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Espiral (Guadalajara)

Print version ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.21 n.59 Guadalajara Jan./Apr. 2014

 

Sociedad

 

Una experiencia de investigación como relación entre sujetos

 

A research experience as a relation among subjects

 

Rocío del Carmen Salcido Serrano*

 

* Profesora del Departamento de Filosofía de la Universidad de Guadalajara. salcidoserrano@yahoo.com.mx

 

Fecha de recepción: 28 de octubre de 2013;
Fecha de aceptación: 16 de enero de 2014.

 

Resumen

La elaboración de experiencia y la afirmación de la autonomía de los colectivos del movimiento de resistencia anticapitalista fue motivo de una investigación de la cual expondré el análisis de la re-subjetivación que ha implicado a los sujetos en los movimientos. Aquí enfatizo la necesidad de comprender los procesos que sus integrantes desarrollan a partir de sus propias consideraciones, y no de aquellas de la teoría que les ha sido legada. Muestro una síntesis de las reflexiones a las que llegué sobre el sentido de hacer política con base en la autonomía como centralidad.

Palabras clave: investigación entre sujetos, reflexividad, resistencia, autonomía, anticapitalismo.

 

Abstract

This article emphasizes the need to understand the processes carried out by members of anti-capitalist resistance movements out of their own reflections, setting aside theoretical assumptions. The essay ends with a set of conclusions on the meaning of political practices that make autonomy as a central element.

Keywords: research between subjects, reflexivity, resistance, autonomy, anti-capitalism.

 

Como referentes de las prácticas y los conceptos relativos a la experiencia, el proceso político mexicano tiene a la resistencia y a la autonomía. Desde ambas posturas es posible pensar la transformación social por medio de la creación de formas culturales que responden a criterios no instrumentales. Quienes las experimentan son los colectivos y las personas con expectativas de cambio en las relaciones sociales. Estas últimas, cuestionadas conforme finalizaba el siglo XX, junto con los modos de hacer política, los propósitos, los medios y, en conjunto, su sentido. Con la resignificación de la resistencia y la autonomía a partir de la remembranza de las luchas sociales de antaño, la elaboración de experiencia y la reflexividad de las formas de hacer política, los sujetos del movimiento de resistencia anticapitalista contribuyen a la renovación de la semántica política y de la revolución, ya que hacen de la autonomía y la resistencia los vértices desde los cuales se sitúa una perspectiva donde se reconoce la necesidad de actualizar el significado de la transformación radical de la sociedad.

Por lo que respecta al presente artículo, he de señalar que su propósito es compartir con los lectores mi experiencia de investigación sobre la posibilidad de pensar y hacer política en clave de autonomía.1 Se trata de un ejercicio de recuperación de la misma, con el objetivo de mostrar parte del proceso que me ha permitido indagar y reflexionar acerca de la pregunta ¿para qué hacer política en sentido anticapitalista?, considerando que le ha correspondido a los colectivos colocarse al margen de las formas de hacer política que tienen como objetivo y fin agenciarse el poder político -aquellas cuya relación básica es la distinción jerárquica y excluyente entre dirigentes y ejecutantes (Castoriadis, 1976)-. La intención del estudio fue explorar la potencialidad crítica y práctica de aquellos colectivos que son anticapitalistas, zapatistas y autonomistas, en la medida que orientan y determinan las relaciones encarnadas, así como su hacer sociopolítico y su pensar de manera autocrítica y en relación con la subjetividad que los constituye; misma que había estado condicionada por la forma Estado y el poder (Sandoval, 2009, 2012).

Es interesante observar que estos colectivos trabajan en perspectiva de emplazar un proceso de re-subjetivación adecuado con la idea de autonomía social e individual. De manera que el tema que he desarrollado en la susodicha investigación acerca del trabajo a favor de la autonomía, llevado a cabo en los últimos cuatro años, me condujo a centrar el interés en torno de la experiencia de autonomía derivada, por una parte, de la práctica y, por la otra, de la reflexión de colectivos tan singulares como zapatistas y autonomistas, los cuales muestran un ritmo propio en su hacer social y político. Esta investigación encontró en la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer "Elisa Martínez" y en el Colectivo Rebelión Cotidiana,2 dos agrupaciones cuya participación en el movimiento de resistencia se da a través de la lucha de las trabajadoras sexuales, y de la lucha contra el despojo de lo material, de la cultura, de la subjetividad, de la historia, de las formas de vida, de las prácticas y de los espacios de sobrevivencia. En ambos colectivos convergen los problemas de sobrevivencia, con la reproducción de la vida y la creación de formas socioculturales de otros sujetos, familias y comunidades, así como la participación en otro tipo de relaciones sociales que potencian la autonomización mutua.

Por consiguiente, el enfoque que me permitió el análisis de tal realidad fue uno que cruza la etnografía y la filosofía de la política, con algunos tintes de historia. Con lo cual me fue posible abordar la experiencia autonómica como despliegue del movimiento de resistencia anticapitalista, en un contexto mexicano caracterizado por el antagonismo. Tan pronto los colectivos generan rupturas en el ritmo de la explotación y el despojo agrietan el funcionamiento del dominio y aprenden a hacerse autónomos como individuos y colectivos, e igualmente contribuyen a potenciar la autonomía social.

En la investigación que planteé a la Brigada Callejera consideré a esta a partir del núcleo que dio pie a la iniciativa de su colectivo: tres estudiantes universitarios impactados por las condiciones sociales y políticas en que se realiza el trabajo sexual femenino en la vía pública (aunque aclaro que el colectivo cuenta con más integrantes). El Colectivo Rebelión Cotidiana lo integran una familia de cuatro, la madre, el padre y dos hijos de entre 9 y 13 años de edad; están vinculados con los grupos de base de la diócesis de Ciudad Guzmán, mismos que se han enfrascado en la tarea de resignificar, con un espíritu de autonomía, las formas de convivencia y la historia de solidaridad entre los poblados del Sur jalisciense. El caso que conforman ambos colectivos lo pensé a modo de ejemplo representativo de la politización del espacio público-privado en perspectiva autonomista y anticapitalista, donde la reflexividad ha jugado un papel potenciador del vínculo de lo cotidiano con la política, además de propiciar la lectura problematizante de la realidad.

De ambos colectivos, su pensar y su hacer política se identifican como un posicionamiento al margen de lo dado. Esto no conlleva de antemano otra forma de relaciones sociales -una en la que no se reproduzca la exclusión, la jerarquía, la suplantación de los fines políticos, el uso instrumental de los medios u otra modalidad de la realpolitik-, pues situarse al margen de lo dado o más allá del Estado y el capital implica dos cuestiones nodales: por un lado, darse cuenta de que somos partícipes del dominio, por lo que un problema principalísimo es dejar de reproducir aquello que trae consigo la propia explotación y el despojo;3 y por el otro lado, hacer entrar en crisis el modo de dominio, a través de la crítica y de intensificar el relacionarse con otros sin suplantar, sin subordinarlos ni subordinarse ni instrumentalizar. Esta posibilidad es parte de lo que interesó indagar en relación con la interrogante de las condiciones del pensamiento y acción autónomos.

De igual forma, la temática de la reflexividad que los colectivos del movimiento de resistencia se permiten y buscan les ha permitido dar lugar a momentos y espacios necesarios para no solo configurar un sustrato de experiencia fortalecedora, sino también como vínculo crítico con el pasado y un fuerte emplazamiento de la perspectiva de futuro, potenciadores del pensar y hacer política con pretensiones de autonomía. Así, se puede entender la elaboración de una memoria en torno a la lucha de las trabajadoras sexuales en otros tiempos y en otras culturas; la lucha por el fortalecimiento de las formas comunitarias y locales, más allá de una reivindicación instrumental de los oprimidos, vencidos, explotados e ignorados de otros tiempos.

La experiencia de la Brigada Callejera se aprovecha en la búsqueda de autonomía para un sujeto constituido por este colectivo y las trabajadoras sexuales, cuya lucha se da entre la búsqueda de reconocimiento jurídico, político y social para las trabajadoras sexuales, además de la autonomía política y el bienestar en materia de salud sexual (Montejo, Madrid y Madrid, 2009). En cambio, la experiencia de autonomía en el plano de la cotidianidad se presenta en el Colectivo Rebelión Cotidiana a partir de un hacer sociopolítico que tiene en la comunidad su referente principal y se caracteriza por mantener separados los aspectos sociales de los políticos. Con todo, habría un cambio de visión en el que esta separación se iría diluyendo al ritmo del surgimiento y arraigo del imaginario de la resistencia anticapitalista (González, 2008).

Tanto la experiencia de la Brigada Callejera como la de Rebelión Cotidiana son consecuencia del pasaje de la crítica al Estado y el poder, bajo la expectativa de que ambos colectivos podrían ser distintos si se ejerciera la función de gobierno de manera democrática hasta asumir la autonomía como medio y fin de la acción sociopolítica, la cual, de acuerdo con el horizonte de la transformación social, tendríamos que entender más como un proceso surgido de la dinámica social, que como un propósito establecido en el marco del plan y el programa de una organización política.

Aún más: la perspectiva de la autonomía significa también desfetichizar la idea del cambio social, porque el propósito es contribuir y participar en la disputa por el sentido de lo que habrá de surgir, mas no es la meta llegar a ese momento, sino ser parte de la elaboración colectiva en el sentido sociopolítico e histórico. Entonces, de los colectivos del movimiento de resistencia, en los cuales la apuesta político-constructiva consiente un indeterminado sentido de emancipación, la resistencia anticapitalista y la autonomía son la base de sus formas de hacer política, y de ellas se desprenden ambiguos criterios de orientación.

 

El planteamiento ha de cambiar al ser en favor de la perspectiva de los sujetos

En relación con el camino que siguió la delimitación del tema y el problema de estudio cabe señalar que el planteamiento inicial siempre cambia cuando se trabaja construyendo una perspectiva epistémica y conceptual conforme a la problemática que encarnan los sujetos. En este sentido, para llegar al punto que me permitió plantearme las interrogantes antes señaladas, es importante advertir que hubo una primera delimitación en torno de la relación del Estado y la sociedad: en principio me había propuesto explorar el caso de colectivos con prácticas políticas de orientación autonomista a partir de preguntar por los términos de la relación Estado-sociedad, pensando que así podría explicar las implicaciones de la elección política de los colectivos que suscribieron la iniciativa de la Otra Campaña,4 y pensando que al incluir lo objetado -es decir, la política institucional o estatalizada- podrían esclarecerse los contenidos específicos de su lucha y al sujeto anticapitalista mismo. Sin embargo, caí en cuenta de que tal interrogante resultaba pertinente respecto de un momento anterior de los procesos de lucha social, su pertinencia actual es de índole histórica en función de considerar el derrumbe de la creencia que asevera que cuanto tenga sentido en política tendría que remitir a la mediación estatal, la cual, en su momento, representó el surgimiento de lo ciudadano y de lo cívico5 como diferentes a lo partidario y a lo sindical, en el contexto mexicano. No obstante, para el momento actual preguntarse por la relación sociedad-Estado resulta inapropiado, en relación con los colectivos autonomistas y zapatistas. Pese a ello, la pretensión de delimitar al sujeto a través de aquello a lo que se opone me remitió a las condiciones de la lucha política de la izquierda social en las décadas de los años 1970 y 1980, como suele identificarse a las organizaciones, colectivos e iniciativas que no son ni de partidos ni de sindicatos.

De manera que percatarme de ello me permitió comprender que en este momento se vive algo distinto a la crisis de la institución heterónoma y la realpolitik;6 para los colectivos que suscribieron la Sexta Declaración este es el momento de la autonomía y de ser consecuentes con la iniciativa de configurar un movimiento de resistencia y enfrentar las dificultades que trae consigo hacer política en perspectiva autonomista (aprender a darse objetivos, metas, etcétera, desde la propia necesidad, y vislumbrar para ello las limitaciones que también los constituyen). Todavía más: tienen que enfrentar el problema de articularse-vincularse para participar del movimiento de resistencia sin reproducir relaciones del tipo dirigentes-dirigidos, líderes-cuadros y bases, por ejemplo.

Observar así mi objeto de estudio me hizo advertir la necesidad de tener una idea del contexto y del proceso político mexicano, pero desde la manera como lo vive y forma parte del sujeto del movimiento de resistencia autonomista y anticapitalista. Por supuesto, hay que considerar las políticas y las iniciativas de la sociedad del poder, pero de la manera en que son vividas por este otro sujeto, sin guiarnos por la lógica liberal-capitalista, y sin que dejemos en la mera descripción sus acciones contra las políticas y prácticas de dominio, porque lo importante es comprender la lógica que despliegan estos colectivos de la resistencia contra lo liberal-capitalista. Mirar el contexto de esa manera me permitió reconocerlo como uno construido por esos distintos sujetos, con sus miradas y posiciones diferentes y antagónicas. Tales son la espacialidad y los procesos que conforman en los puntos donde se desencuentran unos y otros sujetos.

De manera similar, en ese primer planteamiento e inspirada en los posicionados análisis sobre los movimientos del Sur de Latinoamérica, me plantee pensar el caso mexicano cobijada en la idea de las sociedades en movimiento y la territorialización de las luchas (Zibechi, 2008). Sin embargo, tal intención me conducía a realizar aquello que criticaba: sujetar o acomodar el caso de estudio para poder mostrar, por analogía, lo que estaban construyendo los autonomistas en México. Pero dado que la cuestión era entender la autonomía en México, entonces tuve que retomar las referencias conceptuales más generales, como a Castoriadis (2000) y su filosofía social de la autonomía. Lo hice no solo por lo obvio, la autonomía, sino para evidenciar las potencialidades de las prácticas de los colectivos al incorporar sus planteamientos, lo cual permite al mismo tiempo esclarecer las implicaciones de lo que el filósofo sostuvo sobre el proyecto de la sociedad autónoma.

Entender los colectivos desde la potencialidad, y no como una cuestión dada, es la alternativa epistémica por la que opté ante la especificidad del movimiento anticapitalista, en particular de la expresión urbana del zapatismo, la cual remite a usos del tiempo diferenciados y a la organización en pequeños colectivos dislocados que tienden a la convergencia coyuntural más que a la precipitación en multitudinarias manifestaciones.7 Así pues, dejé de lado la idea de sociedades movilizadas en función del establecimiento de relaciones diferenciadas respecto del territorio-espacio (Zibechi, 2008: 30-31). Abundando más en mi deliberación inicial, diré que estas primeras elecciones de perspectiva las tomé considerando desde dónde podría explicitar el empuje que tienen los colectivos para cuestionar la forma del Estado. Sin embargo, si bien es cierto que así me dirigía a entender las posibles dificultades derivadas de la incidencia de la lucha social en la reestructuración estatal, también noté que con ello no podría ofrecer una explicación de la necesidad de dar cuenta de los sujetos anticapitalistas.8

Así pues, tras varios meses de divagar y deambular entre reflexiones conceptuales, revisión de estudios sobre los procesos de autonomía latinoamericanos y discusiones de los colectivos estudiados, me percaté de que tenía que abordarlos como parte del flujo social instituyente (Holloway, 2002) y no como experiencias atomizadas y ejemplares, de tal manera que la problemática de investigación la reorienté hacia las condiciones que estaban haciendo posible pensar y hacer al margen de la determinación de la toma del poder (Sandoval, 2009). Fue así como la superación de este obstáculo y bloqueo epistémico se tradujo en cuatro ejes relativos a la experiencia, la cotidianeidad, el acervo organizativo y la reflexividad. En otras palabras, en la recuperación de la experiencia a partir de la incorporación del acervo organizativo y de la politización de los ámbitos de la cotidianeidad, para así mostrar que la concreción de la posición como colectivo depende más de tal politización que de la claridad de los principios, objetivos y fines que pudieran atribuirse al movimiento de resistencia, pues estos funcionan como orientadores de la acción sociopolítica pero no la determinan (Castoriadis, 2012).

En consecuencia, se observa que prestar atención a las necesidades de los otros, acompañarlos tanto como sea posible, así como insertarse en las cooperativas y en las redes de intercambio resulta más significativo que la definición de los principios. También resultan relevantes la afirmación anti-identitaria (Adorno, 2005) de los colectivos desde de la explicitación de sus distinciones y factores vinculantes, desde la elaboración de una experiencia reflexionada, desde las formas de reconocer la temporalidad de su lucha específica y desde su participación en la práctica de ensayos de autonomía. Todo lo cual que me condujo a prestar atención a la necesidad de autolimitación, la cual se hace patente en el marco de la densidad de experiencias contradictorias, del intercambio de puntos de vista, valores y opiniones entre colectivos y personas; y que es requerida para sostener vínculos políticos y proyectos propios (Castoriadis, 2000).

Este primer cambio sustantivo fue consecuencia de haber asumido como propias las sugerencias de mi director de tesis; es decir, como parte de las condiciones de rompimiento necesarias para explicar que en situación de dominio se puede llevar a cabo la autonomía. Fue entonces cuando traté de orientar la reflexión en torno a la manera en que los colectivos le sacaban la vuelta al capitalismo, con el propósito de enfatizar la cuestión de lo económico, dirigiéndome hacia la construcción de un argumento contundente en favor de un pensar y hacer política en perspectiva autónoma, puesto que presupuse que si estos colectivos son capaces de reproducir la vida "al margen" de las formas capitalistas, con mayor razón lo son de hacerlo en materia de política. Pero, suponiendo que el argumento se desarrollaría desde lo económico-social y la política, pensé que este contribuiría a neutralizar el escepticismo que despierta la autonomía como opción sociopolítica.

Luego, el punto de arranque hacia tal propósito lo obtuve en uno de los integrantes del Colectivo Rebelión Cotidiana, dada su experiencia en sobrevivencia familiar. Hasta donde pude indagar, su familia vivía con 2,700 pesos al mes, más lo que se juntaba de los intercambios y ayudas solidarias mutuas. A este hecho se sumó la corroboración de que la Brigada Callejera, al tiempo que financiaba la producción de Encanto,9 también podía aportar algo para la sobrevivencia de quienes se dedican de tiempo completo a las acciones del colectivo.

Ahora, a la distancia de aquel planteamiento inicial, me surge la duda de si se hubiera podido evitar que el ejercicio de investigación se convirtiera en la reproducción de la perspectiva del determinismo económico en lo político -por así decirlo-, pues mis primeros acercamientos para averiguar de qué manera entender la dinámica socioeconómica anticapitalista fueron en torno a la discusión de la Unidad Económica Campesina y de la Unidad Económica Doméstica, y los hice revisando a Ángel Palerm (2008), Karl Polanyi (2009) y la crítica de Pierre Clastres (1987, pp. 133-151) a la antropología política que se practica con base en la perspectiva económica. La revisión de esta última -y dado que el asunto de interés se centró en dar cuenta de ese sacarle la vuelta a las formas capitalistas- hizo que saltara el cuestionamiento a la preponderancia de la dimensión económica. Paralelamente estaba discutiendo con la perspectiva de las sociedades en movimiento, la territorialización de las luchas (Zibechi, 2004) y la co-labor (Leyva y Speed, 2008), como metodología, y sin darme cuenta estaba rechazando la posibilidad de construir la perspectiva epistémica y metodológica a partir del cruce de tres elementos: lo económico no capitalista, las sociedades movilizadas y la forma de la co-labor -a pesar de que no resultaba pertinente para el sujeto en su devenir ni para la problemática que planteaban los colectivos-. De tal modo que al notar lo forzado del ejercicio me empeciné en recuperar lo que se supone está implícito cuando hablamos de lo económico: la cotidianeidad, la reproducción de la vida, las condiciones en que esto ocurre, y ¿dónde mejor que en ese ámbito conviene indagar sobre las implicaciones de trabajar por la autonomía?

Por otra parte, estaba la cuestión del detonador de la reflexividad, el cual encamina al investigador hacia los replanteamientos necesarios de acuerdo con lo que se requiera tratar del sujeto de estudio. La tendencia es que esto derive de la descripción densa, de la observación participante o de las entrevistas, junto con la teorización sobre las estructuras y las prácticas, para así conseguir que se expliquen teóricamente las luchas de los sujetos, gracias al contraste entre lo descrito y lo modelado. Sin embargo, este esquema, de cierta forma, entraña forzar o bien la teoría o bien el sentido atribuido a lo observado; ejercicio que, en el peor de los casos, termina en sesgos como la ideologización o el descrédito de la movilización y de la lucha, cuando se hace con base en el contraste modelo-caso. En esto reparé durante la entrevista a un integrante de Rebelión Cotidiana, así como cuando tuve la oportunidad de acompañar en uno de los días de jornada de trabajo a la Brigada Callejera y en una reunión de trabajo con dos de sus integrantes, pues, al estar al pendiente de lo que se busca respecto de los indicadores observables planteados para recabar la empiria, uno termina no escuchando ni prestando atención a lo que está sucediendo.

En nuestras circunstancias el proceso de investigación no fue en su modalidad contraste modelo-caso, porque un aspecto importante fue ser coherente con la idea de establecer una relación entre sujetos, por lo que nadie se debía subordinar. Ese afán se tradujo en que la investigación se distinguieran los sujetos. Uno de los recursos fue no uniformarlos a través del uso de un lenguaje neutral; por el contrario, con la elección de los términos traté de resaltar las distinciones y problemáticas que enfrentan los tres sujetos directamente involucrados: una familia en plena reinserción en la comunidad, un colectivo que trabaja con mujeres dedicadas al sexo comercial y una estudiante de doctorado y también profesora. Asimismo, estaba el reto de afirmar y apuntalar el trabajo de generación de conocimiento: quise mostrar que un trabajo de investigación que no rehúye del posicionamiento ético-político ni menosprecia el potencial aporte de una mirada académica es posible. Este trabajo tenía que convertirse no en una elaboración por consigna, ya sea teórica o política, sino en el producto de la interacción entre los sujetos. Y esta finalidad me hizo regresar a un espacio en el que fue posible la interacción entre los tres sujetos. Me refiero al Seminario sobre Movimientos de Resistencia, Sujetos y Prácticas, donde la relación entre los colectivos y yo se fraguó al calor de las discusiones sostenidas ahí a lo largo de casi seis años, y que considero fue un espacio clave para nuestra relación, precisamente porque no buscamos el vínculo, pues cada cual acudió por sus propias razones, de tal suerte que nuestra interacción en dicho espacio se convirtió en el referente crítico y analizador, dirían en el análisis institucional (Lourau, 1970).10

Por consiguiente, la experiencia en el seminario significó no describir las prácticas de interacción de los colectivos, sino tratar de mostrar la densidad de la experiencia que estos ponían en juego; misma que se potenciaba con la mediación de la reflexividad. Mostrar la densificación de la experiencia lo resolví elaborando un discurso propio en el que estuvieran presentes -y se vieran a sí mismos- los colectivos y aquello a partir de lo cual son reconocidos por mi parte. Por tanto, la investigación no se convirtió en un discurso sobre las prácticas de unos colectivos: es mi perspectiva en el que están los colectivos como sujetos. De tal manera que la recuperación de la experiencia de los colectivos hizo posible plantear que las condiciones de posibilidad de un pensar y hacer política en perspectiva autónoma exigen la negación de las formas capitalistas y la afirmación de las potencialidades anticapitalistas.

El intenso trabajo de reflexión que no se agotaba en el espacio del Seminario, puesto que tanto los colectivos como yo misma continuábamos avanzándolo en otros espacios, fue lo que enriqueció e hizo complejo el debate. Respecto a mí diré que revisar consistentemente la propuesta de la sociedad como proyecto de autonomía, según Castoriadis,11 también fue un referente; pero, en todo caso, el detonante de la relación entre los sujetos fue la intención de ofrecer una explicación de lo que hacen los colectivos por afirmarse como parte del sujeto anticapitalista, a partir de la recuperación de la reflexividad que veníamos realizando desde hacia tiempo. Entonces,12 esa posibilidad no me la ofreció la integración a los colectivos ni observarlos y describirlos, sino mirarlos con atención latente, por así nombrarlo, y mostrarnos a todos.

Llegados a ese punto y para recapitular, me gustaría agregar que de este trabajo de debate y reflexión dependió armar una perspectiva acorde con la experiencia de la autonomía entre los colectivos zapatistas. Fue así como el enfoque asumido adquirió el carácter de la epistemología del presente potencial y la filosofía social de la creación y la autonomía. Para ello fue medular entender que las prácticas de autonomía no se limitan a darle o sacarle la vuelta a las formas capitalistas, precisamente porque eso no es posible, en tanto que somos participes de muchos grados y sentidos de estas. Pero para llegar ahí hubo que asimilar, primero, que tenemos una idea equivocada de lo que significa hacer autonomía en situación heterónoma, pues se interactúa y participa de estas formas a las que se resiste. La cuestión radica en comprender que esto no (debe) determina(r) el sentido del hacer sociopolítico y que depende de que no se instrumentalicen los vínculos en el trabajo de hacer política; lo cual también aplica a la relación entre sujetos, en tanto que hacer política en favor de la autonomía es consecuencia de la convergencia y del intercambio de experiencias, saberes y conocimientos.

La perspectiva metodológica con la que me guie emula el proceso etnopsicoanalítico, en el cual aniquila la separación público/privado y proyecta un máximo de articulación entre las formas singulares y las sociales de los sujetos, para profundizar en la relación con las personas y en el conocimiento sobre las interacciones entre los colectivos a partir de una "atención flotante" (Erdheim, 2003: xiii, 8), con base en la observación participante, no condicionada por la exigencia de "obtener información", puesto que sucedió en el marco de un espacio de reflexión y discusión al que concurrimos voluntariamente integrantes de los dos colectivos de estudio y yo, junto con otras personas, activistas y académicos; una experiencia que sirvió como analizador y para contrastar con los documentos publicados por los colectivos y aquellos propuestos como insumos para suscitar el debate en el marco del Seminario sobre Movimientos de Resistencia, Sujetos y Prácticas. De su acervo de consultas también forman parte las minutas de las sesiones mensuales, los documentos de discusión y las notas de otra integrante, las cuales, dicho sea de paso, fueron fundamentales. El propósito general fue mostrar que se viene dando desde mediados de los años 1990 una reinvención de la política a partir de la experiencia de lo colectivo, que entra en tensión por la tendencia a la identificación de los colectivos, cuando esta debe superarse para dejar en su lugar el sentido de empatía; hay cambios en las modos de conceptuar la política, así como en los modos de dar cuenta de estos procesos. Para comprender la política de los colectivos y personas partícipes del movimiento de resistencia contra las formas liberal-capitalistas debemos antes entender la politización de la cotidianeidad del hacer social y de la resistencia, pero como tal solo habrá de explicitarse en determinados momentos. De igual forma hay necesidad de entender que la memoria sobre la resistencia apenas está en elaboración, pues es un sustrato recientemente incorporado en la reflexividad, pero también hay necesidad de reconocer la marca de esa memoria compartida, lo cual aún está pendiente de reconocerse.

En el presente trabajo se enfatizaron dos experiencias singulares de autonomía, entrecruzadas con la experiencia zapatista y la historia del autoritarismo y el control corporativo, para mostrar un proceso que lleva un par de décadas desplegándose. El desenvolvimiento de dicho proceso se ha enfrentado con la cerrazón académica, la cual ha contribuido al desconocimiento de estos procesos políticos y sociales, así como a la ignorancia en torno de las posibilidades de una vida en sociedad donde la mediación del Estado resulte prescindible; finalidad que no debe confundirse con la inexistencia de instituciones mediadoras, donde cada individuo fuese la fuente exclusiva de la norma, pues la autonomía lejos está de pretender tal estado. Por el contrario, la lucha de los colectivos zapatistas y anticapitalistas gira en torno de la existencia de instituciones efectivamente mediadoras entre los sujetos. Así, por ejemplo, para que la feminidad de las trabajadoras sexuales no fuera cosificada y explotada, para que la vivencia de lo cotidiano no fuera despreciada, se consolidó un movimiento desde el cual suelen enfrentarse directamente los efectos destructivos de las formas capitalistas. De modo que habría que tomar esas pequeñas y particulares experiencias de lucha para comprender la condensación valórica de la opción por la vida, así como el hecho de que en este horizonte podríamos vislumbrar el significado de la resistencia hoy día.

 

La construcción del punto de partida

Indagar acerca de los colectivos zapatistas surgió de la necesidad de reconocer la lucha anticapitalista y la resistencia, como proceso potenciado y entretejido por el hacer de los colectivos autonomistas, así como por el propósito de aportar una lectura respecto de la experiencia derivada de la crítica a la concepción estatalizada de la política. También esta investigación la realicé con la convicción de que no es la realpolitik, el dominio, la explotación, el despojo y el desprecio, lo que demanda la participación de los sujetos, sean activistas, sean académicos, sino lo que podría existir, como una nueva forma de organización social y política; sin mencionar que la constante mención de esta posibilidad depende de que se crea en ello.

Asimismo, partí de la convicción de que lo existente es un estado de cosas que conlleva el desprecio de la existencia de aquello que es disonante, pobre, mediano, singular, y también de las embrionarias y potentes formas de las relaciones sociales proclives a la ruptura de lo heterónomo. De esta manera, hice propia la perspectiva teórico-metodológica. Esta consiste en un cruce entre la epistemología de lo potencial, la idea de autonomía -como un darse normas y un limitarse a sí mismo- y la experiencia política en la perspectiva de los sujetos, donde uno de los problemas no menores fue identificar a los sujetos del movimiento de resistencia, sin compararlos con carácteres de otros casos, como el zapatismo chiapaneco y los movimientos de resistencia en el sur de Latinoamérica. Para enfrentar tal desafío abordé la exigencia de apertura epistémica -necesaria en relación con la resistencia de colectivos autonomistas, y en la cual también está implicada una ruptura igualmente política-. Uno de los ejes de discusión fue la necesidad de centrar la reflexión conceptual en la elaboración de contenidos semánticos adecuados para expresar las tonalidades de la pluralidad de sujetos y la complejidad de la política autonomista, de modo que estos se tornaran una ventana a los sujetos que no buscan ser ejemplares, sino participar del hacer social en perspectiva de su transformación, a modo del hombre rebelde de Camus (2005), aquel que actúa como si pudiera transformar la realidad, aun cuando sabe que no es suficiente su esfuerzo individual. En una línea semejante, con un enfoque transdisciplinar, doy cuenta de mi alternativa epistémica desde la perspectiva del sujeto, con la cual traté de recuperar la exigencia de pensar los movimientos de resistencia, dando prioridad al sujeto y a los procesos de re-subjetivación en los que se sumerge, para así enfatizar la implicación política de ello.

También desarrollé la cuestión de la estrecha relación potenciadora entre la reflexividad y el hacer social y político, a partir de la compartición y elaboración de experiencia; articulación con la que pude exponer los aportes de la discusión sobre la autonomía que en México se daban a partir de la segunda mitad de la década de los años noventa acerca del zapatismo. Por otro lado, pude reconocer la pertinencia de una perspectiva filosófica al respecto, para hacerme eco de la opción de las grietas (Holloway, 2011) y la autonomía como valor y práctica (Castoriadis, 1986 y 1998), considerando su adecuación a lo que está siendo la experiencia de los colectivos de resistencia anticapitalista.

Estas reflexiones continuaron para mostrar el zapatismo chiapaneco y sus iniciativas; la condición, en tanto referencia potenciadora de la autonomía como alternativa política para los sujetos no indígenas. Para ello traté dos de las iniciativas: aquella de la Otra Campaña y la del Seminario sobre Movimientos de Resistencia, Sujetos y Prácticas. En este sentido, el eje de las reflexiones antes presentadas fueron las dos experiencias singulares vinculadas por su activismo zapatista y anticapitalista: la del afanoso trabajo de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer "Elisa Martínez" y la naciente ruptura del Colectivo Rebelión Cotidiana. A estos dos colectivos aspiré mostrarlos como parte de las redes no formales de organizaciones y colectivos constitutivos de un sujeto social antagónico, que en sus relaciones, espacios y tiempos instituyen, forjan y despliegan un quehacer político con pretensiones de autonomía para sí mismos, y también para incitar a otros a la autonomía. Lo que pienso es uno de los puntos fuertes de la lucha social y política de quienes hacen del zapatismo su núcleo. La resonancia a través de los proyectos gestionados por las relaciones entre sujetos es una de las búsquedas emprendidas, en ocasiones con éxito, en otras sin él, pero siempre aprendiendo a hacerse autónomos.

Parafraseando nuevamente a Camus (2005), los colectivos y las personas anticapitalistas han ampliado su conciencia, traen tras de sí siglos de música silenciosa que transfigura los infiernos terrenales en luchas de resistencia. Acerca de esta ampliación de conciencia y las luchas de resistencia es necesario seguir pensando. Este desafío lo han asumido los colectivos zapatistas y anticapitalistas, a modo de péndulo desordenado que busca su ritmo profundo en condiciones de incertidumbre. De esta música silenciosa ha surgido la alternativa autonomista, como madre de la voluntad de no someterse y de las formas de insubordinación, porque es el movimiento de la vida, porque es la cotidianeidad de los colectivos la que los orilla a superar los problemas de seguridad, vivienda, alimentación, educación, transporte, recreación, conservación de la cultura y de la naturaleza, el encarecimiento del costo de la vida y las adversidades para la reproducción de esta. Este péndulo desordenado está constituido por la pluralidad de iniciativas político-organizativas, por los contextos particulares, por las trayectorias, problemas, convergencia con otros sujetos y modos de hacer, por la forma que adquiere la preocupación ante el despojo, entre otras muchas cuestiones. Tal forma no hace imposible, sino epistémicamente inadecuada, una definición general del movimiento de resistencia anticapitalista, pues este no puede caracterizarse sino conforme a la singularidad del sujeto que lo encarna. De ahí su aparente dispersión, caos y confusión; lo cual, por otra parte, también ha funcionado para enfrentar la identificación y clasificación; circunstancia infructuosa que en ocasiones les ha traído descalificaciones y valoraciones negativas, al mismo tiempo que les ha resguardado de las tentativas de cooptación.

En ese sentido, puedo concluir que el movimiento de resistencia autonomista y anticapitalista está en los colectivos y en su resonancia, cuya ambigüedad, respecto a su concreción, obstruye los análisis clasificatorios, pues son lo que con sus iniciativas y articulaciones van dejando como experiencia singular y compartida. En esta medida, entre los colectivos ha iniciado un proceso de desidentificación respecto de la determinante razón política, la cual pasa por la compresión de que la lucha centrada en la hegemonía, la toma del poder y la representación política son objetivos de sujetos subalternos y no de sujetos anticapitalistas.

En este mismo orden de ideas, y dado que la política consiste en relaciones instituidas e instituyentes que se llevan a cabo por sujetos heterogéneos que constituyen con su interacción el espacio político, este es el espacio de la construcción de mediaciones entre diferentes, de la afirmación anticapitalista para los colectivos en resistencia, donde las distinciones entre estos son más profundas que las meras diferencias ideológicas, pues responden a las necesidades específicas del sujeto social del que son parte. Así es como una familia se arroja a la aventura de resignificar el sentido de comunidad y, de la misma manera, se sumerge en un tejido comunitario golpeado. Es así como tres personas inician su inmersión en el acompañamiento de la re-subjetivación de las trabajadoras sexuales, al mismo tiempo que ensayan modos de hacer política hasta constituirse como un colectivo anticapitalista.

En juego está el contenido de las luchas. Las experiencias de Brigada Callejera y Rebelión Cotidiana me permitieron caer en cuenta, no de las relaciones formales entre quienes integran un caótico movimiento de resistencia contra las formas capitalistas, sino en que lo importante es lograr contenidos de carácter autónomo, y en que para ello han tenido que pasar por un fuerte proceso de recuperación de su historia: la singular y la colectiva. Por consiguiente, es pertinente hacer un señalamiento autocrítico, pues a quienes entendemos el trabajo académico como una contribución a la creación social nos hace falta escuchar aquello de lo que son parte unas contradictorias prácticas políticas, para así no reducir a sus contradicciones lo que la lucha de los colectivos está siendo; es necesario entender cabalmente que esas formas de hacer política las realizan los sujetos: referencia última de la realidad que interesa comprender y analizar.

La experiencia reflexionada, vínculo crítico con el pasado, la expectativa de cambio y las pretensiones de autonomía singular y colectiva son los elementos básicos del pensar y el hacer política de orientación anticapitalista. Con base en estos se sustenta la praxis, y los mismos son un referente crítico en los modos de realización del quehacer político autonomista. Lo anterior significa que en tanto medie la reflexividad, el proceder político adquirirá un carácter autocrítico, el cual será observado y meditado en relación con las implicaciones de las acciones sociopolíticas. Este detenerse en la "especulación" sobre tales implicaciones, puede ser considerado un rasgo de purismo militante, para algunos, pero para otros es el referente a partir del cual se podría reconocer la responsabilidad propia en las acciones políticas y respecto de sus consecuencias. Entonces subyace en las condiciones de posibilidad de la acción política autonomista la constitución de estos como sujeto social portador de experiencias y expectativas. Y este es el sentido de afirmación anticapitalista que enuncio en el título de la investigación, el cual radica en las formas de hacer política, traducidas en la generación de espacios heterogéneos propios de los intercambios entre colectivos y personas, irreductibles a una forma organizativa; es decir, la politización de los espacios de vida, así como la capacidad de organizarse sin generar estructuras ni instituir liderazgos, entre otros elementos.

La reivindicación de las formas de vida en perspectiva de la resistencia contra las formas del capitalismo ha sido el catalizador de la experiencia de la Brigada Callejera y el Colectivo Rebelión Cotidiana, y sería un error subestimar la potencia de las pequeñas y grandes acciones, así como los proyectos de estos colectivos. Su valor radica en que son una autoafirmación en el horizonte de la autonomía anticapitalista. También su valor lo encontramos en que sus acciones pueden ser replicadas por otros colectivos, pues se puede recurrir a ellas como el interlocutor crítico de la propia práctica política. Es así como emerge de la experiencia de ambos colectivos la interrogante ¿qué estamos dispuestos a hacer para devenir autónomos y ayudar a los otros a hacerse autónomos? Pregunta a la que hay que añadir la acotación: que no sea una imposición afectiva a la voluntad de los otros.

La resistencia anticapitalista es tanto negativa como positiva; es tanto resistencia contra la exclusión del ámbito político, como tendiente a la búsqueda de cambios sustanciales en la estructuración social; además, implica una fuerte dimensión valórica en cuanto se afirma de acuerdo con la dignidad de los sujetos. Es también una resistencia crítica en la medida que pugna y se encamina a la destitución de la racionalidad instrumental como base de la actuación humana, al tiempo que propone el sustrato de saberes con base en las culturas de las comunidades, los pueblos y los sujetos. Se observa que la experiencia vinculada al aporte del zapatismo viene a resignificar la resistencia, pues esta surgiría de un proceso de crítica a las formas de hacer política reproducidas desde las décadas anteriores a la de 1990. Este proceso ha madurado desde abajo, y ahí se han combinado la defensa, la oposición y la acción creadora, la cual es tan defensiva como ofensiva, toda vez que pretende superar el monopolio partidista de la política, o de otras asociaciones y organizaciones políticas. Es una resistencia de insubordinación respecto a la usurpación del poder político por parte de los sujetos hegemónicos, y ante ello, la resistencia anticapitalista como algo más que crítica significa un proceso de destitución de la herencia de dominio de la clase política mexicana, la reivindicación de la participación en política desde la singularidad de los colectivos, y la no sujeción a la razón de la sociedad del poder (los grupos y familias del poder económico y político). La resignificación de la resistencia también pasa por la recuperación de los saberes, por la puesta en disposición de la experiencia adquirida, la creación de formas y elaboración de discursos en los que se manifiesta la reflexividad de los sujetos sociales; contexto en el que tiene lugar el cambio en el modo de pensarse a sí mismos, de la misma manera en que están cambiando las formas de hacer política y el modo de percibirse como parte de un proceso que va más allá de los colectivos: una organización imposible sin ellos.

Ahora, si los cambios potenciados giran en torno de la creación de nuevas relaciones sociales, estos significan autorganización, la cual es algo más que una búsqueda de independencia organizativa y operativa. Entonces, el establecimiento de las relaciones entre los colectivos y las personas que responden a criterios distintos a los de una organización bien integrada (con funciones dispuestas para sus miembros y una perspectiva del debate estratégico nacional, por ejemplo) provoca que la autonomía y la experiencia reflexionada se tornen conceptos claves para pensar el hacer de los colectivos anticapitalistas. Aun cuando el lenguaje de la autonomía no haya alcanzado su máxima capacidad para referir un proyecto cohesionador de lo social, tampoco nuestros oídos están en condiciones de escucharlo, pero menos se logrará expresar dicho proyecto mientras el capital y el poder político determinen el tiempo del hacer político de los movimientos de resistencia y el tiempo de la generación de conocimiento. En particular, la autonomía como principio se convierte en el caso de la Brigada Callejera y en el de Colectivo Rebelión Cotidiana en una exigencia de autorganización, en tanto que establecimiento de las normas, fines y medios de esta y su correlato: la autolimitación.

La autorganización se encuentra entre las prioridades de los colectivos toda vez que esta representa la mediación desde la cual se arraiga un proyecto de sociedad autónoma. Esto es entendible si tomamos en cuenta la historia del corporativismo en la política y su largo alcance, el cual ha obstruido y destruido durante décadas cualquier intento de un proyecto distinto al de la revolución instituida, primero, y después al de la modernización neoliberal. La autorganización que es ambigua, al punto de parecer desorganización, porque lo regular es que se esté acostumbrado a pensar en función de estatutos, plataformas y principios políticos. Pero lo anterior no significa que en los colectivos se carezca de principios, pues su funcionamiento no es para justificar prácticas instrumentales ni para obligar el despliegue del sujeto; más bien, la labor atribuida a los principios es orientar y mantener las decisiones en ciertos límites relativos al proyecto político que ha sido asumido por los colectivos mismos.

Por otro lado, no encontré la autolimitación como una preocupación sustantiva entre los colectivos; incluso cuando esta es el correlato necesario de la capacidad de darse normas, comprendiendo la disposición efectiva de no imponer la problemática del colectivo al sujeto de la resistencia ni en relación con el punto de vista particular o los argumentos. En cuanto organización y limitación están implicadas en el funcionamiento no centralizado de las decisiones, y en la posibilidad de un acuerdo en el espacio más amplio de convergencia como la asamblea, la unidad de trabajo u otra forma, y la repartición de tareas y quehaceres en el uso de recursos generados por sí mismos o gestionados (en tanto que estos no conlleven la subordinación de su hacer y pensar a quien los otorga). La autorganización es volcada a cubrir necesidades de sobrevivencia y necesidades políticas, como generar atención médica, el acceso a medicinas y el uso de la medicina tradicional, así como la educación sexual para la prevención del contagio de enfermedades de transmisión sexual, o bien contra la explotación sexual. El modo de vida autónomo busca mantener una forma de vida con el consumo necesario sin caer en el adquisición de marcas y artículos prescindibles; también realizar una actividad laboral que no represente producción para la acumulación de riqueza y que deje tiempo libre para cubrir las necesidades de formación, recreación y vinculación social y política; lograr una formación integral con programas y contenidos pertinentes a las necesidades de conocimiento; producir y hacer circular el conocimiento a través de publicaciones (libros, revistas, páginas electrónicas, boletines, etcétera), foros y talleres; resistir el despojo del territorio barrial; y prevenir riesgos por las empresas y comercios en expansión o el cambio de vocación del suelo; así como establecer redes de intercambio de saberes y trabajo. También este modo de vida se vuelca en la asignación no jerárquica de responsabilidades y tareas -no necesariamente no subordinantes-, en el rompimiento con mediaciones gestionarías y de representación, en la inhibición del uso instrumental de las luchas que se traduce en la obtención de prebendas o algún tipo de beneficio para otros, generalmente para los gestores o los representantes. Asimismo, la autonomía involucra el establecimiento de una trama social de acompañamiento y solidaridad efectiva, a través de vínculos que no responden a criterios tales como la obtención de beneficios individuales o el uso instrumental de lo otro y los otros, o bien la toma de decisiones en función del mal menor (esto en las acciones y conductas cotidianas), así como el planteamiento de proyectos que potencien ciertas posibilidades coadyuvantes (es el caso de actividades productivas de salud, educación, cooperativas y servicios comunes).

Algunos ejemplos de lo señalado arriba son la entrega de un certificado de salud a una trabajadora, o hacer compañía a una familia en los preparativos de un bautizo o una boda. Se trata de pequeñas acciones, tal vez intrascendentes para los tiempos y prioridades de la sociedad del poder, pero que implican la creación de espacios y temporalidades de intercambio y conocimiento de experiencias, imprescindibles para producir resonancias y tejido de vínculos entre colectivos y personas, lo cual posibilita a los colectivos a sostener la recuperación de los espacios despojados, la ocupación o la reapropiación de tierras, barrios o espacios específicos, así como el mantenimiento del interés vinculado al espacio en el que tiene lugar la lucha.

Si como he afirmado antes, la renovación que en los hechos efectúan los colectivos en resistencia es rearticular los ámbitos de lo social y de lo político, la capacidad de creación de los sujetos sociales es reincorporada como parte sustantiva de la actividad política antagónica a partir del desplazamiento de la capacidad de obediencia y reproducción de los hábitos, aunado a un horizonte político que va más allá de las reivindicaciones del grupo. De ahí el lugar que la emancipación social tiene entre las referencias discursivas de los colectivos.

Entre las fortalezas que he identificado del sujeto de investigación está su carácter intergeneracional, pues lo conforman tanto hombres como mujeres con adscripciones ideológicas distintas, con trayectorias militantes, activistas y simpatizantes diferentes, con acceso a la formación de nivel superior; sus vínculos se remontan tiempo atrás, cuando no participaban en los mismos colectivos ni espacios organizativos, pero sí en el ámbito de la resistencia política. Se trata de sujetos que participan en organizaciones y movimientos de distinta índole, que han manifestado su adherencia a la iniciativa de la Otra Campaña, y asimismo han constituido un espacio de convergencia en el que realizan fundamentalmente tres tipos de actividades: reflexión teórica y política sobre los movimientos en los que participa cada uno de ellos, discusión sobre las dificultades y problemas políticos coyunturales, los cuales se les presentan, y diálogo sobre las iniciativas políticas y organizativas pertinentes y necesarias para los colectivos.

Puedo afirmar, junto con John Berger (2006), que la vista llega antes que las palabras: a partir de que miramos establecemos nuestro lugar en el mundo y lo entendemos. Por eso es que los colectivos y las personas han aprendido a mirar la experiencia de los otros. En consecuencia, el sentido de la autorreflexividad colectiva -reflexividad en la que se comparte lo que se es, a partir de lo que se hace-, en este sentido, el momento actual de los colectivos anticapitalistas, es el del proyecto de construcción de lo común. Para lograrlo se han enfrascado en la reivindicación de las relaciones sociales como una cuestión que surge de la autodeterminación, y no de la imposición. Los proyectos particulares de los colectivos toman la idea de lo comunitario en un ámbito urbano, también de las relaciones no escindidas en (y de) lo cotidiano; a diferencia de una concepción de lo comunitario como cohesión social e individual vinculada a la territorialidad. Al mismo tiempo, los colectivos buscan interpelar a otras agrupaciones y personas para descorporativizar la lucha de resistencia.

 

Conclusiones

En el movimiento de resistencia se enfrenta el problema de hacer experiencia a través de la constante práctica de formas de autonomía, lo cual hace de esta una ambigua y amorfa invención de consecuencias inciertas. Al tratar de interpretarla emerge su ambigüedad para imposibilitar su descripción, pues esta surge como una discontinuidad entre lo dado/el dominio y lo por ser/lo todavía no; no obstante, con el paso del tiempo, habrá de constituir el marco de la transformación social.

Con las líneas previas pretendí mostrar que las nuevas formas de antagonismo social son una subjetividad instituyente, en las que la forma de participar y contribuir al cambio del proyecto de sociedad parte de mantenerse al margen de las maneras instituidas en su hacer político y en darle la vuelta a la relación con el Estado, conteniendo e inhibiendo las políticas y proyectos de la clase política del poder, y llevando tales experiencias a una situación de confrontación, generalmente no buscada, con los sujetos del poder político.

Por otro lado, la intención ha sido enfatizar la experiencia de constitución de un sujeto político que participa del anticapitalismo, y es ahí donde la pregunta ¿para qué hacen política con pretensiones de autonomía?, más que ser contestada ha sido problematizada por los colectivos para demostrar que no hay una única forma de ser y hacer la autonomía. Visto desde la reflexividad del sujeto de estudio, esa heterogeneidad responde a la relación entre apropiación y articulación de experiencias, para connotar lo colectivo como un poder hacer, incorporándolo de manera particular.

La contribución de esas luchas singulares ha consistido en no resignarse ni mirar con indiferencia cómo van desapareciendo las particulares formas de las comunidades, de los barrios y de las calles: las formas de vida. Los colectivos nos recuerdan que las sociedades contemporáneas se han fundado despreciando los valores comunitarios, en nombre del privilegio individual. Tomando esto en cuenta, la resistencia de los colectivos conlleva una des-subjetivación, y la re-subjetivación anticapitalista, proceso que podemos leer en las trayectorias de los colectivos Brigada Callejera y Rebelión Cotidiana. Es así como en este ejercicio de reflexión intenté pensarlos desde la imagen que de sí mismos tienen, para explicar su contribución a la des-subjetivación y al trabajo que han desplegado en favor de la autonomía. Por tanto, en torno a la experiencia de autonomía, en plena elaboración, se configuran concepciones de la transformación social, las cuales, para ser comprendidas, deben ser vividas, participando de la construcción de sentido que conllevan, y de ello solo los colectivos pueden dar testimonio.

El zapatismo ha dado la posibilidad de reconocer dichos colectivos como parte del movimiento de resistencia anticapitalista. Quizá en sus trayectorias haya otras referencias, sin embargo con el zapatismo es que coinciden, respecto a la autonomía. A discusión está si la prioridad de su quehacer es generar condiciones para la reproducción de la vida y no perseguir el cambio en el Estado. Por ello, las luchas son de defensa, construcción y afirmación, y ahí mismo se explica que la (no)organización a que han dado lugar no necesariamente tenga como finalidad la ocupación de espacios públicos o privados ni se traduzca en una resonancia que implique la imbricación de los organizados y los no organizados, puesto que la implicación es la resonancia misma.

No es la búsqueda de un nuevo sujeto: es el movimiento de resistencia anticapitalista conformado por una asimétrica pluralidad de sujetos, configurados por colectivos con prácticas disímiles, y entre quienes los contenidos de la lucha son importantes porque en ello se encuentran los objetivos y los medios de la misma. Nos dice el subcomandante Marcos que el objetivo se construye en tanto que se van construyendo los medios por los que se va a luchar, de tal manera que el fin de la transformación social es justificado por los medios con los que los colectivos contribuyen a su incierta realización.

Así pues, la resistencia de los colectivos es la recreación de que todo es posible; de que se puede vivir al margen de los reconocimientos y prebendas institucionales; de que se pueden superar las contradicciones cuando hay disposición de creación; de que la acción es limitada e intransigente respecto a sus pretensiones de autonomía y, no obstante, su grandeza radica en la pequeñez de la práctica y de la experiencia, así como su potencia radica en la posibilidad de articularse de manera transversal. Esta recreación de que todo es posible se basa en los pequeños cambios en sí mismos y en el entorno, de modo que se produzca una nueva realidad. En ello radica la sutileza y la dignidad de la experiencia renovadora de la posición en favor de la autonomía y la afirmación anticapitalista. Allí, en la disposición a llevar a cabo una práctica política abierta, honesta y crítica.

En el marco del proyecto de autonomía individual y colectiva es donde deberíamos explorar el significado de la revolución hoy día. Este apuntaría a la resignificación de una transformación que comprendiera la redefinición de las bases que sustentan el orden social y político, porque es condición para el cambio del régimen político que acontezcan transformaciones radicales en el tejido social, en la forma de relaciones sociales, incluyendo la destrucción de lo que ha cohesionado una sociedad. El desafío de la transformación política atañe a la totalidad de la sociedad, ahí donde lo público-político y el ámbito de la vida doméstica y el de la sobrevivencia son parte de un mismo proceso, aunque sea expresado de manera parcial como resistencia ante la negación de la colectividad, como sustrato de la transformación social, la cual, en nuestro contexto, se manifiesta en la defensa de la fuente de trabajo, de la herencia comunitaria, en la lucha por el reconocimiento y en la politicidad de los sujetos sociales -pensando solo en los colectivos Brigada Callejera y Rebelión Cotidiana-.

De este modo me fue posible entender que después de dos décadas de buscar la independencia para actuar conforme a los propios intereses se apuntaría que ya no solo se trataba de luchar a contrapelo de las herencias políticas, sino de pensar a contracorriente; incluyendo así un proceso de des-subjetivación, al cual durante la década del noventa nos referíamos como la emergencia de la subjetividad autonomista. De ello se derivó un proceso de re-subjetivación, el antagonismo en perspectiva de la emancipación social se afianzó a partir de la toma de posición de los colectivos como sujetos con necesidades y expectativas, para establecer de esa manera -como mediación de su actividad política- la autorganización y la autodeterminación.

El movimiento de resistencia es una espacialidad difusa, sin formas de organización determinadas, las cuales se despliegan con el objetivo de obstruir, agrietar y generar fisuras en el dominio, haciendo de las luchas sociales y de las rebeldías singulares el elemento problemático para la reproducción del dominio por desposesión. En otro sentido, el reto de los autonomistas es explicitar su vocación como algo diferente a la autarquía social, porque no se pretende destruir la mediación institucional, pero sí manifestar que las formas vigentes que esta ha adquirido son disfuncionales.

En este caso un problema también pendiente es comprender la vocación antagonista y pluralista de la política, la que suele objetarse desde la necesidad de ser institucional. Pero cuando las formas institucionales no respetan su fuente y razón de ser (la vida en sociedad y la disposición de las condiciones mediadoras para la reproducción de la vida de los individuos y colectivos), es cuando, en ocasiones, ser institucional quiere decir cuestionar la propia institución, cuando esta es secuestrada por unos en detrimento de otros sujetos. La política que configuran los colectivos apunta a la resignificación del sentido del conflicto y el consenso como capacidad de autolimitación y mediación entre alteridades, incluyendo la propia.

La renovación de la política que hacen los que resisten y luchan en favor de la autonomía significa interrelacionar el ámbito de lo social con el ámbito de lo político, puesto que reincorporan la capacidad de creación de los sujetos sociales, potencian cambios sociopolíticos más allá de las reivindicaciones de grupo y desbordan el plano de su propia lucha; todo ello a partir de su experiencia organizativa, la cual consiste en un conjunto de actividades asentadas en los lazos sociales, y no en los intereses políticos. Por ello, los colectivos son una manifestación de articulación buscada-construida sin pretensiones de permanencia, aunque su sobrevivencia dependa de la compartición, lo cual, además, se convierte en un flujo instituyente entre los colectivos y, precisamente por ello, sus formas son difusas.

Entender el hacer político de los colectivos como parte del flujo de formas instituyentes conlleva una crítica a la militancia, desde la óptica de la política como componente de la autoinstitución de la sociedad, donde la idea de revolución tiene una condición en que los sujetos se presentan a sí mismos las propias intenciones y donde no sujetarse a esa representación, así como al contenido del proyecto de autonomía colectiva, remite a la construcción abierta de las condiciones para la autoinstitución social, de tal modo que la autonomía se reviste del querer ser y el hacer de los colectivos, pues son la referencia de una escisión desde lo social; una que prefigura la apertura de lo instituyente. Se explica porque lo que se requiere es la creación de nuevas formas vinculadas a la interrogante ¿cómo hacer para que la política, que pretende emanciparse de la tutela estatal, logre proponer un proyecto que no fragmente o sedimente la totalidad social? Y a la luz de tal cuestionamiento, uno de los temas sustantivos está en las nuevas formas de hacer política y en los procesos de des-subjetivación y re-subjetivación.

Finalmente, la afirmación de los colectivos, la explicitación de sus distinciones y la constitución de una experiencia reflexionada son mediaciones para el reconocimiento de la temporalidad de su lucha; condición de la creación de formas de autonomía. Esto es lo que para mí significa abordar a los colectivos como parte de un flujo social del hacer, un flujo social instituyente. De ahí que la investigación se haya convertido en una tesis acerca de la autonomía tal como es pensada y vivida por los colectivos zapatistas fuera de Chiapas; mismos que desde el surgimiento del movimiento indígena se han interesado por este, han colaborado con él, más o menos cerca, y han cambiado junto con ellos su perspectiva política.

La idea de esta investigación fue mostrar la reflexividad como mediación en la elaboración de la experiencia de quienes han hecho de la autonomía una forma de hacer política, así como el horizonte político al que han ido dando forma, a la par que han ido densificando la subjetividad que van creando. Ello explica por qué me pregunté ¿qué está significando hacer política de acuerdo con la pretensión de autonomía individual y colectiva? Y, por supuesto, ¿por qué lo hacen?

 

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Notas

1. El proyecto de investigación Sociedades movilizadas, una apuesta por la autonomía en las nuevas formas de hacer política (2005-2010), desarrollado en el marco del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Guadalajara entre 2009 y 2013 culminó con la tesis doctoral El trabajo a favor de la autonomía, elaboración de experiencia y afirmación anticapitalista, que fue dirigida por el Dr. Jorge Alonso y presentada para su defensa en agosto de 2013.

2. En el primer caso se trata de un colectivo cuyo despliegue tiene lugar al acompañar e incitar el proceso de re-subjetivación de las trabajadoras sexuales. Su labor se da en diferentes estados del país, entre ellos, Jalisco y el Distrito Federal. En el segundo caso, el hacer social y político desplegado tiene lugar en el sur de Jalisco entre distintas comunidades; está enfocado a la rearticulación de las relaciones comunitarias como base de su hacer político.

3. No está demás advertir que colocarse al margen de las formas capitalistas no significa que los colectivos y los sujetos son capaces de aislarse de la dinámica de reproducción de estas, sino que en el actual contexto de despojo de lo material y lo subjetivo, en favor de la explotación y acumulación de capital, al margen está, por el momento, significando asumir una actitud lucida respecto de la propia participación de las relaciones sociales instrumentales, para, a partir de ello, emplazar la negación de estas relaciones instrumentales y ensayar otras formas de hacer política, así como establecer relaciones sociales entre sujetos y no entre individuos y colectivos con objetivos y metas específicas.

4. Con la propuesta de La Otra Campaña como iniciativa organizativa contenida de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional pretendía, y respecto del movimiento zapatista en general, la vinculación entre los diferentes colectivos y personas, a partir de los intereses, necesidades y formas de hacer de cada uno.

5. Una revisión de esta discusión puede consultarse en la prolífica producción del antropólogo Jorge Alonso, particularmente en aquella dedicada a explicar los procesos de democratización del sistema político, la alternancia y la transición partidaria. Se puede ver, por ejemplo, El cambio en Jalisco. Las elecciones de 1994 y 1995, editado por la Universidad de Guadalajara, el CIESAS y el Consejo Electoral de Jalisco, en 1995, o bien Elecciones con alternativas Algunas experiencias en la República Mexicana, editado por La Jornada y el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades de la UNAM, en 1994.

6. La crisis de la institución heterónoma corresponde al cuestionamiento de los procedimientos en que la misma es realizada, mas no así sus fundamentos.

Por el contrario, lo que se vive por parte del sujeto del movimiento anticapitalista es la crisis de sentido de la institución heterónoma Estado, la no creencia en la misma y, por tanto, la crítica de su razón de ser y la consecuente apuesta por un proceso de reinvención institucional, el cual siempre es de largo plazo, puesto que corresponde a la idea de instituciones que favorecen el acceso a la autonomía individual, colectiva y social. En otras palabras, la institución heterónoma clausurada es aquella en la que se instalan las condiciones para el dominio, la explotación y el despojo, caracterizándose por instaurar la separación entre representantes y representados en el marco de una democracia representativa; los primeros, como parte de la sociedad del poder, son los que toman las decisiones que afectarán al conjunto de la colectividad, y respecto de ello no son admisibles los cuestionamientos ni las objeciones que los pongan en duda, pues solo hay lugar para la "razón de Estado" y la realpolitik.

7. Manifestaciones o bien tomas de tierra, de espacios de trabajo, etc.; acciones que resultan comprensibles si estamos de acuerdo en que han luchado por décadas contra una acendrada cultura de corporativismo y cooptación.

8. También me propuse realizar una investigación desde la perspectiva de la relación de co-labor entre sujetos de estudio y sujeto académico, cuyo distintivo, se dice, es el propósito de contribuir a fortalecer las luchas y los procesos de resistencia (Leyva y Speed, 2008). No obstante mi intención no llegó a concretarse, pues, en los casos de la Brigada Callejera y del Colectivo Rebelión Cotidiana este tipo de "ayuda" se considera fuera de lugar, dado que ellos no necesitan colaboradores: lo que requieren son personas con una actitud activista en su propio espacio y tiempo. De acuerdo con Elvira Madrid (en Montejo et ál., 2009), esta postura también es una manera de generar la resonancia del proyecto de autonomía individual, colectiva y social. En razón de lo anterior, terminé abandonando la idea de una investigación así.

9. Encanto es el nombre del condón que distribuyen como parte de su programa de mercadeo social para la prevención de enfermedades de transmisión sexual.

10. En otras palabras, se trataba de lo que a mi parecer sucedía debido a la interacción entre los distintos grupos e individuos que allí participaban, en particular, al analizar las ambigüedades que se daban, o bien los momentos de interacción convergente, así como los de tensión o distanciamiento.

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