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Espiral (Guadalajara)

versión impresa ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.15 no.44 Guadalajara ene./abr. 2009

 

Estado

 

Demócratas iliberales. Configuraciones contradictorias de apoyo a la democracia en México

 

Illiberal Democrats. Contradictory Configurations Supporting Democrracy in Mexico

 

Andreas Schedler* y Rodolfo Sarsfield**

 

* Profesor-Investigador en la División de Estudios Políticos del CIDE. andreas.schedler@cide.edu.

** Profesor-Investigador en la Universidad Autónoma de Querétaro y Profesor Afiliado de la División de Estudios Jurídicos del CIDE. rodolfo.sarsfield@cide.edu.

 

Fecha de recepción: 26 de agosto de 2008.
Fecha de aceptación: 22 de septiembre de 2008.

 

Resumen

Las principales encuestas comparativas de opinión pública miden el apoyo popular a la democracia a través de preguntas directas sobre la democracia en abstracto. Sin embargo, como los ciudadanos pueden tener ideas divergentes de democracia, no sabemos hasta qué punto las preguntas estándar captan su apoyo a la democracia liberal. Para resolver los problemas de validez que sufren las mediciones directas y abstractas, proponemos vincularlas con preguntas indirectas más concretas sobre principios e instituciones democráticos. Pare este fin, empleamos la técnica estadística de análisis de conglomerados que nos permite captar perfiles ideológicos complejos e contradictorios. Demostramos lo fructífero de este enfoque trazando un mapa de "demócratas iliberales" en México, con base en la Encuesta Nacional sobre Cultura Política 2005.

Palabras clave: democracia, sistema político, cultura política.

 

Abstract

The major comparative public opinion surveys measure popular support to democracy by means of direct questions on democracy in the abstract sense. However, as the citizens may have divergent concepts of what democracy is, we do not know to what extent standard questions capture citizen support to liberal democracy. In order to solve the validity problems undergone by direct, abstract measures on democracy support, we propose to link them to indirect, more concrete measures of support to democratic principles and institutions. We use the statistic technique of conglomerate analysis to establish this link. This method allows to us to group the people surveyed in a way so that that complex and inconsistent attitudinal profiles can be captured. It allows us to identify "democrats with adjectives" who support democracy in the abstract sense, while they reject central principles of liberal democracy. We prove how fruitful this approach is by drawing a map of "illiberal democrats" in Mexico, on the basis of the Encuesta Nacional sobre Cultura Política 2005 (National Survey on Political Culture).

 

La expansión mundial de la democracia representativa desde mediados de los años setenta, ha revitalizado el interés académico por el apoyo ciudadano a la democracia. Según una buena parte de la literatura especializada, el "compromiso con los valores democráticos, así como el apoyo a un sistema democrático [de parte de los ciudadanos] son condiciones necesarias para la consolidación de un gobierno democrático" (Fuchs, 1999: 127).1 En este artículo no evaluamos hipótesis causales que vinculen el apoyo a la democracia con la democratización, sino que nos ocupamos de un problema lógicamente previo a la explicación causal: el problema de la medición del apoyo a la democracia. Los ítems de los cuestionarios comunes que preguntan de manera abstracta y directa por las actitudes hacia la democracia sufren de problemas fundamentales de validez. Dado que no logran dar forma a las ideas y los ideales concretos que los encuestados asocian con la democracia, su significado sustantivo queda nebuloso. Sin duda, en la medición del apoyo democrático, quizás aún más que en otras áreas temáticas del estudio comparado de la opinión pública, nos enfrentamos a un alto grado de "incertidumbre acerca de la equivalencia de significados [que tienen] las preguntas estándar en diferentes contextos culturales" (Heath, Fisher y Smith, 2005: 329).2

El presente artículo examina un camino metodológico que promete conducir a una medición más válida del apoyo a la democracia. Propone relacionar, de manera sistemática, las respuestas de los ciudadanos a preguntas directas y abstractas sobre apoyo democrático con sus respuestas a preguntas más indirectas y concretas sobre ideas e instituciones democrático-liberales. Vincular los dos tipos de respuesta nos debería permitir identificar posibles configuraciones de actitudes complejas e inconsistentes. En particular, debería permitirnos detectar "subtipos disminuidos" de demócratas —"demócratas con adjetivos"— que ven con buenos ojos la democracia en lo abstracto, pero que se muestran hostiles a principios centrales de la democracia liberal en concreto. En la primera mitad de este artículo, en su parte conceptual, hacemos una revisión de la literatura sobre apoyo democrático y planteamos nuestra idea de "demócratas iliberales" que forman parte de la familia más amplia de "demócratas con adjetivos". En la segunda mitad del artículo, en su parte empírica, ilustramos las posibilidades de relacionar medidas directas e indirectas del apoyo democrático a través de un análisis de conglomerados de la tercera y más reciente entrega de la encuesta más amplia de México en materia de actitudes políticas: la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas 2005 (ENCUP).

 

El significado esquivo del apoyo a la democracia

La mayoría de las encuestas comparativas sobre cultura política que se aplican en el mundo en desarrollo incluyen una pregunta genérica directa cuyo objetivo es medir el apoyo ciudadano a la democracia. Estas preguntas son directas, dado que hacen uso explícito del término "democracia"; y son genéricas, dado que introducen el concepto abstracto sin especificar ninguno de sus atributos concretos. Sus formulaciones precisas varían. Las encuestas pueden referirse a la democracia como un "régimen político", una "forma de gobierno" o un "sistema político" y pueden invitar a los encuestados a que la evalúen en términos absolutos o relativos, es decir, en comparación con el pasado (con regímenes "previos" especificados o no) o con alternativas no democráticas (con "una dictadura", "un gobierno autoritario", o, de manera más general, "cualquier otra forma de gobierno").3 La literatura se refiere de distintas maneras a esta familia de preguntas. Los autores las clasifican como instrumentos que miden el apoyo "abierto" a la democracia (Inglehart, 2003), el apoyo "idealista" a la democracia (Mishler y Rose, 2001), "la preferencia por la democracia" (Sarsfield, 2003), actitudes hacia "la democracia como forma ideal de gobierno" (Klingemann, 1999), o simplemente como "apoyo a la democracia" sin más calificativos (Lagos, 2003b). Independientemente de sus características distintivas menores, esas preguntas directas sobre apoyo democrático en lo abstracto padecen cuatro problemas que ponen en entredicho su validez.

Efectos de la entrevista. Hoy en día, que la democracia se ha convertido en un valor reconocido y aceptado mundialmente, "proclamarse demócrata de dientes afuera" se ha hecho una práctica "casi universal" (Inglehart, 2003: 51). Bajo la presión de valores socialmente reconocidos, los encuestados pueden, por consiguiente, tratar de ofrecer al entrevistador "la respuesta que perciben como la 'correcta'" (Seligson, 2004: 12). En lugar de identificar a los ciudadanos que abrazan los ideales de la democracia liberal, nuestras preguntas estándar sobre "el apoyo democrático" quizás no hagan más que registrar a "demócratas de encuesta" (Dalton, 1994) que dan respuestas políticamente correctas a estímulos borrosos. Además del sesgo de deseabilidad social que probablemente encontremos en "sociedades corteses" (Heath, Fisher y Smith, 2005: 323-324), el miedo puede ser un factor importante en contextos no democráticos. Por ejemplo, entre todos los países incluidos en la tercera edición de la Encuesta Mundial de Valores, los habitantes de Vietnam quedaron invariablemente en los primeros dos lugares en su valoración positiva del régimen actual, en su satisfacción con la democracia (que ni existe en el país), en su apoyo a cualquier forma de sistema político, incluyendo el régimen militar y el gobierno democrático, así como en la (casi unánime) "confianza" que expresan en prácticamente todas las instituciones políticas: el gobierno, el parlamento, los partidos políticos, el servicio civil, la policía, las fuerzas armadas, los sindicatos, la prensa y la televisión.4 Estos datos, bastante sorprendentes a primera vista, dan testimonio de la importancia que pueden adquirir los sesgos de conformidad, sean frutos de la cortesía o del miedo.

Concepciones vacías de democracia. La aceptación cuasi universal de la democracia como un valor abstracto puede llevar a la gente a "falsificar" sus preferencias públicas (Kuran, 1995). También puede llevarla a profesar preferencias retóricas por la democracia que son carentes de cualquier contenido concreto. Los encuestados pueden entender que la democracia es algo bueno, algo a lo que aspiramos, sin ser capaces de especificar lo que se supone que representa. En todo el mundo, en todos los tipos de régimen, todas las culturas y todos los continentes, las preguntas genéricas sobre apoyo democrático obtienen niveles abrumadores de asentimiento. En 78 de los 80 países incluidos en la aplicación de la Encuesta Mundial de Valores de 1999-2000 (las excepciones son Rusia y Moldavia), más de 80% de los encuestados indicaron que "tener un sistema político democrático" es algo bueno o muy bueno (Inglehart et al., 2004: E117). Esos niveles prácticamente unánimes de apoyo sugieren que los ciudadanos posiblemente utilicen la noción de la democracia de manera parecida a conceptos como el éxito y la felicidad en el ámbito personal —conceptos que designan algo valioso sin revelarnos de antemano en qué consiste.

Concepciones rivales de democracia. Dentro del consenso democrático-liberal que se ha asentado en la ciencia política comparada durante las últimas décadas, la democracia se define por medio de un reducido conjunto de instituciones políticas. En un nivel mínimo, la democracia exige competencia multipartidista y el imperio de la ley. La primera entraña elecciones regulares, inclusivas, competitivas y equitativas; el segundo exige libertades políticas y civiles, así como límites constitucionales en el ejercicio del poder. La convergencia normativa en torno a los principios democrático-liberales no se limita al mundo académico, sino que se extiende al mundo político. En las democracias consolidadas, en las cuales los ciudadanos y los políticos comparten en buena medida los principios fundamentales de la democracia liberal, resulta "casi inconcebible que individuos razonables se puedan oponer a tales principios" (Fuchs, 1999: 129).5 En cambio, las nuevas democracias casi nunca logran ofrecer contextos semejantes de convergencia normativa. En lugar de compartir los principios democrático-liberales, es probable que números significativos de sus ciudadanos coqueteen con alternativas autoritarias, alberguen ideas vagas de democracia que carecen de un núcleo identificable, o abracen nociones de democracia cuyos principios centrales son incompatibles con los ideales democrático-liberales. En tales escenarios, la democracia continúa presentándose como un "concepto esencialmente controvertido" (Gallie, 1956). Su significado, en lugar de ser compartido, claro y estable, tiende a ser controvertido, vago y cambiante.

Valores opuestos. La democracia es un concepto normativo. Todas nuestras concepciones de democracia están ancladas en principios normativos. Sin embargo, es posible que la relación entre conceptos políticos y valores sociales no sea consistente. A veces, los individuos apoyan de manera expresa principios fundamentales de la democracia liberal, al tiempo que rechazan algunos de sus valores constitutivos. Por ejemplo, James Gibson y sus colaboradores han demostrado en varios trabajos que pueden existir actitudes inconsistentes "entre niveles de apoyo a la democracia y a la tolerancia política". Los ciudadanos que aceptan el marco institucional de la democracia electoral "no necesariamente son tolerantes con sus adversarios políticos" (Gibson, 1996: 7).6

A pesar de saberlo mejor, tanto los productores como los consumidores de encuestas de opinión pública muy a menudo terminan asumiendo que los encuestados asignan significados similares a la noción de la democracia. Terminan interpretando niveles agregados de (lo que parece) "apoyo popular a la democracia" en determinados países como indicadores válidos de las actitudes públicas hacia los gobiernos democráticos, sin esclarecer más a fondo las nociones y los valores democráticos subyacentes. Incontables "páginas de revistas académicas están llenas de porcentajes de estadounidenses, españoles, polacos o kazakos diciendo que les gusta o no les gusta la democracia" (Przeworski, 2003: 119). Sin embargo, al ignorar la naturaleza polisémica de la noción de democracia, las preguntas estándar sobre apoyo democrático entrañan suposiciones muy atrevidas acerca de la comparabilidad de las ideas democráticas entre países y personas. Si el significado central del concepto varía de un país a otro o de un individuo a otro, plantear preguntas abstractas sobre la democracia no puede generar más que "una apariencia ilusoria de comparabilidad"' (Health, Fisher y Smith, 2005: 321).7

 

Midiendo concepciones de democracia

Desde hace mucho tiempo, tanto los trabajos teóricos como los empíricos sobre la democracia han estado conscientes de la naturaleza polisémica de su objeto. Mientras los filósofos de la política han estado discutiendo una gama amplia de "modelos de democracia" (Held, 1987), los estudiosos de la política comparada han examinado las multifacéticas concepciones de democracia que los ciudadanos abrazan en lugares distantes como Argentina (Powers, 2001) y Senegal (Schaffer, 1998). Asimismo, los especialistas en opinión pública comparada han señalado de manera rutinaria la variabilidad conceptual de la democracia. La bibliografía especializada sobre apoyo a la democracia está salpicada de advertencias que alertan acerca de la posibilidad de que "la democracia pueda significar cosas muy distintas para las distintas personas" (Bratton, 2002: 6).8 Conscientes del hecho de que no pueden asumir la equivalencia de significados en las mediciones de la democracia, sino que tienen que establecerla empíricamente, los estudiosos de la opinión pública han ido más allá de plantear preguntas directas sobre preferencias por la democracia. Para capturar la amplia variedad de ideas y valores democráticos que los ciudadanos pueden albergar, han tomado tres rutas metodológicas complementarias.

Definiciones abiertas. Algunas encuestas permiten que los ciudadanos hablen por sí solos. Sin prejuzgar sus respuestas, plantean a los participantes preguntas abiertas acerca de lo que les viene a la mente cuando escuchan la palabra "democracia" (véanse, por ejemplo, Ai Camp, 2001: 17; Bratton, 2004: 66-70; Miller, Hesli y Reisinger, 1997: 164-176). Naturalmente, lo fructífero de las preguntas abiertas depende de su formulación precisa así como del marco analítico y la transparencia metodológica del proceso posterior de codificación. En algunos casos, que incluyen la Encuesta Nacional sobre Cultura Política realizada por Segob, los codificadores parecen competir con los entrevistados en confusión y opacidad.9

Definiciones delimitadas. Algunas encuestas invitan a los encuestados a que definan el núcleo conceptual de la democracia calificando posibles atributos de la democracia (presentados en una lista cerrada) conforme al grado en el cual los consideran "esenciales" a la democracia. Tales listados pueden estar limitados a elementos esenciales de la democracia liberal —como los derechos políticos, las libertades civiles, el Estado de derecho, el sufragio universal y la competencia multipartidista (véase Westle, 2003)—. También pueden incluir elementos afines a concepciones alternativas de democracia. Por ejemplo, en su intento por iluminar nociones sustantivas de democracia, la encuesta Afrobarómetro pregunta si la gente considera que objetivos socioeconómicos como "la igualdad de oportunidades educativas" y "el empleo para todos" constituyen rasgos esenciales de la democracia (véase Bratton, 2004: 69).

Definiciones indirectas. En lugar de preguntar a los encuestados (directamente) por sus nociones de democracia, muchas encuestas preguntan (indirectamente) si están de acuerdo o no con principios e instituciones que otros (como los propios encuestadores) consideran esenciales a la democracia liberal. Algunos de estos instrumentos capturan nociones divergentes de democracia. Afrobarómetro, en particular, pregunta por nociones sustantivas de democracia que asocian la democracia con resultados de políticas públicas como la igualdad social, el progreso económico y la paz, al mismo tiempo que pregunta por nociones procedurales de democracia que vincula la democracia con derechos individuales e instituciones representativas (véase Bratton, 2004: 69). La mayoría de las encuestas, sin embargo, únicamente miden las actitudes ciudadanas hacia la democracia liberal. Por ejemplo, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en su informe del 2004 sobre el estado de las democracias de América Latina, indaga sobre la importancia que los ciudadanos conceden al Congreso, a los partidos políticos, a los medios de comunicación independientes y a las restricciones constitucionales al poder (2004: 137).

Las tres estrategias de medición tienen por objeto examinar el terreno conceptual y normativo en el cual se anclan las preferencias abstractas por la democracia. En principio, permiten la exploración sistemática de conceptualizaciones contrastantes e inconsistencias ideológicas que los ciudadanos a veces muestran en sus actitudes hacia la democracia. En la práctica, sin embargo, los hábitos preponderantes de análisis han impedido la explotación plena de su potencial analítico. Cuando analizan encuestas que contienen múltiples preguntas diseñadas para develar las actitudes de los ciudadanos hacia la democracia, los autores de todos modos tienden a alinear a los encuestados en una sola dimensión: su proximidad actitudinal con respecto a las normas democrático-liberales. Algunos emplean análisis factorial; otros construyen indicadores aditivos, para agrupar múltiples medidas en un "indicador sumario de apoyo a los valores democráticos" (Gibson y Duch, 1993: 321).10 No obstante, sea cual fuere la técnica específica, la generación de indicadores agregados de apoyo democrático-liberal se basa en dos premisas fuertes. Asume, primero, que la democracia liberal es un concepto unidimensional y, segundo, que los ciudadanos o bien abrazan o bien rechazan la democracia liberal de maneras consistentes. Si la democracia liberal representa una idea unidimensional o no, ha sido un viejo tema de debate normativo. En cambio, si los ciudadanos son ideológicamente coherentes o no, es una cuestión empírica, no conceptual. Desde el trabajo seminal de Philip Converse sobre "la naturaleza de sistemas de creencias" de la opinión pública (1964), la carga de la prueba está del lado de aquellos que asumen la consistencia actitudinal (véase también Miller, Hesli y Reisinger, 1997: 159-60).

 

Demócratas con adjetivos

En el estudio comparado de la democratización, hemos sido testigos del surgimiento de regímenes políticos que cumplen las condiciones mínimas de la democracia electoral, pero que carecen de atributos esenciales de la democracia liberal. Para capturar estas desviaciones de ideales normativos, los autores han ido añadiendo adjetivos distintivos a los multifacéticos "subtipos disminuidos" de democracia que observaron Collier y Levitsky (1997). Los calificativos específicos que los especialistas eligen para describir tales "democracias con adjetivos" (Collier y Levitsky, 1997) tienen por objeto llamar la atención a déficits y debilidades estructurales específicos. Por ejemplo, las democracias "delegativas" carecen de mecanismos de control y equilibrio de poderes (O'Donnell, 1994), las democracias "iliberales" no respetan el imperio de la ley (Zakaria, 2003), y las democracias "clientelistas" operan más sobre la lógica de intercambios particulares, que sobre la lógica de programas de partido (Kitschelt, 2000).

De manera análoga, la investigación comparada sobre el apoyo a la democracia parece enfrentarse a objetos de estudio inconsistentes y deficientes. Mientras que los estudiosos del cambio de régimen han tratado de entender los "regímenes híbridos" (Diamond, 2002), los estudiosos de la opinión pública tienen que entender a los "ciudadanos híbridos". Como la exigencia de diferenciación analítica es semejante, parece prometedor extender la discusión sobre "democracias con adjetivos" a una discusión sobre "demócratas con adjetivos". En el estudio de la democracia, parece que perdemos de vista muchas "diferencias que marcan una diferencia" (Bateson, 1972) si ponemos la etiqueta unificadora de democracia (sin adjetivos) a la diversidad existente de regímenes democráticos. Igualmente, parece que perdemos mucha riqueza empírica si describimos a todos los individuos como "demócratas"' (sin más calificativos) si tan sólo profesan una genérica "preferencia por la democracia" en respuesta a preguntas simples y directas en encuestas de opinión.

Extender la discusión sobre los "subtipos disminuidos" de regímenes democráticos al estudio de los "subtipos disminuidos" de ciudadanos democráticos corre el riesgo de alentar ejercicios simplistas de etiquetaje negativo. Los expertos de opinión pública pueden verse tentados a formular exigencias democráticas exageradas o a descalificar a quienes no compartan sus concepciones de democracia. Evidentemente, cualquier identificación de "demócratas con adjetivos" debe evitar derivar sus categorías analíticas sea de estándares normativos idealizados o triviales. Las "deficiencias democráticas" que diagnostiquemos deben constituir desviaciones claras de principios centrales de la democracia liberal.

En términos generales, la idea de ciudadanos "mixtos" se remonta cuando menos al estudio pionero La cultura cívica de Gabriel Almond y Sidney Verba. Sin embargo, admitir la posibilidad de actitudes inconsistentes no es equivalente a identificar niveles intermedios en un continuo normativo. Nuestra noción de contradicciones normativas potenciales es algo más perturbadora que la idea de gradaciones actitudinales, como el benigno equilibrio entre deferencia pasiva y participación crítica que Almond y Verba identificaron como el sello distintivo de una "cultura cívica" (1963). En estudios más recientes de opinión pública comparada, algunos autores han llegado a tomar en serio, tanto analítica como empíricamente, la posibilidad de que los individuos sean incoherentes en sus actitudes hacia la democracia. Estos autores han empezado a explorar relaciones bivariadas entre preferencias genéricas por la democracia y el apoyo más concreto a ideas e instituciones democráticas. Michael Bratton, por ejemplo, cruzó el apoyo de los ciudadanos a la democracia con su "rechazo del gobierno autoritario" (dictadura militar, dictadura personal, gobierno de un solo partido y gobierno tradicional). Bratton descubrió que casi un tercio de los encuestados declararon que preferían la democracia, aunque no rechazaron consistentemente todas las formas de gobierno autoritario. En contraste con los "demócratas comprometidos" que rechazan de manera coherente las cuatro variantes de autoritarismo, esos "protodemócratas" inconsistentes parecen acariciar "sentimientos de nostalgia por formas de gobierno más enérgicas" (Bratton, 2002: 9). Análisis de este tipo son pasos en la dirección correcta. Sin embargo, si permitimos la inconsistencia ideológica, pero deseamos establecer los perfiles actitudinales de los ciudadanos de maneras más complejas y matizadas, tenemos que avanzar de la exploración bivariada al examen multivariado de las ideas y los ideales democráticos.

Para rastrear elementos comunes sustantivos que subyacen a un conjunto diverso de variables, los estudiosos de la opinión pública frecuentemente emplean el análisis factorial o de componentes principales. En este caso, proponemos ampliar la caja estándar de herramientas estadísticas para incluir el análisis de conglomerados (cluster analysis): una técnica de clasificación que se emplea rutinariamente en campos disciplinarios como la botánica, la biología, los estudios de mercado, la psiquiatría y la arqueología, aunque es casi desconocida en el estudio comparado de la opinión pública.11 En términos generales, el análisis de conglomerados crea grupos de casos cuyos miembros son similares (numéricamente próximos) entre ellos (intra-grupalmente) y diferentes (numéricamente distantes) de los miembros de otros grupos (ínter-grupalmente). El análisis de conglomerados constituye una técnica inductiva de clasificación que no juzga a priori ni el peso que tengan variables individuales ni los perfiles que muestren los grupos particulares. Si el análisis factorial nos permite discernir patrones subyacentes a diferentes variables, el análisis de conglomerados nos permite descubrir estructuras compartidas por diferentes casos. Al sacar a la luz grados de asociación entre variables, el análisis factorial es muy útil para trazar mapas de configuraciones actitudinales entre ciudadanos. Ahora bien, como busca relaciones lineales entre variables, funciona mejor en la medida en que los casos son homogéneos, no necesariamente en sus inclinaciones ideológicas (sus niveles de respuesta), sino en sus restricciones ideológicas (los vínculos entre sus respuestas). Cuando las relaciones lineales entre variables son débiles, el análisis de conglomerados puede servir como un complemento valioso para detectar y describir inconsistencias actitudinales entre los encuestados. En las siguientes dos secciones, ilustramos lo fructífero de este enfoque explorando patrones de asociación entre apoyo a la democracia y liberalismo político, con base en datos recientes de opinión pública en México.

 

Indicadores empíricos

Para explorar, de manera ilustrativa, configuraciones de apoyo a la democracia y actitudes liberales entre los ciudadanos de nuevas democracias, usamos datos de la tercera Encuesta Nacional Sobre Cultura Política (ENCUP), aplicada en México en el año 2005. Se trata de la principal encuesta de opinión sobre actitudes políticas que se aplica en el país. Su aplicación fue encargada por la Secretaría de Gobernación (Segob) con la misión oficial de "diagnosticar sistemáticamente las peculiaridades de la cultura política prevaleciente en el país "(Segob, 2003: 1). Aplicada a nivel nacional en diciembre de 2005 (N = 4.700), incluyó 74 preguntas que abarcan varias dimensiones de cultura política, tales como interés por la política, conocimiento político, participación política, confianza interpersonal e institucional. Seleccionamos una pregunta que mide apoyo a la democracia como nuestra "variable ancla", más otras cinco que consideramos indicadores razonables de principios centrales de la democracia liberal (véase cuadro 1).12

Apoyo a la democracia. Varios autores han subrayado la aparente ambigüedad de los ciudadanos mexicanos con respecto a los principios e instituciones de la democracia. Según los subsecuentes levantamientos de los estudios de Latinobarómetro desde 1995, los ciudadanos mexicanos han mostrado niveles medios de apoyo a la democracia conforme a los estándares de la región. Éstos y otros datos han dado origen a la idea extendida de que la cultura política de México sufre de ciertos "déficits democráticos", una percepción que hace eco de un diagnóstico más amplio sobre la "limitada" "lealtad democrática" de los ciudadanos de América Latina (Smith, 2005: 292).13

La pregunta que la ENCUP usa para medir apoyo abierto a la democracia es similar a las preguntas estándares sobre apoyo democrático. Confronta a los encuestados con la siguiente disyuntiva: "¿Qué cree usted que es mejor para el país? Una democracia que respete los derechos de todas las personas; o una dictadura que asegure el avance económico, aunque no respete el derecho de todas las personas". A diferencia de otras preguntas de este tipo, la pregunta por apoyo a la democracia de la ENCUP señala una noción concreta de democracia (al resaltar su dimensión liberal de derechos individuales). Además, especifica las circunstancias bajo las cuales los encuestados pueden llegar a justificar la existencia de un gobierno autoritario (el logro de progreso económico). Dadas estas particularidades, no deberíamos esperar que la ENCUP 2005 revelara niveles idénticos de "apoyo democrático" a los del estudio de Latinobarómetro 2005, según el cual 59% de los mexicanos pensaba que la "democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno". Considerando el énfasis explícito que la encuesta mexicana pone en los derechos individuales así como el beneficio infalible que atribuye a regímenes autoritarios, debería suscitar un entusiasmo menor hacia la democracia. La disposición de sacrificar el bienestar económico por derechos liberales refleja un compromiso más fuerte con el gobierno democrático-liberal que la borrosa "preferencia por la democracia" registrada por Latinobarómetro.14

Resulta, sin embargo, que más de tres cuartas partes de los entrevistados (75.5% de respuestas válidas), una cifra por encima de los resultados de Latinobarómetro del mismo año, dijeron que preferirían derechos democráticos a bienestar dictatorial (véase cuadro 2).15 No obstante, merece atención el elevado porcentaje de encuestados que no respondieron a esta pregunta (más de una cuarta parte, 28.4%). Esto sugiere la posibilidad de que muchos se hayan sentido incómodos ante la alternativa artificial presentada por la ENCUP, la cual asocia autoritarismo con eficiencia económica y (aunque sea de una manera implícita) democracia con fracaso económico. Es posible que se hayan rehusado a elegir entre "dos males": dictadura sin derechos individuales y democracia sin crecimiento económico. Al parecer, forzados a dar "respuestas simplistas a lo que se perciben como preguntas simplistas" (Gibson, 1996: 11), se refugiaron en respuestas NS/NC (no sé / no contesta) que son esencialmente ininterpretables. No obstante, a pesar de los signos de interrogación introducidos por quienes no responden o dicen no saber, estas cifras parecen hablar de un sólido, casi heroico, apoyo a la democracia entre el público mexicano. En un país de profunda y extendida pobreza, una mayoría abrumadora de los ciudadanos parece rechazar el fáustico pacto de renunciar a las libertades democráticas en nombre del bienestar económico.

Libertad de asociación. Para establecer las actitudes ciudadanas hacia la libertad de asociación, hemos seleccionado un Ítem que pregunta, de una manera un poco oblicua, si "el gobierno debería o no intervenir en las decisiones con respecto a si uno quiere organizarse con otras personas". Esta pregunta sobre la deseabilidad de control gubernamental en las decisiones de asociación toca un valor central del liberalismo político, la libertad de organización. Como lo muestra el cuadro 2, casi dos quintas partes de los encuestados se declararon en favor de la interferencia gubernamental en los deseos de asociación de los ciudadanos (38.1%). Una sólida mayoría se opuso (55.6%).

Libertad de expresión. Para capturar el valor que los ciudadanos conceden a la libertad de expresión seleccionamos dos preguntas de la encuesta. La primera pregunta indaga si los entrevistados estarían dispuestos a ver aparecer en la televisión a personas que dijeran cosas que van en contra de su manera personal de pensar, lo cual parece medir la tolerancia con quienes disienten de una manera bastante plausible. Como se muestra en el cuadro 2, una leve pluralidad de ciudadanos se opone a la expresión pública de opiniones discrepantes (41.2%). Un poco más que un tercio tolera el disentimiento público (36.9%); y una quinta parte se muestra vacilante (21.8%). Nuestra segunda pregunta indaga si los encuestados estarían "dispuestos a sacrificar la libertad de expresión a cambio de vivir sin presiones económicas". Notablemente, casi dos tercios de los encuestados rechazaron la invitación a renunciar a derechos fundamentales en nombre del bienestar económico (62.2%) (véase cuadro 2).

Igualdad política. El principio democrático de igualdad exige garantizar los mismos derechos de participación a todos los ciudadanos. Con excepciones muy puntuales y bien definidas (los niños y los pacientes psiquiátricos), las exclusiones del proceso democrático son ilegítimas. La ENCUP contiene una batería de preguntas que indaga si, en opinión de los encuestados, ciertos grupos de la sociedad "deberían participar en política" o no. La lista de candidatos a la exclusión política es grande y bastante rara. Abarca, entre otros, periodistas, sacerdotes, maestros, artistas, profesionales, empresarios, militares, mujeres, grupos indígenas y homosexuales. Las razones potenciales que podemos imaginarnos (a falta de una justificación explícita de parte de la Segob) para expulsar a estas categorías de ciudadanos de la arena política varían de un grupo a otro. En términos generales, el deseo de aislar la esfera política de intromisiones exteriores (de las autoridades eclesiásticas, los militares y los grandes capitales) parece competir con el deseo contrario de proteger a las esferas no políticas (como las escuelas y los medios de comunicación) de la interferencia política. Si bien esos motivos protectores resultan polémicos, pueden ser defendibles. En cambio, únicamente prejuicios sociales que no tienen un lugar legítimo bajo el techo igualitario de la democracia pueden impulsar la exigencia de excluir a grupos ascriptivos: indígenas (racismo), homosexuales (homofobia) y mujeres (misoginia). Entre los blancos de discriminación social y política que ofrece la ENCUP, hemos seleccionado a indígenas y homosexuales. Las actitudes que tengan los ciudadanos hacia la inclusión política de estos dos grupos deberían servir bien para medir el respeto que tienen por la igualdad de derechos de participación. Tolerar, o incluso exigir, la exclusión política de cualquiera de estos dos grupos revela disposiciones normativas que están en contradicción fundamental con el principio democrático-liberal de la igualdad. En 2005, la actitud prevaleciente hacia ambos grupos fue de inclusión, aunque menos con respecto a los homosexuales (con 36.6% de los encuestados que se opusieron a su inclusión en la arena política) que a los indígenas (con 17.3% de los entrevistados dispuestos a negarles derechos de ciudadanía democrática).

Nuestros cinco indicadores de liberalismo, si bien no son exhaustivos, sí parecen capaces de captar actitudes ciudadanas hacia derechos democrático-liberales fundamentales de una manera que no es ni trivial ni redundante. Para poder obtener una primera idea de la consistencia de sus actitudes, revisamos las correlaciones bivariadas entre ellas y realizamos algunos análisis de componentes principales. Aunque en su mayoría fueron significativos (en un nivel de probabilidad de 0.01), los coeficientes de correlación de Pearson (no reportados aquí) son casi uniformemente bajos y algunos de ellos incluso muestran de manera contraintuitiva signos negativos. Con excepción de las dos preguntas sobre derechos de participación de homosexuales e indígenas (r = 0.50), ninguno de nuestros indicadores actitudinales se correlaciona por encima del 0.15. Asimismo, el análisis factorial confirma bajos niveles de consistencia entre las seis preguntas. El análisis de componentes principales (con rotación Varimax por el método de normalización de Kaiser) genera tres factores con Eigenvalores superiores a 1. El primero incluye actitudes hacia la participación de homosexuales e indígenas en política; el segundo combina libertad de asociación y la valoración de la libertad de expresión sobre la seguridad económica con apoyo democrático; el tercero contiene libertad de asociación, la aceptación de disentimiento televisado y (con un signo negativo) el apoyo democrático. El ajuste imperfecto entre nuestras medidas de apoyo democrático y valores liberales sugiere que no lograríamos capturar la complejidad existente de las configuraciones actitudinales si simplemente clasificaríamos a los encuestados de manera binaria —como individuos que apoyan o rechazan los valores democrático-liberales.

 

Configuraciones empíricas

Para obtener una imagen más precisa de los perfiles ideológicos de los ciudadanos mexicanos, realizamos un análisis de conglomerados jerárquicos y aglomerativos según el método de Ward, una técnica muy útil para maximizar las similitudes dentro de los grupos así como las disimilitudes entre los grupos.16 Luego de excluir a los encuestados que no dieron respuestas válidas a todas las preguntas que analizamos (es decir, todos aquellos con al menos un dato faltante), nuestro análisis incluyó a 2,889 casos, lo cual equivale a algo menos que dos tercios de todos los encuestados (61.4%). Con el fin de evitar que los conglomerados o clusters se vuelvan demasiado pequeños, elegimos una solución de seis clusters. De esta manera, ningún grupo contiene menos del diez por ciento de todos los casos. Lo que es aún más importante, equilibrando parsimonia y complejidad, los seis conglomerados muestran configuraciones de actitudes que son distintivas y tienen sentido en términos sustantivos.17

El cuadro 3 muestra los valores medios que cada uno de los seis grupos obtuvo según nuestros seis indicadores. Las variables están codificadas de manera que el valor 1 siempre corresponde a respuestas autoritarias o iliberales, el 2 a respuestas ambiguas, y el 3 a respuestas democráticas o liberales (véanse también los cuadros 1 y 2 arriba). Las negritas destacan los valores extremos de cada variable (columna). Para resaltar los contrastes entre clusters, el cuadro 4 agrupa los datos en tres categorías simples. Los valores de corte para estos grupos se indican en la parte inferior del cuadro. Subrayemos brevemente los rasgos distintivos de cada conglomerado.

Demócratas liberales. Los primeros cuatro de nuestros seis grupos son "democráticos" en la medida en que expresan, en promedio, preferencias abiertas por la democracia (columna 6). Sin embargo, sólo el primer cluster corresponde a la idea de "demócratas liberales" de una manera consistente. Este grupo se muestra unánime (¡!) tanto en su apoyo directo a la democracia como en su apoyo a cuatro de nuestras cinco preguntas sobre valores liberales. De manera reveladora, los demócratas consistentes representan poco más de una octava parte de toda la muestra (13.6%).

Demócratas intolerantes. En términos de la amplitud de sus convicciones democrático-liberales, el grupo contiguo a los demócratas liberales son los "demócratas intolerantes" del conglomerado 2. De hecho, estos dos conglomerados apenas se pueden distinguir uno de otro, excepto por una variable: su tolerancia en cuanto a opiniones discrepantes expresadas en el espacio público. En contraste con el perfil casi perfectamente liberal que manifiestan en todas las demás variables, los miembros de este grupo, que abarca 14.6% de los encuestados, parecen casi perfectamente iliberales en su rechazo al pluralismo ideológico en los medios de comunicación (columna 5). Su manifiesta aversión a las opiniones discrepantes revela la "paradoja de la tolerancia política" que James Gibson formuló hace más de una década. Nos confirma que puede existir solo "una conexión muy tenue" entre apoyo a la democracia y tolerancia política (Gibson, 1996: 7 y 10).

Demócratas paternalistas. El siguiente grupo democrático es el de los "demócratas paternalistas" del conglomerado 3 (19.7%). Son liberales en su respeto consistente por la igualdad política, al expresar apoyo unánime a la participación de los homosexuales y los grupos indígenas. No obstante, son ambiguos en la importancia relativa que atribuyen a la libertad de expresión (columna 4), así como en sus actitudes hacia las opiniones discrepantes que aparecen en las pantallas de televisión (columna 5). Se ganan el calificativo de "paternalistas" por su posición decididamente iliberal en cuanto a la libertad de asociación (columna 3). Casi sin fisuras, exigen que los gobiernos intervengan cuando los ciudadanos quieran organizarse (media = 1.08). Según parece, aunque abierto a la inclusión en la política de todos los ciudadanos, este grupo desea restringir la participación política asociativa ejerciendo la tutela gubernamental sobre la sociedad civil y los medios de comunicación.

Demócratas homofóbicos. Los "demócratas homofóbicos" del conglomerado 4 manifiestan su apoyo a la democracia y su aceptación a que los indígenas participen en política, pero son abiertamente discriminatorios hacia los homosexuales, al abogar por la abolición de sus derechos ciudadanos. Además de mostrar una actitud tibia hacia las libertades de expresión y asociación, su disposición a llevar sus prejuicios sociales a la práctica y a desterrar a toda una categoría de ciudadanos de la arena política revela una oposición abierta a los derechos democrático-liberales. Si Ronald Inglehart está en lo correcto y la "tolerancia hacia la homosexualidad es un predictor [fuerte] de la democracia estable" (2003: 54), parece preocupante que los demócratas homofóbicos representen un grupo bastante numeroso, casi una quinta parte de la muestra (17.2%).

Semidemócratas excluyentes. Los entrevistados clasificados en el conglomerado 5 muestran un perfil ideológico parecido al grupo precedente. Indecisos ante el dilema de elegir entre derechos individuales bajo democracia y seguridad económica bajo una dictadura, pueden considerarse, cuanto más, como demócratas instrumentales. Dada su ambivalencia, los llamamos "semidemócratas" cuyo respeto por las libertades políticas es dubitativo. En promedio indiferentes hacia las libertades liberales, extienden la actitud discriminatoria de los demócratas homofóbicos también a los grupos indígenas. Ningún otro grupo se acerca ni siquiera remotamente a la combinación de racismo y homofobia que muestra este cluster de "semidemócratas excluyentes". Sorprendentemente, representa el más poblado de nuestros seis grupos actitudinales (21.8%).

No demócratas ambivalentes. El grupo 6, nuestro único y exclusivo grupo de ciudadanos "autoritarios", incluye al 13.1% de los encuestados que dan prioridad al progreso económico, incluso a costa de los derechos democráticos (columna 6). Aunque oportunistas en sus actitudes hacia la democracia, son "tolerantes" con respecto a la participación política de homosexuales y grupos indígenas y ambivalentes en cuanto a la libertad de expresión y asociación. En algún sentido, éstas son buenas noticias. Aquellos ciudadanos que prefieren la eficacia económica de la dictadura a la eficacia política de la democracia no muestran un perfil consistentemente iliberal. Más que presentarse como autócratas duros e ideológicamente consistentes, muestran un patrón contradictorio, una mezcla incoherente de autoritarismo instrumental, inclusión democrática y ambivalencia hacia libertades fundamentales.

Con base en nuestro ejercicio inductivo de clasificación, podemos inferir que la inconsistencia ideológica prevalece entre los ciudadanos mexicanos. Una conclusión preocupante que se deriva de estos hallazgos es que la mayoría de los partidarios de la democracia, con excepción del reducido grupo de demócratas liberales consistentes, manifiesta convicciones iliberales en al menos una dimensión. Una conclusión alentadora que emerge de la misma radiografía es que los pocos que coquetean con el gobierno autoritario tampoco son consistentes; expresan una mezcla de indiferencia normativa y cálculo instrumental. Los datos hablan de ciudadanos que reivindican derechos y libertades democráticos para sí mismos, pero que parecen dispuestos a negárselos a otros. Abrazando la democracia como un ideal abstracto, parecen estar dispuestos a desterrar de la esfera pública a las voces disidentes o a los grupos que les desagradan. Dado que los blancos específicos de la intolerancia varían entre los diferentes grupos de "demócratas iliberales", les resultará difícil coordinarse en el escenario político para traducir sus impulsos antidemocráticos en acción colectiva. Sin embargo, los ciudadanos que conciben los derechos democráticos como privilegios privados más que como garantías universales, pueden estar dispuestos a tolerar la erosión de derechos políticos y libertades civiles siempre que ellos mismos se sientan protegidos.

 

Conclusiones

Los ítems estándares de las encuestas que preguntan de manera directa y genérica si los encuestados prefieren la democracia al autoritarismo tienden a generar más enigmas de los que resuelven. Como no nos informan de los conceptos y los valores democráticos subyacentes, no nos dicen en qué medida quienes expresan una abstracta "preferencia por la democracia" están realmente comprometidos con las ideas y las instituciones democrático-liberales. Dada la indeterminación semántica de las preguntas comunes sobre preferencias democráticas, algunos autores han llegado a la conclusión de que "no es útil preguntar si la gente apoya [la democracia] en abstracto" (Bratton y Mattes, 2001: 457). A diferencia de ellos, el presente artículo reivindica la utilidad de estos ítems directos y abstractos de los cuestionarios. Debemos seguir planteando preguntas de este tipo, al mismo tiempo que debemos introducir preguntas más indirectas y concretas sobre ideas e ideales democráticos. Conjuntando los dos tipos de preguntas podemos llegar a diagnósticos más complejos y más completos. En lugar de resignarnos a que el apoyo ciudadano a la democracia en abstracto tenga tantos significados que no termine teniendo ninguno, deberíamos esforzarnos por desvelar su estructura de significados interpretándolo en su contexto: en el contexto de actitudes individuales hacia componentes más específicos de democracia liberal, sean éstos conceptuales, institucionales o normativos.

Como lo sugiere el análisis anterior, la técnica estadística de análisis de conglomerados puede servir como una herramienta heurística fructífera para vincular medidas directas e indirectas de apoyo a la democracia, ya que permite clasificar grandes números de casos en varias dimensiones sin prejuzgar sus perfiles sustantivos. En este momento, pocas encuestas comparadas de opinión pública están lo suficientemente bien diseñadas como para capturar las actitudes ciudadanas con respecto a las ideas e instituciones democráticas. Las bases de datos existentes de todas maneras contienen grandes cantidades de información útil que aún no ha sido estudiada de manera sistemática. Si deseamos profundizar nuestra comprensión de las actitudes ciudadanas hacia la democracia, haríamos bien en analizar los datos disponibles de maneras frescas e inteligentes, a pesar de sus limitaciones. Su reanálisis podría ser una vía menos costosa y más provechosa de generación de conocimiento que la recolección de datos nuevos de acuerdo a nuestras rutinas establecidas.

Las futuras aplicaciones del análisis de conglomerados al estudio comparado del apoyo democrático enfrentan el triple reto de mejorar las inferencias descriptivas mediante la incorporación de variables adicionales, de explorar los orígenes de diferentes configuraciones actitudinales, y de examinar sus consecuencias. Podemos elaborar retratos más completos de las ideas y los ideales democráticos de los ciudadanos, si analizamos una gama más extensa de concepciones y normas democráticas y si vamos más allá del conjunto estrecho de valores liberales. Podemos explorar los orígenes de diferentes perfiles actitudinales examinando sus correlatos socioeconómicos, como sexo, edad, ingreso y educación. Y podemos estudiar las consecuencias que conllevan los perfiles ideológicos de los ciudadanos examinando los niveles de apoyo que los distintos grupos muestran hacia los regímenes políticos, las instituciones políticas y las políticas públicas. Ante esta amplia agenda de investigación, deseamos concluir constatando lo obvio. Much research is needed. Queda mucho trabajo por hacer para descifrar, en perspectiva comparada, los niveles y los significados del apoyo hacia la democracia que expresen los ciudadanos de México y el mundo.

 

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Notas

Traducción del inglés por Laura Manríquez. Una versión anterior, más corta y con datos de la Segunda ENCUP de 2003, fue publicada bajo el título de "Democrats with Adjectives: Linking Direct and Indirect Measures of Democratic Support" en European Journal of Political Research 46/5 (agosto de 2007): 637-659. Agradecemos a Blackwell Publishing el permiso de reproducir partes de esta versión anterior en español. También damos las gracias a Rubén Hernández por su asesoría estadística y a Michael Bratton, Frances Hagopian y Richard Rose por sus comentarios útiles.

1. El locus classicus es Easton (1965). Entre muchos textos contemporáneos, véanse Dalton (2004), Diamond (1999), Inglehart (2000 y 2003), Rose, Mishler y Haerpfer (1998). Para una perspectiva escéptica, consúltese Przeworski (2003: 119).

2. Consúltese también Sarsfield (2003). Para una discusión innovadora de los problemas de validez que genera el estudio comparado de la opinión pública, temáticamente centrada en la eficacia política, véase King et al. (2004). Heath, Fisher y Smith (2005: 318-330) ofrecen una revisión concisa de problemas de equivalencia semántica en los estudios comparados de opinión pública.

3. Para algunas formulaciones literales, véanse las páginas web de la Encuesta Mundial de Valores (www.worldvaluessurvey.org) y Globalbarometer (www.globalbarometer.net), con ligas a los barómetros regionales.

4. Véase Inglehart et al. (2004: Tablas EII0, EII4-I7, EIIIA y E070-80). Naturalmente, es un ejercicio políticamente absurdo, si no es que "culturalmente absurdo" (Przeworski y Teune, I973: I27), interrogar a los encuestados sobre su "satisfacción con la democracia" o su "confianza en los partidos políticos" en el contexto de un sistema autoritario de partido único.

5. Es probable, sin embargo, que las imágenes de consenso normativo sean exageradas. Tal vez valga la pena redescubrir viejas discusiones, que cuestionaron las suposiciones fáciles acerca de la amplitud y la profundidad del apoyo democrático en las democracias industriales (véase, por ejemplo, Prothro y Grigg, I960).

6. Véase también Gibson y Duch (I993). Gibson mide la "tolerancia política" como la disposición de los ciudadanos a incluir en el proceso político a los grupos sociales que consideran más antipáticos. En un estudio sobre la tolerancia política conducido en la extinta Unión Soviética, la lista de grupos "más antipáticos" (most disliked) incluía dos categorías fundamentalmente diferentes: por un lado, minorías culturales, como judíos y homosexuales; por otro, grupos anti-sistema, como neonazis, estalinistas y "partidarios de anular las elecciones e introducir una dictadura militar" (Gibson y Dutch, I993: 299). Si bien es indiscutible que el racismo y el antisemitismo no ofrecen bases legítimas para excluir a nadie del proceso político, tanto en la teoría política como en la política práctica hemos conducido debates tan extensos como intensos sobre la legitimidad de que las democracias excluyan a los enemigos de la democracia (en particular cuando se vuelven violentos). Nuestras medidas de la tolerancia política deberían tomar en cuenta que "la intolerancia contra los intolerantes" pueda ser una autodefensa legítima de la democracia.

7. Entre muchos otros, consúltense Lagos (2003a, 2003b y 200I), Lewis (2003), Hofferbert y Klingemann (I999), Smith (2005: capítulo I I), Waldron-Moore (I999) y Zovatto (2002). Ciertamente, los consumidores no académicos de encuestas de opinión pública son mucho más vulnerables a las simplificaciones interpretativas. Véase, por ejemplo, "Democracy's low-level equilibrium", The Economist (I2 de agosto de 2004).

8. Consúltense, por ejemplo, Ai Camp (200I: I5-20), Bratton y Mattes (200I: 453-7), Fuchs (I999), Norris (I999: II), Seligson (2004: I2), y Rose, Mishler y Haerpfer (I998).

9. En una muestra notable de parsimonia conceptual, la ENCUP 2003 fragmenta al I escaso 33.2% de los encuestados que insinúan alguna diferencia entre gobierno democrático y no democrático en I3 categorías que parcialmente se traslapan (pregunta 27). La ENCUP 2005 codifica 45 categorías de respuesta diferentes. Miller et al. (1997) es un ejemplo de claridad metodológica en la codificación de las preguntas abiertas sobre concepciones democráticas.

10. Por ejemplo, Booth y Seligson (2004), Gibson (I996), Gibson y Duch (I993), y Moreno y Méndez (2002) construyen medidas sintéticas de apoyo a la democracia a través del análisis factorial; Moreno (200I) y Hofman (2004) realizan agregaciones aditivas.

11. Una notable excepción reciente es PNUD (2004).

12. La ENCUP no pregunta por actitudes hacia las instituciones democráticas, ni tampoco nos permite mirar más allá de los valores liberales, ni reconstruir el compromiso de los ciudadanos con visiones alternativas de la teoría democrática normativa (como la democracia participativa, sustantiva, republicana o deliberativa). De ahí que nos centremos exclusivamente en los valores liberales. La encuesta fue encargada por la Secretaría de Gobernación (Segob). Las preguntas fueron diseñadas (con poco interés por su comparabilidad con otras encuestas internaciones) por la Segob, lo mismo que la muestra. Basada en las listas de electores y en los mapas distritales proporcionados por el Instituto Federal Electoral, la muestra fue estratificada por niveles socioeconómicos y lugar de residencia rural o urbano. Los encuestados fueron elegidos al azar entre "residentes habituales" mayores de I8 años en los hogares seleccionados. Las 4,700 entrevistas fueron realizados por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI). Los errores absolutos de estimación se sitúan en 1.43%, con un intervalo de confianza de 95%. Los datos a nivel individual, así como la documentación técnica de la encuesta están disponibles en la página www.gobernacion.gob.mx/encup.

13. Véanse, por ejemplo, Ai Camp (I999) y Alduncin (I993). Evaluaciones más I optimistas son Durand Ponte (2004) y Domínguez y McCann (I996); otras más críticas Foley (I998) y Moreno y Méndez (2002). Para datos agregados de Latinobarómetro, véase www.latinobarometro.org.

14. En contraste con la ENCUP, la pregunta de Latinobarómetro sobre preferencias de régimen ofrece una categoría intermedia que permite a los encuestados expresar su indiferencia entre tipos de regímenes: "A la gente como uno, nos da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático".

15. Todos los ítems incluidos en nuestro análisis preguntan a los encuestados si están de acuerdo o en desacuerdo. Adicionalmente, admiten la posibilidad de indicaciones "espontáneas" de acuerdo o desacuerdo "parcial". Recodificamos todos los reactivos asignando un valor de I a las respuestas iliberales (autoritarias), y un 3 a las respuestas liberales (democráticas). Interpretamos las respuestas espontáneas de acuerdo o desacuerdo "parcial" como categorías intermedias, asignándoles un valor de 2 (véase también cuadro 1).

16. Como medida de proximidad, usamos las distancias euclidianas cuadradas. Las variables no están ponderadas. Todos los resultados fueron producidos usando SPSS para Windows 15.0. Para una breve discusión comparada del método de Ward, véase Everitt, Landau y Leese (2001: 59-64). Entre los textos introductorios útiles a los análisis de conglomerados están Aldenderfer y Blashfield (1984), así como Bailey (1994).

17. Admitir un gran número de conglomerados habría permitido eliminar ciertas ambigüedades dentro de los grupos y establecer algunas distinciones más finas entre ellos, sin añadir mucho a nuestro propósito de ilustrar la utilidad del análisis de clusters para la medición de actitudes democrático-liberales.

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