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versión On-line ISSN 2594-0619versión impresa ISSN 1665-1200

Tóp. Sem  no.37 Puebla ene./jun. 2017

 

Artículos

Potencialidades de la narrativa greimasiana*

Potentialities of the Greimasian Narrativite

Potentialités de la narrative greimassienne

Luiz Tatit1 

Waldir Beividas2 

1Profesor del Departamento de Lingüística de la Universidad de São Paulo. Avenida Profesor Luciano Gualberto, 403 - CEP: 05508-010, São Paulo. Brasil. Teléfono: +55-11-30914586. Fax: +55-11-33841490. Correo electrónico: tatit@usp.br

2Profesor del Departamento de Lingüística de la Universidad de São Paulo. Avenida Profesor Luciano Gualberto, 403 - CEP: 05508-010, São Paulo. Brasil. Teléfono: +55-11-30914586. Fax: +55-11-33841490. Correo electrónico: waldirbeividas@usp.br


Resumen:

Epicentro de las reflexiones de la semiótica de Algirdas Julien Greimas, desde sus orígenes, la narratividad se investiga aquí en tres direcciones propositivas: (i) comprender la tensividad implícita en el modelo narrativo greimasiano, a partir de las propuestas heurísticas de Claude Zilberberg; (ii) incorporar a la narratividad —concebida como antropología de lo imaginario humano— el régimen tímico-pulsional, defendido por Jean Petitot ; (iii) sugerir la entrada de la semiótica en el debate sobre los “grandes relatos de la antropogénesis” —relatos científico-evolucionistas de la especie humana, relatos humanistas de la “excepción humana”, relatos fenomenológicos de la “diferencia antropológica”— para instruir tal debate con la propuesta de un relato semiológico que ponga en evidencia la presencia y acción del lenguaje en la antropogénesis.

Palabras clave: antropogénesis; tensividad; narrativa semiológica

Abstract:

Having been the epicenter of Algirdas Julien Greimas’ reflections on Semiotics since its origins, the narrativity is here investigated in three propositive directions: (i) To understand the implicit tensivity in the Greimasian narrative model, from Claude Zilberberg’s heuristic proposals; (ii) to incorporate into narrativity —conceived as the anthropology of human imaginary— the thymic-drive regime, as defended by Jean Petitot; (iii) to suggest the entry of semiotics point of view into the debate over the “great stories of anthropogenesis” —such as the scientific-evolutionary narratives of human species, the humanist narratives of the “human exception”, the phenomenological narrative of “anthropological difference”, among others— to instruct such debate with the proposal of a “semiological narrative” that evidences the fundamental presence and action of language in this anthropogenesis.

Keywords: semiotics; narrative; anthropogenesis; drive; thymia

Résumé :

Épicentre des réflexions de la sémiotique d’Algirdas Julien Greimas, depuis ses origines, la narrativité est analysée sur trois directions pro-positives : (i) comprendre la tensivité implicite dans le modèle narratif greimassien à partir des propositions heuristiques de Claude Zilberberg ; (ii) incorporer à la narrativité —conçue comme une anthropologie de l’imaginaire humain— le régime thymico-pulsionnel défendu par Jean Petitot ; (iii) suggérer l’entrée de la sémiotique dans le début sur les « grands récits de l’anthropogenèse » —récits scientifico-évolutionnistes de l’espèce humaine, récits humanistes de « l’exception humaine », récit phénoménologiques de la « différence anthropologique »— afin d’instruire un tel débat grâce à la proposition d’un récit sémiologique qui mette en évidence la présence et l’action du langage dans l’anthropogenèse.

Mots-clés : anthropogenèse; tensivité; narrativité sémiologique

La structure actantielle apparaît de plus en plus comme étant susceptible de rendre compte de l’organisation de l’imaginaire humain, projection tout aussi bien d’univers collectifs qu’individuels.

Greimas, 1973: 162

Introducción

Si consideramos el trabajo realizado en Sémantique structurale de Algirdas Julien Greimas (1966), inspirado en las reflexiones críticas de Claude Lévi-Strauss, por el cual las 31 funciones y los siete personajes de la Morfologie du conte de Vladimir Propp (1970 [1928]) fueron transformados y sistematizados bajo la forma de un esquema narrativo canónico y dispuestos en la forma de una estructura actancial, y si consideramos el epígrafe anterior, en el contexto de la reflexión greimasiana, tendremos que coincidir en que se trata de un hecho pionero en cuanto a la teorización de la fundación narrativa que caracteriza al imaginario humano. Sin embargo, reconocerlo no es proselitismo del reducido grupo de sus discípulos, sino algo mucho mayor, que la historia del pensamiento humano debería registrar, aunque ese hecho pionero esté lejos de ser conocido y reconocido por la comunidad académica mundial. En el universo académico, la historia contada incluye también innumerables distorsiones sobre la paternidad de las ideas.

En efecto, en un reciente texto titulado « Narratologie, narrativité et régimes d’immanence », Denis Bertrand (2014) registra y lamenta un episodio más de estos: en el último decenio se ha retomado un interés masivo por el relato en los medios y también en el mundo académico, en varios campos y disciplinas del saber, tales como psicología, psicoanálisis, sociología, antropología, historia, filosofía, ciencias del lenguaje, estudios literarios, estudios feministas, de género, educación, medicina, acción social, biología, derecho, ciencias de la religión, e informática, todo sin hacer la menor mención a los trabajos pioneros de Greimas y de su semiótica. Con la larga lista señalada, Bertrand se refiere a las disciplinas convocadas al VII Congreso Mundial que lleva por nombre « Narrative Matters: Narrative Knowing / Récit et savoir » (Universidad París-Diderot, en colaboración con la Universidad Americana de París, en 2014) y su versión anterior, en 2012, en París, con el tema « Vie et récit ». En esos congresos gigantescos en número de participantes, tal interés narratológico manifiesto en relación con obras como la de Christian Salmon, Storytelling (2007) o la de Donald Polkinghorne, Narrative Knowing and the Human Sciences (1988), pasan desapercibidos sin ninguna mención, reconocimiento o referencia a los trabajos de Greimas, que tienen simplemente veinte años de anterioridad, de experiencia analítica y de progresos teóricos notables de su disciplina por el equipo de sus discípulos frente a esos ejes de referencia.

Si esa distorsión ocurre a partir de un ámbito externo a la semiótica, estaremos de acuerdo en que la propia semiótica lleva, en su interior, una cuota de responsabilidad. Tal vez por la propia fuerza de previsibilidad de sus modelos avanza con demasiada avidez en terrenos siempre nuevos, como un voraz ejército para conquistar nuevas tierras, sin preocuparse mucho en consolidar los campos ya conquistados. Entramos y luego “salimos” de Propp. Mal quedó estipulado el esquema narrativo y he aquí que la sintaxis modal ganó autonomía. Poco se explora ésta en todo el régimen de sus compatibilidades e incompatibilidades, sobreposiciones y metamodalizaciones, tal como estaba previsto en el artículo inicial de Greimas (1976), y ya partimos hacia la figuratividad, cada vez más “profunda”; con poco más de veinte años, la semiótica categorial se vio luego destronada, casi conjurada, en nombre de la semiótica gradual, y así sucesivamente, hasta ganar la vastedad de perfiles y matices que caracterizan el campo semiótico en la actualidad. En fin, exploramos mucho y rápidamente, pero cultivamos poco, y pacientemente, los terrenos conquistados.

Ante esa doble incomodidad, externa e interna, el retorno del interés y de la reflexión sobre la narratividad en el propio interior de la semiótica es una iniciativa de la revista Tópicos del Seminario plenamente justificada por su pertinencia y actualidad. En esa perspectiva, el presente texto tiene por finalidad dar noticia, en los límites que aquí se imponen, de una breve contribución —que debe verse más como una invitación a la reflexión que como resultado de ella— sobre tres segmentos de la teorización general de la narratividad vigentes en el campo greimasiano, poco o mal explorados hasta hoy: (i) la comprensión de la tensividad implícita en el modelo narrativo greimasiano, a partir de las propuestas heurísticas de Claude Zilberberg (1988: 97-113); (ii) la conveniencia de la integración de una base semiótico-pulsional en la narratividad, según sugerencias de Jean Petitot (1985a y 1985b) y (iii) la necesidad de considerar un relato semiológico en el vasto campo de la antropología, esto es, de los “grandes relatos de la antropogénesis” que tienen por contrapunto las reflexiones fenomenológicas del filósofo Etienne Bimbenet (2011).

1. Narratividad y tensividad

Si el tema del acontecimiento resurge en la semiótica actual como la principal indicación de la imprevisibilidad narrativa, ya hubo un tiempo en que Greimas lo concebía como un “mensaje-espectáculo”, portador de categorías modales y funciones actanciales cuya estructuración garantizaba una forma invariable para todos los “microuniversos semánticos”. Más que eso, el autor lituano veía en las organizaciones subyacentes al “espectáculo del acontecimiento” la posibilidad de construcción de una verdadera epistemología lingüística, puesto que de ellas provienen las condiciones para nuestro conocimiento del mundo (Greimas, 1966: 132-233).

El acontecimiento era entonces tratado como cualquier otro mensaje pasible de ordenación narrativa. La novedad consistía en que inauguraba un punto de vista semiótico para la comprensión del sentido que, aunque fundado en principios lingüísticos, no se restringiera a las dimensiones de la frase, ni siquiera a los análisis de textos verbales. Después de definir los actantes como clases de sememas, en una visión claramente taxonómica, Greimas se dedicaba cada vez más al estudio de las operaciones sintácticas que dan unidad a los textos. Dejaba de lado los semas, sememas y clasemas, que acusaban el origen lingüístico de su pensamiento, en favor de las categorías actanciales y modales, mucho más útiles para aclarar la “inteligencia sintagmática” que se manifiesta tanto en los lenguajes verbales como en los no verbales y que, en última instancia, rige el imaginario humano. Procuraba, en el fondo, las señales de competencia narrativa que estaban presentes, a veces de manera camuflada, en la mayoría de los textos examinados. Fue en la “morfología” de los tradicionales cuentos rusos, escrita por Vladimir Propp (1970 [1928]), que el autor de la obra Sémantique structurale (1966) se inspiró para proponer su sintaxis discursiva. Comenzó, como se sabe, por el estudio de los dos principales órdenes sintagmáticos: uno de naturaleza teleológica (sujeto ⟶ objeto) y otro de naturaleza etiológica (destinador ⟶ destinatario) (Greimas, 1966: 134).

Años después, el primer orden sintagmático dio origen a una amplia semiótica de la acción (hacer) que comprendía no sólo la dirección inexorable que lleva el sujeto a su objeto, sino también las interrupciones del recorrido provocadas por la actuación de un oponente o de un antisujeto, como se dice actualmente, todo eso para explicar las conquistas y pérdidas involucradas en la importante noción de “progreso narrativo” (Greimas y Courtés, 1979: 242-243). Del segundo orden sintagmático surgió una semiótica de la comunicación lato sensu que, muy rápidamente, se convirtió en semiótica de la manipulación (hacer hacer) o de la persuasión (hacer creer). Forman parte de esta última los acuerdos que definen las llamadas relaciones contractuales, pero igualmente las divergencias que caracterizan las relaciones polémicas. Sólo en el primer caso podemos hablar de compromiso entre destinador y destinatario. En el segundo, habrá disputa entre dos sujetos de la comunicación que puede generar, en ese acto, un programa narrativo en confrontación con su antiprograma.

Esa “narratividad generalizada” (Greimas y Courtés, 1979: 249) repercutió hasta en el proceso de enunciación que Greimas reserva al nivel discursivo del modelo semiótico. Al final, todo enunciador es, por definición, un destinador que pretende persuadir a su enunciatario (el destinatario) y celebrar con él un contrato veridictorio (basado en un consenso cognoscitivo) o, al menos, fiduciario (basado en una relación de confianza). Al percibir que la narración podría dar cuenta del enunciado y de la enunciación, el semiotista no tuvo más duda acerca del valor gramatical de ese concepto para la descripción transfrástica y, en el límite, para la descripción del sentido en general por medio de nociones como transitividad, transformación, estado, modalización, argumentación, evaluación, etc., y en todas se prevén discontinuidades en el transcurso de una evolución continua. No se trataba ya de encontrar parámetros regulares para el análisis de fábulas u otras literaturas seminales, sino de un descubrimiento metodológico que, con las debidas adecuaciones, podría ser aplicado en cualquier género de descripción, incluso si sus objetos no contuvieran las figuras típicas del lenguaje verbal y del mundo natural. Una pintura abstracta, por ejemplo, aunque excluya la configuración de personajes o incluso de funciones actanciales, difícilmente dejará de presentar estados y transformaciones en el dominio de sus colores, volúmenes o contornos. Una sinfonía, a su vez, propone formas de evolución sonora en permanente conflicto con las contramelodías o con los cambios de ritmo y andadura para recuperar su identidad inicial al incorporar los efectos antagónicos que amenazaban su movimiento progresivo. Todos estos son síntomas de la presencia narrativa en sistemas no verbales.

Greimas adoptó la gramática narrativa —y sus sucesivos cambios conceptuales— como núcleo esencial y profundo de su proyecto científico de comprensión del sentido. Los estudios semióticos comenzaban y terminaban entonces con un buen dominio de la teoría narrativa, de tal manera que los autores que adoptaban otras líneas de investigación, tanto en ese campo como en áreas paralelas, se referían (y todavía se refieren) a esa ciencia como semiótica narrativa.

El propio cuadrado semiótico, tan asociado al pensamiento greimasiano desde la década de 1970, era una representación sumaria del esquema narrativo, que enfatizaba los tópicos principales de sus estados y transformaciones. Esa narratividad plena era lo que daba una forma previamente articulada a los contenidos inmanentes que debían ser descritos.

El ingreso de las modalidades, en especial las representadas por los verbos querer, deber, poder y saber, en el seno de las operaciones actanciales, como agentes capaces de modificar el ser del sujeto o incluso su relación con el hacer narrativo, fue una primera demostración de que el semiotista podría también abarcar la dimensión subjetiva de los textos, desde que contara con dispositivos técnicos (de la lengua) para ello. La modalización de los actantes, así como las sobremodalizaciones que de allí derivan (como en el caso del sujeto que sabe hacer que el otro quiera hacer) abrieron una posibilidad concreta para ese género de estudio, al sobreponer a la sintaxis actancial un proyecto de sintaxis modal bastante promisorio.

La investigación de las modalidades puede ser desarrollada sin mayor dificultad en el interior de la teoría narrativa. Lo que terminó poniendo en jaque el alcance de la narratividad fue una categoría en principio secundaria, concebida para clasificar la relación afectiva del sujeto (o del ser humano) con los puntos extremos articulados en el cuadrado semiótico dentro de un microuniverso semántico: la categoría tímica. Sin preocuparse por su motivación morfológica, Greimas la articuló en euforia y disforia y le reservó la función de insertar el cuadrado en una dimensión axiológica y/o ideológica. Su intención era que esos semantismos sumarios, que transmitían una simple atracción o rechazo del sujeto por sus contenidos básicos, pudieran asegurar los indicios mínimos de la presencia humana en el modelo semiótico desde sus fases más abstractas.

Pero no es raro en la historia de las ciencias y filosofías que nociones creadas para ocupar un lugar de poca relevancia en el marco general de la teoría se agiganten y terminen provocando reformulaciones en toda su jerarquía conceptual. Fue lo que ocurrió, a nuestro entender, con la noción de timia, comenzando por su providencial sustitución por el término foria, mucho más motivado para articular euforia y disforia.

Incluso si se utiliza la expresión foria, los textos greimasianos no abandonaron la acepción original de thymós, traducida como “disposición afectiva fundamental”, dado que casi siempre se refería a las situaciones de alta sensibilización del sujeto en el interior de un marco pasional. Es en esa línea de comprensión que aparece foria tanto en De l’imperfection (1987) como en Sémiotique des passions (obra de 1991 escrita en colaboración con Jacques Fontanille). Aunque adoptara la nueva noción, Greimas todavía se encontraba bastante vinculado al valor semántico del concepto de timia.

Fue Claude Zilberberg quien vio desde el inicio el potencial sintáctico de la noción de foria. A partir de su acepción etimológica, “fuerza para llevar adelante”, el semiotista francés trató la foria, no sólo como ímpetu sensible y pasional, sino sobre todo como un proceso tensivo que se desarrolla en el plano del contenido con características semejantes a las evoluciones prosódicas del plano de la expresión. Las informaciones concentradas (hechos heroicos, revoluciones, impactos estéticos y acontecimientos de manera general), correspondientes a los acentos melódicos de nuestro flujo verbal, tenderían a la expansión o resolución de su sentido (explicaciones, ponderaciones, elaboraciones y desarrollos de toda suerte), o sea, a los elementos difusos que estarían asociados a las modulaciones entonativas de nuestra prosodia cotidiana. Como ya se puede prever, los elementos expandidos, en contrapartida, tenderían a la concentración tal como ocurre en la progresión melódica de nuestra habla, en la cual las modulaciones se dirigen a los acentos. La euforia, en esas condiciones, acompañaría los flujos y los desarrollos, mientras que la disforia señalaría la contracción y el reflujo, sin que haya necesariamente una correspondencia semántica entre esos términos y sus puntos de incidencia en la cadena sintagmática. En otras palabras, expandir el flujo puede o no significar “buena disposición de ánimo” (acepción común de euforia), así como la concentración, cierre o interrupción del flujo pueden o no caracterizar un sentimiento de rechazo o caída de ánimo (acepción de disforia). Lo que vale es el sentido sintáctico de ambos conceptos (tendencia a la expansión o tendencia a la concentración).

Con ese punto de vista, Zilberberg recupera la propuesta hjelmsleviana de isomorfismo entre los planos del lenguaje, una vez que acento y modulación pasan a corresponder respectivamente a sumación y resolución, pues, de hecho, en el plano del contenido, los acontecimientos sobrevienen, pero inmediatamente dan inicio a un proceso de asimilación subjetiva que deshace la sorpresa y, al mismo tiempo, expone al sujeto a nuevos acontecimientos. El propio autor danés, con su instigadora propuesta de que las lenguas naturales alternan componentes de contracción (elementos intensos) y de expansión (elementos extensos), ya había sugerido un funcionamiento isomórfico cuando identificó los recursos acentuales con las concentraciones nominales y, por otro lado, los recursos modulatorios con las difusiones verbales (Hjelmslev, 1966: 145).

En la misma línea de prosodización del contenido, Zilberberg retoma todavía el célebre modelo de la silabación saussureana (Saussure, 1975: 86-88). Tanto la sumación producida por el sobrevenir del acontecimiento como las nominalizaciones y acentos de Hjelmslev, con sus tendencias localizantes, describen el impacto terminativo de la implosión silábica, mientras que la resolución, la verbalización y el movimiento modulatorio, con sus tendencias globalizantes, traducen la recuperación sonora y la expansión contenidista previstas en la explosión silábica.

Podemos decir que el comportamiento silábico de la sonoridad traduce de modo minimalista el avance fórico en los términos sintácticos propuestos por Zilberberg. Disforia y euforia, en ese caso, tendrían mucho más que ver con las orientaciones implosiva y explosiva que con sus respectivos semantismos. Así, foria, para el autor, tiene estatuto prenarrativo, premodal y prediscursivo. Es una especie de matriz de la aspectualidad y cumple las condiciones del concepto hjelmsleviano de dirección.

De hecho, Zilberberg identifica las direcciones tensivas subyacentes a los dos movimientos narrativos canónicos: la dirección descendente, responsable de la instalación de la falta, y la dirección ascendente, propia de su liquidación. En ambos casos, lo que está en juego es la intensidad de la competencia modal y de los papeles desempeñados por los actantes. En el primero, la falta es resultado de disminuciones consecutivas (incrementos de menos) y, en el segundo, su liquidación es producto de aumentos consecutivos (incrementos de más). Esa visión retoma, sobre otras bases, el principio de Claude Bremond que definía el relato como sucesión de degradaciones y de mejoramientos, pero también la interesante noción de progreso narrativo que, en la semiótica greimasiana, representa el crecimiento del ser semiótico a medida que acumula sus papeles actanciales a lo largo de la trayectoria. Los incrementos, representados por los valores más y menos, fueron introducidos por el autor de Éléments de grammaire tensive como recurso de cuantificación subjetiva (no numérica) para aquilatar, entre otras cosas, el nivel de progreso conquistado por un determinado agente narrativo (Zilberberg, 2012: 51). Constituyen todavía la respuesta tensiva para el proyecto de “cálculo” lanzado por Greimas y Courtés en algunos pasajes de su famoso Diccionario:

[…] le rôle actantiel [...] subsume l’ensemble du parcours déjà effectué, qu’il porte en lui l’augmentation (ou la déperdition) de son être; ce double caractère a ainsi pour effet de « dynamiser » les actants et offre la possibilité de mesurer, à chaque instant, le progrès narratif du discours. […] le schéma narratif est canonique en tant que modèle de référence, par rapport auquel les déviations, les expansions, les localisations stratégiques, peuvent être calculées (Greimas y Courtés, 1979: 242-243; 247).

Hoy podemos confirmar que la dirección ascendente concebida por la semiótica tensiva abarca los primeros órdenes sintagmáticos, etiológico y teleológico, estudiados por Greimas en su célebre Semántica estructural. Investigación metodológica, publicada originalmente en 1966. La relación de acuerdo entre destinador y destinatario favorece la relación de conjunción entre sujeto y objeto, siendo que ambas se corresponden por una continuidad resolutiva de naturaleza eufórica, en el sentido sintáctico del término. Algo que, en la evolución microcósmica saussureana interpretada por Zilberberg, remite a la explosión silábica y que, en la semiótica narratológica, cierra el itinerario completo de liquidación de la falta. La dirección descendente, al contrario, describe el antiprograma narrativo en sus diversos formatos: rechazo de la manipulación, polemización y disjunción entre sujeto y objeto. Todo lo que rompe la continuidad entre los actantes y disminuye la competencia modal presupuesta por el hacer conduce a la inacción, figura narrativa de la trayectoria degenerativa, de la involución o de la disforia. Desde el punto de vista tensivo, tenemos cada vez más menos y, desde el punto de vista silábico, tenemos el punto de la implosión (sonoridad máxima que sólo puede retroceder). No deja de ser, finalmente, el tipo de acontecimiento (en la acepción tensiva) más cultivado por la teoría narrativa, o sea, la falta (Zilberberg, 2006: 144).

Sólo por los aspectos aquí señalados ya podemos comprobar que hay una considerable imbricación entre los conceptos narrativos y las nociones ahora aplicadas por la semiótica tensiva. Más que eso, la propuesta de Zilberberg se presenta como un punto de vista en el interior del mismo proyecto de búsqueda metodológica emprendido por Greimas. No obstante, observamos cada vez más el abandono de los recursos narrativos en los análisis tensivos concretos, como si los principios greimasianos sirvieran sólo para describir textos de la literatura tradicional o de las manifestaciones folklóricas. El semiotista francés llega a afirmar que la sintaxis narrativa se caracteriza por su “monotonía” descriptiva (que el cuadrado semiótico traduce la fórmula sumaria contradicción ⟶ implicación), fundada en previsibilidades que impiden el estudio de los fenómenos sorprendentes implicados en la construcción del sentido.

La cuestión de base está en la manera de concebir el acontecimiento y en la importancia que se le atribuye en el marco general de la teoría. Greimas, como vimos, ve el acontecimiento como un mensaje organizado en una estructura actancial inmutable. Si Lucien Tesnière vislumbraba un pequeño espectáculo con sus funciones permanentes (alguien que actúa y alguien que sufre la acción) por detrás del enunciado elemental, el semiotista lituano entiende que ese “enunciado-espectáculo” garantiza también nuestra aprehensión de los acontecimientos. Sin embargo, para el autor lo importante es que el sistema lingüístico y, por extensión, el sistema semiótico está siempre provisto de la capacidad de integrar el acontecimiento (así como cualquier otro mensaje) en sus estructuras narrativas. Zilberberg, al contrario, hace del acontecimiento un concepto central de la hipótesis tensiva. Su énfasis recae sobre el carácter inesperado y casi inaprensible de su ocurrencia. Dotado invariablemente de alta intensidad y fuerte concentración, el acontecimiento es fruto de una aparición repentina (lo que sobreviene al sujeto) y se comporta generalmente como el foco de la información. Ese índice acelerado y al mismo tiempo de expresiva tonicidad no permite que ese concepto sea tratado en el ámbito de la espera formulada por la sintaxis narrativa. En vez del pensamiento implicativo, típico de esa sintaxis, Zilberberg propone que se opere con un pensamiento concesivo, el único que admite en una esfera gramatical el surgimiento del contenido imprevisible: “aunque no fuera esperado, eso ocurrió”.

El creador de la semiótica tensiva recuerda en diversas oportunidades la recomendación de Greimas: “es necesario salir de Propp” (Zilberberg, 2006: 7-8; 223). De hecho, la investigación sobre el sentido requería desarrollarse más allá de los principios narrativos que acabaron convirtiéndose en la principal herramienta descriptiva de la teoría semiótica. El estudio de las pasiones y de las manifestaciones estéticas y estésicas se volvió entonces la puerta de salida inmediata hacia el tratamiento de los contenidos subjetivos, líricos o incluso de cuño social. La fenomenología, de un lado, y la retórica, de otro, fueron incorporadas a las investigaciones como alternativas metodológicas para el abordaje meramente actancial. No todas las líneas, sin embargo, trajeron propuestas verdaderamente sintácticas para explicar el aspecto inopinable del acontecimiento e integrarlo con esa característica en el modelo descriptivo. La formulación concesiva introducida por la hipótesis tensiva nos parece que es la única que cumple esa función gramatical.

Finalmente, es preciso decir que “salir de Propp” no significa abandonar la sintaxis narrativa. Greimas se inspiró en el autor ruso, pero nunca utilizó el modelo canónico tal como fue concebido en la Morphologie du conte. En realidad, él ya estaba saliendo de Propp desde cuando, por ejemplo, redujo significativamente el número de las funciones actanciales encontradas por el antropólogo y circunscribió las operaciones narrativas a sólo uno de los niveles del recorrido generativo (entre el nivel fundamental y el nivel discursivo). El esquema narrativo reformulado por Greimas y su equipo continúa teniendo el carácter universal que le fue atribuido hace por lo menos cuatro décadas. Si ahora descubrimos, a partir del concepto de foria, que las relaciones actanciales ya estaban regidas por oscilaciones tensivas, también universales, eso no significa que tengamos que “cambiar de universalidad” y, mucho menos, que el esquema narrativo quede restringido al análisis de cuentos folklóricos o de contextos simples. Así como los actores discursivos presuponen los actantes narrativos que, a su vez, presuponen relaciones modales, todos esos conceptos presuponen medidas que llevan a la concentración, a la expansión, a la aceleración o desaceleración, a la tonificación o atonización, en fin, que determinan la forma y la fuerza del sentido. Recae en el semiotista manejar con coherencia todos esos recursos en función de las exigencias del objeto analizado.

2. El imaginario humano como carne. Una narrativa pulsional

Es ampliamente consensual en semiótica considerar el nivel semionarrativo como el corazón del “recorrido generativo de la significación” —“constante générale de la production de la signification”, si quisiéramos emplear la expresión de Zilberberg (1988: 90). Tal nivel se ha consolidado como lugar de la conversión antropomórfica de las estructuras elementales profundas; recibió varios ajustes a lo largo de los avances de la teoría y se reveló como fuerte mecanismo de análisis de la “inteligencia sintagmática” de los discursos humanos, sea cual fuera su género. Con todo, la otra cara de la estructura narrativa, esto es, el estatuto de antropología de lo imaginario humano —estatuto implícito desde su nacimiento en Greimas (véase el epígrafe)— poca atención mereció hasta hoy, a excepción de las proposiciones de Jean Petitot, sugerentes en múltiples aspectos, en su texto de homenaje a Greimas intitulado « Les deux indicibles ou la sémiotique face à l’imaginaire comme chair » (1985b).

Uno de esos aspectos es el modo por el cual Petitot enfatiza que las estructuras narrativas son estructuras vividas en las pasiones, en las ideologías, en las acciones e incluso en el sueño. Manifestado ampliamente en discursos varios, el “sujeto de papel” desciende a las callejuelas oscuras de la experiencia humana y a la concreción de su cuerpo. Las estructuras narrativas ganan, con eso, el estatuto de « anthropologie structurale de l’imaginaire » (humain) (p. 284), expresión tomada de Gilbert Durand (1984), a la cual Petitot añade el complemento: « l’imaginaire comme chair ». Es éste el segundo aspecto, igualmente importante, de las sugerencias del conocido discípulo de René Thom: no se trata del imaginario entendido al modo cognoscitivo sino del imaginario sensible, amarrado a la carne del cuerpo. Para ello, la dirección indicada apunta directamente hacia la Metapsicología freudiana, un imaginario pulsional, « purement thymique et affective » (p. 284). Tal imaginario es reivindicado como la contrapartida sustancial, de base, para la forma semiótica de la estructura; de naturaleza “inconsciente”, estaría « chargé de toutes les obscures puissances de l’animalité héritées de la phylogenèse [...] enraciné dans les procès régulatoires de la prédation et de la sexualité » (p. 284).

En la formulación se ve nítidamente la procedencia catastrofista (formas pregnantes y salientes de la “sintaxis de la predación” thomiana), así como la connotación metapsicológica de la sexualidad freudiana. Interpretado e interceptado en ese estrato ab quo, tal imaginario tímico y afectivo estaría, según Petitot, más acá de la significación, más acá de algún semantismo más marcado, fuera de la toma de conciencia del sujeto, operaría en sordina, no subjetivado, « bref un imaginaire asémantique non encore symbolisé (au sens métapsychologique) » (p. 284). Anterior a sus articulaciones en semantismos fundamentales (vida/muerte; naturaleza/ cultura...), tal estrato se compondría « des sortes de « prégnances » psychiques (des pulsions et ou des idéaux) « donnant sens à la vie » et dont le sens n’est jamais appréhensable comme tel mais seulement à travers sa conversion en structures actantielles » (1985a: 50).

A esos dos aspectos que abren espacio a investigaciones altamente estimulantes —(i) un imaginario que sale del papel de los textos y gana la carne de la experiencia del sujeto, enseguida, (ii) que desciende del pedestal cognoscitivo de la filosofía hacia lo sensible pulsional de la metapsicología freudiana— se suma y sobresale un tercero: el sesgo naturalista de su arraigo en la biología corporal, en la herencia filogenética, sesgo monista y materialista, que teje el hilo de Ariadna, como morfogénesis “física” del sentido, que amarra de punta a punta la emergencia del sentido desde la materia ínfima y el bios minúsculo hasta la mente mayúscula de la imaginación infinita. Justamente por eso el punto de vista lanzado por Petitot orientaría la semiótica en la dirección de una “semiofísica”. Las proposiciones de Petitot en el artículo indicado, sólo aquí mencionadas, permanecen (¡una vez más!) como un mero guiño a un área de investigación, cuya exploración urge realizar en el campo semiótico. Estudios sobre ellas permanecen todavía mucho más acá de la heurística que portan potencialmente, sobre todo, porque abren de inmediato a la semiótica el desafío de instruir también las investigaciones sobre el vasto campo de la metapsicología freudiana y, más ampliamente, de la antropología general.

Ahora bien, no obstante la fecundidad de sus proposiciones, nuestra discordancia respecto al tercer aspecto de sus propuestas —el tenor monista, “fisicalista” y cabalmente naturalista de su semiofísica— nos lleva a contraponerle la opción de una integración de la metapsicología pulsional de Freud a la semiótica greimasiana por medio de la proposición de un “recorrido generativo de la subjetividad inconsciente” de estatuto enteramente inmanente. Según la propuesta de uno de nosotros, la integración de la pulsionalidad freudiana en la semiótica se puede dar imaginando un recorrido de la subjetividad humana a través de tres regímenes de la timia: un régimen pulsional, un régimen patológico y un régimen pasional, integrados por dos mecanismos de conversión. Como una explicación más extensa sobrepasaría los límites de espacio aquí ofrecidos, todo esto podría sintetizarse en el siguiente esquema:1

La diferencia crucial entre las proposiciones de Petitot y la aquí señalada incide en los vectores de su orientación teórica: al contrario de una morfogénesis del sentido enraizada en la carne del cuerpo, semiogénesis sustancial (vector: cuerpo ⟶ sentido), el esquema mostrado entiende la pulsión ya semiotizada por el acto de “semiocepción” del sujeto ante su cuerpo, semiocepción formal (en el sentido hjelmsleviano) en el vector sentido ⟶ cuerpo.2

A su vez, esta última proposición encuentra apoyo y al mismo tiempo corrobora tesis recientes de Etienne Bimbenet sobre la “diferencia antropológica” que marcaría una “ruptura abisal” entre animal y hombre.

3. Hacia una narrativa semiológica de la “diferencia antropológica”

En efecto, una tercera manera de contender por el estatuto antropológico de la narratividad, según nuestra manera de ver compatible con la última proposición arriba mencionada e incompatible con aquélla de Petitot, puede ser explorada a partir de las investigaciones del filósofo fenomenólogo Etienne Bimbenet. En su sugerente libro L’animal que je ne suis plus (2011) nos ofrece un precioso material de reflexión para un bello debate en que la semiótica puede estar invitada a entrar. Convoca, para contex­tualizar sus argumentos, a una pléyade de especialistas sobre los « grands récits de l’anthropogenèse » esto es, sobre la larguísima historia de la hominización, tanto como de la humanización.

Bimbenet se plantea como desafío una experiencia filosófica del pensamiento para examinar, teniendo a la mano la metodología de la filosofía fenomenológica, la cuestión de nuestro origen animal, de nuestro pasado animal, en fin, de nuestra procedencia natural:

Nul ne saurait reculer aujourd’hui en deçà de l’évolutionnisme, sauf à jouer la conviction contre les preuves, la solitude contre l’argumentation, l’autorité de la foi contre l’autorité des faits […] L’homme est de part en part un vivant, voilà ce qu’il y a de vrai dans le naturalisme de la science (2011: 11).

El alcance de su desafío, que da título a la obra, consiste por un lado, en reconocer íntegramente nuestro origen animal, con base en un ambiente científico general y definitivo de las adquisiciones post-evolucionistas (naturalismo), liberado de cualquier metafísica del espíritu humano (humanismo), pero al mismo tiempo trata de defender, mediante una reflexión filosófica, la idea, osada, de que el hombre « n’est plus un animal »:

L’énoncé est volontairement provocant; nous espérons à travers lui attiser le paradoxe, et faire apparaître comme scandaleuse notre origine animale […] le fait évolutif est définitivement vrai, et […] pourtant un comportement humain apparaît infiniment éloigné des comportements animaux dont il est issu. Bien sûr, l’homme fut un animal; et pourtant il ne l’est plus. Il est « privé » de son origine animale, au sens que Heidegger donnait à ce terme; vivant avec elle, et pourtant sans elle [...] Mais la continuité du fil généalogique qui nous relie à l’animal n’empêche pas le saut qualitatif (2011: 21-22 [itálicas en el original]).

Para ese intento recorre una amplia literatura y comenta los “grandes relatos” sobre la antropogénesis, reconociendo preliminarmente verdaderas rupturas o revoluciones científicas actuales, proporcionadas (i) por los avances de la biología molecular que asegura datos impresionantemente próximos del patrimonio hereditario y del código genético entre animales y entre animales y hombres; (ii) por el avance de las ciencias cognoscitivas, sobre todo de la etología cognoscitiva para las cuales los fenómenos mentales son íntegramente fenómenos naturales; (iii) por los avances de la primatología que pregonan una línea de continuidad no únicamente entre los comportamientos animales y humanos sino también continuidad en el conjunto de los procesos cognoscitivos que subyacen a tales comportamientos: “el hombre es un ser vivo tan superlativo como lo queramos, pero cuyas performances más excepcionales son todavía performances de la vida en él” (p. 12-13); (iv) por los avances sobre todo de la paleoantropología, ciencia de la hominización que nos presenta una historia contada en millones de años para culminar en el homo sapiens, que conduce cada vez con mayor seguridad a la aceptación definitiva de la tesis que J.-M. Schaeffer conceptualiza como el fin de la excepción humana (2007).

Con esa plataforma de revoluciones Bimbenet discute los grandes relatos de la hominización (2011: 47-89): (i) el relato antropogénico de la “postura erecta”, desde hace mucho ya tematizado desde la filosofía aristotélica; (ii) el relato de la antropología filosófica que procura tematizar al hombre como “ser de falta”; (iii) el relato de la antropología de Lévi-Strauss, del paso del estado de naturaleza al de cultura, que hace sobresalir como epicentro la prohibición del incesto. Tales grandes relatos son conducidos en verdad para preparar el terreno para justificar la inclusión y desdoblamientos de un “relato fenomenológico” (p. 91-121), construido en un suelo merleaupontiano y heideggeriano, lo que le va a permitir establecer un corte diferencial profundo entre la “percepción animal” (p. 123-152) y la “percepción humana” (p. 153-204). Es el corte de la diferencia antropológica que me hace « l’animal que je ne suis plus ». Y la “ruptura abisal” entre hombre y animal, refrendada en el pensamiento de Jacques Derrida (2006: 52-53).

En lo que concierne directamente al campo de la semiótica, es alentador verificar que su estudio dedica dos capítulos al lenguaje, uno al lenguaje humano propiamente dicho y otro a la confrontación entre el lenguaje humano y el lenguaje animal (p. 205-242); es reconfortante verlo examinar la posibilidad de que el lenguaje pueda desempeñar, en la larga historia de la antropogénesis, « une fonction anthropologiquement plus englobante que la connaissance ou l’échange d’information » (p. 255-6). Reconoce y alude a autores para los cuales « le langage humain marque une véritable césure (un « Rubicon ») entre lui et ce qui le precede » (p. 260). Hace referencia principalmente a las definiciones de Husserl y otros bajo su influencia (D. Davidson, R. Sokolowski), a definiciones neurolingüísticas (D. Bickerton), explora sobremanera la cuestión de la predicación, de la topicalización, tema y rema, en el ámbito de la filosofía del lenguaje y de la gramática generativa de N. Chomsky y adeptos (P. Reynolds, J. Bruner) y reserva incluso un lugar, aunque modesto, a las observaciones, digamos “paralingüísticas”, de Émile Benveniste cuando comenta el lenguaje de las abejas.

Sin embargo, se nota nítidamente que sus referencias sobre el lenguaje ignoran completamente el advenimiento de la teoría saussureana y sus proposiciones radicales sobre la naturaleza del lenguaje; ignoran el principio semiológico vital de la arbitrariedad del signo en la construcción del mundo como referente internalizado del lenguaje y todo lo que de ello pueda derivar. Saussure es finalmente el gran ausente, en su experiencia filosófica de reflexión, incluso a despecho del interés que le proporcionó Merleau-Ponty en varios de sus textos fundamentales (1960; 1969).

Y esta ausencia se vuelve tanto más comprometedora debido a que el fenomenólogo tiene que reunir argumentos, por ejemplo, para responder a uno de sus interlocutores, en el caso de R. Sokolowski, por el modo en que éste acaba como víctima de un “realismo” implícito no cuestionado. Como sea, Bimbenet critica a este investigador el hecho de fundar la fuerza antropogénica del lenguaje en la predicación —actitudes proposicionales y juicio— tallada « sur mesure d’une apophantique: un objet ne peut m’apparaître que si je peux en dire quelque chose et le déterminer predicativement » (2011: 261). El realismo sobresale cuando se reconoce que, al declarar que “una mujer es bella” o que “lo que vemos es una cebra”, eso ya significa que situamos “el objeto antes del sujeto”; en otros términos, « j’accomplis la révolution anthropologique qui fait du monde et de ce qui y apparaît la source de validité de mes différents comportements » (p. 261). Ese tipo de actitud, según Bimbenet, no es nada más que conferir un “estatuto excepcional” a un “agente de verdad” inscrito implícitamente y de antemano en la realidad. La realidad se vuelve fuente primera, « définie comme source de droit pour le connaître [...]; on présuppose l’autorité même du monde, alors qu’il faudrait justement en tenter la déduction ». Y completa, finalmente: « une raison qui se contente de l’autorité du réel pour faire valoir ses propres droits est une raison paresseuse, qui omet de faire la genèse de l’autorité comme telle » (p. 262, cursivas nuestras). La actitud realista así asentada —un real hipostasiado como “lo real” autosuficiente— acaba por revelarse como un dogmatismo que « s’interdit l’intélligence de sa propre genèse » (p. 406).

Para contraponerse a tal realismo el fenomenólogo da las pistas correctas: « il n’y a pas le monde, déjà objectif, mais l’objectivation du monde dont le langage se fait inévitablement préceder » (p. 268). Es justamente aquí que se va a notar la ausencia del “punto de vista” saussureano del lenguaje y de los desarrollos que éste tuvo en la semiótica narrativa de Greimas. Bimbenet construyó a lo largo de su trayecto investigativo un relato fenomenológico que trató de legitimar el corte o “diferencia antropológica” radical en la descomunal distancia entre la percepción animal y la percepción humana. Asume que aquélla, la percepción animal, por más sofisticada que pueda exhibirse según la diversidad de los animales y de sus medios, no sobrepasa el umbral de una fascinación vital, funcionalmente anclada en el instinto de supervivencia —un animal “pobre de mundo” (p. 94), referencia importada de Martin Heidegger, ofuscado en las “formas pregnantes”, si nos referimos a Réné Thom—; asume que ésta, la percepción humana, tiene un estatuto infinitamente superior y otro por relación al animal, dada « la multiplicité perspective » (pp. 186-222) que la hace elevarse a la cima de un « tribunal du monde » (pp. 223-254).

Ahora bien, lo que Bimbenet deja escapar, según nuestro entendimiento, es el hecho de que la mejor manera de contraponerse al realismo (criticado) es asumir la primacía del lenguaje ante lo que la fenomenología tradicionalmente propone como primacía de la percepción, en el caso humano. Es por eso que al semiotista le suena absurda la declaración del fenomenólogo, según la cual « il n’y a rien dans le dire qui puisse venir enrichir le voir, celui qui parle voit la même chose que s’il ne parlait pas » (p. 252). ¿Cuál sería la “cosa” que vería un humano sin lenguaje? ¿De qué modo una eventual percepción anterior a la lengua sería capaz de hacernos ver alguna “cosa” (recordemos que “cosa” es un signo de lengua como cualquier otro, apenas hiperonímico ante otros). Dos paradojas rondan aquí: penetrar en la cabeza de un humano no hablante y tratar de ver qué “cosa” él ve es tan imposible como querer ver el mundo tal como un murciélago, un gato, o cualquier otro animal. Como se ve, el propio Bimbenet resbala en el realismo criticado: lo real vuelve a ser hipostasiado como ya estando allí, al ser visto como “cosa” por un hablante o no hablante.

Por otro lado, Bimbenet reivindica, con razón, que la “filosofía de la mente” —que está presente como referencia exclusiva en las investigaciones de los etólogos, de los primatólogos y psicólogos del desarrollo— no puede ser la única « à instruire la question anthropologique » (p. 28); su estudio tiene el gran mérito de llenar un vacío de reflexiones filosóficas sobre el tema de la relación hombre/animal, bajo la perspectiva de la fenomenología de base husserliana, heideggeriana y merleaupontiana. En vista de eso, podemos deducir que falta también en el coro de los grandes relatos de la antropogénesis el timbre de la voz de un relato semiológico, de base saussureana, para el advenimiento del hombre o, antes, para el advenimiento del sentido del mundo que emerge con la presencia y acción excedente del lenguaje humano en esa antropogénesis.

El punto de vista saussureano es inusitado para la filosofía analítica, las filosofías de la mente e incluso para la filosofía fenomenológica. La semiología de Saussure, el acto arbitrario de fundación del signo, que crea los objetos del mundo como referentes inmanentes al lenguaje; el acto semiológico que funda el lenguaje del ser hablante y que lo hará concebir el mundo bajo la égida del lenguaje; el acto de semiocepción que va a guiar todo lo que la tradición milenaria de las filosofías y secular de las psicologías y de las etologías actuales caracterizan como percepción, esos datos todos no son triviales al punto de que tal teoría permanezca desconocida en el papel de los grandes relatos de la antropogénesis humana. Está en blanco todavía el capítulo de un relato semiológico en esa larguísima historia antropogénica y en los debates que se hacen de ella. Habría buenas razones para incluir en el concierto de los motivos de la evolución de la antropogénesis aquel de la presencia y acción del lenguaje en el mundo humano. Tal vez sea el elemento fundamental que pueda explicar más convincentemente la diferencia antropológica radical que hace que no seamos más el animal que (ciertamente) fuimos.

Agradecimientos

Agradecemos a Dominique Bertolotti la traducción del resumen al francés.

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*Traducción de César González Ochoa. Revisión de Marilene Marques de Oliveira.

1La propuesta y sus argumentaciones pueden ser consultadas en « La sémioception et le pulsionnel en sémiotique. Pour l’homogénéisation de l’univers thymique » (Beividas, 2016).

2 El concepto de semiocepción fue propuesto inicialmente en Beividas (2003) y ha sido elaborado paulatinamente desde entonces (Beividas, 2014; 2016). Derivada del acto semiótico —radicalmente arbitrario— del signo, la semiocepción dirige la percepción que el hombre pueda tener de sí y del mundo. Es reivindicada como que tiene primacía ante la percepción misma. En el caso humano, lo semiológico se anticipa y se impone a lo fenomenológico. En otros términos, lo semiológico es lo fenomenológico de la vivencia humana: oímos, vemos y sentimos lo que la paleta de signos armados por nuestros lenguajes impregna en nosotros a través de su aprendizaje (la lengua materna, por excelencia, y los demás lenguajes de nuestro entorno, por extensión).

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