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Espiral (Guadalajara)

versión impresa ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.18 no.52 Guadalajara sep./dic. 2011

 

Reseñas

 

El sexo de la ciencia

 

Patricia García Guevara*

 

* Profesora-investigadora del Departamento de Estudios en Educación del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad de Guadalajara.

 

El título del libro parafrasea a otros dos grandes libros: El sexo del derecho, de Frances Olsen, y El género de la ciencia de Janet A. Kourany. En este caso el libro de Lourdes Pacheco es un compendio de escritos recientes que nos llevan por una fascinante travesía en la que nos explica el porqué la ciencia es un conocimiento androcéntrico y cómo la agenda científica ha sido formulada desde el punto de vista del varón. Sus 10 capítulos son un recorrido histórico y epistémico sobre los distintos principios que la construyen. El eje principal es la epistemología feminista que abona a la crítica de los conceptos de verdad, objetividad, neutralidad, producción científica, valores y poder.

La primera y obvia sombra que eclipsa las bases de la ciencia, es el ausente punto de vista de las mujeres. El primer capítulo maneja cuatro cuestiones centrales, que revisita a lo largo de los siguientes capítulos. Uno, ella nos trae a cuenta la jerarquía binaria (cf. Foucault) reflejada en la ciencia a partir de un dualismo valorativo, traducido en antagonismos como la razón vs. emoción, lo abstracto contra lo concreto, cultura/naturaleza, masculino-femenino, fuerte vs. débil, racional-irracional, etc. Cada uno de estos binomios no sólo anula a su opuesto, sino que los vencedores darán paso a la objetividad, a los fundamentos de la ciencia desde un observador — varón— "neutro" que activa un proceso circular método/ciencia/neutralidad de valores (p. 25), sin atisbos de encontrar complementariedad.

Dos, el órgano humano productor de ciencia es el ojo; la vista establece la observación y la razón realiza el análisis. Observación y razón son los dos pilares en los que descansa el método científico. Sobre la base de la observación, aparece la objetividad, sin cuestionar que el observar pueda ser arbitrario y siempre dependerá de lo que se observa y de quién observa (cf. Bohr). De esta manera —explica la autora— los "científicos desarrollan una actitud de poder al hablar del método científico, como si fuera algo sobrehumano [...] tomando el lugar de Dios". La objetividad cimentada así, excluye o borra la experiencia subjetiva y las pasiones de los investigadores; como si ambas cosas fueran posibles (pp. 29 y 30).

Tres, si en la época de la Ilustración la ciencia fue vista como una respuesta para remediar los males, en la sociedad capitalista la encontramos vinculada a la idea de progreso hasta convertirla en un recurso privado, en una empresa rentable, una ciencia-mercancía en tanto que produce bienes para el mercado y puede acelerar la riqueza —no obstante, lo fue desde los romanos, pienso yo.

Cuatro, el surgimiento del individualismo y de la autonomía del hombre permiten convertir a la ciencia en un "sistema cerrado, incapaz de dialogar con otros discursos de la sociedad". Con esto prácticamente genera un discurso totalizador que no piensa "al mundo de otra manera", dado que trata de eliminar los elementos irracionales "como portadores de una racional oculta" que no son tomados en cuenta (pp. 34 y 35).

La perspectiva feminista tiene más de tres décadas problematizando la reformulación del agente epistémico y los fundamentos de la ciencia cerebral desde varios puntos. En primer lugar, porque deja fuera al cuerpo. En segundo lugar, porque atiende sólo a una parte de la experiencia. En tercero, parcializa la realidad a partir de los valores masculinos al dejar a un lado los valores contextuales y culturales de quien observa. Esto ha generado una práctica científica en el campo de la salud con toda una serie de dispositivos que ven al cuerpo de la mujer como seres débiles, emocionales, producto de la ideología de la maternidad. Tal práctica proviene del "yo domino", de la mentalidad colonizadora y del cartesianismo que erige a la razón como estandarte de aparente neutralidad universal.

El siguiente capítulo nos expone que a la religión le sigue la ciencia como principio de vida; nada más que en esta etapa el dominio está puesto por la razón pragmática como su instrumento. Esta segunda creación, producto de la modernidad y del dominio colonial, da origen a una especie de meta-lugar desde el cual explica el mundo, el del observador absoluto —sin ser observado— ombligo del Universo y hace de la objetividad una institución. En esta creación

[...] la epistemología de la razón es portada por el sujeto histórico de la dominación y se convierte en la anulación de otras posibles epistemologías. Las teorías son estructuras de poder desde las cuales pensamos. El conocimiento-dominio se convirtió en conocimiento-poder, en anulación de las posibilidades de conocimiento del otro [...] [y con esto] subalterizó otras formas de conocimiento, las formas de conocimiento portado por las mujeres, los indios, los orientales; los otros [...] el método científico ha considerado a los otros saberes como no conocimientos [...] La ciencia establece la observación desde un lugar previamente determinado por la estructura de la teoría, las preguntas derivan de la bibliografía previa y deben referirse a teorías vigentes [...] Desde este punto de vista, el nuevo conocimiento sólo se propone confirmar o invalidar el conocimiento previo (pp. 59 y 60).

De esta forma tenemos una ciencia que tiene el poder de bautizar el mundo sólo de "cierta manera", y su representante, la objetividad, tiene como encargo "producir, dominar, reestructurar y tener autoridad".

La autora devela a la objetividad como un proceso de ocultación a partir de tres principios: a) el conocimiento científico es conocimiento puro, al esparcir la "ilusión de que el conocimiento es independiente de las condiciones en que se produce"; b) el método es independiente de quien lo aplica, en el que "el sistema de citas cumple la función de convertir los enunciados en hechos científicos", y c) los resultados científicos tienen como propósito la humanidad y con ello "oculta[n] el nexo entre conocimiento y poder dentro de estructuras de dominación" (p. 65). Bajo estos principios la objetividad nos entrega una especie de maná con la verdad científica. Ir más allá del sistema demostrativo referencial en búsqueda de las ausencias, de lo suprimido, implica moverse hacia los márgenes de la ciencia hegemónica, de la colonización del saber. La apertura hacia lo otro generaría nuevas maneras de "comprensión con múltiples sujetos epistémicos, contra-saberes, formas de compre-ver". Todo ello perfilaría nuevas prácticas que nos abrirán la cárcel del monólogo científico en el que la

[...] verdad sólo puede ser difundida, no sometida a discusión. El otro, el destinatario [...] un público en principio indeterminado, pero determinado desde el principio [...] Los resultados de la razón presuponen la igualdad de los que razonan. Sólo en esa igualdad tiene sentido la producción de conocimiento (p. 72).

Lourdes Pacheco augura que las nuevas formas regresan re-cargadas desde una "pluralización de sujetos" y una revaloración de la emoción, "desvalorizada por la sociedad patriarcal con el argumento de ser el lugar de la arbitrariedad" (p. 74).

Todos los capítulos hacen referencia, de un modo o de otro, a un proceso totalizador en el que la ciencia, la abstracción y la razón están encerradas en sí mismas, marcando una férrea distancia de la emoción y la subjetividad. De Bacon, a Comte, a Kant, el saber es dominio racional alejado de cualquier otro tipo de conocimiento, un lugar para los especialistas de élite que norma a la sociedad desde el club de los elegidos. Más aún, la autora asegura que la ciencia hereda los preceptos de la ideología cristiana en la que las sensaciones provenientes de los sentidos son impuras; de este mismo modo, la subjetividad pasa a ser rechazada como algo equívoca. Nos propone entonces una razón sensible que profundiza lo cercano y no una distancia de él, una razón en la "que puede existir como conocimiento de muchos [...] Comprensión como conocimiento sin violencia, sin la estructura de dominio, como manera de empatizar, de integrar lo afectivo comunitario con lo que está siendo" (p. 85). De esta manera combinaríamos la epistemología de la razón con una epistemología de la emoción, puesto que de ninguna manera se trata de una propuesta que contemple renunciar a la razón.

La ciencia es un producto del triunfo de la mente sobre el cuerpo a partir de la consolidación del método científico, en el que el cuerpo quedó fuera del acto de conocer. Afortunadamente esta forma de explicación ha entrado en crisis en las ciencias sociales y ha puesto en marcha procesos donde el posmodernismo feminista ha hecho especial hincapié al replantear el conocimiento "desde el cuerpo", la subjetividad negada y por ende desde otras posibilidades de conocer. Para ello es clave abandonar la dicotomía objetividad-subjetividad y abrir paso a las diferentes posturas que traen otros sujetos desde sus multiplicidades (las mujeres, las distintas etnias, etcétera).

Todo el libro reitera la necesidad de desatar la camisa de fuerza en que se ha convertido el orden epistémico patriarcal ("como la única organización del mundo"), y contribuir a la construcción de un horizonte femenino. En particular, el capítulo quinto propone la ciencia de la fascinación, la ciencia de las mujeres, con el fin de cambiar el orden del mundo, de por sí desigual para éstas. La epistemología feminista apuntaría, entonces, hacia nuevos elementos, significados y relaciones que explorar, "otra posibilidad de reorganizar los mundos [...] en la construcción de sentido para los sujetos de los que parte [...] [y] pasar de la pretensión de tener todo controlado mediante la técnica, a liberar el mundo de los límites [...] capaces de ver/percibir/nombrar lo real y lo no real" (pp. 107 y 108). Aquí no se trata de formular una nueva universalidad desde las mujeres, sino de no hacer abstracción de la diferencia y las respectivas epistemes que portan los sujetos hombres y mujeres, es decir, adentrarnos en "formas distintas de percibir y de encontrar articulaciones en la realidad" (p. 111). Se trata, pues, de que "los saberes transgresores de las mujeres enuncian no de otra realidad posible, sino múltiples realidades posibles" (p. 117).

Para documentar los saberes transgresores, narra muy brevemente un estudio de caso sobre la brujería. Acaso como un saber, una práctica, una cosmovisión, una apropiación de un poder que ha sido negado a las mujeres por el cristianismo, por el monopolio del conocimiento científico y que se antoja un ejemplo pertinente para la recuperación de discursos y prácticas comunitarias negadas a las mujeres, o simplemente como otra visión.

Éste es un libro que va más allá de visibilizar a las mujeres que han sido excluidas de la ciencia y de recuperar las experiencias de las pioneras, sino que es un texto que dirige sus baterías hacia la reformulación del sujeto epistémico, el sujeto situado, y en señalar la necesidad de comprender el marco ético y político que rodea al conocimiento. En todo caso es una sugerente invitación para ensanchar la lucha discursiva que define y constituye a la ciencia, tanto como la forma de producir, exponerla y utilizarla. Es una lectura altamente recomendable para las ciencias sociales y en especial para las nuevas generaciones de jóvenes inquietos en las clases de metodología, que complementa muy bien los cuestionamientos sobre cómo se hace ciencia. Enhorabuena por esta reflexión que nos envían desde el estado vecino de Nayarit.

 

Nota

Lourdes C. Pacheco Ladrón de Guevara, El sexo de la ciencia. México: Universidad Autónoma de Nayarit/Juan Pablo Editores, 2010.         [ Links ]

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