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Signos filosóficos

versão impressa ISSN 1665-1324

Sig. Fil vol.15 no.29 Ciudad de México Jan./Jun. 2013

 

Reseñas

 

Jorge Velázquez Delgado (2011), Antimaquiavelismo y razón de Estado. Ensayos de filosofía política del Barroco

 

Luis Felipe Flores Mendoza*

 

México, Ediciones del Lirio, 303 pp.

 

* Estudiante del posgrado en Filosofía Moral y Política, Maestría en Humanidades, Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa, luis.flores.mendoza@gmail.com

 

La idea de razón de Estado surge al calor de las discusiones barrocas entre reformistas y contrarreformistas, además de sus mutuas acusaciones de maquiavélicos de unos contra los otros. Desde este panorama, es necesario definir qué es la razón de Estado, cómo se puede identificar y por qué la crítica tan mordaz a la teoría política de Nicolás Maquiavelo.

La filosofía política del Barroco nace como una reacción frente a la postura de Maquiavelo —casi podríamos decir que sin maquiavelismo la corriente tratadista tal vez no existiría, aunque esto sólo es una mera suposición— y que es gracias a ésta por la cual se define hasta tomar una forma particular para afrontar los nuevos compromisos que la realidad presentaba a los genios del siglo XVII. Así pues, el antimaquiavelismo será la realidad, teórica por lo menos, que permita darle forma y contenido a la razón de Estado, permitiendo el crecimiento de la filosofía política barroca, pues ésta se levantará, más que como enemiga de la Reforma, como gran enemiga del maquiavelismo.

Sin embargo, limitar la corriente tratadista a una simple lectura, aunque sea crítica, de Maquiavelo, sería desdeñar el valor de sus obras y las problemáticas histórico-políticas a las cuales se enfrentaban los grandes genios del siglo XVII hispano. De ahí que Jorge Velázquez intenta revalorar a los grandes estudiosos de los menesteres políticos barrocos, más allá del maquiavelismo. Aunque, si bien es cierto, es gracias al gran aporte del florentino que la política teórica de la centuria barroca adquiere mucha fuerza, esto no es lo único que mueve y genera los inmensos ríos de tinta de los escritos políticos de la época.

En este sentido, los ensayos del libro de Velázquez permiten observar la gran complejidad y riqueza que tal tradición manifiesta y que va más allá de la idea de una reacción al maquiavelismo. Sin embargo, insisto, es gracias al florentino que se abre la visión de lo que la política era en realidad y no lo que debería o se suponía ser.

La separación entre moral y política, expresada por Maquiavelo, abre el camino de las discusiones acerca de temas que en la Edad Media se encontraban resueltos o bien eran indiscutibles, como la legitimidad del gobernante y en quién residía la soberanía. Estos problemas, que puso sobre la mesa el Renacimiento, fueron los que atormentaron a los tratadistas barrocos, pues como la mayoría tenía tendencias católicas no podían permitir que el maquiavelismo tomara más auge del que ya tenía en la política real.

El tratadismo se convierte, como muestra el libro, no sólo en una reacción a la teoría que le es adversa, sino que también adquiere los matices que le son propios. Por ello, el tratadismo se convierte en un gran promotor de nuevas formas de ver al mundo y tendrá una fuerte repercusión en pensadores posteriores (independientemente de que su influencia sea velada o negada en nuestras academias). Esta es otra reivindicación en la que el autor se ha empeñado.

Así, el autor realiza un repaso de los pensadores más importantes de la tradición tratadista. Cada ensayo no sólo refiere a la forma de encarar la problemática que les representaba la teoría maquiaveliana en sí misma, sino que también se buscan recuperar las aportaciones propias de la época, las cuales permitieron darle forma a la política barroca, tanto teórica como práctica.

El estudio va desde el mismo nacimiento de la idea de razón de Estado, es decir, cómo surge y se entiende a lo largo de los siglos XVI y XVII, particularmente en España y en la península itálica, hasta lugares donde hubo mayor repercusión del maquiavelismo, dando origen a su vez al antimaquiavelismo. Sin embargo, como muestra el trabajo, razón de Estado y maquiavelismo tienen su origen casi a la par, así que en la época barroca discutir del primero implicaba discutir el segundo.

Por ello, los tratadistas elegidos, que van desde Giovanni Botero hasta Baltasar Gracián, discurrirán sobre los mismos tópicos, a saber: cómo enfrentar al maquiavelismo, cómo postular una razón de Estado cristiana y, sobre todo, cómo llevar a buen puerto la idea del reino de Dios en la tierra. La única forma de hacer esto último era, ni más ni menos, negando el maquiavelismo y encontrando la forma de cristianizar la razón de Estado. Cada pensador adoptó una forma distinta y propia de encarar los problemas recién mencionados y la lectura del libro abre el paso a las reflexiones contrarreformistas.

Se inicia con el análisis de la obra de Giovanni Botero. La razón de Estado que propone analiza la forma en la que el príncipe cristiano debe conducirse y, a su vez, conducir a su pueblo y su dura reacción antimaquiavélica utilizando como estandarte teórico la prudencia conservativa para defender la razón de Estado de los príncipes absolutos españoles. Aunque como dice Velázquez "al huir del príncipe maquiavélico, se entrega a las fauces del leviatán" (p. 65).

El autor expone enfáticamente que la respuesta más fuerte contra la teoría política de Maquiavelo proviene de Pedro de Ribadeneyra. Él establecerá que existen dos nociones de razón de Estado, una buena y otra mala; la primera hará de la religión Estado; la segunda, del Estado religión. En ello fija su posición antimaquiavélica; es decir, en la idea de que debe ser la religión la base del Estado y no al revés, como propuso el florentino.

Después, el autor ofrece un artículo donde muestra la forma en la cual se utilizaban los emblemas en esta época tan afecta al simbolismo o, mejor dicho, la importancia que representaba el simbolismo en la política barroca, no solamente en el ámbito teórico, sino también en el aspecto práctico. Con esto, se ensalza el valor que el estudio de la emblemática no debió haber perdido por la semántica, pues los símbolos, más que los conceptos, eran la fuente de conocimiento y comunicación entre los miembros de las cortes del Barroco. Aunque poco se conoce del tema en la actualidad, la obra permite entrar en ese fascinante mundo de la simbología y la emblemática de los siglos XVI y XVII.

El libro de Jorge Velázquez muestra a los grandes tratadistas españoles, como Saavedra Fajardo y su idea de cómo combatir la odiosa concepción de la política que tenía el secretario florentino, la cual consta en hacer un tratado de pedagogía para enseñar al gobernante cómo actuar en el campo de la política, pues según lo menciona el autor:

[...] no se ama a un príncipe por el simple hecho de serlo; se le ama por sus acciones y sus actos en relación a un sistema de creencias, e ideologías concretas que responden a intereses concretos entre los que ocupa un lugar especial la unidad, la paz y el bien común. (pp. 192-193)

Por ello, Fajardo hace especial énfasis en la educación del príncipe, sobre todo, en que actúe con prudencia y ésta sólo pertenece al gobernante, pues debe ser de carácter plenamente político. Así, Velázquez señala las características que constituyen la prudencia para este autor, a saber: "el secreto, el silencio, la simulación e incluso al propio engaño, la fuerza y la muerte" (p. 227). Así, se muestra el importante papel que juega la prudencia en el entramado político barroco.

Si bien la prudencia es un tópico fundamental para el desarrollo teórico de Fajardo, también lo será para Baltasar Gracián, pero sin que ésta sea exclusiva del príncipe, sino que pueda ser enseñada a todo hombre, pues la visión antropológica del murciano es pesimista y considera la necesidad de que todo hombre sea prudente, siguiendo el hilo humanista forjado en el Renacimiento. Así lo muestra Velázquez en su obra y en el opúsculo dedicado a este autor.

Como último punto, en el ensayo "Simulación y disimulación en el juego de poder", el autor desarrolla dos de las ideas que teóricamente, a partir de Maquiavelo, incursionan en el mundo de la política. Como el título lo indica, el autor desea mostrar la función que, tanto simulación como disimulación, desarrollan en las intrincadas cortes barrocas y cómo, aunque la prudencia era entendida como saber práctico, la primera pero, sobre todo, la segunda, eran parte fundamental en el arte de gobernar.

Este libro va más allá de la mera erudición o el rescate de viejas teorías que ya nadie discute, es decir, más allá de un trabajo de anticuario, pues permite re-pensar y re-plantear las problemáticas y reflexiones que giraban en torno a la filosofía política del Barroco. Pero más importante —y siguiendo la idea que siempre ha regido sus trabajos anteriores— es el compromiso con su propio tiempo, sobre todo cuando se piensa en que los tratadistas del Barroco han sido los más grandes promotores de lo que se conoce como teología política. Por ejemplo, en nuestros tiempos, a partir de mediados del siglo anterior, esta teoría se ha retomado con singular ímpetu por grandes pensadores de la filosofía, como Carl Schmitt y Jürgen Habermas, entre otros, quienes han planteado la necesidad de volver a revisar si en verdad la religión y la política tienen que estar separadas. De tal manera, esta aportación no sólo es un libro interesante, sino también importante para bosquejar las reflexiones actuales que tienen una larga data en la historia que ha querido olvidarse por tener raíces hispanas. Por ello, debe pensarse desde un horizonte diferente a los típicos estudios sobre Maquiavelo, en los cuales siempre se agrega un juicio moral y se impregna la obra de maquiavelismo o antimaquiavelismo, como sucedió con los tratadistas, pero no con el libro de Velázquez.

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