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Tópicos del Seminario

versión On-line ISSN 2594-0619versión impresa ISSN 1665-1200

Tóp. Sem  no.33 Puebla ene./jun. 2015

 

Lo que permanece de la inmanencia. La organización de las mediaciones y la compleja gestión de la heterogeneidad

 

What’s left of immanence. The organization of mediations and the handling of heterogeneity

 

Ce qui reste de l’immanence. L’organisation des médiations et la gestion complexe de l’hétérogénéité

 

Pierluigi Basso Fossali

 

Profesor del Laboratorio ICAR (Escuela Superior de Lyon) — 15 parvis René Descartes (BP-7000), 69342 Lyon Cedex 07, Francia. Teléfono: (33) 666 111 432. Correo electrónico: pierluigibasso@hotmail.com

 

Resumen

Tanto el discurso como la percepción parecen permitir una perspectiva epistemológica anclada en la inmanencia de las observaciones y en la constitución de un referente interno dentro de las configuraciones; por el contrario, la gestión del sentido a lo largo de las prácticas sigue siendo un intento por traducir los planos de inmanencia y devolver numerosos valores tomados en el interior de las configuraciones discursivas de distinto estatus, y no sólo en el interior de experiencias sensibles deformes. Una semiótica de las prácticas parece, entonces, reintroducir una trascendencia de los valores que posibilitan la elaboración y negociación de las identidades culturales. Aún más: vuelve a asociar a la práctica teórica misma una confrontación con la heterogeneidad, la que ya no parece ser saturable dentro de una integración homogeneizadora superior. ¿Qué ocurre, entonces, con la inmanencia? ¿Se puede traducir el problema de la inmanencia en la reunión entre un sistema y un ambiente?

Como es natural, no queda más que cuestionar la tradición de la propia disciplina; ahora, las mediaciones semióticas, en tanto terceridad y arbitrarias, no se colocan ni como el término ab quo, ni como el término ad quem de una homogeneización de los valores, sino más bien como los operadores de historia, donde la dialéctica entre inmanencia y trascendencia de las identidades sigue siendo un trabajo productivo de individualización con relación a una heterogeneidad de fondo que no tiene solución.

Palabras clave: inmanencia, semiótica, heterogeneidad.

 

Abstract

Discourse, just as perception, seems to allow an epistemological perspective that is well engaged in the immanence of observations and in the constitution of a referent, which is totally dependent on established configurations. On the contrary, the handling of meaning encourages efforts to translate different plans of immanence in order to propose commensurability between the values managed by various practices, discourses and experiences. Consequently, the semiotics of practices appears to be involved in the reinstatement of a transcendent perspective that is capable of negotiating cultural identities beyond the different "rootedness" of their manifestations. After all, theory is a practice and one of its ordinary tasks is to manage heterogeneity and indeterminacy inside its linguistic environment, filled with cultural objects of unrelated origin and production. So, what can be done with an immanent approach to meaning? Is the recognition of the intimate relations between the observer system and the environment the ultimate possibility to save a consistent role of immanence in semiotic theory?

Naturally, this question requests a thorough review of semiotic tradition; arbitrary linguistic mediations, as thirdness, do not pretend to be the term ab quo or the term ad quem of an estimated homogenisation of values. On the contrary, mediations are historical agents attesting the never-ending dialectic between immanence and transcendence: identity is the local result of a constructive work of individuation facing up to the insoluble heterogeneity of any scenery.

Key words: immanence, semiotics, heterogeneity, structural coupling.

 

Résumé

Aussi bien le discours que la perception semble permettre une perspective épistémologique ancrée dans l’immanence des observations et la constitution d’un référent interne dans les configurations; au contraire, la gestiondu sens au cours des pratiques continue d’être une tentative de traduire les plans de l’immanence et de rendre les nombreuses valeurs prises à l’intérieur des configurations discursives de statut différent, et non seulement à l’intérieur des expériences sensibles déformées. Une sémiotique des pratiques semble, alors réintroduire une transcendance des valeurs qui réussissent à permettre l’élaboration et la négociation des identités culturelles. Plus encore : elle réassocie une confrontation à la pratique théorique grâce à l’hétérogénéité qui ne semble désormais plus être saturable au sein d’une intégration homogénéisatrice supérieure. Que se passe-t-il alors au niveau de l’immanence ? Peut-on traduire le problème de l’immanence dans la réunion entre un système et un environnement ?

Naturellement, il ne nous reste plus qu’à nous interroger sur la tradition même de la discipline; les médiations sémiotiques, tiercéitaires et arbitraires, ne répondent plus désormais ni au terme ab quo, ni à celui d’ad quem d’une homogénéisation des valeurs, mais plutôt comme les opératrices d’histoire où la dialectique entre immanence et transcendance des identités est toujours un travail productif d’individualisation par rapport à une hétérogénéité de fond insoluble.

Mots-clés: immanence, sémiotique, hétérogénéité.

 

1. Paradojas de la inmanencia y antinomias semióticas

1.1. Sistemas de mediación e identidad

El concepto de inmanencia ha asumido un rol central en el ámbito del estructuralismo debido a que, de algún modo, logró construir un perfil epistemológico específico de las ciencias del lenguaje al emanciparse de un objeto de estudio: las mediaciones semióticas. Sin embargo, siempre ha permanecido subyacente una grieta teórica, en plena propagación, que dividía, por una parte, la reivindicación saussureana de un estudio autónomo de la lengua, con un llamado fundamental de deontologización de las instancias tratadas por la semiología y, por otra parte, el postulado que el estudio de las formas lingüísticas que se encuentran en los objetos culturales podría saturar la identidad y la inclinación significante de estas últimas. Si el primer movimiento —saussureano— era fundacional de una orientación disciplinaria, el segundo aparece más bien como un principio regulativo de método que, a pesar de su perspicacia inicial, padece inevitablemente de algunos reduccionismos. Es necesario, por tanto, distinguir inmediatamente el estudio inmanente de las mediaciones semióticas (los lenguajes) del estudio inmanentista de los textos.

Tal precaución constituye la primera exhortación, casi descontada pero con frecuencia imprescindible, dirigida a esta tradición de pensamiento; del resto, la distinción no recubre la oposición entre gramáticas y textos, sino entre sistemas de mediación y sistemas identitarios. De hecho, en retrospectiva, dicha distinción es un fundamento paradójico de la cultura que asume la terceridad del medio lingüístico, por un lado, como un debilitamiento de su estructura identitaria (se presenta como filtro); por el otro, como un factor de reconfiguración de todas las relaciones que se encuentran implicadas (una vez realizada, la mediación es irreversible, de manera que la emancipación cultural se proyecta como una sustitución de unas mediaciones con otras). La autonomía de las formas de mediación paga entonces el precio de una vida en nombre de otra: aquella de identidades mediadas y, gracias a esto, relacionadas entre sí. Recapitulando la paradoja: lo que es autónomo (el medio) afirma tenuemente la propia identidad, haciéndose dominio de manifestación de alteridad; lo que reivindica una identidad tiene, en cambio, una forma de vida necesariamente compenetrada (Basso Fossali, 2012). Encontramos aquí aquello que podemos denominar la antinomia de la razón semiótica.

 

1.2. Planos de inmanencia y gestión de la heterogeneidad

Cabe señalar, no obstante, que mediaciones y afirmaciones identitarias son sólo roles actanciales. Por lo tanto, ninguna entidad cultural parece estar sujeta a un destino unilateral, mucho menos la lingüística en sentido estricto (Basso Fossali, 2014). Se pensaría entonces que lo que podría justificar la superación de la distinción enunciada anteriormente —como lo ha hecho la semiótica discursiva— sería poner a la inmanencia como el plano descriptivo unificado de una ciencia reconstructiva (Habermas, 1983). Esta última posibilitaría restaurar un continuum de complejidades de la significación, de la lógica profunda de las estructuras categoriales y narrativas (gramáticas) hasta el más pequeño detalle figurativo.

El modelo discursivo ha propuesto una inmanencia generativa o, a lo sumo, ‘germinativa’ de las identidades culturales, las cuales se escindirían de una profundidad semiótica única, para después retornar a ella, con el fin de localizar formas de organizaciones y oposiciones valorativas en común. La ‘comunicación’ de las identidades (textos y objetos) estaría ahora centralizada y tomaría a cargo la mediación de todas sus relaciones horizontales (organización de dominios sociales, tipos de discurso, géneros, intertextualidad). Sólo el aseguramiento de las operaciones de convocación de praxemas a la conversión de los niveles semiogenerativos ha roto esta visión ‘solar’ de la inmanencia (Greimas y Fontanille, 1991), para llegar a una semiosfera hecha de ‘atractores’ diversificados (dominios, gramáticas, normas, organizaciones discursivas locales) y en competencia entre sí. De ello se desprende una diversificación necesaria de las metodologías de estudio y una fractura epistemológica entre el estudio de las mediaciones y el estudio de las identidades, que puede ser resuelta sólo en el seno de un acoplamiento,* esto es, de una ecología semiótica. El resto, una ciencia del sentido omnicomprensiva tendría necesidad de un cuadro de objetos y de fenómenos, co-aferentes a un plano único de anclaje, para poder reivindicar propiamente una perspectiva legítima integradora. El riesgo inherente a la adopción de un plano único de inmanencia implica, por ejemplo, la reducción de percepciones y prácticas —ciertamente involucradas en el enfoque a los textos— a las instituciones de sentido discursivo, hasta el punto en que el principio de inmanencia aseguraría un postulado de homogeneización de todas las valencias (por lo tanto, una gramática tensiva que se limita a atravesar sobre un plano unificado lo concerniente a las precondiciones del sentido, lo sensible y lo inteligible).

El reconocimiento justo de que en los textos se encuentran presentes teorías locales de la significación (estésica, estética, ética) se ha transformado en casi una coartada para no distinguir más gramáticas y textos, instancias mediatrices e identidades culturales. De manera sutil, la más reciente semiótica de las prácticas (Fontanille, 2008) ha tenido la ocasión de multiplicar los planos de inmanencia (signo, texto, objeto, práctica, estrategia, forma de vida), pero no centrándose del todo en sus relaciones con el ambiente semiótico y la pluralidad de mediaciones gramaticales, de normas prácticas, de estatutos. Sobre todo, la práctica del análisis se ha situado ambiguamente como el modelo para todas las prácticas, como si este anhelo siempre conservara un sentido integrado sobre un solo nivel de pertinencia (por ejemplo, el texto) y sobre un solo plano de pertinencia (por ejemplo, la descripción). Ahora bien, no sólo el reconocimiento de niveles diversos de pertinencia en las organizaciones del sentido comporta el problema de tratar de vez en cuando las inmanencias heterogéneas, también subraya la cuestión de describir la convivencia perenne de los actores sociales con la hibridación de los valores en los que están, queramos o no, implicados. De hecho, individuos y comunidad entera se reencuentran incluso para aprovechar la deshomogeneidad en la cual se hallan. La mayoría de las veces, el actor social es el único pivote para garantizar la articulación entre juegos lingüísticos diversos, en ocasiones aferentes a dominios distintos (por ejemplo, el arte y la religión, la justicia y la política, etc.) Del resto, es la identidad actorial la que se constituye como sistema de compatibilidad entre los roles actanciales heterogéneos y la que se sitúa, a su vez, como un modelo de trascendencia, dado que sus trazos y sus roles cambian con el tiempo, según la relación osmótica con el ambiente.

Si la inmanencia vuelve a ser un principio de adecuación de una práctica descriptiva en la modelización dinámica de una semiótica-objeto, esta última necesita invariablemente una elaboración identitaria y, por lo tanto (en lo que respecta a la teoría), de una conceptualización, como sostenía, por otro lado, el propio Greimas (1980). De hecho, la identidad no se resuelve en gramáticas pero sí se sitúa entre gramáticas que la median y re-median, obligando a la teoría misma a operar los ‘puentes’ entre diversos planos de pertinencia —a saber, de la conceptualización— que no imponen una nueva inmanencia, pero sí ofrecen una conexión privilegiada y localmente estructurada entre una heterogeneidad de principios de determinación. Más sencillamente, podemos sostener que todo aquello que se afirma como identidad cultural llega al seno de una red diferencial que no puede ser englobada en su estructura de valores internos.1 La inmanencia entonces no se transforma de hecho en una región por permanecer en el interior de un nivel de permanencia; inversamente, se ofrece como la mejor ubicación para observar cómo una semiótica-objeto busca renegociar los confines propios, las propias dependencias y traducciones.

 

1.3. Formas de inmanencia

Sobre la base de la ubicación táctica de la descripción respecto a la inevitable ‘ósmosis’ de los sistemas identitarios, podemos sugerir algunas ‘tallas’ diversificadas del traje inmanentista, en oposición a la medida única de epistemologías excesivamente potentes, aunque reconstructivas:

(i) la inmanencia de configuración, o bien la estabilización local de la significación según escenarizaciones que buscan confinar la atribución de roles modales y narrativos (aquí la inmanencia se reduce al plano de referencia interna de los discursos, o incluso de los actos perceptivos);

(ii) la inmanencia de mediación, o bien el estudio de las relaciones internas a una organización lingüística, según un programa de exclusión momentánea de todo aquello que trasciende a la lengua, al fin de arrancar, en primera instancia, las constantes internas (Zinna, 2008: 5-6);

(iii) la inmanencia de acoplamiento, o bien aquella que piensa los sistemas de mediación y los sistemas identitarios sólo en su relación con un ambiente en el cual se encuentran implicados. Esta última versión niega la necesidad de pensar en términos de representación o de reconstrucción, visto que la semiosfera es directamente el lugar de ejercicio de una conversión continua de valores entre planos de existencia y de experiencia, entre dominios sociales y dominios psicológicos. La teoría misma trabaja dentro de la semiosfera en cuanto práctica, entre otras; y aunque coloca los objetivos descriptivos convocados sobre un plano de análisis homogéneo, destila una heterogeneidad de valores de los cuales no puede desembarazarse, tanto que una vez irritado el sistema descriptivo de la hibridación de los objetos indagados, éste es forzado a proceder a una reconceptualización. Por tal motivo, retenemos que, al menos en el interior de las ciencias humanas, siempre debe preservarse un hiato entre el metalenguaje de referencia de las prácticas descriptivas y la modelización del objeto analizado (Basso Fossali, 2013).

 

2. Algunos auspicios para la continuidad del proyecto semiótico

2.1. El irenismo generativo

El textualismo ha asumido el rol de custodio de los principios internos de los objetos culturales, respetando con ello su punto de vista específico acerca de las dinámicas de la semiosfera. En este sentido, el inmanentismo también ha nutrido las bases para una ética de la interpretación o, mejor aún, para un análisis que negocia el respeto del texto como plano de convergencia crítica de los actos de comunicación que lo utilizan. La desimplicación prioritaria de la organización de la significación interna al texto suscitó, por lo demás, una reacción admirable con respecto al historicismo sofocante. Pero como ocurre con frecuencia entre tradiciones de pensamiento en concurrencia, la crítica de un extremismo tiende a complacer fácilmente la proposición de otra, de tendencia contraria. De un modo o de otro, el inmanentismo ha terminado así por apuntar la superación de la dialéctica entre global y local, aunque de modo más bien ambiguo: por un lado, el análisis de un solo texto se ha fijado a veces como un estudio in vitro, históricamente aséptico y contrario, por principio, a la convocación de elementos extratextuales; por el otro, este ‘localismo’ extremo se resolvió en un aporte a una teoría general (por ejemplo, una gramática narrativa de los textos), la cual explicaba, retrospectivamente, los caracteres peculiares de las organizaciones discursivas reconocidas por una conversión de estructuras profundas compartidas. El inmanentismo ha podido perseguir así la idea de un sentido ‘autóctono’, homogéneo en sus articulaciones entre el plano de las formas generales y aquel de las formas locales, hasta el punto de resolver esta distinción. Sobre el plano sincrónico, la teoría ya ha contemplado y allanado, en un cuadro semántico y sintáctico profundo, las organizaciones textuales estudiadas.** La diferencia local (texto) no es una declinación del posible general; de hecho, tal declinación está contemplada para operar estrictamente por sus condiciones de posibilidad internas. En tal sentido, la inmanencia como método y la inmanencia como declinación de los casos de una gramática (pasaje de la virtualización a la manifestación) tienden a coincidir, aunque obligadas a un desfase temporal (fenomenología/sincronía) capaz de garantizar la optimización del modelo teórico.

El ámbito en el cual operan los sistemas semióticos viene a ser totalmente desfocalizado, a favor de una concentración sobre un sujeto epistemológico que unifica, en sus conversiones y enunciaciones, la totalidad del pasaje de sentido disponible. Debido a ello, incluso la semiosfera es vista como integrable en un gran texto.

 

2.2. Por una semiótica más ‘diabólica’

Lo que primero nos gustaría sugerir en esta contribución es que la teoría debería ser más modesta y al mismo tiempo más ‘diabólica’ (del gr. dia-ballo, ‘ponerse a través, dividendo’), es decir, más capaz de aceptar el estrabismo, la escisión de principios que necesariamente la sostienen: en efecto, la dialéctica, entre los principios fundamentales de gestión del sentido*** —el tratamiento de lo global y de lo local—, no puede ser resuelto ni en una preeminencia de uno de los dos polos ni en la superación de la bipolaridad. Por lo demás, la vida de la semiosis es tal precisamente porque no tiene un solo principio en el cual pueda resolverse: la asimilación o la no-asimilación en el nivel microsemántico, la homogeneización o la heterogeneización en el nivel macrosemántico. De tal modo, vamos a ejemplificar cómo, en diferentes niveles, la teoría se declina de manera casi antifrástica:

(i) podemos tratar de encontrar los fondos semánticos cohesivos (isotopías), pero es sólo para poner de mayor relieve las figuras distintivas e, incluso, las alotopías;

(ii) podemos indagar la figuratividad de los pasajes literarios o artísticos más pintorescos, algún prodigio en la ejemplificación de multiplicidad y variedad, pero tomando en cuenta que su presentación es sólo el fondo átono para exaltar la epopeya del héroe romántico, dotado de una absoluta unicidad en su destino;

(iii) podemos encontrar en los textos una organización de la enunciación enunciada, hasta el punto que las marcas de la actividad discursiva lleguen a asumir, sucesivamente, una configuración narrativa; pero tal relato de la enunciación funciona paradójicamente como un impulso interpretativo al reconocer aquel epicentro de valorización, no resuelto en el discurso, que es la subjetividad fenomenológica, verdadera matriz del sentido (Coquet, 2007: 40 y ss.)

Por lo tanto, la pregunta es la siguiente: si una semiótica de la cultura encuentra en todos los niveles esta palpitación del sentido, esta alternancia de la significación (sístole/diástole), esta divergencia de principios, ¿esto no debería también encontrar un reflejo sobre el plano de organización de la teoría, es decir, de su epistemología, permitiendo que los impulsos homogeneizadores (inmanentismo) se aproximen a los principios de reconocimiento y valorización de la heterogeneidad?

La segunda propuesta referida a la tradición inmanentista no se traduce en una demanda por retractarse de los propios principios; se trata, al contrario, de ponerlos a disposición para una dialéctica de perspectivas. Una semiótica más diabólica, es decir, que sabe dar peso a las regiones de lo global como a las de lo local, que atiende la homogeneidad de la descripción mientras que exalta la cultura de la heterogeneidad, podrá justificar mejor incluso el hecho de que a un principio de suspensión de las constituciones del sentido, con el fin de aprovechar las condiciones de posibilidad de la significación, pueda (o deba) fijar un principio irrenunciable de implicación que es propio de la comunicación.

De hecho, la teoría semiótica se encuentra en un continuo reposicionamiento de bipolaridad, de razonamientos antinómicos, y los desplazamientos en el nivel de complejidad de la gestión del sentido no dan vida sino a un reflujo constante de principios en oposición. Sabemos cómo cada pasaje de valores enunciados termina siempre por recrear una determinada heterogeneidad de nexos identitarios que sólo una narrativa podrá tratar de resolver;2 pero al fin y al cabo, el discurso del que se hace cargo no puede más que padecer a su vez la dialéctica entre el sentido enunciable (predicación) y el sentido administrable (interpretación), entre la iniciativa de una voz que determina una presunta intencionalidad del sentido y el pluralismo, vago y amplio, de los escuchas.

Por lo demás, la perturbadora reflexividad discursiva (el yo instituyente/el yo proyectado) impide la preservación de una perspectiva discursiva única, legítima y dirimente, tanto que la identidad narrativa se convierte necesariamente en interpretante legítimo de la misma subjetividad epistemológica. ¿O ésta querría ser excluida? ¿Una semiótica de la cultura puede desanclar la perspectiva de estudio, sobre la cual se apoya, de la codependencia relacional con otras subjetividades, incluidos aquellos simulacros discursivos en los cuales la instancia teórica inevitablemente se declina o se refleja? Y si acepta esta determinación implicativa, ¿la teoría semiótica no se confrontará mayormente con una heterogeneidad de instancias asociadas a tensiones polémicas, más que protegerse dentro de un dominio de valores convertibles y enunciables? Más sencillamente, ¿la producción teórica de la semiótica no debe aplicar a sí misma aquella epistemología discursiva que pretende que las otras ciencias reconozcan? ¿No debe recordar que su discurso es heterogéneo, que se ve obligado a construirlo y renegociarlo? ¿El metalenguaje no llega a ser una coartada para poder justificar un punto de límite, puramente ideal, en el cual la teoría y sus objetos podrían alcanzar una homogeneización total?

 

2.3. Por una semiótica más crítica

Y así llegamos a la tercera propuesta crítica que nos gustaría hacer al pensamiento inmanentista (y todas estas propuestas no intentan, de ninguna manera, transformarse en una abjuración). Se trata en particular de renunciar a la idea de un origen único de las formas (las estructuras profundas) para, en su lugar, prestar mayor atención al ambiente semiótico en el cual se asiste, si no a un clinamen**** de los fenómenos discursivos, por lo menos a una emergencia de formas nacidas del encuentro de prácticas semióticas que limitan recíprocamente su elección. La propuesta consiste en pensar la productividad del sentido como una provocación constitutiva: la de la homogeneización respecto a la diferencia, la de la multiplicación de puntos de vista respecto a aquello que se presenta como unitario.

Si en la fundación de una semiótica se ha dado un peso al rol de las formas diagramaticales capaces de transmigrar de un dominio de aferencia a otro, es porque ésos, aunque icónicos, se liberan de las determinaciones identitarias que los presiden para vivificar una terceridad mediadora. Lo que sugiere que la realización de la semiosis es siempre dependiente de un hiato, de una brecha entre asimilación y desasimilación, con lo cual se trata de poner remedio a través de una consecución recursiva de operaciones (homogeneizar lo desigual, distinguir lo solidario). La reconducción al símil pasa siempre por uno de los espacios críticos de la gestión interpretativa, antes que descender de un principio más profundo y al fin fundador. La propuesta consiste, así, en restituir a la mirada semiótica una superficie crítica, en la cual el sentido se abra como una herida que se necesita suturar constantemente, antes que como una conversión de organizaciones más profundas o como una concatenación de presuposiciones. La síntesis y el análisis operan solamente en el interior de una gestión del sentido circular que ya no podrá, definitivamente, resolver la dialéctica entre trascendencia e inmanencia, heterogeneidad y homogeneidad.

En cuanto al programa de deontologización reconducido a la tradición saussureana, éste no debe tener como objeto sólo la referencia, sino además las instancias que promueven el sentido (las subjetividades) y lo regulan (las gramáticas). En tal modo, la lengua misma podría pensarse más como un sistema emergente en el encuentro entre prácticas contingentes que como una forma preordenada de la cual provienen los actos de lenguaje. El texto, a su vez, es un gran albergue de heterogeneidad: los diversos lenguajes utilizados, las normas inevitablemente asumidas, los marcos institucionales que reconducen a las propias miras enunciativas. La síntesis de lo heterogéneo que ahí opera merece una modelización que debe permanecer a una debida distancia crítica de la organización teórica, a reserva del hecho de que esta última se limitaría a contemplar lo local en sus estructuras generales, sin verdaderamente interpretarlas (Basso Fossali, 2013).

 

2.4. Por una semiótica más comparativa

Explotar toda la potencialidad de ejemplificación***** del texto puede ser un buen ideal regulativo en la indagación del objeto cultural (inmanentismo preliminar), pero es obvio que tal ejemplificación es constitutivamente incompleta y que sólo la asunción de un corpus oportuno permite recoger la riqueza y la resonancia paradigmática relativa de los sistemas de formas albergados en la inmanencia del texto.

El gran retraso de la disciplina en promover el análisis de corpus y por consiguiente de los estudios diacrónicos ha impedido que el ojo fino del analista se dotase también de un espesor oportuno por la caracterización de las elecciones enunciativas. Un defecto en la organización de la investigación —para analizar corpus extensos hacen falta equipos y no mitos ligados al intérprete de genio y del epistemólogo de garantía— ha provocado al menos dos vicios en la madurez de la semiótica como disciplina. El primero ha sido la ausencia de una interposición, entre modelos generales y formas textuales, de un principio productivo de desasimilación y rearticulación crítica entre las dos formas de organización: epistemológica y sincrónica vs discursiva e histórica. El análisis devenía una transposición del texto en un laboratorio metalingüístico; por lo menos, la erradicación de la semiosfera de referencia parecía lícita por el carácter ‘autonomista’ del objeto artístico ‘clásico’, al cual fácilmente se concedía la superación, por anticipación o sublimación, del contexto sociocultural de producción (es el mito de la autotelia de la obra de arte). El segundo vicio fue intercambiar un principio de precaución —el del enfoque inmanentista— como el sello resoluto de toda una metodología de investigación, pudiendo hacer esta última una economía de cada recurso a la extratextualidad. Por consecuencia, la mirada epistemológica misma ha comenzado a observar con recelo la perspicacia del ‘experto’, como si esto violase una pureza de método en su voluntad de reconocer intertextos, técnicas, tradiciones.

Una reconstrucción filológica de los grandes maestros de la semiótica no salva la mala conciencia histórica acerca de las derivas del inmanentismo y las ‘sendas perdidas’ de la investigación (corpus, diacronía, normas, etc.). La verticalidad de las relaciones entre el foco esclarecedor de la teoría y las grutas textuales más bien ha oscurecido —quizá por exceso de brío epistemológico— la relación horizontal entre los objetos culturales. Por otra parte, la copertenencia de teoría y objeto ha acariciado el amor patético, cuando la esquematización de formas generativas rozaba la comodidad al exhibirlas desde abajo, en las redes discursivas del texto.

 

3. Por una ecología semiótica

3.1. Planos de pertinencia y heterogeneidad

Reflexionar epistemológicamente sobre la práctica teórica es de por sí un modo de destacar que las exigencias internas a su elaboración no corresponden del todo a aquellas investigadas por otras prácticas; nuestra práctica teórica comporta restricciones específicas. Resulta que la esquematización del propio hacer teórico y aquella del dominio cultural investigado no están completamente superpuestas ni necesariamente se encuentran homologadas.3 Por lo demás, si volvemos a la referencia sobre los niveles de inmanencia elaborados por Fontanille (2008), nos daremos cuenta de que la heterogeneidad, en parte contenida en las determinaciones identitarias propias de textos y objetos, emerge por el contrario con fuerza, cual aspecto imperfectivo de la significación —en las prácticas— para después crecer ulteriormente en las conductas estratégicas, hasta las formas de vida, donde las diversas agencias de sistematicidad son cultivadas como recíprocamente compenetradas en una relación osmótica con el ambiente (Basso Fossali, 2012).

La escenarización, que debería soportar la programación de la acción, está vinculada a una gestión de la apertura del espacio en el cual la práctica busca arraigarse; la actividad configurativa que acompaña la toma de iniciativa debe descontar el hecho de que la homogeneización ejercitada, en virtud de un interés temático preciso, está siempre acompañada por una apertura a la contingencia (escenarización evenemencial) (Basso Fossali, 2012). En cuanto a la estrategia, ella es tal sólo porque contempla en su interior la heterogeneidad de las escenarizaciones que los otros sujetos implicados podrían elaborar de manera concurrente: ella se encuentra forzada así a volverse también táctica (De Certeau, 1980). La forma de vida, finalmente, vive de heterogeneidad, debido a que se expresa en el hecho de que cada centro identitario es interpenetrado desde el campo de influencia de otros centros identitarios, en un sistema de interferencias recíprocas. Sólo a través de la noción de forma de vida es posible construir, por ejemplo, una semiótica de los recorridos donde localice la significación de los pasajes, es decir, aquellos momentos de perturbación de los sistemas identitarios que dependen de la interferencia entre campos de presencia aferentes a sujeto/objetos diversos, esto es, a la compenetración de espacios gravitacionales múltiples en los cuales a la instancia de atracción le sea difícil preservar unilateralmente el control de los valores (Basso Fossali, 2012).

 

3.2. Inmanencia y resiliencia

Si la inmanencia puede ser un punto de engarce preliminar del análisis textual (especialmente en lo que se refiere a la ejemplificación del sistema de diferencias y de articulaciones internas), más difícil parece sostener que ésa sea también una buena perspectiva de aproximación a los planos de pertinencia superiores, donde las prácticas, estrategias y formas de vida gestionan una apertura irremediable (identitaria), requiriendo una actividad configuradora constante y el ejercicio de un principio de resiliencia (antes que de inmanencia). Se busca en definitiva un equilibrio tensivo entre interior y exterior, una homeostasis, según una flexibilización de las determinaciones semióticas autónomas y heterónomas, de sí y del propio ambiente. La necrosis semiótica coincide, en tal perspectiva, precisamente con la cristalización configuracional alcanzada.

Ahora bien, es evidente que un principio de inmanencia, por el acceso a una descripción unificada y reconstructiva de las determinaciones semióticas, no debe de ningún modo ‘contaminar’ los objetos de estudio, los cuales, como formas de organización semiótica, llegan a ser administradores de heterogeneidad. En segundo lugar, el posible primado de la práctica sobre la epistemología******* puede llevar a reconocer que esta última es sólo el fruto de una integración descendente, una reducción del espacio de negociación de la teoría al espacio descriptivo destinado en los textos de los cuales ella se sirve.

El textualismo padece así una suerte de retorno (re-entry): más allá de pretender recoger todo en términos de organizaciones discursivas delimitadas, esto hace pensar estratégicamente los propios movimientos dentro del perímetro textual que la teoría misma se ha construido. Ciertamente, es posible retener este resultado como la optimización del inmanentismo, que añade a un plano de homogeneización de los propios objetos de estudio, una autonomía de la mirada que ya no debe dar cuenta de la relación con otras prácticas. Después de haber tomado este camino, la epistemología se encuentra, por decirlo de algún modo, en declive.

Una ecología semiótica puede retener en su lugar que la consistencia semántica de los productos semióticos (objetos, textos, signos) dependa también de la resiliencia de las prácticas, de las estrategias, de las formas de vida, es decir, de su capacidad para gestionar la indeterminación, reestructurándose continuamente de frente a las perturbaciones del ambiente. Ajustes y armonizaciones no son, por lo demás, ‘escrituras’ autónomas del propio equilibrio interno; éstas son retraducidas completamente en el propio lenguaje interior, lo que es funcional a una dramatización de los roles, donde también el rigor exhala, involuntariamente, pasión.

 

3.3. Crítica de la razón organizativa

Asumir un plano de inmanencia significa colocarse en el nivel de las instituciones de sentido en donde su organización interna se ocupa de estructurar la economía de valores definitorios y su resistencia en el tiempo, tratando de volver indiferentes las valencias externas. Por sí misma, una organización busca la estabilidad y autonomía del propio ejercicio; el afinamiento técnico que ella persigue es, por lo tanto, capaz de ofrecer modelos que son independientes del campo de ejercicio (Basso Fossali, 2011). Sus proyectos culturales mayores se concentran en la elaboración de dispositivos, los cuales asignan roles actanciales sin que quepa el mérito de la historia y de la condición contingente de los actores implicados (incluso un dispositivo jurídico debe esconder suficientemente la discrecionalidad del juicio con respecto a los sujetos implicados).

El inmanentismo indaga y promueve una expansión continua y el perfeccionamiento de las organizaciones de sentido, terminando por interpretar la semiótica de la cultura sólo en la clave de un objetivo genitivo. La ‘misión’ inmanentista opera analíticamente sobre la cultura, porque en sentido inverso debería reconocer que la promoción crítica de valores culturales no pasa sólo a través de una resolución de la heterogeneidad y una indiferencia a las valencias.

El valor-neutral (libertad de juicios de valor) del análisis, la predilección por los objetos culturales cerrados, el valor conclusivo preferencial del análisis en la esquematización no son más que síntomas diversos de una afección común: la obsesión por eliminar la interferencia heterónoma. El modelo hiperonímico representa el terreno del juego concluido, dotado de tal organización interna por haber minimizado las variables externas, ilustra un sobreordenamiento desde donde contemplar la casuística. En cuanto a las valencias, éstas son instituidas y apreciadas como estrategias retóricas que reproducen la asimetría de los puntos de vista y de las valorizaciones en campo: el texto no representa, pero ‘presenta’ directamente el terreno sobre el cual se encuentran arraigados los desafíos narrativos. Como se ha mencionado, la autonomía de los lenguajes llega a ser autotelia de las enunciaciones dado que cada una ofrece el único terreno adecuado para observar las relaciones con las otras. Las prácticas se desarrollarían entonces en la intermitencia de su discursivización o, en todo caso, de su configuración autorreflexiva.

Quizá por tal razón, el inmanentismo siempre ha visto con recelo las interacciones orales, indeterminadas en su inicio, en su fin, en su implicación espacial; del mismo modo se ha sentido molesto por la trascendencia de las obras de arte, multiplicadas en versiones, fragmentos y paternidades inciertas. Cuestiones como la transtextualidad, la intencionalidad, la influencia, la apropiación del sentido por parte de las formas de vida, aparecen como etiquetas sintomáticas de una contaminación extradisciplinaria o de una recaída de una búsqueda pretenciosa e incontrolable.

De hecho, el posible abandono del inmanentismo ha sido visto como una perdición o como el feliz retorno a la licencia del impresionismo crítico, donde la originalidad del punctum revelado sólo tiene el valor de irradiarse sobre la figura presunta de excepción del estudioso.4 Cierto, la caja de Pandora se abre apenas se constata que los valores elaborados internamente a los juegos lingüísticos no agotan la totalidad de los valores probados, dado que algunos, por ejemplo, dependen de la aprehensión perceptiva del texto; o bien, cuando se admite que las formas de vida no encuentran ninguna meta-regla para seguir unos juegos lingüísticos en vez de otros: la concurrencia entre ellos es, de hecho, contingente e indefinidamente abierta a la problematización.

 

3.4. Arbitrariedad y cierre

Podemos razonablemente preguntar si el inmanentismo lingüístico, reservado al estudio de los sistemas, puede con más justicia pretender hacia el cierre. Ahora, ya en la tradición saussureana, la noción de arbitrariedad parece ofrecerse a salvaguardar la autonomía de la lógica interna del sistema, en cuanto no se encuentra motivada por ningún otro elemento del exterior. La aparente indiferencia de la organización lingüística con respecto a las miras significantes no debe, sin embargo, conducir a conclusiones precipitadas por lo que respecta a una semiótica de la cultura.

Se puede así observar que "la autonomía del juego es [...] una condición para su apertura" (Utaker, 2002: 285). En la práctica, se trata de criticar la idea de que la lengua sea un código que prevé simplemente el pasaje de la potencialidad (virtualidad) a la manifestación (realización), porque en verdad, en su arbitrariedad de correlaciones, la lengua deja que la contingencia del uso sea la que refigure el juego mismo y sus figuras internas. La particularidad de la organización lingüística consiste en ofrecerse como un dominio de mediaciones atravesadas de parte a parte. Ella ofrece los principios de articulación, los modos para administrar un patrimonio cultural en el cual la identidad se encuentra en transformación continua. Es como si la cultura fuese construida por dos espejos acoplados, pero con poderes reflejantes opuestos; donde lo social se divide en dominios y se ramifica en nexos y vínculos infinitos, los sistemas semióticos reintegran las posibilidades sintácticas y liberan las asociaciones técnicas re-proponiendo resonancias paradigmáticas desvinculadas y más generales. Precisamente porque es arbitraria, la organización interna de los lenguajes puede ser asumida como un ambiente de trabajo que acoge y media las prácticas.

El sistema cerrado de la lengua puede permitirse tal título precisamente porque no absorbe aquello por lo que se deja atravesar, sino la regularidad con la cual este último se expresa; se trata entonces de una clausura relativa, dado que permite una historia, esto es, sigue una genealogía de los usos, sin perjudicar la libertad y la contingencia. En el fondo, la lección saussureana consiste en ver que existe una superveniencia de los efectos de sentido que dependen de las mediaciones de los sistemas lingüísticos sin ser reductibles, en términos causales, a ellos.5

 

3.5. La interpenetración

Las reflexiones precedentes nos han conducido a negociar de manera diversa el sentido del cierre y de la apertura. De hecho, estamos acostumbrados a una teoría de los sistemas, donde el cierre o la apertura son dos modos diversos de concebir las organizaciones del sentido que viven siempre y, en todo caso, en acoplamiento con un ambiente.6 No sólo el sistema se encuentra construido por relaciones internas; él mismo se halla individualizado por relaciones con el ambiente, y por lo tanto con otros sistemas copresentes y concurrentes. En el máximo de cierre se dirá que el sistema traduce todo en las operaciones que son elaboradas a través de las propias mediaciones; pero en el plano del ejercicio de sus funciones y de su definición identitaria esto se encuentra abierto a la contingencia, a las formas de irritación más diversas, a las variaciones del ambiente, y puede ser incluso interpenetrado por otros sistemas. El cierre de operaciones y la apertura relacional pueden convivir.

Al lenguaje le cuesta llegar a ser un verdadero sistema ‘social’, debido a que su sistematicidad es susceptible de la máxima interpenetración (Luhmann, 1984: 351 y ss.) No llega a ser un plano de especificaciones identitarias, pero sí un plano de coalescencia, permeabilidad y paradigmatización de las determinaciones de valor. El sistema lingüístico no constituye un propio ambiente por negación; más bien, en su ofrecimiento como mediador para la elaboración autorreferencial de los sistemas sociales, termina por participar del modo con el cual estos perciben su respectivo ambiente. Esto explica por qué el sistema lingüístico se asume regulativamente (Kant) como una semiosfera, o una contribución de ésta, y por qué es correcto pensarlo como privado de una determinación referencial (se dispensa desde el establecimiento de un ambiente de referencia propio). El debilitamiento de las propias pretensiones identitarias es, por lo demás, la especificidad de todo sistema de mediación.

Una inmanencia de los valores semánticos en la lengua se encuentra, por lo tanto, fuera de lugar; es más, precisamente porque es atravesado por diversos sistemas con fuertes reivindicaciones identitarias (los dominios sociales viven constantemente proyectados hacia una autonomía imperfecta propia), el lenguaje constituye un lugar de confrontación de las heterogeneidades, al cual sólo las restricciones prácticas (tipos de discurso, normas, géneros, etc.) ponen freno.

 

3.6. La práctica cognoscitiva como triangulación respecto a dos inmanencias

La inmanencia semiótica en cuanto tal revela ser un cuadro de relaciones negativas, sea que se trate de aquellas internas a la lengua, trazadas a partir de una perspectiva de enunciación, sea que se trate de aquellas instituidas por el sistema en confrontación con su ambiente, a través de la desasimilación. Sólo la práctica gestiona valores positivos y eso precisamente porque articula la heterogeneidad de diversos planos de inmanencia que, en cuanto tales, tienden a descargar y distribuir las valencias en la extensión de las relaciones activadas.

A lo positivo del valor corresponde entonces una cuota constitutiva de indeterminación, un carácter escurridizo que no puede reflejarse en la imperfección de las prácticas. Toca a estas últimas ‘insistir’, elegir los puntos de ataque para la iniciativa, crear asimetrías entre las focalizaciones de diferentes valores prefigurados o en su lugar traducir valencias. Una semiótica de las estrategias, finalmente, no puede más que buscar trascender el hecho de que entre identidad (sistemas de observación) y ambiente (semiosfera) surgen acoplamientos constitutivamente diversos y asimétricos, debiendo con ello abrir un espacio crítico del conocimiento, fundado sobre la implementación del sentido pero nunca totalmente conmensurable. El único ‘realismo’ concedido a la significación en acto es el de la conciencia de no poder contar sobre un horizonte último y compartido para la elaboración del sentido.

Más que pensar que también el evento se encuentra precodificado, en cuanto se plantearía como una virtualidad interna al sistema de mediaciones, es mejor asumir la idea de que el rol actancial (preeminente y con frecuencia obsesivo) de la organización es aquel que garantiza sobre todo un equilibrio interno, una estabilidad de las propias operaciones. Sin una apertura a nuevas condiciones contingentes que van a instaurar un nuevo equilibrio del sistema, la evenemencialidad no sería más tratada como una oportunidad, sino exclusivamente como un disturbio indiferenciado que debe ser resuelto en las respuestas ya contempladas del sistema.

Esto no sólo permite distinguir las mediaciones de la producción de conocimiento, también instituye una suerte de modalización de la escena teórica misma respecto al ambiente en el cual opera: de hecho, la inmanencia ofrecida por una forma de acoplamiento atraviesa siempre una heterenomía de investimentos identificados gracias a una forma de acoplamiento diverso. Más concretamente, el rol de la semiótica en las ciencias sociales puede ser aquel de poner bajo perspectiva aquellas formas de mediación que permiten la conversión de valores dependientes de un acoplamiento con un ambiente social con otros a los que les concierne, en cambio, un acoplamiento con un ambiente psicológico; o incluso, la semiótica puede presidir las articulaciones entre observaciones que dependen de un posicionamiento ético (etic) del investigador y observaciones que se encuentran ancladas en una mirada émica (emic). En cuanto a la ciencia de las mediaciones, la semiótica reclama un rol específico dentro de las ciencias humanas: aquel de mostrar cómo, en una ecología de la significación que se alimenta de la heterogeneidad de las formas de organización, la mediación de los lenguajes se ofrece como un elemento fundamental de canalización y traducción.

Si el conocimiento tiene todavía una ‘misión’ es porque los ambientes de referencia de los valores son un ‘cumplimiento’ desdoblado e infinito: la sociedad y la psique, la sociedad de pertenencia y la extranjera, etc. La forma de vida tiene como tarea interconectar tales ámbitos de referencia diversa y para intentar la traducibilidad y las autonomías (desacoplamientos) no duda en aprovecharse de una heterogeneidad de juegos lingüísticos ciertamente bienvenida. La multiplicación de semióticas, de hecho, es al mismo tiempo un sistema de ‘lazos’ que interconectan los ambientes y un sistema de emancipaciones (instituciones de espacios ficticios, o aun ficcionales). Si el sentido de las prácticas ya no es ‘perfectivo’, desde luego es imaginable que el conocimiento se frene más acá de la transpiración entre discurso y experiencia y que el sentido inmanente a un texto se proponga verdaderamente como terminativo.

 

3.7. La inmanencia lingüística apunta más allá de sí misma

El recorrido ‘vicioso’ de la semiótica inicia cuando se piensa que es necesario instituir un cuadro de sentido anterior a las determinaciones sociales y psicológicas de los valores; en su lugar, bien se puede aprovechar el ser una ciencia de las mediaciones que se introduce entre ámbitos de referencia diversa. Pensar la inmanencia de las formas respecto a los acoplamientos que producen estos últimos con relación a los marcos significantes es una cuestión diversa que retener el hecho de que, permaneciendo en la inmanencia de una forma semiótica, sea posible garantizar un cuadro de distinciones dotado de una valencia autónoma. Además, en vez de reivindicar un nuevo y más profundo acoplamiento de la subjetividad enunciante con un lenguaje, es bueno exaltar la arbitrariedad de este último, su apertura a la contingencia de los usos, con el fin de hacerlo, si acaso, un instrumento de desacoplamiento, o sea, el factor más emancipador de una cultura respecto a las propias esclerosis.

Pero si se insiste en explorar la inmanencia de una condición de acoplamiento con un sistema lingüístico, entonces ella deja finalmente filtrar su forma sólo a través del reconocimiento y la elaboración interna del no conforme. Por lo demás, la forma misma de un lenguaje se revela en el momento en el cual pone de manifiesto su resistencia a la traducibilidad en otras formas lingüísticas o en su lugar cuando deviene espasmódica su tensión elástica en la búsqueda de trasladar formas semióticas diversas; se revela, en conclusión, a los confines operativos y operables de sí misma. Finalmente, se puede incluso dudar de que las semióticas sean ‘sistemas’ en sentido propio; ellas comenzarían a comportarse como tales sólo por reacción a la alteridad y a la heterogeneidad de otras instancias formativas. La mayor sistematicidad de las lenguas naturales sería entonces dependiente de la frecuencia de su solicitación y del alcance público de su irritación. Pero, a decir verdad, tales ‘reacciones’ ya se encuentran acompañadas por las prácticas enunciativas, dotadas ya sea de una economía interna propia, ya sea —la mayoría de las veces— de un bagaje polisemiótico.

En la inmanencia de un dominio semiótico cada forma muestra que no se cuida mucho a sí misma; la forma de organización de las enunciaciones es un sistema-filtro para acceder a la forma del enunciado, pero a veces la declinación del enunciado es sólo la ocasión para exhibir el estilo de enunciación. Las relaciones entre formas son jerárquicamente móviles, pero todas muestran el hecho que ellas no son más que organizaciones locales para un relanzamiento del recorrido de sentido. La forma es un punto del paisaje de la interpretación y en tal modo podemos comprender la aportación al plano del contenido que es producido por la automatización y el proceso de recategorización y reconfiguración de la forma de organización de los significantes.

En definitiva, la forma, al ejemplificar una organización posible, funciona siempre como un índice que apunta más allá de sí misma. En tal sentido, lo que hoy se tiende a denominar con el término episemiótico no es más que el espacio de control y el intervalo de confidencia en el cual una forma lingüística es puesta en tensión por enunciadores e intérpretes con fines de generalización, descontextualización, proyección figural (una contigüidad de ‘trascendimientos’). De este modo, lo episemiótico reúne la conversión de la inmanencia en manifestación —que pertenece a las formas de mediación reunidas como fuente (source)—, una dialéctica entre inmanencia y trascendencia, en donde las clases lingüísticas son vistas como puntos de destino (cible) de la enunciación en acto.7 En efecto, las prácticas lingüísticas no vacilan en ocuparse del patrimonio semiótico, así que a la transparencia relativa del medio se sustituye localmente la atribución a los signos de una identidad cultural con pleno título, también dotada de una historia por reivindicar.

 

4. Contra el sentido autóctono

4.1. El sentido no es modular

Se podría preguntar legítimamente cómo una ciencia de las mediaciones puede reivindicar una significación estrictamente interna a una forma única de organización. En su rol de desquiciar a los programas de naturalización de las ciencias humanas, la semiótica afirma que no son ámbitos que puedan reivindicar una significación no mediada, o sea, de los valores del todo autóctonos y arraigados, por ejemplo, en los procesos neurofisiológicos. En tal sentido, incluso las leyes gestálticas —se piensa en particular a la así llamada tensión a la pregnancia— no serían ajenas a las valorizaciones dependientes de factores externos al funcionamiento, en sentido estricto, de la máquina perceptiva.

El sentido no es modular, es decir, procesado dentro de ámbitos separados preliminarmente y distintos a nivel funcional; al contrario, incluso dentro de los acoplamientos con ambientes de valor diversificados, las elaboraciones del sentido perfilan tensiones a superar el ámbito dado, según dialécticas de autoatribución e imputación, autorreferencialidad y heterorreferimiento, reflexividad y transitividad, psicologización y socialización.

La práctica debe entonces triangular el propio punto de vista con al menos dos ambientes de elaboración de valor diferentes. La arbitrariedad de las correlaciones y la coexistencia de juegos lingüísticos diversos parece, por lo tanto, suspender cualquier reunificación del sentido en una plataforma única de ‘cálculo’ y parece traducir la contingencia de las múltiples dependencias de valor en una oportunidad.

Como se ha dicho, el proyecto saussureano y su defensa con respecto a una autonomía de la semántica lingüística nunca se han ubicado como la búsqueda de un plano autóctono de elaboración de los valores, sino como el reconocimiento de la ubicuidad de las mediaciones que obligan a ‘secuestrar y distraer’ el sentido donde hay una pretensión unilateral de significación. La vocación anti-reduccionista de la semiótica radica en esta defensa de una significación-puente, siempre jugada entre dominios de valores diferentes (físico y perceptivo, psíquico y social, experiencial y discursivo, pragmático y evenemenencial). Las mediaciones no son más que instancias terciarias que recuerdan, incluso antes de articular dominios diversos, que no se bastan a sí mismas, que no pueden más que apuntar a reelaborar acoplamientos y sistemas de codependencia, y finalmente a reingresar a articulaciones apuntadas hacia significaciones ulteriores.

He aquí que cada inmanencia de acoplamiento señala hacia una propia rearticulación transferida gracias a las mediaciones; de hecho, la cultura es emancipación de dependencias preestablecidas, proyectando a una ineludible inclinación trascendente de la gestión del sentido garantizada por la vía lingüística; a saber, la cultura es aquello que asegura una instrucción identitaria preservable y productiva, aun en la pluralidad de las manifestaciones. Vamos a explicarlo con detalle.

 

4.2. La identidad trascendida

Hay otra acepción del término inmanencia que posee ciudadanía legítima en semiótica: la que concierne a la identidad de los objetos culturales y ha sido elaborada en particular por Gérard Genette. Los movimientos teóricos de Genette (1994), a partir de la notable distinción goodmaniana entre autografía y alografía,8 pasan por dos estadios distintos de problematización:

1) el primero pertenece al hecho de que la semiótica de las culturas negocia la identidad que no se encuentra más ligada a una inmanencia material (como el ejemplar único de una tela o también los ejemplares legítimos y múltiples de una misma escultura en bronce). He aquí que el objeto de inmanencia puede llegar a ser ‘ideal’, es decir, una notación, usado a través de un sistema de convenciones escriturales, a partir de los cuales produce las manifestaciones heterosemióticas, ciertamente diversas, pero todas solidarias con el texto ‘generativo’ de partida (clase de concordancia de las ejecuciones);

2) el segundo muestra cómo la libertad que conceden los juegos lingüísticos no declina la misma identidad inmanente (manifestación sensible concordante); puede acceder incluso a una administración evidente de trascendencia. De hecho, lo ideal de una inmanencia común a objetos diversos puede ser:

superada —gracias al reconocimiento de una forma de vida cultural que surge sincrónicamente— a través de variantes y, diacrónicamente, por medio de modificaciones de la inmanencia material (las determinaciones son múltiples, heterogéneas, fragmentarias);

destronada, o sea, destituida de su poder de individuación, por vía de un acoplamiento diverso con otras identidades (basta cambiar el cuadro de las relaciones autorales o intertextuales para que una misma inmanencia sea considerada como constitutiva de identidades diversas).

La inmanencia funciona como una reducción identitaria posible respecto a aquello que también se manifiesta diversamente, yendo a individualizar la experiencia diversificada de una entidad cultural subyacente; la trascendencia, en cambio, procede a reconocer una permanencia/discontinuidad identitaria entre manifestaciones que no dependen más de un anclaje generativo común, pero sí de un paradigma genético de existencia (arqueología de las condiciones históricas de transmisión del objeto, genealogía creativa, etc.). Si la alografía y la autografía regulan la inmanencia y realzan el plano de la experiencia del objeto cultural (condiciones de acceso a los valores sensibles pertinentes), la trascendencia añade el frente dialéctico de su plano de existencia.9

Tales observaciones, si se llevan a sus consecuencias más extremas, derriban el concepto mismo de identidad cultural; ésta, finalmente, sería inmanente a una determinación semiótica autónoma y única (autográfica y alográfica), sólo por los efectos negociados de naturalización, ya sea de su reproducibilidad, o bien, de su trascendencia de manifestación. Aquello que siempre permanece subyacente a estas operaciones de neutralización es, de hecho, una relación de acoplamiento, la cual revela el aislamiento imposible de cualquier inmanencia. Entremos entonces aún más en el detalle.

La fidelidad al ejemplar único, aunque susceptible de una manifestación vicaria indiscernible (impronta o copia), depende de un acoplamiento con el autor a lo largo de la historia productiva de la ópera. Del mismo modo, la posibilidad de aceptar la condición fragmentaria de la ópera depende del acoplamiento con una concatenación idealmente ininterrumpida de testimonios, así como la delimitación de los ejemplares pertenecientes a una obra de arte a un objeto múltiple, o la trascendencia de las variantes legítimas de una misma poesía es aceptable sólo en acoplamiento con la intencionalidad del artista y la atestación de sus actos performativos.

La autotelia de la obra de arte, en grado de fijar por siempre las condiciones por su experiencia, ha sido un espejismo lamentablemente enaltecido en la ejemplaridad del objeto cultural. Por el contrario, bien analizada, la defensa misma de una inmanencia material irreproducible depende de una serie de acoplamientos y de operaciones de neutralización.

La vieja decodificación de los textos es sustituida por una contingencia de la determinabilidad del objeto cultural a lo largo de una serie de transformaciones que hacen posible gestionar una instrucción identitaria común. No se trata, en efecto, de liberarse del concepto de identidad cultural, pero sí de deconstruir su concepción tradicional, que parte sobre todo de la identidad a sí mismo del objeto, es decir, de un aislamiento de su inmanencia que es, en efecto, constitutivamente una falacia. Las mediaciones semióticas permiten el acceso a una multiplicación de determinaciones identitarias y a una diversificación de los planos de inmanencia que, para insistir en instrucciones comunes, apuntan necesariamente hacia un correlato trascedente. También se puede resumir tales conclusiones diciendo, en términos más generales, que las condiciones de experiencia deben ser disímiles con respecto a las de la existencia. Por lo demás, la noción de identidad narrativa puede ser releída como la manifestación final de la idea de que no existe más alguna inmanencia aproblemática y que la (r)esistencia identitaria es un proyecto asintótico y plurinivel, y nunca un punto de partida.

 

4.3. La técnica ‘patinada’

Para una semiótica de las prácticas, el sujeto no es solamente un rol sintáctico, sino un epicentro de reelaboración y promoción de los valores; en este sentido, el sujeto es percibido como un centro de indeterminación por parte de otras instancias subjetivas. Sin embargo, todos los intentos de definir autónomamente los valores están destinados al fracaso; y en la comunicación con otros sistemas identitarios, está obligado a un ‘comercio’ forzado de trascendencia, con el fin de negociar, de vez en vez, el valer de los valores promovidos o cooptados. Esto implica, por ejemplo, que también los tratos aparentemente más definitorios de las identidades puedan asumir una mera valencia mediativa; o bien, si preservan un valor interno, este último es asignado precisamente porque es capaz de traducir o subrogar los valores de sistemas externos. Por lo demás, parece que una característica constitutiva de la intermediación de los lenguajes es la de promover un principio de analogía, que obviamente hibrida las determinaciones identitarias.

Ahora, la diferencia conceptual entre valor y valencia es de por sí un reconocimiento del correlato trascendente de cada organización sistémica. El valer del valor difícilmente puede ser definido en el interior de un espacio de mediación (él lo filtra de modo no prejuicial, arbitrario), pero especialmente, también cada enunciación o escenarización se reencuentra con las modificaciones que provienen de un fuera de campo, de un contexto o de un ambiente. Por lo demás, cada valencia modal (vale porque se debe, porque se puede, etc.) termina por introducir una configuración lateral (la manipulación, el don, la elaboración psicológica, etc.) respecto a la escenarización tópica de la comparación con los mayores desafíos narrativos, como la falta o la desproporción.

La ‘clausura’ de un escenario de sentido es en sí misma un ensayo extremo efectuado por una organización instituyente que, por las propias ambiciones desmedidas, está obligada a recurrir a un exceso de mediaciones y discursos. La neurosis de la autonomía significante, cultivada por los diversos dominios sociales, se resuelve en el imperio de los medios, que en ocasiones trascienden las pertinencias e interconectan aquello que les gustaría separar. Es, por lo menos, dudoso que ellos garanticen formas de vida más ‘sanas’, y más bien, gracias a la progresiva duplicación de la realidad social, terminan por contraer la misma neurosis en un progreso imparable de autorreferencialidad.

Al contrario, la apertura modal, de por sí lateral, es la primera renuncia de inscribir el sentido en un plano único de inmanencia. Por lo demás, una semiótica de las prácticas está obligada a problematizar la apertura de cada escenario de sentido, suspendido como está entre programaciones de la acción y de la reacción, entre escenarizaciones pragmáticas y evenemenciales, visiones estratégicas y tácticas, entre observaciones de primer y segundo orden.

Una semiótica de las prácticas vive del antagonismo entre perfiles de sentido que se ponen de través, uno con respecto al otro:10 a la aprehensión del sentido (perceptiva o textual), que trata de encontrar figuras sobre fondos isotópicos; siguiendo un principio configuracional, se sustituye un estilo ‘patinador’ de la semantización, por utilizar una metáfora del esquí de fondo y de su paso alternativo. Hacerse cargo del devenir y de la intersección continua de perfiles diversos de la significación obliga a deslizarse continuamente entre uno y otro, manteniendo fijo un pie en la inmanencia para después andar fuera, hacia un plano-correlato de trascendencia y viceversa. El sentido emergente en las prácticas se encuentra conectado estrechamente con el cruce de los planos de referencia.

Entre otras cuestiones, una semiótica de la percepción y una semiótica textual no pueden ser autónomas respecto a una semiótica de las prácticas, visto que ambas dependen de cuadros de acciones y de mediaciones culturales ya en competencia (actualización múltiple de recorridos de sentido). Sin embargo, es reconocido que, por un lado, la estesis impresiva, y por el otro la búsqueda de toda regularidad interna en el texto, se erigen como ejemplificaciones límite de una cartografía del sentido en un espacio integrado, o porque dan cuenta de una experiencia que rechaza las restricciones de juegos lingüísticos (aprehensión sensible, es decir captación impresiva)11 o porque dependen de una textualidad indisponible para hacerse reinterpretar por la percepción del plano de la expresión (es el caso de las notaciones). Estos dos regímenes de sentido, que también tienen un rol indudable en la gestión de la significación, no son más que operaciones de neutralización respecto a la ineludible coalescencia de inmanencia y trascendencia.

 

4.4. La inmanencia como tierra de nadie

En antropología, sobre la base de los avances de los estudios lingüísticos, se ha subrayado con frecuencia la exigencia de distinguir un enfoque emic —ligado a las valorizaciones que circulan estrechamente dentro de las prácticas culturales de una comunidad—, de un enfoque etic, que se autoconfina a una observación destacada y objetivante. La asimetría en apariencia ‘feliz’ y ciertamente respetuosa nace, una vez más, de la hipostatización de un sentido autóctono y en su mayoría organizado según taxonomías sociolectales (emic). Este sentido autóctono debería distinguirse de su reorganización a través de una observación ‘ajena’, dirigida a las tipologizaciones científicas y a la extracción de los procesos generativos (etic). Ya Lévi-Strauss (1983: 161 y ss.) había subrayado cómo la derivación lingüística de emic y etic podría inducir a una distinción falaz entre el acceso directo a los valores por la vía perceptiva y a la discriminación analítica, objetivante, propia de la mirada científica. La escucha del lenguaje, por lo tanto la dimensión emic, trabaja por distinción de rasgos distintivos y la confrontación con un enfoque etic se ubica sobre diversas formas de pertenencia, no sobre un pasaje presunto de lo inarticulado a la estructura objetiva. La asunción que Lévi-Strauss realizó de las categorías propuestas por Pike (1959), aunque toma con seriedad su derivación lingüística (fonémica/fonética), no alcanza de verdad la extensión que este último le había dado, sobre la reserva de las enseñanzas de Sapir. Una extensión que se encuentra reflejada, por ejemplo, en Geertz, cuando propone distinguir el aporte de una semiótica —por ejemplo, en el estudio de los cantos populares en cuanto organizaciones textuales— y la necesidad de proceder en términos de thick description, por lo que se atiene a la relación íntima (inter-identitaria) entre estos cantos y la población local. El vínculo con el patrimonio de los cantos pertenece a sentimientos de implicación identitaria y concierne a un proceso de apropiación******** que no puede ser reducido ni a un análisis de la estructura inmanente a los textos ni a una gramática general de las prácticas folclóricas. Geertz (1973: tr. it. 433 nota 40) reprocha a Lévi-Strauss el hecho de estudiar mitos y ritos totémicos sólo en su estructura interna, independientemente de cada sujeto, objeto o contexto, mientras para Geertz se trata de recogerlos dentro de situaciones concretas, con el fin de indagar de verdad su capacidad para meter en resonancia significantes, emociones, conceptos, actitudes (Geertz, 1973: tr. it. 433). Es la ecología propia de una cultura la que debe hacerse emerger, pero ella no se da como una simple estructura simbólica, porque se trata de un régimen de conexiones abiertas cuya resistencia en el tiempo opera por reenvíos interpretativos que no tienen un fondo, un arraigo definitivo, ni un marco unitario que permita la totalidad.

Si fuera posible hablar en alguna ocasión de una inmanencia emic, ésta sería entonces una inmanencia de acoplamiento, en la que no existe un ‘plano’ de objetivación, sino innumerables planos diversos, para los cuales el análisis se reencuentra para perseguir los recorridos interpretativos, incluso cuando sean más figurales, más capaces de interconectar entidades heterogéneas.********* La visión emic es aquella ligada a la actorialidad, por el hecho de que ella se propone como la instancia-puente —al fin y al cabo como la mediatriz— entre la heterogeneidad que prolifera, a decir verdad, con los lenguajes y las puestas en juego simbólicas que se especifican discursivamente.12 Si es necesaria la thick description es porque debería haber un conocimiento global del ambiente semiótico para saturar un punto de vista emic, pero en el fondo la debilidad de este último se encuentra en acoplamiento con el carácter irresoluto de cada sistema y de cada ‘mundo’ tomado como referencia.

A Kenneth Pike (1959: 41) no se le escapó el hecho de que la distinción emic vs etic no invitaba a elecciones unilaterales, sino a la adopción de una visión estereoscópica. El intento era por salir tanto de una tautología de las expresiones —re-exotizando lo familiar— como de una inconmensurabilidad de los contenidos, familiarizando lo que es ajeno. Ambas miradas, más allá del grado de cientificidad que se les pueda atribuir, corresponden a las observaciones de segundo orden, de las formas autorreflexivas de la cultura, donde la inmanencia se revela finalmente como una tierra de nadie y al mismo tiempo como un terreno de ‘captura’, en el cual el pluralismo y la indeterminación de las relaciones inter-identitarias encuentra una forma de coagulación, como reacción a las mediaciones cruzadas.

El reclamo de una consigna absoluta al particularismo (o más sencillamente, al ‘agujero cultural’ donde se ha desembocado) es un tanto subrepticia como aquella de una recusación de cada plano de inmanencia común, comenzando por la simple implicación en un mismo espacio fenoménico. Las formas de vida no hacen en verdad más que gestionar una dialéctica entre inmanencia y trascendencia: no pueden ni ‘distanciarse’ ni confinarse totalmente (no es posible ni una totalización del sentido ni un reenvío definitivo de las valencias capaz de suspender la conexión con el plano de inmanencia del cual se busca ‘trascender’). Cada inmanencia supuesta, a partir de un dominio o incluso resguardo a un solo objeto cultural (un texto, por ejemplo), hereda el vicio de trascendencia del cual parte. Pero el vicio opuesto se encuentra igualmente atestiguado.13

De aquí la impureza de cada proyecto o principio teórico de inmanencia, por cuanto él pueda ser eficaz o incluso meritorio. La teoría, en tanto práctica, rezuma inevitablemente una episteme, mientras quisiera trascender de ésta y acceder a una epistemología sin implicaciones que comprometan respecto al propio objeto de estudio. La transparencia de un enfoque emic ha sido negada a través del reconocimiento, ya sea de las microtécnicas locales que componen la mirada interna a una cultura, ya sea por sus paradojas constitutivas interiores. Pero la mirada etic es a su vez emic sobre el plano de las tradiciones teóricas en el cual se mueve. Son ‘microtécnicas’ también aquellas que

enriquecen no sólo el contenido del discurso [teórico], sino también el proceso de su construcción […] Primero el movimiento ‘etnológico’ de aislar algunas prácticas en el intento de procurarse un ‘objeto’ científico, después el giro lógico de este objeto oscuro en un punto luminoso de la teoría (De Certeau, 1987: tr. it. 161).

El dato primario (texto) padece un giro inevitable porque deviene ‘alimento’ de la teoría, de su proceso de validación, acreditación, institucionalización. El panóptico teórico no puede más que autodenunciarse a su vez y ‘abrirse’ a la trascendencia; trascendencia que concierne tanto a las formas multiestables que la teoría asume en su hacer, como la dependencia de esta última de otras teorías que fungen de ‘técnicas’ internas. Si una teoría no quiere aparecer a su vez como una prisión, debe en primer lugar dotarse de un salvoconducto para vivir de los juegos lingüísticos que, al principio, la apoyan y de las cuales, al final, la pueden gastar, afortunadamente, más allá de sí misma. El plano de la inmanencia restrictivo es el confín de la propia retórica de adquisiciones y transmisiones culturales, la propia maquinación ‘feliz’, a condición de narrativizar las propias y mismas condiciones de existencia y de permitir con ello una oportuna "deambulación crítica" (Latour) al intérprete de la teoría.

Se trata de pasar de una inmanencia sufrida (la práctica teórica se mueve del no-lugar14 de herencias culturales heterogéneas) a una inmanencia electiva; y el movimiento debe ser continuado hasta indicar el ‘afuera’ y a proyectar la vía de salida, la propia superación. La narración es la "forma necesaria de teoría de las prácticas" (De Certeau, 1987: tr. it. 165).

 

4.5. El kairos de la teoría: una visión estereoscópica

La proyección estructural (homologías, transposiciones figurales, modelizaciones, etc.) es la negociación de una trascendencia respecto a un enraizamiento. Así como se problematiza la denotación —deontologizando la referencia y reconduciéndola a un plano de reenvíos intersemánticos— lo mismo se debería hacer para la ejemplificación, la cual no demuestra la independencia de las organizaciones estructurales (lo que conduciría a una suerte de ‘idealismo’ diagramático), sino un arraigo inmanente del cual se busca separar con fines proyectivos. Hablar de ‘objeto interno’ a la teoría es tan especioso como pensar el tener una demostración explicativa en el parámetro externo de la referencia. Ahí está un kairos de la teoría que resuelve en clave competitiva —respecto a otras modelizaciones más potentes— la dialéctica entre inmanencia ejemplificativa y trascendencia proyectiva.

Entonces debería recordarse que la localización de homologías entre dominios diversos constituye la puesta en juego de una práctica interpretativa que responde a una ecología semiótica (emic), sin por ello pretender reificar una inmanencia all over (etic) que pone sobre el mismo plano modelos internos a la teoría y modelizaciones de los objetos indagados. La distinción entre la reconstrucción metalingüística de la teoría y la modelización de una semiótica-objeto se traduce en la oposición entre una inmanencia regulativa de la descripción y la apertura configuracional constitutiva de la identidad o de la práctica cultural descrita. La teoría puede ciertamente imponerse de planos de inmanencia, pero sin proyectar esta unificación del plano descriptivo hacia los textos, los objetos, las prácticas, las estrategias, las formas de vida indagadas.

Figurar el sentido consiste siempre en buscar trasponerlo —enraizarlo en otros lugares— aunque los rastros de las proyecciones de inmanencia se encuentren, de cualquier modo, siempre presentes. Con todo, según una perspectiva arqueológica, también cada ejemplificación inmanente de la teoría (modelos metalingüísticos) lleva los rastros de proyecciones precedentes, donde todavía se encuentra disponible una articulación —más que un desgarro no resuelto— entre la ‘voz’ enunciativa y la ‘concertación’ de una serie de posiciones teóricas que comparten una misma episteme. Finalmente, la problematización del objeto de estudio no es más que la proyección del mismo estado suspensivo entre inmanencia y trascendencia.

Distinciones como análisis general vs análisis particular, o entre enfoque etic y enfoque emic, no deben ser tratadas como oposiciones, sino como la base para una visión estereoscópica, como aquella propia de una caracterización contrastiva que se reencuentra al articular el punto de vista dedicado al comparativismo absoluto y motivado por el rol de las formas de mediación semiótica, con el punto de vista del comparativismo ‘implicado’, con el objetivo de contornear y facetar un acoplamiento con un ambiente semiótico específico. En el fondo, la idea de Pike de alcanzar un programa de conocimiento ‘tridimensional’ de las prácticas lingüísticas, en su interconexión recíproca, responde perfectamente a una búsqueda semiótica que no falsifica una teoría inmanentista, pero limita sus ambiciones, declinándola bajo un cuadro de múltiples pertinencias (configuración, lenguaje, ambiente). Por lo demás, un paradigma ecológico bien puede aprehender la resiliencia de las diversas gestiones del sentido en el difícil equilibrio entre tratamientos inmanentes e individuaciones trascendentes de los valores identitarios.

 

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Nota

Traducción de Iván Ruiz

* El término se refiere a la teoría de la autopoiesis de Maturana y Varela (y posteriormente a la teoría sociológica de Niklas Luhmann), en la que se establece el acoplamiento de un sistema a su entorno [N. del T.].

** El plano de referencia interna del metalenguaje (inmanentismo configuracional) es aquella semiótica-objeto que se quería hacer coincidir con el objeto empírico debajo del mismo modelo generativo de la teoría (inmanentismo gramatical o mediacional), de modo que el propio modelo presidiría ambas vertientes de estudio, la reconstructiva y la fenomenológica (inmanentismo radical).

*** Proponemos aquí una distinción metalingüística entre la gestión y la administración. La primera es una táctica, la segunda es estratégica. La administración se ejerce en una jurisdicción en particular. La gestión opera en la heterogeneidad de las experiencias y en la traducción de los dominios sociales.

**** El clinamen es un término latino, acuñado por Lucrecio, el cual se refiere a la desviación espontánea de la trayectoria rectilínea que experimentaban los átomos para explicar su agrupación con otros átomos. En este sentido, el clinamen es la desviación espontánea de la trayectoria de los átomos, la cual rompe una cadena causal [N. del T.].

***** Según el principio de ejemplificación propuesto por Goodman, el texto no sufre una restricción semántica en relación a un presunto mundo de referencia (denotación), por el contrario, ofrece diferentes ‘muestras’ de organización semiótica que enriquece nuestra construcción de mundos plurales de referencia. Una pintura ejemplifica los celos extendiendo, potencialmente, nuestra elaboración cultural de las pasiones indizadas con tales etiquetas, y pudiendo con ello distinguir también formas afectivas aferentes a semiosferas diversas.

******* La actividad teórica posee un control sobre las propias actividades internas, no sobre las relaciones con el ambiente en donde radica.

******** Aquí el término debe entenderse en el sentido de Ricoeur, por el cual la apropiación surgiría al fin de un arco hermenéutico, como el pasaje que garantiza una introyección de las formas semióticas.

********* La consistencia semántica de la organización simbólica de una cultura, tal como es descrita por Geertz, reenvía más al musement de Peirce que a una visión macrotextual.

1 Finalmente, es posible afirmar que "el principio diferencial de la semántica estructural, si lo aplicamos con firmeza, contradice el inmanentismo" (Rastier, 1994: 329).

2 Recordemos que aquí pensamos la narratividad como una síntesis de lo heterogéneo, según la lección de Paul Ricoeur en Tiempo y narración.

3 Por cuanto se puede pensar la teoría como un sistema cerrado, ella debe crear las distinciones internas a la propia actividad de observación. "Construir" la alteridad con la cual se confronta, sobre la base de los propios lenguajes internos, no significa generarla, o sea, presuponer un continuismo generativo entre la esquematización del propio hacer descriptivo y la "actividad" efectiva de los sistemas culturales observados (Basso Fossali, 2013).

4 Hay aquí una referencia obvia a Barthes (1980), sin que por ello le atribuya una responsabilidad directa en la reedición de un impresionismo crítico.

5 Una argumentación análoga puede ser recuperada, con terminología diversa, en Utaker (2002: 286). El concepto de superveniencia está presente en la semiótica tensiva, pero aquí es utilizado según la acepción de la filosofía de la mente (Jaegwon Kim).

6 La proximidad de la problemática de la inmanencia con una teoría de los sistemas cerrados es más bien evidente. Se puede encontrar una pista ya en Rastier (1994) y, aunque sobre posiciones diversas, en Zinna (2008: 11): "lo imprevisto es todo aquello que obliga a retrogradar la acción significante a los diversos niveles de profundidad en función de los cambios que suceden de repente […] Si la acción en respuesta a lo imprevisto puede pensarse aún sensata, es porque la reprogramación enunciativa constituye la respuesta inmanente a la imprevisibilidad de los eventos en situación". Sin embargo, el conocimiento no puede ser reducido a las mediaciones semióticas, debido a que ello implica la comprensión, por observación de segundo orden, que el mismo sistema observador depende de factores de contingencia. La comparación con la indeterminación puede seguir después la vía de la armonización, la cual no contempla reestructuraciones del sistema en profundidad, pero sí articulaciones con propuestas heterónimas, hasta la posible aceptación de una interpenetración con otros sistemas. Además se encuentra en juego la heterogeneidad de los recursos semióticos, con la multiplicación consiguiente de los juegos que pueden ‘elaborar’ y valorizar lo imprevisto. Se añade finalmente el hecho de que las mediaciones semióticas no pueden ser reducidas a juegos de estados finitos (o sea, al número de combinaciones saturables y administrables también de un autómata). La resiliencia de los sistemas no sigue la vía de la optimización de los modelos, pero sí de su complejidad y diferenciación.

7 Hay aquí una referencia a la oposición source/cible en Fontanille y Zilberberg (1998).

8 Por cuestiones de espacio no damos cuenta de los principios de la base teórica de Nelson Goodman, expuestos en El lenguaje del arte. Por lo demás, ésta ha sido ampliamente recuperada y comentada en estos últimos años también en el ámbito estrictamente semiótico.

9 Para profundizar en la oposición entre experiencia y existencia, remito a Fontanille (2003). Simplificando, el plano de la existencia favorece una determinación identitaria por vía de la elaboración enciclopédica; el plano de la experiencia depende, por el contrario, de una elaboración sensible: ambas ejercitan una fuerza regulativa propia con respecto a la significación, así que cada una de ellas está forzada a articularse con la otra.

10 Esto explica por qué hemos hablado de una vocación ‘diabólica’ de la semiótica (sección 2.2).

11 Hay aquí una referencia a Geninasca (1997) que distingue tres tipos de captaciones del sentido: molar (referencial y enciclopédica), semántica (discursiva), impresiva (perceptiva y holística).

12 No se puede no notar un influjo de la visión emic sobre la evolución de la lingüística y de la semiótica, más allá del hecho de que ello sea el resultado de una conexión directa o indirecta. Se piensa poner juntas la noción de recursos con la de función (Halliday, 1978), o a la fortuna progresiva de la reflexión episemiótica junto a la de metalingüística (Klinkenberg, 1996: 273-80).

13 La tradición de Sapir, perfectamente encarnada en Pike, conjugaba el reconocimiento del impacto ineludible de las mediaciones lingüísticas sobre la cultura con la afirmación de que no hay prácticamente actividad discursiva que no tenga aspectos polisemióticos. Pike, por su parte, subrayaba con vigor que "es necesaria una teoría del lenguaje que no sea discontinua con una teoría de las otras fases de la actividad humana" (Pike, 1959: 40).

14 De Certeau (1987: 164) ha hablado de prácticas de no-lugar antes que Marc Augé.

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