio parte de una visión dicotómica de Washington en los años de la guerra fría, los gobiernos del tercer mundo son rápidamente catalogados como aliados o enemigos de Estados Unidos. Autor de Thank GodThey're on OurSide: The United States and Right–Wing Dictatorships, 1921–1965 (1999), Schmitz analiza en este nuevo libro el apoyo de Estados Unidos a dictaduras de derecha entre 1960 y el fin de la guerra fría. Citando al presidente Kennedy cuando se discutía la inestabilidad política en la República Dominicana en 1961, Schmitz resume perfectamente la lógica estadounidense. Kennedy identificó tres posibilidades, "en orden descendiente de preferencia: un régimen democrático decente, la continuación del régimen de Trujillo o un régimen como el de [Fidel] Castro. Deberíamos aspirar al primero, pero realmente no podemos renunciar al segundo hasta que estemos seguros de poder evitar el tercero" (Kennedy en Schmitz, 2006, p. 4).

Ante la posibilidad de que revoluciones exitosas llevaran al poder a gobiernos simpatizantes de la Unión Soviética, Estados Unidos prefirió tolerar gobiernos autoritarios aliados. De hecho, Washington distinguió entre "gobierno autoritario" (que se oponía al comunismo) y "gobierno dictatorial" (simpatizantes de la Unión Soviética y/o el comunismo). Schmitz dedica los seis capítulos de su libro a detallar la forma en que Estados Unidos apoyó regímenes dictatoriales anticomunistas y cómo intentó desestabilizar gobiernos revolucionarios, como en Nicaragua, durante las tres décadas que cubre su estudio. El historiador argumenta que este apoyo a "dictadores de derecha se convirtió en un tema conflictivo, en tanto la guerra de Vietnam sirvió para debilitar una buena parte de esa lógica... y puso en el tapete las contradicciones de la política estadounidense" (p. 4).

Con el paso de los años, la presión interna en Estados Unidos obligó a los gobiernos a poner más atención a cuestiones de derechos humanos. Así y todo, Washington continuó apoyando a dictaduras anticomunistas. Esa política no estuvo ausente de costos: "adicionalmente a la inmoralidad de apoyar regímenes autoritarios. creó inestabilidad de largo plazo y resentimientos contra Estados Unidos... Dictadores de derecha. crearon sociedades políticas polarizadas que destruyeron el centro político y facilitaron la aparición de movimientos políticos radicales que llevaron al poder el tipo de regímenes que Estados Unidos originalmente intentaba evitar" (p. 5).

En su estudio, Schmitz selecciona casos emblemáticos en cada región. Así, parte con el golpe militar de Suharto en Indonesia. Luego, se centra en la dictadura de Mobuto en Congo. La elección presidencial de 1970 en Chile y los esfuerzos de Nixon para evitar que Allende llegara al poder concentran el principal capítulo dedicado a América Latina. Luego, al discutir cómo el congreso, liderado entre otros por el senador demócrata Frank Church, cuestionó la política exterior de la Casa Blanca, en especial la desestabilización de gobiernos democráticos y las violaciones a los derechos humanos, Schmitz vuelve a América Latina al discutir el apoyo del presidente Reagan a los contra revolucionarios nicaragüenses.

Más preocupado por cubrir todo el tercer mundo que por ser exhaustivo en la discusión de otros casos en cada región, Schmitz muestra que la guerra fría sí vio enfrentamientos entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Realizados vicariamente en el tercer mundo a través de combatientes que, en nombre de la revolución o en defensa de la libertad anticomunista, daban sus vidas por causas cuyas implicaciones llegaban mucho más allá de los ideales nacionales que inicialmente inspiraron sus luchas. En ese enfrentamiento, Estados Unidos optó por abandonar su compromiso histórico de apoyo a la "democracia liberal y al estado de derecho" (p. 1).

Desafortunadamente, Schmitz no explora otros casos de América Latina que contribuyen a demostrar lo complejo que resulta a veces asociar conflictos políticos nacionales con los enfrentamientos mundiales. Por ejemplo, en el caso de Argentina, los gobiernos militares que llegaron al poder desde 1955 estaban más interesados en derrocar gobiernos peronistas que en evitar una improbable revolución comunista. El caso de Velasco Alvarado, dictador de Perú entre 1969 y 1975, es aún más complejo. Si bien su gobierno se declaró cercano a Castro y al bloque soviético, también negoció con Estados Unidos para compensar a la Standard Oil por la nacionalización de la industria petrolera. En su búsqueda de aliados anticomunistas, Estados Unidos también apoyó regímenes autoritarios que ajustaban su discurso en el concierto internacional para aplacar a Washington, pero que estaban más interesados en mantener el poder en sus países que en la delicada balanza de la guerra fría.

Schmitz tampoco aborda con suficiente profundidad el incuestionable efecto que tuvo la revolución cubana. La entrada triunfal de Fidel Castro y los suyos a La Habana marca un antes y un después en las relaciones de Washington y América Latina. La frase de Kennedy comparando a Trujillo con Castro (citada anteriormente) subraya que más que una cuestión conceptual, la decisión de apoyar dictaduras militares de derecha para evitar gobiernos revolucionarios de izquierda fue gatillada por el éxito de la revolución cubana y por su posterior cercanía con la Unión Soviética.

La revolución cubana convirtió a América Latina en campo de batalla de la guerra fría. Eso obligó a muchos en América Latina, desde políticos hasta intelectuales, a tomar partido por Estados Unidos o la Unión Soviética. Aquellos que se oponían al imperialismo estadounidense inevitablemente terminaron cerca de la revolución cubana. Así como Estados Unidos prefirió a los Pinochet por sobre los Castro, la izquierda democrática latinoamericana toleró (y hasta celebró) a los Castro mientras denunciaba a los dictadores de derecha. Pero después de la guerra fría, mientras Estados Unidos ha declarado que la democracia es el único régimen aceptable (the only game in town) en América Latina, algunos líderes de izquierda siguen renuentes a criticar a la dictadura cubana.

Finalmente, al centrarse sólo en las dictaduras de derecha, Schmitz pasa por alto otras formas de gobierno no democrático apoyadas por Estados Unidos para evitar brotes revolucionarios. El mejor ejemplo, evidentemente, es el del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó ininterrumpidamente a México desde 1929 hasta 2000. Si bien los gobiernos del PRI se caracterizaron por tener presidentes que cumplían rigurosamente periodos de seis años, México vivía sólo la apariencia de democracia. Se acostumbraba decir que en el México del PRI, las elecciones no se celebraban sino que se organizaban. Aunque tenía un discurso marcadamente de izquierda, ya que daba estabilidad al país y era aliado de Washington en todos los temas estratégicamente relevantes, el PRI se benefició del caso omiso que los gobiernos estadounidenses hicieron a la ausencia de democracia competitiva en México. Pero ya que se centra en los regímenes de dictadores derechistas más brutales y notorios del tercer mundo, Schmitz omite por completo el singular caso mexicano.

La contribución de Schmitz pone en contexto algunos brillantes libros que han explorado con mayor profundidad la compleja relación entre Estados Unidos y América Latina (Schoultz, 1998; Smith, 2007; Pastor, 2001; Domínguez, 1999; McClintock y Vallas, 2003; Sigmund, 1993; Lafeber, 1984). Pero al contextualizar la política estadounidense hacia todo el tercer mundo, Schmitz también muestra cómo la lógica de la guerra fría contaminó también las relaciones interamericanas. Y al explicar el apoyo a dictaduras de derecha y la oposición a gobiernos de izquierda como función de la guerra fría, este libro también permite poner en perspectiva los variables niveles de tensión, conflicto y cooperación que hemos visto entre Washington y América Latina en estos más auspiciosos años donde las elecciones democráticas –y no los golpes militares– se han convertido en la única vía legítimo y aceptable para llegar al poder.

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