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Espiral (Guadalajara)

versión impresa ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.28 no.80 Guadalajara ene./abr. 2021  Epub 11-Jun-2021

 

Sociedad

¿Ciudadanías clientelares? Una mirada a las prácticas políticas en Tlalpan

Clientelar citizenships? a look at the political practices in Tlalpan

Diana Guillén1 
http://orcid.org/0000-0003-2716-7049

Joel Alejandro Ortega Erreguerena2 
http://orcid.org/0000-0002-8865-4951

1Profesora-investigadora titular C del Instituto Mora. Doctora en Estudios Latinoamericanos con orientación en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México. dguillen@mora.edu.mx

2Profesor de asignatura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de México. Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México. joeloe1985@gmail.com


Resumen

Este artículo analiza las particularidades de la praxis política que se reproduce en los espacios de participación de la Alcaldía de Tlalpan. Las preguntas que lo guían plantean cómo las prácticas clientelares se han adecuado ante los cambios del sistema político. Para responderlas se realizó un estudio cualitativo entre 2015 y 2019 que, además de la asistencia a actos masivos y a reuniones entre los diferentes actores, incluyó entrevistas semiestructuradas a dirigentes partidarios, funcionarios delegacionales, intermediarios y gestores en las colonias, así como ciudadanos ligados a las redes políticas. Propone que las formas de participación ciudadana son producto de intercambios políticos expresados más allá del ámbito electoral y producidos en el marco de subjetividades políticas y habitus compartidos.

Palabras clave: clientelismo; democracia; habitus; ciudadanía,Tlalpan

Abstract

This paper analyzes the particularities of political praxis that are reproduced in the participation spaces of the municipality of Tlalpan. The guiding questions pose how given the changes in the political system clientelistic practices have been adapted to better suit the new political reality. To answer them, a qualitative study was carried out between 2015 and 2019 that included attending mass events and meetings between the different actors as well as semi-structured interviews with party leaders, town hall officials, intermediaries and district managers,as well as citizens linked to political networks.Proposed that the means of civic participation are the product of political exchanges that expressed beyond the electoral sphere and reproduced in the framework of political subjectivities and shared habitus.

Keywords: clientelism; democracy; habitus; citizenship,Tlalpan

Introducción

Independientemente de la bandera que ondeen sus autoridades, hasta ahora en la Ciudad de México (CDMX) el clientelismo ha logrado reproducirse como un elemento fundamental de la gestión pública y del control partidario sobre la población. Frente a su capacidad de reproducción en medio de alternancias y discursos que lo niegan, surge una gran interrogante: ¿el acceso al poder de un proyecto anclado en la movilización social y que apela a la ética ciudadana es suficiente para generar nuevos patrones de intercambio político? Las posibles respuestas pasan por el análisis de un campo en el que se funden los espacios formales e informales y en el que se materializan subjetividades y prácticas que van más allá de votar y ser votado, aun cuando los comicios se conviertan en su columna vertebral.

Bajo tales supuestos, el presente artículo dirige la mirada a Tlalpan, la circunscripción administrativa más grande de la CDMX, y contrasta nociones como praxis y ciudadanía con una serie de intercambios en los que se pueden rastrear sus manifestaciones. La exposición se divide en tres secciones. Primero se construye el sentido de los ejes conceptuales utilizados en el análisis, después se ubica el campo político tlalpense, y finalmente se recuperan algunas de las prácticas que en el seno de este último dan cuenta de la simbiosis entre formas ciudadanas de participación y resortes clientelares.

A propósito de la praxis política y la ciudadanía

La separación entre el imaginario del orden social y la maquinaria estatal (Escalona, 2011: 53 y 54) se delinea con fronteras porosas atravesadas por múltiples puentes. Las tres cosas -imaginario, maquinaria y puentes- son producto de interacciones históricamente construidas, por lo que al presentarlas como naturales y eternas se falsea la realidad. Aquí se propone que el análisis de la praxis clientelar y sus representaciones debe evitar dicho sofisma, interesan más bien las formas específicas en que se constituyen y reproducen. Para acercarse a ambas dimensiones se asume que las prácticas rebasan los niveles personales de conciencia y no necesariamente corresponden a la estructura de valores de quienes las ejercen.

Los sujetos no existen en abstracto, se conforman en su día a día a partir de condiciones materiales y simbólicas que tampoco procesan de manera homogénea, por lo que atrás de esas prácticas hay historias individuales y sociales que se cruzan. Con base en un mundo de significaciones que tiende a asumirse como universal incluso si carece de ese carácter y su construcción es contingente, se les instituye en un doble sentido: el del hacer social y del representar/ decir social (Castoriadis, 2013: 556-558 ).

Al tratarse de un proceso dinámico, la relación sujeto/ sociedad descansa en la mutua y permanente modificación de ambas partes. La subjetividad constituye un campo en disputa y está lejos de construirse en línea recta, máxime cuando se inscribe en relaciones de dominación. Quienes ocupan posiciones subalternas se forman dentro de concepciones del mundo que, no sin conflictos y contradicciones, normalizan la existencia de estatus diferenciados. En una cara de la moneda la subalternidad se impone, pero en la otra internaliza los valores de aquellos que marcan las pautas morales e intelectuales de los procesos históricos (Modonesi, 2010: 34).

Esa doble vertiente favorece que los roles de mando, mediación y clientela se asuman como dados y se ratifiquen a través de la praxis. Por ello, si los conceptos de subjetividad y práctica política pueden separarse en el nivel analítico, cuando se les rastrea en sociedades de carne y hueso aparecen de manera indisolublemente asociada. Las lógicas que motivan una determinada práctica mezclan los planos consciente e inconsciente y no son necesariamente visibles, además de que las estructuras de valores tampoco guían necesariamente la acción de los individuos.

Ello obliga a ir más allá del discurso racional de los actores y a examinar el sentido práctico con el que se desenvuelven. Para ese tipo de abordaje los trabajos de Pierre Bourdieu y su propuesta de conocimiento por el cuerpo como garantía de una comprensión práctica del mundo distinta de la comprensión que descansa en la intencionalidad y la conciencia (Bourdieu, 1999: 180), resultan de suma utilidad. Las prácticas están asociadas con esquemas preconscientes que las dan por hecho, asumiéndolas como algo natural (Bourdieu, 2009: 27 y 111); ello a pesar de que la lógica que las guía no se reproduce de manera espontánea, pues estructuras societales y estatales se encargan de transmitirlas y reforzarlas a través de sus instituciones (Bourdieu, 2007: 117).

Siguiendo esta línea de argumentación, el papel de la maquinaria estatal es un elemento importante a tomar en cuenta no sólo porque a través de ella se formalizan las instituciones y las reglas de la participación política, sino porque encarna esa objetividad y también la subjetividad, “o, si se prefiere, en los cerebros, bajo la forma de estructuras mentales, de percepción y de pensamiento” (Bourdieu, 2007: 98). Se trata de procesos de largo plazo que se materializan cotidianamente y decantan en modelos y prácticas concretas.

En la conjunción del largo y el corto plazo el Estado aparece como un gran educador con la capacidad de crear y mantener cierto tipo de civilización y de ciudadano (Gramsci, 1999: 25), por lo que las concepciones que tenemos introyectadas sobre la ciudadanía y su ejercicio son en parte resultado de dicha capacidad. En la actualidad el ciudadano es una construcción imaginaria que conjuga buenos deseos a propósito de las cualidades que debe poseer quien participa en la vida pública. En la definición de tales atributos se depositan anhelos sobre el tipo de republicanismo al que se aspira, por lo que los valores asociados con la ciudadanía varían, dependiendo de ideales que caen en el ámbito de la moral (Escalante Gonzalbo, 2014). El resultado son hombres y mujeres cargados de virtudes encomiables pero alejadas de su condición humana y que difícilmente encontraremos cuando se pasa del plano quimérico a la realidad (Escalante Gonzalbo, 2010).

Las diversas formas de ejercer la ciudadanía son en realidad producto de condicionantes objetivas y subjetivas históricamente enmarcadas. En México, las prácticas asociadas a la participación/representación política se construyeron al margen del liberalismo individualista que nutre a los modelos electorales clásicos, atrás de ellas convivían estructuras sociales de corte patrimonialista y caciquil (vistas en sentido vertical) y enraizadas en solidaridades comunales (vistas en sentido horizontal).

La ciudadanía nació impregnada de un sentido del deber ser que no correspondía con las condiciones necesarias para materializarse (Guerra, 1988: 127; Escalante, 1992: 119-140). Sociedades orgánicas y jerárquicas quedaron traslapadas con instituciones basadas en el concepto ciudadano de participación (Sábato, 1999: 20 y 21). El ideal republicano se enfrentó a escenarios en los que el individuo se desdibujaba y las clientelas políticas servían como engranaje para conectar ambas formas de interacción. Los comicios eran sobre todo un ámbito de negociación que permitía asegurar la gobernabilidad, y normas y prácticas a primera vista antagónicas, tendían puentes para resolver disputas, conciliar intereses, tejer alianzas y distribuir cotos de poder (Gantús, 2016: 15-17).

Trazar líneas unidireccionales entre los imaginarios políticos decimonónicos (Pani, 2001: 23-54), y los que tienen lugar en el siglo XXI sería violentar la realidad; sin embargo, es importante tomar en cuenta la larga data que han tenido en México las lógicas clientelares para el desarrollo de formas de ciudadanía que flexibilizan el deber ser en aras del ser. Nuestro caso de estudio, más que la excepción a la regla, permitirá ilustrar con un botón de muestra el ejercicio de prácticas extendidas a lo largo y ancho del país.

Cualquier acercamiento empírico para rastrear tales temas demuestra que los intercambios políticos no son reductibles a villanías partidarias y/o a victimizaciones ciudadanas. Las relaciones clientelares que dan pie a ambas figuras son fruto de procesos de subjetivación política moldeados en el tiempo; su esencia y factibilidad de reproducción pasan por dimensiones simbólicas (Luhmann, 1988: 183), de allí que a la par de las expectativas de favores y apoyos metalegales que subliman, en ellas se materializan “esquemas de apreciación, percepción y acción (no sólo política) en las estructuras mentales de los sujetos involucrados” (Auyero, 1997: 23).

Además de una estructura material marcada por desigualdades y carencias, y de la maquinaria que fomenta estas prácticas como forma de control, su pervivencia se explica alrededor de subjetividades que se construyen a partir de experiencias aprehendidas (Freidenberg, 2010: 135). La subjetividad siempre estará mediada por las relaciones sociales, las que privan actualmente se han cosificado (Adorno, 1975: 173) y alienan a los seres humanos (Adorno, 1996: 63), por lo que la racionalidad que vincula acciones con sentidos sociales subjetivos no puede presuponerse (Adorno, 1996: 143), debe entendérsele en el marco de la hegemonía civilizatoria del capitalismo moderno y de las desigualdades que este último propicia.

En suma, la mirada que se propone para analizar ciertas manifestaciones de la interacción política, subraya la importancia de ubicar a los sujetos sociales y a sus acciones en campos más complejos de lo que formatos conceptualmente acotados pudieran ubicar. Destaca también el carácter históricamente acotado de las formas en las que cada sociedad procesa sus contradicciones, sus mudanzas y sus permanencias e invita a explorar empíricamente las formas que asume la praxis política. Para avanzar en ese sentido, en los siguientes apartados se recuperará el campo político tlalpense y el tipo de prácticas que permiten suponer la pervivencia de patrones clientelares que se asumen y normalizan como parte del ejercicio ciudadano.

El campo político tlalpense y sus engranajes

Como se dijo antes, la Alcaldía de Tlalpan es la más grande en extensión territorial de toda la CDMX. Ubicada en el sur de la capital, en la frontera con el estado de Morelos, presenta una gran heterogeneidad social pues dentro de sus límites encontramos pueblos tradicionales, barrios populares y colonias de clase media y alta.

Una parte importante de sus barrios se formaron a partir de la década de 1960 con el proceso de urbanización acelerada de la Ciudad de México. Migrantes de todo el país ocuparon terrenos e iniciaron un largo proceso para regularizar su vivienda y adquirir servicios. Los pueblos originarios, por su parte, tienen dinámicas propias marcadas por lazos comunitarios y tradiciones que se remontan en el tiempo. Ello favorece que en Tlalpan convivan dinámicas sociales y políticas muy diversas: las estrategias comunitarias de los 10 pueblos originarios tienen poco que ver con los procesos de urbanización reciente en los barrios populares, y las necesidades de ambos grupos de población tampoco embonan con las de las colonias de clase media y alta que tienen acceso a otro tipo de servicios y recursos. En ese contexto se ha constituido un campo político con estructuras de intermediación que tienen distinto peso, dependiendo del tipo de ciudadanos a los que conectan con el aparato estatal.

Si se revisa su historia reciente, encontramos que se ha desarrollado un sistema de mediaciones clientelares y corporativas, pero también movimientos sociales urbanos que desde la década de 1960 han disputado lugares al aparato político (Álvarez, 1999). Desde su fundación el Partido Revolucionario Institucional (PRI) estructuró un modelo de control vertical en el que las organizaciones corporativas, los dirigentes locales (de colonias, mercados, organizaciones sociales, representantes vecinales) realizaban gestiones y los beneficiarios de las mismas votaban por él y lo apoyaban en sus actos políticos.

Sin embargo, a partir de la década de 1980 estas estructuras comenzaron a perder el control que tenían y fueron impugnadas por organizaciones surgidas de las luchas por la vivienda y para obtener servicios, sobre todo en las colonias que habían nacido del proceso de urbanización acelerado de la capital. A partir de entonces las izquierdas se posicionaron como fuerzas importantes y convivieron con las estructuras, todavía mayoritarias, del partido oficial.

En 1997, con la derrota del PRI en las primeras elecciones democráticas de la capital, Tlalpan pasó a ser gobernada por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y se intentaron algunos cambios en el modelo de participación, como por ejemplo los presupuestos participativos (López y Rivas, 2005). Más pronto que tarde el PRD acabó reproduciendo los aparatos de intermediación de la época priísta y se convirtió en un nuevo partido hegemónico hasta su derrota en 2015. Durante ese lapso se generaron nuevas estructuras políticas y algunos de los viejos liderazgos priístas se sumaron al partido en el poder para reproducir en su seno las mismas prácticas y relaciones basadas en la gestión de recursos a cambio de apoyo electoral y proselitista (Hurtado, 2013). Algunos nuevos liderazgos surgidos de los movimientos sociales también se adaptaron al esquema clientelar (Álvarez, 2015) y las “corrientes” perredistas se transformaron en el pilar de una nueva estructura de intermediación delegacional.

En los comicios de 2015 un nuevo partido surgido de la escisión de sus filas, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) derrotó el PRD. A partir de entonces se vive un proceso de recomposición en el que muchos de los liderazgos perredistas han optado por acercarse a quienes desde hace un quinquenio gobiernan la alcaldía. Este tipo de brincos partidarios no necesariamente ha afectado a las interacciones políticas que primero propició el PRI y después el PRD, en las que los intermediarios locales han sabido adaptarse y sin importar el partido al que se pertenezca, los sujetos conservan sus prácticas políticas en el marco de un habitus compartido por los diferentes actores.

En un trabajo previo argumentamos que el campo político en Tlalpan estaba conformado por una estructura vertical y cónica. En la cima los dirigentes políticos de las “corrientes” del PRD que después se transformaron en grupos al interior de Morena o en otros partidos. En segundo nivel, los dirigentes locales (representantes vecinales, líderes de mercados, etc.) dedicados a la gestión de recursos para la población como estrategia para ganar capital político. Y, finalmente, en un tercer y último nivel los ciudadanos que interactúan con estas redes de intermediación y forman parte de sus bases sociales. El triunfo de Morena en 2015 implicó una reordenación de las corrientes y los grupos que, en toda la Alcaldía, se adaptaron a las nuevas circunstancias. Ya durante el proceso electoral de ese año comenzaron a cambiar de partido y ejercieron un papel importante para el triunfo de Morena (Guillén y Ortega, 2016).

Finalmente, en 2016 se realizó un proceso constituyente en la Ciudad de México en el que se aprobó la primera Constitución de la capital. Se aprobaron nuevos mecanismos de participación ciudadana que en teoría deberían fomentar la participación local. Es en ese contexto de cambios institucionales y políticos que nos interesa analizar cómo se han adaptado y readecuado los liderazgos locales y el sistema de mediaciones que funcionaba en la entidad y cómo a través de la praxis se reproducen patrones frente a los que en el plano discursivo se adoptan posiciones críticas.

¿Ciudadanías clientelares?

Cuando en 1997 los ciudadanos del entonces Distrito Federal ejercieron el recién ganado derecho de elegir a su jefe de Gobierno, se sublimó la contradicción entre los ideales que sirvieron de base para demandar aperturas democráticas en el diseño institucional capitalino, y las prácticas políticas en las que descansaría su funcionamiento. El PRI apostó a su papel como correa de transmisión de las mediaciones corporativas (Tejera, 2003: 156), y su estrategia se topó con el desgaste de las redes que aceitaban estas últimas (Tejera, 2003: 131). En el triunfo sobre la maquinaria priísta intervinieron tanto la búsqueda de nuevos gestores capaces de resolver necesidades inmediatas, como el empuje del movimiento democrático y el anhelo de cambio, pero un ethos compartido favoreció la continuidad por encima de las mudanzas a pesar de las expectativas de transformación que generó la llegada de la izquierda partidaria al gobierno.

El tiempo ha demostrado que los votos en contra del PRI no significaron la desaparición del clientelismo en la CDMX ni en su alcaldía territorialmente más extensa. A pesar de nuevos diseños institucionales y de las críticas que discursivamente se le hacen, esa forma de subjetivar y practicar la política ha pervivido. El concepto de habitus resulta útil para analizar esta aparente paradoja, pues permite ir más allá del discurso racional de los actores y examinar el sentido práctico con el que se desenvuelven.

Al recuperarlo para el campo político tlalpense se comprueba que en un habitus marcado por “sistemas de disposiciones duraderas y transferibles […] principios generadores y organizadores de prácticas y de representaciones” (Boudieu, 2013: 86), la praxis se entrelaza con esquemas mentales que orientan el actuar a partir de las formas de hacer y de posicionarse en el mundo por encima del orden discursivo.

Para explorar las entrañas de un habitus en el que el discurso aspira a consolidar derechos y deberes ciudadanos y las prácticas clientelares constituyen la piedra angular de su campo político, se realizó trabajo de campo en la Alcaldía de Tlalpan. Se la eligió por ser una localidad en la que a pesar de las alternancias partidarias en el gobierno, las redes políticas de intermediación han logrado adecuarse a cada nueva circunstancia y continúan reproduciéndose (Hurtado, 2013). Además, dentro de sus límites se delinea un heterogéneo mosaico sociodemográfico y en su historia reciente encontramos desde acciones contenciosas y disputas entre movimientos sociales independientes, hasta estructuras corporativas heredadas del priísmo y refuncionalizadas por el perredismo primero y por el morenismo después. La Alcaldía de Tlalpan constituye por lo tanto un buen laboratorio para observar cómo se estructuran las relaciones políticas en un contexto de cambio.

La tarea de identificar a los sujetos que le ponen nombre y cara a las redes clientelares y caracterizar su prácticas obligó a construir información cualitativa, por lo que entre 2015 y 2019 se realizaron entrevistas semiestructuradas y observación etnográfica. Ello permitió constatar in situ cómo los diversos actores procesaron en 2015 la derrota del PRD y el triunfo de Morena en el gobierno local, y en 2018 no sólo su imponente victoria en ese mismo plano sino en el conjunto de la entidad y del país. 1

Se entrevistó a 43 diferentes actores en función de una tipología dividida en tres niveles: 1) los líderes de las “corrientes” (dirigentes políticos y funcionarios de la Alcaldía) que se encuentran en la cúspide de la estructura vertical y cónica que conforma el campo político tlalpense; 2) los intermediarios o gestores locales (líderes de colonias, gestores de becas o representantes de mercados) que escuchan las demandas de la población y gestionan ante las autoridades su resolución, construyendo de esa manera su capital político, y 3) los ciudadanos que se integran como eslabones de estas redes políticas en calidad de beneficiarios de becas, de gestiones y de todo tipo de apoyos.

El trabajo en campo confirmó que reproducción de redes clientelares va más allá de oportunismos y actitudes cínicas: para una parte importante de quienes contribuyen a mantenerlas vivas hay escasa o nula identificación de los favores recibidos con aquello que en el plano discursivo les critica, percepción que se suma al papel estructural que cumple este tipo de redes para asegurar el funcionamiento del sistema. Sin negar que cínicos y oportunistas hayan buscado preservar un statu quo que les favorecía, las entrevistas y observaciones realizadas invitan a incorporar otras variables además de los defectos personales en el análisis de este tipo de redes e intercambios.

Un ex funcionario de la delegación en tiempos del PRD y hoy dirigente de Morena plantea por ejemplo que la solución de necesidades a través de liderazgos territoriales beneficia a gestores y a receptores:

Yo le llamo un dirigente territorial, un dirigente de territorio o aquella persona que ejerce cierta influencia o cierta dominación sobre un número determinado de vecinos, de vecinas, de personas. Esta relación se basa en una conveniencia recíproca entre el cliente o el vecino o el seguidor con su líder que le va a ayudar a resolver el tema del bache, el tema de la luminaria apagada, el tema de la escasez de agua, el tema de la seguridad, que le va a ayudar a ahorrarse el trámite para podar un árbol que está estorbando en su barda, en su casa o que […] el líder territorial es el vínculo, el vehículo para tener una beca, para obtener un programa social, en síntesis para tener un favor que ese vecino, que ese cliente, que ese sujeto no está dispuesto a ejercer por la vía del derecho, por los mecanismos legales, sino que prefiere depositar esa responsabilidad en una persona que se dedica de tiempo completo a esto, que es el líder de la colonia, que es líder vecinal, que es el líder de cuadra (entrevista realizada el 2 de abril de 2015).

Aunque los dirigentes políticos y los distintos actores involucrados en él critican este modelo de gestión, asumen que las prácticas que lo reproducen no pueden transformarse. Son conscientes de los posibles vicios que genera este tipo de relación, pero también consideran que se trata de prácticas muy arraigadas y casi imposibles de transformar. Al subjetivarlo de esa manera, las mediaciones clientelares y el poder que conllevan se legitiman:

Para su colonia, ellos [los intermediarios] necesitan estar, ellos se tienen que convertir en una necesidad para sus vecinos para que el vecino no tenga que hacer un trámite engorroso a la delegación, a solicitar que la delegación repare una luminaria o tape un bache; es más cómodo para este vecino tener un intermediario, irle a tocar al líder de la esquina para que el líder se encargue de resolver esta necesidad. Y algún día ese líder le va a decir al vecino “Oye, yo te apoyé y te ayudé a resolver esto, ahora yo necesito que ahora tú me apoyes votando por esta persona que nos va a ayudar y que nos va apoyar a que sigan habiendo mejoras en esta colonia” (entrevista realizada el 2 de abril de 2015).

En la misma línea, una ex coordinadora del Consejo del Pueblo de San Miguel Xicalco alude a la necesidad como motor de inserción en la política:

Las necesidades nos obligaron también a irnos involucrando también en cuestiones políticas, de ahí bajábamos los recursos […] Sobre todo más que nada, obra, porque carecíamos de una biblioteca, carecíamos de un patio, carecíamos de un servicio, como plomería, entonces no teníamos dinero para costearlo y obviamente acudíamos a las instituciones de la delegación y bueno, eso nos fue llevando a que muchas veces teníamos que participar también con los de la delegación y acudir a eventos, entonces de esa manera me voy involucrando (entrevista realizada el 14 de mayo de 2015).

Sus alcances como intermediaria dependían de los vínculos que estableciera con los integrantes de las corrientes perredistas que habían desplazado a las estructuras corporativas del priísmo. A la adscripción partidaria había que sumar la identificación con el/los grupo(s) hegemónico(s) en las administraciones central y delegacional:

Pues yo pienso que ya hasta uno viene como que preparado con esa mentalidad porque pues sí gestionas y sí te reciben, pero no te dan respuesta con la rapidez que eso requiere ¿no?, pero ya cuando te empiezan a ubicar y te dicen éste si es de […] en este caso en su momento fue “éste si es de Maricela”, éste trabaja con tal, es de Víctor Hugo, como que te empiezan a etiquetar ¿no?, y entonces si no eres de la gente que estamos diciendo ahorita, te tardan más, y a veces pues ni te reciben, ¿no?, o en su momento pues sí te la hacen pero ya te la hacen tardada, es bien difícil la política (entrevista realizada el 15 de mayo de 2015).

La imbricada relación entre autoridades, líderes y demandantes de favores forma parte de la cotidianidad en colonias populares que han ido resolviendo sus necesidades a través de la lucha social primero, y por medio de conexiones políticas después (Álvarez, 2015). Aquí conviene recordar que cuando privan desigualdades estructurales, el imaginario colectivo tiende a visualizar al Estado, a sus aparatos y a los agentes políticos como benefactores con los que es necesario congraciarse si se quiere acceder a mejores condiciones de vida (De la Peña, 1990: 84).

Más que ideologías y proyectos programáticos, en las urnas se disputa la cercanía con quienes manejan los hilos de la administración pública en sus distintos niveles; por ello, independientemente de los marcos normativos diseñados para regular la participación ciudadana, al momento de ejercerse queda maniatada por liderazgos territorializados que, para sobrevivir, necesitan ser reconocidos vertical y horizontalmente. En el primer caso su capacidad de movilizar votantes se vuelve decisiva, y en el segundo lo que cuenta es su eficiencia como gestores.

En Tlalpan, desde asociaciones civiles hasta mesas directivas de mercados y escuelas, pasando por consejos vecinales y organizaciones de vendedores ambulantes, funcionan alrededor de las estructuras partidarias. La mayoría de sus líderes pertenecían al PRD y se identificaban con alguna de sus corrientes internas, condición indispensable para acceder a los recursos y realizar una buena gestión frente a sus bases. Cuando conseguían “bajar los recursos”, su mediación se legitimaba en un doble sentido: se reforzaba la idea de que contactos y conocimientos particulares eran necesarios para demandar derechos que deberían ser generales, y se contrarrestaba lo que Auyero (1997: 184) denomina la indiferencia burocrática, al generarse una calidez que contrasta con la frialdad propia del trato con funcionarios. La líder de una organización de mujeres emprendedoras lo describe de la siguiente manera:

Así es como empieza la relación con las comunidades, con la gente; con base en lo que tú les puedes ayudar. Porque a veces son cosas muy simples pero […] son simples de verdad que puede solucionarse el problema pero las autoridades no escuchan. A veces sólo necesitas a alguien que te diga: “está bien, vamos. Ni siquiera lo hago yo, ¿eh? Yo solamente les digo, está bien, te acompaño, y vamos a tal lugar que es en donde te van a ayudar y con eso”. De verdad. Las cosas tan simples con las que les puedes ayudar a la gente. Pero el Gobierno, las autoridades no ven eso […] Pero ésa es la cercanía que de pronto tienes con la gente (entrevista realizada el 24 de julio 2015).

Las estructuras que en su momento establecieron las corporaciones priístas fueron desplazadas por organizaciones pre y para partidarias (Tejera, 2015) que, como en el caso de los mercados, representan jugosos botines políticos. En Tlalpan existen 20 mercados públicos, en cada uno se eligen mesas directivas encargadas de administrarlos y de gestionar permisos y apoyos gubernamentales, por lo que se han convertido en espacios de disputa partidaria. Como señala el presidente de uno de ellos:

Hemos sido caballito de batalla, durante muchos años de diferentes liderazgos, éramos el botín político de mucha gente, el capital que representamos aquí en Tlalpan son cerca de seis mil o siete mil comerciantes, no nada más la gente que estamos en este mercado sino en 10 concentraciones; si hablamos de los tianguistas son como 12 mil y gente en vía pública otros siete mil, o sea, estamos hablando de casi 20 mil comerciantes aquí en Tlalpan (entrevista realizada el 9 de septiembre de 2016).

Independientemente de si para la lógica partidaria representan números que llenan plazas e inclinan balanzas electorales, tanto aquellos que se benefician de que alguien más les gestione apoyos gubernamentales, como quienes aprovechan su capacidad para hacer esto último, consideran de acuerdo con lo expresado en varias de las entrevistas realizadas, que su interés último es resolver necesidades colectivas. Incluso desde posiciones críticas por el relegamiento, en el mejor de los casos, y el abandono, en el peor de ellos, de las banderas ideológico-programáticas que impulsaron aperturas democráticas, o bien por el incumplimiento de las obligaciones derivadas de acuerdos basados en la cercanía, se da por sentada la inevitabilidad de una dinámica política en la que pueden cambiar los operadores, pero el espíritu que alimenta las operaciones se mantiene.

El clientelismo se subjetiva como parte de un pacto moral cuyas bases no están normadas por constituciones, leyes y códigos, ni sus alcances se reducen al ámbito económico. Su pilar es la confianza en que se honrará la reciprocidad de los compromisos que implícitamente se desprenden de un intercambio de favores que rebasa la esfera personal, por más que sus términos se fijen en esta última. Este pacto se debilita y termina por romperse cuando alguna de las partes se desentiende de sus responsabilidades:

Por agradecimiento se juntaba uno ahí, a veces, no pues es que jalaba y te daba, sí voy a jalar contigo porque sí me lo estás dando, o sea sí, pero no sabes en realidad que ellos van ascendiendo de puesto y se van olvidando de uno; ya una vez que tienen sus propósitos esos grupos la desechan y nos hacen a un lado (entrevista realizada el 29 de agosto de 2017).

El ama de casa que expresa así su desencanto por el olvido de los dirigentes perredistas, vive en un pueblo del Ajusco con índices de marginación muy altos. En Magdalena Petlacalco, como en tantas otras zonas de Tlalpan que además de la extrema pobreza comparten el aislamiento físico por encontrarse en zonas de difícil acceso, el intercambio de favores por apoyo político es algo natural, sí voy a jalar contigo porque sí me lo estás dando; lo que se cuestiona es la ausencia y el olvido de los intermediarios cuando ascienden en la estructura de poder.

Tampoco se perdona el engaño al que alude una joven madre soltera del mismo pueblo:

Es que vienen y te prometen cosas y pues sí, tú sigues creyendo, a mí nunca me había pasado con Blanca [una líder local], hasta ahorita, yo me anoté con ella para una cosa y cuando entregaron era otra […], y creo que no se vale, tú vas confiado a algo, y lo haces por necesidad, y termina en el engaño (entrevista realizada el 29 de agosto de 2017).

En la medida en la que los términos del pacto se erosionan, las posibilidades de sublimarlo en votos disminuyen. Un obrero/jardinero de 70 años que vive en Tlaxcaltenco la Mesa y es simpatizante de la “Unión de Fuerzas por el Bien Común” lo deja muy claro:

A mí me han dado y yo ni madres, de todas maneras, no voto, lo recibimos porque ya me lo están dando pero que vote, no, mientras no les firmes ni nada, ni mi nombre ni la chingada, porque a veces te lo piden (entrevista realizada el 27 de julio de 2017).

Los realineamientos partidarios, más que ajustes ideológico-programáticos de los votantes, reflejan pugnas y reacomodos de las dirigencias y liderazgos locales: “hace 24 años eran del PRI, hace 12 años se pasaron al PRD y hace cuatro a Morena, o sea, yo no lo entiendo, cada quien sobrevive a su manera y es lógico que te cambies aparentemente de nombre de partido, por eso te digo que lo de los partidos es nada más el nombre”, reconoce una habitante tlalpense. De allí que las denuncias que alimentaron el discurso morenista por el uso clientelar que el perredismo hacía de los recursos públicos, no se tradujeran en el desmantelamiento de este tipo de redes cuando Morena quedó al frente de la antigua delegación y actual alcaldía, al contrario, en las zonas con altos niveles de marginación los espacios que fue ganando descansan en ellas.

Los sectores con mayores ingresos también se han beneficiado de las mediaciones informales, pero son piezas menores dentro del sistema clientelar (Hurtado, 2013: 183). En palabras de un ex funcionario delegacional, para ellos “la necesidad o la prioridad ya no es tener drenaje o pavimentación porque eso ya está resuelto, sino a lo mejor la necesidad es conseguir una cámara de video-vigilancia o una alarma sísmica o tener mayor patrullaje”, satisfactores que, a diferencia de palancas de control históricamente fuertes en la demarcación como la vivienda o el agua, son prescindibles y por lo tanto su uso como moneda de cambio por sufragios es menos lineal.

Al igual que antes sucedía con el PRD, en la base de los triunfos electorales de Morena en 2015 y 2018 funcionó un engranaje clientelar. Las zonas pauperizadas y de ingresos bajos votaron para mantener abiertos aquellos canales de mediación que garantizaran la continuidad en la gestoría de favores públicos. La relación inversamente proporcional entre la hegemonía de Morena y el vaciamiento perredista en la antigua delegación y actual alcaldía de Tlalpan, va acompañada de una recomposición de los liderazgos locales, pero el sistema del que éstos dependen se mantiene. La misma mujer que en 2015 resaltaba la importancia de la cercanía en el trato que establecen el mediador y el beneficiario de la mediación, lo expresa en los siguientes términos:

En la calle donde yo vivo hay una compañera que está gestionando el tema de la electrificación, lo empezó a ver con un compañero que trabajó directamente en la campaña con Patricia Aceves y ahí es donde yo estoy en desacuerdo con AMLO, que dice que no más organizaciones civiles, porque al final esta compañera pasa toda la información que tenemos, por medio de un whatsapp que tenemos, donde yo estoy, porque al final le pasan toda la información, que si van a ir a censarlos, que no sé qué, y yo entiendo entonces que eso es lo mismo, pero entonces no van a trabajar con los liderazgos que existimos de manera territorial por muchos años sino con los que ellos están generando, entonces eso nos complica porque ahora todo lo que tengamos que hacer lo vamos a tener que hacer por medio de ese conducto de esas personas y esas personas obviamente quieren disminuir la fuerza de estas organizaciones como la que yo pertenezco y eso es preocupante (entrevista realizada el 10 de febrero de 2019).

De acuerdo con un ex funcionario delegacional y ex dirigente perredista en la demarcación, las estructuras de participación están rotas porque Morena no ha logrado operar adecuadamente el sistema existente y tampoco ha construido uno alterno. En su opinión, el fortalecimiento de un servicio público capaz de atender a la población sin mediaciones impulsado por el titular del Ejecutivo federal, además de ser una empresa que requiere tiempo para concretarse, provoca desajustes en el gobierno de la Alcaldía pues no hay comunicación con las colonias, ni entendimiento con las fuerzas políticas y el partido.

La carencia es que no hay operadores que estén vinculándose a esos liderazgos. Que a nivel local sí pesa mucho porque son los gestores que siempre están al pendiente de los más elementales servicios. Y que yo siempre lo he dicho, qué bueno que existen porque forman sin quererlo un cuerpo permanente de lo que pasa en territorio, que si ya falló el servicio de luz, etc. y que vienen a comentarte qué hay. Porque la otra parte es tu proyecto de gobierno, programas en ciertas áreas, pero esta parte gestora siempre está, a primera mano cómo te vas a relacionar con los habitantes de tu demarcación. Pero no hay quién tienda esos puentes, no hay ni siquiera identificados, no te puedo decir quién está ahorita haciendo esa tarea, esa labor. Esta rota la relación entre el Gobierno y los habitantes (entrevista realizada el 2 de abril de 2019).

La líder del pueblo de San Miguel Xicalco que en 2015 afirmó que había ingresado a la política por necesidad, desde ese año se cambió del PRD a Morena y ahora trabaja en la Alcaldía de Tlalpan. A su juicio el Gobierno local está abriendo espacios para que la población ya no dependa de las redes clientelares y su valoración a futuro es positiva, aunque reconoce que existen resistencias al cambio:

Mucha gente se quedó con la escuela de antes, “yo tengo tanta gente y quiero tanto”. Entonces estamos con la idea de quitar, que todo esto sea un trato igualitario y que la gente ya no sea utilizada, digamos enseñarles cómo gestionar las cosas, en dónde y en qué tiempos para que la gente que vive de eso ya no tenga cómo engañarlos, que ellos mismos sean sus propios gestores, y de esa manera erradicar por completo, como le llaman, el maiceo o la movilización de gente para sus intereses (entrevista realizada el 13 de febrero de 2019).

El tiempo dirá si el proyecto transformador encabezado por Morena se concreta en territorio tlalpense, en todo caso el tema va más allá de las buenas intenciones y tampoco se reduce a villanías individuales. Los procesos de subjetivación son producto del largo plazo, modificar la praxis ciudadana por decreto ha demostrado a lo largo de la historia su inviabilidad. Con palabras similares a las que utilizó en 2016, el presidente de la mesa directiva de un mercado plantea que, a pesar del cambio de autoridades, en 2019 el papel de “caballito de batalla” de los comerciantes formales e informales sigue siendo el mismo:

Con estas nuevas autoridades han cuidado esa parte, traen un rollo de que es la 4t y traen la línea de no pedir un apoyo económico, pero te dejan con toda la carga. Se ve que es una convicción, pero en realidad no la es. A nosotros llegan los representantes y se nos pide el apoyo, ser de alguna manera parte del proyecto para que tú puedas de alguna manera empoderarlos, pero cuando ya los empoderas se olvidan de ti. Es lo mismo, siempre eres el caballito de batalla, siempre eres el que haces el trabajo y no sabes ni quién cobra, siempre vas a ser el botín económico y político, no cambia en nada. Simplemente hay un doble discurso. Yo creo que en esta administración de Morena quieren llegarte al corazón para que te puedas identificar, en un principio lo haces, pero después te das cuenta que eres el caballito de batalla y siempre el beneficiado va a ser el compadrazgo (entrevista realizada el 12 de marzo de 2019).

En suma, los ciudadanos y ciudadanas que participan en el campo político tlalpense cumplen con los requisitos legales para ejercer derechos y obligaciones que en abstracto son inalienables; sin embargo, su inserción en la vida pública está atravesada por concepciones y prácticas clientelares. Ello podría interpretarse como una distorsión del republicanismo clásico derivada de una cultura política carente de valores cívicos, postura que ha predominado en los estudios sobre la materia. Otra posibilidad es dejar de concebir a la democracia como un proceso que marcha en línea recta y por etapas, y que para alcanzar su estadio más acabado requiere de ciudadanías con virtudes que el común de los mortales difícilmente podrá reunir.

Si bien ciudadanía y clientelismo son dos conceptos que suelen oponerse entre sí porque su definición alude a modelos políticos que parten de premisas distintas, mientras la primera se sustenta en la ley, el segundo lo hace en la influencia personal; esa dicotomía se desdibuja cuando se pasa del plano prescriptivo al histórico (Escalante, 1994, 2003) y parecen emerger ciudadanías clientelares que encuentran formas particulares de reproducirse, dependiendo del lugar al que se dirija la mirada.

Por ello, para dotar de mayor contenido a ambas nociones conviene analizar las prácticas que marcan sus contornos. Cuando se escudriñan estas últimas las contraposiciones y los antagonismos se matizan: por un lado la ciudadanía deja de ser una forma de participación activa, libre y democrática per se, y por otro la intermediación desigual basada en la carencia/dotación de recursos materiales que alimenta al clientelismo no resulta tan mecánica.

El aterrizaje empírico permite contrastar el plano prescriptivo con el de las prácticas reales y da cuenta de la complejidad que caracteriza a estas últimas. El acercamiento a las dinámicas tlalpenses que aquí se ha propuesto contribuye en ese sentido a evidenciar que la participación política reproduce subjetividades y praxis ubicadas entre los dos extremos con los que conceptualmente se busca enmarcarlas.

En lugar de actores encasillados en formatos a primera vista contradictorios, lo que se encontró fueron personas que en su acción cotidiana establecen maneras de relacionarse y disputan posiciones más allá de idealizaciones cargadas de valor. La carga puede ser positiva o negativa, por lo que en el primer caso, el modelo ciudadano, se aspira a caber en él, mientras que respecto al segundo, el clientelar, se busca la lejanía. En la práctica no se logra ni lo uno ni lo otro, de allí los alcances y limitaciones de las prácticas políticas inscritas en ambientes que se presumen democráticos y a la vez dependen de resortes que empujan en otra dirección. Aquí conviene insistir en que las paradojas que ello genera se profundizan cuando se asume la existencia de mujeres y hombres libres que ejercen derechos y obligaciones institucionalmente normados como punto de partida de la democracia moderna. En México la adopción de fórmulas republicanas y democráticas tiene larga data, pero las ciudadanías imaginarias (Escalante, 2011) que desde el siglo XIX dieron legitimidad y una apariencia democrática al Estado, en los hechos no terminan de corresponder con las relaciones que se establecen entre gobernantes y gobernados ni entre las capas que subdividen a unos y otros. Si en el discurso encontramos individuos libres e iguales, la historia nos muestra intermediaciones y formas de relación atravesadas por comunidades, cacicazgos y cuerpos corporativos (Ballard, 1974). Este andar esquizofrénico nos ha acompañado hasta el presente (Tejera, 2015) como parte de un nudo relacional marcado por tensiones, resistencias y disputas de todo tipo.

Siguiendo a René Zavaleta podría afirmarse que la ciudadanía, más que resultado de un proceso histórico y concreción de relaciones sociales, ha sido impuesta de manera aparente (Zavaleta, 1981). La disonancia entre discurso y realidad está atravesada por mediaciones que abren la posibilidad de gestionar recursos materiales a cambio de lealtad y apoyo, es decir, estamos frente a mecanismos clientelares que al mismo tiempo son una vía de presión a favor de demandas propias en contextos con insuficientes y/o inexistentes espacios formales de atención a los requerimientos ciudadanos.

El caso elegido para rastrear las características de las ciudadanías clientelares nos deja ver que las alternancias partidarias no necesariamente se expresan en modificaciones sustanciales de las formas de relación societales. Aun cuando se autoasuman proyectos distintos, las prácticas que forman parte del sentido común y del sentido práctico de los ciudadanos pueden seguir reproduciéndose.

Conclusiones

El habitus político es particularmente complejo (Bourdieu, 1982: 5), las acciones que se desarrollan a partir de él se rigen por un sentido práctico que va más allá de reglas escritas y no escritas, de allí que para analizar las subjetividades que lo alimentan haya que fijar la mirada en la praxis de los individuos. Los actos políticos operan como rituales que subliman y a la vez refuerzan subjetividades específicas, una parte de estas últimas se transmite en las relaciones cara a cara de los ciudadanos con los partidos, los gobiernos y sus intermediarios, son prácticas que no necesariamente corresponden con los valores proclamados por los sujetos que las llevan adelante, ni tampoco necesariamente se ajustan a los marcos jurídicos que deberían regirlas.

En condiciones de desigualdad estructural, la gestión cotidiana de los problemas comunitarios también participa de esa sublimación e incide/refuerza las formas que adopta la agencia, incluyendo entre los resortes que la activan, aquellos que son preconscientes y que se ajustan a la lógica de la situación. Dentro de esta última, se privilegian dinámicas de negociación ajenas a un intercambio entre gobernantes y gobernados basado en la demanda de derechos y el cumplimiento de obligaciones.

Sea que se revalore el carácter sistemático y convencionalmente aceptado de mediaciones clientelares que se intersectan con el orden institucional, o bien que se critique la dominación que conllevan, el papel clave que ejercen para el funcionamiento del aparato estatal no se pone en duda. Las redes que le sirven de base descansan en nodos asociados a funciones específicas; no es lo mismo ser autoridad, intermediario o cliente, pero, a la vez, el entretejido de estos últimos debe verse como una totalidad cuya reproducción depende de que cada uno de ellos siga operando como tal.

El papel que desempeñan en las mediaciones societales los distintos agentes se construye históricamente; en el caso de México, el régimen estatista posrevolucionario favoreció que dicho papel fuera de carácter poco o nada democrático (Bartra, 1978: 113; Bartra, 2007: 242) y que alrededor suyo se generaran estructuras piramidales que compiten entre sí por recursos, estatus y poder (Adler-Lomnitz, 2004: 28). Corporativismo y clientelismo, con sus formas tutelares y autoritarias, se convirtieron en la columna vertebral del régimen; aunque se realizaran elecciones periódicas y en el terreno normativo se garantizara tanto la libertad de organización como la división de poderes, en la práctica se impuso el monopolio de las organizaciones del partido de Estado y el poder extendido del presidente.

Las subjetividades que al amparo de dicho modelo de relación política se fueron construyendo, estaban impregnadas de la “educación práctica -hecha de sobreentendidos, experiencias y discursos-” promovida desde el Estado para convencer “a las masas políticas y a los líderes de las masas” de que los mejores mediadores políticos eran el propio Estado o su partido (González Casanova, 1981: 196). En función de ello, la subordinación al ente estatal, la lealtad (Adler-Lomnitz, 2004: 26) y las relaciones personales con agentes clave (Friedrich, 1991: 197), se colocaron por encima de los programas políticos e ideológicos, convirtiendo a las campañas electorales en espacios de reafirmación de lealtades y de exhibición de fuerza por parte de los dirigentes de las redes clientelares.

A pesar de los cambios en el sistema de partidos, con el PRD en 1997 y con Morena en 2015, el habitus político y las relaciones basadas en el intercambio de favores han demostrado una gran capacidad para reproducirse y persistir en las nuevas circunstancias. Atrás del sistema de partidos, las formas de hacer y de practicar la política entre ciudadanos y gobernantes, marcadas por relaciones de reciprocidad, lealtades e intercambios políticos han seguido ejerciendo un papel determinante en los procesos políticos.

Las ciudadanías clientelares son un híbrido en el que abrevan modelos con premisas a primera vista antagónicas, se construyen a partir de subjetividades y prácticas políticas que retan los análisis lineales de la realidad social y dan cuenta de que las dinámicas que conforman esta última van más allá de principios y marcos normativos. Alrededor de las urnas se tejen formatos de participación basados en intercambios personales que contravienen la institucionalidad democrática y que, sin embargo, pueden convivir con un discurso que apunta a fortalecer a esta última sin que necesariamente ello implique una incongruencia.

Independientemente de la bandera política que ondeen sus autoridades, el clientelismo ha sido un elemento central de la gestión pública y del control partidario sobre la población en la Alcaldía de Tlalpan. Frente a su capacidad de reproducción en medio de alternancias y discursos que lo niegan, surge la duda de si el acceso al poder de un proyecto anclado en la movilización social y que apela a la ética ciudadana es suficiente para generar nuevos patrones de intercambio político.

El tiempo dará la respuesta. En tanto ello sucede, con base en el análisis de un campo en el que se funden los espacios formales e informales y en el que se materializan subjetividades y prácticas que van más allá de votar y ser votado, todo apunta a que las ciudadanías clientelares seguirán reproduciéndose.

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Entrevista colectiva (2017) a seis mujeres de la Red de Mujeres, Magdalena Petlatalco, Tlalpan. [ Links ]

Arturo (2017), obrero y simpatizante de la Unión de Fuerzas por el Bien Común, Ciudad de México. [ Links ]

Nefi Villegas (2019), dirigente político en Tlalpan, PRD y Movimiento Nacional por la Esperanza, Ciudad de México. [ Links ]

Norma García (2019), militante y representante popular en el pueblo de San Andrés Xicalco, Ciudad de México. [ Links ]

1El crédito por el acopio de información en campo corresponde a Joel Ortega Erreguerena, quien con base en la misma y en un acucioso trabajo de gabinete elaboró su tesis de doctorado (Ortega, 2018).

Recibido: 04 de Junio de 2020; Aprobado: 06 de Noviembre de 2020

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