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Espiral (Guadalajara)

Print version ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.20 n.57 Guadalajara May./Aug. 2013

 

Sociedad

 

La construcción del nuevo sujeto político en América Latina. Estrategia para buscar la emancipación desde lo popular en el siglo XXI

 

Construction of new political actor in Latin America. A strategy to search emancipation from the popular in the XXI century

 

Robinson Salazar*

 

* Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. salazar.robinson@gmail.com

 

Fecha de recepción: 06 de marzo de 2013
Fecha de aceptación: 15 de julio de 2013

 

Resumen

El mayor reto que tenemos en América Latina es construir un proyecto político de amplia convocatoria, enérgico, extenso, movilizador y ante todo dotado de un sujeto político que abra las compuertas hacia la emancipación política, derribe las barricadas del neocolonialismo y desmorone los esquemas del modelo extractivista, primario exportador vigente que empobrece a grandes sectores de la población y despoja de los bienes naturales estratégicos a nuestros pueblos.

Palabras clave: sujeto, territorio, espacio estratégico y autonomía.

 

Abstract

The biggest challenge we have in Latin America is to build a political project of wide call , strong, extensive, mobilizing and above all endowed with a political actor that opens the gates to political emancipation, bring down the neocolonialism barricades and crumble the model schema extractive primary current exporter which impoverishes large sectors of the population and have stripped of natural resource strategic to our people.

Keywords: actor, territory, strategic space and autonomy.

 

Sujeto convergente

El escenario político latinoamericano presenta diversas escenas de tensiones y conflictividad que en la mayoría de las veces no desemboca en un movimiento social capaz de provocar un cambio en las estructuras del modelo económico vigente, cuya matriz productiva extractivista primigenia de exportación, arroja resultados desastrosos en el agotamiento de los recursos estratégicos como el agua, grandes franjas de tierra con toneladas de productos contaminantes, despojo de predios a comunidades rurales e indígenas, pauperización del trabajo y, ante todo, irremediables procesos destructivos en la naturaleza, en la condición humana y en la seguridad de los habitantes de esta parte del planeta.

Indudablemente hay focos de resistencia, movilizaciones de segmentos sociales involucrados en el combate por detener la depredación extractivista, sin embargo no son suficientes para frenar el embate de las empresas transnacionales y las políticas de los gobiernos entreguistas, que a través de concesiones, privatización, contratos leoninos y dádivas, entregan los recursos naturales y públicos de cada nación, sin importarles las consecuencias que desencadenarán en los próximos cinco años, donde el deterioro de la salud, el mercado laboral, los recursos destinados para la alimentación, la educación e incluso el futuro de nuevas generaciones es incierto.

Es necesario encontrar nuevas respuestas y formas de articulaciones de distintas y diversas organizaciones que bajo un arco convergente puedan construir alternativas de confrontación, grandes movilizaciones, combinar diferentes formas de luchas en escalas local, regional y nacional para constituirse en un movimiento que contenga la fuerza arrasadora del modelo depredatorio que está vigente en la gran parte de los países de América Latina.

Hallar en la densidad de luchas y movimientos sociales el sujeto político capaz de revertir la situación desventajosa que vive América Latina es tarea titánica; no obstante, basta con ver qué está aconteciendo, qué trayectoria dibujan las fuerzas políticas y hacia dónde dirigen sus reclamaciones; descubrir dónde están inscritas las prácticas sociales en la cotidianidad y dónde está la mayor acentuación, qué espacios son apropiados por los actores y los habitualizan para ejercer sus manifestaciones y movilizaciones, qué horario político manejan en coyunturas y frente a problemas irresueltos; qué novedades han incorporado en la divulgación e inserción de su conflicto en las distintas esferas de la sociedad y si las ventanas que abren en cada estrategia comunicacional incorporan nuevos actores, estrechan alianzas con otros movimientos y, por último, descubrir la vocación articuladora que abre nuevos espacios de tensión y politiza los ámbitos que estaban secuestrados por la invisibilización o las mentiras de los medios de comunicación.

Ahora bien, la cotidianización de la insumisión trae consigo que la política arribe a espacios cerrados para la reflexión y el debate, de ahí que los actores que asientan el debate político en las calles, la mesa familiar, los espacios público, los medios alternativos de comunicación, en la opinión pública, están construyendo el nido donde nace el nuevo sujeto político; la incubadora de la hostilidad que surge de la indignación, el dolor, la necesidad de revelarse y poner un alto a la impunidad, al despojo y defensa de los derechos que tenemos como sujetos sociales.

La intencionalidad de construir anillos concéntricos es importante porque un movimiento de agregados incorpora nuevos actores a la lucha, está en permanente crecimiento, confecciona otros espacios de deliberaciones, abre brechas y trayectorias para que la política contestataria e insumisa transcurra, quebrante trincheras ideológicas, abra esferas para la pluralidad, las voces diferentes pero con formas de trabajo incorporadas en su organicidad, todo ello en busca de abandonar posturas absolutistas y brindar la oportunidad de un espacio convergente, una casa común donde el sujeto político de mayor envergadura cohesione, marque pauta y dote de sintonía a las distintas demandas a fin de que no muera el movimiento si algunas de ellas son resueltas por el gobierno o el adversario que tiene enfrente.

 

Constitución del sujeto político

Existen dos segmentos sociales que pueden y deben constituirse en el nuevo sujeto político que irrumpa en el escenario de la sociedad contemporánea: los jóvenes y las mujeres. Las formas de pensar y hacer la política están fundamentadas en las colectividades, la fusión de fuerzas y la capacidad organizativa y movilizadora de estos dos segmentos. Los supuestos políticos y los recursos organizativos que esgrimen pasan por el zaguán donde resguardan las herramientas necesarias para constitución de un movimiento social: memoria histórica, alianzas estratégicas y organización de exigencias, a fin de resituarlas en dos coordenadas que dan firmeza al mapa de la movilización y la manifestación.

La manifestación es la proclama del sujeto político, el holograma visible, el rostro movilizado, la fuerza orgánica y la voz reclamante. La movilización es el movimiento que da visibilidad ante los ojos de los demás componentes de la sociedad, es la acción colectiva, que devela quiénes son, qué hacen, por qué lo hacen, cómo descubren lo posible, dónde forjan la oportunidad para instalar las mediaciones que lo conduzcan hacia mejores espacios democratizadores.

En cada praxis derivada de la movilización, generan valores en sus prácticas al interior de la organización; asimismo, nutren diálogos, discusiones y nuevos acuerdos que orientan la actividad política reclamante.

Indudablemente, la participación dentro de la acción colectiva movilizadora es voluntaria, consciente y concertada, que tienen como ingredientes elaboraciones reflexivas, diagnósticos de la coyuntura, tejido asociativo que van rompiendo el canal del tránsito individual y lo desagua hacia lo colectivo. Cada ejercicio movilizador busca incesantemente construir nuevos espacios para asentar el conflicto, tomando por sorpresa al adversario y/o enemigo, y cada escaque innovado para confrontar es un paso adelante para disminuir el cuadro de incertidumbre a través de la confianza que van adquiriendo en el avance de la disputa.

Visto de esta manera, la movilización destapa a un sujeto portador de densidad histórica, definidas en términos de identidad, alteridad y contexto, involucrado en un proyecto que tensiona las relaciones con el Estado y los agentes de gobierno, que tiene diversas orientaciones y distintas finalidades en su contienda, prioriza la necesidad y compromiso de armar el andamiaje de una nueva sociedad, la arquitectura de una convergencia de fuerzas políticas diversas pero con disposición aperturista para dar paso a las utopías parciales con vocación de cambio.

Es importante resaltar que las dos coordenadas —movilización y manifestación— son ejes articuladores de las demandas que el sujeto posiciona con la bandera política y en su actuación en la insubordinación.

Para poder sembrar los reclamos, es necesario pasar por un proceso de articulación con otras fuerzas y segmentos políticos, con el propósito de jerarquizar las distintas y variadas demandas, ordenar la escala de metas, nutrir las exigencias de carácter transversal que movilizan grandes sectores y sean abarcativas a nivel nacional; también, asignar los tiempos políticos de cada una de ellas, donde la articulación no quite a las contiendas particulares su carácter, sino que las dimensione y fije en escenarios amplios y convergentes y estos anclajes vayan abriendo nuevos espacios de lucha.

Este paso es necesario e importante por dos razones, una de ellas es la función básica que juega la articulación como cemento social que dota de sentido comunitario al movimiento donde está recreándose el sujeto político. Articular es compartir lo común, valorar el saldo de las diferencias, sin absolutizar dado que es una universalidad abierta, no abarcable en su plenitud... es el espacio de configuración particular e histórica en la comunidad (Zibechi, 2008) en combate.

El entramado comunitario transita por vivencias, relaciones sociales, acontecimiento de acoso por arremetidas del adversario, penurias y recreación simbólica, cavilaciones individuales y deliberaciones plurales, recuperación de trozos de memoria histórica a través del relato e intercambio de saberes y hábitos que van engrosando la ideología y la postura de clase ante las fuerzas regresivas que pernoctan en el gobierno.

Una clave de cimentación de lo común es la indignación consciente, porque opera bajo la lógica de la válvula que se abre para que fluyan los sentimientos, pensamientos y valores del sujeto político en formación, cuya esencia es predominantemente insumisa y emancipatoria.

La segunda razón es la ventaja que ofrece la iniciativa de sembrar los reclamos en espacios estratégicos y territorios que pretende politizar el movimiento social, porque lleva a un posicionamiento ventajoso para hallar los puntos débiles del esquema o entramado institucional vigente que, de ser bien identificados, puede orientar atinadamente las movilizaciones con sus demandas y así romper el sistema político con asuntos de carácter estructural; claro ejemplo de ello son las movilizaciones y disputas por temas de educación pública, desprivatización de empresas de recursos naturales estratégicos, derogación de ley antiterrorista, cierre de minas o rechazo y destierro de sembradíos transgénicos.

La insumisión configurada a través de las peticiones antes reseñadas y la movilización con despliegue territorial-espacial, es fundamental para colisionar el mercado, más si el rompimiento del esquema institucional que prioriza lo privado, el despojo y la criminalización deja un balance positivo o ganancia por haber avanzado en la confrontación; es trascendental que se asignen un sello de público, porque cada guirnalda que vayan obteniendo al final de la confrontación o disputa debe impactar en el colectivo y la comunidad que le da soporte.

Es preciso confrontar al mercado bajo la estrategia de que toda ventaja o ganancia debe ser un producto que nutra y dote de sentido al espectro de lo público, además brinde la oportunidad de seguir en la tensión porque se obtuvo un recurso de y para todos, la reapropiación no es fácil y transitaría por una batalla con mayores dificultades.

Ahora bien, toda confrontación contra el mercado provoca una ruptura en el eje relacional de lo político con lo social por los siguientes matices:

• Rebasa a los partidos políticos porque éstos son estructuras del andamiaje institucional que a su vez integran el engranaje del sistema político, y al ser colisionado el mercado, los entes partidarios no pueden ocupar espacio de interlocución, la sociedad los desconoce y surgen otras mediaciones emergentes, distintas y con perfil de bisagras o puentes para construir nuevos acuerdos después de la ruptura.

• Exige a los movimientos sociales que arriben a la articulación para convocar despliegues y movilizaciones con vocación de cambio del modelo vigente, dado que el desdoblamiento de las acciones colectivas abre nuevos espacios de tensión y politiza el ambiente hasta llegar a cotidianizar el debate.

• Replantea nuevas relaciones entre sistema político y movimientos sociales, en la medida que se asumen como interlocutores válidos reconocidos en la divergencia, dota al espacio público de naturaleza parlante, confronta y negocia entre los linderos de la legalidad e ilegalidad cuando muchos temas aun no cuentan con legislación o reglamentarismo jurídico, pauta para que le reconozcan su naturaleza insumisa y reclamante, adquiere el papel de actor político y se constituye en una fuerza que el Estado intentará institucionalizar al adversario y el movimiento social por mantener su autonomía, dándose una tensión permanente en el ejercicio de la confrontación.

• Los movimientos sociales no representarían al sujeto de transformación, son piezas de la articulación del arco convergente; el sujeto es la masa que encabezan los jóvenes y las mujeres, quienes por su particularidad han territorializado la lucha, permean los espacios públicos, enarbolan las exigencias estructurales, estremecen las bases del sistema neoliberal extractivista primigenio exportador, sitúan temas de vital importancia en la mesa del debate público, convocan y dan apertura a otros movimientos a sumarse a la insurrección con un carácter plural y horizontal; además, no son de liderazgos aferrados, mutan y democratizan el interior de las organizaciones, incorporan a la familia en el debate y las movilizaciones, transforman las relaciones al interior del espacio doméstico y los centros escolares, modifican los vínculos entre lo público y lo privado al convertir el espacio doméstico en una esfera de deliberaciones, quiebran las figuras legendarias del patriarcado y asocian la discrepancia contra el Estado y el modelo imperante con la democratización del hogar, de ahí que hoy la mujer sea un actor protagónico en la confrontación pública y dentro del espacio hogareño.

Es primordial destacar que los jóvenes y las mujeres, égida del sujeto político en estructuración y base de toda articulación convergente, en su discrepancia y movilizaciones, han logrado revertir la idea de la utopía inalcanzable, en la medida que el mundo nuevo o posible sí existe en el imaginario de ellos, pero también en la realidad, sólo hay que modificar sus relaciones internas, el entramado social y los roles canonizados que tratan de reproducir los partidos políticos, aun cuando ya no tienen vigencia y son vulnerados constantemente por la insumisión que resquebraja el zócalo de la sociedad latinoamericana.

Entonces el nuevo sujeto político se arma por asociación (convergencia) y no por síntesis, esto quiere decir que no es una alianza proactiva, con plazo perentorio ni basada en acuerdos para usufructuar recursos.

Es un engranaje similar al de una mazorca de maíz, donde cada grano va dotando de significancia y sentido al sujeto político; no es una pieza ni la suma de ellas lo que da naturaleza al sujeto, porque negaría la participación de los otros, los reclamos agregados, la territorialidad de cada una de ellas, los tiempos políticos de las movilizaciones y el énfasis en la insumisión.

La convergencia por asociación es un agregado consciente, con vocación de lucha anti-sistémica, con claros objetivos de espacios estructurales privilegiados para el conflicto, con ideología preclara de que el cambio es necesario e irrenunciable, donde los jóvenes apuestan a una descolonización del pensamiento, la cultura y los medios de comunicación; y la mujer sabe y reconoce que su actuación en diversos movimientos sociales ha trascendido hacia el interior de su hábitat doméstico y ha democratizado los roles en las dirigencias movimientistas.

Visto así, la conjunción de voluntades es punto gravitacional que da forma al espacio de confluencia donde el conjunto de las fuerzas involucradas pugnan por ser el opositor e interlocutor válido, al margen de los partidos políticos y otras instancias orgánicas institucionalizadas. Ese núcleo duro es la base de la convergencia, porque dota de naturaleza al sujeto y lo hace núcleo de voluntades conscientes de que tienen como objetivo irrenunciable el cambio del modelo vigente.

Otro aspecto relevante es aceptar la responsabilidad de discutir ampliamente cómo y cuándo conviene articular esta construcción convergente, sin esconder verdades y con un carácter plural, donde todas las voces tengan el mismo peso y valor. Esa deliberación argumentada desemboca en otro desafío, "si no lo hago yo (nosotros), que no lo haga nadie; lo que represento es lo único válido y sólo yo lo represento como se debe" (R. C., 2009).

Se asoma el compromiso, la asunción del sujeto político, la voluntad política de actuar juntos y bajo el acordeón que pauta el comportamiento colectivo sin abandonar ningún punto incluido en el programa de acción.

Las formaciones de construcciones políticas son, entonces, articulaciones armadas por los sujetos para romper la universalización de la política hegemónica imperante; alternativas que no se revelan en amplios espacios, sino que sus apariciones están en lugares muy focalizados, villas, barrios, comunidades, sectores marginados o excluidos y en muchas ocasiones el surgimiento es súbito y cortocircuitante por razones de seguridad y desplazamientos de los actores que la llevan a cabo.

Toman formas comportamentales inusuales, fuera de las organizaciones tradicionales, algunas de ellas con orientación reivindicativa de techo, empleo, tierra, seguridad social y autonomía étnica, pero envueltas en reclamos de tipo estructural; sin embargo no dejan de asistir al escenario de hoy los grupos armados que renuncian a seguir el juego de la negociación tardía y sin resultados. No obstante, todas sin excepción son manifestaciones de nuevas prácticas políticas, en la medida que proponen un nuevo formato de diálogo, la interlocución surge por fuera de las mediaciones tradicionales, las exigencias modifican la realidad política a través de las marchas, cortes de ruta, bloqueos, movilizaciones multitudinarias y la acción directa, parte del accionar que presiona y obliga a negociar al gobierno, aunque no sea él directamente el implicado, pero abre la posibilidad de una inédita forma de actuar al ver que los partidos políticos están inhabilitados y se encierran en la labor legislativa, dando la espalda a la sociedad civil reclamante.

Las construcciones políticas alternativas (articulaciones convergentes) tienen lugar donde la miseria y la pobreza reinan, donde el trabajo, el salario y los servicios públicos no existen; en territorios marginados sin atención ni consideración alguna en los programas de gobierno, lo cual constituye un fenómeno que por su olvido y lejanía de las atenciones gubernamentales, es núcleo potencial explosivo sin horario político ni control social, estallidos latentes en espera del menor roce posible.

Desde la sociología no existe una escala de medición para detectar cual construcción política alternativa está más cercana y en qué fecha puede darse; los cálculos políticos no alcanzan a medir el momento exacto en que pueda darse una crisis social con agentes comportamentales repentinos, tajantes y violentos. El recurso que nos queda es ir sumando el déficit de satisfactores en una comunidad, segmento social o región; por otro lado, indagar la tradición de desobediencia de ese segmento, que en la mayoría de las veces es un agregado de nuevos actores desgajados de núcleos distintos y cada uno trae su historicidad, la cual, al ser socializada a través de las relaciones intersubjetivas, posibilita el trasvasamiento de saberes, experiencias, memoria social e histórica que van fraguando un sujeto potencialmente capaz de responder al cuadro de necesidades y de reclamar a los responsables de su marginalidad (Salazar, 2004).

Visto así, la fortaleza estratégica se nutre de un programa coherente para tomar el poder estatal, sin que antes, desde esferas no estatales, hagan trabajos y esfuerzos por cambiar la direccionalidad del sistema vigente, torcer las legislaciones oprobiosas y desarraigar los enclaves de los poderes de facto de carácter militar, trasnacional y gobernanza.

Entonces, el amplio espectro de la heterogeneidad social y dilatada fragmentación política nos brinda un escenario espacial de incubación de un nuevo sujeto político que requiere de los siguientes recursos.

 

Un eje de movilizaciones permanente

Es un proyecto de movilización social con diferentes niveles de participación, desplazamientos, controles de territorios, zonas de seguridad, jornadas de crecimiento, incorporación de nuevas estrategias y aprendizajes, comunicaciones y banderas que visibilicen la trasgresión, vehículos discursivos para multidimensionar los rostros del sujeto en acompañamiento y articulación con movimientos indígenas, de mujeres, contra la contaminación, el despojo de tierras, la educación privatizada, la violencia y el militarismo.

Abrir el compás de incorporación de otras asociaciones políticas aviva los depósitos de confianza, incuba el pluralismo y es abrevadero de tolerancia cívica, donde las voces diversas aprenden a compartir espacios, a dialogar y construir esquemas de intereses colectivos y, ante todo, a escuchar a los otros.

En la organización de la jerarquía de las reivindicaciones, es necesario cuidar el orden de prioridades, el espacio donde se va a situar el requerimiento, los dispositivos comunicacionales, los flujos y trayectoria por donde transitará la movilización, la pieza discursiva y los ejes fundamentales en que se asentará la reclamación. Una vez puesta en acción, la exigencia política que llegue a empedrar la convergencia, será el inicio de la constitución del nuevo sujeto político.

Hasta ahora, bajo la observación rigurosa de los movimientos más significativos en América Latina, los que tienen mayor componente de mujeres y jóvenes son los de significativa contundencia, abordan asuntos estructurales, encaminan la pugna de manera frontal, incorporan otros actores, son más abiertos a sumar y, ante todo, el ejercicio democrático es dúctil, dado que los liderazgos de los jóvenes y mujeres no son largos, son más democráticos, menos aferrados a la conducción personalista, permiten la rotación y nutren la naturaleza del sujeto convergente.

Un elemento importante que debe estar presente en la agenda de trabajo es la condición del enemigo y/o adversario, dado que muchas veces en la guerra de movimiento, el gobierno trata de resolver las peticiones de manera discontinua, de carácter perentorio y uso de horario político que desestructure la dinámica movilizadora o altere la mesa de negociación. Desconfigurar al oponente es básico en una estrategia dilatadora para cargar de desespero las protestas y sembrar el temor de la delación al interior del movimiento social, de ahí que sea irrenunciable evitar que el gobierno resuelva parcialmente las demandas, vital para eludir el desgaste de la movilización y fractura de los ejes que vigorizan al sujeto.

No hay que perder de vista el manejo de zonas turbulentas o dificultades que surgen en el fragor de la dinámica del movimiento, cuya naturaleza pone en riesgo la garantía de su reproducción social, porque las contingencias propias de la confrontación y capacidad de respuesta del adversario pueden llevar al sujeto político en estructuración a vivir impedimentos para re-encontrarse con el mundo de lo político para construir nuevas metas y actividades, y/o prolongan temporalmente la incorporación de nuevos actores de otras latitudes o ámbitos conflictuados, dificultar el manejo oportuno de la comunicación y ante todo, visibilizar los avances obtenidos.

Lo anterior se refleja en discusiones prolongadas que difuminan el sentido y propósito del movimiento social, las trabas para innovar y construir nuevas trayectorias de movilización.

Ante este escenario contingente, es necesario mantener, mediante las jornadas de crecimiento y reproducción social, la incorporación de nuevas voces, propuestas renovadas, alternativas novedosas que no se conocían ni existen en la caja de herramientas de la memoria histórica, de ahí que actores indígenas, minorías de color, intelectuales, cooperativistas, pescadores ribereños, sean una fuente de alimentación del movimiento convergente. Las nuevas incorporaciones de actores y exigencias estratégicas van a cambiar, a mediano plazo la agenda política y abren una confrontación de carácter emancipatorio.

 

Espacios autónomos estratégicos

Para los movimientos sociales la territorialidad es un recurso estratégico porque dota al sujeto político de pertenencia, lo visibiliza ante los ojos del gran espectro social, es nutriente de reciprocidades, es trinchera de resistencia y representación de lo público.

El territorio es espacio donde se construye la dársena de la identidad, núcleo donde se da la sedimentación de la confianza de toda comunidad naciente, es el receptáculo del entramado social del movimiento porque a través del territorio ejercitan todas las experiencias sintetizadas en la memoria histórica; más aun, es el laboratorio de la vida cotidiana que posibilita que el sujeto crezca y se consolide.

Los aprendizajes en su territorio son relanzados en otros espacios de conflicto, de ahí que los bloqueos de rutas, las huelgas, paros, ocupaciones de tierras sean parte del mismo libro que tiene su génesis en la cotidianidad y su epílogo en la confrontación.

Los territorios con construcciones sociales; sin la dotación de sentido de lucha, serían un pedazo de tierra, pero con el conjunto de prácticas sociales y políticas se afirma el sujeto y lo recrea para asumir el conflicto como parte de su constitución y naturaleza de su territorio, dado que toda confrontación está territorializada; incluso en su fase emancipatoria, la recuperación del espacio territorial, el control que tenga sobre el mismo y el uso colectivo que le imprima, le quitará el sello de tierra comercializada, con valor de uso y valor de cambio, de ahí que toda autonomía se siembre en un territorio autónomo y estratégico.

El binomio territorio-comunidad es esencial, aun cuando dentro de ella existan formas de vida heterogéneas, la diferencia es importante para construir autonomía, porque abre el compás de incorporar al otro, incentiva la tolerancia, estrecha relaciones entre actores diferentes, pero ante todo, expande el universo de ideas y viste de varios colores y comportamiento al sujeto, haciéndolo difícil de controlar por el enemigo.

Los territorios o espacios autónomos revelan su carácter de resistencia con las movilizaciones plurales diversas: indígenas, piqueteros, mapuches, EZLN, el Alto, estudiantiles, derechos humanos, entre otras.

La resistencia es un espacio estratégico porque aglutina, habilita las herramientas de la historicidad, recurre a la memoria histórica, construye trayectoria y desplazamientos, zonas de seguridad y enclaves de reproducción del movimiento.

Los espacios autónomos estratégicos son zonas y lugares construidos para la defensa, evitan que la resistencia se disperse y sea fugaz; es el resultado de la inversión de capital político del movimiento. Los recursos para defender y nutrir los espacios estratégicos transitan del eje de la legalidad-ilegalidad, recurren a la movilización pacífica, denunciativa, incriminadora y adjunta todas las actividades que no están en el marco legal a fin de crear puntos de tensión e inflexión con el sistema político o entramado institucional.

Otros recursos territoriales son las trincheras de resistencia —desmercantilización le llama Boaventura de Sousa (2007)—, que son cooperativas, organizaciones económicas populares, servicios orgánicos comunitarios, que generan, crean y distribuyen valor de uso, aprendizaje democrático, nueva democracia, redes de servicios y lazo social. Zibechi los denomina "nuevos poderes" dentro de los territorios autónomos, los cuales están ligados a relaciones sociales no capitalistas, que resuelven la reproducción de la vida de las personas que viven en esos espacios más amplios cuya naturaleza tiene sesgos de emprendimientos que dan sustentabilidad al movimiento social, pero ante todo, ejercitan practicas desmercantilizadas.

Para arribar a la etapa de construcción desde abajo y a partir de su territorialidad, el nuevo sujeto político debe desafiar la realidad social y ello se logra a partir de cimentar la oportunidad, sin ella no abre los caminos de la actuación como sujeto político.

 

Construcción de la oportunidad

La oportunidad es el campo de intervención del sujeto político en la política, para desajustar la agenda del opositor, insertar una nueva dinámica política a la circunstancia que vive, con lenguaje propio y vector de la insumisión orientado a desestructurar la velocidad y trayectoria del andamiaje institucional y orientar el esfuerzo a romper un flanco del sistema político.

La oportunidad es la articulación de diferentes niveles de sublevaciones: locales, regional y nacional. Es el arsenal de diversas estrategias: movilización, denuncia, confrontación, resistencias, construcción de alianzas, concentración de nuevos espacios de discordia y variación de herramientas y recursos del conflicto.

La articulación se construye a partir del saldo de las diferencias bajo el criterio de la geometría variable en la política, donde no es posible aceptar o trabajar con un modelo o esquema de concertación con visión prefabricada del país o de la situación política, ni poner en funcionamiento un boceto para armar alianzas, dado que cada actor, gremio, movimiento o segmento social tiene su particularidad, construye su agenda en función de su desventaja y oprobio que recibe, es autor de una trayectoria y está ancorado en un espacio territorial, de ahí que la articulación se construya mediante el diálogo, los lazos identitarios, los traslapes de distintas formas de disputas que detonen acontecimientos mayores, desplazamientos y relevos, organización de cuadro de reivindicaciones y ordenamiento de vasos comunicantes para afinar estrategia comunicativa plural, escalonada y complementaria.

Arribar a estos acuerdos es construir un nodo articulacional, posible de armar las verdades universales de fortaleza ideológica que dan identidad al sujeto político y al movimiento.

Las verdades universales son percepciones y definiciones sobre la injusticia, represión, militarización, despojo, neoliberalismo, Estado, recursos estratégicos y resistencia. Es el argumento construido desde la posición del ofendido, la palabra que surge de la voz rebelde, es el vínculo del escarnio que viven entre la cotidianidad y la negación de su condición humana invisibilizada por los gobiernos y sus difusores culturales.

Finalmente, de contar con estos recursos, el sujeto político y el movimiento convergente, puede definir los espacios de confrontación, los recursos que utilizarían en cada fase del conflicto y el horario político para cada fase de la acción colectiva que le facilite arribar a la compuerta que da acceso a la emancipación.

 

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