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Signos filosóficos

versión impresa ISSN 1665-1324

Sig. Fil vol.11 no.22 Ciudad de México jul./dic. 2009

 

Reseñas

 

Santiago Echeverri (2008), La existencia del mundo exterior. Un estudio sobre la refutación kantiana del idealismo

 

Álvaro J. Peláez Cedres*

 

Medellín, Colombia, Editorial Universidad de Antioquia, 329 pp.

 

* Profesor–investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa, alvpelaez@hotmail.com

 

En su forma más general, el escepticismo tradicional acerca de la existencia del mundo externo puede ser puesto de la siguiente forma: la experiencia subjetiva podría, lógicamente, ser como es sin que fuera el caso que las cosas materiales o físicas existieran actualmente. Como es bien sabido, Immanuel Kant consideró esta posibilidad como un escándalo para la filosofía y la razón universal humana, y vio la necesidad de proveer, contra quien se atreviera a sostenerla, una prueba satisfactoria. Así, se supone que partes medulares de la Crítica de la razón pura, la "Deducción transcendental" y la "Refutación del idealismo", constituyen esa respuesta de Kant al desafío escéptico. Pero hay algo particularmente peculiar en la respuesta de Kant al escéptico sobre el mundo externo, a saber, pretende responder al escepticismo idealista desde un punto de vista que él mismo consideraba como idealista. De este modo, la "Refutación del idealismo", constituye una trabajosa respuesta idealista al idealismo y a la posibilidad de que la experiencia siga siendo como es sin que el mundo externo exista en absoluto. Desde este punto de vista, como pieza de filosofía, la "Refutación del idealismo" podría servirnos de dos formas: como batería argumental contra el escéptico y como fuente de análisis e interpretación de una forma peculiar de idealismo que discute con el idealismo tradicional, a saber, el idealismo trascendental de Kant.

Este es el punto de partida del libro que comento aquí. En este sentido, Santiago Echeverri está convencido de que Kant no tuvo éxito al tratar de refutar la hipótesis escéptica, aunque su esfuerzo por hacerlo puede ser considerado como pieza clave para entender su forma particular de idealismo, pues allí "examina la legitimidad y aplicación de algunos de los conceptos centrales de su teoría de la experiencia" (XXII).1

El libro consta de cuatro capítulos. El primero trata las críticas del joven Kant al idealismo de Gottfried Leibniz entre los años 1755 y 1772. Aquí, Echeverri intenta mostrar que si bien en este periodo las críticas al idealismo son más veladas y basadas en argumentos diferentes que en su filosofía madura, Kant ya estaba intentando deslindarse de dicha tradición, lo que puede servir para trazar una línea de continuidad entre los dos periodos. El capítulo 2 analiza la relación entre Kant y George Berkeley, las semejanzas y diferencias entre ambos filósofos; así como las críticas que Kant hizo de las tesis berkelyanas desde la primera edición de la Crítica. El capítulo 3, por su parte, presenta una discusión del argumento de Kant contra el idealismo desde el texto de la segunda edición, así como la integración de dicho argumento con desarrollos ulteriores del mismo. El último capítulo reconstruye la postura de Kant sobre el problema de la ilusión de los sentidos.

En lo que sigue, y por razones de espacio, sólo mencionaré los aspectos que desde mi punto de vista son más relevantes de los capítulos 1 y 2, y me centraré más en el 3.

En mi opinión, los puntos más interesantes del análisis de Echeverri del periodo precrítico de la filosofía de Kant, lo constituyen sus comentarios sobre la Disertatio y la "Carta a Marcus Herz". En relación con la primera obra, Echeverri explota ciertos esbozos de argumentos que proceden de la distinción misma que Kant traza entre una facultad de sensibilidad, asociada al mundo de las apariencias, y una facultad de entendimiento, asociada a una realidad noumenal.

Lo primero que Kant aprovecha de su distinción, que tiene que ver con la señalada caracterización de la sensibilidad como facultad que nos arroja conocimiento de apariencias, es que por apariencia no debe entenderse algo irreal o poco fiable. Kant insiste en que, si bien la sensibilidad no arroja un conocimiento que expresa la interna y absoluta constitución de los objetos, igualmente hay que considerar al mismo como algo absolutamente verdadero. Echeverri sostiene sobre esto que, más que un argumento cuidadoso, lo que Kant hace es extraer un corolario de su definición de la facultad de sensibilidad como facultad de receptividad. En toda receptividad es imprescindible un agente y un influjo sobre el paciente. Para que algo sea afectado es imprescindible que el agente exista por sí mismo.

Esta línea de pensamiento, con su terminología causal implícita, será repetida en la Crítica, con la consecuente y consabida ambigüedad a la hora de identificar el origen de la afección, o bien en la realidad trascendente, lo que lleva a un absurdo manifiesto, o en la realidad fenoménica. Pero Echeverri menciona otras dos críticas posibles a la posición de Kant que son interesantes: la primera tiene que ver con la petición de principio que ocurre en el argumento, a saber, que la sensibilidad opera de manera receptiva, que es lo que hay que probar. A esto Echeverri menciona que una línea posible de respuesta, la cual considero promisoria, sería apelar a la idea de que la naturaleza pasiva de nuestra sensibilidad, según Kant, implica que hay un aspecto de las representaciones que ella nos entrega que no depende de nosotros.

La segunda objeción tiene que ver con la asunción de Kant de que el agente que activa la sensibilidad es algo real. Como señala Echeverri: "Kant supone que el agente de la afección está presente y, además, que es diferente del sujeto" (p. 61). Es claro que, como apunta el autor, Kant está de nuevo cometiendo una petición de principio, pues no se sigue de la asunción de la naturaleza pasiva de la sensibilidad el que el sujeto sea capaz de trascender sus propias afecciones y remontarse a un conocimiento de aquello que las causa. Pero Kant refuerza su primer argumento en favor de la fiabilidad de la sensibilidad con una segunda línea de pensamiento, a saber, que la sensibilidad es, de hecho, fuente de conocimientos muy confiables como la aritmética y la geometría. En este punto, creo que el análisis de Echeverri es confuso y se deja convencer demasiado rápido por la opinión común de que la fundamentación filosófica de la geometría llevada a cabo por Kant es un fracaso. Esto tiene sus peligros, pues como ha señalado, a mi modo de ver de manera excelente, Jaakko Hintikka (1998), bien podría entenderse el método epistemológico general kantiano sobre la base de su concepción acerca de la producción del conocimiento geométrico, la cual estaba tratando de hacer justicia al método constructivo euclidiano. Pienso que si atendemos a las observaciones de Kant sobre la geometría, de la cual dice en la Disertatio que es modelo de todo conocimiento, podemos obtener un argumento contra el idealismo, a saber, que la totalidad del conocimiento es algo construible de acuerdo con ciertas reglas estrictamente formales. Y esto aparece ya de manera explícita en la "Carta a Marcus Herz", donde Kant muestra su frontal aversión a toda forma de intelecto intuitivo o intuición intelectual.

Como he mencionado antes, el capítulo 2 realiza una evaluación crítica de la discusión, histórica y sistemática, en torno a las semejanzas y diferencias entre los puntos de vista de Kant y Berkeley acerca de la cuestión de la existencia del mundo externo. Según mi opinión, con buenas razones, Echeverri difiere fundamentalmente de la tesis de la semejanza, según la cual la idea del idealismo trascendental de que el mundo se reduce a nuestras representaciones acerca mucho más a Kant al obispo Berkeley de lo aquél hubiera querido. La razón fundamental para rechazar este acercamiento es, según nuestro autor, la diferencia profunda existente en la concepción del sujeto de ambos filósofos. Como es claro, para Berkeley, y en general para el empirismo, el sujeto de conocimiento es el sujeto empírico, psicológico. El sujeto trascendental kantiano, por otro lado, queda definido no mediante atributos psicológicos, sino por estar en posesión de un instrumental esencialmente formal, una serie de principios de orden de lo dado en la experiencia. Así, cuando Berkeley postula su famoso esse est percipi, está entendiendo percepción en el sentido de lo que es afección actual de nuestras superficies sensoriales. Para Kant, en cambio, lo que es real no es el contenido actual de mis representaciones, sino aquello que queda determinado por las condiciones formales generales de la experiencia posible. Si esto es así, resulta absurda la comparación, a menudo hecha, entre los siguientes pasajes de Kant y Berkeley, respectivamente:

La posibilidad de que haya habitantes en la luna debe ser admitida aunque nadie los haya percibido jamás. Admitirlo sólo significa que podríamos encontrar tales habitantes en el posible avance de la experiencia.

[...]

La mesa en que escribo —digo— existe; esto es, la veo y la siento. Y si estando yo fuera de mi estudio dijera que la mesa existe, lo que yo estaría diciendo es que, si yo entrara de nuevo en mi estudio, podría percibirla, o que algún otro espíritu está de hecho percibiéndola. (Citados en p. 103)

La frase de Kant debe ser entendida como que en principio, dadas las condiciones generales de una experiencia posible, esto es, una experiencia determinada espacio–temporalmente y por categorías, podríamos decir que la luna posee habitantes, pues estos objetos cumplirían con esas condiciones a priori. Por otro lado, el obispo irlandés, puesto que no cree que existan semejantes condiciones generales formales, piensa que sólo en la medida en que experimentamos el mundo, una y otra vez, podemos dar cuenta de su existencia.

Pasemos ahora al capítulo 3. La "Refutación del idealismo" ha sido en los últimos años objeto de cuidadosa atención por parte de un número importante de filósofos e intérpretes de Kant. Esta diversidad de análisis ha provocado una discusión interesante no sólo sobre los aspectos cruciales de contenido del pasaje en cuestión, sino también de su papel dentro de la Crítica y de su estructura argumental.

Echeverri comienza su análisis reconstruyendo la discusión sobre estos dos últimos aspectos y tomando partido en la misma. Desde el punto de vista del papel de la "Refutación del idealismo" dentro de la Crítica, el autor rechaza ver a dicho pasaje tanto desde la perspectiva de la patchwork theory, según la cual la Crítica sería una obra fragmentaria, carente de unidad, y la "Refutación del idealismo" un texto a lo sumo apresurado, como la interpretación que ve a dicho texto como un mero apéndice a la "Deducción trascendental". En cuanto a la naturaleza del argumento que Kant utiliza en el pasaje, Echeverri rechaza la visión, debida a Jonathan Bennett, según la cual el argumento kantiano sería una clase de argumento deductivo, y se alinea detrás de los que lo entienden como un argumento de tipo trascendental. A continuación, realiza un cuidadoso análisis del argumento de Kant en el pasaje en cuestión. Veamos los aspectos más importantes de este análisis.

El primer paso del argumento queda enunciado así: "Soy consciente de mi existencia como determinada en el tiempo" (p. 155). Aparte del sentido mismo de la premisa, a lo que primero debe atenderse en ella es, de acuerdo con Echeverri, si está formulada según el requerimiento cartesiano o no, es decir, si se comienza desde el yo pienso. La respuesta es que claramente no cumple dicho requerimiento,2 aunque su planteamiento es susceptible de ser aceptado tanto por un cartesiano o por cualquier persona. En cuanto al sentido de la misma, Echeverri coincide con Richard Aquila y los intérpretes que ven dicha premisa en el contexto del problema de la identidad personal, aunque cree que sería mejor no suponer, para que dicha premisa sea objeto de aceptación por cualquiera, que lo que Kant estaría suministrando serían criterios suficientes de la identidad personal. Antes bien, cree que es posible pensar la determinación temporal de la existencia como simplemente la conciencia de que nuestros estados mentales están ordenados de acuerdo con las relaciones de simultaneidad y sucesión.

El segundo paso del argumento se formula así: "Toda determinación de tiempo presupone algo permanente en la percepción" (p. 168). Como bien apunta Echeverri, este segundo paso es de un nivel de generalidad mayor que el contenido de la premisa anterior, pues aquí ya no se refiere a la existencia en el tiempo, sino a toda determinación temporal. El propósito de Kant consiste en mostrarle al idealista que no habría ordenación temporal alguna si no hubiera un flujo constante en la percepción. Dada la naturaleza puramente formal del tiempo, resultaría un absurdo hablar de determinaciones temporales sin un contenido en la percepción. El que esto sea permanente, depende del carácter mismo del tiempo como un continuo unidimensional en el que se dan sólo relaciones de simultaneidad y sucesión.

El tercer paso del argumento, el más importante y controversial, lo enuncia Kant de la siguiente manera:

Pero ese elemento permanente no puede ser algo en mí, ya que mi propia existencia sólo puede ser determinada en el tiempo mediante dicho elemento. La percepción de éste sólo es, pues, posible a través de una cosa exterior a mí, no a través de la simple representación de una cosa exterior a mí. (p. 171)

Como bien observa Echeverri, este es el paso decisivo, el paso que consiste en tratar de mostrar al idealista que lo permanente que determina mi existencia en el tiempo es el mundo externo. Pero, ¿qué podría estar entendiendo Kant por mundo externo? Aquí, como en otros pasajes clave, las interpretaciones divergen fundamentalmente. Por un lado están aquellos que sostienen que Kant quería probar la existencia de las cosas en sí mismas; por otro, los que sostienen que por mundo externo, Kant se estaría refiriendo a la realidad empírica o fenoménica.

Ahora bien, en mi opinión, en este punto crucial el análisis de Echeverri se vuelve un tanto ambiguo. Por un lado ataca con buenas razones la primera interpretación, señalando las conocidas inconsistencias con las tesis básicas del idealismo trascendental a las que la misma conduce. Por otro, también rechaza, aunque en mi opinión muy rápido, la segunda interpretación. Sin embargo, parece simpatizar al fin con la primera línea exegética, cuando reconoce que "nuestro diagnóstico del problema es que Kant se ve tentado por las cosas en sí mismas, pues carece de un concepto de realidad adecuado para responderle al idealista escéptico" (p. 189). Es sobre la base de esta misma interpretación, que luego concluye que el argumento mismo no es satisfactorio, pues Kant no podría explicar cómo la existencia de las cosas en sí mismas es condición de la existencia de todos nuestros estados mentales, incluidos la fantasía o el sueño.

Un punto más para terminar. Al comienzo de esta reseña señalé cuál me parecía que era el propósito del autor y su estrategia a seguir. Desde su punto de vista, la "Refutación del idealismo", independientemente de su éxito como argumento contra el escéptico, nos enseñaría cosas importantes sobre la peculiaridad del idealismo de Immanuel Kant. Sin embargo, desde mi punto de vista, escindir la eficacia del argumento de su sentido doctrinal no me parece muy acertado, pues como señalé al principio, Kant está intentando dar una respuesta idealista al idealismo. Si falla el argumento, falla también el diagnóstico de idealismo para la doctrina kantiana. Como mencioné hace un momento, Echeverri descarta muy apresuradamente, la única manera posible en la que el argumento de Kant funcionaría al tiempo que su posición se mantiene dentro de los límites del idealismo, a saber, la idea de que aunque los objetos de la percepción inmediata sean objetos constituidos por nuestras habilidades cognitivas, no por ello dejan de ser reales. Si como he intentado mostrar en el párrafo anterior, Echeverri finalmente parece creer que lo que Kant estaba intentando probar era la existencia de las cosas en sí mismas, entonces todo lo que queda del idealismo trascendental es una serie de sinsentidos.

 

Bibliografía

Hintikka, Jaakko (1998), "Las reflexiones de Kant sobre el método de las matemáticas", en El viaje filosófico más largo. De Aristóteles a Virginia Woolf, Barcelona, España, Gedisa, pp.         [ Links ]

 

Notas

1 En este sentido, el título del libro se me hace un tanto equívoco, pues es claro que el centro del interés del autor es el idealismo kantiano y no específicamente la prueba kantiana de la existencia del mundo externo. No obstante, éste es un punto menor que no demerita en absoluto el trabajo de Echeverri.

2 Echeverri aclara que la razón de Kant para evitar la referencia al yo pienso cartesiano tiene que ver, naturalmente, con el sentido diferente que le concedía a dicha fórmula. Para Kant el yo pienso indica un principio formal que no tiene nada que ver con la posibilidad del autoconocimiento, lo cual sólo puede proceder con referencia a la sensibilidad.

 

D. R. © Álvaro J. Peláez Cedrez, México D.F., enero–junio, 2009.

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