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Signos filosóficos

versión impresa ISSN 1665-1324

Sig. Fil vol.10 no.20 Ciudad de México jul./dic. 2008

 

Reseñas

 

La infelicidad voluntariosa*

 

Jorge Issa González**

 

José Fernández Vega (2007), Lo contrario de la infelicidad. Promesas estéticas y mutaciones políticas en el arte actual. Buenos Aires, Argentina, Prometeo Libros, 172 pp.

 

** Departamento de Filosofía, Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa, iagj@xanum.uam.mx

 

José Fernández Vega ha reunido ocho excelentes ensayos de su propia autoría, bastante densos, notoriamente bien informados y, en su mayoría, todos ellos publicados en medios hispanoamericanos (entre los años 2000 y 2005), en un libro que constituye una elocuente radiografía del arte contemporáneo occidental —y que, en una suerte de bonus chapter, dispone, incluso, un espacio para examinar (en una de sus cuatro secciones principales) las tentativas, finalmente fallidas, de la plástica argentina por insertarse en el complejo panorama estético–político internacional del siglo XX.

La obra lleva un título —Lo contrario de la infelicidad— que hace menos justicia a su contenido que su subtítulo —Promesas estéticas y mutaciones políticas en el arte actual—. Y es que éste último define bien el foco de la atención de Fernández Vega, en tanto que aquél apenas alude a una débil esperanza que subsiste en el autor, luego de completar su desencantado repaso de los avatares de la creación estética en el mundo occidental, por lo demás, cada vez más empujada en dirección al hermetismo vano, cuando no al entretenimiento y la inocuidad. He aquí el modo en que el autor expresa dicha esperanza: "en la época del fin de todas las cosas, el arte podría intentar, al menos, convertirse en lo contrario de la infelicidad" (p. 10).

Así, pues, abordar la relación —siempre conflictiva— entre el arte y la vida, en el entendido de que en la Modernidad el destino de la creación estética se entrevera y a menudo se confunde con el destino de la política: esto es lo que da cuenta de la preocupación principal que impele a un escritor, aparentemente más avezado en temas de metapolítica, a emprender lo que también constituye una evaluación de las hoy comunes declaraciones que sentencian el fin del arte, así como una seria revisin del significado y los alcances de la libertad y la autonomía creativas. Todo ello como parte de un análisis a ratos enmarcado en la sociología del arte, otras veces en la filosofía de la cultura, y otras más todavía en la discusin estética, asumida con enfoque historiográfico.

Al transcurrir la lectura se percibe con claridad y aún con fuerza la perentoriedad con que Fernández Vega se interroga constantemente acerca de si el arte se halla en efecto en condiciones de cumplir la promesa de felicidad que Stendhal, Friedrich Nietzsche y tantos otros han creído ver cifrada en él; o bien si, por el contrario, el consabido poder desactivador o neutralizador del sistema capitalista va logrando poco a poco, como a tantos fenómenos originalmente subversivos, reducirlo a la intrascendencia. Esta pregunta, en diferentes ropajes y versiones, recorre la totalidad de sus ensayos y funciona como hilo conductor de sus reflexiones, lo mismo cuando somete a evaluación la entusiasta celebración —por parte de Arthur C. Danto— de la mayúscula elasticidad alcanzada por la noción de arte en las últimas cuatro décadas, que cuando examina la propuesta —debida a Theodor W. Adorno— de eliminar el disfrute complaciente como ingrediente central de la experiencia estética; igual cuando hurga en el concepto de representación con el fin de esclarecer la interacción entre la esfera artística y la política, que cuando reconoce los límites que pronto encontró la vanguardia argentina al aferrarse al objetivo de transformar la vida, o cuando recorre a vuelo de pájaro la aporética historia del concepto de belleza.

El texto que abre la compilación es como un emblema de la totalidad de la obra. Trátase de un apartado en el que Fernández Vega se permite arrojar algunas dudas en relación con las principales conclusiones que Danto, en su multicitado y ya muy influyente libro titulado Después del fin del arte, extrae de su análisis de los sucesos estéticos acaecidos fundamentalmente a partir de 1964. En aquel año Andy Warhol se permitió introducir, en el marco de una célebre exposición realizada en Nueva York, una serie de cajas de detergente de la marca Brillo que era posible encontrar al mismo tiempo —si bien, desde luego, desprovistas del aura mágica que todavía en nuestros días llega a atribuírsele al arte— en los estantes o en las bodegas de cualquier supermercado. El hecho parece pulverizar lo que aún quedaba en pie de las fronteras entre el diseño industrial y el exquisito arte de galería, fronteras que en otro tiempo se presentaban como firmes y culturalmente incontestables. Ante la evidencia de que ya no puede discernirse por ningún medio empírico la presumible diferencia entre arte y no–arte —lo cual abona el sentimiento de que el arte, a la vez que ha consumado su propia historia, se ha tornado radicalmente más filosófico—, emerge de este episodio la lección ejemplar de un espíritu creativo que, según Danto, es realmente característico del periodo contemporáneo y que acaba por empujar a la venerable noción de arte, más que a un entredicho conceptual, a un inmenso espacio de exploración y libertad prácticamente sin límites.

Sin embargo, Fernández Vega —decía yo—, luego de repasar de manera breve algunas lecturas (Croce, Lukács, Adorno, Eco, Gadamer) de la convicción hegeliana según la cual el arte en la época moderna habíase tornado cosa del pasado, reseña el nuevo liberalismo estético à la Danto destacando de qué modo, aun desmarcándose de manera explícita del posmodernismo pero realmente contagiándose de la misma vena, el filósofo estadounidense festeja la situación actual del arte al entender que refleja, en el ámbito de la estética, el triunfo que el pluralismo sedicentemente había ya cosechado en la sociedad democrática. Se apunta en este momento un tema que slo aparecerá tratado con algo más de amplitud en el ensayo siguiente, a saber, en qué medida es posible considerar privativas de un estadio histórico superior la búsqueda de la libertad creativa irrestricta y la explosin multidireccional de orientaciones estéticas, hechos que, en estricta hermenéutica, son indicativos de búsquedas auténticamente modernas. Resulta más importante, sin embargo, la percepción de que esta situación poshistórica en la que todo vale de algún modo y se encumbra, por tanto, como tierra prometida de la pluralidad contiene en sí la semilla de la destrucción de la auténtica comunidad humana que tanto se había preocupado por apuntalar Immanuel Kant. De acuerdo con el filósofo de Königsberg, el juicio estético podía ser compartido por todos y esta idea entrañaba la convicción de que en el fondo el género humano constituía una verdadera unidad. En el nuevo estado de cosas, en cambio, "lo privado ya no puede comunicarse con la expectativa de ser compartido universalmente" (p. 27), y esto plantea serias dudas en torno al sentido mismo que tiene la actividad productiva del arte. ¿Por qué, por ejemplo, tendría la sociedad que apoyar y financiar a los artistas si éstos, en tanto pobladores de esa Babel en la que los discursos jamás convergen, no tienen nada que ofrecer realmente a los demás? Careciendo de estructuras políticas o filosóficas objetivas que den pábulo a la comunicabilidad, ¿hay motivo de verdad para celebrar la hoy intransigente primacía de lo subjetivo y lo particular como el dorado destino de la lucha por la emancipación artística?

En fin, con una escritura siempre dominada por el aprecio a la claridad, José Fernández Vega se muestra penetrante al señalar la ironía de que el arte haya conseguido su anhelada autonomía pagando el alto precio de la soledad. Y va más lejos aún al inquirir si esa libertad no se reduce a mera apariencia ante los signos cada vez más frecuentes de un arte sometido a la política del mercado y a la esclavitud del dinero. Ante su mirada, el arte, en suma, lejos de la ansiada y a veces proclamada reconciliación con la realidad, demuestra que, entre todos los órdenes de la vida contemporánea, el de la creación estética no parece constituir una excepción propiamente, puesto que en él también, a contrapelo de sus grandilocuentes promesas, la infelicidad sigue siendo irreductible y a cual más voluntariosa.

 

NOTA

* Reseña al libro de José Fernández Vega (2007), Lo contrario de la infelicidad. Promesas estéticas y mutaciones políticas en el arte actual, Buenos Aires, Argentina, Prometeo Libros, 172 pp.

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