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Espiral (Guadalajara)

versão impressa ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.16 no.46 Guadalajara Set./Dez. 2009

 

Reseñas

 

El hombre desplazado

 

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

 

* Profesor-Investigador del Departamento de Estudios de la Cultura Regional, UdeG. rmoranq@gmail.com.

 

La obra de Todorov abarca varios temas, por lo general relacionados con la lingüística y en buena parte con el estupor de que los otros no nos entiendan o sean tan irracionales. En obras como La conquista de América: el problema del otro, Los aventureros de lo absoluto, Los géneros del discurso, La vida en común, Todorov se muestra no sólo ameno, sino desafiante de las convenciones interpretativas hacia las que parecen orientarnos los poderosos. En esta obra, aparecida hace más de una década en su versión francesa y cuya traducción al español acaba de publicarse, Todorov replantea, desde su experiencia personal pero también desde su reflexión como un exiliado que pudo escapar de algunas de las experiencias del totalitarismo en Bulgaria, temas que son a la vez históricos y vigentes en la actualidad.

El libro se divide en tres partes, precedidas por una reflexión personal sobre el exilio. El título original (L'homme dépaysé, "sin país") refiere a la experiencia de Todorov de sentirse búlgaro y a la vez sentirse atrapado y angustiado mientras está en Bulgaria. Pero igualmente refiere a la relación de este semiólogo, nacido en 1939, con Bulgaria, con Francia y con Estados Unidos. Para Todorov, El hombre desplazado describe un desarraigo geográfico y es a la vez un texto desde el que proporciona algunas "miradas desarraigadas" íntimamente relacionadas con el desapego hacia lo convenido, de la misma forma en que la presencia del hombre desarraigado puede servir a los "autóctonos" para perturbar sus costumbres y como vía de interrogación y de asombro (p. 29).

La parte dedicada a Bulgaria es quizá la más estrujante de todas, aun cuando a lo largo de todo el libro Todorov no ceja en su esfuerzo por ser crítico con algunas de las acciones que considera absurdas también en Francia y en Estados Unidos. Bulgaria da pie a que plantee el problema que luego volverá en los otros contextos: el de la victimización de los individuos y los daños sociales de los regímenes totalitarios. Pero así como los supervivientes de la destrucción del totalitarismo comunista, con sus campos, represiones y autocensuras no pudieron constatar que el mundo se alegraba de su liberación, los descendientes de las víctimas del pasado en los otros contextos también ven frustradas sus esperanzas (p. 96). En contraste y a la vez como una especie de continuidad con la victimización real de determinados grupos en Europa, Todorov comenta que en Estados Unidos "uno puede buscar siempre la responsabilidad ajena por lo que respecta a los errores de la propia vida" (p. 259). La única duda parece ser si para reparar esos errores es necesario recurrir al abogado o al psicoterapeuta.

Todorov plantea que: "Nadie quiere ser una víctima, el asunto no tiene nada de agradable, mas, por el contrario, todos quieren haberlo sido; aspiran a la situación de víctima" pues "haber sido una víctima da derecho a quejarse, a protestar y a exigir a todas horas" y añade que en Estados Unidos "antes se elogiaba al self-made man; ahora se elogia al que no ha hecho más que sufrir" (pp. 260-261). Todorov analiza la diferencia entre las víctimas antiguas y los héroes y concluye que esta posición tiene más ventajas que la asociada con el ideal heroico.

Así como en la primera parte ("originario de Bulgaria") Todorov dedica varias páginas a analizar la situación del totalitarismo y cómo éste sigue vigente más allá de los campos de concentración precisamente en la negación de la represión que se efectúa en quienes están aparentemente fuera de este régimen, en la segunda parte ("ciudadano en Francia") muestra cómo los intelectuales franceses hicieron lo posible por negar o al menos justificar la existencia de regímenes represivos en aras de supuestos beneficios colectivos. Una de sus propuestas analíticas contrasta las situaciones de los escritores en el Este con los del Occidente. Para él, mientras que en el Este el escritor podía elegir entre tres papeles (como autor oficial, disidente o artista puro), en el Occidente vive la tensión entre la soledad y la solidaridad. Esto da pie a que el autor de El hombre desplazado plantee el tema del papel de los intelectuales, pues "en la medida en que los escritores se convierten en 'intelectuales', es decir, en gentes que se sienten afectadas por la marcha del bien público, aspiran a poder dirigirse a sus conciudadanos, no sólo a dejarse admirar por ellos. Lo que significa que el derecho a la libertad ha de ser equilibrado por un deber de responsabilidad" (p. 187).

En la tercera parte del libro ("visitante en Estados Unidos") Todorov vuelve también a este tema y critica a los colegas que, centrados en los métodos se olvidan de los objetivos y mientras tanto saben perfectamente todo lo que sucede en su campus y en las vidas de los otros académicos, pero ignoran lo que sucede en la ciudad cercana y en eso se parecen a los monjes medievales: "totalmente al corriente de las querellas escolásticas o de las fricciones personales existentes en otros monasterios, e ignorantes de las preocupaciones de los habitantes del pueblo de al lado" (p. 245).

En pocas palabras, El hombre desplazado constituye una excelente muestra de pensamiento crítico, en esta ocasión dirigido principalmente hacia los acontecimientos políticos y académicos de tres contextos nacionales, frente a los que Todorov se muestra a veces indignado, a veces decepcionado pero siempre dispuesto a descubrir los absurdos en lo que a otros podría parecer "natural". La lectura de este libro no por amena deja de ser inquietante. Todorov plantea una vez más problemas que quizá deberían mover a la reflexión con sólo enterarse de ellos, pero que sólo hasta que alguien como este lingüista analiza sus aristas resultan urgentes y se constituyen en una muestra de cómo incluso la vida democrática es susceptible de perversiones de las que rara vez somos conscientes. Todorov termina el libro con un tono afectivo hacia París al hablar de las razones determinantes de su exilio de Bulgaria hacia la capital francesa.

 

Nota

Tzvetan Todorov (2008), El hombre desplazado (trad. Juana Salabert), México, Santillana, 290 pp.

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