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Política y gobierno

versão impressa ISSN 1665-2037

Polít. gob vol.14 no.2 Ciudad de México Jul./Dez. 2007

 

Reseñas

Free Market Democracy and the Chilean and Mexican Countryside, por Marcus J. Kurtz, Nueva York, Cambridge University Press, 2004, 256 p.

Joseph L. Klesner* 

* Kenyon College, Estados Unidos de América

Free Market Democracy and the Chilean and Mexican Countryside. Kurtz, Marcus J.. Nueva York: Cambridge University Press, 2004. 256p.


En este breve libro, Marcus Kurtz plantea que Chile y México han podido liberar sus economías y sus sistemas políticos porque las consecuencias de la liberalización del mercado en el campo han impedido que los campesinos expresen sus intereses incluso dentro de sus nuevas democracias. Kurtz da a entender que las transiciones, tanto a la economía de mercado como a la política democrática en el hemisferio, descansan en la ininterrumpida explotación de los campesinos pobres.

Kurtz elabora su razonamiento basado en un largo estudio de caso de la experiencia chilena. Queda perplejo porque el segmento de la población que se ha visto afectado más adversamente por el neoliberalismo ‒los trabajadores rurales, muchos de los cuales fueron beneficiarios de la reforma agraria durante el gobierno de Frei (1964-1970) y de Allende (1970-1973)‒ se ha convertido en una base electoral para los partidos conservadores más apegados al modelo neoliberal. La movilización histórica de los demócratas cristianos y de Unidad Popular debería de haber preparado a los campesinos para organizarse con el fin de exigir que el Estado hiciera frente a su profunda pobreza e inseguridad económica, después de que el general Pinochet abandonó su cargo a fines de la década de 1980. Sin embargo, el campo chileno ha estado muy inactivo desde el regreso de la democracia, en contraste con el Chile urbano, donde trabajadores, estudiantes y otros exigen que sus necesidades sean satisfechas.

Kurtz afirma que esta inactividad es resultado del impacto profundamente desorganizador que tiene el neoliberalismo sobre los campesinos chilenos. Antes de la reforma, el campo tenía campesinos que vivían en latifundios propiedad de la élite rural de Chile, por lo general unidos por sus resentimientos de clase. La política rural de las administraciones de Frei y Allende aprovecharon este resentimiento para crear sindicatos de campesinos, preparar invasiones de tierras y emprender una reforma agraria significativa. Sin embargo, las políticas agrarias de los militares terminaron separando a los campesinos de esas fincas o de las unidades reformadas de producción rural que las reemplazaron, y por lo tanto de las comunidades orgánicas asociadas con las antiguas fincas. En cambio, una gran porción de los campesinos pobres ‒en 1992, 16.5% de la población chilena era rural; en 1990, 53% de la población rural estaba empobrecida (p. 9)‒ se convirtió en trabajadores migrantes temporales que vivían en poblaciones a las que les tenían menos apego emocional que el que sus padres tenían hacia las fincas en donde nacieron. Por ser trabajadores temporales, en cierto sentido compiten por el escaso empleo. Desde luego que dependen mucho del sector agrícola modernizado que los emplea y son vulnerables a las decisiones de los agroexportadores modernos que apoyan el modelo neoliberal.

Kurtz demuestra que los habitantes urbanos de Chile participan en organizaciones políticas y sociales más que los que viven en el campo, y calcula varios modelos buscando predecir el número de asociaciones de vecinos y de clubes deportivos en una comuna. A través de todos los modelos, vivir en el campo es un elemento fuerte para predecir la escasez de organizaciones. El capital social en el Chile rural se ha agotado. Esta observación es más cierta en aquellas regiones donde la agricultura se ha modernizado más; por ejemplo, donde están concentrados los agroexportadores modernos. En las zonas donde la modernización agrícola ha avanzado menos, sobreviven vestigios de la organización campesina.

El Chile rural está sobrerrepresentado en el congreso y vota desproporcionadamente por los partidos de derecha. Sin embargo, Kurtz afirma que los rasgos institucionales, como el sistema electoral binomial, desempeñan sólo una parte para sustentar el neoliberalismo. Las consecuencias sociales del neoliberalismo en el campo paradójicamente aseguran su supervivencia, pues los campesinos votan desproporcionadamente por partidos que promueven el modelo de mercado. La comunidad académica no ha podido prestarle la misma atención a esta dimensión de la “democracia de libre mercado” al estilo chileno.

El capítulo que Kurtz dedica a México busca evidencia comparativa para apoyar su razonamiento principal. Aquí, Kurtz observa que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) provocó reformas neoliberales y logró impedir las consecuencias electorales hasta fines de la década de 1990, porque fue capaz de seguir dependiendo de su base de apoyo rural mientras sus políticas empobrecían más a los mismos campesinos que le daban sus votos. Como en Chile antes de 1973, el sector rural de la sociedad mexicana ha estado muy organizado para exigir reformas agrarias y servicios gubernamentales como el crédito rural o la comercialización y distribución de productos agrícolas. En lugar de sugerir que los campesinos mexicanos no tienen capacidad de emprender una acción política independiente, Kurtz afirma (p. 169) que: “el proceso de comercialización rural estaba organizado para maximizar las barreras a la expresión política de los campesinos independientes, para crear nuevas dependencias y fragmentar opositores potenciales en pequeños grupos enfrentados e inútiles”. Las reformas de mercado produjeron una mayor atomización social en el campo y volvieron a los campesinos más vulnerables ante las élites rurales pues los créditos del Estado y las juntas de comercialización habían desaparecido o disminuido. Además, tres factores inhiben la actividad política rural: 1) los campesinos pueden “salirse” por medio de la migración, con lo que se eliminan disidentes potenciales del campo; 2) los principales partidos políticos no ofrecen alternativas reales, por lo que existe poca competencia partidista rural, y 3) los campesinos enfrentan una miríada de organizaciones oficiales o semioficiales creadas o cooptadas por el PRI, lo que dificulta el ingreso de grupos nuevos. Todo esto quiere decir que en el campo mexicano han existido pocas alternativas reales al PRI. El argumento de Kurtz explica por qué no se ha revertido el neoliberalismo en Chile y en México, y, además, que tiene implicaciones importantes para la calidad de la democracia en esas naciones. Kurtz concluye: “No se trata de que el neoliberalismo produzca pobreza y desigualdad que desestabilicen la democracia, sino que socavan las bases sociales de participación política, especialmente en zonas rurales”. Estas democracias de libre mercado son democracias de baja calidad, pero por esa misma razón son democracias estables, como han dicho otros observadores, en particular Kurt Weyland.

El razonamiento de Kurtz descansa en la noción de que los campesinos y los trabajadores rurales votan en contra de sus propios intereses por partidos proneoliberales: los partidos de derecha en Chile, y el PRI en México. Sugiere que lo hacen porque son vulnerables a la influencia de las élites rurales (por necesidad de empleo, crédito y asistencia en comercialización), una dependencia que no existía cuando los sindicatos rurales eran fuertes (en Chile) o cuando el Estado ofrecía crédito, asistencia en comercialización, etcétera (como en México). Además, sostiene que en el campo es muy difícil hacer campañas en persona (en contraposición a los medios de comunicación masivos), por lo que las élites rurales se convierten en “líderes de opinión” para los que buscan pistas que les indiquen cómo emitir un voto. Sin embargo, Kurtz se basa exclusivamente en datos agregados para elaborar su caso. Su argumento pide a gritos evidencia individual que pueda demostrar que los campesinos en realidad sienten que deben votar por los partidos conservadores porque las élites económicas locales insisten en que así lo hagan. De seguro que los datos mostrarán si los campesinos más desconectados ‒los que no participan en organizaciones políticas o de otro tipo‒ también son los que están más inclinados a votar por la derecha o, en México, por el PRI. Desde luego, no hay mucha evidencia de este tipo, pero al menos en el caso mexicano, la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (ENCUP) puede ofrecer alguna posibilidad para explorar estos temas críticos.

La exploración que Kurtz hace de las bases sociales de la democracia de libre mercado tiene la valiosa función de sacar la disciplina del análisis institucional, recordándonos que las consecuencias sociales, que tal vez no sean previstas por los cambios en las políticas, pueden ser tan importantes como el marco institucional. Al mismo tiempo, nos recuerda que los ajustes estructurales, incluso en países donde parecen haber sido exitosos, siempre imponen una carga de ajuste. Los que llevan esta carga suelen ser los que más fácilmente pueden desaparecer de nuestra vista porque no pueden gritar que han sido tratados injustamente.

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