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Espiral (Guadalajara)

Print version ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.22 n.63 Guadalajara May./Aug. 2015

 

Sociedad

 

Condicionantes sociológicas del consumo alcohólico: los estudiantes de Puebla

 

Sociological conditioning of alcohol intake: Puebla students case

 

Héctor Gutiérrez Sánchez*, Graciela Catalina Alatorre Cruz** y Julia María Alatorre Cruz***

 

* Doctor en Ciencia Social por El Colegio de México. ciudadanohector@yahoo.com.mx

** Candidata a Doctor en Psicología, Instituto de Neurobiología, UNAM. catiti1212@yahoo.com.mx

*** Candidata a Doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Autónoma de Querétaro. julia_alatorre@yahoo.com.mx

 

Fecha de recepción: 12 de noviembre de 2013.
Fecha de aceptación: 19 de febrero de 2015.

 

Resumen

El consumo alcohólico en la población estudiantil es un tema analizado principalmente desde un enfoque psicológico y con fuertes perspectivas epidemiológicas. Este trabajo pretende encontrar algunas determinantes sociológicas de dicho fenómeno, particularmente revisando el rol del grupo de pares. Para esto, se hizo una encuesta a novecientos seis estudiantes de Ciudad Universitaria en Puebla. Se encontró que el consumo alcohólico está determinado por "salidas a beber" que los estudiantes hacen usualmente los fines de semana. Además, se descubrió que dichas "salidas" están sólo explicadas por el gusto al ambiente ahí desarrollado, sin importar la presión social ejercida (como sugiere la corriente de estudio predominante). Estos hallazgos subrayan la importancia de lo social para explicar el consumo de alcohol.

Palabras clave: consumo alcohólico, estudiantes, alcoholismo, jóvenes, alcohol.

 

Abstract

Currently, alcohol intake among students is mainly analyzed by a psychological approach with a highly epidemiological perspective. This paper aims to find some sociological determinants of this phenomenon, with special interest in the role of peer groups. To achieve these goals, a survey was conducted with nine hundred six students from Puebla. It was found that alcohol intake is determined by some "hanging out" that students usually do on weekends. In addition, it was discovered that these social events are only statistically related to enjoying the social interactions, regardless of social pressure (as the main alcohol-study perspective would suggest). These findings underline the importance of the social fact to explain alcohol intake.

Key words: alcohol intake, students, alcoholism, youth, alcohol.

 

Introducción

Este artículo tiene esencialmente tres secciones.

Se comienza con un breve estado del conocimiento de los estudios sobre consumo de alcohol, particularmente aquellos que analizan estudiantes. Ahí se muestra cómo este asunto está casi exclusivamente abordado por estudios psicológico-epidemiológicos que no prestan mucha atención a lo social, y cuando lo hacen le asignan un rol coercitivo, en la forma de presión para beber.

De estas observaciones se genera el problema de investigación: encontrar determinantes sociológicas del consumo alcohólico; particularmente, revisar si lo social sólo toma la forma de presión para beber. De ahí se pasa a la segunda sección del escrito, donde se muestran los detalles metodológicos del trabajo empírico; en esta parte también se explican algunos detalles de la recolección de datos.

Una vez establecido el nicho teórico del que parte el estudio y mostrada la forma en que se obtuvieron los datos, se muestran los resultados. Esa sección es la más grande y comienza relacionando el consumo alcohólico con el ritual social de "salir a beber" los fines de semana; esto ya subraya la importancia de lo sociológico para entender la forma en que beben los estudiantes. Pero además, se revisa si el rol de lo social es mera presión (como supone el enfoque dominante) o si el gusto por el ambiente de las salidas determina el consumo.

Al final del artículo, se presentan las conclusiones, donde se resume brevemente el trabajo y se dejan abiertas líneas de investigación para futuras pesquisas.

 

El alcohol: de los usos antropológicos a un problema epidemiológico

Los estudios sobre consumo de alcohol han cambiado a o largo de los años: hace varias décadas, este tema estaba dominado por un enfoque antropológico-etnográfico, pero pareciera que recientemente esa perspectiva dejó de ser predominante. Las comunidades latinas en Estados Unidos y los grupos de Alcohólicos Anónimos (AA) son algunas de las pocas excepciones que todavía se analizan con un "enfoque antropológico".

Lo que une a los estudios de enfoque antropológicos no es algo claro y tajante, pero ninguno de estos trabajos parte de ver al alcohol como un problema (contrario a la postura dominante actualmente). Además, parecen tener preferencias muy específicas: suelen analizar unidades sociales más o menos definidas y localizadas (como pequeñas comunidades indígenas). Dichos análisis suelen usar métodos etnográficos y propiamente antropológicos; ahí se recurre principalmente a herramientas cualitativas y participantes, como la entrevista o la observación. Menéndez (1988) señala que el enfoque antropológico muchas veces analiza el alcoholismo en relación con la fiesta.

En algunos libros compilados por el mismo Menéndez, se encuentran claros ejemplos de este tipo de estudios, como los de Pozas (1991) o Macuixtle (1992). Pero este enfoque no sólo ha analizado pequeñas comunidades, sino también grupos de AA, un excelente ejemplo de ello es Staying sober in Mexico City (Brandes, 2002). Estos trabajos se concentran mucho en analizar unidades sociales cerradas, ya sea en la forma de un grupo de autoayuda o una comunidad relativamente aislada.

Sin embargo, en años recientes el enfoque "antropológico" ha sido numéricamente superado por una perspectiva "epidemiológica" del consumo de alcohol; de hecho, todos los trabajos acerca de alcohol y estudiantes son de este último tipo.

Esta otra perspectiva no se centra tanto en analizar contextos sociales o variables sociológicas. Todos los estudios de este enfoque comparten un rechazo por el consumo de alcohol, mismo que se esfuerzan por contener y cuya expansión les inquieta: en su visión, el alcohol se asemeja a una enfermedad que se expande en la población y a la que hay que controlar. Estos trabajos epidemiológicos se preocupan mucho por la magnitud del uso y abuso del alcohol, como si estuvieran monitoreando el avance de un problema de salud pública; además, intentan constantemente vincular a la bebida con una variedad de problemas.

Ahora bien, este escrutinio sobre situaciones negativas asociadas al alcohol se ha concentrado en varias esferas particulares, como la familiar (Lloret, 2001). Un ejemplo particularmente bueno de estos trabajos es el que analiza, en datos de encuestas, las implicaciones de que exista alcoholismo en un jefe de familia (Descouvieres, 1968). Ahí se llega a la conclusión de que las familias con jefe alcohólico tienen mayor incidencia de problemas sexuales, de crianza y de varios otros tipos.

Otra esfera particularmente analizada es la del trabajo. Hay libros completos específicamente dedicados al alcohol y el trabajo (FISA, 2000; FISA, 2004). También existen muchos artículos al respecto, uno de ellos escrito por un importante estudioso del alcoholismo en México (Menéndez, 1992).

Como se mencionó anteriormente, esta perspectiva antialcohol incluye a todas las investigaciones cuya población de estudio son estudiantes. Por ejemplo, el trabajo de Sogi (2001), comienza como sigue: "El uso, abuso y la dependencia del alcohol constituyen el problema de mayor prevalencia en las encuestas epidemiológicas llevadas a cabo en diversos países" (p. 13). Nótese que no sólo el abuso del alcohol se ve como problema, sino incluso su uso.

La mayoría de los artículos sobre estudiantes y alcohol comienzan mostrando lo "alto" que es el consumo. Por ejemplo, el primer resultado de un estudio en Aguascalientes (Salazar, 2010) es que el 22.37% de los estudiantes encuestados estaba en riesgo por sus hábitos de consumo de alcohol. Otro trabajo sobre la Universidad Internacional (Pulido, 2010) también muestra que el consumo de alcohol y otras drogas ha aumentado en población universitaria.

El enfoque epidemiológico se concentra mucho en alertar sobre el consumo. Esto es muy evidente en los artículos que únicamente se dedican a mostrar dicha idea, pero incluso las investigaciones que buscan relacionar el alcohol con otras variables destinan una buena cantidad de texto a la estadística meramente descriptiva, enfatizando siempre el riesgo y el abuso del alcohol.

De entre los trabajos que sí buscan relacionar el alcohol con otros factores, se encuentra uno realizado en Pachuca (Rojas, 1999), que muestra cómo los estudiantes que consumen drogas o alcohol en exceso tienden a aburrirse en sus tiempos libres. Según este trabajo, los bebedores más fuertes son propensos a cometer actos antisociales (criminales principalmente), muestran poco respeto por normas familiares y tienen padres que pelean mucho.

Otra característica de estos trabajos epidemiológicos es que sus líneas causales suelen ser poco claras. En el estudio de Pachuca antes mencionado, quizá se puede suponer que las condiciones de la familia del estudiante son causas de su consumo alcohólico, pues le anteceden cronológicamente, pero en el resto de las relaciones encontradas -aun siendo estadísticamente significativas- las variables revisadas tienen un rol incierto, pues no se especifica si son causa o consecuencia del consumo de alcohol.

Otro trabajo en esa misma tónica (Díaz, 2008) encontró que estudiantes de la UNAM tienden a beber más si están empleados y cuantos más ingresos tiene su familia, aunque no se deja muy claro qué causa qué. Algunos otros trabajos relacionan el consumo de alcohol con las expectativas que de él se tienen (Mora 2001), y tampoco son muy explícitos respecto a si la expectativa se altera por la intensidad del consumo o al revés.

Entonces, casi todos los análisis sobre alcohol y estudiantes centran sus esfuerzos en relacionar dicho consumo con variables más bien psicológicas, muchas veces vinculadas con el nicho familiar del joven. Esto en sí es una invitación a otras disciplinas, pues variables de muchas otras índoles (como sociológicas) podrían también ser útiles para explicar el fenómeno, pero casi nunca son mencionadas.

Entonces, además de suponer de antemano que el alcohol es malo, los estudios epidemiológicos aspiran a mostrar cómo varios elementos psicológicos problemáticos se relacionan con el consumo de este. Sin embargo, casi nunca se habla de factores sociológicos asociados a dicho consumo. Una de las pocas excepciones a esta tendencia se logra apreciar en los trabajos de Albarracín (2008) y de Castillo (2009); en dichos análisis aparece la influencia del grupo de pares, pero se concentran en la capacidad del sujeto para resistir la "presión social".

Por ejemplo, Albarracín (2008) menciona que:

El factor social es un factor predominante en el consumo de alcohol; los amigos, los pares más cercanos, parejas y grupos pequeños se convierten en una influencia dominante que determina el consumo de sustancias. El consumo alcohol hace parte de la selección y socialización entre amigos, puesto que debe existir aprobación por parte de los otros, evitando la exclusión social por parte de quienes consumen alcohol (p. 53).

Ahí se hace énfasis en la exclusión social como una forma de presión; este elemento reaparecerá más adelante cuando este artículo describa las entrevistas exploratorias.

Por su parte, Castillo (2009) utiliza un cuestionario de autoeficacia al rechazo del alcohol. Un tercio de dicho cuestionario está dedicado a la "presión social" y mide si el informante puede rehusarse a beber aun cuando haya amenazas de exclusión social, críticas o insistencia de los pares. De forma interesante, fue esa sección del cuestionario la que más mostró relación con el consumo de alcohol, por lo que el trabajo concluye: "Tal parece que es mayor la tentación y la presión que ejercen las amistades que la ejercida por cambios emocionales o actividades típicamente asociadas con el consumo" (p. 72).

Cabe señalar que el cuestionario de Autoeficacia al rechazo del alcohol (ARB) no es el único que considera la presión social para beber. También existe el Cuestionario de Resistencia de la Presión del Grupo (CRPG) que mide tres elementos: la presión directa y explícita para beber, la presión tácita (exclusión social) y el nivel de presión percibido por el informante.

Estos trabajos e instrumentos no proporcionan una definición precisa de la "presión social"; por ejemplo, no es claro si una acción negativa como dejar de invitar a alguien es también considerada "presión" o si sólo se toman en cuenta acciones positivas como emitir críticas. Sin embargo, usualmente el grupo social es visto como un una fuente de presión y estímulos más bien negativos para los estudiantes, desde exclusión hasta ataques. Entonces, tras estos trabajos se encuentra la idea de que los estudiantes beben -en parte al menos- para huir de las críticas y sanciones del grupo.

Entonces, lo social está casi ausente en los trabajos sobre alcohol y estudiantes, pero además, se le reduce a elementos coercitivos, lo que no coincide con la sociología actual, pues la teoría sociológica contemporánea usualmente reconoce algún grado de legitimidad en la norma social. Es decir, sólo considerando lo que el enfoque epidemiológico sugiere, se creería que el grupo de pares se acerca siempre al estudiante para obligarlo a beber; una visión tan negativa de lo social sobre el sujeto casi sólo se encuentra en Skinner (1977). La mayoría de los sociólogos suponen que lo social no sólo es presión o coerción, sino que también hay algún grado de interiorización y legitimación de las normas, de tal suerte que no sólo el grupo presiona al sujeto, sino que este puede estar conforme con la mecánica social.

Los estudios epidemiológicos usualmente imaginan al grupo acercándose al estudiante para obligarlo a beber a través de críticas y amenazas de ostracismo. Pero quizá el grupo no se acerca al estudiante, sino que este ve en la mecánica social algo que le agrada y se une a ella voluntariamente. Esta segunda hipótesis parte de una visión mucho más amable de la vida social, pues esta no perseguiría a los sujetos para someterlos, sino que estos la buscarían activamente al encontrarla grata.

Cabe señalar que esta revisión se centró en los estudios sobre Latinoamérica, e incluye a todos los trabajos pertinentes sobre población estudiantil en México. Sin embargo, nada muy diferente sucede en otros países. Por ejemplo, el Journal of Studies on Alcohol and Drugs regularmente incluye artículos sobre población estudiantil; dichos trabajos también se esfuerzan por denunciar lo alto que pueden llegar a ser los consumos y los relacionan con diversas variables. Entre los estudios más recientes de dicha publicación, se encuentra el artículo de Wechsler y Nelson (2008) y el de Wesley y colaboradores (2005): el primero se centra mucho en describir lo alto del consumo estudiantil y en métodos para disminuirlo, el segundo presume de utilizar regresiones multinivel para mostrar cómo la percepción errónea de las normas sobre el alcohol lleva a los estudiantes a beber más de lo conveniente. La revista Alcohol and Alcoholism está en una situación muy semejante.

Entonces, el consumo de alcohol es un asunto que en su momento fue abordado por antropólogos, quienes lo analizaron a la luz de las relaciones sociales en pequeñas comunidades o grupos de AA. Sin embargo, el alcohol en población estudiantil es un tema en que lo social casi no aparece y cuando lo hace es sólo en la forma de presión del grupo para beber. Este trabajo pretende abonar al tema encontrando factores sociológicos que ayuden a comprender un consumo de alcohol que pareciera ser alto.

 

Detalles metodológicos

Para encontrar lo sociológico en el consumo alcohólico estudiantil, se decidió analizar población de Ciudad Universitaria (CU) de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP); cabe señalar que sólo se incluyeron alumnos de nivel licenciatura y sólo de las licenciaturas ubicadas en CU.

La elección de Puebla responde a que esa población resultaba logísticamente accesible para un trabajo cuyos recursos no alcanzarían para una muestra representativa a nivel nacional. Además, los estudiantes de CU en Puebla son una población de cerca de 35 000 personas, un número suficientemente grande como para que el estudio tenga una representatividad interesante, pero suficientemente pequeño como para poder analizarlos a profundidad.

El trabajo de campo comenzó con una serie de entrevistas exploratorias. Estas mostraron que el consumo alcohólico estudiantil parecía determinado por las "salidas a beber" donde aparentemente sucedía casi toda la ingesta. Dichas reuniones suceden principalmente el fin de semana y reúnen tanto a varones como a mujeres. Este primer hallazgo fue luego confirmado por la encuesta masiva; sin embargo, muestra ya la relevancia de lo sociológico en la explicación del consumo alcohólico. En la medida en que parecía que los estudiantes casi sólo beben en eventos sociales, se fortalecía la sospecha de que la sociología tendría mucho que aportar al tema.

Durante la exploración comprensiva, también apareció el asunto de la presión social y la coerción. En estas primeras entrevistas la presión apuntaba más a las "salidas" que propiamente al consumo de alcohol, pero la íntima relación entre "salir" y beber, hace esta diferencia irrelevante: quienes "salen" son quienes tienen consumos considerables y los estudiantes escasamente beben fuera de sus reuniones.

La presión social encontrada por las entrevistas se asemejó a lo visto en la literatura y consistía en medidas o acciones que el grupo tomaba cuando un estudiante se negaba a salir y que perjudicaban a este: iban desde muestras de incomodidad y críticas, hasta la amenaza directa de exclusión social completa. Pero en las entrevistas no sólo se encontró que los estudiantes estaban preocupados por reacciones negativas de sus compañeros, también parecía que ellos tenían un gusto por el "ambiente" desarrollado en las "salidas"; dicho gusto también acercaría a los jóvenes al alcohol, pero no por huir de un castigo social, sino por buscar ciertas interacciones sociales. Esto último supondría un papel del grupo menos coercitivo así como más agencia de parte de los jóvenes, quienes quizá no son víctimas pasivas arrastradas por lo social hacia la bebida, sino actores que buscan espacios sociales específicos.

Finalmente y de forma menos importante, apareció un tercer tipo de estímulo: la autocoerción. Los estudiantes admitían cierto temor a ser excluidos o a recibir críticas; es decir, temían lo que los demás pudieran hacer sobre ellos. Igualmente, tenían un gusto por lo desarrollado durante las "salidas" que los llevaba a beber. Sin embargo, también reconocieron un sentimiento aversivo que no provenía de los otros, sino de sí mismos.

Algunos alumnos mencionaron que cuando rechazaban salir a beber se sentían internamente mal, experimentaban cierta incomodidad por rechazar a sus amigos. Nótese que este sentimiento no es temor hacia las acciones de otros (críticas o rechazo), ni mera frustración por no ser parte del gustado "ambiente" de las salidas: es un sentimiento coercitivo pero internamente administrado; una autocoerción personal. Esta posibilidad también fue revisada estadísticamente, pues así como los estudiantes podrían beber para huir de la coerción de terceros o para disfrutar de un "ambiente", también podrían hacerlo para evitar sentir la autocoerción.

En la medida en que este trabajo se centra más en el factor social, tiene también más claridad en relación con la "presión social". En los estudios epidemiológicos antes descritos, se hablaba de presión pero no se hacía una definición clara. Basado en las entrevistas, el presente trabajo considera la presión como aquellas acciones desagradables para el sujeto que realiza su grupo de amigos; la aversión a estas acciones grupales (críticas, exclusión, etc.) podría causar el consumo de alcohol. De las entrevistas también se generó la hipótesis del gusto por el ambiente, donde la causa del consumo no sería la huida del estímulo aversivo ejecutado por el grupo, sino un deseo de participar del ambiente donde sucede el consumo. Adicionalmente, se encontró algo de autocoerción, sentimientos negativos que no se deben a reacciones del grupo.

Las entrevistas fueron muy ricas; sin embargo, el trabajo no se podía basar sólo en ellas. En primer lugar, los informantes fueron estrictamente voluntarios, por lo que no se tiene información de quienes -por razones desconocidas- se negaron a ser entrevistados; este primer punto genera un sesgo de autoselección. En segundo lugar, el trabajo cualitativo se realizó en los pasillos de las facultades y no se eligió una muestra significativa, por lo que quizá los datos no eran representativos de la población estudiantil de CU. Finalmente, existiría un riesgo metodológico de haber utilizado únicamente las entrevistas, pues éstas fueron interpretadas a posteriori, por lo que las conclusiones así generadas no habían sido confirmadas por una prueba independiente. Entonces, las entrevistas sólo lograron generar hipótesis que tendrían que ser confirmadas de otra forma.

Con esto en mente, se diseñó una muestra estadísticamente representativa compuesta de grupos de varias facultades. El universo de la encuesta fueron los estudiantes de licenciatura de CU de la BUAP, y la muestra fue aleatoria en dos estratos. No fue posible hacer un muestreo aleatorio simple por no tener a todos los estudiantes disponibles para el trabajo; debido a esto, se hizo una selección de facultades y de ahí una de grupos. La selección de facultades se hizo siempre considerando la población de estas, por lo que todo alumno tuvo las mismas probabilidades de ser seleccionado, lo que a su vez permite hacer pruebas de hipótesis y garantiza la representatividad de la muestra elegida en el universo.

La unidad de análisis fue siempre el estudiante individual y en total se contó con una muestra de novecientos seis casos. Basado en aplicaciones piloto del instrumento, se calculó una muestra de alrededor de trescientos sujetos, pero la posibilidad de analizar subgrupos que podrían tener comportamientos específicos, provocó un aumento de la muestra. La encuesta fue levantada en el mes de octubre del 2012 y cuenta con ciento setenta y ocho alumnos de biología, doscientos veinte de contaduría, ciento tres de arquitectura, ciento ocho de ingeniería industrial, cincuenta y seis de computación y doscientos cuarenta y uno de derecho.

El procedimiento para levantar datos fue siempre el mismo: se solicitaban los permisos a la coordinación de la licenciatura en cuestión, luego esta proponía los grupos que serían encuestados. Al llegar al grupo, se solicitaba permiso al profesor y se daban las instrucciones a los estudiantes, se entregaba el cuestionario que era llenado por los mismos alumnos y luego se recogía el cuestionario y se capturaba.

El instrumento utilizado fue creado específicamente para esta encuesta y fue perfeccionado en la misma población analizada. Después de tres versiones del instrumento, se llegó a una cuarta que fue la utilizada. Contrario a otras encuestas sobre alcohol, como la ENA (Encuesta Nacional de Adicciones) aplicada por la Secretaría de Salud, el cuestionario utilizado casi no generó datos perdidos. Cabe señalar que más de la mitad de los datos de la ENA están ausentes; a falta de garantías de que dichas ausencias sean aleatorias e independientes de lo que se está midiendo, no se puede garantizar la calidad de los datos en encuestas como la ENA. El cuestionario aplicado para este trabajo nunca fue rechazado por ningún estudiante y generó pocos datos perdidos.

La muestra incluye trescientos noventa y siete hombres (45.06%) y cuatrocientas ochenta y cuatro mujeres (54.94%). La edad promedio es de 20.33 años con una desviación estándar de 3.03. El 64.7% de la muestra vive aun con sus padres, 11.54% vive solo. El cuestionario no incluía preguntas sobre clase social o ingreso, pero al tratarse de una escuela pública, se puede suponer una clase media.

 

Consumo alcohólico, salidas a beber y gusto por la norma social

Lo primero que hay que decir sobre el consumo alcohólico es que este normalmente está caracterizado por una fuerte dispersión debida a unos cuantos casos extremos; en este aspecto, los estudiantes no fueron excepción. En la encuesta realizada, se encontró que el promedio de copas de alcohol (medidas como una copa de vino o su equivalente en alcohol) fue de 20.26. Sin embargo, los cien casos con más consumo tienen un promedio de 107.9 copas consumidas mensuales, mientras que los cien estudiantes de menor consumo sólo promedian .0096 copas al mes.

Los estudiantes -como casi todas las poblaciones conocidas- tienen muchos consumidores moderados, así como unos cuantos bebedores fuertes cuyo consumo es desproporcionadamente más alto que el de sus pares. Esto se refleja, por ejemplo, en una desviación estándar muy grade para el promedio: en la encuesta realizada la media es de 20.26 y la desviación de 50.08. Cabe señalar que estos casos extremos incluyen tanto a mujeres como a varones, pero estos últimos predominan: por ejemplo, de entre los cincuenta y cinco casos de mayor consumo, el 67.27% son hombres.

Como es sabido, los métodos estadísticos para variables métricas son muy sensibles a los datos extremos, mismos que son frecuentes en los consumos alcohólicos. Esto significa que la mayoría de los procedimientos hechos con datos de consumo alcohólico son engañosos, ya que por unos cuantos bebedores fuertes, se disparan los promedios de forma injustificada. Por ejemplo, si no se incluyen a los cincuenta bebedores más fuertes (15.6% de la muestra), el promedio mensual de copas consumidas cae de 20.26 a sólo 11.05. Entonces, los análisis de consumo alcohólico deben hacerse con cuidado, pues los procedimientos estadísticos tienen fallas cuando se enfrentan a datos tan extremos.

Debido a esta dificultad, en este trabajo se optó por generar una variable que es el logaritmo base diez del consumo mensual; esta transformación reduce mucho los datos extremos sin perjudicar significativamente a los casos "normales". Cabe señalar que esta precaución matemática no es común en estudios sobre consumo alcohólico, lo que aunado a muestras pequeñas, hace probable que los estudios epidemiológicos concluyan cosas sólo en función de unos pocos casos extremos.

La posibilidad de llegar a conclusiones sólo con base en datos extremos es particularmente fuerte en los estudios que no sólo pretenden ser descriptivos del consumo alcohólico, sino buscar también factores con los que se relaciona. La razón de esto es que si hay unos cuantos casos con consumos cientos de veces mayores que el grueso de los bebedores, cualquier característica que estos tengan será detectada por las regresiones como una variable relacionada al consumo alcohólico. Por ejemplo, en la encuesta de la BUAP, los diez casos más fuertes tienen un consumo promedio de trescientas diez copas mensuales, si esos diez casos por azar fueran todos de familias monoparentales, fácilmente se podría detectar una relación entre el alcohol y las familias mono-parentales, pues esos pocos casos moverían fuertemente el promedio de quienes tienen dicha característica familiar. En ese ejemplo, y a pesar de que la estadística encuentre una relación, esta no se podría imputar al grueso de los bebedores moderados.

El riesgo de encontrar relaciones dudosas es aún mayor si consideramos que esos pocos datos extremos usualmente serán "problemáticos", pues alguien que bebe en promedio más de diez copas diarias sin duda tendrá problemas de varios tipos. El hecho de que el método estadístico encuentre una relación no significa que para el grueso de los bebedores moderados el alcohol sea un peligro o fuente de problemas. Dado que estas precauciones matemáticas casi no se encuentran en la mayoría de los estudios, algunas "relaciones" propuestas en la literatura podrían ser solamente las características de unos pocos casos extremos.

Esta peculiaridad matemática había sido ya notada por Anderson (1991), quien señaló cómo el alcohol no es un problema tan grave en la medida en que el grueso de sus consumidores son regulares y los promedios están "artificialmente" aumentados por la presencia de casos extremos. En algunos estudios, se elude este problema cambiando el nivel de medición y creando variables categóricas que clasifican los casos según el consumo. Un ejemplo de esto está publicado en la revista Salud Pública de México (Mora, 2001), pero esta "solución" tiene el problema de que también reduce la potencia estadística de cualquier prueba; además, no hay puntos de corte claros para crear las categorías de consumidores.

Pese a todo, el enfoque dominante sí acierta en suponer que el consumo de alcohol en población estudiantil es relativamente alto. De la muestra estudiantil se obtiene un promedio de 20.26 copas mensuales, mientras que la Encuesta Nacional de Adicciones (ENA) 2008 encuentra que la población general de Puebla sólo bebe en promedio 11.89 copas mensuales. Esta diferencia en los consumos es estadísticamente significativa en una prueba T con más del 99% de confianza; es importante señalar que nada distinto se encuentra si se usan los consumos en su versión logarítmica.

Cabe señalar que este consumo es particularmente alto aun revisando otras posibilidades. Por ejemplo, si se controla la edad y el género con un modelo de regresión múltiple, la muestra de la BUAP sigue teniendo un consumo mayor que la de la ENA. Incluso si sólo se toman los casos de la ENA que tienen edades semejantes a los estudiantes, la diferencia sigue siendo notoria. En resumen: los estudiantes beben más que la población abierta, lo que no tiene que ver con sus edades ni con su distribución de género; algo en su condición de estudiantes se relaciona con un consumo fuerte.

Por otra parte, se encontró que el elemento que se relaciona más fuertemente con los consumos alcohólicos en la población estudiantil son las "salidas a beber", un ritual social que los estudiantes tienen. En las entrevistas ya se hablaba de dicho ritual, mismo que usualmente sucede los fines de semana, principalmente los jueves, pues algunos estudiantes son de municipios distantes y el viernes al terminar sus clases parten inmediatamente a sus lugares de origen.

Dichos encuentros para beber incluyen alumnos de ambos géneros y suceden en casa de algún compañero que viva solo o en bares, y aparentemente giran mucho alrededor de pláticas "especiales" que ahí suceden, mismas que cuando funcionan bien crean un "ambiente" que pareciera estar detrás de mucho del consumo alcohólico.

La fuerte relación salidas-consumo se confirmó en la encuesta cuando se preguntaba con quién sucede el consumo alcohólico. Se encontró que el 63.3% dice beber principalmente con "amigos de la escuela", el 21.8% bebe con familiares y sólo el 14.8% bebe con "otros" (lo que muchas veces incluía amigos del bachillerato). Lo más interesante es que el primer grupo bebe un promedio de 23.48 copas mensuales, los segundos sólo 13.91 y los últimos 25.16. Estas diferencias son estadísticamente significativas con el consumo como tal o con la variable logarítmica, lo que sugiere no sólo que los estudiantes beben principalmente entre ellos, sino también que sólo quienes beben en esos encuentros de alumnos tienen un consumo significativo; nótese cómo quienes tienen consumos muy bajos son quienes beben principalmente con familiares.

Además de esto, se encontró que quienes aceptan salir a beber son quienes tienen consumos elevados. Una de las preguntas en la encuesta era cuántas de las últimas cuatro invitaciones para salir a beber habían sido aceptadas: quienes las habían rechazado todas beben 4.9 copas mensuales promedio; quienes aceptaron una de cuatro invitaciones beben 14.93; quienes aceptaron la mitad de las propuestas consumen 24.84; quienes aceptaron tres de cada cuatro invitaciones beben 44.94; y quienes aceptaron todas las invitaciones consumen 37.27 copas al mes. Esta relación es aún más clara con la variable logarítmica, con la cual aparece una relación prácticamente lineal entre las salidas y el consumo; esta relación es estadísticamente significativa en una prueba de varianza (ANOVA de un factor) con una confianza superior al 99.99%.

Todo esto ya se había encontrado desde las entrevistas. El vínculo salidas-consumo es tan importante que incluso los informantes hablaban de compañeros que "beben" o que "no beben": ambos grupos consumen alcohol, pero los primeros suelen asistir a las "salidas" y por ende beben significativamente, mientras que los segundos sólo consumen alcohol en ocasionales fiestas familiares o eventos especiales.

La fuerte relación entre las "salidas" y el consumo de alcohol muestra que este está determinado por dichos eventos sociales. Este hecho resalta la necesidad de comprender esos espacios con herramientas sociológicas, pero también dialoga con la literatura en la medida en que describe con mayor detalle el tipo de consumo alcohólico que tienen los estudiantes. Como se mencionó anteriormente, el promedio de consumo estudiantil es de 20.26 copas por mes; eso equivale a menos de una copa de alcohol diaria, lo que está muy por debajo de las recomendaciones médicas, mismas que varían pero normalmente están arriba de una copa por día, incluso para mujeres.

Entonces, en números brutos y aun con los datos extremos, el consumo alcohólico estudiantil parece no ser algo muy alarmante, lo que podría contradecir al enfoque epidemiológico. Sin embargo, esta ingesta está concentrada en muy poco tiempo, lo que sí puede ser preocupante. Los estudiantes beben casi sólo cuando salen los fines de semana, y ahí sucede prácticamente todo su consumo. Los estándares médicos muchas veces están pensados para costumbres europeas que suponen acompañar la comida con vino, hábito muchas veces considerado saludable, pero los estudiantes analizados concentran su consumo en unas pocas horas, lo que sí puede ser desaconsejable.

Ahora bien, las "salidas" se mostraron como un factor fuertemente relacionado con el consumo de alcohol, pero no fueron el único. Hubo también algunas variables estadísticamente significativas pero de poca importancia, como la facultad a la que pertenecía el encuestado: arquitectura registró un promedio particularmente alto con 33.38 copas mensuales, mientras que biología tuvo un consumo bajo, de sólo 12.33; la prueba de varianza que buscaba la relación entre la facultad y el consumo arroja un valor P de .019 con la variable cruda y de .042 con la logarítmica, lo que habla de relaciones apenas perceptibles.

Como era de esperarse, el consumo alcohólico también cambia según el género, pero esta variable sí es potente: los varones muestran un promedio de 29.01 copas mensuales, mientras que las mujeres sólo 12.77; independientemente de la versión de la variable consumo, la prueba T para muestras independientes indica que hay diferencia con una confianza mayor al 99.9%.

En todos los estudios se encuentra que los varones consumen más que las mujeres. Algo extraordinario en este trabajo en particular, es que se encontró aquí una variable que -en la población analizada- tiene casi el doble de potencia explicativa, pues el coeficiente estandarizado de la variable sexo es de .2123, mientras que las salidas tienen un valor de .5307. Es decir, las "salidas a beber" son más importantes que la variable sexo, misma que está presente en todos los estudios del tema. Sobra mencionar que otras variables como la carrera tienen coeficientes estandarizados mucho menores.

Ahora bien, esta fuerte relación entre "salidas" y consumo no conlleva una causalidad, es más bien una descripción. Es decir, la conclusión de esto no es que salir en grupo causa que los alumnos beban, sino que dichas "salidas" son la forma que toma el consumo en esta población particular. Hasta este momento no se han expuesto causas posibles del consumo alcohólico, sino sólo el contexto donde este sucede, de ahí que sea más prudente utilizar a las "salidas" como otro indicador de consumo alcohólico que como un factor explicativo de este. De hecho, las relaciones potencialmente causales se analizaron con el consumo como variable dependiente y se volvieron a revisar sustituyendo el consumo por las salidas, y ambos métodos arrojaron las mismas conclusiones.

Sin embargo, esta relación salidas-consumo es importante en la medida en que muestra cómo una interacción social determina con mucha fuerza el consumo alcohólico. Recordemos que el consumo estudiantil siempre es analizado desde enfoques psicológicos que lo vinculan con cuestiones más bien biográfico-personales. Este trabajo muestra que un ritual social es el determinante de cuánto beben los alumnos poblanos.

Ahora bien, como se menciona en la revisión bibliográfica, lo social sí llega a aparecer ocasionalmente en los estudios sobre alcohol, pero usualmente se le relaciona con la presión que el grupo puede ejercer. En las entrevistas exploratorias apareció la presión, misma que los alumnos reconocieron y que los empuja a las "salidas". Dicha coerción puede ir desde comentarios sutiles hasta la ruptura radical de la relación.

Pero los alumnos no sólo describieron reacciones adversas del grupo ante su negativa de salir, sino también recompensas al seguir la costumbre. Muchos de los entrevistados dijeron tener gusto por el "ambiente" de las "salidas a beber"; los estudiantes ven dichos espacios como lugares de confianza en los que logran estrechar vínculos de amistad, conocer mejor a los compañeros y encontrar apoyo en los otros cuando salen a beber en grupo. Este estímulo difiere del anterior porque no se trata de evitar un sentimiento adverso, sino de una persecución activa de un disfrute relacionado con las "salidas a beber".

Adicionalmente, no sólo aparecieron la coerción y el gusto como posibles estímulos para el consumo alcohólico y las "salidas", sino que también se encontró en las entrevistas una especie de autocoerción. Algunos informantes declaraban que cuando rechazaban las invitaciones a beber se sentían internamente mal; es decir, no sólo sentían las críticas y presiones de los compañeros, sino que también experimentaban una especie de culpa o vergüenza por no salir a beber. Este sentimiento es independiente de la conducta del que invita, por lo que es estrictamente interno.

Hasta este momento, se ha utilizado ya la encuesta para mostrar cómo el consumo alcohólico de los estudiantes es mayor que el de la población general, pero menor que los límites médicamente recomendados; esto dialoga con el enfoque epidemiológico en la medida en que puede cuestionar la "urgencia" del "problema" del alcohol. Además, se mencionó que dicho consumo está muy relacionado con las "salidas a beber", espacios de interacción social cuya descripción sociológica podría explicar algo de la forma en que beben los estudiantes. Ahora se presenta un tercer uso de la encuesta: los pocos estudios sobre alcohol y estudiantes que han incluido la influencia de lo social normalmente la describen como presión para beber. Esta coerción fue detectada en las entrevistas, pero también se encontró un "gusto" por el ambiente de las "salidas", lo que podría también llevar a los jóvenes al alcohol. Finalmente, surgió también una coerción interna que también podría ser causa de consumo.

Estas tres posibles causas o hipótesis fueron incluidas en la encuesta: se preguntó qué tanto se sentía la presión social, qué tanto se gustaba del ambiente de la bebida y qué tanto había un sentimiento negativo interno al no beber. Si cualquiera de estas posibilidades es una causa eficiente del consumo de alcohol, se esperaría que dichos reactivos guardaran relación con las "salidas a beber", o directamente con el consumo alcohólico.

Lo primero que se encontró, fue que todas las hipótesis tienen algo de razón en la medida en que cada uno de los reactivos se mostró estadísticamente relacionado con cuánto salen a beber los estudiantes; también se encontró que los reactivos se relacionaban con el consumo, ya sea normal o logarítmico. Lo más interesante vino cuando se hicieron regresiones múltiples y se encontró que sólo la hipótesis del gusto por el ambiente conservaba su relación con la variable Y (dependiente), indicando que esa parece ser la verdadera razón por la que los estudiantes salen a beber.

Como se mencionó anteriormente, se hicieron análisis tomando como variable dependiente tanto al consumo de alcohol como a las "salidas" en que este sucede. Se muestran primero los análisis en que se pretende explicar las "salidas" y luego los que analizan el consumo. Pero antes de mostrar análisis sobre "salidas a beber", se debe hacer una aclaración matemática relativa al manejo de la variable dependiente. Cuando se analizó el consumo alcohólico se habló del problema de los datos extremos, y ahora aparece el inconveniente de que la variable a explicar es una proporción.

Dada la importancia del control de variables, era indispensable hacer regresiones, pero la pregunta que se buscaba explicar era cuántas de las últimas cuatro invitaciones a salir habían sido aceptadas; eso significa que sólo había cinco valores posibles: 0, 1, 2, 3, y 4. La regresión de mínimos cuadrados ordinarios supone una variable Y métrica, y además con un rango infinito de valores, lo que no coincide con las características de una proporción que además tiene sólo cinco valores posibles.

Las regresiones logísticas ordenadas violaban constantemente el supuesto de momios proporcionales y las logísticas polinómicas arrojaban resultados de difícil lectura y exposición. Por estas razones, se decidió trabajar con el logaritmo natural del momio de las "salidas a beber" (logito); esto resuelve el problema de los límites lógicos de la variable al ser posibles valores muy altos y bajos. Entonces, la variable Y se volvió el logito de las salidas, una especie de "probabilidad de salir". Cabe recordar que ni es posible dividir entre cero ni obtener el logaritmo de cero, por lo que quienes no salían a beber tuvieron un valor de .1 salidas, y quienes siempre lo hacen tuvieron un valor de 3.9. Este pequeño ajuste permitió usar un modelo de regresión de mínimos cuadrados ordinarios y mantuvo una proporción semejante entre todos los valores de Y.

Con la variable Y de las "salidas" en su forma de logito, se comenzó haciendo regresiones simples con las variables relacionadas con cada hipótesis. Cabe señalar que estas regresiones de "orden cero" incluían a las variables independientes como métricas; en realidad eran ordinales de cuatro categorías, pero se les permitió funcionar como métricas en este primer momento porque ese nivel superior de medición maximizaría sus probabilidades de mostrar relaciones.

En una regresión simple, todas las variables se mostraron relacionadas con las "salidas a beber". Todas las preguntas relacionadas con la coerción social (la preocupación de recibir críticas, cuán presionado se sienten para salir y cuán preocupado está el encuestado de que lo excluyan del grupo), mostraron una relación significativa con las "salidas a beber" con un a menor a .05.

Igualmente, la pregunta sobre sentirse incómodo al rechazar invitaciones (indicador de autocoerción) fue significativa, pues mostró un valor P de .001. Finalmente, la hipótesis del gusto también probó algo de veracidad, pues todas las preguntas sobre gusto por el ambiente (gustar del ambiente con alcohol, el disfrute de las "salidas" y la preferencia por el ambiente con alcohol), tuvieron relación con las "salidas a beber".

Esta aparente facilidad con la que todas las variables mostraron relación con Y fue en parte debida al tamaño de la muestra: con novecientos seis casos era esperable que incluso las relaciones poco importantes resultaran estadísticamente significativas.

Lo interesante fue que las relaciones tuvieron potencias dispares; si se buscan las correlaciones entre la variable Y ("salidas", no su logito) y las variables independientes (métricas), se encuentra que la hipótesis del gusto es la más fuerte. Así por ejemplo, disfrutar las salidas a beber tiene una correlación de .59 con las salidas, la presión social sentida tiene .07 y la incomodidad por rechazar invitaciones tiene sólo .09.

Esta disparidad en la potencia de las relaciones, aunada a las relaciones entre variables independientes, hizo que se buscara controlar variables a través de modelos múltiples de regresión, pues parecía que gustar del ambiente de la bebida no sólo provoca las salidas y el consumo, sino también hace más sensibles a los estudiantes a las críticas internas y externas.

Para hacer esta revisión, se partió de un modelo con todas las variables relativas a todas las hipótesis y luego se eliminaron una a una las variables que en un modelo múltiple ya no eran significativas. Al final sólo se conservó la pregunta sobre cuál ambiente prefiere el estudiante (con alcohol, indiferente o sin alcohol), cuánto disfruta salir a beber y cuánto le preocupa recibir críticas por no salir. El procedimiento inverso dio el mismo resultado, ahí se comenzó con la variable con mayor relación y se agregaron variables, conservándolas sólo si eran estadísticamente significativas; de ambas formas se llega al mismo modelo.

Entonces, en un modelo múltiple, muchas variables que parecían significativas dejaron de serlo, lo que sugiere que sus efectos pasan por las que sí resistieron dicha prueba. Gracias a este procedimiento, se puede ver que la hipótesis del gusto por el ambiente del alcohol fue la más favorecida en este ejercicio, pues no sólo conservó dos variables, sino que sus coeficientes estandarizados beta fueron muy superiores. Las preguntas del gusto tenían coeficientes estandarizados de .512 y .1402; la preocupación por las críticas sólo alcanzó .071.

Para simplificar estos análisis, se construyeron índices de las preguntas relativas a las tres hipótesis (coerción, gusto y autocoerción), y se les incluyó en un solo modelo de regresión múltiple. Pese a que las variables no estaban inicialmente pensadas para colapsarse en un índice, estos obtuvieron alphas de cronbach superiores a .6, lo que es una buena cifra. En ese ejercicio, sólo la hipótesis del gusto se muestra como plausible: la hipótesis de la autocoerción tiene coeficiente .1463 y P de .225; la de la presión externa tiene -.0815 y P de .657; el índice de la hipótesis del gusto tiene coeficiente 1.963 y P de 0.0000. Como todos los índices tenían la misma escala, sus coeficientes son comparables sin necesidad de estandarizarlos y vemos que sólo el gusto por salir a beber se relaciona efectivamente con dichas "salidas".

Este hallazgo dialoga con el enfoque epidemiológico. En los estudios regulares sobre alcohol y estudiantes, lo social suele ser omitido; además, cuando aparece se resalta su lado coercitivo. Se midió la coerción social y se le trató de encontrar relaciones con las "salidas" que determinan el consumo. En lugar de lo que la literatura sugería, se halló que es el gusto por el ambiente -no la incapacidad de resistir presión de pares- lo que lleva a los estudiantes a las reuniones donde sucede el consumo de alcohol.

Ahora bien, los modelos presentados hasta aquí relacionan la presión social externa, el gusto por el ambiente y la autocoerción con las "salidas a beber". Antes se mostró la fuerte relación entre dichas "salidas" y el consumo, por lo que se esperaría que esas mismas variables independientes también se relacionen con el consumo (no las "salidas"). Si se repite el ejercicio de los modelos de regresión múltiple sustituyendo la variable Y del logito de las "salidas" por el logaritmo del consumo alcohólico mensual, se encuentran resultados muy semejantes.

En dichos análisis, nuevamente todos los reactivos muestran relación en modelos de orden cero, pero sólo las preguntas sobre gusto por el ambiente logran ser significativas con un a de .01 al hacerse regresiones múltiples, ya sea que se parta de un modelo saturado y se eliminen variables irrelevantes o que se parta de la mejor variable y se intenten agregar otras.

Con estos ejercicios, se encuentra que la preferencia por el ambiente con alcohol, el disfrute de las "salidas" y expresar comentarios positivos sobre la presencia del alcohol en las convivencias, son las tres variables significativamente relacionadas con el consumo alcohólico. Cabe señalar que ese modelo tiene un R2 de .535; en palabras simplistas, se podría decir que el gusto por salir a beber explica poco más de la mitad del consumo alcohólico estudiantil, lo que sería una explicación potente para los estándares de la sociología y en especial en un tema que normalmente sólo es analizado por psicólogos.

Finalmente, cabe señalar que las relaciones aquí presentadas se probaron frente a todas las preguntas de control en el cuestionario, como la edad, sexo, carrera, etcétera. Se encontró que la relación del gusto y las salidas nunca desaparecía y sólo se llegaba a alterar ligeramente en ocasiones con algunas variables control. Algo muy distinto sucedió con la pregunta sobre la preocupación por recibir críticas; dicho reactivo parecía relacionado con las salidas a beber, pero constantemente perdía significatividad estadística en varios sub-grupos de las variables control, por ejemplo, cuando sólo se consideraban alumnos de ciertas facultades.

Como una última precaución, se revisó el comportamiento de las principales variables independientes cuando son consideradas discretas. Se encontró que todas las variables "dummy" relacionadas con el gusto por el ambiente del alcohol eran significativas, lo que no sucedió con la preocupación por recibir críticas.

Todo esto lleva a concluir principalmente dos cosas: la sociabilidad en las "salidas a beber" parece ser fundamental para la comprensión del consumo alcohólico estudiantil y, por otro lado, el grupo social no parece tener un rol de coerción sobre el sujeto presionándolo a que beba, más bien parece que los sujetos buscan activa y exitosamente el "ambiente" de las salidas a beber, situación que parece determinar mucho de su consumo de alcohol.

 

Conclusión

A modo de cierre para este artículo, cabe recordar que se partió de un estado del conocimiento en que lo sociológico apenas si aparece en la literatura que intenta explicar el consumo de alcohol en población estudiantil. La mayoría de los trabajos se conforman con preocuparse por lo "alto" que es dicho consumo y -en el mejor de los casos- lo intentan vincular con condiciones psicológicas adversas.

Este trabajo se propuso encontrar determinantes sociológicas del consumo alcohólico. Se encontró que dicho consumo está muy ligado a las reuniones estudiantiles, cuyo "ambiente" parece atraer a los estudiantes a la bebida. Esto fue muy interesante porque contradice el rol que los estudios epidemiológicos dan a lo social, mostrando que los sujetos no son arrastrados por la colectividad hacia el alcohol, sino que activamente buscan el "ambiente" en que dichos consumos suceden.

El trabajo tiene éxito en mostrar la relevancia de lo sociológico en el asunto del consumo estudiantil de alcohol, pero deja también el importante pendiente de saber en qué exactamente consiste el "ambiente" de las salidas a beber. Todo apunta a que la comprensión sociológica de dichos espacios de interacción dará mucha luz sobre un tema que hasta el momento está casi exclusivamente en manos de enfoques epidemiológicos y psicológicos.

 

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