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Espiral (Guadalajara)

versión impresa ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.15 no.44 Guadalajara ene./abr. 2009

 

Reseñas

 

Contra el feminismo

 

Belén Blázquez Vilaplana*

 

* Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas. Universidad de Jaén. España.

 

En un momento donde los temas de género —como algunos califican a esta especie de nueva disciplina que ha surgido con fuerza en los últimos tiempos dentro de distintas materias— o de mujeres —como otros simplemente lo definen— proliferan en las estanterías de las librerías, ver un libro de la profesora Edurne Uriarte no debería llevar a la sorpresa. Para quienes conocemos su andadura académica y científica, que se adentre en un análisis serio y riguroso sobre el binomio mujer-política, mujer-representación política, mujer-liderazgo, sería un título más que añadir a su extensa producción teórica. Pero este texto es "otra cosa".

Su presentación y lectura permiten que el libro vaya dirigido y se haga atractivo a todo tipo de público, no sólo al docto en la materia o cercano a la academia. Lo cual, aunque podría ser considerado como un elemento que disminuye su valor científico —por ejemplo, por la ausencia de bibliografía que respalde algunos de los argumentos utilizados—, no hace sino incitar aún más a acercarse a las entrañas últimas de esta deconstrucción del feminismo que tanto se ha intentado vender en distintos círculos políticos. Si es que tal palabra puede ser aceptada por la Real Academia Española.

Hago tal afirmación porque, desde la primera página de esta obra, la profesora Uriarte ha mostrado una visión que rompe con algunas de las ideas, enseñanzas, estereotipos y argumentos que durante años se han asociado con el feminismo, con la lucha por la igualdad, con la democracia paritaria; en definitiva, en lo que se nos ha vendido como la discriminación de las mujeres. La cual se ha convertido, como se afirma al comienzo del texto: en coartada, en discurso político y en manipulación. Cuya muestra más visible ha sido la utilización de los datos y de las explicaciones acerca de la situación en la cual se encuentran las mujeres con relación a su trabajo, a su lugar en la sociedad o a la consecución de cuotas de poder para explicar lo que se ha conocido como la teoría de la discriminación. Una de cuyas máximas expresiones ha sido la utilización del famoso techo de cristal como resumen de todos los males de las mujeres en lo que a paridad y poder se refiere. Lo cierto es que la lectura de esta obra produce distintas reacciones a medida que se avanza sobre sus argumentos. En algunos momentos, el lector (en este caso la lectora) apoyaría incondicionalmente lo que dice o comienza a replantearse algunos de los pilares de la perspectiva de género, las cuotas o la discriminación positiva. Pero, en otros pasajes la reacción es más visceral tanto a favor como en contra de lo expuesto. Lo que más me ha llamado la atención es que su lectura ha suscitado en mí las mismas dudas y debates que los trabajos sobre género que vengo desarrollando en los últimos años han provocado. Ha habido situaciones en las que es posible encontrarse apoyando y oponiéndose a la misma idea. Este libro, a mi entender, permite mostrar elementos a favor y en contra de algunas de las más famosas teorías y afirmaciones que se han venido haciendo sobre el feminismo en los últimos años. Al menos, en algunos círculos académicos y políticos.

Para argumentar sobre estos temas, la catedrática se basa en la falta de estudios serios y rigurosos, que sin manipulación de datos, ni una lectura superficial sobre los mismos — como, según dice, son la gran mayoría de los existentes— pudieran avalarlos. A la simple lectura sobre qué dicen las cifras, habría que buscar explicaciones que muchas veces quedan en conjeturas o en opciones de vida que van más allá de lo que un informe cuantitativo puede decir. Intenta demostrar que no es que no estemos las mujeres en aquellos espacios que denunciamos que nos ningunean o nos ignoran, donde no se nos visibiliza, sino que no queremos estar. No porque no queramos asumir cotas o cuotas de poder, sino porque podemos sentirnos "realizadas" a través de mecanismos distintos a los de los hombres. La posición social, el respeto y la admiración siguen estando anclados en las mujeres en valores sociales que nada tienen que ver en este comienzo de siglo con lo que algunas quieren hacernos ver. La mujer, las mujeres se sentirían plenas con la consecución de una serie de metas que son sustancialmente diferentes de lo que algunos y algunas dicen que buscan, y a las que no se les deja llegar. Da por hecho que como las condiciones de partida son iguales entre hombres y mujeres, el problema no es tanto por los obstáculos que una sociedad tradicionalmente machista ha impuesto o impone al otro más del cincuenta por ciento de la sociedad, sino por una elección libre de las mujeres. Que son elecciones libres y autónomas. Según la profesora Uriarte, son las propias mujeres que ahora pueden elegir las que fomentan la continuación de la opción materno-matrimonial como fuente de prestigio social. Con notable éxito de imitación por parte de otras mujeres. Considero que las cosas son mucho más complejas. Que un tema como este, central en el actual debate para la igualdad efectiva —donde aún quedan tantas aristas por limar— no se puede librar en apenas cinco páginas de una obra tan sugerente. El problema, a mi entender, es que las posibilidades son múltiples, como lo son ese colectivo al que han venido llamando mujeres. Ni todas optan libremente, ni todas están obligadas a elegir. Hay que ahondar mucho más en cada caso, en cada realidad sociocultural, étnica, geográfica. Las cosas, al menos en este caso, nunca deben ser leídas en blancos y negros, porque las tonalidades intermedias son infinitas.

Con esa afirmación como hipótesis de su trabajo, se nos muestran distintos ejemplos, sacados muchos de ellos del diario acontecer, de los medios de comunicación, de las páginas de la crónica rosa, acerca del papel de la mujer en el mundo, en nuestro mundo de comienzos del siglo XXI. Incluido aquel que hace referencia al "otro", es decir, a la sociedad no occidental, donde se aplica un rasero distinto sobre la posición de la mujer. Puesto que en este caso no es que exista discriminación, para algunos y algunas analistas, sino elementos de identidad cultural que terminan por permitir esas diferencias. Llámese la utilización del velo islámico en determinadas sociedades u otros ejemplos sacados a colación en el texto. Por tanto, en este caso, la autora seguiría nuestra exposición anterior, nuestra "oposición" a homogeneizar a las mujeres. ¡Qué importante es tener en cuenta el relativismo cultural!

Desde este punto de partida, la politóloga hace un recorrido no exento de sarcasmo, inteligente ironía, algunos puntos de humor y mucho de algo parecido a los antiguamente llamados "ecos de sociedad", sobre distintas posturas y situaciones de la mujer. Las cuales han permitido esa discriminación como una opción libre y voluntaria. Aunque aquí, como ya hemos comentado brevemente al comienzo, hay que mencionar que los distintos casos que se muestran consideramos que son una elección para, precisamente, reforzar las ideas que son su línea argumentativa. En primer lugar, se hace referencia a la idea de "mujeres de", "hijas de" y musas. Con ello, la principal idea es afirmar que lo importante, a pesar de los avances conseguidos por el feminismo, es estar y no hacer. Cuya muestra más elocuente es lo que transmite el cine actual, algunos iconos de la música o la literatura y, sobre todo, el que se desprende del mundo de la política. En este caso, se analizan y exponen las figuras de algunas mujeres de gran actualidad y con gran repercusión en los medios de comunicación como son o están siendo Segoléne Royal en Francia, Hillary Clinton en Estados Unidos o Cristina Fernández en Argentina, quienes han ocupado una buena posición en la línea de salida para sus carreras políticas por sus maridos o sus parejas... oficiales, por supuesto. Por tanto, lo importante no es su valía, su currículum profesional o su posible gestión pública, sino los lazos afectivos o maritales que hayan tenido. Esta relación es aún más notoria si es paterno filial, donde poco importa según la autora lo que la hija haga si su "papá" es alguien famoso, seguro que todos y todas tenemos algún ejemplo en mente. Al final, la profesora Uriarte llega a la conclusión de que los hombres, a la hora de enamorarse, lo hacen de mujeres dependientes: hemos hecho el idiota, [...] Los hombres se casan con las dependientes y, además, las independientes ni siquiera les gustan. Por tanto, el estereotipo de "rubia tonta" sigue triunfando en un mundo de morenas profesionales.

Un paso más en su análisis es mostrar el estereotipo de "llegar a ser princesas" como el sueño de toda mujer. Lógicamente, adaptado a la edad y al momento, este podría encontrarse en la imagen transmitida por la película Pretty Woman o hace unos años, My Fair Lady. El problema es que esta princesa rescatada se encuentra inmersa en un mundo lleno de peligros, tales como la violencia machista, la anorexia, la necesidad de ser eternamente jóvenes o el acoso sexual. Uno de éstos, que sobresale por encima de los demás y que, además los condiciona, es la contraposición entre el mito del hombre interesante y el de la belleza femenina. La necesidad de estar siempre bien, de ser atractivas a los ojos de los hombres, etcétera es la mejor muestra de la dominación que el hombre sigue ejerciendo sobre la mujer. El problema, según se expone en esta obra, es que muchas veces esta idea viene impuesta por las propias mujeres. Buena muestra de ello es el éxito de Betty la Fea o de otras series por el estilo, que están triunfando en todas las sociedades, independientemente del lugar geográfico al que nos refiramos. Para triunfar, las mujeres no sólo tienen que valer, sino que además tienen que ser bellas, siempre bellas. Ellos, da igual. Lo triste es que al final, a pesar de que todas criticamos este hecho, terminamos atadas y prisioneras de este ficticio modo de llegar a ser una buena profesional. Nos dejamos llevar por el mundo de la estética, de lo superficial, de la venta "del escaparate". Como diría un dicho: que tire la primera piedra aquella que esté libre de pecado.

La profesora Uriarte continúa su exposición a partir de una pregunta clásica, si a las mujeres nos gusta o no mandar. Y no vamos a dejarnos llevar por el chiste fácil. La reflexión tiene dos vertientes; por una parte, aquélla en la que serían los hombres los que no se ven capaces de asociar la idea de poder con la de mujer —porque históricamente no lo han hecho—, pero, por otra, la de que son las propias mujeres las que creen, mantienen y afirman que la condición de mujer y la de mandar no se llevan muy bien —fuera del ámbito doméstico, dirían algunos—. Puesto que lo que finalmente hicieron aquellas que llegaron —pocas, por cierto— es asumir una forma de poder brutal y propio del género masculino, el que todo el mundo parece conocer, por cierto. Los ejemplos a favor y en contra se enumeran a lo largo de las páginas del texto y son los que todas y todos tenemos en la mente, a saber: Margaret Thatcher, Golda Meir o Condolezza Rice. Las aristas de este tema son múltiples, entre ellas merece destacarse no sólo la que se acaba de mencionar sino, también, la de lo que la autora denomina macetas. Se trata de las consortes del poder, de la problemática figura de las primeras damas. No tanto porque existan, sino por el papel que algunos y algunas les han querido dar. Ejemplos, en los últimos tiempos, tenemos en todos los medios de comunicación, piénsese en las mujeres de los presidentes norteamericanos o en la del actual presidente francés —del cual se habla más que de la política que implementa en su país—. Lo curioso es que no nos hemos puesto a pensar qué lugar ocuparían ellos en las mismas circunstancias: ¿se imaginan a Clinton organizando una cena en la Casa Blanca?

Uno de esos rasgos que se dice propio de las mujeres, que no de los hombres, es el del pacifismo. La catedrática intenta, de nuevo, desmontarlo, haciendo acopio de numerosos ejemplos extraídos de distintos momentos históricos y distintas culturas. Lo que ocurre, como en otros momentos de esta obra, es que sobran los ejemplos para mostrar una idea, pero también la contraria. Palestina, grupos terrorista, el ejército... serían pequeñas muestras de que las mujeres, en contra de lo que algunos afirman, también existen en espacios de violencia. La conjetura de que no habría guerras en el mundo si fueran las mujeres las que ejercieran el poder, se desmiente con algunas de las ideas expuestas. Pero, consideramos que tal lectura también se podría hacer a la inversa. Comparto con la autora la formulación de que no todas las mujeres somos buenas, ni trabajamos en red, ni somos consensuadoras, pero los ejemplos en algunos campos de actividad aún son ínfimos, porque ínfima ha sido la presencia femenina en los mismos.

Y volvemos a la biología, al papel de la maternidad y al sexo. El último gran reto de la igualdad no se halla en la llegada de mujeres al poder, en la equiparación de los salarios o en el cambio de papeles en el hogar. El último gran reto está en el sexo, el gran bastión pendiente de la igualdad entre hombres y mujeres. Y del que no se habla. El sexo, desde determinadas perspectivas, es tabú. Y para las mujeres, mucho más. Aquí, como en otros muchos temas de los tratados a lo largo de la obra, se contraponen dos ideas en relación a los dos géneros: el mito del hombre sexual y de la mujer emotiva; las ninfómanas y los seductores, etcétera. O se nos plantean temas tales como la prostitución, los hombres en el cine porno o las nuevas experiencias abiertas a través de la red. Un abanico amplio de posibilidades, en las cuales puede ser positivo, pero también puede tener una lectura negativa la llamada a la visualización de la mujer. Tal vez, en algunos aspectos, podrían considerarse que sería mejor seguir haciendo como que no estamos. Consideramos que no: estamos y somos, con sus elementos positivos y sus elementos negativos.

Este libro, llamativo desde su título y portada —al menos en la versión que se publica en España— provoca recelos y sentimientos contradictorios en aquellas que nos hemos convertidos en defensoras acérrimas de la igualdad, de la visualización de las mujeres —a pesar de lo negativo que acabamos de mencionar—, de la presencia y acción. Estaríamos a favor de muchos de los postulados expuestos, pero también radicalmente en contra de otros tantos. Pero si el objetivo de toda buena obra es despertar la curiosidad, las dudas, los planteamientos alternativos, etcétera, entendemos que la profesora Uriarte ha conseguido con creces el propósito de la reflexión científica y académica. Ahora es el momento de pasar a la acción, de contrarrestar o dar elementos para que algunas de las afirmaciones queden sólo como "lo que ocurría" con las mujeres, con algunas mujeres, al comienzo del siglo XXI. Es hora, por tanto, de hacer y no sólo de estar.

 

Nota

Edurne Uriarte (2008), Contra el feminismo, Madrid, Espasa, 251 pp.

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