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Signos filosóficos

versión impresa ISSN 1665-1324

Sig. Fil vol.19 no.38 Ciudad de México jul./dic. 2017

 

Reseñas

Ethel Junco de Calabrese (2016), Eurípides y la belleza del bien

Gustavo Adolfo Esparza Urzúa* 

* Universidad Panamericana, Campus Aguascalientes, Departamento de Filosofía, gaesparza@up.edu.mx

Junco de Calabrese, Ethel. 2016. Eurípides y la belleza del bien. Zacatecas: Universidad Panamericana, Texere, 133p.


El mito, como actividad cultural, históricamente ha sido considerada una contradicción o fase previa del conocer. Como figura opositora a estas ideas, se puede hablar de propuestas como la de Ernst Cassirer y su Filosofía de las formas simbólicas, donde construye una filosofía del mito argumentando que esta forma es un medio de expresión válida para la crítica de la cultura. Específicamente el neokantiano se preguntaba si era posible considerar al mito como una forma de conocimiento a pesar de que contenía acciones espirituales que no se ajustaban a una lógica científica. Aún con ello, el segundo volumen de su obra magna, dedicado al Pensamiento mítico, investigaba la plausibilidad de sostener que -dada la función expresiva que le revestía- los postulados mitológicos fuesen considerados proposi ciones pre-lógicas y, por tanto, con características epistemológicas peculiares. En su momento, los resultados fueron reseñados y analizados por Martín Heidegger, planteando la necesidad de considerar la teoría del mito, propuesta por Cassirer, como un referente que posibilita la comprensión de los fenómenos.

Otro estudio comparable a la propuesta de Cassirer se encuentra en la obra monumental de Werner Jaeger. La Paideia: los ideales de la cultura griega, hilvana un profundo trabajo exegético y hermenéutico de los principales exponentes del pensamiento helenístico. Así, por ejemplo, la valoración de Homero como promotor de los ideales griegos, se coloca a la par de la Iliada y la Odisea acentuando que, en ambos trabajos, el poeta ofrece una visión ideal hacia la que debe apuntar la cul tura. Jaeger presenta a Homero como el constructor de una obra compleja que no se reduce a su valor literario, sino que, dada las características narrativas empleadas por el poeta, se extiende hacia formas que penetran directamente en la pedagogía de las virtudes culturales.

Si se extrae de esta exposición general de obras la consideración de que es posible encontrar en la narración mítica un conjunto de principios que favorecen y apuntan a la consecución de un ideal cultural, se sostiene al mito como una forma cultural y de expresión. Esta forma particular contiene principios lógicos y epistemológicos que requieren una investigación que pueda revelar tanto su forma particular como los recursos empleados para el desarrollo de las formas ideales de la cultura.

En relación con este objetivo general de investigación, el trabajo de Cassirer explica que el mito opera como un instrumento de expresión, pero también de investigación de los principales escenarios de la experiencia humana. Los contenidos míticos ofrecen un marco de comprensión de los problemas cruciales de la existencia del sujeto. El protagonista de la narración, enfrentado a una situación singular, ofrece al receptor la posibilidad de la comprensión y vivencia expresiva del problema que se articula en el mito. Por su parte, Jaeger revisa la obra de Homero en su sentido literario y pedagógico haciendo notar que la construcción narrativa se desarrolla como un pretexto que opera como marco normativo, promotor y formativo de las consciencias de la sociedad. El conjunto de discursos de la Ilada y la Odisea, remarca la investigación de Jaeger, acentúan las virtudes de sus protagonistas e invitan a sus prácticas.

En el marco de este debate de ideas se ubica el trabajo de Ethel Junco. La autora aporta al diálogo de las ideas en tres puntos claramente diferenciables. El primero, una reflexión filosófica sobre el mito; el segundo, un cuidadoso estudio sobre el dilema de la condición humana a través de un análisis exegético y hermenéutico de la obra de Eurípides y, por último, las tragedias de Eurípides como instrumento pedagógico. La originalidad del trabajo está en la interrelación de estas líneas de reflexión, pues aporta a la discusión filosófica a partir de motivaciones filológicas que, en Junco, se convierten en actividades vitales y complementarias.

Como parte de la primera línea de interpretación, la autora ubica el mito como instrumento filosófico y a la obra del poeta griego como una mitología que, por medio del lenguaje y en la tragedia como modelo de expresión, busca nuevas formas de relación con los dioses y con los pares. La obra plantea que toda expresión míti ca no sólo es fantasía liberal, sino imaginación creativa que aproxima a la compren sión de la belleza, la bondad y la verdad. Ethel Junco reconoce en el mito una “matriz de pensamiento” (p. 21) y ubica a esta forma de expresión como un recurso de manifestación de las condiciones humanas, pero también como una forma que puede estructurase y analizarse lógicamente. El texto expone que toda interpretación mítica no se desentiende de la realidad, más bien coloca ante ella a través de recursos discursivos e imaginativos que no tienen como finalidad la ruptura con la realidad, sino su aproximación expresiva.

La autora reconoce a Eurípides como un testigo de la pérdida de lo divino que reclama y mantiene su devoción, por lo que la tarea central del trabajo es responder si es posible la confirmación de la naturaleza humana a través de la exaltación de la libertad. En esta línea se ubica al drama y a la tragedia de la elección humana (hypermóron) como antítesis del destino divino (moira). La dificultad central de la dualidad está en resolver en qué medida el héroe de las tragedias es capaz de superar un destino que no puede cambiarse. Para la autora, la comprensión de la acción inevitable (moira) y su cambio por la afirmación y apropiación del hecho como una decisión singular (una que sólo puede ser superada por la voluntad de aceptar lo inevitable o hypermóron) implica la donación personal desdibujando lo trágico y convirtiéndose en heroísmo y amor puro.

Precisamente la belleza del bien revela el paso de la moira al hypermóron que deben cumplimentar los personajes propuestos por el dramaturgo y, para ello, la autora fundamenta su trabajo a la luz de otros resultados alcanzados en Homero (pp. 28-30), Sócrates (pp. 35-36), así como Sófocles y Esquilo como antecesores de Eurípides (pp. 98-99). Junco subraya que las obras del poeta griego constantemente se preguntan ¿cómo puede un ser humano aceptar su destino y convertirse en autoafirmación?

En la segunda línea de interpretación, para resolver la pregunta anterior, la autora analiza cuatro de las obras de Eurípides: Alcestis, Hipólito, Ión, Orestes e Ifigenia. Junco sostiene que estas obras exponen la entrega de sus personajes que, como co mún denominador, reflejan “la consciencia y la voluntad”, cuyo esquema de acción es un inicio forzado (moira) que se convierte en desenlace voluntario y guiado por un bien no personal (hypermóron), es decir: “la persona amada, la familia y la des cendencia, la patria” (p. 79). Aunado a su condición pura (virginal) se identifican cuatro características comunes en todos los sacrificios: 1) se requiere a los mejores, 2) la víctima se dona con lucidez y libertad, 3) la decisión de morir expresa un acto de amor hacia alguien y, finalmente, 4) el acto de donación engrandece a quien se entrega (pp. 86-87). El conjunto de estos principios resalta una nota de la obra del dramaturgo: “Contra la desesperanza del contexto político y, en particular, del último Eurípides hay aquí una promesa” (p. 88). Es claro que el principal logro ofrecido recalca una solución al drama del destino y la libertad, pues para Junco la naturaleza humana sólo se confirma por medio de la libre donación personal. En el marco de esta entrega desinteresada y como acto de amor, siempre se encuentra algún otro por quien (y para quien) vale la pena morir.

A partir de algunas de las obras socráticas, la autora valora la obra del poeta griego. El resultado central de esta reflexión plantea que: a) Eurípides pensó filosóficamente a través de la tragedia (palabra escrita), b) se planteó problemas antropológicos que cuestionan la naturaleza del ser humano y su relación con los dioses, c) elabora una crítica narrativa (y trágica) del estado y los dioses y d) la autora deja en claro que, dados los resultados (a-c), Eurípides, apoyado de las tragedias y los mitos, no elabora una crítica contra el ser humano, o el estado ni a los dioses, por el contrario, eleva la voz para exigir de ellos el cumplimiento de sus respectivas naturalezas.

La tercera línea de interpretación presenta las tragedias de Eurípides como ins trumento pedagógico. Se propone que la tragedia, en el sentido en que la desarrolla este griego, conlleva una re-formación del pensamiento y del sentido político que debe prevalecer en Grecia. Al apoyarse de la Apología socrática en algunos de sus análisis, queda claro que las tragedias no son una presentación artística, sino una invocación pedagógica para los ciudadanos. A través de las tragedias, Eurípides propone un cambio de mentalidad: en lugar de aceptar el destino, el ser humano debe apropiarlo como vocación y cumplimentarlo incorporando el conjunto de todos los valores griegos (Paideia).

El conjunto de estas reflexiones se desarrolla, principalmente, en el capítulo titu lado “La justicia divina” (pp. 91-106), donde se ofrece una compleja reflexión que, por un lado, recoge los resultados logrados y, por otro, abre la reflexión a un doble tema: el dolor como signo de autoconocimiento (pp. 91-95) y la tragedia como recurso pedagógico (95-105). Junco plantea que, los sacrificios propuestos en la obra de Eurípides conllevan una relación entre el reconocimiento del propio dolor como humano y el juicio posible hacia los dioses. La autora escribe: “la queja ante el mundo divino no está hecha a partir de una ambición racionalista, sino nostálgica -y de afán restaurador- de la antigua piedad” (p. 92). Precisamente la nostalgia lleva al poeta griego a presentar un diagnóstico de su condición apoyándose de sus tragedias, acentuando con ello el carácter reflexivo y pedagógico de los trabajos del dramaturgo.

En el presente trabajo se hace notar que las tragedias, al acentuar el sufrimiento de la entrega en sacrificio, exponen la crisis social y la soledad particular que vive cada personaje estudiado. El héroe sufre los designios de un dios, que, en lugar de proteger, condena a la experiencia de un sacrificio. En este punto es claro que el personaje espera ser redimido por un dios; sin embargo, éste, en lugar de prodigarle apoyo, duda y falla en el cumplimiento de su naturaleza, lo que conlleva sostener una conclusión trágica: el ser humano está solo. La tensión expuesta a lo largo de las tragedias, si bien reflejan el descenso al que está condenado el protagonista, también revelan, producto de las decisiones, su ascenso. Ethel Junco lo propone del siguiente modo: “El requisito de autoconocimiento para la acción buena que exige la filosofía se identifica con el radical autoconocimiento al que el héroe trágico queda expuesto por el dolor” (p. 94). El abandono y la angustia presentan la contraparte esperanzadora que cada personaje ratifica al aceptar su destino. Todos los héroes de Eurípides, subraya la autora, se donan conscientemente como ofrendas.

Ethel Junco enfatiza que el propósito central de Eurípides no se reduce a la es critura de la tragedia, sino en la nostalgia de los dioses como crítica. La autora, ex pone al menos tres puntos en los que se refleja este carácter re-formativo característico del poeta: 1) El poeta se erige como el portavoz de un reclamo: “La certeza de la fragilidad de la justificación divina provoca el reclamo por la emanci pación moral” (p. 98). 2) En un análisis comparativo del trabajo del poeta griego con sus antecesores, Esquilo y Sófocles, se concluye que sus obras plantean una dialéctica entre el destino y el sufrimiento que conlleva asumirlo. Este punto refleja una distancia reflexiva (y poética) entre los tres dramaturgos atenienses; 3) Puesto que para “Eurípides no hay certeza de justicia divina” (p. 100) ya que “los dioses están en disputa, resentidos, confundidos” (p. 101), el poeta griego propondrá que sus personajes marquen una “dirección para un nuevo planteo moral, basado en puntos de partida no de grupo sino de individuo y orientados a nuevos valores de fraternidad” (p. 102). El héroe de Eurípides “ingresa en acción con una respuesta: la acción es respuesta” (p. 103).

En términos generales, el presente trabajo aporta a la reflexión del mito como instrumento filosófico de conocimiento, acentúa que, a pesar de lo considerado de modo tradicional, toda expresión mítica contiene rasgos formativos para el grupo de individuos hacia los que va dirigidos. Al ofrecer un camino de interpretación de los designios divinos, de la comunidad o de la cultura, permite construir un marco normativo de acción que modela el actuar de los miembros de una cultura. Ethel Junco, no sólo ofrece una valoración exegética de cuatro obras de Eurípides, propone una interpretación más amplia o una matriz de pensamiento a través de la cual analizar las obras del mundo clásico.

Una última característica es que opera como un recurso tanto propedéutico como de análisis crítico de los problemas que allí se tratan. Con la exposición clara y sistemática, el lector interesado puede acercarse a la obra y encontrar una guía para introducirse en los temas que la autora propone. Sin embargo, la obra presenta el trabajo de Eurípides y las posibilidades del mito, además plantea un proyecto de lectura que permite a los especialistas dialogar con los resultados logrados por la autora. Con la tesis sobre el mito como un sistema matricial de pensamiento, así como el despliegue de los elementos que le componen, se ofrece una metodología de interpretación para que otros investigadores puedan lograr resultados favorables en sus propias investigaciones.

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