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Política y gobierno

versión impresa ISSN 1665-2037

Polít. gob vol.12 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2005

 

Debate

El pasado, presente y futuro de la política comparada: un simposio

Gerardo L. Munck

Richard Snyder

Traducción:

Susana Moreno Parada*


Robert A. Dahl

Pregunta: ¿Cuáles han sido los principales logros de la política comparada en los últimos 50 años?

Respuesta: En los últimos 50 años ha habido un enorme incremento tanto en la calidad como en la cantidad del conocimiento que tenemos en el campo de la política comparada. Éste es un cambio positivo e impresionante. No sé si el avance es mayor al que ocurrió en otras ramas de la ciencia política, pero bien podría serlo, especialmente porque la política comparada partió de una base bastante estrecha. Cuando era un estudiante de posgrado en Yale en la década de 1930, el libro de Herman Finer era el principal texto en los cursos de gobierno comparado.1 Dicho texto centraba su análisis en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, con alguna discusión sobre el fascismo y la Unión Soviética. En esa época, el gobierno comparado era un campo muy limitado, con un contenido que era principalmente histórico, descriptivo e institucional. Había mucha información valiosa, pero no era teórica, al menos no como lo entendemos ahora. En general, el campo de estudio era bastante eurocéntrico. Por ejemplo, no había estudios sobre Japón o China. Tal vez había algunas personas que querían estudiar la Unión Soviética. Pero hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, nuestros horizontes eran bastante limitados. El evento grande en el mundo, que captaba nuestra atención, era el New Deal (el Nuevo Trato) del presidente Roosevelt. Había muy pocas personas en la especialidad que dominaban los idiomas ‒incluido el ruso‒ necesarios para entender a los países no europeos. Incluso América Latina ‒un rico y cercano tesoro de experiencias‒ no estaba dentro de nuestro ámbito de estudio. Ni siquiera creo que estudiáramos a Canadá. Todo era muy provinciano en esa época.

La expansión del estudio de la política comparada más allá de un puñado de casos europeos y el desarrollo de metodologías y técnicas analíticas, gracias al crecimiento de datos, a menudo de buena calidad, que cubren todos los países del mundo, han cambiado el campo radicalmente y de una manera positiva. Hoy sabemos mucho más que antes sobre partidos políticos, constituciones y cuestiones más amplias como el quiebre de regímenes y las transiciones. Hace 50 años no sabíamos casi nada de estos temas. En la actualidad, sabemos tanto más que hace unos cuantos años sobre los sistemas electorales, sus consecuencias y su funcionamiento. El crecimiento del conocimiento sobre estos importantes temas es alentador y positivo. No quiero exagerar y decir que estamos cerca de obtener un cuerpo definitivo de conocimientos sobre la política. Nunca tendremos eso, pero ahora sabemos mucho más. Creo que el estudio de la política comparada, y específicamente de las democracias comparadas, podría ser la parte más promisoria de la ciencia política hoy día.

Uno de los cambios extraordinarios ocurridos en los últimos 50 años, y sobre esto no puedo exagerar, es el surgimiento de la ciencia política como una empresa de carácter mundial. Cuando me involucré inicialmente en la disciplina, la ciencia política sólo existía en Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, aunque en Francia recién estaba empezando. La ciencia política como disciplina no existía en lugares como Italia o Japón. Hoy, la ciencia política existe en todas partes. Incluso en China se está haciendo buena ciencia política, a pesar del régimen bastante represivo.

El problema ahora es un exceso de información, especialmente información cualitativa. Los marcos teóricos son básicos para lidiar con toda esta información, porque la información que no puede vincularse a un marco teórico se convierte rápidamente en un registro de acontecimientos o en conocimiento sin sentido.

P: ¿Cuáles son sus mayores decepciones con el campo de la política comparada?

R: Me parece terrible que aún en estas fechas sigamos trabajando en una cuestión como la conceptualización y medición de la democracia. Encuentro deprimentes los constantes debates sobre lo que cada uno entiende por democracia (“yo entiendo esto, él entiende aquello”).

P: ¿Por qué cree que se ha necesitado tanto tiempo para tener una definición satisfactoria de democracia?

R: Parte de la razón radica en que una definición satisfactoria debe respetar la historia del término. No queremos una definición de democracia que termine clasificando a la ciudad-Estado griega como no democrática. La definición tiene que adaptarse a ello. Al mismo tiempo que una definición satisfactoria de democracia debe respetar la historia del término, también debe ser capaz de incorporar la evolución de su significado, y debe estar formulada de una manera que te permita medirla. Esto requiere clasificaciones basadas en juicios subjetivos. Por ejemplo, debes juzgar cómo está la libertad de expresión en Perú y esto no es igual que leer la escala de un termómetro. Pero si una buena cantidad de observadores se ponen de acuerdo sobre estos juicios, entonces se puede confiar en ellos. Éstas son exigencias difíciles que rara vez se cumplen.

P: ¿Tiene alguna otra decepción con el campo?

R: Me decepciona mucho que el estudio del poder y su conceptualización no hayan progresado desde las obras de Harold Laswell y Abraham Kaplan y Jim March, así como de mis trabajos sobre el tema.2 El poder es un concepto tan importante y Jim March y yo teníamos la esperanza de que se desarrollaría un vocabulario que permitiera la observación, la comparación y la acumulación de información. También esperábamos que evolucionara un lenguaje preciso y discriminador para estudiar el poder, siguiendo las líneas de lo que Lasswell había tratado de hacer y de lo que yo traté de hacer para el análisis político.3 Sin embargo, esas expectativas resultaron ser demasiado optimistas. Hoy, 50 años después, veo que la gente usa la palabra y el concepto “poder” como si estuviéramos de vuelta en el punto donde comenzamos en la década de 1950. Incluso las distinciones elementales que se remontan a Max Weber ‒como la distinción entre el poder y la autoridad o el poder legítimo‒ parecen haber sido olvidadas. Así que tal vez no sólo no hemos progresado en el estudio del poder, sino que realmente hemos retrocedido.

Además, muy pocas personas estudian el poder en la actualidad. No sé como explicar esto. Tal vez es porque los requisitos para estudiar el poder de una manera que hoy consideraríamos metodológicamente sólida y razonable sobrepasan nuestras capacidades de definición y medición. Quizás el problema sea que no tenemos buenas maneras de medir el poder, de modo que las personas que probablemente lo estudiarían saben que los obstáculos metodológicos son simplemente demasiado abrumadores.

P: En algunos departamentos de ciencia política se está instalando la idea de que la teoría política normativa no es un componente necesario de los programas de posgrado. De hecho, se ha llegado a discutir la posibilidad de eliminarla como subcampo. ¿Qué opina al respecto?

R: Creo que eliminar la teoría política de los programas de posgrado en ciencia política sería un profundo error. La teoría y filosofía política son importantes, porque sólo a través de su lectura se pueden abordar las preguntas duraderas, aquellas que siempre estarán con nosotros. La teoría política plantea preguntas fundamentales sobre la naturaleza de los sistemas políticos alternativos: ¿por qué son valiosos?, ¿por qué los queremos?, ¿por qué hacemos sacrificios por ellos? La teoría política también aborda preguntas trascendentales sobre la autoridad y la buena sociedad: ¿por qué debemos obedecer las leyes?, ¿por qué debemos preferir un sistema constitucional en lugar de otro? Éstos son los asuntos y las preguntas que perdurarán por siempre.

Leer teoría política también ayuda a ampliar los horizontes y a aumentar la gama de preguntas que se nos ocurren, y no conozco nada que pueda sustituirla por completo. Me preocupa lo limitada que es la ciencia política contemporánea. A través de publicaciones y promociones, la profesión suele premiar la especialización y creo que se corre el gran riesgo de que las preguntas que se estudien sean tan especializadas que dejen de importar. Los seres humanos no vamos a estar mejor si se responden dichas preguntas. El peligro contrario es, por supuesto, la superficialidad, esto es, que respondas a preguntas tan amplias que la respuesta casi carezca de sentido. Pero creo que éste es un riesgo que se debe tomar.

P: ¿Qué opina de la importante presencia en la ciencia política que ha conseguido la teoría de la elección racional en la última década?

R: Creo que la teoría de la elección racional ya alcanzó su punto máximo. Me parece que sus limitaciones se vuelven cada vez más claras, sobre todo después del periodo inicial de aceptación por parte de las personas que no entendían los límites de este enfoque. Si bien la teoría de la elección racional puede ser importante para abordar algunos tipos de problemas, no es una manera satisfactoria de enfrentar los problemas más importantes. Por esto surgen críticas como la de Donald Green e Ian Shapiro,4 y no creo que estas críticas vayan a desaparecer. Siento que en algunos de los departamentos en donde la elección racional parecía encaminarse hacia un dominio definitivo, como en el Departamento de Gobierno de Harvard, ha nacido una creciente oposición a las tendencias imperiales de los proponentes de la teoría de la elección racional. Creo que es probable que esa oposición no vaya a retroceder, sino que vaya a ganar fuerza. Al mismo tiempo, creo que sería un grave error expulsar la teoría de la elección racional del campo de estudio. Pero tampoco creo que esto vaya a suceder.

P: Si la elección racional ya alcanzó su punto máximo, ¿hacia dónde cree que se dirige la disciplina?

R: Creo que lo más probable ‒y esto puede resultar totalmente falso dentro de diez años‒ es que la disciplina se vuelva ecléctica y que no haya un solo modelo predominante. Hay muchas posibilidades provocadoras, pero ninguna de ellas logrará ofrecer un modelo único para la ciencia política. Por ejemplo, hay algo atractivo en la visión reduccionista de la genética y la investigación cerebral, pero el reduccionismo no puede llevarnos demasiado lejos.

P: ¿Por qué no?

R: Por el problema de la complejidad. Acabo de escribir un artículo para un volumen en honor a Fred Greenstein que critica el reduccionismo de la investigación en genética. Se llama “Reflexiones sobre la naturaleza humana y la política: de los genes a las instituciones políticas” y la idea general es que no puedes ir de los genes a los derechos humanos porque, para empezar, necesitas instituciones y no puedes explicar las instituciones con puros genes.5 Los genes pueden decirte algo sobre las tendencias y posibilidades, pero no pueden explicar por sí solos las instituciones.

P: Entonces, ¿predice el pluralismo para la disciplina?

R: Sí. Esto puede reflejar mis prejuicios, pero no veo que haya algo que pueda abordar toda la complejidad de nuestro campo.

Juan J. Linz

P: Varios investigadores cuestionaron recientemente si la política comparada, y la ciencia política en general, han generado conocimiento acumulado.6¿Qué piensa al respecto?

R: Creo que hay distintas áreas de investigación en las que tenemos bastante aprendizaje y conocimiento acumulado. Un ejemplo de nuestro aprendizaje puede observarse en la investigación sobre democracias consociacionales realizada por Arend Lijphart y otros.7 Ese trabajo desafió persuasivamente la vieja idea prevaleciente de que la democracia funciona mejor con un sistema mayoritario y bipartidista que con un sistema multipartidista. Ahora sabemos que un número de democracias con sistemas multipartidistas han funcionado realmente bien. Ésta es una cuestión que no entendíamos cuando empezó la investigación sobre partidos políticos. De igual manera, la investigación sobre corporativismo, empezando por Philippe Schmitter y Gerhard Lehmbruch, nos ha enseñado que la existencia de lazos cercanos entre grupos de interés y partidos políticos no es necesariamente mala para la democracia.8 Creo que la literatura comparada sobre transiciones a la democracia nos ha enseñado algo acerca de cómo hacer posible una transición. En particular, hemos aprendido que las transiciones ocurren dentro del marco institucional del régimen anterior, que pueden ser negociadas, y que no son necesariamente quiebres violentos con el pasado. Para poner otro ejemplo, el trabajo de gente como Giovanni Sartori, Rein Taagepera y Matthew Shugart sobre las consecuencias de diferentes leyes electorales también ha generado mucho conocimiento sólido.9 Por último, el trabajo comparativo sobre elecciones que usa encuestas de opinión ha producido mucho conocimiento acumulado acerca de la relación entre variables sociales, como clase y religión, y el comportamiento de los votantes.

El problema está en que nuestro conocimiento sobre algo como el comportamiento de votantes es acumulativo sólo hasta que sucede un terremoto político. Después, algunas relaciones entre las variables ya no se sostienen. Por ejemplo, la biblioteca que tengo en el sótano sobre el voto en la política italiana fue muy acumulativa de 1948 hasta la década de 1990. Pero luego se desintegró el Partido Demócrata Cristiano, aparecieron Berlusconi y la Liga del Norte, y cambió todo el sistema de partidos. Esto significa que, para entender las elecciones italianas, se debe comenzar desde cero, bueno, no desde cero, pero hay que volver a comenzar. La investigación previa no puede ser la única base del análisis. Los políticos italianos, al crear estas discontinuidades, estaban siendo crueles con los científicos sociales que habían pasado décadas trabajando sobre los partidos italianos y sus elecciones.

Más generalmente, todo el conocimiento generado por la investigación sobre el comportamiento de votantes en las democracias industriales avanzadas se está volviendo anticuado. Esto se debe, en parte, a que la clase trabajadora que solía representar de 30 a 40% de la población, se ha reducido dramáticamente en muchos lugares. Los viejos vínculos entre variables como identificación como miembro de la clase trabajadora, participación en sindicatos y participación en partidos laboristas, socialdemócratas o comunistas se han debilitado. Y cada vez más encontramos una “sociedad de clase media” mucho más homogeneizada en esos países. En consecuencia, las viejas lealtades a los partidos se han erosionado. Así, un trabajador en el pasado habría dicho: “Soy un trabajador, por tanto, pertenezco a un sindicato y, por consiguiente, tengo que votar por un partido socialdemócrata o comunista”. Ahora podría decir: “Soy un trabajador, pero tengo una casa de verano en la costa del Mediterráneo que alquilo a turistas, y los socialdemócratas proponen aumentar los impuestos de mi segunda casa”. De este modo, esa persona, que aún sigue siendo un trabajador, puede votar en contra del partido por el que habría votado en el pasado. Y los votantes son mucho más libres ahora para escoger por quién votar. Durante un largo periodo, el votante italiano vio a los demócratas cristianos como su protección contra la amenaza de que los comunistas llegaran al poder. Así que votaban por los demócratas cristianos aun cuando tenían reservas acerca de ellos y los gobiernos de los demócratas cristianos eran corruptos. Pero ahora ningún partido es visto como una amenaza seria y los votantes italianos se sienten con mayor libertad para votar por el partido que crean que representa mejor sus intereses. Esto hace infinitamente más difícil predecir el comportamiento de los votantes en Italia. Por tomar otro ejemplo, hace décadas, cada vez que yo conocía a un holandés, sólo tenía que preguntarle dos o tres cosas ‒¿eres católico, calvinista o no creyente?, ¿cuál es tu ocupación?‒ y sabía perfectamente cómo votaría; porque el 90% de los votantes con ciertas características sociales votaban por un partido particular. Ahora ya no se dan más así las cosas, lo que obviamente hace más difícil el trabajo de la gente que estudia los partidos políticos. Todos estos cambios fijan límites a nuestra capacidad para generar conocimiento acumulado sobre la política.

P: ¿Cuáles son algunas de las áreas de investigación en política comparada donde usted cree que nuestro conocimiento está especialmente limitado y donde es necesario mejorar?

R: Creo que sabemos demasiado poco sobre el liderazgo político y la calidad de las elites políticas. Sabemos que las elites políticas suelen tener mayor educación, tienen ciertos antecedentes, conocen lenguas extranjeras, estudiaron en el extranjero, entre otras características. Pero no sabemos por qué algunos líderes son más creativos y más comprometidos que otros, y por qué algunos líderes son verdaderos rufianes. Como señala Schumpeter al principio de su teoría sobre la democracia, para tener una democracia que funcione, se debe contar con una cierta cantidad de gente calificada que esté comprometida con el servicio público.10 ¿Por qué algunas sociedades tienen a esas personas y otras no? ¿Y por qué algunos países producen elites empresariales creativas? En el New York Times de hoy, hay una historia sobre el imperio Hyundai. ¿Por qué el imperio Hyundai surgió en Corea y no en Argentina u otro lugar? Ésas son nuestras interrogantes. El número de temas sobre los que sabemos tan poco es sorprendente. Hay mucho trabajo por hacer.

P: Un debate actual en la política comparada, que ha generado mucha controversia recientemente, involucra la relevancia de los estudios de área, de una región del mundo. Algunos han dicho que los estudios de área son un obstáculo al progreso de la disciplina, porque generan investigaciones parroquiales y carentes de teoría. Otros afirman que el conocimiento basado en áreas es indispensable para elaborar teorías y ponerlas a prueba. ¿Cuál es su posición en este debate?

R: Yo estoy muy a favor de los estudios de área. Creo que sería desastroso eliminarlos o desalentarlos y decirles a los estudiantes: “Tú no necesitas una especialidad de área, tu trabajo debe ser puramente teórico”. Eso es una tontería.

Por otro lado, la investigación puede volverse bastante estéril si la gente sólo sabe de una región del mundo, y nunca ha pensado, leído o trabajado sobre otras partes del mundo. Creo que ésa fue una gran limitante para los estudios latinoamericanos cuando comenzaron en la década de 1950. En ese entonces, había un importante Centro de Estudios Latinoamericanos en Stanford, con muchos alumnos y algo de dinero. Se dedicaban a coleccionar recortes de todos los periódicos latinoamericanos y los estudiantes de Stanford sabían todo ‒de hecho, más de lo que uno quisiera saber‒ acerca de cada golpe militar en América Latina. Irónicamente, Stanford no produjo ningún gran latinoamericanista en esa época, pero la Universidad de Columbia, en donde la atención a los acontecimientos de América Latina no era tan minuciosa, sí lo hizo. En la década de 1960, en Columbia, teníamos a un antropólogo que trabajaba sobre Brasil, un geógrafo y unos cuantos latinoamericanistas en el departamento de historia. La administración de la universidad quiso que yo enseñara algo sobre América Latina, pero yo no sabía nada sobre la región. Por lo que me las arreglé para dar un curso sobre Regímenes Autoritarios en las Sociedades Hispánicas que cubría España y un poco de Portugal. Entre los estudiantes que tomaron ese seminario estaban Peter Smith, Al Stepan, Susan Eckstein, Alex Wilde, Arturo y Samuel Valenzuela. El resultado fue que el contingente de latinoamericanistas de Columbia se volvió muy importante.11 ¿Qué les enseñé? Yo no sabía nada de América Latina, así que les enseñé metodología, conceptualización, y les di una perspectiva comparada. En cierto modo, tener una perspectiva más amplia puede mejorar el trabajo en un área específica. Sin embargo, uno no puede hacer un buen trabajo ‒seamos muy claros al respecto‒ sin conocer por lo menos algunos casos, algún área o tema en profundidad, con toda su riqueza y complejidad histórica y cultural.

P: ¿Por qué es tan importante esa profundidad? ¿Acaso no se puede tornar esa profundidad en un obstáculo para lograr generalizaciones amplias y una teoría poderosa? Después de todo, toda teoría requiere abstracción.

R: La profundidad nunca es un obstáculo. Te permite entender y conocer tu materia, lo cual te recuerda constantemente por qué no puedes simplificar ni quedarte en un nivel abstracto y superficial. Al profundizar, debes enfrentar ciertos datos ‒datos inconvenientes‒ que son incómodos para la teoría, que te hacen pensar un poco más, que te llevan a introducir variables nuevas y a pensar de una manera más compleja.

P: ¿Qué opinión tiene de la conversión de la teoría de la elección racional, inspirada en la disciplina de la economía, en una importante fuerza en la ciencia política durante la última década? ¿Cómo evalúa el impacto que ha tenido en la disciplina?

R: Creo que la teoría de la elección racional estaría perfectamente bien si fuera considerada sólo como una manera de trabajar y ver las cosas. Todos deberíamos elegir el enfoque que mejor se ajuste a nuestra manera de pensar y luego podríamos ver dónde acaba cada cual, qué produce cada persona. Pero a mí me inquieta la ambición hegemónica y las pretensiones de superioridad de los teóricos de la elección racional, la posición que otras maneras de hacer las cosas son indeseables, porque no son científicas. Además, me parece que en la mayoría de las ocasiones en las que leo a un especialista en la teoría de la elección racional, la manera sofisticada de manejar el problema con estadísticas y matemáticas no guarda una proporción adecuada con las conclusiones. Algunas de las cosas que he leído me dejan pensando: “¿Y qué?” Se realiza un gran esfuerzo técnico para llegar a una conclusión que casi siempre se había afirmado ya desde el principio de todo el ejercicio. Soy también un escéptico del método, en donde tienes un conjunto de proposiciones que se entrelazan lógicamente de alguna manera y que luego te permiten decir que has “demostrado” tus propuestas mediante un análisis lógico. Las suposiciones sobre la realidad están casi siempre tan simplificadas que te preguntas: ¿qué puedo hacer con esto?, ¿cuál situación se adapta realmente a este modelo? Finalmente, algunas de las personas que hacen este tipo de trabajo no tienen conocimiento de la realidad política, son economistas y matemáticos que trabajan de manera puramente deductiva.

Otro problema es que si defines la racionalidad en términos de los actores que persiguen metas que ellos mismos se fijaron anteriormente, entonces todo es racional. Los bombarderos suicidas palestinos que se hacen estallar en Israel están actuando de manera racional si realmente creen que sacrificarse en la Jihad significa ganarse el cielo. ¿Qué puede ser más racional que asegurar que te irás al cielo? Y toda la monstruosidad de las cámaras de gas en la Alemania nazi era un acto extremadamente racional si el objetivo era librar al mundo de los judíos y si quisieras matarlos de la manera más eficiente. Dios mío, todo fue perfectamente racional. Pero, ¿quién en realidad quisiera usar la palabra “racional” para describir locuras como éstas?

P: ¿Le recuerda algún episodio anterior en la historia del campo la “revolución” de la elección racional?

R: En su esfuerzo por desplazar el trabajo de generaciones previas, el movimiento de la elección racional de hoy se parece un poco a la teoría de la dependencia en los estudios latinoamericanos durante la década de 1970. La revolución de la elección racional se parece también de alguna manera al marxismo, porque aunque éste por varias razones nunca se volvió tan dominante, sí evitó durante algún tiempo que se realizara todo tipo de trabajo serio en campos de estudio como el fascismo. En cambio, no creo que la revolución conductual tratara de desplazar tanto a la generación anterior. Esto es porque los que hicieron la revolución conductual respetaban mucho la cohorte que los precedió. Por ejemplo, Robert Dahl, que se volvió el símbolo de la revolución conductual, respetó la vieja generación de estudiosos, personas como Henry Ehrmann, Otto Kirchheimer, Franz Neuman y Sigmund Neuman. Los conductistas no afirmaban estar suplantando el trabajo de generaciones anteriores. Eran más modestos, decían que sólo estaban añadiendo otra dimensión, una nueva perspectiva.

P: ¿Por qué piensa que muchos teóricos de la elección racional aseguran estar desplazando, en vez de estar agregando aspectos nuevos, al trabajo de generaciones previas?

R: Pienso que ellos tienen la extraña idea de que lo que otras personas están haciendo no es científico, que es periodismo o tal vez historia, pero no ciencia política. Creo que sienten que no estamos a la altura de los científicos reales, por lo que consideran que debe haber algo mal con la manera en que hacemos nuestro trabajo. No creo que esta actitud pesimista sea justificada. En lugar de preguntar por qué nuestra disciplina no ha logrado una estructura coherente como la que han alcanzado las ciencias duras, debemos reconocer que la naturaleza de nuestro objeto de estudio es diferente, lo que significa que no podemos ‒ni debemos‒ ser como las ciencias duras.

P: El modelo de muchos estudiosos de la elección racional es la economía. ¿Qué cree usted que puede ofrecer esta disciplina a la política comparada?

R: La economía neoclásica ofrece un instrumento enormemente poderoso para entender economías de mercado que funcionan razonablemente bien. Por ejemplo, pienso que el mercado tal como funciona en Wall Street o el sistema monetario de la Reserva Federal de Estados Unidos, puede ajustarse perfectamente bien a los modelos de los economistas. Pero esos modelos no funcionan si queremos entender las economías de mercado de Rusia o de Sierra Leona. En este sentido, una gran limitante de la economía es que todas sus herramientas básicas ‒la teoría de precios, la oferta y la demanda, las curvas de indiferencia, entre otras‒ están basadas en la premisa de que estamos lidiando con unidades monetarias relativamente simples y que todos los productos pueden reducirse a pesos y centavos. Si bien los votos son de alguna forma similares a las unidades monetarias, hay una diferencia obvia y básica entre el dinero, que es divisible y fungible, y muchas de las cosas que queremos estudiar, como el poder. Otra limitante de la economía neoclásica es que no explica el desarrollo económico. Por ejemplo, no tiene ningún mecanismo para explicar por qué surgieron empresarios capitalistas dinámicos en Corea y Taiwán, pero no en Argentina. Ahí es donde entra Schumpeter. Lo gracioso es que Schumpeter era presidente de la Sociedad Econométrica y uno de los fundadores de la econometría, aunque su principal trabajo era histórico y sociológico.12 Albert Hirschman es otro ejemplo de un gran economista que estudió principalmente problemas que interesan a los sociólogos. Y Pareto, que fue uno de los fundadores de la economía neoclásica en muchos sentidos, escribió en una de sus cartas personales que la economía se había convertido en una disciplina que cualquier persona con las habilidades necesarias podía hacer y manejar. Él sentía que los problemas más difíciles e interesantes ‒aquéllos en los que quería trabajar‒ involucraban aspectos no racionales, que no podían reducirse a una cuestión de la selección del medio adecuado para llegar a un fin dado, esto es, problemas con los que la economía no podía lidiar. Así que Pareto abandonó la economía y se convirtió en sociólogo.

Lo curioso es que cuando algo no se ajusta a sus poderosos e interesantes modelos, los economistas están inmediatamente dispuestos a admitir que está fuera de sus alcances explicativos. Ellos dicen: “Esto es muy relevante y es una dimensión muy interesante del problema, pero no estamos capacitados para estudiarlo; es algo que los politólogos o sociólogos deberían estudiar”. Pero en lugar de tratar estos temas y problemas a nuestra manera, decimos que tenemos que hacerlo tal como lo harían los economistas. Me parece que esto es un tanto paradójico.

P: Reflexionando sobre el futuro de la disciplina, ¿cómo cree que evolucionará la política comparada a la luz de este “giro económico”?

R: Pienso que habrá un exceso de producción, por así decirlo, en la corriente dominante y, por tanto, la competencia por sobrevivir en esa corriente será mayor en el futuro. Y como cada vez más y más personas estarán haciendo cosas similares y compitiendo por los limitados recursos de la disciplina, será mucho más difícil para ellos ayudarse y apoyarse entre sí, lo que dificultará que un movimiento como la elección racional conserve su ímpetu. Además, a menos que la investigación inspirada en la economía ofrezca hallazgos interesantes, la gente se aburrirá y se volverá más crítica, que es lo que le sucedió a la investigación sobre el comportamiento de votantes: a la gente le pareció que producía el mismo tipo de estudio repetido una y otra vez. Así, como gusanos dentro de una bolsa de harina, la sobrepoblación puede causar una crisis.

Por otro lado, pienso que hay mecanismos que están fomentando un patrón hegemónico de dominio por parte de cualquier grupo que conquista el mercado académico. Cada vez se depende más de criterios impersonales y mecánicos, como las publicaciones en revistas arbitradas, para tomar decisiones acerca de quién debe ser promovido, quién recibe un puesto, etcétera. Al volverse más impersonal y más burocrática, la disciplina genera productos estándar y predecibles; pero esta estandarización deja poco espacio para disidentes e innovadores. Además, esta mayor dependencia en criterios impersonales no deja espacio ni brinda una oportunidad a alguien que es brillante, que tiene mucho potencial, pero que carece de artículos publicados en las revistas arbitradas. En mi caso, por ejemplo, personas inteligentes como Robert Merton, Marty Lipset y Sartori fueron capaces de apoyarme en los inicios de mi carrera, a pesar de que no había publicado mucho. Decían: “No ha producido mucho, pero promete hacerlo y es un tipo brillante que estamos seguros hará cosas interesantes”. Esto es menos probable hoy día. Cuando dependes de indicadores objetivos como el número de publicaciones, pierdes un sentido de la persona, sus cualidades, y todo el proceso se vuelve más burocrático. Pienso que ésta es una tendencia negativa.

Adam Przeworski

P: Si uno observa dónde estaba el campo de la política comparada hace 30 años y dónde está ahora: ¿qué es lo principal que hemos aprendido? ¿Cuáles son las principales áreas en donde hemos visto una acumulación de nuestro conocimiento acerca de la política?

R: Permíteme presentar mi respuesta con una salvedad. Creo que parte de la mejor investigación en política comparada la hacen actualmente los economistas, por lo que los incluiré en mi respuesta. Daron Acemoglou y James Robinson, Alberto Alesina, Torsten Persson y Guido Tabellini, y muchos otros hacen trabajo excelente en política comparada. No saben lo suficiente de política, particularmente de instituciones, pero abordan preguntas fundamentales y obtienen respuestas provocativas. Con esa inclusión, sí, creo que ha habido una tremenda acumulación de conocimiento.

¿Qué hemos aprendido? Desde los libros seminales de Duverger y Rae,13 hemos aprendido mucho acerca de las consecuencias de los sistemas electorales. El libro de Gary Cox, Making Votes Count, es el ejemplo más reciente.14 Sabemos cómo interactúan los sistemas electorales con las divisiones sociales para producir partidos, cómo afectan la distribución de los votos, etcétera. Hemos aprendido mucho sobre la formación de coaliciones y de gabinetes, de hecho sobre estos temas existe literatura formal y empírica. Entendemos mucho más del proceso legislativo. Hemos aprendido mucho y muy rápido en los últimos años sobre el conflicto étnico y la paz étnica. Hemos aprendido que la mayor parte del tiempo los grupos étnicos viven juntos en condiciones de paz, y tal vez estamos comenzando a entender algunos de los mecanismos que explican este hallazgo. Finalmente, creo que hoy entendemos mucho más de los procesos de transición de régimen. Y podría seguir evocando muchos temas más.

Dicho de una manera más amplia, una prueba de los avances que hemos logrado es que cuando un alumno está interesado en un tema, casi siempre puedo decirle: “Está bien, lee esto, lee aquello, aquí está la literatura que dice esto y aquello”. Sobre varios temas, las conclusiones no coinciden. Pero cuando menos, hay literatura sobre una variedad de temas.

P: ¿Siente que hay algunos temas en los que no hayamos hecho un avance significativo?

R: Todavía no sabemos por qué y cuándo la gente con armas obedece a las personas que no las tienen: los determinantes del control civil sobre el militar. Todavía no comprendemos muy bien los partidos políticos. Ésta es verdaderamente una materia importante que hemos descuidado. No entendemos cómo surgen los partidos, qué mecanismos los mantienen unidos, ni cuál es el “pegamento” que mantiene la disciplina partidaria. Aunque hemos aprendido bastante, en general, acerca del autoritarismo, creo también que sabemos desastrosamente poco sobre la estructura de las dictaduras. Solemos pensar que las instituciones formales no son cuestiones de importancia, pero mi alumna, Jennifer Gandhi, encontró que tienen un impacto sobre la supervivencia de los dictadores, las políticas que siguen y los resultados que generan.

P: Usted mencionó un par de temas que hemos descuidado en la política comparada. ¿Hay algunos temas que, a pesar de haberlos estudiado, aún no entendemos bien?

R: Creo que no nos va muy bien con la globalización. Yo escribí algo al respecto recientemente,15 por lo que me vi obligado a leer la literatura sobre el tema. Me pareció muy poco satisfactoria. En particular, considero que hay una gran deficiencia en el entendimiento de las consecuencias políticas de la globalización. El problema, en parte, es que necesitamos algún tipo de avance metodológico en esta área de investigación. Los métodos que se utilizan actualmente no son lo suficientemente buenos. Los resultados son dispares y la mayoría de ellos están basados en métodos estadísticos que suponen que las observaciones de países particulares son independientes. Esto hace que sea difícil creer en los hallazgos estadísticos. Éste es un tema grande, importante. De algún modo vamos a tener que empezar a pensar de manera diferente y a prestar más atención a los métodos que serían más apropiados para estudiar este tema.

En general, debido a una mayor disponibilidad de datos, sabemos más acerca de los países de la OCDE que de los países menos desarrollados. Pero esta brecha se está cerrando rápidamente.

P: ¿Hay otros problemas metodológicos que inhiban la investigación en política comparada?

R: Para continuar con la línea de mi respuesta anterior, considero que el estudio de la política en un mundo interdependiente involucra problemas metodológicos que todavía no sabemos cómo resolver. Por ejemplo, tenemos esta noción de los juegos de dos niveles.16 ¿Pero cómo evaluamos y estimamos dichos modelos? ¿Cómo probamos las hipótesis de que los países son interdependientes, pero que a la vez en cada país hay algún conflicto? Es muy difícil. Creo que, en general, la globalización es un gran tema metodológico abierto.

Otro asunto metodológico importante es cómo estudiar las cosas históricamente, es decir, cómo estudiar la historia. El nuevo institucionalismo contiene una potencial contradicción cuando afirma que las instituciones importan y, al mismo tiempo, son endógenas. Si las instituciones son endógenas, entonces necesitamos separar sus efectos de las condiciones en las que funcionan. El problema metodológico central para la política comparada es el sesgo asociado a la selección de casos, y si bien tenemos métodos para manejar este problema, distintos métodos se basan en suposiciones diferentes y a menudo generan conclusiones dispares. Esto es cierto para los estudios estadísticos del impacto de las instituciones en general, pero se vuelve particularmente importante cuando estudiamos la historia. Si todo depende de las decisiones o del camino que tomamos en el pasado, entonces no tiene sentido hablar del impacto de las instituciones. Por consiguiente, para identificar su impacto, necesitamos pensar de manera más sistemática en historias contrafactuales, es decir, en situaciones donde hubieran existido diferentes instituciones en las mismas condiciones históricas.

P: Usted ha puesto énfasis en las dificultades metodológicas que implica el tratar preguntas complejas de una manera rigurosa. Pero otra razón por la cual no se ha avanzado mucho en estas cuestiones podría ser que los comparativistas simplemente no se han planteado preguntas grandes e interesantes acerca de la política. ¿Cree que la disciplina está actualmente abordando el tipo de preguntas que debería?

R: ¿Qué es lo que no nos estamos preguntando? Ciertamente no estamos preguntándonos: “¿Qué significa, a qué nos lleva, todo lo que sabemos?” Pero tampoco nos hemos planteado varias preguntas que podrían investigarse con los métodos que tenemos. ¿Qué determina el acceso de los intereses adinerados a la política? ¿Qué sucede con nuestras instituciones democráticas que hacen que la gente se sienta políticamente ineficaz? ¿Por qué estas instituciones perpetúan la miseria y la desigualdad?

Hay un dicho en mi lengua materna que dice: “No es momento de llorar por las rosas cuando el bosque se está quemando”. Y cuando hablo con gente en Argentina, Francia, Polonia o Estados Unidos, escucho que se están quemando. La gente en todo el mundo está profundamente insatisfecha con el funcionamiento de las instituciones democráticas, tanto en los países más desarrollados como en los menos desarrollados. Ven políticos que sólo sirven a los intereses de los ricos y de las corporaciones multinacionales. No pueden entender por qué las instituciones democráticas son tan impotentes para reducir las grandes y persistentes desigualdades. Sienten que los partidos políticos no funcionan como mecanismos de transmisión de sus valores e intereses. Perciben que las decisiones más importantes son tomadas por instituciones, con frecuencia internacionales, sobre las que nadie tiene control.

El peligro es que, a menos que sigamos haciéndonos estas preguntas, dejemos las respuestas a los demagogos de diferentes espectros ideológicos. Me sorprendió que durante mi reciente visita a Argentina toda la discusión política estuviera polarizada entre neoliberales, que creen que el mercado es el demiurgo del futuro, y neopopulistas, que creen que el demiurgo es “el pueblo,” entendido como un ente singular.

Toda la estructura de incentivos académicos en Estados Unidos desalienta la toma de grandes riesgos intelectuales y políticos. Los estudiantes de posgrado y los profesores asistentes aprenden a empaquetar sus ambiciones intelectuales en artículos publicables por unas cuantas revistas y a evitar todo lo que pueda parecer una postura política. Este profesionalismo produce conocimiento a partir de preguntas formuladas de manera muy estrecha, pero no tenemos foros para dar a conocer nuestro conocimiento fuera de la academia; de hecho, no nos comunicamos sobre política ni siquiera entre nosotros mismos. Han pasado décadas desde que las revistas profesionales ‒“profesional” es como se llaman‒ publicaran ensayos sobre: “¿cuáles problemas existen en Estados Unidos hoy?, ¿cuáles problemas aquejan a la democracia hoy? O sobre “¿cómo hacer que el mundo sea mejor?” Tenemos algunas herramientas y conocemos algunas cosas, pero no hablamos de política con gente fuera de la academia.

P: Durante la última década, en la política comparada se ha prestado mucha atención a los asuntos metodológicos. ¿Qué cree usted que está detrás de este cambio?

R: Tengo una explicación de elección racional para esta tendencia. Pienso que los americanistas, esto es, los politólogos que se dedican al estudio de Estados Unidos, un grupo que por lo general está más metodológicamente orientado, comenzaron a ejercer presión sobre la gente en otros campos de la ciencia política para que elevaran sus estándares metodológicos. En la mayoría de los departamentos, el nuevo énfasis en metodología en la política comparada fue impuesto a la fuerza a las personas que se dedicaban a los estudios de área. Los americanistas tenían una ventaja sobre los demás, porque nacieron y crecieron en el país que estudian. Por eso no tienen que aprender el idioma, la historia y la cultura de otras sociedades, y pueden dedicarle mucho más tiempo al aprendizaje de la teoría y los métodos. En cambio, los comparativistas están en la situación poco envidiable de tener que aprender a menudo ambos. Los comparativistas tienen que aprender español, la historia de Argentina y cosas por el estilo. Y luego también tienen que aprender la teoría y los métodos que aprenden los americanistas. Pero pocos comparativistas hicieron esto, y esta deficiencia era particularmente notable entre los que estaban trabajando con estudios de área. En cierto momento, creo que los americanistas se sublevaron, porque los departamentos tenían estándares dobles.

Tuvimos el caso de la promoción de un profesor asistente en la Universidad de Chicago. Se trataba de una persona que hacía investigación de alta calidad sobre la Unión Soviética. En términos de datos, esta persona acudió a las reuniones regulares de la célula local del Partido Comunista y vio desde dentro cómo funcionaba durante dos años. Esta investigación era etnográficamente impresionante y muy reveladora. Pero no tenía ni pregunta, ni método, ni conclusión. Era etnografía pura. Cuando tuvimos que considerar este caso, una de las personas a las que les habíamos pedido una carta de evaluación era un profesor de economía de Chicago, que también había estudiado a la Unión Soviética. El profesor nos escribió diciendo: “Creo que lo que aquí tienen que decidir ustedes es si quieren tener un estándar o dos. Los economistas abandonamos este tipo de investigación etnográfica y tenemos un estándar para todo. Pero ustedes tal vez quieran tener dos”. No nos estaba sugiriendo que decidiéramos de una u otra manera. Tan sólo estaba diciendo: “Ésta es la decisión que ustedes tienen que tomar”. Y creo que este caso está relacionado con lo que sucedió en los departamentos de ciencia política en todo el país. Básicamente, los americanistas dijeron: “Queremos tener un solo estándar”.

P: ¿Es esto sano para la política comparada?

R: Creo que esto es muy sano. Considero que no nos hemos adaptado institucionalmente a esta situación, porque tener un solo estándar implica que los estadounidenses que quieran volverse expertos de área tienen el doble de trabajo que los estadounidenses que sólo estudian Estados Unidos. Personalmente creo que los cambios son costosos, pero inevitables y benéficos.

P: ¿Cuáles son las implicaciones de este cambio para el futuro de la política comparada?

R: Esto va a llevar a que, como en el pasado, los extranjeros educados en Estados Unidos desempeñen un papel fundamental en el desarrollo de la disciplina. Si uno mira la historia de la política comparada en Estados Unidos, se encuentra que muchos de los comparativistas eminentes son o fueron extranjeros: Karl Deutsch, Guillermo O’Donnell, Juan Linz. Philippe Schmitter es estadounidense, pero vivió fuera durante mucho tiempo.

P: ¿Y qué sucede con las contribuciones de los estadounidenses a la política comparada?

R: Bueno, permíteme decir algo que va a impresionar y ofender a la mayoría de mis colegas en estudios de área. Yo siento un gran rechazo hacia el estudio de países extranjeros. Cuando vivía en Polonia y veía extranjeros, principalmente estadounidenses, que llegaban a Polonia y estudiaban Polonia, pensaba que esas personas no tenían idea alguna de lo que estaban haciendo. Concebían sus estudios en términos de debates ideológicos estadounidenses y, por tanto, no abordaban los problemas que nosotros, los polacos, o los científicos sociales polacos, considerábamos como fundamentales. Ellos tan sólo estaban exportando fantasías ideológicas estadounidenses.

Después de que me mudé a Estados Unidos de manera permanente, Polonia se convirtió en un país extranjero para mí, porque no podía regresar. De hecho, desde que me fui en 1967, regresé por primera vez en 1972 y luego en 1977. Así que en diez años sólo regresé una vez. Pero no quería parecerme a uno de esos estadounidenses, que van a un país sin realmente saber lo que esto involucra y sin estar dispuesto a sufrir las consecuencias de lo que uno dice. Por ello, después de publicar un par de artículos con un colaborador polaco basado en materiales que yo había recopilado en Polonia, dejé de trabajar sobre Polonia. Me dije en ese entonces: “No estudies países en los que no vives”. Y desde entonces lo he cumplido.

Soy muy cauteloso con respecto al concepto estadounidense de política comparada en el que los estadounidenses van y estudian otros países. ¿Sabes?, el campo de la política comparada es extraño. Cuando los estadounidenses estudian Estados Unidos son americanistas, y cuando los estadounidenses estudian Brasil, son comparativistas. Ahora, me pregunto: “¿Qué hacen los brasileños cuando estudian Brasil?” Esto no quiere decir que los estadounidenses no hayan producido buenos trabajos sobre países particulares. Podría citar muchísimos libros. A veces hicieron estudios que fueron considerados como contribuciones importantes dentro de los países que estudiaron: el trabajo de Schmitter sobre el corporativismo en Brasil, al igual que el libro de Alfred Stepan sobre los militares en Brasil, son libros que los brasileños consideran contribuciones fundamentales para entender su país.17 Pero sospecho que este tipo de trabajo es muy escaso.

En estos días, en particular, aunque ha sido cierto desde hace mucho tiempo, los extranjeros entrenados en Estados Unidos producen mejores estudios sobre sus países que los estadounidenses. Yo tengo alumnos argentinos, coreanos, chinos y brasileños, que son científicos sociales de primer nivel bajo cualquier criterio. Hacen trabajos excelentes sobre sus países, mejor de lo que la mayoría de los extranjeros jamás podrán hacer. No hay razón para que el estudio del mundo deba ser un monopolio de Estados Unidos. Esto no quiere decir que el conocimiento producido por los estadounidenses no sea útil para las personas de otros países. Pero, en cierto punto, debemos de empezar a pensar en estudiar la política comparada como una empresa en la que colaboramos, intercambiamos ideas y, tal vez, ofrezcamos algunos recursos a las personas que estudian sus propios países, en lugar de estar practicando este juego de paracaidistas.

David D. Laitin

P: Con respecto a las preguntas que usted cree fundamentales para la ciencia política y la política comparada, ¿cuáles son algunos de los hallazgos que considera importantes?

R: Presento mi opinión sobre este asunto en mi artículo en la edición más reciente de The State of the Discipline.18 En el campo en el que trabajo, yo diría que hemos encontrado una y otra vez, sin importar cómo estén especificadas, que las diferencias culturales no están de ningún modo relacionadas con la rebelión o la guerra civil. Por consiguiente, tratar de separar pueblos que son culturalmente diferentes con el fin de hacerlos menos amenazadores el uno para el otro es una idea sin mérito. Éste es un hallazgo significativo que influye en temas públicos importantes. Este descubrimiento nos incita a encontrar maneras de tratar el conflicto sobre asuntos culturales de manera muy parecida a como tratamos el conflicto industrial, es decir, como partes normales de la sociedad. Así, creo que hemos aprendido mucho acerca de la relación entre diferencia cultural y guerra civil, que era algo que no sabíamos antes de comenzaresta investigación.

En el campo de la democracia, también hemos aprendido mucho. Hemos aprendido algo acerca del efecto de la riqueza sobre la democracia que es mucho más sutil, aunque no incongruente, con lo que Marty Lipset argumentó hace 40 años.19 Hemos avanzado en nuestra comprensión de por qué las democracias ricas no se colapsan, aunque aún nos falta una idea clara del mecanismo que vincula la riqueza con una menor probabilidad de ruptura democrática. También tenemos algunos hallazgos interesantes sobre las bases institucionales de las democracias exitosas, es decir, acerca del tipo de instituciones presidenciales y del tipo de instituciones parlamentarias que más resisten las perturbaciones o los desafíos. Creo que está firmemente establecido que las instituciones parlamentarias son más sólidas frente a las presiones de ruptura democrática que las presidenciales. De esta manera, tenemos algunas buenas ideas sobre la base institucional del éxito democrático.

También sabemos bastante, a partir de la investigación de los países de la OCDE, sobre las condiciones en las que puede sobrevivir la democracia social en un contexto de globalización e, incluso, ante la hegemonía neoliberal desde las revoluciones de Reagan y Thatcher. El hallazgo de que la democracia social es un equilibrio existente y que es probable que sobreviva en un buen número de países es algo de importancia considerable para el mundo.

Pues, considero que hay varios hallazgos llamativos en una gama de áreas. Y creo que tenemos teorías que explican estos hallazgos. Estos descubrimientos también abren muchas preguntas nuevas e interesantes para la investigación. Creo que debemos enorgullecernos de saber estas cosas y debemos enseñarlas. Tanto los hallazgos como las oportunidades de investigación deben ser presentados a los alumnos, porque esto generará el entusiasmo que nuestro campo merece.

P: Al mismo tiempo, usted ha afirmado que la ciencia política está en un estado de fragmentación y que esto reduce su impacto y prestigio.

R: Creo que nosotros los politólogos estamos institucionalmente avergonzados, de alguna manera, por presentar nuestros hallazgos. Por ejemplo, actualmente les enseñamos a nuestros alumnos que vivimos bajo un gran paraguas y que los politólogos tenemos muchas opiniones. Pero no les ofrecemos una presentación completa de lo que sabemos. He dicho que una manera de presentar nuestros hallazgos de investigación es mediante un curso introductorio y estandarizado de ciencia política.20 Es muy probable que esta idea y la noción más amplia de una disciplina integrada enfrenten mucha resistencia. Pero si hubiera un Paul Samuelson,21 que pudiera escribir un texto que integrara la disciplina, y si pudieras hacer que 20 universidades lo usaran como prueba, creo que fijaría un estándar para enseñar ciencia política que se difundiría rápidamente a través de la disciplina. Aunque ex ante esta idea parece radical, ex post parecería obvia.

P: La síntesis de la ciencia política que usted está proponiendo parece muy diferente de la que proponen los teóricos de la elección racional. Para ellos, la idea de síntesis se centra en la búsqueda de modelos que se ajusten a una amplia gama de escenarios o situaciones, que están integradas porque todos estos modelos aplican los mismos principios teóricos, la misma teoría de la acción racional.

R: Sí. La visión de William Riker sobre el campo era que había un número limitado de principios políticos, tal como los asociados con el tema del compromiso. Una vez que conoces esos principios, puedes ver cómo operan en las legislaturas nacionales, en las guerras étnicas y por todos lados. Así que tienes una teoría general del compromiso. Y puesto que podemos encontrar esos principios funcionando en todo tipo de escenarios políticos, los campos de estudio tradicionales de la ciencia política, como las relaciones internacionales, la política comparada o la política estadounidense, dejan de ser relevantes. Ésta es una visión de lo que es la disciplina y confieso que tiene sus atractivos.

Pero creo que hay una esencia de la ciencia política que vale la pena cultivar y que es diferente de la visión de Riker. La esencia se encuentra en el cuerpo de literatura sobre teoría política de dos mil años de antigüedad que expone los problemas que deben resolverse. Estos problemas nos unen como politólogos. Son análogos a los grandes problemas que los matemáticos luchan por resolver. Y no creo que estaríamos intelectualmente satisfechos si todo lo que entendiéramos fuera el tema del compromiso y sus ramificaciones. No es eso lo que nos impulsa como científicos sociales. Lo que nos motiva son las cuestiones planteadas en las grandes tradiciones de la teoría política: la cuestión del orden, la cuestión de la equidad, la cuestión de la representación y la cuestión de la ciudadanía. Esas grandes preguntas son las amplias preocupaciones normativas que establecen, y vuelven a establecer, la agenda de la ciencia política. Esos resultados constituyen los cimientos esenciales de lo que somos como disciplina.

P: Su énfasis en la síntesis parece contrario a la opinión, tal vez expresada con mayor claridad por Mark Lichbach, de que no necesitamos nuevos intentos de síntesis, sino más bien una batalla de paradigmas entre racionalistas, estructuralistas y culturalistas.22

R: Sí. Yo llamo a ese programa la RI-zación del campo. No tengo argumentos razonados para mi oposición a este planteamiento, pero tengo algunas intuiciones fuertes. Cuando escucho gente en relaciones internacionales (RI), a menudo los escucho decir: “Voy a reunir todas las pruebas que pueda para mi escuela teórica y presentar el caso más sólido que pueda para esta escuela”. Los realistas lo hacen, los liberales o neoliberales lo hacen y los constructivistas también lo hacen. Todos ellos siguen este patrón en lugar de preguntarse ¿por qué tenemos guerras? o ¿por qué tenemos guerras civiles? Esta defensa de escuelas teóricas lleva a una especie de literatura legal. ¿A quién le importa si mezclas liberalismo con una explicación culturalista en cierto modelo teórico? ¿A quién le importa si tomas variables de dos escuelas diferentes? ¿Por qué debemos comparar escuelas? Ésta es una afirmación muy fuerte, lo sé. Aunque puedo simpatizar hasta cierto punto con la visión de Riker, tengo mucho menos simpatía por esta visión que ve la disciplina en términos de paradigmas y batallas de paradigmas.

P: Parece que coincide con Donald Green e Ian Shapiro en la defensa de la investigación enfocada en problemas.23Aunque la distinción que hacen entre la investigación enfocada en problemas y la investigación motivada por métodos puede interpretarse de distintas maneras, algo que parecen estar diciendo en su libro es que debemos enfocarnos en variables dependientes importantes.

R: Creo que eso es cierto, aunque Shapiro es muy crítico de mi visión acerca de cómo debería desarrollarse la disciplina. Pero nuestro desacuerdo no es tan grande como puede parecer. Alguien puede decir que mi propuesta de una metodología tripartita ‒compuesta por teoría formal, análisis cuantitativo y análisis cualitativo‒24 tiene al racionalismo como una de sus partes. Pero no creo que sea el caso. Veo a la elección racional sólo como una de las muchas maneras en las que se puede hacer análisis formal. Además, coincido con el mensaje real del libro de Green y Shapiro, a saber, que la investigación de elección racional necesita un programa serio de estadística comparada a fin de poner a prueba las predicciones de sus modelos. Pienso que el libro de Green y Shapiro no fue tan productivo como debió ser, porque fue leído por mucha gente desde la perspectiva de una guerra de paradigmas.

P: En términos de su propuesta de una metodología tripartita, ha habido una buena cantidad de discusión dentro del campo de la política comparada sobre la teoría formal y los aspectos cualitativos. Esto es particularmente cierto si se toma como barómetro la revista de la Sección de Política Comparada de la Asociación Americana de Ciencia Política (APSA). Sin embargo, la pata estadística y cuantitativa de este trípode parece menos desarrollada y menos integrada en la investigación actual de política comparada. ¿Está de acuerdo?

R: Es un buen punto. La tradición cuantitativa en política comparada se remonta a Gabriel Almond, Sidney Verba y Ronald Inglehart.25 Pero yo diría que el grupo que inicialmente encabezó la Sección de Política Comparada de APSA, centrado en torno de Ronald Rogowski, Peter Lange, Robert Bates y yo, sentía que el trabajo cuantitativo que provenía de la revolución conductual era teóricamente débil. Me es difícil ver qué es lo que está teóricamente en juego en la literatura de Almond, Verba e Inglehart. Por esta razón no solíamos tomarlo con tanta seriedad como deberíamos. Pero no me cabe duda de que en los últimos diez años la literatura cuantitativa en política comparada se ha vinculado cada vez más con los programas de investigación basados en teorías. El trabajo sobre democracia y desarrollo realizado por Przeworski es un ejemplo obvio,26 así como el trabajo sobre los países de la OCDE desarrollado por Carles Boix, Geoffrey Garrett, Torben Iversen y David Soskice.27 Hay también un creciente número de personas usando métodos cuantitativos en la investigación sobre violencia y guerra civil. Así que hay un nuevo respeto por la econometría.

P: Pero sigue siendo un enorme reto integrar dicha investigación cuantitativa en el trabajo que utiliza métodos formales y cualitativos. De hecho, aún existe una gran disyunción entre la investigación realizada con estos métodos diferentes.

R: Sí. Véase la teoría democrática. Tienes hallazgos teóricos, hallazgos estadísticos y hallazgos narrativos que no son conmensurables. El trabajo de Przeworski es el mejor ejemplo de ello. Él publicó un libro en 1991, Democracy and the Market, que fue básicamente antiestructural. Luego, en 2000, publicó un libro con sus colaboradores, Democracy and Development, que fue completamente estructural.28 Los dos están bien fundamentados, pero parece que se contradicen. Otro ejemplo es el libro Paths Toward Democracy de Ruth Collier.29 Me gustó el trabajo, pero era ciego a los métodos estadísticos. Habría sido un mucho mejor libro si hubiera estado conectado con los hallazgos generados usando otros métodos. Hay mucho trabajo que espera ser realizado y que puede reconciliar los hallazgos de estos mundos diferentes.

No conozco ningún área de la política comparada en donde la metodología tripartita que propongo esté operando como la imagino. Pero creo que es un poco prematuro quejarse de que estos tres métodos no se hayan integrado bien. No tengo duda de que tenemos aquí una oportunidad fantástica.

P: Esta discusión me recuerda el entusiasmo generado por el programa de investigación formulado por Stein Rokkan y otros en la década de 1960.30Se teorizó muy seriamente, hubo un profundo conocimiento de los casos y un esfuerzo para generar bases de datos cubriendo muchos países. Sin embargo, después de algunos grandes proyectos, este programa perdió energía. ¿Cree que esto volverá a ocurrir? ¿Experimentaremos un periodo de euforia, como resultado de los retos y las oportunidades que señala, seguido por una sensación de desilusión?

R: Es difícil saber. Uno nunca sabe de dónde vendrán los verdaderos avances. Éste es un momento en el que el trabajo estadístico está floreciendo. Los avances en la econometría durante los últimos 15 años han permitido a los académicos con orientación estadística descubrir una gama de relaciones que sencillamente no podían haber sido estudiadas con las técnicas de la década de 1960. Uno puede ver los beneficios de estas nuevas técnicas en el estudio de la economía. Cuánto durará esta tendencia depende mucho de cuánto encuentren y qué surja en otros campos.

Si tuviera que hacer una predicción, yo diría que en cinco años habremos hecho todo el progreso que podamos para entender los microfundamentos dela política. Entenderemos, por ejemplo, cómo la izquierda política es capaz de hacer un compromiso creíble con la derecha, que si la derecha permitiera una reforma democrática, ellos (la izquierda) no se aprovecharían y no confiscarían la propiedad de la derecha. Los asuntos de compromisos, reputación y coordinación, todos los cuales tienen una función en la comprensión de los microprocesos de democratización, guerra civil y variedades de capitalismo, deberían estar bien establecidos. Pero luego, la siguiente generación, educada en la microteoría, se planteará las mismas preguntas que motivaron a Barrington Moore, Lipset, Rokkan y Linz: ¿por qué los asuntos como el compromiso se resolvieron en Inglaterra en el siglo XVII, pero apenas en el siglo XX en España? Con base en los nuevos microfundamentos, habrá un regreso a los macrotemas. La gente va a querer conocer los patrones amplios y si los microfundamentos están vinculados a esos amplios patrones. Éste será un nuevo tipo de investigación macro, construida sobre microfundamentos mejores que los que usaron Rokkan, Moore y otros. Sin embargo, antes de que esto ocurra, creo que es necesario hacer mucho trabajo formal micro y estadístico, loque no obligará, pero en efecto invitará, a un regreso al nivel macro.

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*Traducción del inglés de Susana Moreno Parada

1Herman Finer (1932), The Theory and Practice of Modern Government, 2 vols., Londres, Methuen.

2Harold Dwight Lasswell y Abraham Kaplan (1950), Power and Society: A Framework for Political Inquiry, New Haven, Yale University Press; James G. March (1955), “An Introduction to the Theory and Measurement of Influence”, American Political Science Review, vol. 49, pp. 431-451; (1956), “Influence Measurement in Experimental and Semiexperimental Groups”, Sociometry, vol. 19, pp. 260-271; (1957), “Measurement Concepts in the Theory of Influence”, The Journal of Politics, vol. 19, pp. 202-226, mayo; y Dahl (1968), “Power”, en David Sills (ed.), International Encyclopedia of the Social Sciences, vol. 12, pp. 405-415, reimpreso en Mark Haugaard (ed.) (2002), Power: A Reader, Manchester University Press, pp. 8-25

3Dahl (1963), Modern Political Analysis, Englewood Cliffs, NJ, Prentice-Hall, cap. 5, “Power and Influence”, pp. 39-54.

4Donald Green e Ian Shapiro (1994), Pathologies of Rational Choice. A Critique of Applications in Political Science, New Haven, CT, Yale University Press.

5“Reflections on Human Nature and Politics: From Genes to Political Institutions”, en Fred Greenstein (en prensa).

6Charles E. Lindblom (1997), “Political Science in the 1940s and 1950s”, Daedalus, vol. 126, núm. 1, invierno, pp. 225-252; Barbara Geddes (2003), Paradigms and Sandcastles: Theory Building and Research Design in Comparative Politics, Ann Arbor, University of Michigan Press.

7Arend Lijphart (1968), The Politics of Accommodation: Pluralism and Democracy in the Netherlands, Berkeley, CAL, University of California; Arend Lijphart (1977), Democracy in Plural Societies, New Haven, CT, Yale University Press.

8Philippe C. Schmitter y Gerhard Lehmbruch (eds.) (1979), Trends Toward Corporatist Intermediation, Beverly Hills, Sage Publishers; Gerhard Lehmbruch y Philippe C. Schmitter (eds.) (1982), Patterns of Corporatist Policy-Making, Beverly Hills, Sage Publishers.

9Giovanni Sartori (1997), Comparative Constitutional Engineering: An Inquiry into Structures, Incentives, and Outcomes, 2a. ed., Nueva York, New York University Press; Rein Taagepera y Matthew Shugart (1989), Seats and Votes: The Effects and Determinants of Electoral Systems, New Haven, Yale University Press; Matthew S. Shugart y John Carey (1992), Presidents and Assemblies, Cambridge, Cambridge University Press.

10Joseph A. Schumpeter (1942), Capitalism, Socialism and Democracy, Nueva York, Harper & Brothers, cap. XXIII.

11Sobre este contingente de estudiantes y, de manera más general, sobre las contribuciones de Linz al estudio de América Latina, véase Scott Mainwaring y Arturo Valenzuela (eds.) (1998), Politics, Society and Democracy: Latin America, Boulder, COL, Westview.

12Véase Richard Swedberg (ed.) (1991), Joseph A. Schumpeter: The Economics and Sociology of Capitalism, Princeton, Princeton University Press.

13Maurice Duverger (1964), Political Parties, Londres, Methuen, y Douglas W. Rae (1969), The Political Consequences of Electoral Laws, New Haven, Yale University Press.

14Gary Cox (1997), Making Votes Count: Strategic Coordination in the World’s Electoral Systems, Nueva York, Cambridge University Press.

15Adam Przeworski y Covadonga Meseguer (2002), “Globalization and Democracy”, conferencia presentada en el Seminario sobre Globalización y Desigualdad, Santa Fe Institute.

16Robert D. Putnam (1988), “Diplomacy and Domestic Politics: The Logic of Two-level Games”, International Organization, vol. 42, núm. 3, pp. 427-460; Peter Evans, Harold Jacobson y Robert Putnam (eds.) (1993), Double-Edged Diplomacy: An Interactive Approach to International Politics, Berkeley, CA, University of California Press.

17Philippe C. Schmitter (1971), Interest Conflict and Political Change in Brazil, Stanford, Stanford University Press; Alfred Stepan (1971), The Military in Politics: Changing Patterns in Brazil, Princeton, Princeton University Press.

18David D. Laitin (2002), “Comparative Politics: The State of the Subdiscipline”, en Ira Katznelson y Helen V. Milner (eds.), Political Science: The State of the Discipline, Nueva York y Washington, W.W. Norton. y The American Political Science Association, pp. 630-359.

19Seymour M. Lipset (1959), “Some Social Requisites of Democracy: Economic Development and Political Legitimacy”, American Political Science Review, vol. 53, núm. 1, pp. 69-105.

20David D. Laitin (2004), “The Political Science Discipline”, en Edward Mansfield y Richard Sisson (eds.), The Evolution of Political Knowledge, Columbus, OH, Ohio State University Press.

21La referencia es a Paul Samuelson, ganador del premio Nobel de Economía en 1970, y autor de Economics: An Introductory Analysis, publicado por primera vez en 1948 y actualmente en su edición número 16. Este libro de texto ha dominado las clases universitarias por dos generaciones y es el libro de texto de economía más vendido de todos los tiempos.

22Mark I. Lichbach (1997), “Social Theory and Comparative Politics”, en Mark I. Lichbach y Alan S. Zuckerman (eds.), Comparative Politics: Rationality, Culture and Structure, Nueva York, Cambridge University Press, pp. 239-276.

23Donald Green e Ian Shapiro (1994), Pathologies of Rational Choice. A Critique of Applications in Political Science, New Haven, CT, Yale University Press.

24David D. Laitin (2002), “Comparative Politics: The State of the Subdiscipline”, en Ira Katznelson y Helen V. Milner (eds.), Political Science: The State of the Discipline, Nueva York y Washington, W.W. Norton y The American Political Science Association, pp. 630-659.

25Gabriel A. Almond y Sidney Verba (1963), The Civic Culture: Political Attitudes and Democracy in Five Nations, Princeton, Princeton University Press; Ronald Inglehart (1997), Modernization and Postmodernization: Cultural, Economic, and Political Change in 43 Societies, Princeton, NJ, Princeton University Press.

26Adam Przeworski, Michael E. Alvarez, José Antonio Cheibub y Fernando Limongi (2000), Democracy and Development: Political Institutions and Well-Being in the World, 1950-1990, Nueva York, Cambridge University Press.

27Carles Boix (1998), Political Parties, Growth and Equality: Conservative and Social Democratic Economic Strategies in the World Economy, Nueva York, Cambridge University Press; Geoffrey Garrett (1998), Partisan Politics in the Global Economy, Nueva York, Cambridge University Press; Torben Iversen (1999), Contested Economic Institutions: The Politics of Macroeconomics and Wage Bargaining in Advanced Democracias, Nueva York, Cambridge University Press; Torben Iversen, Jonas Pontusson y David Soskice (eds.) (2000), Unions, Employers, and Central Banks: Macroeconomic Coordination and Institutional Change in Social Market Economies, Nueva York, Cambridge University Press.

28Adam Przeworski (1991), Democracy and the Market. Political and Economic Reforms in Eastern Europe and Latin America, Nueva York, Cambridge University Press; Adam Przeworski, Michael E. Alvarez, José Antonio Cheibub y Fernando Limongi (2000), Democracy and Development: Political Institutions and Well-Being in the World, 1950-1990, Nueva York, Cambridge University Press.

29Ruth Berins Collier (1999), Paths Toward Democracy: Working Class and Elites in Western Europe and South America, Nueva York, Cambridge University Press.

30Stein Rokkan (1970), Citizens, Elections, and Parties: Approaches to the Comparative Study of the Processes of Development, Nueva York, David McKay.

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