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vol.12 número2Todd Eisenstadt, Courting Democracy in Mexico: Party Strategies and Electoral Institutions, Cambridge, Nueva York, Cambridge University Press, 2004, 354 p.Giovanni Sartori, La sociedad multiétnica: pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, México, Taurus, 2003, 213 p. índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
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Política y gobierno

versão impressa ISSN 1665-2037

Polít. gob vol.12 no.2 Ciudad de México Jul./Dez. 2005

 

Reseñas

Alfredo Ramos Jiménez, Los partidos políticos latinoamericanos. Un estudio comparativo, Mérida, Centro de Investigaciones de Política Comparada-Universidad de Los Andes, 2001, 384 p.

Francisco R. García Samaniego

Ramos Jiménez, Alfredo. Los partidos políticos latinoamericanos. Un estudio comparativo. Mérida: Centro de Investigaciones de Política Comparada, Universidad de Los Andes, 2001. 384p.


Esta sugerente obra es el resultado de un detenido estudio del fenómeno partidista latinoamericano y forma parte de una investigación de largo aliento, desarrollada en el Centro de Investigaciones de Política Comparada (CIPCOM) de la Universidad de Los Andes, sobre las transformaciones de la política en el contexto sociopolítico de la democratización de América Latina (véase su libro precedente: Las formas modernas de la política. Estudio sobre la democratización de América Latina, CIPCOM, 1997).

La investigación de Ramos Jiménez se inscribe dentro de la conocida “teoría de los clivajes” (cleavages), propuesta originalmente por Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan para los sistemas políticos europeos y renovada posteriormente por Daniel-Louis Seiler y los comparatistas franceses Bertrand Badie y Guy Hermet; perspectiva teórico-metodológica histórico-conflictiva, enriquecida posteriormente por los cultivadores de la sociología histórica, con Charles Tilly a la cabeza.

Merece destacarse también el hecho de que este estudio utiliza y se apoya en ricos materiales históricos, sociológicos y políticos de autores latinoamericanos interesados en las cuestiones relevantes planteadas por la difícil democratización latinoamericana, por una parte, y en los aportes de las historias nacionales de corte más convencional, por otra. Con ello, el autor procede a la construcción de un fresco político compacto que se propone como un ensayo de interpretación lleno de sugerencias para la investigación comparativa latinoamericana.

Entre otros temas, el libro aborda los aspectos más relevantes de la emergencia de las formas partidistas de hacer política (la party politics) en los siglos XIX y XX latinoamericanos; las funciones y definición de los partidos políticos latinoamericanos, destacando los contrastes con el modelo europeo; y los principales tipos de organización y proyecto partidistas. Debemos destacar el esfuerzo teórico comparativo para exponer lo que el autor caracteriza como la genealogía de los partidos latinoamericanos (véanse los cuadros 2: Las matrices conflictuales; 3: Ejes de conflicto estructural y funcional/principales divisiones) y tal vez la tipología más completa propuesta hasta hoy (cuadro 4, p. 101), en la que, a partir de las tres principales revoluciones y divisiones, se llega hasta la identificación de las cuatro principales familias políticas y los correspondientes tipos de partidos.

Si admitimos con el autor el hecho de que las formas partidistas se encuentran en el centro del proceso de democratización de nuestros países, los partidos se ocupan de la organización de los diversos intereses con la mira puesta en la resolución de los conflictos que atraviesan la sociedad. Su debilidad o fortaleza, según los casos, explica la baja o alta calidad de la democracia.

Tomando distancia de los trabajos estadounidenses y europeos que dan preferencia a las pautas electorales (Mainwaring y Scully, Nohlen, Alcántara, entre los más representativos de la tendencia), se asumen las pautas socio-estructurales en la corriente de investigación abierta por Lipset y Rokkan en la década de 1960, porque lo que estos últimos autores propusieron como realineamientos electorales se traduce en la práctica en los efectos de la organización interna del partido volcada hacia el electorado. En otras palabras, no son los electores los que se van alineando conforme a las contingencias político-electorales, sino los partidos los que influyen y moldean las orientaciones del electorado. De tal modo, en la ya recurrente volatilidad electoral, ocupan un lugar determinante los partidos, con lo que hacen y con lo que han dejado de hacer, porque, como lo afirma el autor: “si admitimos que la identificación de las principales divisiones de la vida política de nuestros países ha sido más viable en el seno de la organización partidista que en el electorado, entonces tenemos que aceptar que la explicación del fenómeno partidista no se reduce a la explicación por el voto” (p. 17).

Con esta premisa, Ramos Jiménez va penetrando en la explicación de la multidimensionalidad de la forma partido en el contexto latinoamericano, de modo tal que la lógica del partido tiende a identificarse con la dinámica misma de la democracia en lo que se ha convenido en llamar la etapa post-autoritaria. Así, los partidos deben afrontar todo un abanico de presiones que influyen en su funcionamiento: “presión de los medios de comunicación, de los intereses corporativos, en fin, del ciudadano común que no parece dispuesto a avalar sin más el discurso efectista, con frecuencia vacío, de unos cuantos líderes improvisados de la antipolítica” (p. 21).

A partir de la conocida afirmación kelseniana, según la cual, “sólo por ilusión o hipocresía se puede sostener que la democracia es posible sin partidos políticos, la democracia necesaria e inevitablemente requiere un estado de partidos” (cit. p. 38), el autor entiende como viable la democracia en nuestros países bajo la forma de democracia de partidos. Y ello en la línea trazada por los autores más representativos de la teoría democrática actual: Norberto Bobbio, Robert Dahl, Giovanni Sartori, Manuel García Pelayo y Klaus von Beyme.

Asimismo, con algunos matices de las concepciones estructuralistas de los partidos (Maurice Duverger y Angelo Panebianco), que el autor incorpora a su percepción genético-conflictiva, se arriba a unas cuantas proposiciones explicativas un tanto controvertidas: “No se puede hablar de Estado democrático en América Latina antes del surgimiento de los partidos políticos modernos, aquellos que han asegurado dentro del Estado la representación de los diversos intereses”. Por consiguiente, el fenómeno partidista moderno en América Latina será un hecho sólo en la segunda mitad del siglo XX. Y, si el autor nos retrotrae hasta el siglo XIX, es para situar los orígenes genéticos de las diversas familias de partidos, sin lo cual nos sería muy difícil, si no imposible, entender ese fenómeno crucial para la construcción de las democracias y neodemocracias latinoamericanas.

Si penetramos en la génesis de los partidos y familias políticas, debemos asumir con el autor las tres grandes revoluciones sociopolíticas que nos propone: oligárquica (s. XIX, a partir de la postindependencia), nacional-popular (primera mitad del s. XX) y democrática (segunda mitad del s. XX hasta nuestros días). Ello cobra mayor significado cuando describe en detalle las cuatro principales contradicciones sociales: renta/capital; tradición/modernidad; capital/trabajo; y dependencia /autonomía (véase el cuadro 1, p. 85); de cuya combinación histórica deriva todo un conjunto de matrices conflictuales que difieren en el tiempo y en el espacio de un país a otro (cuadro 2).

En tal sentido, “La revolución oligárquica comprende, en su eje estructural, los clivajes [sic] grandes propietarios/burguesía y gran burguesía/pequeña burguesía y, en el eje funcional, el clivaje Iglesia/Estado. La revolución nacional-popular comprende, en su eje estructural, los clivajes burguesía/clase obrera y oligarquía/masa popular y, en el eje funcional, el clivaje imperialismo/nación. En fin, la revolución democrática comprende en su eje estructural el clivaje Estado/mercado y en su eje funcional el clivaje autoritarismo/democracia” (p. 88). En ese conjunto de “clivajes”, se inserta una amplia gama de partidos con sus respectivas etiquetas: conservadores, liberales, radicales, socialistas, comunistas, revolucionarios, nacionalistas, populistas, socialdemócratas, democristianos y, en fin, neoliberales y neoconservadores; asimismo, las dos tipologías que recogen los aspectos relevantes de la estructura y funcionamiento de los partidos, a saber: la organización y el proyecto (cuadros 5 y 6, pp. 112 y 122). En estas últimas, el autor procede a una clasificación de gran utilidad para las investigaciones más centradas en los diversos casos nacionales. Así, en el plano del proyecto partidista, el autor distingue cinco principales tipos de partido: ideológico, estratégico, táctico, pragmático y oficial; y, en el plano de la organización, los partidos son: de notables, de militantes, de masas, de electores y de cuadros.

A partir de la combinación de esas dos tipologías, se llega a la proposición sistemática de lo que él denomina doce modelos de partido: de notables pragmático, de notables oficial; de militantes ideológico, de militantes estratégico; de masas ideológico, de masas estratégico, de masas oficial; electoral táctico, electoral pragmático; de cuadros ideológico, de cuadros estratégico y de cuadros táctico; e identifica en cada uno de esos modelos a los grandes partidos latinoamericanos: los partidos Conservador y Liberal de Colombia; Colorado y Nacional de Uruguay; el PRI mexicano, el APRA peruano, el MNR boliviano; el Justicialista y Radical de Argentina; el PLN y PUSC de Costa Rica y, en fin, AD y COPEI de Venezuela; partidos que, débiles o fuertes según las coyunturas históricas, se fueron adaptando a los cambios sociales y políticos (fenómeno del realineamiento), particularmente en la segunda mitad del siglo pasado.

El capítulo final, sobre los sistemas de partidos, nos parece bien encaminado hacia el balance necesario de las contribuciones actuales sobre el tema y sus aplicaciones posibles en los países latinoamericanos. En la línea de las conocidas clasificaciones al uso en este campo, que van desde la original propuesta de Maurice Duverger en la década de 1950 hasta las más recientes de Giovanni Sartori y Klaus von Beyme, la propuesta de Ramos Jiménez se inserta directamente en esa corriente, agregándole ciertos matices, si no modificaciones de fondo, particulares de la experiencia interpartidista latinoamericana.

En tanto, en una época caracterizada por la antipolítica ‒la desmovilización de la sociedad civil de por medio‒ y por una recurrente política de periféricos (outsiders), el debilitamiento creciente de los partidos parecía la norma en la última década del siglo ‒aunque las experiencias desastrosas de los Fujimori y Chávez, en Perú y Venezuela, respectivamente, han terminado por desacreditar las soluciones políticas extrapartido‒, ni Lula Da Silva en Brasil ni, menos aún, Lucio Gutiérrez en Ecuador han pretendido en momento alguno pasar por encima de los partidos. Por el contrario, la forma partido ha salido fortalecida de las contiendas electorales recientes, desmintiendo los pronósticos que se adelantaron en la confirmación de los avances de una política más personalizada, la política del neopopulismo.

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