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Espiral (Guadalajara)

versão impressa ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.18 no.51 Guadalajara Mai./Ago. 2011

 

Reseñas

 

¿Cuántos votos necesita la democracia? La participación electoral en México, 1961-2006

 

Jorge Alonso*

 

* Investigador de la Universidad de Guadalajara y CIESAS-Occidente.

 

Este libro resulta de un complejo y novedoso proyecto de investigación que no sólo es un importante avance en la forma en que se realizan las investigaciones electorales, sino que abre nuevas puertas en esta temática. Se trata de un estudio meticuloso, serio y original. No cae en los cajones de más de lo mismo, sino que crea un nuevo espacio en las formas de examinar las elecciones.

Se realiza un seguimiento con apoyos históricos y geográficos de la participación electoral en México en la segunda mitad del siglo XX y los inicios del siglo XXI. Este libro contiene una profunda revisión teórica acerca del sufragio en diversos regímenes políticos. El primer capítulo está dedicado a explorar el significado del voto en las democracias posibles. Se destaca que la existencia de elecciones regulares no basta para que un régimen sea considerado como una democracia electoral. Para que un régimen tenga legitimidad debe haber participación como votantes del mayor número posible de ciudadanos. Se ahonda en los planteamientos sobre todo de Bobbio y de Dahl para examinar la calidad de la democracia. En diálogo con estos y otros autores se da seguimiento a los cuestionamientos que buscan para qué sirven los votos y hasta dónde las elecciones facilitan realizar ajustes entre una sociedad cambiante y un conjunto de instituciones y reglas para distribuir el poder político. Se recuerda que las reglas electorales permiten la circulación de las elites sin violencia. La autora advierte que la pregunta de cuántos votos se requieren para la legitimidad habría que responderla teniendo en cuenta factores estructurales, legales y políticos, y atendiendo a sus propios contextos. Recuerda que el sufragio se fue ampliando gracias a muchas luchas cívicas. Plantea la hipótesis de que en México la alta participación en ciertas entidades y en ciertos periodos históricos responde a dinámicas diferentes donde una votación abundante no tenía que ver con el interés de los ciudadanos por participar en las elecciones, sino con elites políticas capaces de movilizar bases sociales de apoyo electoral.

El libro es muy rico en el planteamiento y discusión de muchas hipótesis. Una de ellas resalta que la participación ciudadana en el plano electoral tiene que ver con el significado político del voto. En un régimen autoritario sirve para justificar el ejercicio del poder y para desalentar a las elites opositoras. Participar en las elecciones es un acto que requiere significados construidos cultural y políticamente. Los ciudadanos se mostrarán interesados en votar en función del significado que le den al voto.

Una investigación sobre la participación y la abstención electorales debería partir, se nos recalca, de la consideración del tipo de régimen político. Además de ubicar bien el marco legal que define las reglas electorales, hay que ver el sistema de partidos. También tendría que dilucidar si el sufragio es un acto político individual o colectivo.

Para esclarecer el fenómeno complejo de la participación de los ciudadanos, el libro se basa en las tendencias estadísticas electorales en diversas coyunturas; va dando cuenta de los cambios electorales a lo largo de más de cuatro décadas y va precisando las modificaciones en el sistema de partidos. Se llama la atención sobre que los promedios en las cifras nacionales electorales encubren realidades locales muy diversas. Los datos más antiguos provienen de la base de datos electorales que pacientemente la autora fue construyendo con base en las actas del Colegio Electoral en el Congreso. Los datos de 1991 a 2006 provienen de los datos oficiales del IFE.

En el segundo capítulo se profundiza en la participación y en la abstención. La autora considera que la participación electoral es el fruto de procesos políticos diversos. Se propone analizar tanto las diversas dimensiones de la participación y del abstencionismo, como de sus posibles causas nunca unívocas. Emprende la tarea de aclarar problemas metodológicos poco discutidos. Resalta la relación entre votos emitidos (válidos y anulados) y los ciudadanos como potenciales votantes. Reconoce la dificultad de establecer con precisión una categoría de votantes potenciales. Se introduce en las oportunidades que los nuevos adelantos tecnológicos han ofrecido a los ciudadanos. Considera que la electoral es la principal vía de participación para la mayor parte de los ciudadanos. Precisa cómo el derecho a votar está condicionado por requisitos administrativos. También el contexto institucional influye en el nivel de la participación electoral. Vuelve sobre el tema de que es imposible ver al individuo político desvinculado del contexto social y cultural. Tiene en cuenta que hay investigaciones que han tratado de develar quiénes votan más con información proveniente de encuestas, pero plantea que esto no ha permitido encontrar tendencias generales que posibiliten identificar variables que sean realmente determinantes del voto, pues las encuestas suelen sacar al individuo del grupo en el que está inmerso y hacen abstracción de las influencias. Apunta que la participación tiene condicionantes socioestructurales y políticos, y recuerda que en México los sectores marginados no participan menos en lo electoral.

Este libro aporta elementos desde las perspectivas geográfica e histórica. Establece una discusión con el informe del PNUD sobre la democracia en América Latina del 2004, aunque habría que llevar la discusión más allá, pues no se puede apreciar dicho informe desde la perspectiva meramente electoral. La autora llama la atención sobre el asunto de que la apatía ciudadana depende también de la oferta de los actores políticos. Otro elemento a tener en cuenta es que no todas las elecciones son iguales para los votantes, pues éstos tienen comportamiento diverso ante elecciones presidenciales, legislativas y municipales. Los partidos han ido mutando, cosa que influye en el elemento de la identificación partidista. Otra cuestión nada desdeñable es el hecho de que las campañas políticas presentadas por la televisión influyen en la vida diaria de los votantes.

Después de examinar y calibrar varios estudios y posiciones teóricas, la autora sostiene que es más probable encontrar una explicación de los ciclos de altas y bajas de la participación en las condiciones políticas en que se desarrollan los procesos electorales, que en los factores estructurales.

En este libro se acota la participación electoral a la relación entre las personas que sí votaron y las que no lo hicieron. El abstencionismo debería entenderse como el acto voluntario de no votar. Al respecto se hacen muchas precisiones, como la dificultad de saber cuántos votantes potenciales voluntariamente dejaron de votar. Si cuantificar a los votantes potenciales resulta difícil, establecer indicadores cuantitativos y cualitativos para las diversas dimensiones del voto es algo más complejo. En el libro se examina la expresión más directa de la participación: el número de votos y el número de votantes potenciales, tomando en cuenta a los ciudadanos en edad de votar y a los ciudadanos registrados para votar en el padrón o listado electoral.

Los factores que determinan el grado de participación electoral o el abstencionismo son múltiples. No obstante, una investigación concreta tiene que hacer explícito el criterio utilizado para medir la participación; es decir, si se hace referencia a la totalidad de los ciudadanos, a los ciudadanos inscritos en el padrón, si se toman en cuenta los votos nulos, etc. La discusión va conduciendo a constatar que existen mayores diferencias en el criterio para definir a los votantes potenciales, pues su número es incierto dado que no se conoce el número de ciudadanos (con derecho a voto o registrados en el padrón) que el día de la elección se encuentran en el lugar donde les corresponde votar y pueden acudir libremente a las urnas, sin ningún obstáculo ajeno a su voluntad (como una enfermedad o un accidente, etc.). La autora nos dice que se suelen tomar en cuenta todos los votos emitidos sin importar si fueron válidos o no. Aclara que se tendrían que dejar de lado los votos anulados en instancias jurisdiccionales porque no dependen de la voluntad ciudadana. Se dice que abstencionista es el ciudadano que no participa en lo electoral. Pero la autora advierte que no hay una referencia clara para establecer la diferencia entre votantes voluntarios y no-votantes involuntarios. Hace ver cómo la no participación no está ajena al resultado, pues la ausencia de electores puede favorecer a unos partidos y perjudicar a otros.

Una vez aclaradas las posiciones teóricas y definidos los términos, el libro pasa en el capítulo tercero a la medición de la participación electoral. Hay un loable escrúpulo en para ir afrontando todas las dificultades. Así, se abordan los problemas para medir dicha participación desde perspectivas legales, institucionales y estadísticas. Se subraya el aspecto destacado que tiene lo institucional para explicar la participación, pues ésta aumenta o disminuye de acuerdo a las reglas que definen el derecho de votar. Esto obliga a examinar el marco institucional mexicano. Se ven el padrón electoral y el concepto de votos válidos, cuyas definiciones han ido variando con el tiempo. Se tienen en cuenta la votación total válida, los datos censales y la cifra de los ciudadanos registrados. Se estudian los votos válidos en las elecciones federales que se han desarrollado desde 1961 hasta 2006 y se relacionan con los ciudadanos en edad de votar y con las personas inscritas en el padrón electoral. Se distinguen las elecciones legislativas cuando van junto con las presidenciales, de las que se presentan solas. En las elecciones presidenciales y las legislativas que van aparejadas el número de votantes es casi igual. No obstante, en 1982 las elecciones presidenciales tuvieron más votantes que las de diputados. El promedio de participación en todo ese periodo en las elecciones legislativas respecto del padrón es de 58.5%; pero si se tienen en cuenta a los ciudadanos en edad de votar baja a 53%. En el caso de las elecciones presidenciales, en el primer caso es de 64.8% y en el segundo de 60.4%. Al comparar esta participación con la que existe en otros países como Estados Unidos y Suiza la autora pone en cuestión que se hable de desencanto de la democracia o de apatía ciudadana en países con niveles de participación cercanos o superiores a 60% de la población en edad de votar, cuando las democracias consolidadas desde hace décadas tienen niveles de participación inferiores.

En el capítulo cuarto se examina la relación entre la participación electoral y las modificaciones históricas en el régimen político. Se describe lo que puede considerarse como un largo proceso de democratización. Se relacionan los patrones de la votación por medio de las elecciones federales tanto a nivel nacional como en las 32 entidades de la República. Se recuerda que el acto de votar puede tener diferentes significados culturales y que las consecuencias difieren dependiendo del régimen político. El libro hace ver cómo las elecciones y la participación de los ciudadanos han ido adquiriendo diversos significados a lo largo de cuatro décadas y media. Se focalizan importantes luchas cívicas en pos de reformas electorales. Se destaca que las reglas de la competencia electoral han ido teniendo repercusiones en el desarrollo de los partidos. Se recuerdan las épocas en las que tanto el padrón como el cómputo de votos sufrían graves manipulaciones. La autora tipifica cuatro periodos: el del partido hegemónico, que va de 1961 a 1976; el del partido predominante, que corre de 1979 a 1988; el de liberalización contradictoria, que abarca de 1991 a 1994; y el de la transición, que comprende de 1997 a 2006. Se examinan las cifras del padrón, de la lista nominal de electores y la participación en elecciones. Uno de los hallazgos de la investigación es que los momentos del cambio electoral no siempre coinciden con el cambio institucional, pese a su relación. Se acota que las cifras de alta participación en 1991 y 1994 no deberían interpretarse como una respuesta a los incentivos de la reforma de 1989. Otro elemento fundamental en la discusión es que las reformas han sido consecuencia de las exigencias planteadas por nuevas fuerzas políticas.

En el capítulo quinto se escudriña la participación electoral que se da en los estados durante las elecciones federales. Se mapea la distribución de la participación electoral. Se estudia la correlación local entre las elecciones presidenciales y las legislativas federales concurrentes de 1964 a 2006, y también la participación en las elecciones presidenciales estado por estado. Se ve que las variaciones en la participación entre entidades pudieran tener explicación en coyunturas políticas locales. Pero a partir de 1988 se detecta una mayor homogeneidad en las tendencias de participación en todas las entidades, más allá de sus variantes locales. Se describen los ciclos de alta y de baja participación. Pero un abordaje de largo tiempo lleva a percibir la existencia de una tendencia más bien horizontal que no se corresponde con la imagen de creciente abstencionismo.

El libro está apoyado en gran cantidad de cuadros, gráficos y mapas. Aparece que en algunos contextos la participación electoral puede implicar resistencias de las fuerzas políticas del antiguo régimen frente al cambio político. Los datos también llevan a constatar que la participación electoral depende de la dinámica política, sea como forma de apoyo al régimen o como forma de competir por el poder político. En 1976 hubo falta de competencia; en 1988 hubo exceso de competencia inesperada; en 1994 se dio la reacción gubernamental para no perder la presidencia. La competencia electoral también ha sido catalizador de participación. El libro mide la competitividad en las elecciones, y las distancias relativas entre partidos ganadores y partidos en segundo sitio. La autora plantea una fórmula para construir y medir un índice de competencia ponderado. En el libro se va correlacionando competencia y participación entidad por entidad.

En el capítulo sexto el libro profundiza en las tendencias locales en cuanto a la dinámica de la participación electoral. Se utilizan variables estadísticas básicas como promedio de la participación, la desviación estándar y la tendencia histórica. Las entidades se clasificaron con un análisis de conglomerados estadísticos que permitió distinguir a la autora las tendencias en el largo plazo. Se muestra en cuáles entidades se ha incrementado la participación y en cuáles ha disminuido. El método que se utiliza para describir y clasificar el comportamiento electoral parte de indicadores estadísticos para llegar a un valor promedio de la serie de mediciones en el tiempo, a la dispersión respecto del valor central y a la tendencia histórica (positiva o negativa). Una de las hipótesis plantea que en las elecciones recientes el proceso de democratización está modificando la dinámica de movilización electoral tradicional donde la mayor participación era signo de control político. Ahora se apunta a una participación distinta que otorga a los votos valor decisorio en manos de los ciudadanos. Uno de los hallazgos destacados es que no hay relación entre las características socioeconómicas de las entidades y la participación electoral alta o baja en las mismas.

El capítulo séptimo indaga el nexo entre la participación electoral y la urbanización. Se avanza en la discusión de la conceptualización sobre urbanización y sobre marginación. Salta a la vista que en todas las elecciones Chihuahua tiene menor participación que estados como Querétaro. La autora apunta que se deben examinar las coyunturas políticas y las características socioeconómicas en cada entidad. Este capítulo emprende un análisis sistemático de dichas características en cada entidad relacionándolas con la participación electoral. Se hace un cuidadoso seguimiento de la correlación entre participación y marginación por entidad. Dado que se encuentra que hay participación baja tanto en entidades de mayor marginación como en las que la marginación es baja, se concluye que no existe relación evidente entre participación electoral y características socioeconómicas. Por los datos ofrecidos se resalta que la marginación ya no es el espacio político de la movilización probablemente inducida, y que la participación más intensa se produce en espacios urbanos donde el control político es menor y crece la pluralidad.

Respecto al crecimiento de la votación y del padrón, en el capítulo octavo se utiliza otro método que permitió detectar poca relación entre el crecimiento en el padrón y de los ciudadanos en edad de votar, así como entre el incremento de los votos y el crecimiento del padrón. Se vio que al avanzar la pluralidad, la participación se vuelve más regular en todo el país. El padrón puede crecer con ritmos distintos al del incremento de los ciudadanos en edad de votar y al de votantes reales. Puede haber crecimiento de la población en edad de votar y, en números reales, disminución del padrón o de los votantes. Una cuestión fundamental es que la credencial para votar no sólo sirve para acudir a las urnas, se trata de un documento oficial de identificación que los ciudadanos utilizan para múltiples fines. En este estudio se da un paso hacia espacios menores, como son las secciones electorales. Como para las secciones no hay datos censales, se hizo la relación entre votos y padrón. De 1994 a 2000 el número de ciudadanos inscritos en el padrón no se reflejó en una mayor asistencia a las urnas. Dado que el crecimiento del registro ciudadano es muy irregular, se aconseja estudiar la participación como la relación porcentual entre votos y ciudadanos. Teniendo en cuenta que los datos de población en edad de votar no pueden ser calculados para todas las unidades geográficas donde se realizan las elecciones (distritos y secciones), se recomienda hacer el estudio de la participación electoral desde la perspectiva de los incrementos porcentuales de una elección a la siguiente. La autora insiste en que las series de largo tiempo del padrón refutan las apreciaciones del desencanto ciudadano ante lo electoral. El libro enfatiza que en las elecciones presidenciales de 2000 y de 2006 no hay pérdida de votos respecto de las elecciones de los años setenta. Lo que sí se puede mostrar es una tendencia a la baja en elecciones legislativas intermedias. Si se analizan las elecciones presidenciales por sección, entre 1994 y 2006 se encuentra que la votación crece poco, pero de forma regular en todo el país; aunque sí hubo pocas secciones con un comportamiento que se podría llamar anómalo. Otra cuestión es que el padrón crece más rápido que la población por razones ajenas al interés de los ciudadanos por votar; no crece por incentivos políticos.

En las conclusiones la autora recapitula las diferentes técnicas empleadas en cada uno de los capítulos y las principales tendencias. Se trata de una visión de largo plazo. Recalca que siempre hay que tener presente que el sufragio adquiere significados diversos según el contexto en el que los votos son emitidos. Históricamente se puede apreciar que una elevada participación no necesariamente implica una fortaleza democrática, pues puede haber mecanismos de autoafirmación de un régimen determinado. Líderes locales, promotores de votos, pueden emigrar de un partido a otro en una especie de racionalidad clientelar. Es evidente que no todos los votos pueden tener la misma fuerza transformadora en vistas al avance de la democracia. Otra cuestión relevante es que el abstencionismo no puede verse como políticamente neutro. Si en unas épocas el padrón ha estado muy por debajo de la población en edad de votar, hay otras en las que ha sobreasado a los votantes potenciales. También hay un crecimiento irreal del listado nominal porque no ha sido debidamente depurado. Medida la participación como la relación de los votos válidos respecto al padrón, las tendencias son negativas; pero si la relación es entre votos válidos y ciudadanos en edad de votar, se puede poner en cuestión la tesis de que en México la participación electoral va en declive.

La autora anota que el concepto de ciudadanos en edad de votar (votantes potenciales) también tiene problemas por la migración interna e internacional. Un importante dato encontrado es que, cuando concurren elecciones presidenciales y legislativas, ambas siguen las mismas tendencias. Comparadas las elecciones presidenciales con las llamadas elecciones legislativas intermedias, se encuentran dinámicas diferentes. En las elecciones presidenciales hay altas y bajas pero la tendencia predominante es a estar 10 puntos arriba de 50%. No obstante en el estudio se recalca que las elecciones de 1988 fueron una excepción, pues aunque hubo intensa competencia, fueron las únicas con una pérdida de votos en términos absolutos y relativos respecto de elecciones intermedias anteriores. En cambio las elecciones de 1982 y de 1994, sin intensa competencia, fueron de alta participación. En las elecciones legislativas intermedias resalta que las de 1979 y 2003, pese a una mayor pluralidad y competencia, tuvieron menor participación. Se presume intervención gubernamental, al menos para desalentar la participación. Aunque las características institucionales del régimen electoral son importantes, no se puede trazar una línea directa entre reformas electorales y su impacto en el comportamiento; porque a veces esas reformas anteceden a los cambios en el sistema de partidos, y a veces son consecuencia de conflictos no resueltos en la arena electoral o por la presión de fuerzas emergentes.

La autora considera que la periodización del régimen político es una herramienta conceptual útil para el estudio electoral. En la etapa de liberalización contradictoria prevalecen niveles de participación muy bajos en 1988 y muy altos en 1991 y 1994. El estudio de la geografía electoral permite describir las dinámicas políticas distintas a nivel estatal que se integran en un proceso nacional. En unas entidades la participación tiene que ver con movilización ciudadana y en otras depende de esfuerzos del poder para conservar su hegemonía. Hay entidades que a lo largo de todo el periodo estudiado se colocan en los niveles más altos, y otras en los niveles más bajos. Se destaca la hipótesis de que en la medida en que se ha debilitado el partido hegemónico, han aumentado las diferencias políticas entre las entidades porque se han debilitado los mecanismos de control electoral; pero en todas las elecciones (tanto presidenciales como legislativas) las tendencias nacionales se vuelven más regulares después de 1988. La investigación concluye que no se aprecia un perfil definido que permita identificar la relación entre características socioeconómicas de las entidades y un mayor abstencionismo o mayor participación. Hay elevada participación en estados con pluralismo y competitividad pero también en los que esto no ocurre. Se identificaron dinámicas nacionales que se imponen a las diferencias locales. Antes la variabilidad en el nivel de participación era muy superior, pero esto en años recientes ha disminuido. En las elecciones legislativas, aun cuando tiende a disminuir, la variabilidad es mayor en todas las épocas. La autora advierte que no se debe descartar la actividad de clientelas políticas. El estudio de la correlación entre la participación por entidad presenta índices de correlación muy bajos; pero a partir de 1988 hay un cambio de signo pues las entidades con mayor participación son las de menor índice de marginación. Después de 1997 hay mayor participación en zonas urbanas de baja marginación. La marginación ya no es el espacio de movilización electoral inducida. Podría ser que el clientelismo se esté reciclando tanto en lo urbano como en lo rural en un contexto de mayor pluralidad.

El libro intencionalmente hace más preguntas de las que responde, pues quiere ser un peldaño para ulteriores investigaciones. Plantea la necesidad de dar pasos en la dirección de lo cualitativo. Se trata de un libro que debe ser atendido por los investigadores e interesados en las cuestiones electorales.

Para avanzar en la dirección de estudios más cualitativos convendría tener en cuenta otras perspectivas teóricas sobre de la democracia, como el libro del experimentado investigador de Princeton Sheldon S. Wolin, Democracy Incorporated: Managed Democracy and the Specter of Inverted Totalitarianism (Princeton, University Press, 2008, del que hay una traducción editada por Katz Editores, en Buenos Aires el mismo año, con el título Democracia, S. A. Democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido).

Sheldon ve que algunos de los elementos fundamentales de la democracia no se han materializado, o se mantienen vulnerables; mientas se incrementa la perversión de sus fines. Muestra cómo una democracia puede convertirse en sumisa y privatizada; y que las elites disponen de poderosa influencia política que va restringiendo la participación democrática. Señala que se han hecho estudios para detectar el comportamiento de los votantes, pero que los políticos consideran útiles a los electores mal informados y manipulables. Alude a escritos de Samuel P. Huntington en los que se sostiene que una operación eficiente de un sistema político democrático requiere cierto grado de apatía y de falta de compromiso por parte de grupos e individuos. Este tipo de escritos son los que propagan que una baja participación puede considerarse como algo normal.

Este investigador de la democracia también critica la promoción que se hace de la llamada ciudadanía virtual, pues en lugar de que los ciudadanos participen en el poder son invitados a dar opiniones a preguntas diseñadas para provocar determinadas respuestas. Los partidos subdividen a los electores en grupos para que los candidatos puedan enfocarse en ellos a la medida de los intereses de la clase política. Se promueve una desmovilización para evitar que se formen mayorías coherentes, y se van construyendo opiniones manipulables. Se quiere una democracia como marca de un producto controlable y comercializable y que los ciudadanos se comporten como compradores. Sheldon puntualiza que en Estados Unidos hay un porcentaje entre la mitad y dos tercios de votantes habilitados que no concurren a las urnas, cosa que permite el manejo del electorado activo. En lugar de un cuerpo ciudadano soberano se promueve una multitud solitaria. Se quiere convertir a la ciudadanía en algo que se adapte cada vez menos a las exigencias de una auténtica democracia y que acepte cada vez más las formas dominantes del poder. Los candidatos tienen que acudir ante el poder corporativo para que financie sus campañas y se colocan en deuda con ese poder antes de asumir su cargo. Las contribuciones a las campañas son burdos sobornos. Se perfecciona el arte de moldear el apoyo ciudadano, sin permitir que los ciudadanos gobiernen. Se trata de una democracia domesticada.

Dicho investigador especialista en estudios sobre la democracia recalca:

[...] una elección, a diferencia del simple acto de votar, se ha convertido en una producción compleja. Como todas las operaciones productivas, está en proceso, y requiere supervisión continua más que participación popular continua. Las elecciones no dirigidas serían la personificación de la contingencia [...]. Un método para asegurar el control es hacer una campaña electoral permanente [...], saturada de propaganda partidaria y acentuada con la sabiduría de gurús pagados [...], que produce la clase de lasitud cívica de la que se alimenta la democracia dirigida (Sheldon, 2008: 201).

La legitimación democrática podría definirse como la acción ceremonial y simbólica por la cual los ciudadanos invisten al poder de autoridad. En una democracia verdaderamente participativa las elecciones constituirían uno solo de los elementos de un proceso de discusión, consulta y compromiso populares. Hoy las elecciones han reemplazado la participación. Las elecciones son la representación de una especie de mito original en el cual "el pueblo" designe a quien ha de gobernarlo (Sheldon, 2008: 211).

El pueblo no tiene el poder sobre el proceso mismo, no tiene el control. Lo que hay en la actualidad son elecciones extremadamente controladas por las elites. No se quiere un demos activo sino un votante ocasional. El votante es confinado a un sistema de respuesta diseñado por las elites que estimulan a que se emita el voto y a que después se genere apatía. Se moldean votantes súbditos. Los partidos se han convertido en máquinas para ganar elecciones y no actúan como agencias para promover la concepción de una buena sociedad; reducen los espacios para los desacuerdos "aceptables", mientras hay cuestiones que no se discuten. En tiempos electorales los partidos salen a movilizar a los votantes, pero luego viene la política postelectoral del lob bismo, el pago a los que han contribuido a las campañas, y en este lapso se trata de desmovilizar a los ciudadanos y a enseñarles que no deberían reflexionar sobre cuestiones que superan su capacidad.

En el libro de Sheldon se hace ver cómo los elementos antidemocráticos se han vuelto sistemáticos e integrales. La propiedad de los grandes medios electrónicos de comunicación se ha ido concentrando cada vez más. Esa propiedad implica el control de los contenidos. Hay coberturas extremadamente selectivas. En los debates televisados el pueblo sólo es parte del decorado. Hay parcialidad extrema de los medios, que se regodean en una democracia retórica. El objetivo de la democracia dirigida es neutralizar a los ciudadanos. En contrapartida, una verdadera democracia debería tener ver con las condiciones que le permitieran a la gente común mejorar sus vidas convirtiéndose en seres políticos y haciendo que el poder esté atento a sus esperanzas y necesidades. Lo que debía definirse en una política democrática es que los hombres y mujeres comunes pudieran reconocer que sus intereses están más protegidos y se desarrollan mejor bajo un régimen cuyas acciones estén regidas por principios de comunidad, igualdad e imparcialidad; un régimen en el que "la participación en la política se convierte en un modo de delimitar y compartir una vida en común" (Sheldon, 2008: 362). Este autor nos dice irónicamente que la democracia no tiene que ver con ir a jugar a los bolos juntos, sino con administrar juntos esos poderes que afectan de manera inmediata y significativa a las vidas y las circunstancias de los otros como de uno mismo. Este tipo de análisis lleva a ver la participación con contenidos más complejos que el acto de votar.

 

Nota

Silvia Gómez Tagle (2009), ¿Cuántos votos necesita la democracia? La participación electoral en México, 1961-2006, México, IFE, 288 pp.         [ Links ]

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