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Signos filosóficos

versión impresa ISSN 1665-1324

Sig. Fil vol.20 no.40 Ciudad de México jul./dic. 2018  Epub 07-Mar-2022

 

Artículos

Problemas y problematizaciones. Una historia de los regímenes de verdad médicos desde Georges Canguilhem y Michel Foucault

Problems and problematizations. A history of the regimes of truth in medicine from Georges Canguilhem and Michel Foucault

Diego Alejandro Estrada-Mesa.1 
http://orcid.org/0000-0001-8102-7229

1 Universidad Cooperativa de Colombia, Medellín. Correo electrónico: diego.estrada@campusucc.edu.co


Resumen

El concepto de problematización es central dentro de los trabajos filosóficos de Foucault. Sin embargo, omitir esta noción desembocó en un estereotipo que incluyó su propuesta en el marco del constructivismo social. Al contrario, sugiero que el concepto de problematización enlaza los trabajos de Foucault con la historia epistemológica de Canguilhem. Esto tiene importantes efectos, pues no sólo corrige la perspectiva atribuida a Foucault, según la cual ciertos objetos de las ciencias son meras construcciones discursivas, sino que abre un campo de investigación referido a los efectos de verdad en los seres humanos, derivados de un complejo interactivo que involucra a los expertos, las instituciones y a los individuos mismos. En este artículo se utiliza el ejemplo de la racionalidad médica moderna -desarrollada por estos autores- para ilustrar su particular forma de entender la historia y la filosofía de la medicina desde los problemas y las problematizaciones.

Palabras clave: epistemológica; medicina

Abstract

The concept of problematization is fundamental into the Foucault’s philosophical works. However, the omission of this notion resulted in a stereotype that included their proposals together with those of social constructivism. On the contrary, I suggest that the concept of problematization relates the Foucault’s works with Canguilhem’s historical epistemology. This has significant effects, to the extent that not only correct the perspective attributed to Foucault under which certain objects are socially constructed, but open a field of research referred to the truth effects in the human being that arise from interactive complex that involves experts, institutions and individuals. In this article I use the example of medical rationality -developed by these authors- for purposes of enlighten his particular way of understanding the history and the philosophy of the medicine from the problems and problematizations.

Keywords: epistemology; medicine

Introducción

En 1981, Michel Foucault planteaba de manera retrospectiva una serie de sugerencias para identificar las funciones y propósitos de sus trabajos, a partir de la aparición de La historia de la locura en la época clásica a comienzos de 1960 (2012a). Según él, ni la historia de las ideas ni la de las mentalidades agruparían el ser de sus investigaciones. Sin decirlo de forma explícita, el filósofo francés expresará una filiación con Georges Canguilhem (Osborne, 2003). Para Foucault, su trabajo se refiere a una historia de las problematizaciones, es decir, una historia que explica cómo determinadas cuestiones se convirtieron en problemas para diferentes instituciones y programas. La elucidación acerca de las prácticas y organizaciones de aspectos disciplinarios y discursivos en el plano de las ciencias humanas, asunto trabajado en textos como El nacimiento de la clínica (1966) y Las palabras y las cosas (2012b), se arraiga a múltiples problemas (2012b: 358). De igual forma, las distintas técnicas y tecnologías de poder, diseñadas y puestas a funcionar a partir del siglo XVIII en algunas zonas de Europa, sólo pueden entenderse sobre la base de problemas específicos (Foucault, 1976). Finalmente, las últimas investigaciones del autor, inscritas en temáticas como las prácticas de sí en las sociedades grecolatinas de la antigüedad, son una extensa reflexión sobre cómo ciertos grupos humanos se problematizaron a sí mismos en términos médicos, morales y éticos (Foucault, 2003).

En sus últimos años, Foucault enfatizó la importancia de entender el plexo de sus investigaciones como una historia de las problematizaciones. Indudablemente, esta aclaración unía piezas importantes dentro del conjunto de conceptos foucaultianos referidos a la historia del presente. Sin profundizar demasiado, estas adendas desmienten la imagen de un Foucault vinculado con el constructivismo social, es decir, con todo un conjunto de elaboraciones discursivas desarrolladas principalmente en los Estados Unidos hacia finales del siglo XX, donde enfatiza la idea de que algunos objetos de las ciencias, el asunto del género, la sexualidad, entre otros, son construcciones sociales (Brown y Harris, 1978; Visker, 1995; Prado, 2000). Considero que el tema de las problematizaciones y la filiación que de ello se desprende con Canguilhem no sólo ofrece una imagen distinta del filósofo francés, sino también una ruta de investigaciones que pretenden comprender las diversas formas de aspectos no científicos, ideológicos y no discursivos que en general inciden a partir de su interacción en la configuración de un escenario para la producción de verdad (Foucault, 2014a) y para la producción de sujetos o clases de personas a partir de la verdad (Hacking, 1986; 1995).

Al respecto, sorprende el poco interés en el concepto de problematización dentro de las diferentes discusiones señaladas. Por supuesto, en medio de la densidad de comentarios sobre las ideas más usadas por el filósofo francés, existen aclaraciones sobre dicha noción;1 pero pocas investigaciones o trabajos procuran detallar los efectos metodológicos y teóricos de este concepto.2 Recientemente, algunos autores han visto en la noción de problematización la posibilidad de asociar a Foucault con la tradición angloamericana (en particular con John Dewey, Richard Rorty o Cornel West) para efectos de pensar aspectos del carácter normativo de la filosofía, así como su relación con la práctica y la investigación (Koopman, 2013; Stone, 2012). Otros autores han visto en este término un hallazgo que resalta el carácter operativo y práctico de la filosofía foucaultiana (Deacon, 2000). Sin embargo, las discusiones teóricas y metodológicas de mayor profundidad se encuentran en los trabajos de Robert Castel (1994) y Eduardo Restrepo (2008). No comentaré los textos, sólo diré que son reflexiones importantes en tanto problematizan el sentido mismo de la noción de problematización, mostrando sus limitaciones, así como sus alcances y efectos en la forma de comprender esencialmente el trabajo histórico, en especial para aquellos que, estando dentro del amplio espectro de las ciencias humanas y sociales, no son historiadores.

El propósito del artículo es identificar el sentido de Georges Canguilhem y Michel Foucault a las nociones de problema y problematización para señalar una serie de encuentros y desencuentros entre ambos autores. Argumento que el tema de la problematología histórica (Osborne, 2003) no sólo es central en ambos autores, sino que permite comprender el vínculo entre los problemas y las normas en distintos planos de la existencia humana -como la técnica médica, la ciencia y la sociedad-. Reflexionar alrededor de los problemas en clave Canguilhem-Foucault permite un tipo particular de relación ubicada de manera concreta no sólo en el conjunto de ambos trabajos, sino que también aclara los términos usados frecuentemente en los importantes debates del mundo contemporáneo referidos a las cuestiones del cuerpo, el género, la sexualidad y la ciencia. No se trata de repetir que ciertos objetos o ideas son socialmente construidos, ni negar el carácter preexistente de ciertos problemas, se busca resaltar cómo la existencia de una serie de condiciones y de formas determinadas de problematizar ha permitido ensamblar todo un conjunto de disposiciones técnicas para la verdad. Al respecto, Foucault fue enfático en señalar que por verdad no se refería a enunciados verdaderos y falsos, sino a dominios reglamentados, a regímenes de verdad (2014a). Por eso, su preocupación no estaba en el orden de lo epistemológico. Lo importante reside en las configuraciones normativas que permiten identificar un problema. Si bien en Canguilhem el tema de los problemas posee en varios momentos de su obra diversos estatus, debe señalarse que, en algunos trabajos, sobre todo en los referidos a la temática de la ideología científica (2005) y las normas sociales (2011), el tema de los problemas permite comprender las complejas interacciones e implicaciones que posibilitan la confección de órdenes sociales a partir de valores científicos.

Problematización: ni realismo ni constructivismo

El 7 de mayo de 1981, en una entrevista con André Berten en la Universidad Católica de Lovaina, Foucault explicita el concepto de problematización con el fin de señalar el hilo conductor de sus trabajos. Según él, sus investigaciones deben comprenderse como la historia de las problematizaciones, es decir, relatos acerca de cómo ciertas cosas se constituyeron en un problema (2014b: 260). En efecto, Foucault señala que sus trabajos están orientados a esclarecer cómo ciertos eventos se convierten en problemáticos. Las problematizaciones serían un recurso, una herramienta que permite entender variadas cuestiones del presente y cómo se constituyeron. En ese sentido, el filósofo francés expone una serie de procesos en los que, por una parte, ciertas cosas dadas, naturalizadas, empiezan a enturbiarse y a revelarse de forma oscura, pero también cómo algunos eventos nuevos manifiestan problemas que no se habían planteado en ciertos términos.

En 1983, Foucault reitera, en la introducción del segundo volumen de La historia de la sexualidad, que su proyecto debe comprenderse como una apuesta para entender las problematizaciones y no los comportamientos, las ideas o las ideologías, es decir, “las problematizaciones a través de las cuáles el ser se da como una realidad que puede y debe ser pensada por sí misma, y las prácticas a partir de las cuales se forman” (2003: 18). Un análisis arqueológico permite visualizar las formas mismas de problematización, esto es, cómo cierto acontecimiento es insertado en un campo de saber; mientras que la dimensión genealógica permite comprender la formación de los problemas a partir de las prácticas mismas y sus modificaciones (2003: 18). En este texto es importante anotar que las problematizaciones no se remiten a la Época clásica o a la Modernidad, periodos históricos que habían sido habituales en las investigaciones del pensador francés. Esta nueva indagación sobre la historia de la sexualidad resalta cómo algunos filósofos y médicos de las sociedades grecolatinas problematizaban el asunto de los placeres en relación con la construcción de unos estilos de vida específicos.

Poco antes de morir, Foucault remarcaba en una entrevista que el concepto de problematización resultaba central para diferenciar la historia del pensamiento de la de las ideas -las representaciones- y de las mentalidades -análisis de las actitudes y esquemas de comportamiento-. El pensamiento no se refiere a las representaciones que sustentan un comportamiento: “no es lo que habita una conducta y le da un sentido” (1999a: 359). Más que eso, se trataría de un distanciamiento, una forma de racionalidad que interpela las maneras de hacer cotidianas de todos los días para constituir objetos e interrogar

[…] su sentido, sus condiciones, sus fines […]. El pensamiento es la libertad con respecto a lo que se hace, el movimiento mediante el cual nos desprendemos de ello, lo constituimos como objeto y lo reflejamos como problema. (1999a: 359)

La historia del pensamiento confeccionada por Foucault describe el ingreso de dominios o campos al ámbito del pensamiento; la cual permite comprender cómo diferentes factores económicos, sociales y políticos incitaron a la problematización de acontecimientos que revelaron ciertas rarezas y peligrosidades a finales del siglo XVIII en las sociedades europeas. Por consiguiente, problematizar no es representar un objeto que ya existe de una determinada forma, pero tampoco significa crear “mediante el discurso un objeto que no existe” (1999b: 371). Estamos hablando de una metodología que no es realista ni constructivista. Foucault alude a las prácticas discursivas y no discursivas que permitieron que ciertos acontecimientos ingresaran en el juego de lo verdadero y de lo falso, conformándose en objeto para el pensamiento.

Estas indicaciones no son menores. Foucault desarrolla distintas investigaciones alrededor de una serie de acontecimientos -conductas, formas de vida, objetos, tipos de relaciones, espacios- erigiendo una voluntad de verdad que pretende insertar dichos fenómenos dentro de sistemas de inclusión y de exclusión. De ahí que su planteamiento ponga en entredicho tanto el tema de las representaciones como de los enfoques constructivistas. Problematizar no es negar la realidad de ciertos objetos, sino insertarlos en campos de visibilidad y de enunciabilidad, para decirlo en la terminología de Gilles Deleuze (1990). Como lo recalca el propio Foucault, en un breve texto intitulado “On problematization”, la problematización es una respuesta a una situación real dada por diferentes individuos (1988: 17).

Los problemas y la forma de relacionarse con la construcción de todo un aparato interdiscursivo y extradiscursivo no es un asunto que encontramos de forma exclusiva en los trabajos de Foucault. La historia epistemológica de Georges Canguilhem es un valioso trabajo en el que los problemas tienen un lugar preponderante. Al respecto, Thomas Osborne, en “What is a problem?” (2003), expone de manera clara las diferencias y cercanías entre las perspectivas de Canguilhem y Foucault acerca del asunto de los problemas. Sin embargo, el camino emprendido aquí es completamente diferente y desemboca hacia otro tipo de conclusiones. Osborne, por un lado, reflexiona sobre la cuestión de la problematología para llegar a la cuestión de la ética. El presente artículo, por otra parte, inicia con la problematología y la filiación manifiesta entre Canguilhem y Foucault para señalar cómo las relaciones de poder, las normas sociales y las ideologías científicas configuran dominios para la verdad en el ámbito de la medicina.

Problemas vitales, técnicos e histórico-científicos

Osborne (2003) permite ubicar el tema de los problemas en los trabajos de Canguilhem. Al respecto, me apropio de algunas tesis del autor a manera de resumen:

  • 1. Para Canguilhem, la vida en sí misma es problemática. Ensayos acerca de algunos problemas relativos a lo normal y lo patológico, tesis presentada en 1943 y publicada en 1970 con el título Lo normal y lo patológico, expone que los problemas son inherentes a la vida. Las contingencias del medio en el que transcurre la vida se presentan como obstáculos, negatividades y cargas que, sin embargo, resultan necesarias para la construcción de un devenir normativo por parte del sujeto. Esto significa que la patología no es simplemente una variación cuantitativa del estado normal (tesis sostenida por François Broussais, Auguste Comte y Claude Bernard), sino algo más cercano a la experiencia y el riesgo de vivir (2003: 6).

  • 2. Hay una conexión entre los problemas vitales propios de lo humano y la técnica. Esta última, antes que oponerse a la vida, está inmersa en ella misma, es decir, nace a partir de una actividad de información y asimilación del mundo material desprendida del ejercicio normativo a través del cual la vida busca adaptarse a las condiciones del medio (2003: 7).

  • 3. El asunto de los problemas se hace latente en el campo de la historia de las ciencias, especialmente la historia de las ciencias de la vida (2003: 7); cuestión que, como señala Jean Gayon (1998), se enmarcaría dentro del conjunto de investigaciones que el filósofo-médico francés comienza a realizar en el periodo de posguerra y que congrega obras importantes como La formación del concepto de reflejo en los siglos XVII y XVIII (1975) y una serie de ensayos publicados en El conocimiento de la vida (1976).

Agrego una cuarta idea que no destaca Osborne, pero es importante en Canguilhem, aunque el propio autor no la haga explícita:

  • 4. En la primera parte de Lo normal y lo patológico, Canguilhem expone que la medicina a comienzos del siglo XIX, de la mano de Joseph Broussais, Claude Bernard y otros, levanta el dogma según el cual lo patológico no es más que una variación cuantitativa del estado normal. Esto significa que la singularidad de lo viviente (la cual es siempre inestable y precaria) será atravesada por las delimitaciones de una norma que funge como identidad y modelo. Lo patológico, existencialmente primero, será desplazado por la norma. La segunda parte de Lo normal y lo patológico, publicada en 1966, amplía esta perspectiva al señalar los efectos sociales de dicho dogma. En este sentido, Canguilhem reubicará el asunto de los problemas. Estos ya no tendrán una connotación fundante. Se trata de algo que hay que hacer aparecer. Es desde la norma que se juzga lo patológico. Una medicina de lo normal y lo patológico es una forma de problematización de los vivientes y las sociedades. En este punto Canguilhem se encuentra con Foucault.

En el marco de la reflexión realizada por Canguilhem en 1943, el asunto de los problemas se ubica en el nivel primigenio: la vida, su trascurrir es problemático; insertada en un medio ecológico, ésta se despliega siempre entre variaciones, obstáculos y peligros. La enfermedad, el estado de mal relacionado a la incapacidad, el déficit, la reducción de un margen de seguridad, etcétera, es un experimentar de todos los vivientes que resulta necesario para su devenir normativo.3 Antes que una preocupación técnica y social, se trata de un acontecimiento vital. En este caso, Canguilhem realiza una revisión crítica a la medicina fisiológica del siglo XIX. Mientras François Joseph Broussais sostenía la prioridad de la fisiología sobre la patología, cuestión que también se encuentra en John Brown y Claude Bernard, y que será prolongada por diferentes médicos y psicólogos en el siglo XX, esto es, la tendencia racionalista de privilegiar lo normal sobre lo patológico, Canguilhem se ubica en las antípodas, en el nervio de los problemas mismos: lo anormal y lo patológico son existencialmente primeros. En efecto, la vida es siempre confrontación con problemas. No hay una vitalidad normal en sí, sino una confrontación continua con los azares, contingencias y accidentes establecidos por un medio ambiente particular. Para cualquier viviente, el medio es normal siempre y cuando permita vivir. La normalidad sería el efecto de la capacidad y el riesgo de construir normas, esto es, encontrar solución a los problemas de adaptación que inevitablemente emergen a partir de la interacción con el medio.

Una vez que aparece la vida, emerge un acaecer problemático. Ante el medio y la indefensión originaria de lo orgánico aparece la enfermedad. En su acontecer más primitivo, el existir se despliega como lucha, resistencia, perseverancia en vivir. La búsqueda de la norma (la normatividad) por parte de la vida es una apuesta. No hay una norma de vida fija y establecida de una vez y para siempre. Ésta es a posteriori, el efecto siempre precario de una serie de respuestas que están antecedidas por el conflicto derivado de la interacción organismo-medio. Al respecto, la medicina no es más que una prolongación por medios no naturales (artificiales, técnicos) de una organicidad que busca adaptarse y establecerse normativamente. Más que ser ciencia, la medicina es “una técnica o arte situado en la encrucijada de muchas ciencias” (2011: 11). Su finalidad está marcada por la vida misma: restaurar, restablecer o crear lo normal. Las técnicas en general son ganancias que el viviente adquiere para pugnar con el carácter errante de la vida.

Como puede advertirse, la cuestión de lo problemático adquiere, en la filosofía de la medicina propia de la primera parte de Lo normal y lo patológico, un estatus ontológico-biológico. Hablar del ser de la vida implica referirse a sus problemas. Sin embargo, después de la guerra, como lo resalta Jean Gayon (1998: 306), Canguilhem realiza un giro dentro de sus intereses hacia la historia de la biología, cuestión que ubicará en una posición distinta el asunto de los problemas. La formación del concepto de reflejo en los siglos XVII y XVIII, y diferentes ensayos publicados en El conocimiento de la vida, especificarán en sentido estricto un nuevo estilo de pensar, una forma concreta de hacer historia: de los conceptos científicos; sobre la constitución, la deformación, la corrección y las formas de normalización de diferentes nociones que han sido importantes en el ámbito de las ciencias de la vida. En este sentido, los problemas se presentan no sólo como los errores propios de toda actividad intelectiva, sino también como los distintos obstáculos que imposibilitan la constitución de un concepto propiamente científico.

Lo imaginario del mito y la filosofía, al igual que las tergiversaciones mismas de los científicos y los aspectos ideológicos que los movilizan, son cuestiones problemáticas: reflejan una historia de los errores, de las desviaciones, pero también de prácticas e influencias que condicionan la confección misma de los conceptos. Como lo han resaltado Pierre Macherey (2011) y Cristina Chimisso (2015), entre otros, las continuidades históricas dentro de una historia de las ciencias desde la perspectiva de Canguilhem no siempre son un obstáculo para comprender la formación de las ciencias mismas. Lo imaginario es siempre errático, pero en él subyace un impulso por capturar lo verdadero. Sobre la base de un concepto y el conjunto de reglas que lo afirman se encuentran una multiplicidad de problemas divididos en diferentes estratificaciones. El método de Canguilhem implica desarrollar una historia de los regímenes de los conceptos y las condiciones siempre problemáticas en que han sido formados.

En un tercer periodo, sugiere Gayon, Canguilhem escribe acerca de varias temáticas vinculadas con la epistemología, la historia de las ciencias, o lo que será denominado epistemología histórica o historia epistemológica (Braunstein, 2012). En esta fase se desarrolló la que hoy se conoce como la segunda parte de Lo normal y lo patológico, intitulada Nuevas reflexiones relativas a lo normal y lo patológico (1963-1966), los ensayos compilados en los libros Estudios en historia y filosofía de las ciencias (2009), Ideología y racionalidad en la historia de las ciencias de la vida (2005) y Escritos sobre medicina (2004) --que es una compilación póstuma-- reúnen lo más importante de este periodo. Si bien resulta complicado ubicar de manera concreta el tema de lo problemático dentro de estos diferentes trabajos, podría decirse que dicha cuestión comienza a ser repensada, pues se desvincula del asunto de la vida y sus conceptos. En este caso, los trabajos de Foucault han tenido cierta incidencia en los planteamientos de Canguilhem y viceversa (Macherey, 2011; Vázquez, 2015). Por tanto, el asunto de la problematología es realizado a partir de los conceptos de ideología científica y norma social, mientras que en Foucault se han desarrollado a partir de las nociones de prácticas discursivas y no discursivas. En lo que sigue se señalan las ideas y conclusiones de dicho diálogo.

La primacía de lo normal sobre lo patológico: una anulación de los problemas vitales

A mediados del siglo XVIII distintos gobiernos europeos asumieron la obligación de garantizar la salud de sus poblaciones. La medicina fue esencial dentro de los mecanismos securitarios emergentes que se presentaron en la época. Ante las exigencias políticas que la sometían a convertirse en un instrumento esencial dentro de un nuevo tipo de sociedad (Canguilhem, 2009; Rosen, 2005; Armstrong, 1983; Rose, 1994), la técnica médica se vio sumergida en variaciones significativas en torno a sus fines. La vida y la salud estuvieron cada vez más vinculadas con objetivos políticos. Nociones como salubridad, higiene y seguridad cobraron cada vez más protagonismo. Como resalta Canguilhem, el acto médico dejó de ser la respuesta al llamado del enfermo al sujetarse a una exigencia más amplia: “Bajo el efecto de las demandas de la política, la medicina es convocada a adoptar el paso y los procedimientos de una tecnología biológica” (2009: 449). A partir de esto, el discurso médico moderno deviene en parte de una máquina que produce formas de problematización.

Por otra parte, la nueva medicina ubicará en un nivel secundario la cuestión terapéutica. Lo importante ahora será conocer la naturaleza de las enfermedades, ubicarse y disponerse de una nueva forma frente a los problemas. La medicina moderna, gracias al impulso social que la hizo aparecer, fundará una visión problematizadora continua. A partir del faro de la norma médica, acontecimiento que había sido secundario antes del siglo XVIII, se buscará reducir o desacreditar lo singular-problemático, desplazarlo, excluirlo. El orden de los problemas en este caso se invierte. Éstos ya no son un a priori que demanda una intervención de la técnica. Lo normal establecido por la ciencia creará los problemas y pretenderá identificar todo aquello que perturbe su orden para hacerle frente. En el segundo capítulo de la primera parte de Lo normal y lo patológico, referido a Comte y el principio de Broussais, esto era enunciado de una manera parcial. La apropiación de Comte de los postulados desarrollados por Broussais estaba inspirada en una apuesta política (Canguilhem, 2011: 30). Comte realiza una afirmación de la “identidad real de los fenómenos patológicos y de los respectivos fenómenos fisiológicos” (2011: 25). En este caso, la norma está siempre primero. Lo patológico es sólo una variación de dicha originalidad normativa, un exceso o un defecto de la misma. Los problemas vitales deben servir para determinar la normalidad: “Comte insiste en muchas oportunidades acerca de la obligación de determinar previamente lo normal y sus verdaderos límites de variación antes de explorar metódicamente los casos patológicos” (2011: 30).

Esta cuestión no es inocua. De hecho, Canguilhem señala que “Comte no propone ningún criterio que permita reconocer a un fenómeno como normal” (2011: 30). Además, la ambigüedad de los términos utilizados por Broussais (reproducidos por Comte) en torno al tema de la normalidad sugiere que dicha noción, más que identificarse con aspectos cuantitativos, se reduce a cuestiones cualitativas, de carácter “estético y moral más que científico” (2011: 30). En Broussais, la excitación expresa el rasgo esencial de la vida. Ésta puede desviarse de su estado normal debido al exceso o al defecto. Una irritación, por ejemplo, es la excitación normal, transformada por su exceso. Sin embargo, estas nociones resultan vagas, pues implícitamente albergan un carácter cualitativo y normativo:

Exceso y defecto existen con respecto a una medida que se considera válida y deseable -por lo tanto, con respecto a una norma. Definir lo anormal por lo demasiado o por lo demasiado poco significa reconocer el carácter normativo del “estado normal”. Este estado normal o fisiológico ya no es sólo una disposición develable y explicable como un hecho, sino la manifestación del apego a un valor. (2011: 33)

Esta cuestión también es visible en Claude Bernard, quien comprendía la vida como un sistema de leyes antes que como una organización de propiedades siempre precaria y amenazada (Canguilhem, 1976: 186). Para este fisiólogo, figura precursora de la medicina experimental, lo singular del viviente no es útil para comprender la generalidad de la vida. Esta última sólo tiene sentido en tanto es comprendida como un modelo. Según esto, existe una legalidad fundamental de lo viviente, un marco primario y original que, sin embargo, nunca se realiza. Aquí también se hace presente un descrédito de la técnica y un enaltecimiento de la ciencia. Lo normal sirve como referente positivo. A partir de esto, se invita a la medicina a adquirir un compromiso con la norma frente a las singularidades, cuestión que en el siglo XX tendrá el carácter de dogma.

Los problemas, en apariencia, ya no son condición de posibilidad para la actividad normativa y técnica propia de la vida, pues no son concebidos como lo fundante. Evidentemente, lo anormal, lo problemático, está siempre primero, pero se asumirá una nueva postura que pretende normar la figura ideal y verdadera que explica el fenómeno de lo vital. Pensar la medicina como ciencia de las enfermedades -una ciencia que busca integrar la negatividad de la vida en el marco de una positividad superior- implica comprender la norma como condición de posibilidad para los problemas vitales, asunto que Canguilhem asumirá, de manera paradójica, como enteramente problemático. Esta primacía de lo normal refleja una posición legislativa y prescriptiva donde las veracidades de la ciencia devienen en valor social.

Para emplear un concepto desarrollado en la década de 1960, existe una supresión de lo fundamental-problemático que en realidad revela un trasfondo ideológico. Evidentemente, se alude al concepto de ideología científica, ese afán no científico (antes que anticientífico) por ingresar una serie de postulados dentro de la esfera de la ciencia a partir de sus criterios de utilidad y funcionalidad (Canguilhem, 2005). En este caso, el carácter normativo de la vida se anula con la aplicación de normas preexistentes que capturan al viviente, normándolo en una especie de ideal o excluyéndolo, separándolo de dicha normalidad. En este caso, las normas no expresan la potencia de lo singular, sino una legalidad con apariencia de universalidad. De esta forma, la praxis médica comienza a funcionar en otro orden. Poner por encima la norma científica implica un proyecto, una cruzada contra el desorden. En nombre de la normalidad, que siempre está primero, se da forma a un arma política que busca defender el equilibrio individual y social. Aludiendo a este estilo de pensamiento que busca reducir lo patológico a lo fisiológico, Canguilhem plantea lo siguiente:

[…] la teoría en cuestión traduce la convicción humanista de que la acción del hombre sobre el medio ambiente y sobre sí mismo puede y tiene que llegar a ser totalmente transparente para el conocimiento del medio ambiente y del hombre, que normalmente sólo tiene que ser la aplicación de la ciencia instituida previamente. (2011: 76)

Las normas sociales y la problematización del medio

Esta nueva disposición de los problemas se explica de manera más concreta cuando Canguilhem emprende, hacia la década de 1960, una serie de reflexiones en torno a las normas sociales. En este caso, la cuestión de la normatividad orgánica pasa a un segundo plano. Este autor plantea un distanciamiento frente a los postulados positivistas que pretenden desacreditar lo patológico a partir de lo normal, cuestión que a la larga significará un desprecio del enfermo y su vivencia. Ante ello, Canguilhem no busca recuperar el mito de un estado de naturaleza biológico que aparentemente es ocultado, sino destacar el carácter creativo del viviente en torno a la instauración de sus normas vitales. El enaltecimiento de la norma separa, excluye, establece un adentro y un afuera. Al contrario, el filósofo-médico francés exalta la multiplicidad de la vida, su carácter individualizador, esto es, el hecho de que las normas emergen siempre a partir de la interacción singular que todo viviente sostiene con su medio de vida. Así, la segunda parte de Lo normal y lo patológico muestra una serie de cambios donde lo social no es una mera continuación de la vida, sino un asunto por completo diferente. De hecho, la existencia de una sociedad necesariamente tiene serias implicaciones sobre la vida misma.

Por supuesto, esta cuestión deja claro que lo normal sólo puede existir sobre la base de un proceso en el que cierto caos y multiplicidad busca reformarse, es decir, ser desplazado por un orden, una unidad. Por ello, “lo normal es al mismo tiempo la extensión y la exhibición de la norma” (Canguilhem, 2011: 187). De ahí que una sociedad normalizada, si algo así existe, sólo puede ser comprendida desde la valoración de una norma inscrita en una serie de instituciones que buscan normar, encuadrar, reglar y enderezar. Se trata, en suma, de imponer a “una existencia una exigencia” (2011: 188). Al igual que lo planteado por el autor, una norma nunca puede ser el punto de partida. La vida, para garantizarse a sí misma, deberá trazar valoraciones que en cierta forma avalen su ser. Respecto a lo social ocurre lo mismo: “la regla sólo comienza a ser regla cuando arregla y esta función de corrección surge de la infracción misma”: “En el orden de lo normativo, el comienzo es la infracción” (2011: 190). Pensar lo contrario significaría caer en el mito de un orden primitivo o en la existencia de una sociedad ideal plenamente constituida y libre de toda multiplicidad.

Por esto, las normas sociales, que evidentemente son diferentes de las vitales, deben comprenderse como mecanismos, instrumentos de normalización. Puede decirse que la intención de estos mecanismos es la naturalización, esto es, normalizar por completo una serie de prácticas y acciones que no se perciben como obligaciones. Por supuesto, para que una sociedad exista se precisa de cierto nivel de organización. Sin embargo, ella también es devenir y constitución continua. Si algo caracteriza a las sociedades modernas, fundamentadas en el saber experto, es su carácter previsor y anticipador. Se impone una exigencia sobre la existencia para marcar una ruta y conducir las potencias vitales. En este caso, lo problemático no sólo es la exigencia que está siempre primero, sino también la existencia expresada como una suerte de facticidad caótica que es necesario gobernar y gestionar.

Tiempo y espacio buscan ser problematizados continuamente para dar forma a un orden sociotécnico que, a su vez, problematiza la existencia y la materia justificando intervenciones venideras. De esta forma, lo social no es sólo la mera prolongación de lo vital, posición que Canguilhem defendía en varios textos, en especial aquellos escritos en la década de 1940. La Modernidad, como acontecimiento político y social, discutirá esta premisa, asunto advertido por el autor. De hecho, sería un error identificar las normas sociales con las vitales.

Existen varias argumentaciones planteadas por el filósofo-médico que cuestionan profundamente el dogma de comprender las sociedades como organismos. En un texto publicado en 1955, El problema de las regulaciones en el organismo y la sociedad, se hace latente esta cuestión. Por una parte, en las entidades orgánicas no existe diferencia entre su existencia y su ideal: “la norma o regla de su existencia está dada en su existencia misma” (2004: 104). Esto significa que, en caso de enfermedad, no existe polémica en torno a qué se debe restaurar. La norma, por así decir, es inmanente e intrínseca al organismo: “la finalidad del organismo es interior a este y, por consiguiente, el ideal que se debe restaurar es el organismo en sí” (2004: 105).

Por otra parte, no existe claridad en torno a los ideales sociales. Ello se debe a que las normas, en este caso, no son internas, sino externas. La vida en sociedad no es inherente a ella misma. Ésta precisa de instancias reguladoras que no se encuentran dispuestas en el núcleo mismo de lo concebido como sociedad. Canguilhem enfatiza que lo propio de lo viviente, no sólo es un “sistema de leyes”, sino una “organización de propiedades” (2011: 185). Vivir es vivir como una totalidad. Existen mecanismos de regulación interna que garantizan esa estabilidad. Pero el caso de la sociedad revela diferencias. El hecho de que una sociedad esté organizada, no significa que sea un organismo. La organización social es una cuestión de acomodación y disposición.

La finalidad en todo organismo es intrínseca a cada una de sus componentes: la perseverancia de la vida. Sin embargo, ninguna sociedad es esencialista en cuanto a sus fines: “una sociedad no tiene finalidad propia; una sociedad es un medio; una sociedad pertenece más al orden de la máquina o de la herramienta que al orden del organismo” (2004: 118). En este caso, la metáfora de la máquina, sin explicar totalmente el ser de lo social, se aproxima mejor a las premisas organicistas. Las partes de una sociedad requieren de ensamblajes y regulaciones. No hay, en sentido estricto, autorregulación o regulación espontánea. A las máquinas sociales hay que hacerlas funcionar; y eso sólo puede lograrse a partir de un esfuerzo inacabado de normalización, educación y automatización. Por tal motivo, las normas sociales constituyen dispositivos, diagramas que buscan encerrar, acoplar y conectar diversos elementos que, en principio, se revelan como inconexos.

La norma escolar, por ejemplo, “homogeneiza los comportamientos y se inscribe al propio tiempo en redes económicas de producción, redes técnicas de evaluación y redes morales de mérito que individualizan los comportamientos” (Le Blanc, 2004: 74). Lo mismo podría pensarse de las normas médicas, militares o profesionales en general. Ellas expresan, en el fondo, un sentido, un horizonte que sólo puede ser alcanzable por medio de una mecanización. Por consiguiente, el modelo de las máquinas se revela más convincente que el de los organismos para explicar el ser de lo social. La planificación, la vocación prospectiva propia de las organizaciones, la ejecución de programas y tareas, responden a la idea de que toda sociedad procura formarse como una máquina. Al respecto, Canguilhem señala que la sociedad está en pos de ser una máquina antes de concebirse como tal (2011: 194).

Guillaume Le Blanc lo plantea claramente al afirmar que “devenir máquina no equivale a ser una máquina sino a ser sujeto de su maquinaria, no sometido a maquinaciones externas” (2004: 75). Lograr el cometido de ser una máquina para una sociedad implicaría, en cierta medida, no sólo fabricar un conjunto de normatividades jurídicas, económicas, técnicas, morales y éticas, sino también instaurar un sentido absoluto en los cuerpos de los sujetos, producirlos enteramente haciendo que funcionen por sí mismos. Para una sociedad que se traza semejantes ambiciones, los problemas están siempre latentes. Ellos son existencialmente primeros, pero se harán emergentes gracias a ciertas redes de visibilidad y enunciabilidad garantizadas por los diagramas políticos que gobiernan a las sociedades.

Sin embargo, pensar la sociedad como una máquina implicaría caer nuevamente en un problema que Canguilhem enunciaba cuando sentaba su posición crítica frente a la tentativa racionalista de comprender lo patológico a partir de lo normal: omitir la potencia de la vida y su normatividad intrínseca (2009: 408). La sociedad en sí no puede comprenderse, entonces, como un organismo. Ésta precisa para su funcionamiento de maquinaciones externas. En este caso, la facticidad misma de lo problemático brotará continuamente al desmentir de manera insoslayable el ser de la máquina social; cuestión que sumirá al devenir máquina social como una apuesta obsesiva por identificar lo perturbador, todas esas fallas constitutivas y contingentes que conmueven el orden.

Medicina social, normalización y subjetivación

En 1973, Foucault realizó una conferencia en Río de Janeiro donde expresaba de manera clara este acontecimiento que involucra a la medicina, a la sociedad y a los individuos: el establecimiento de una medicina social tendrá una serie de consecuencias fundamentales en la historia biológica de las sociedades europeas de fines del siglo XVIII (Foucault, 1999c: 364). El impulso y las necesidades mismas de organizar y normar procesos que involucraban la relación entre el medio, la producción, el trabajo, la circulación de bienes, los accidentes, entre otros, obligaba al establecimiento de una nueva posición frente a los facultativos y a la implementación de los medios necesarios para dar forma a una racionalidad experta que pudiese gobernar la vida. Efectivamente, a partir de diferentes urgencias y necesidades locales, se fue estableciendo una profesionalización de la medicina; lo cual involucró reformas en la enseñanza, en la constitución de los hospitales como máquinas para curar, en las funciones sociales de los médicos y en el posicionamiento de la medicina misma como una ciencia de las enfermedades sujeta a las exigencias de las sociedades modernas burocráticas.

Podría decirse de manera superficial, que esas fueron las condiciones sociotécnicas que permitieron los avances científicos y clínicos a comienzos del siglo XIX. Esta cuestión resulta de interés tanto en Foucault como en Canguilhem. Para que ciertos enunciados aparezcan es fundamental ese universo social previo; aunque no basta sólo con esto, también resulta necesario señalar cómo dichos progresos materiales, obviamente acompañados de aspectos teóricos, técnicos, metodológicos y epistemológicos, afectan e impactan lo social, es decir, se insertan a las herramientas sociales para servir a sus propósitos. En El nacimiento de la clínica, esto es explicado de una forma inmejorable. La producción de un nuevo sujeto de la enfermedad, de una nueva clase de persona, el enfermo, fue posible por el acaecer inmanente de una simultaneidad de procesos. La clínica es el producto, en cierta forma, de ese universo social que permitió delinear un marco epistémico concreto, un estilo de pensamiento médico anatomo-clínico y fisiológico.

Los primeros ejercicios normativos modernos realizados en el derecho, la medicina y la psiquiatría (el encierro, la exclusión, la separación entre lo lícito y lo ilícito) fueron mejorándose, haciéndose más óptimos gracias a los resultados que simultáneamente iban produciendo los saberes desarrollados en sus campos. La medicina hospitalaria y la de laboratorio, en suma, la anatomía-clínica y la fisiología, ofrecieron un sustento que permitió enlazar lo científico con aspectos no científicos.

Por una parte, dejar de lado la singularidad, disponerse a observar el cuerpo del enfermo -ese cuerpo medible, cuantificable, observable- sin pasar por la vivencia, se justificaba en tanto permitía identificar objetivamente, sin ningún atisbo de especulación, a quienes están dentro y fuera de la norma. Las normas científicas permitieron inicialmente clasificar y ubicar, insertar a las personas dentro de unos marcos concretos: los de lo normal y lo patológico. Por otra parte, dichas normas científicas no tendrán un carácter meramente negativo. Su positividad reside en tratarse de normas productivas en tanto dan forma a un nuevo sujeto. Establecer el proyecto de ubicar lo problemático como una perturbación amenazante de la norma tendrá como consecuencia confeccionar sociedades, como lo dice Foucault, de orden biopolítico. En este sentido, no se trata simplemente de impulsar una normatividad vital en las personas que se amolde a las singularidades del viviente. La modernidad biológica, esta sociedad somatocrática, buscará crear lo normal, dar forma a una nueva vida en la que lo problemático busca ser marginado.

Nikolas Rose plantea en esta misma dirección que la medicina estuvo sujeta a la confección y diseño de un ser humano nuevo, una persona individualizada a partir de su cuerpo y su vitalidad gracias a la objetivación hecha posible por el conocimiento positivo (1994: 49). La conexión con Canguilhem es evidente. La medicina moderna se erigirá como un régimen de verdad productor de normas sociales. A partir de una serie de alianzas pactadas entre medicina y racionalidad política, múltiples aspectos propiamente humanos empiezan a ser problematizados e intervenidos. De esta forma se configurará una nueva vitalidad, sólo pensable desde un doble movimiento que involucra una ética y una epistemología. Por una parte, una especie de ética somática comienza a nacer de una forma todavía embrionaria. Todo un régimen de enseñanzas, de ejercicios y de prácticas corporales empezarán a extenderse en pos de la buena salud de las poblaciones. La democratización de la higiene y la salubridad quizás es el ejemplo más determinante de esto último. Por otra parte, esta ética precisará de una nueva epistemología donde los seres humanos empezarán a comprenderse a sí mismos como objetos plenamente somáticos, como entidades inteligibles a partir de lo sano y lo malsano, lo normal y lo patológico. Canguilhem y Foucault lograron ver que las normas sociales pretenden producir un nuevo tipo de vida al propiciar procesos de subjetivación, formas de instrucción y diseño de tipos de personas. Evidentemente, el tema de la eugenesia, cuestión latente a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, se encuentra en el centro mismo de la medicina social y su apuesta por regir la existencia biológica de las poblaciones.

Los problemas vitales, las enfermedades, ya no serán concebidos entonces como un acontecimiento aunado a la vida. Con esto no quiero decir que los enfermos y las enfermedades en sí no existen en la medida en que son algo así como construcciones sociales. En este caso, es especialmente novedoso que las normas sociales impulsadas por la medicina y la sociedad misma producirán nuevos objetos, nuevos tipos de personas y nuevas maneras de problematizar. Ese es el sentido dado por Foucault al concepto de problematización. Las enfermedades, los objetos de conocimiento de la racionalidad médica, no son simplemente entidades ya dadas. Éstas aparecen a partir de formas de inscripción que han sido posibles por los nuevos regímenes de verdad médicos. Si se ha insistido en los planteamientos realizados por Broussais, Comte y Bernard con respecto a la primacía de lo normal sobre lo patológico, es porque ofrecen una suerte de mejoramiento que no sólo tiene una función meramente retórica, sino también práctica en cuanto a las líneas de diferenciación que permiten sacar ciertos objetos a flote.

En efecto, dicho dogma se constituirá como una idea que se inserta en diferentes instituciones y grupos, diferentes matrices en las que interactúan nuevas terminologías (toda una gramática médica), espacios (hospitales, laboratorios, farmacias; pero también ciudades, familias, fábricas, asilos) y expertos (médicos, enfermeros, psiquiatras, administrativos). Dicha interacción inscribirá dentro de este régimen, por así decir, a la persona enferma haciendo de la misma un objeto pasible de ser conocido científicamente. Los problemas que enfrenta la medicina, por tanto, no están plenamente formados, a la espera de ser intervenidos por los expertos. Es claro que la relación médico-enfermo tiene una larga historia. Sin embargo, será sólo a mediados del siglo XIX donde la persona y sus condiciones tratadas por la medicina serán producidas en un complejo de espacios y prácticas. Incluso, no es exagerado plantear que una existencia inédita se hará presente de la mano de dichas problematizaciones: la aparición no sólo de nuevos objetos y conceptos, sino también de un sujeto corporificado (Armstrong, 1983).

Conclusiones

En este artículo he intentado explorar la filiación conceptual entre Georges Canguilhem y Michel Foucault alrededor de los conceptos de problema y problematización. Por supuesto, el uso de dichos términos en ambos autores obedece a criterios completamente diferentes. En Foucault, el concepto de problematización puede cumplir la función de señalar el conjunto de filiaciones, préstamos y luchas que dieron forma a maneras de problematizar concretas (el discurso médico anatomo-clínico, las técnicas de sí antiguas, etcétera). En Canguilhem, al contrario, la noción de problema es más abierta, en tanto remite a diferentes realidades: por una parte, existe una comprensión ontológica-constitutiva que se presenta en los registros de la vida, la técnica y el conocimiento; por otra parte, los problemas se expresan como efectos derivados de la valoración social de la verdad establecida por las instituciones modernas, sea en forma de proyectos (programas encargados de problematizar) o en forma de obstáculos o accidentes. En este sentido, podría decirse que en Canguilhem, a partir de la introducción de los conceptos de ideología científica y normas sociales, se desprende una historia sobre las formas como la valoración social de la ciencia (en especial de las ciencias médicas) que produce distintos problemas y urgencias.4 Evidentemente, Canguilhem y Foucault no dicen lo mismo, no sólo porque no usan los mismos conceptos, sino también porque se concentran en dominios diferentes.

En Foucault, hay un marcado interés por pensar el saber (lo arqueológico, las prácticas discursivas), el poder (lo genealógico) y la ética. Sus trabajos están inspirados por la pregunta acerca de cómo comprender dominios que han demarcado formas de problematización históricas y que se materializan en saberes y tecnologías de gobierno (de sí y para los otros). En Canguilhem, estamos ante un proyecto completamente distinto, concentrado en lo epistemológico y lo histórico desde una perspectiva vitalista. Las cercanías que pueden advertirse entre los usos dados por estos autores resultan de mucha relevancia al menos en dos sentidos.

En primer lugar, es importante anotar que ambos enfoques, al destacar lo no discursivo y lo no científico, se convierten en ejercicios que le dan un lugar preponderante a ciertas conceptualizaciones que apuntan a desvelar aspectos sociales y políticos como las nociones de máquina y dispositivo (Canguilhem, 1976; Foucault, 1985). Obviamente, esta es una investigación pendiente. Las problematizaciones no serían sino diferentes tipos de objetivación dispuestas para un gobierno de las poblaciones, cuestión que se materializará con el establecimiento de las tecnologías de gobierno liberales a partir del siglo XVIII (Foucault, 2007; Rose y Miller, 1992). A la larga, este tipo de investigación se inscribe dentro de un conjunto de preocupaciones que, como señala Foucault, remarcan el interés por saber si la historia de la ciencia puede describirse como la historia de los efectos de la razón y la verdad en nuestra cultura.

Una reflexión sobre las máquinas o los dispositivos es una apuesta por entender cómo se confecciona el presente a partir de ciertos acontecimientos problemáticos, es decir, fenómenos que fueron cubiertos por unos campos de visibilidad capaces de traducir diferentes objetos en representaciones eficaces para ser gobernadas y conducidas a partir de fines como salud o bienestar.

Por otra parte, hay que resaltar que la filiación Canguilhem-Foucault en torno a los problemas aclara un espacio brumoso, formado alrededor del constructivismo social en las postrimerías del siglo XX. Durante varios años, era común ubicar a Foucault junto a diferentes personalidades y planteamientos que pregonaban una posición constructivista en torno a múltiples aspectos: las emociones, el yo, el género, la sexualidad, ciertas enfermedades o padecimientos mentales, etcétera. Podría decirse que estas posturas aglutinaban diferentes pensamientos o ideas provenientes de fuentes diversas que iban desde el estructuralismo, el psicoanálisis lacaniano, hasta la idea de deconstrucción proveniente de los planteamientos de Jacques Derrida. De esta manera, se hizo común acudir a argumentos constructivistas para discutir diversos aspectos. Buena parte de los espacios académicos a nivel mundial se infestaron de diferentes tipos de guerras o polémicas que involucraban argumentos constructivistas, lo cual desembocó en una problematización de la noción misma de construcción social a partir de su desgaste (Hacking, 2001).

La imagen de Foucault como un terrorista cultural se soportó bajo la idea de que nuestro presente no es más que una ficción discursiva impuesta y establecida por mecanismos de poder cotidianos. Desde este punto de vista, estamos constreñidos por saberes y poderes, somos el producto de una construcción social. Considero que Foucault está más cercano a la historia epistemológica que a estas derivaciones constructivistas. El concepto de problematización lo remarca. Lo que se problematiza no simplemente es algo construido o inventado: se trata de algo real. Su emergencia puede obedecer a urgencias, accidentes, contingencias o procesos que congregan diversos aspectos como reformas institucionales, desarrollo de programas de intervención y de discursos o ideologías que usurpan siempre el espacio del saber. Por otra parte, el pensamiento Canguilhem-Foucault también era particularmente sensible a reflexionar sobre los efectos de verdad que se derivan de esas diferentes formas de problematización. En ese sentido, hablar de efectos de verdad resultaría más adecuado que hablar de construcción social, en tanto indica cómo los vivientes se relacionan con la verdad a través de procesos interactivos con las instituciones. Obviamente, la investigación histórico-epistemológica evaluará y reflexionará sobre el tipo de subjetividades que están por venir a partir de su interacción con la verdad.

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2Sobre la aplicación del concepto de problematización en la investigación empírica, véanse Nichols, 2010; Bacchi, 2016; Frederiksen, Lomborg y Beedholm, 2015; Smith, 2012.

3Como lo menciona Canguilhem: “uno se enferma para estar sano” (1976: 196). El filósofo-médico planteaba que lo patológico no es propiamente el contradictorio lógico del concepto normal, puesto que “la vida en el estado patológico no es la ausencia de normas sino la presencia de otras normas” (1976: 196-197), es decir, una vida regulada por normas inferiores que se expresan como obstáculos para el despliegue y la multiplicación creativa de la vida.

4En distintos trabajos Canguilhem remarcará como problemático la anulación del enfermo (quien vive y padece la enfermedad), efecto derivado de una terapéutica médica centrada en lo racional (2004: 33; 2009: 408).

Diego Alejandro Estrada-Mesa: Docente e investigador en el ámbito de las humanidades médicas, en especial, la historia de la medicina y la filosofía de la medicina. Entre sus artículos publicados destacan los títulos: “¿Para qué sirve una filosofía de los dispositivos?” (2018); “Representaciones sociales sobre el cuerpo en estudiantes de medicina, Medellín”, 2014 (2016); “La medicina antigua: una ética existencial en Michel Foucault” (2016); “La práctica filosófica como ejercicio diagnóstico. Medicina y sujeto en Michel Foucault” (2015); “La medicina como producción de subjetividad. Una aproximación a Michel Foucault”(2015); “Gobernar a los otros, gobernarse a uno mismo. La vida humana como resultado de la domesticación y el ejercicio” (2014); “Hacia una fenomenología de la enfermedad” (2012).

Recibido: 04 de Enero de 2018; Aprobado: 18 de Abril de 2018

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